ISKANDER II: Entrelazando Destinos

El asedio a la ciudad de Bactria había sido una completa victoria y ahora Alexander celebraba junto a sus camaradas la victoria nombrando a Cleitus como sátrapa de esa Ciudad honrándolo así por sus años al servicio del Padre y ahora del hijo, en medio de una nutrida celebración todos bebían y se emborrachaban observando a un grupo de mujeres que danzaban en medio de todos.

Alexander estaba cabizbajo y parecía completamente ido, se sentía orgulloso por Hephaistión pero no hallaba el momento de comunicarle su decisión y pasaba distraídamente la vista por sobre todos los presentes, sus ojos grises se detenían mas de lo conveniente en su amigo, que se encontraba rodeado por Philotas y Cassandro que oían entusiasmados el relato de la conquista y sometimiento de Bactria, una luz interior iluminaba los ojos de su amigo y esto no lo sorprendía: Era tan buen estratega y comandante como el mismo Alexander.

- Beba señor – exclamó Bagoas con sus espléndidos rizos negros cayéndole sobre los hombros y acercándole un cuenco de vino a su rey.

- No, Bagoas ya he bebido bastante por hoy – respondió éste apartándole con algo de brusquedad y poniéndose de pie se dispuso a abandonar el salón.

Una de las mujeres que danzaban miró con cólera al joven macedonio y acercándose a él lo rodeó impidiendo que se retirara, no era hermosa pero de su cuerpo y rostro irradiaba una gran fuerza, llevaba un vestido a la usanza persa y sus cabellos sujetos en una cola de caballo, sus ojos eran negros y su piel de un tono aceitunado, los compañeros de Alexander gritaron entusiasmados y éste se quedó perplejo al verla.

-No pensareis iros cuando Roxana baila – susurró la mujer mordiéndole ligeramente el lóbulo y obligándolo a sentarse siguió contorneándose como una serpiente dispuesta a hechizarlo opacando con su actitud y descaro a las otras mujeres.

Alexander sonrió y mirándola intrigado volvió a sentarse, sin darse cuenta que los hermosos ojos de Hephaistión se endurecían y guardaba silencio, actitud que no pasó desapercibida para sus compañeros que aún aguardaban el relato completo de su conquista.

Era avanzada la noche cuando la fiesta terminó y entre macedonios, griegos y persas el Rey se abrió paso, estos se encontraban profundamente ebrios y no notó que, en un pilar cercano Roxana lo esperaba pero antes que ella apareció Hephaistión, éste se acercó con pasos pausados y firmes, como acostumbraba, pasos que hacían que todos a su alrededor le abrieran el camino y tomó a Alexander por el hombro, un gesto familiar y repetido hasta el cansancio, sin embargo sus ojos eran fríos.

- Veo que te ha complacido el espectáculo de esta noche – susurró.

Alexander no se sorprendió ante su gesto y abrazándolo replicó con una sonrisa:

- Mas que eso me ha complacido tu victoria ¿por qué me evadías?.- La pregunta era directa y con eso esperaba que su desasosiego disminuyera, vio como su amigo sonreía débilmente.

- ¿Evadirte? ¿Si te evadiera crees que hubiera venido a ti justo ahora que es un buen momento para hablar? -preguntó mirándole a la vez que con sus manos tomaba con firmeza las manos de su amigo.

Apretó sus manos con calidez y rodeándole los hombros con uno de sus brazos lo llevó hasta su dormitorio, Roxana frunció el ceño y desapareció hábilmente pensando que se trataban con demasiada familiaridad pero eso cambiaría.

- Si, tenemos que hablar – acotó Alexander haciéndolo pasar y dándole una orden a Bagoas para que se retirara cerró la puerta y acarició su rostro – Estuviste magnifico tu Padre debería verte Hephaistión.

Lo siguió dócilmente a través del pasillo sin que pasara desapercibida ante su atenta y brillante mirada el movimiento de la bailarina entre las sombras. Frunció apenas el ceño y rápidamente intentó calcular cuáles serían sus intenciones y se reprochó mentalmente, su amigo no era un niño y no podía celarlo de esa manera.

- No estaría más orgulloso de lo que Filipo debe estar de ti, Alexander, has llevado la unidad al imperio y el honor a macedonia.

Se alegró de que ese esclavo no estuviera con ellos pero no lo hizo patente hasta que éste abandonó la estancia.

-Ha sido un largo camino hasta aquí y parece que aún nos falta un trecho igual de grande.

Alexander lo miró pensativo, así que él también suponía o conocía su ambición desmedida y eso que en su ausencia los hombres hablaban del regreso al hogar o al menos de un lugar fijo y no de tener un imperio ambulante.

- Si, nos falta mucho y no descansaré hasta tener a Darío bajo mi poder y ser proclamado como Rey de Persia por él mismo – le apretó el hombro - ¿No crees que eso superaría la conquista de Troya hecha por Aquiles?.

Nada se comparaba a los deseos de Alexander. Nada que el hubiera considerado antes o conociera siquiera. Pero no le parecía anormal, en absoluto, alguien que había sido declarado hijo de un dios, sólo podría ser de esa manera exigente, atrayente, insaciable.

-Así sería y no de otra manera, los persas han estado fuera de nuestros dominios y ahora gracias a tu empeño están cayendo uno a uno bajo el empuje del ejército. Darío no tendrá más un lugar siquiera para refugiarse, mucho menos para planear un contraataque.

-Tienes la razón, como siempre – sonrió Alexander atrayéndolo hacía si – Formaremos un imperio y es por eso que necesito casarme Hephaistión, tener un heredero al cual dejarle todo, mientras más avanzamos los hombres se vuelven mas codiciosos y yo, bien podría morir.

Sus ojos grises se clavaron en los azules de su amigo, por fin le había dicho sus planes y esperaba su respuesta u opinión, nadie más que él para darla. Se sentía nervioso y deseaba con todo su corazón que las cosas pudieran ser de otra manera y su silencio lo confundía y abrumaba.

Hephaistión le dirigió una mirada airada, ahora hablaba con su rey y lo entendió a la perfección, sólo sería posible otorgar su consejo como militar y estratega y no más; lo cual no dejaba de provocarle un tanto de rabia, sin embargo así debía de ser.

-Lo has necesitado desde que ascendiste al trono -evadió su mirada sin embargo su voz no perdió el tono -y si consideras el momento como adecuado, en vista de que los comandantes ya sólo se preocupan de su propia gloria, entonces así es. Un rey ha de heredar y mantener el orden frente a sus súbditos y es tu prerrogativa y deber hacerlo.

Nuevamente lo miró a los ojos y calló durante unos breves instantes imaginando a aquel que tenía frente a él con un hijo rubio a su cuidado.

-Serás un gran padre Alexander.

Vio la contrariedad en sus ojos y sintió el coraje de su voz y eso le dolió, bajó la cabeza y con voz abatida murmuró:

-Necesito tu consejo…como Hephaistión, no como mi brazo derecho, es a mi amigo de la infancia a quién consulto.

-¿Deseas casarte? Si es así hazlo, si no lo deseas... -calló inseguro de cuál podría ser su consejo salvo uno mismo -No lo hagas.

Alexander caminó apesadumbrado, Aquiles y Patroclo no habían pasado por eso y sentía que Hephaistión no estaba siendo del todo sincero, lo miró por encima del hombro y acercándose lo abrazó con dolor:

-Necesito un hijo por Zeus, eso no cambiará nada entre nosotros pero necesito tener tu apoyo, te amo sólo a ti y lo sabes Hephaistión.

Una sacudida lo recorrió al sentir que lo abrazaba y sin pensarlo dos veces lo rodeó a su vez con los brazos estrechándolo fuerte contra sí. Escucharle decir que le amaba le recordó de inmediato su infancia, donde se entregaron el corazón, un recuerdo que permanecía imborrable a través de los años.

-Lo sé... -murmuró -debes tener un heredero Alexander, no puedes detenerte por mí... no lo has hecho por nadie y no será ahora la primera vez

- Esta es una prueba muy fuerte – musitó éste, se sentía débil y afanosamente buscó sus labios, sabía que al día siguiente todo sería diferente, cuando anunciara su decisión frente a sus camaradas.

Besó sus labios con calidez y paciencia, reconociendo en el gesto de su amigo el difícil paso que estaba por dar, su apoyo y el amor incondicional que sentía por él era todo lo que podía ofrecerle esa noche en la que aún no tenía que compartirle con nadie más.

Alexander lo miró, tenía los ojos llenos de lágrimas y apoyándose en la cama se dejó caer de rodillas frente a Hephaistion, parecía un muchacho ya no era el gran Alexander, hijo de Zeus era sólo alguien con una disyuntiva enorme y un dolor que superaba ampliamente cualquier otro conocido.

-Tengo que hacerlo, y si no fuera porque sólo una mujer puede darme un heredero…no lo haría, es demasiado doloroso para mí engañarte y te juré estar contigo hasta el final…maldigo el destino Hephaistion que nos pone esta prueba.

Hephaistión se arrodillo frente a él limpió cuidadosamente las lágrimas del rostro más adorado para él. No podía soportar que algo le hiciera tanto daño, sería capaz de arrancar de cuajo su corazón antes de permitirlo y comprendió entonces el sentir de Alexander.

Se dio cuenta de que temía su reacción y de que no deseaba causarle daño. No podía.

Lo tomó por la barbilla y mirándolo con profunda ternura, dándose cuenta de que seguía siendo un cachorro de león sensible y poderoso.

-Que tomes una mujer no nos separará hasta el final, -sabía que con esa respuesta enterraba el dolor que le causaba imaginarlo en los brazos de otro que no fuera él, pero así debía de ser -será sólo una mujer y tendrás un heredero, uno que tendrás que permitirme entrenar en lucha... el destino tiene llanuras y crestas, pero nuestro camino es volvernos a elevar siempre.

No lo miró y recuperando su actitud arrogante, que era lo que se esperaba de él asintió y pasándome las manos por el rostro susurró, más para sí:

-Si, así debe ser. – Lo miró y aspirando aire lo exhaló profundamente y agregó: - Quédate esta noche conmigo.

Su amigo era más sabio y mesurado que él mismo y esa diferencia lejos de separarlos los unía aún más haciendo un complemento perfecto, teniendo su apoyo en ese asunto que sólo les incumbía a ambos podría enfrentarse a la abierta oposición de Olimpia y estaba consciente de que a Parmenion y los demás hombres nacidos bajo el régimen de Filipo lo desaprobarían abiertamente.

- Mañana haré un consejo y les comunicaré que me casaré con la mujer de hoy, es fuerte y podrá soportar lo que sea y al no ser hija de ningún adversario importante no nos supondrá un problema político.

Su amigo suspiró y le vio recomponerse con celeridad. La situación no podía ser más insostenible que en esos momentos, las habladurías y el mismo pueblo macedonio exigían un heredero real y ninguno de los dos podría desentenderse de ello.

-Esta y todas las que desees hasta que ella se despose contigo.

La imagen de la morena y poderosa mujer danzarina pasó en su mente, sin embargo se ordenó a sí mismo serenarse, que fuera una macedonia y que fuera una oriental no hacía la diferencia, simplemente era una mujer.

-Tu elección ha sido sabía, no tendrás que parlamentar con políticos extranjeros, pero estoy seguro de el consejo se levantará molesto por esta decisión Alexander, ¿por qué no una macedonia?.

Negó con la cabeza y quitándose la túnica con indolencia replicó:

-No hay ninguna que nos acompañe y ya soy suficientemente poderoso allá, no regresaré a desposarme abandonando lo que hemos conquistado y aún debo capturar a Darío…nuestro reino pende de un hilo, me importa que sea una mujer fuerte y la de hoy parece serlo y podrá resistir el hecho que la tome por esposa simplemente para que sea madre real y resista las conspiraciones y murmuraciones – se volvió a él y le sonrió – tú siempre serás el primero.

Hephaistión asintió mientras se despojaba del manto que cubría sus hombros, se acercó a él por la espalda con un dejo de familiaridad y colocó las manos sobre sus hombros.

-Lo sé... entonces que así sea, esperemos que esa danzarina sea capaz de soportar las agresiones del consejo o sufrirá en demasía.

Alexander lo miró de una forma curiosa y volteándose rió y le dijo, mientras acariciaba su rostro:

- Estás molesto, nunca te escuché ser despectivo hasta ahora.

Sonrió apenado ante la mirada de Alexander, no había sido su intención denominarla de aquella manera, pero esa mujer le había parecido demasiado prepotente. Tal vez eran imaginaciones suyas.

- No volverá a suceder.

Una risa franca brotó de los labios de Alexander y acercándolo lo besó tiernamente en los labios y empujándolo a la cama musitó:

- Tú puedes denominarla como sea…siempre que no lo hagas en público.

Nuevamente eran Aquiles y su adorado Patroclo, habían superado la primera prueba pero la más brutal estaría por venir al día siguiente. Alexander suspiró y apartándose el cabello rubio del rostro miró a su alrededor ¿Qué era lo que tenía? Un castillo en el aire que aún no era tangible se recostó en la cama admirando las colgaduras arábicas y se sintió vulnerable, un lujo que sólo se podía permitir con Hephaistión.

- Tu presencia me alegra el corazón – sonrió acomodándose entre las sábanas, le gustaba la sensación de la tela sobre su cuerpo desnudo y mientras esperaba a su compañero observó distraídamente las cicatrices que le quedaban de las batallas. – Soy quizás el único Rey que va al frente de la batalla, así les doy a entender que no los arriesgo a nada a lo que no me arriesgue yo mismo, muchos creen que es temeridad o ambición aún no cumplimos 26 años Hephaistión – se incorporó, su rostro tenuemente alumbrado por algunas velas se apreciaba grave – Deseo realizar algo que jamás nadie haya hecho y conquistar el mundo, escribiré nuestros nombres en la historia y seré grande ¿es eso egoísmo? Aristóteles decía que querer la grandeza de nuestra tierra es algo noble, nací para ser esto que soy pero – sonrió – Solo tu me conoces y entiendes.

Los ojos azules de Hephaistión se fijaron en los de Alexander y caminando lentamente se dedicó a observarlo, sería la última noche juntos, trataba que su rostro no trasluciera el dolor que sentía al conocer el deseo de su amigo de tener una esposa, ese tema lo habían evadido y sorteado con habilidad incluso creía que, con su afán de conquista simplemente lo había olvidado.

Alexander por su parte pensaba en que imagen de sí tendría Hephaistión, si aún lo recordaría como el niño al que nunca pudo vencer en combate griego, ese niño rubio y níveo que era más bajo que él o lo vería como hijo de Zeus e imagen de Apolo. Ya no estaba seguro de quién era realmente y mientras jugaba distraídamente con un mechón de su cabello rubio miraba sus manos fuertes y blancas, su cuerpo estaba herido sí pero sus cicatrices eran algo que portaba con orgullo y ni todo el sol había oscurecido su tez ni empañado sus ojos entre azules y grises. Aún poseía toda la fuerza que los dioses le habían dado y, a ellas las usaría para unificar todo y ser Rey absoluto.

-Aristóteles es un hombre sabio y habla con verdad sobre la grandeza, pero tu grandeza perdurará a través de la historia, solamente se puede ser noble de esta manera, Alexander, permitiendo a los pueblos unificarse.

Los ojos de su amigo eran, quizás la fuente más preciada de información que él podía poseer. Era en su mirada dónde Hephaistión encontraba la pasión necesaria para continuar el día a día. Esa continuidad que sólo ellos compartían y que le llevaba a seguirlo y a conseguir conquistas, esa misma continuidad que les llevaría a la mañana siguiente a dar el paso más difícil que hasta el momento hubieran tenido que dar.

La tenue luz de las velas iluminaba sus cabellos que enmarcaban majestuosamente un rostro tan dulce como pétreo en momentos de ira.

Se acercó a la orilla del inmenso lecho donde aquel al que tanto amaba descansaba reconcentrado en sus pensamientos y le sonrió, acarició su rostro y sin pensarlo dos veces lo besó lentamente.

Un beso que le sabía ligeramente a despedida, pero estaba seguro que sería sólo una despedida temporal.

Abrió los ojos y se encontró con la mirada color pedernal de Alexander, le sonrió y en silencio buscó su boca de nuevo, deleitándose en el sabor a buen vino del que había degustado durante la reunión y decidió que bajo ninguna circunstancia el que amara tanto a su amigo podría ser un problema, no en ese momento, no en ese lugar.

Se separó ligeramente de él y desprendió la túnica de su pecho quedando únicamente en faldellín y mirándolo con profundidad agregó:

-Como Aquiles y Patroclo, toda la vida...-.

Alexander lo atrajo y rodeándolo con sus brazos lo abrazó, sabía que era un duro trance para él pero desde niños habían compartido todo, alegrías y desventuras y ahora que lentamente empezaban a forjarse como hombres eso no cambiaba. El Rey acarició sus sedosos cabellos, podía perderse en la profundidad de esos ojos claros y bastaba su proximidad para otorgarle calidez. El tono de piel de Hephaistión era ligeramente más tostado pero sus ojos y movimientos, al menos para con él, estaban llenos de amor y entrega y como el mismo Alexander estando juntos se quitaban las máscaras: no existía ni el Rey ni el comandante, sencillamente eran Alexander y Hephaistión, su amigo del alma y algo más.

-Nunca nadie ocupará el lugar que tu tienes en mi corazón – susurró mirándolo con profundidad. Algunos mechones rubios le caían descuidadamente por el rostro y el resto trataba de llegar a su nuca, se asemejaba a Apolo y destacaba en su rostro una pequeña cicatriz en el pómulo derecho, su rostro estaba sonriente y hundió los labios en el cuello de su amigo abrazándolo con suavidad y también algo de desesperación.

Alexander acarició la piel de Hephaistión rozando con sus dedos algunas cicatrices e inclinándose a besar su pecho susurró:

-Se mío esta noche, una vez que mi esposa esté encinta no habrá motivos para acercarme a ella, desde niño hice oídos sordos a los comentarios sobre las pocas mujeres que se me conocían…siempre preferí tu compañía y te amaba sin saberlo pero el velo siempre cae de los ojos y nosotros estamos predestinados a estar juntos.

Lo miró con una fina sonrisa dibujada en sus labios y besó suavemente sus labios entreabriendo los suyos y cerrando los ojos ante todas las sensaciones sublimes que sólo sus labios le provocaban. En la ciudad todos parecían dormir y no se oía ruido alguno, nada los turbaba y nada les interrumpiría esa noche, preludio de tanto desastres.

-Esta noche Alexander... -murmuró mientras sonreía, retiró los rubios cabellos de su rostro y lo juntó con los de la nuca, gesto innecesario porque los hilos de oro buscaban escapar siempre.

Esa noche, pensaba, después de incontables tardes separados por la campaña de expansión, no tendrían ninguna fuerza que los contuviera. Amigos, compañeros, Rey y Comandante, y esta noche... esa noche.

-Tuyo -murmuró mientras se deslizaba a su lado en el lecho de sábanas blancas que ocupaba el rubio Rey que estaba dedicado enteramente a la conquista. -y tú, mío.

Lo acercó a él tomándolo por el cuello y justo cuando Alexander pensó que volvería a besarle en los labios, Hephaistión se inclinó y besó lentamente su cuello deslizando lentamente su boca hasta la clavícula, aspiraba el peculiar aroma de su amigo y cedía poco a poco a su deseo. Hacía lo que en incontables ocasiones a su lado se había prohibido a sí mismo y disfrutaba con ello.

Alexander lo miraba sintiendo la fuerza de su temperamento, el aroma de su cuerpo y ese amor que tantas veces vio en sus ojos, no estaban en la batalla ni preparando una de las campañas y lo tenía allí a su lado en la misma cama sin importarle lo que de ellos se dijese, nadie se atrevería a juzgarlos.

Recorrió su espalda sintiendo su piel, aún no se convencía de que lo tenía a su lado y sonriéndole le tomó el rostro:

-Pareces un sueño…uno con el que soñé desde antes de salir de Macedonia ¿realmente estás aquí o los vapores del alcohol se fueron a mi cabeza? – Sus ojos grises eran cálidos y su expresión serena, besó la frente de su amigo mas leal tratando de contener su pasión, temía que lo que estuviesen a punto de hacer cambiara las cosas entre ellos.

La duda brillaba en los ojos de su amigo y supuso que en su interior una sombra amenazaba con extenderse.

-Tócame Alexander -guió una mano hasta su pecho desnudo, su gestó llevó a unos mechones morenos a caer sobre su rostro velando ligeramente su mirada. -Estoy aquí, a tu lado, contigo y no hay alcohol suficiente como para provocarte esto.

Su mirada límpida y azul lo recorrió tranquilamente, conocía los temores que amenazaban el corazón de Alexander, tan sensible en aquella intimidad que desde niños compartían. Colocó las manos sobre sus hombros para poder mirarlo de frente.

-Lo nuestro no puede estar mal Alexander y no cambiará pase lo que pase.

Éste bajó la cabeza algo avergonzado por su comportamiento, era injusto nuevamente con Hephaistión y en el fondo tenía miedo, era capaz de pelear mas encarnizadamente que ningún otro y de abrirse caminos donde no existía ninguno pero ahora teniéndolo a su lado dudaba, temía perderlo y él lo comprendió así ¿no había sido el mismo quién se lo había pedido? Tenía que reconocer su deseo carnal y abandonarse en unos brazos que lo merecían y nadie lo merecía más que Hephaistión.

-Los dioses lo aceptarán, solo temía que después de esto lo de mañana fuese más doloroso pero más lo sería si siguiera mintiéndome a mi mismo – musitó y atrayéndolo acarició su nuca y lo besó apasionadamente en los labios mientras acariciaba su cuerpo, sus hombros, su abdomen era su Hephaistión y lo seria siempre.

Aspiró su aroma y besó sus cabellos, las sábanas blancas delineaban a la perfección sus cuerpos y Alexander acariciaba sus costados mirándolo con amor y susurrando su nombre como si este fuera algo sagrado

Cada caricia que Alexander deslizaba era una exquisita provocación. Una provocación a todos los deseos que siempre había tenido de su amigo, a todas las prohibiciones que él mismo se había impuesto y un alivio que volvería soportable el día de mañana.

Respondió sus besos con avidez, desprendiéndose de todo pudor y descubriendo ante su rubio amigo el ardor que su cuerpo encerraba. Un estremecimiento lo recorría al sentir sus dedos sobre su cuerpo, pero no se comparaba al sentir la descarga eléctrica que lo recorría cuando con mano firme acariciaba la suave piel blanca.

Besó apasionadamente a Alexander, empujándolo hacia el centro del enorme lecho, revolviendo con el movimiento las sábanas y descubriendo así el cuerpo perfecto que ya conocía y que ahora se moría por tocar por primera vez.

Se colocó sobre él acariciando su estómago y al mirarlo negó toda posibilidad de error. Las pasiones de los hombres podrían construir imperios y destruirlos, pero él sólo ayudaría a su amigo a construir su sueño.

El faldellín que cubría su cuerpo dejaba al descubierto gran parte de sus muslos y le hacía parecer incluso terriblemente desnudo, como una efigie apenas cubierta.

-Cuerpo y corazón -murmuró en su oído mientras acariciaba su pecho y comenzaba a trazar una ruta de besos que abarcaba su cuello y pecho.

Mientras disfrutaba de la pasión que los consumía Alexander recordaba su primera experiencia, había sido con una niña, probablemente enviada por Olimpia, la que había logrado conmoverlo con insólita ternura y se había conducido con una mezcla de pudor y curiosidad.Hephaistión había sabido de ello y le había sumado mas puntos en contra a la animadversión que tanto su madre como él se tenían, jamás Olimpia podría averiguar o saber el deseo que lo consumía como al sol cada vez que los ojos de su comandante se encontraban con los suyos, solo él sabía las veces que sus ojos grises se habían desviado de la batalla ara apreciar el cuerpo firme y tostado de su amigo, o la tentación que era para él tenerlo a solas sin Ptolomeo o Cassandro, pensaba que Aquiles debió pasar situaciones parecidas con Patroclo.

-No envidio a Aquiles, el tenía a Patroclo y yo te tengo a ti, recuerdo las palabras que él pronunció ante su pira funeraria – sonrió y besándolo susurró: -¡Oh Patroclo! Ya que yo he de bajar después que tú a la tumba, no quiero enterrarte sin haberte traído las armas y la cabeza de Héctor. Ante tu pira funeraria sacrificaré doce ilustres hijos de troyanos para vengar tu muerte. Hasta ese momento descansarás en mis naves. Y las mujeres troyanas que nuestra fuerza y nuestras armas han hecho esclavas, gemirán noche y día a tu alrededor, vertiendo lágrimas. – se incorporó y acariciando el rostro de Hephaistión lo besó apabullándolo bajo su empuje – Ellos se amaban ante todo y pese a todo y nada ni siquiera el hecho que sea mi deber real darle un descendiente a Macedonia cambiará eso -. Poseería lo que más amaba y ni la conquista de Asia se comparaba con que Hephaistión fuera suyo.

Besó sus labios sonriendo al notar sus músculos tensos y su evidente excitación, quizás el también había soñado con tenerlo muchas veces, era el único que lo conocía desde que era un pequeño y lo amaba por ser sencillamente Alexander, el hombre no el rey ni el conquistador. Descendió por su pecho besando lánguidamente sus tetillas y sonriendo de detuvo ante el faldellín y alzando una ceja susurró en su oído mientras lo quitaba:

-No tengas miedo…nos amamos y es momento de reconocer y demostrar eso…- lo miró con ternura, todo el miedo o la indecisión ya no eran parte de él. – Ni siquiera las Euménides podrán impedirnos nada, a menudo mi madre me recuerda a Megera una de las tres hermanas, famosa por ser la Erinia de los celos.

Guardó silencio, desde niño le gustaba disfrutar de una buena conversación y hacer destacar su inteligencia, Hephaistión que era tan o más inteligente que él, Alexander sospechaba que escribía largas misivas a Aristóteles, se contentaba con oírlo sin interrupciones pero ahora las palabras estaban de más y sólo quería seguir tocando su piel y estremeciéndose con ella. Alexander besó su abdomen, el faldellín yacía en el suelo junto con sus túnicas, el joven Rey descubría una nueva pasión que amenazaba con consumirlo hasta sus cimientos y daba rienda suelta a ella, sus cabellos se mezclaban y sus bocas se entreabrían con avidez, para ambos era la culminación de un momento largamente postergado.