ISKANDER III: La ambición y La gloria

Ninguno sospechaba que Roxana la mujer "danzarina" como la denominara despectivamente Hephaistión les observaba con sus ojos negros como ascuas, se había sentido muy atraída por Alexander, mucho más al saber quién era, y mientras lo miraba besar sin reparo alguno a un hombre, sentía que una honda aprensión se apoderaba de ella, ese hombre rubio que había hecho huir a Darío sería suyo aunque tuviese que danzar 100 veces para él, cerró la puerta, no habían guardias ni tampoco el resto de los amigos del Rey de Macedonia; era como si todo estuviese confabulado para que nadie interrumpiera a los amantes, la mujer se alejó sintiendo un dolor en todo su ser y sin sospechar que al día siguiente ella sería la elegida para desposarse con Alexander, al que ya denominaban Magno.

Sin sospechar de la intrusión de Roxana, Hephaistión se deleitó acariciando la suave piel que durante tanto tiempo había anhelado, encontrando en su tacto la respuesta a incontables noches de escalofríos y de negaciones turbias; hallando en sus labios y en sus manos una forma desconocida pero potente para embriagarse.

Deslizó suavemente sus dedos sobre la columna vertebral de Alexander disfrutando del escalofrío que lo recorría al tiempo que su piel se erizaba mezcla del deseo, del calor de las velas encendidas y del amor que sentía despiadadamente por aquel que ahora arrancaba suaves gemidos de su boca.

Una descarga eléctrica lo recorrió, lo deseaba tanto como lo amaba y lo amaba más que a la vida misma, más que a las victorias que le concedía y mucho más que a las trabas que el camino parecía depararles.

Tiró de él por sus muñecas y exigente lo besó, recorriendo con su lengua cada centímetro de su boca y robándole el aliento de manera incontenible, apresaba su rostro y a la vez le sonreía.

Ambos estaban dedicados enteramente el uno para el otro Alexander lo besaba hundiendo su barbilla en el abdomen firme de su amante y con sus manos acariciaba sus muslos, lo observaba y no podía creer que lo tuviese allí en su lecho, en sus brazos…recordó

nuevamente las palabras de su maestro sobre la relación entre dos hombres y la de ellos era idónea.

Él nunca había tenido una experiencia similar y su corazón cantaba al ser Hephaistión el primero cumpliendo así sus propias palabras que pronunciara una vez antes de la batalla de Gaugamela, "tu serás el primero y el último", Alexander sabía muy poco sobre las relaciones amorosas ya que había concentrado todas sus fuerzas y su ambición en la conquista y la unificación supliendo así las necesidades carnales que sentía, lo desmitificaban; por ello en su identificación con el héroe de Troya y su amante sentía que podía corresponder sin pesar ni culpa las ardientes miradas de Hephaistión y dar descanso a su propia ansía.

Así el joven emperador acariciaba sin cansarse ese cuerpo sabiendo que toda el alma y corazón del hijo de Menoitios eran totalmente suyos, sabía que su comandante era tan inexperto como él y más al no haber tenido jamás una mujer al lado consagrándose para él, su inexperiencia y ansiedad lo hacían parecer mas desnudo de lo que estaba pero lentamente Alexander lo fue instruyendo, era el amor que guiaba sus labios y sus caricias se tornaban mas profundas y placenteras dejando lentamente la desesperación inicial, no era la primera vez que dormían juntos pero sí era la primera vez que ambos se entregarían en cuerpo y alma al otro.

Ambos estaban lado a lado mirándose sin disimulos, cada uno observaba las marcas de la batalla en el cuerpo del otro, Alexander acercó su cuerpo y situándose arriba de Hephaistión besó su torso apegándose a él y torturándolo lentamente, su miembro rozaba la cadera de su amante y sentía como ese cuerpo tan amado comenzaba a experimentar el deseo, sus cabellos rubios caían como pequeños hilos dorados por entre su cuello y su cuerpo digno del mismísimo Apolo se erguía en todo su esplendor, una sonrisa apareció en sus labios y con acento tierno susurró mientras besaba uno de sus hombros.

-¿Has soñado conmigo¿Con nosotros así…? -.

Respiró profundamente para controlarse. Las caricias de Alexander, mucho más lentas y sosegadas, eran un indicativo para él que sentía como su deseo se salía de control por momentos. Una y otra vez se exigió a sí mismo tanto autocontrol como en el campo de batallas y mientras su cuerpo se distendía por los besos de su rubio rey también experimentaba un placer mucho más extenso y calmo.

Contemplarlo era en esos momentos un placer exquisito que mezclaba la costumbre que tenían de dormir juntos con la osadía de probarse en un ámbito al que jamás habían incursionado pero que sin duda ambos deseaban desde mucho tiempo atrás. Reconocía las cicatrices en la piel blanca de Alexander a fuerza de haberlas visto en incontables ocasiones y sus músculos bien delineados eran en ese momento una promesa no sólo de resistencia, sino de intensidad.

Con los ojos cerrados escuchó la voz del hijo de los dioses, reprimiendo un gemido que pujaba por escaparse de sus labios debido a los roces en su cadera. Su excitación comenzaba a volverse patente y estaba seguro de que así lo sentiría el rubio. Tuvo que contemplarlo, el impulso era tan poderoso que no podía detenerlo y al hacerlo una nueva descarga de excitación inesperada lo recorrió.

-No... -contestó en un primer momento pero pronto vino a su mente el recuerdo de un sueño cuando recién había comenzado la campaña contra Darío, cuando volvieron triunfantes pero con tantos heridos que era imposible contarlos y que hubo que sacrificar a muchos hombres frente a sus ojos. Esa noche durmieron abrazados por el horror de esa primera victoria pero también por el orgullo de haberla obtenido y esa noche Hephaistión había soñado en darle al único al que debía obediencia otra victoria más.

Un ligero rubor tiñó sus mejillas al recordarlo y al sentir el roce de su excitación sobre la cadera no pudo menos que decir la verdad.

-Sí... sí lo he hecho -murmuró y aprovechó que lo tenía inclinado sobre sí para besar lentamente su cuello al tiempo que sus dedos se aventuraban ya no sólo por sus costados sino que delineaban con la punta la curva de su trasero y lo empujaban para hacerle sentir su excitación.

Alexander jadeó mientras el sudor comenzaba a hacerse patente en su piel, deseaba prolongar aquella noche por el mayor tiempo posible y al estar con él sintiendo tanto amor y veneración su entereza flaqueó y comprendió el verdadero precio que significaría para ambos su decisión de contraer matrimonio, la alegría que había aparecido en sus ojos se tornó en tristeza ¿soportaría Hephaistión esa prueba¿Aceptaría la mujer a la que apenas conocía ese matrimonio poco menos que simbólico? De lo que estaba seguro es que su madre estallaría y no habría frontera capaz de detenerla, bastante molesta estaba por el hecho que su hijo amase más a su mejor amigo y ahora se casaría con una mujer sin ninguna importancia ni política ni estratégica. Movió la cabeza y sonriéndole a su amante desechó todas esas dudas, ya tendrían tiempo de resolverlas juntos al día siguiente no podía permitir que su inseguridad le arrebatara la noche más importante de su existencia.

-Yo también – respondió lentamente - Y tuve que rezarle a Zeus para que me diera fuerzas para no ir corriendo a tu tienda cada vez que me dejabas solo con el libro de Homero. – rió y acercando su rostro al suyo besó esos labios que sabían a fruto prohibido entreabriendo esa boca con la avidez de la suya, degustando ese sabor mas preciado que cualquier vino y acariciando su espalda cerró los ojos y abriéndolos lo miró profundamente.

Besó sus tetillas y recorrió cada cicatriz y centímetro de su piel, para él ésta era la noche de su boda y la disfrutaría como ambos merecían, la belleza de Hephaistión no tenía igual y aferrándose a él besó nuevamente sus labios con ansiedad regocijándose al oír como sus caricias y besos arrancaban gemidos de quién más amaba, sus labios eran incansables y ahora besaba su vientre bajo mientras sus manos rozaban su cadera.

-Desearte tanto como lo hago es casi un insulto a los dioses – susurró y lentamente acarició el miembro de su compañero con deseo excitándolo y excitándose de sólo tocarle.

El camino vertical que Alexander trazaba sobre su cuerpo era abrumador, no había parte de su cuerpo que no se erizara debido a sus caricias, a sus besos, a la tibia saliva que se mezclaba con la delicada capa de salado sudor que su piel emanaba.

Su espalda se arqueó al sentir los dedos del rubio recorrer su miembro que inmediatamente respondió a sus caricias ensanchándose. Un gruñido escapó de sus labios mientras sus manos atrapaban los dedos que le provocaban un placer irresistible. Los tomó en silencio e incorporándose hasta sentarse frente a él, lentamente los lamió uno a uno y después, con la mirada azul velada por el deseo, las guió nuevamente hasta su miembro y con movimientos firmes le indicó cómo deseaba ser acariciado.

-Si desearme es ofensa... la retiraremos poniéndole fin, un fin a tu deseo y al mío... -jadeó entrecortadamente mientras sus caderas se movían ligeramente al compás de las manos de Alexander.

"Por todos los dioses..." pensó e inclinándose hacia su pecho lamió la dorada aureola de sus pezones hasta sentirlos tensos.

Después de manera trémula deslizó los dedos sobre su vientre y acarició el miembro palpitante y cálido de su rey de tal manera que eran un espejo el uno del otro. Un reflejo de deseo y candor, de gozosa cadencia.

Su deseo crecía de manera casi irreprimible, le asustaba sentir tanto pero su cuerpo ya no obedecía a su cabeza ahora era completamente dominado por su corazón y se tomaba revancha por tantas noches de insomnio jurando ir y concretar su deseo con Hephaistión día tras día, y dejándolo siempre por no ser el momento adecuado.

-Eso sería imposible, y la única forma sería que ambos cayésemos juntos al Hades…- sonrió Alexander y acariciando con sus dedos la entrepierna de su amado se acercó más a él y con voz incitante agregó:- E incluso allí seguiríamos siendo ofensivos por que jamás mis ojos se despegarían de ti, ni un segundo.

Lo atrajo y acariciando su rostro apreció la calidez de sus ojos azules y acercándose a su oído susurró con ternura:- Así sería Philalexandros – Besó su cuello y acariciando sus costados lo rodeó con sus brazos, por la ventana llegaban los albores del amanecer, lentamente separó sus piernas y con más lentitud aún lo penetró mientras le mantenía abrazado, una sensación inenarrable recorrió su cuerpo, y la adrenalina que lo sacudía en las batallas palideció al lado de este nuevo sentir, Alexander lamentó haber prolongado tanto tiempo este momento y mientras continuaba penetrándolo con cuidado acarició sus cabellos excitándose con su sedosidad.

"No existe nadie más perfecto que tú" pensó mirándolo con devoción.

Acomodó sus piernas alrededor de su cintura deseando envolverlo con su cuerpo, ofreciéndose a él sin más. Ese era el punto culminante de tantos años de amor, de noches compartidas y de deseo no concluido.

Con sus dedos guió la penetración de su amante, una lenta y dolorosa tortura que duraba conforme la carne firme se adentraba en cuerpo caliente centímetro a centímetro. Apretó los dientes y con fuerza se aferró a sus hombros, el dolor cedía con la misma lentitud con que Alexander le hacía suyo.

Recargó la cabeza sobre sus hombros y como un cachorro deseoso lamió el sudor que perlaba la piel mientras jadeaba tibiamente cerca de su oído.

Cuando con una embestida Alexander lo penetró profundamente toda resistencia de su cuerpo cedió y su cuerpo se arqueó pegando su pecho a la boca del chico. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que sus cabellos cayeran mientras con movimientos oscilantes y potentes marcaba una danza cadenciosa, sensual y poderosa.

Estaba cerrado a todo lo que no fuera Alexander y no había más que Alexander para él.

-Sí... philalexandros... -jadeó y por fin abriendo los ojos lo miró y se inclinó para besarlo mientras la punta de sus dedos se deslizaba sobre su columna delineando cada músculo y cada cicatriz. Poco después abandonó sus labios para morder el cuello con cierta fuerza conforme la potencia de sus embestidas aumentaba y lamía el sudor que le sabía a ambrosia misma.

Alexander lo miraba y se sentía en la gloria, su cuerpo, su rostro y todo su ser parecían haber adquirido una luz propia y mientras proseguía con sus embestidas acariciaba con delicadeza su torso delineando la antigua cicatriz que una flecha enemiga había dejado en el cuerpo de su amante. Sus bocas se buscaban con intenso jadear y las sábanas mostraban a placer sus cuerpos desnudos y finamente cincelados, el Rey observó a su mano derecha y recordó todos los momentos vividos junto a él desde que se habían conocido siendo niños hasta ahora que se derramaba en su interior, sus mejillas estaban encendidas y su expresión era la viva imagen de la pasión, separándose de él con cuidado lo besó en el rostro y estrechándolo en sus brazos le susurró conmovido:

-Nada nos va a separar y si alguno de nosotros tiene la desdicha de irse de este mundo primero, el otro no tardará en vengarlo y seguirlo – lo miró a los ojos – Es un juramento, Philalexandros.

Lo besó apasionadamente y murmurando en su oído agregó:- Hazme tuyo, Hephaistión.

- Alexander lo que nos dices es una locura – Exclamó Ptolomeo mirando a sus compañeros con preocupación.

Cassander estaba lívido, al igual que Phillotas, en cambio los mayores como Parmenión, Cleitos y Cráteros no daban crédito a las palabras de Alexander, y pensaban que era un capricho que olvidaría en cuanto siguieran avanzando en busca de Darío. El silencio se extendió tras las palabras del más sabio de los generales del Rey de Macedonia, Hephaistión miró a su amigo y tal como habían supuesto sería un difícil trance convencerlos de su enlace.

-¿Acaso es una locura desear a un heredero? – replicó Alexander impacientándose.

Ptolomeo guardó silencio y Cleitos tomó la palabra.

-Nunca lo ha sido, locura es querer desposar a una mujer que no es de macedonia, entendemos tu deseo de tener un hijo y heredero a tu imperio pero no debes apresurarte.

Los demás asintieron el Rey iba a replicarles cuando un mensajero entró en el lugar y acercándose a Hephaistión le susurró algo al oído, todos lo observaron ponerse pálido y tras una leve vacilación murmuró, tras despedir al muchacho:

-Darío está muerto.

Un enorme suspiro se dejó sentir y todos los ojos se volvieron hacia él, único monarca de Persia, Alexander tenía la mirada baja y apretaba el puño bajo su barbilla. Nadie osaba interrumpirle temiendo ganarse su furia.

-Quiero verlo por mis propios ojos – exclamó de pronto y poniéndose de pie dio órdenes certeras para ir en su búsqueda y al amanecer partió con un selecto grupo, algunos alabaron a la providencia ya que pensaban que así se olvidaría de casarse con una mujer común y corriente pero se equivocaron puesto que al saberse único rey esto no hizo mas que acrecentar su deseo y al regresar a Bactria llamó a Hephaistión.

Éste penetró en el salón reservado a Alexander y lo encontró meditativo, su alma parecía haberse sobrecogido al ver el cuerpo del Darío, al verlo se adelantó hacia él y lo abrazó con fuerza.

-Me casaré en un par de horas – le dijo sin soltarlo.

Hephaistión se tambaleó y apretando los labios asintió en silencio.

-Necesito que me apoyes, tú más que nadie.- le rogó Alexander.

-Siempre te he apoyado y esta no será la excepción…-musitó su amigo.

El Rey sonrió y de improviso Roxana entró a la tienda, se veía radiante y ya parecía sentirse reina de toda Persia, al verla Hephaistión se inclinó ante su amante y salió dejándole bien claro que no la reverenciaría. En la reunión Alexander debió usar toda su influencia para convencer a sus generales y éstos de mala gana asistieron a la ceremonia, durante todo el transcurso Hephaistión se mantuvo mudo y fue el primero en retirarse, al verlo Roxana se levantó también pretextando sentirse cansada y se encontraron en los pasillos frente a frente.

-Soy tu Reina, me debes respeto – exclamó mirándolo.

-El respeto es sólo del Rey y ni siquiera él pide tanto – replicó él e iba a pasar de largo cuando ella lo detuvo.

- Tu Rey, ahora es mío, las cosas cambian – musitó en claro desafío.

Hephaistión sonrió y mirándola a los ojos acentuó:

- No estés tan segura, hay cosas que no cambian nunca. – y sin más rodeos se alejó de ella, dejándola llena de furia.

Alexander lo esperaba en un pequeño bosque dónde ambos solían contemplar a los animales salvajes que habitaban allí, en la Ciudad todos preparaban el matrimonio de ese joven monarca que los conquistaba haciéndoles sentir ni inferiores ni superiores, sino que simplemente, iguales. El viento mecía los cabellos rubios de Alexander y parecía más pálido de lo habitual, las hojas de los árboles eran arrastradas por la brisa y caían sobre él semejantes a una llovizna. Sentado entre la hierba recordó los gloriosos días que pasó junto al hermano de su madre en Epiro junto a Hephaistión después del destierro de Macedonia.

- ¿Arrepentido? – susurró Hephaistión sentándose tranquilamente a su lado. Alejandro sonrió y estrechándolo en sus brazos apoyó la cabeza en el hombro de su amante, éste sonrió y le pasó un brazo en torno a la cintura, se hallaba tranquilo, era Quiliarca y Alejandro le había dado muestras de que era único en su corazón.- Alejandro…- lo llamó con ternura y de pronto al sentir como su túnica se humedecía comprendió que éste lloraba.

- Quédate Hephaistión aunque queramos que las cosas no cambien éstas cambian de todas formas.- musitó e incorporándose se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, Hephaistión estaba asombrado nunca antes lo había visto tan vulnerable.- La soledad se acrecienta cada vez más y cada kilómetro que avanzo me va dejando solo, y tú – El Rey se irguió y mirándolo a los ojos agregó:- Solo tú estás conmigo, solo tú me sigues por amor.

El inconmovible rostro del general palideció, estas palabras eran el mejor regalo para él, durante años habiase conformado con ser el amigo ejemplar y su corazón se contentaba con saber que Alejandro lo toleraba y apreciaba pero la revelación del día anterior y ésta eran mucho más que cualquier cosa que hubiera esperado; mirándolo con los ojos llenos de lágrimas lo abrazó y así permanecieron, era el último instante de Alexander como soltero y debía hacer el sacrificio mas grande para concebir un heredero con la llama andante que era Roxana. Ambos sabían que muchas cosas cambiarían pero estando juntos como Aquiles y Patroclo sortearían todos los obstáculos.