La tensión era palpable en el salón, los generales esperaban que Alexander apareciera y la farsa se terminara de una vez; Eran los más viejos los que se oponían más a ese enlace ya que todos alguna vez soñaron con su rey desposado con una macedonia y ahora miraban los ojos negros de la mujer y se sentían inquietos, les recordaba demasiado a la reina madre. Los amigos de Alexander eran mas dóciles y no les interesaba con quién se casara su amigo si estaba enamorado, Ptolomeo y Cráteros eran los mas relajados, Parmenión y Cassander no ocultaban su descontento y miraban a Roxana con desprecio el uno y un odio sordo el otro.

Sigilosamente Hephaistión entró por la izquierda y se situó al lado de Ptolomeo, no se dijeron ni una palabra y Alexander procedió a aparecerse por lo que la boda se dio inicio con gran regocijo de los persas. El rey seguía con atención cada palabra y miraba alternativamente los rostros de sus generales advirtiéndoles que no aceptaría una opinión contraria ni caras largas, bajo su complicado traje de novia Roxana mantenía fijos los ojos en Hephaistión y no le había pasado inadvertida la entrada de éste segundos antes de la de su esposo.

" Lo mataré, juro que lo mataré...no puedo vivir sabiendo que él está en su corazón" pensaba llena de cólera sin siquiera sentir su triunfo, ni darse cuenta que la ceremonia había terminado y los macedonios bebían apartados de los persas y se apresuraban a felicitar al rey.

- Ya estas casado, como querías - Péukestas abrazó a su amigo y se tambaleó un poco antes de retirarse ayudado por Bagoas, que evitó mirar a Alexander.

- Un médico no sirve para beber en exceso y menos si no has diluido el vino - rió Alexander viendo como se retiraban.

Cleitos eructó mientras comía acompañado por un paje que no se separaba de él, eran amantes y se hablaban al oído sin prestar atención a nada más. Algo se agitó dentro del corazón del hijo de Zeus al verlos y la tristeza atenazó su garganta, Roxana estaba junto a él y sentía su mano apretando la suya con fuerza ¿había obrado bien al casarse? La breve conversación con Hephaistión no había servido para despejar sus dudas, se removió y volvió a sonreír mientras recibía el abrazo de Parmenión.

- Perdona los desvaríos de un viejo, que seas feliz.

Alexander lo estrechó sin responderle, sus ojos estaban fijos en los del hijo de Antípater y se mordió los labios sintiendo aún su garganta bajo sus manos...lo habría ahorcado, por insolente y por oponerse así a él después de lo que había pasado entre ambos.

La herida volvía a sangrar y sin darse cuenta, soltó la mano de Roxana, su vista pasó sobre los bailarines, sobre las risas y se perdió en sus recuerdos.

i"Alexander miraba los torreones de Babilonia, de pie en el balcón soñando con los siete anillos y aún sin creer que aquella ciudad emblemática fuera suya, abajo las gentes seguían con su actividad incansable y si, de día era maravillosa, en la noche esto se acrecentaba. Las odaliscas se mezclaban con los mercaderes, los apostadores y las cortesanas se paseaban con sus séquitos y viéndolos comprendía que sus hombres hubieran caído bajo su suave embrujo y perdieran grandes sumas de dinero fascinados con todo aquello que era tan nuevo para todos.

Los niños correteaban morenos y risueños recibiendo empellones, estaban felices de poder salir y las gentes en sí parecían alegres de que Alexander estuviese allí...pero eran las risas las que le hacían sentirse pleno y le daban ánimos para continuar y pensar en extender su dominio. Al verlos así ante sus ojos valía la pena las muertes, los motines y la sangre derramada durante sus campañas antes de llegar ahí.

Sus cabellos rubios se mecían con la brisa nocturna, su túnica blanca estaba bordada cuidadosamente a los pies de la cama en una costumbre que no tenía nada de macedonia, pero si era acorde al rey de Babilonia, le gustaba así y no contrariaría a Bagoas que, de cultura persa sabía mucho mas que él, no sentía sueño y añoraba a Hephaistión, maldijo el haber tenido que enviarlo a una misión, con él despierto a su lado podía dormir y era el poseedor de todos sus secretos.

Se removió y cerró los ojos por instinto, cada vez le costaba más dormir y hace semanas que no conciliaba el sueño, tenía miedo de las noches, de aquella ciudad hechizante y de su daimon que invariablemente entraba a su cuarto, se paseaba por éste y se apoderaba completamente de su cuerpo, ya no lograba mantenerlo a raya y ni siquiera Hephaistión podía, la ambición y la locura, la claridad y lo monstruoso se unían...las diez mil almas y dentro de sí sólo quedaba el terror, el mismo que comenzaba a imponer a todos sigilosamente y con lentitud.

Era allí cuando el hijo de Zeus actuaba.

La imagen del hijo de Amyntor estaba en su cabeza, cuando sintió pasos amortiguados por el espesor de la alfombra, extrañado se giró, consciente de que no podía ser Bagoas ya que le había ordenado que le dejase solo con sus pensamientos.

Sus ojos grises se abrieron y antes de saber que hacia, alargo el brazo para cubrirse con su capa.

Ante su gesto Cassander esbozó una sonrisa de fina ironía, el rostro de Alexander era una mascara que le observaba.

-¿ Te cubres ante mí? - sonrió el hijo de Antípater acercándose a él.

Alexander siguió guardando silencio y parecía totalmente concentrado en anudarse la capa en torno a su cintura, en su torso se destacaban las cicatrices de las batallas anteriores pero eso le daba un aire mas excitante, al igual que los cabellos que se arrastraban en finas ondas por sus hombros. No quería seguir mirándolo así pero tampoco quería evitarlo.

De pronto alzó la mirada y Cassander se sobresaltó sintiendo que éste podía leer sus pensamientos.

- Deseo estar sólo - susurró Alexander observándolo casi con molestia, su presencia le turbaba y mas desde que había consentido en esos encuentros furtivos llenos de pasión arrolladora tan distintos a sus encuentros con Hephaistión, suspiró pensando una vez más que había perdido la cabeza, que se había perdido a si mismo gracias a su daimon.

Ahora fue Cassander el que guardó silencio y se limitó a encogerse de hombros y, pasando por el lado del rey echó una ojeada a la ciudad con ese aire de infinito desprecio que asumía con la mayoría de las cosas y que tanto molestaba a Alexander, por ser inconsecuente con lo que él pregonaba.

Unos chiquillos jugueteaban lanzándose agua, unas jóvenes alzaron la cabeza y sonrieron pero el rostro de Cassander seguía helado.

Alexander se acercó y observó en silencio respondiendo el gesto de las mujeres.

- Son buenas personas, dales una oportunidad - exclamó.

- Siguen siendo persas - replicó éste.

- Lo dices por que no te has tomado el tiempo para conocerles, deja los prejuicios que nos enseñaron un lado y acepta otras culturas...el soldado debe ser valioso por su virtud y éstas gentes lo son sin ser necesariamente soldados.

Cassander lanzó un suspiro y mirándolo de frente alzó la voz molesto:

- No me interesan, sabes bien por qué estoy aquí...lo sabes mejor que nadie.

Al no obtener respuesta alzó la mano y tras acariciar el rostro de Alexander le tomó con firmeza por el mentón y se midieron en silencio.

- Todos los demás lo entienden - siseó Alexander apartándose - Hephaistión mejor que nadie.

Con el ceño fruncido, el hetairoi lo escucho sintiéndose más y más molesto.

- Deja tus patrañas filosófica para otra ocasión - masculló.

Alexander bajó la mirada y retrocedió un par de pasos con aire ausente, al verlo el autocontrol del hijo de Antípater se fue al suelo y acercándose con violencia exclamó:

- No me hagas esto...maldita sea! - gritó y acercando sus labios a los suyos lo besó con furia, Alexander respondió con igual intensidad pero tras unos segundos se apartó empujándolo lejos de sí y se apoyó jadeante en el balcón.

La capa estaba junto a sus pies, no le molestaba exhibir su cuerpo y estaba acostumbrado pero ahora se sentía inquieto.

Era rey, amo y señor...poseía la belleza de Apolo, era la descendencia de un dios y las mujeres del harén de Darius lo desnudaban con los ojos perdiendo ante él ese respeto ancestral hacia el rey de reyes; Era un muchacho demasiado joven, demasiado ambicioso y arrogante para respetarlo como si fuera una estatua de mármol.

Alexander lo sabía, conocía hasta dónde podía llegar, sabía como hacer despertar los sentimientos que le convenían, era un manipulador y el daimon ya era uno consigo mismo, sus generales lo seguirían hasta el infierno, los persas y la gente que conquistaba caían bajo sus pies maravilladas por su carisma y su arrojo. Había sido haciendo gala de todo eso como había conseguido a Cassander, pero eso se había vuelto en su contra al sentirse obsesionado con éste y las cosas comenzaban a salirse de control.

- Nos destruiremos si continuamos así - Dijo mirándolo a los ojos.

- A mi no me importa, creí que a ti tampoco - la respuesta de éste era una velada acusación que Alexander no iba a soportar.

Sus ojos grises brillaron y sonriendo con lujuria lo tomó de las caderas con fuerza y empujándolo al lecho que una vez fue de Darius se colocó a horcajadas sobre él y sacándole la alba túnica casi a jirones susurró:

- Un día te cansarás de jugar con fuego.

Cassander no respondió y tomándolo por los hombros lo tiró hacia sí para besarlo, sus labios se entreabrieron y jadeó sintiendo los dedos de Alexander sobre sus tetillas que se irguieron a su contacto, se pasaba el día pensando en él y añorando que llegara la noche para tenerlo y hacerlo suyo, era una obsesión en su cabeza o un vicio que no quería apartar, además odiaba a Hephaistión y a ese eunuco de Darius y lentamente les iría quitando lo que mas amaban y eso era Alexander.

Nada de allí le recordaba a Pela, no extrañaba a su padre ni a sus hermanos y sólo deseaba al que ahora besaba su abdomen deseando que eso no terminara jamás.

Por su parte Alexander gozaba teniéndolo, era para él su antítesis y sus comentarios mordaces le provocaban el hacerlo callar a besos, siempre discutían y para los demás su odio era sordo y su rivalidad no cesaría jamás. Pensaba en eso mientras lamía su vientre bajo y acariciaba su centro de placer excitándolo, sus uñas rozaban su miembro y se divertía haciéndolo esperar.

- Quizás llegue el día en que ames a Homero...- jadeó riéndose y observándolo con turbadora insistencia.

- Sigue intentándolo, tal vez un día lo ame - replicó Cassander en el mismo tono.

Ambos rieron y Alexander se inclinó para besar su miembro y recorrerlo lánguidamente oyendo sus jadeos y sintiéndolo retorcerse bajo él, le gustaba tener el control y así su daimon se sentía en paz, sólo así.

Tras lamerlo con cuidado lo introdujo en su boca y lo mordisqueó pensando en qué haría Cassander si decidía a dejarle su marca, moviendo la cabeza succionó lentamente sintiendo su rigidez y sin más pensamientos ni palabras imprimió su propio ritmo.

Cassander estaba en la gloria, sus dedos acariciaban los cabellos de Alexander mientras sus músculos se contraían y su corazón se aceleraba, de imaginarlo así su excitación subía como si estuviera en el desierto a 40º. Su cuerpo, su desnudez y hasta su reticencia ante sus encuentros le parecían excitantes, tenía al rey al que todos amaban u odiaban y conocía a su daimon más que Hephaistión y sabía cual era la única forma en apaciguarlo o encenderlo más.

De pronto un gruñido escapó de sus labios y dejó de pensar para dedicarse a sentir, Alexander se incorporó y tras lamerse los labios lo besó apasionadamente. No hacían falta más palabras y abrazándolo el hijo de Antípater iba a hablar cuando las palabras se quedaron trabadas en su garganta.

Alexander alzó una ceja y rió.

- Por el camino al infierno...es raro que tú no hables.

Un ligero ruido se oyó junto a la cama, ladeando la cabeza observó y la sonrisa desapareció de su rostro.

Hephaistión los miraba, tenía los brazos cruzados y una expresión indefinible en el rostro.

Alexander quiso hablar y se adelanto hacia él pero lo apartó y mirando a Cassander exclamó:

- Alexander ¿es para estar con esta ramera que me envías lejos?. Primero ese muchacho de Darius y ahora...el hijo de Antípater.

Cassander se incorporó furioso.

- Pues si lo sabias eres más imbécil de lo que pensé.

- ¿Preocuparme? ¿Por ti? - Hephaistión rió y sentándose en el lecho agregó:- No me siento amenazado por ti y vete, ésta es mi cama por si no lo sabias.

Anonadado el hijo de Antípater miró a Alexander, éste asintió y le dio la espalda.

- Hephaistión iba a terminarlo hoy...- musitó.

Sorprendido y atónito salió de la habitación."/i

- Pensaba...sólo pensaba que nadie tiene más poder que tú.

El hijo de Amyntor suspiró y abrazándolo replicó:

- Lo supe desde que te decidiste a hablarme, vamos... ya estás casado y pronto tendrás a tu heredero.

Ambos salieron sin ver que dos personas no les quitaban los ojos de encima y pensaban lo mismo: alguien tiene que morir.

Ambos se alejaron pero Alexander distinguió la silueta del hijo de Antípater y sintió inquietud, desde ese instante en Babilonia no habían vuelto a cruzar palabra y se preguntó una vez más sobre el porqué de su acercamiento a él...Sabía que pese a todo su escepticismo y aires de grandeza tenía futuro como general pero más importante que eso era el hecho de que tenía su propio maimón y ambos, el suyo y el propio se atraían como imanes, a uno lo empujaba el ansia de conquistas y retos, al otro lo movía el odio.

Desde Mieza el orgulloso Cassander no le perdonaba al rey el haber hecho del advenedizo hijo del representante de Atenas en Pella su confidente, amigo y más tarde amante. Porque en los más íntimos sueños de éste: él era Patroclus, él conocía a Alexander desde antes que Hephaistión apareciera, dado el importante cargo de su padre como consejero de Phillipo, lo veía a menudo en el Palacio siempre solo o rodeado de escoltas mayores que él y siempre se guardó para sí el deseo de ser el favorito pero todo eso quedó sepultado al aparecer el que se convertiría en su piedra de tope capturando la atención de todos por su gracia, belleza e integridad.

Lo mismo sucedía con Phillotas, que al ser hijo del inigualable Parmenión, también conocía a Alexander desde que era un chicuelo de andar tambaleante y veía con recelo como iba cediendo a la filosofía de Hephaistión y más tarde, a la de Aristóteles.

Ambos al tener un fin en común pero distintos motivos se habían convertido en aliados y desde adolescentes conspiraban para hacer desaparecer de la faz de la tierra al mejor amigo de Alexander sin éxito por que no contaban con el apoyo de Ptolomeo y nunca se atrevieron a pedírselo, al estar éste emparentado al rey, tampoco Cráteros les seguía porque estimaba mucho a Alexander como para provocarle un dolor tan grande aunque tenía razones para odiar a la grulla emperifollada como solía llamarle.

El rencor del hijo mayor de Parmenión estallaba cada vez mas a menudo, el vino era en parte el mayor causante y sus pares lo toleraban nada mas porque era un excelente general, había demostrado su valía en Gaugamela a pesar de combatir ebrio, pero sus frecuentes excesos y amor al lujo estaban granjeándole la antipatía del resto de los hetairoi. Mientras más bebía Phillotas mas enmudecía Cassander y su alianza se iba desvaneciendo por un secreto que no tardaría en salir a la luz.

El hijo de Antípater había sucumbido ante las diez mil almas de Alexander mintiéndose a sí mismo y diciéndole a Phillotas cada vez con menos convicción que nada había entre el hijo de Zeus y él y que, los constantes llamados del rey a Cassander eran para reprenderle; Ante el escepticismo de su compañero, su aliado volvía a jurar que la caída de Hephaistión estaba cada vez mas cerca pero a éste no le pasaban desapercibidas las miradas de Cassander al hijo de Phillipo y no le creía nada.

"Tú también estás cambiando" pensaba cada vez que se veían y esto confirmaba sus temores provocándole alarma.

Primero había sido Ptolomeo, el hermano o hijo del lago como acostumbraban llamarle...en un principio era el consejero y los mareaba a todos hablando durante horas del libro que planeaba escribir acerca de sus hazañas durante las campañas. En las reuniones llevaba la voz principal y su tacto y sabiduría eran innegables, sin embargo ahora se limitaba a oír o asentir cada palabra que su hermano pronunciaba, escribía en silencio sin comunicarle a nadie sus progresos excepto a Alexander.

Cráteros era el ejecutor de las empresas donde se necesitaba sangre fría y rudeza junto a una enorme cuota de lealtad, para Phillotas era el hacedor del trabajo sucio y su rivalidad con Hephaistión crecía día a día por ver quien era el más importante para Alexander, por la filosofía de éste o la falta de cojones en los combates como le decía Cráteros que nunca había tenido pelos en la lengua y si éste representaba al pueblo, el brazo derecho de Alexander representaba a la nobleza.

Cleitos, el viejo amante de Phillipo, detestaba a los persas y le reprochaba al rey su mano blanda para tratarlos y el hecho de considerarlos iguales a ellos, sin embargo sus bravatas eran pasajeras y él también tenía un vínculo importante: su hermana Lanice había sido nodriza de Alexander.

Leonato,Pérdicas,Seleuco,Antígono, Péukestas y todos los demás eran títeres que siempre irían detrás sin osar a contradecirle, para ellos su amigo de la infancia era Aquiles y lo seguirían hasta el infierno.

Todos habían sido atraídos como mariposas a un candil, todos tenían vínculos con Alexander y éste sabia como hacerlos sentir importantes y parte de todo, ya fuese mediante regalos o muestras especiales de atención y afecto acababan invariablemente con los sesos sorbidos y cambiaban sin siquiera percatarse de que ya no eran ni la sombra de lo habían sido antes; A los ojos de Phillotas todos eran unas réplicas de su enemigo y ni siquiera sabía porqué lo odiaba tanto ya...Comentaba a quién quisiera oírle que las glorias de Alexander no serían nada sin la ayuda de su padre y suyas, pero éste no parecía darse cuenta y se las atribuía, ellos no ganaban nada sirviéndole ni su recompensa era suficiente ni su valía como hetairoi.

Cada vez que se cruzaba con Hephaistión se preguntaba cómo le afectaría la cercanía de Alexander, para ninguno era un secreto que hacia tiempo que habían dejado de ser sólo amigos, en Mieza apostaban a escondidas sobre el instante en que habían dejado de serlo; tal vez en sus excursiones a los bosques o en sus zambullidas matutinas en el río, pero nadie lo sabía a ciencia cierta y él vínculo que ostentaban era muy grande, demasiado sagrado como para atreverse a seguirles o espiarles y dentro de cada uno bullía la esperanza de tener algo así un día.

Hephaistión era más alto, mas bello e infinitamente mas pagado de sí mismo, su padre le había enseñado a conocer a las personas a primera vista y su instinto nunca fallaba y conocía perfectamente cuales eran las intenciones de todos por lo que ningún gesto o reunión fortuita le sorprendían.

Se sabía amado por Alexander, aún por muchos deslices que su amante tuviera y adivinó el momento en que comenzó la relación con Cassander, una tarde se cruzó con él en el campamento y Peritas, al que llevaba a caminar, no le ladró como acostumbraba y en un gesto de altanería Cassander se agachó a acariciarlo y lo leyó en sus ojos.

El origen del rencor de Phillotas era de su constancia y sólo pudo reír ante la revelación de su "Aliado", conocía a Alexander y sabía que se saldría con la suya y esa unión entre los dos hetairoi y sus constantes conspiraciones ya no serían algo de lo que tuviese que preocuparse, ambos jóvenes eran poderosos más por ser hijos de importantes macedonios que por orgullo personal y juntos era difícil acusarles de algo pero, separados podría hacerlos pedazos.

También estaba Bagoas, no se sentía amenazado por muy exótico que el muchacho fuese, si su amigo consentía en tenerlo era por ser la representación de la caída de Darius III, era muy niño y Alexander haría o diría lo que éste deseara oír.

Desde el momento en que esos ojos grises se cruzaron con los suyos, Hephaistión sintió que su existencia tenía una meta y el destino trazado. Cuando ambos eran unos adolescentes se enfurecía cada vez que alguien miraba más de lo debido a su amigo y lo celaba como un tonto hasta que se percató de lo afortunado que era y de que si él quería dejarlo lo haría de todas formas. Pero Alexander siempre regresaba a él, nunca se iba del todo siendo parte de su naturaleza saber y meter la nariz en todas las cosas, se cansaba pronto al no encontrar a nadie que satisficiera sus exigencias.

Así había sido con Kampaspe, Thais y hasta con Olympias...Lo mismo sucedería con Bagoas y Cassander.

Su auto confianza y su mismo orgullo estaban a la altura del Olimpo: él era un engranaje, era una pieza tal que, si un día faltaba, todo el ser del hijo de Zeus se desmoronaría. Se mantenía tranquilo exteriormente pero ahora su amante acababa de casarse lo que no dejaba de desconcertarle y casi se sentía tan triste como seguramente lo estarían Bagoas y Cassander, si es que amaban a Alexander tanto como él.

- Estás callado tú ahora - observó Alexander deteniéndose entre las tiendas.

Hephaistión aspiró profundamente y sólo acarició su mano, amarle como lo hacía exigía grandes sacrificios y ya no podía pedirle que no fuera a ver a su esposa.

- No debería estar aquí...puede ser una falta de respeto a Oxiartes que estés aquí conmigo en lugar de ver a su hija, ella debe estar aguardándote - Sin decirle más lo abrazó y apretó en su mano el objeto que pensaba regalarle sin atreverse a hacerlo.

Alexander reprimió sus lágrimas y se quedó de pie viendo como se alejaba, flaqueaba y su valor le daba el ejemplo para seguir adelante aunque esto no era una guerra ni una campaña importante para nada que no fuera su deseo egoísta.

"Tus hijos serán mis sobrinos".

Esas palabras las había pronunciado en una de sus caminatas al bosque que bordeaba la academia de Mieza y ahora estaba a punto de acostarse con una mujer que ya no deseaba tanto y que ni siquiera tenia hermanas, apretó los puños y pasándose las manos por el rostro se dirigió a la tienda.

Al llegar vio que Roxana aún no llegaba y se limitó a observar el decorado, su madre no tardaría en enterarse y pronto tendría que leer sus palabras en sus acostumbradas cartas lo cual era mucho mejor que si se las lanzara al rostro, en su mente estaban patentes los ojos azules de Hephaistión y aún pensaba en él cuando sintió un ruido a sus espaldas.

Lo primero que pensó fue que Hephaistión le pediría que no lo hiciera e iba a formular una pregunta cuando su amigo lo silenció con un gesto. Todo su ser temblaba y tenía que hacer un gran esfuerzo para dominarse.

- Iba a dártelo antes pero no me pareció apropiado...- comenzó Hephaistión mostrándole un anillo y mirándolo a los ojos con evidente dolor prosiguió: - Quién me lo vendió me dijo que es de la época en que los hombres veneraban al sol y a las estrellas.

Alexander bajó la mirada y Hephaistión le tomó la mano derecha y lo colocó en su dedo en un gesto que lo sacudió de los pies a la cabeza. Pero no sólo a él, Roxana acababa de entrar en compañía de su séquito y se quedó paralizada al verles, iba a gritarles pero se contuvo: quería ver hasta dónde llegaría el descaro de Hephaistión.

"Pídeme que no lo haga...detenme " rogaba Alexander para sí, pero no podía sobrecargarlo con algo que él había decidido y tampoco estaba en él arrepentirse: necesitaba un heredero y lo tendría aunque tuviese que caminar hasta el infierno.

- Eres un buen hombre...un buen amigo...el mejor - balbuceó sabiendo que sonaba patético.

Hephaistión lo abrazó, ya no podía seguir fingiendo que nada le importaba y que siempre era el fuerte y el comprensivo: de todas las pruebas estaba ante la más dura.

- Deseo...deseo que tengas a tu hijo - musitó abrazándolo.

Alexander cerró los ojos y lo estrechó en sus brazos, habían sido unos ilusos al querer tomar el mundo con una sola mano olvidando lo obvio y jurándose que nada ni nadie los separaría ya que al avanzar y conquistar también asumían nuevas obligaciones y ese mismo peso del mundo recaía sobre sus hombros. Con dificultad se separó de él y acarició su rostro mientras acercaba sus labios a los suyos.

- Esto no es el fin, no temas Hephaistión, es sólo el comienzo - susurró deseando besarlo.

Roxana no toleró más y caminó resuelta hasta ambos, con todo lo que había oído y visto tenía mas que suficiente como para ver a su rey besar al maldito ese, ambos se voltearon desconcertados y Hephaistión salió.

Al verlo salir Cassander sintió una secreta satisfacción, su humillación en Babilonia estaba vengada y saliendo de entre las tiendas de las hetairas se apresuró a detenerlo lo que le resultó sencillo dado el estado de embriaguez de Hephaistión.

- ¿Qué quieres? - El amante de Alexander se volteó y lo contempló furioso de que lo viese destrozado.

- Vaya te ves realmente mal...He estado leyendo a Homero ¿Se te olvidó que Aquiles entregó su corazón a Briseida? Ella podía darle algo que Patroclo jamás podría: un heredero y he aquí que la leyenda se repite - Cassander sonrió y tomándolo con fuerza de un hombro agregó: - Ahora creo.

Hephaistión trató de soltarse y se tambaleó, a lo lejos se oyeron risas y Phillotas observaba todo mientras bebía abrazado una mujer persa.

- No sabes nada, tú no lo conoces como yo y eres sólo una ramera que atrae a su daimon pero Alexander no es un monstruo como lo eres tú así que déjame en paz. - masculló el hijo de Amyntor empujándolo lejos.

Cassander se revolvió como un tigre y arrojándolo al suelo exclamó:

- Jamás vuelvas a llamarme ramera o te mataré aquí mismo y todo el mundo pensará que te suicidaste al perder a Alexander.

Hephaistión se rió en su cara una vez más y esto lo cegó, girándose le hizo un gesto a Phillotas el que dejando a un lado a la mujer se acercó a ambos. El resto estaban lejos o demasiado borrachos como para darse cuenta o intervenir.

- ¿Qué quieres? ¿Que vas a hacer? - exclamó sintiendo algo de temor.

- Ayúdame a llevarlo lejos de aquí...- susurró Cassander tomando a Hephaistión por debajo de los hombros - Nunca más volverá a reírse de mí ni a burlarse de ti.

- Están ebrios ambos lárguense de aquí o se van a arrepentir - les amenazó éste.

Phillotas dudó pero ayudando a Cassander lo sostuvo con fuerza sin imaginarse lo que éste haría.

- Cállate, si estás tan seguro de ti mismo o de Alexander entonces acércate a su tienda y oye como folla con la persa seguro será música para tus oídos.

El hijo mayor de Parmenión soltó una carcajada al ver palidecer a su rival y miró asombrado a Cassander pensando en que si se proponía mantenerle allí a la fuerza eso también le afectaría a él ¿tanto lo odiaba?.

-¿Estás seguro de que...? - balbuceó pero éste lo hizo callar con un grito y todos se dirigieron hacia allá ocultándose entre los arbustos.

- No puedes gritar ni llamar a tu guardia ¿qué harás eh, Patroclo? - jadeó Cassander en su oído.