Alcanzando el cielo
Ecbatana, la ciudad de las colinas y las flores, de todos los miembros del ejército no existía ninguno que no admirara esa ciudad y se sintiera secretamente agradecido por hallarse en terreno conocido y no en esos inhóspitos parajes de la India, tras la muerte de Cleitos en Maracanda el temperamento de Alexander variaba como si éste nadara entre varias aguas que amenazaban ahogarlo y se pasaba entre sus obsesiones y el control absoluto de todos los territorios.
Hephaistión cabalgaba detrás de él, desde la ejecución de Phillotas que se hablaban únicamente lo necesario y él evitaba cruzarse con Cassander que estaba alegre por estar junto a Yolas, su hermano menor. El hijo de Amyntor oía con tristeza los rumores sobre el estado de Roxanna y apenas prestaba atención a Dripetis, su esposa.
Para Alexander el poder regresar a Babilonia era un triunfo, la herida en su pulmón jamás le dejaba en paz y su ambición se extendía hacia Arabia, los motines, la sangre, las lluvias estaban agotándolo y su demonio no se saciaba ni con el pavor que inspiraba, el descontento había crecido hasta límites inimaginables en los dominios de Poros y necesitaba alegrar a sus pobres hombres. La época del verano era propicia y el aroma de las flores facilitaba el trato, volteándose miró a su Quiliarca, conocía cada herida de su cuerpo y ver la tristeza y gravedad acentuadas en sus ojos le dolía, montado en su alazán con los cabellos largos y aspecto descuidado se veía imponente, no merecía eso ya que no había un general mas atractivo en todo el ejército, exceptuando a Cassander que reía junto a Yolas comentando la belleza de las mujeres persas a las que consideraba escoria.
Sus ojos se encontraron y Hephaistión se mantuvo inconmovible, los ojos de Alexander se llenaron de lágrimas y los eunucos y sus cercanos comentaron que el Rey lloraba de alegría por hallarse en la bella Ecbatana, prorrumpiendo en vítores y lanzándoles pétalos de flores a modo de bienvenida.
Pérdicas fue el encargado de ordenar las tropas, los generales de mayor rango tomaron prácticamente por asalto el palacio y se zambulleron en los baños como niños con juguete nuevo, ante esto Alexander se alzó de hombros y observó a su amigo de la infancia recordando el por qué de ese distanciamiento tan doloroso.
La tienda apenas se sujetaba, las cuatro estacas de los costados se bamboleaban a raíz del viento y los mapas y pergaminos del rey amenazaban con volarse junto a las cartas de Olympias. Hephaistion aguardaba con tensa calma mientras afuera las tropas se mantenían inmóviles esperando la respuesta a sus plegarias.
Alexander lo miró, releía una carta de Aristóteles reprochándole su trato con Calístenes, hasta su maestro tan querido no entendía su proceder ¿era el vino? ¿Eran sus demonios o se trataba sólo de Cassander?. Había tratado de mantener su palabra pero el vino era demasiado fuerte y siempre quería más.
- Alexander lo que hacemos está mal, la gente tiene derecho a ser libre y los hombres también lo tienen al querer regresar ¿Existirá un día ejército que siga a un hombre como nosotros te hemos seguido a ti? Podrías llevarnos hasta las puertas del infierno y lanzarnos al fuego del Hades si quisieras.
El fuego iluminaba el semblante de Hephaistión, afuera, la lluvia y las víboras acababan con hombres y bestias, y no dejaba de llover, Alexander miraba danzar las llamas, indiferente a lo que ocurría en su entorno. Molesto con sus tropas, maldiciendo y buscando la forma de cruzar el río sin importar el costo.
- Entonces…tú también estás de acuerdo con la insurrección ¿Acaso justificas el dominio persa contra Grecia? Poco falta para que me llames tirano y me entregues – Alzando sus ojos grises tomó a Hephaistión por la barbilla y besándolo con furia susurró: -Entrégame entonces y proclámate como líder de esto quiero ver si tienes la sangre fría para hacer todo lo que he hecho, tú que odias la guerra…Quiero ver si eres capaz de hacer que cesen en su amotinamiento y crucen el condenado río.
Soltándolo volvió a su lugar y exclamó con acento desgarrado:
-Primero Phillotas, luego Cleitos y ahora tú, esos son mis amigos…Lo hubiera esperado de cualquiera ¡De cualquiera! Menos de ti ¿No oyes a mi corazón sangrar?- tosió y se llevó la mano al pecho, asustado y consternado su amigo se acercó y al borde de las lágrimas jadeó:
- Déjame ayudarte, me acusas de odiarte y sabes que te he amado siempre…pero no me pidas que me quede sentado tranquilo viendo como tu demonio te come vivo Alexander…Alexander óyete hablar y mira lo que haces, te estás traicionando a ti mismo. Tus hombres te odian por no querer atender razones míralos – Extendió el brazo señalándoselos.
Alexander dejó de respirar y observándolos los amedrentó con sus ojos, no se oyó ni una palabra y todos bajaron las cabezas, su amante, su amigo tenía razón pero ¿Cómo no le entendía? Él añoraba las conquistas y su homonoia.
- Te temen, nadie se atreve a decirte las cosas a la cara, mi obligación es hacerlo, y no lo hago sólo por mí, sino que por todos…- Su voz se quebró pero se mantuvo firme.
Su mirada gris pasó junto a todos y riendo exclamó:
- Estoy rodeado de cobardes ¡Hablen!...Me has desautorizado frente a mis hombres Hephaistion, vete.¡VETE!- empujándolo lo echó a gritos frente a todo el campamento, los soldados bajaron la cabeza, si Hephaistión no lograba hacerlo entrar en razón, nadie podría y las miradas furiosas se dirigían al joven Bagoas, para muchos él era el principal culpable del estado del Rey y en muchos corazones asesinarlo era la única opción.
- ¿No te bañarás? – gritó Ptolomeo haciéndole gestos.
Turbado por el recuerdo Alexander negó con la cabeza y se retiró a la habitación real, al final Hephaistión había tenido razón, mientras se desvestía solo, pensaba en la forma de poder acercarse y hablar con él, lo necesitaba y la lejanía que había comenzado antes de ese incidente en la India estaba enloqueciéndolo. De pronto sintió que alguien entraba y se volvió extrañado, Bagoas estaba ahora al servicio de Ptolomeo y sus ayudantes de cámara eran todos macedonios. Demostrando con eso que regresaba lentamente a sus orígenes sin querer repetirse una vez más la pregunta: "Hijo de Zeus o de Filipo?".
- ¿No te alegra regresar? Nos tuviste ahogándonos en la India en tu maldito afán por cruzar el condenado río, Háblame ahora si no te volviste cobarde, como según tú lo somos todos – Le reprochó Cassander avanzando hacia él.
- ¿Cómo entraste aquí? Dejé órdenes expresas con la guardia real. – Replicó ásperamente Alexander.
Cassander rió y lo abrazó por detrás besándole el cuello: - Me deseas tanto como yo a ti reconócelo y acabemos con esto - Para su asombro Alexander lo apartó, y contrariado exclamó: - ¿Ahora qué te pasa? Creí que los prejuicios habían quedado olvidados, si es por tu sombra…-.
- No te refieras nunca más a él así, déjame sólo, cuando dije que no quería ver a nadie era justamente eso. Desde mi niñez que siempre lo quise todo y al tomar la regencia de macedonia debiste vislumbrar que no me tendrías sólo para tí,
- Ese fue su problema... desde que era un niño lo quise todo, igual que tú, nos llevaste lejos, sacrificaste a la mitad de tu ejército en venganza, nos hiciste marchar por el desierto, nos mataste Alexander... ¿Qué querías que hiciera contigo? he llevado hasta donde tu me llevaste – se burló abiertamente Cassander.
Alexander sonrió y riendo a carcajadas replicó:
- ¿Yo te instigué para esto? pediste imposibles desde que éramos niños.¿Hacer conmigo? Cómo se nota que no me conoces, No como Hephaistión al que extraño tanto…– por sus ojos pasó un brillo tétrico y prosiguió: - Sí, mírame a los ojos y óyeme, a él lo deseo, en mis sueños y quiero poseerlo hasta la eternidad, mi sangre clama a gritos por su aroma y sus ojos son mi paz – Tomándolo del rostro con fuerza lo obligó a mirarlo: - Tú, tu has sido una copia, un mal reflejo de él y por estar acostándome contigo estoy así, desquiciado…no tengo tranquilidad y me hastias,Cassander.
Furioso el orgulloso macedonio que minutos antes se vanagloriaba ante su hermano de ser el amante de Alexander le lanzó una mirada asesina, pero el otro sin notarlo prosiguió, sin ver que Yolas entraba para traerle una copa de agua.
- Nunca serás como él, eres macedonio, los tres lo somos pero Hephaistión es único, en cambio rameras como tú encuentro con sólo chasquear los dedos, en la India, en Egipto, aquí en donde quiera las hay. Mira en lo que te has convertido, hijo de Antípater, mira en lo que te he convertido yo.
Por única respuesta su par se zafó con brusquedad y con los ojos inyectados en sangre masculló:
- De tu incapacidad para amar podría esperar lo que fuera, pero no esto…me la pagarás.
El golpe de Cassander se confundió con el sonido de la bandeja y las copas al caer, Alexander se tambaleó y se apoyó en la cama mientras la sangre goteaba por su nariz, pero sus reflejos seguían siendo perfectos y tomando del brazo a Cassander se lo torció obligándole a quedar en una posición de servidumbre frente a un busto de Hephaistión.
- MÍRALO... MÍRALO BIEN MALDITO IMBÉCIL...Jamás serás él... él es luz y tu... tú ni siquiera llegas a eso... siempre te has mantenido a sus espaldas y siempre estarás por debajo de sus sandalias...- masculló y empujándole al suelo lo miró con desprecio. -Esa será tu tortura, tener que mirarle hacia arriba siempre, en el lugar que no alcanzarías aunque nacieras de nuevo.
Cassander se debatió como un animal herido, el rostro del rey era furia y locura unidas por un hilo invisible y, en su dolorosa posición, recordó la primera vez que ambos estuvieron juntos, mucho antes de Babilonia y que ninguno de los dos juró comentarían a nadie nunca porque para ambos el haberse besado, acariciado e intimado de esa forma en que lo hicieron era una traición a sus almas por el hecho de tener tantas diferencias y posiciones opuestas en todo y más que nada por algo aterrador y que sólo ellos sabían que los unía.
El líder de la caballería de los hetairoi se soltó ágilmente del agarre de su rey y revolviéndose como una pantera le gritó, con el alma, sin importarle que Yolas estuviese ahí.
- Cuídate de mí, Alexander... quise ser tu amigo, fui tu amante y lo habría seguido siendo a pesar de tu mujer persa y de toda esa basura asiática de la que te rodeas... a pesar de tu maldito Hephaistión que trata de conciliar lo que tu descompones... para ti y para mí no hay más que una salida. – Tomándolo del cuello lo apretó odiándolo, mirando en esos ojos gris que tanto había deseado, pensando en todo lo que había hecho para estar cerca de él... en todas las estupideces que había cometido por estar con él, por salvarle la vida, por dirigir la punta de su caballería, le temblaron los labios y reprimió algunas lágrimas de furia. - Fui como un vil sustituto de tu quiliarca con el que no hablas ya, yo que también conozco a tu daimon, yo que tengo que soportar tus miserias y las sobras del afecto que te quedan – jadeó y mascullando las palabras añadió: - ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?¡.
- Hermano…- balbuceó Yolas asustado, al verlo Alexander palideció y Cassander lo soltó y salió raudo del lugar.
- Vete, no quiero ver a nadie…sólo retirate, Yolas – susurró Alexander dándole la espalda.
El joven Yolas lo miró atónito y aterrado, la escena había sido dolorosa y violenta pero lo que más le impresionó fue ver lágrimas en los ojos de su hermano y el empujón que le propinó como si no fuera nada para él.
Los generales habian terminado de retozar en los baños que una vez ocuparon Darius y toda su pompa real, Pérdicas les anunció que el banquete real iba a comenzar al anochecer para celebrar el regreso, nadie lo dijo pero muchos hubieran deseado que ese regreso se refiriera a Pella. Ninguno lo decía abiertamente pero era sabido del alejamiento entre Alexander y su Quiliarca y cómo eso estaba afectándoles a todos.
- ¿No le has visto? – Ptolomeo tomó del brazo a Hephaistión y pasándose la mano por la barbilla agregó: - Está destruyéndose, nunca aprecié a Cassander y todos sabemos que te ama, tú no le mientes ni lo adulas y por eso es así contigo de ti solo salen verdades – sonrió: - Yo daría todo lo que tengo por haber estado cercano así a Alexander, saber lo que piensa o cree pero finalmente tú estás en su corazón…Hephaistión si fuera tú iría a verle, los hombres no están contentos y sus acciones cada día son mas extrañas.
- ¿Crees que no me duele verle así? Tu sabes lo que siento por Alexander, todos…- vaciló – Ya no puedo ayudarle, él está lejos ahogándose en su maldita divinidad…si tan sólo nunca hubiera ido al oráculo de Siwah.
Ptolomeo reflexionó en silencio, desde esa vez que su medio hermano había cambiado, primero al creerse hijo de Zeus y segundo al obligarles a postrarse ante él, no era cierto que la culpa fuera toda de Bagoas, el chico sufría al estar lejos y aunque él lo había aconsejado, porque todos sabían que el oráculo era una gran farsa, Alexander llevó todo hasta un extremo y los bordes del abismo en que caminaba se caían a pedazos.
- Inténtalo por última vez, ustedes no pueden estar separados y no pueden arriesgar todo este imperio por un enojo, si él ya no tiene cordura, tú sí Hephaistión, cierto que no nos hemos llevado bien pero ahora todo peligra.
Hephaistión observó el amplio salón decorado para el banquete, los persas amaban a Alexander y le seguirían, eran los macedonios los que comenzaban a odiarle pero eso no quería decir que le amasen menos, asintió y Ptolomeo lo abrazó en un gesto poco propio de él y que dejaba ver lo desesperado que estaba por su hermano. Cassander les miraba con los ojos llenos de lágrimas, su rabia estaba concentrada en el hijo de Amyntor, era su obstáculo y lo que siempre le separaría de Alexander, mientras existiera jamás podría decir que era completamente suyo.
- Morirás, te mataré y sólo así podré dormir tranquilo – susurró viéndole acercarse al rey.
Alexander estaba sentado mirando el ensayo de los bailarines, su rostro se veía mas animado y tranquilo, al ver que Hephaistión se acercaba se turbó y llevándose la mano a la barbilla lo saludó.
- Alexander, todo saldrá bien…Ptolomeo vigilará a los bailarines, podría…¿podría hablarte? – Se inclinó y los cabellos cayeron hacia delante, con un ademán elegante los apartó observando los pliegues de su túnica.
"¿Desde cuando somos un par de extraños?" pensó el regente de los macedonios levantándose.
Ambos caminaron por los pasillos y salieron hasta el balcón principal, el sol se entraba y la brisa traía aromas de paz, allí nadie les molestaría.
- Tendré que organizar unos juegos para animarles a todos, el desierto casi nos aniquiló, un festival de otoño sería fabuloso…ya he mandado a llamar a los artistas a Grecia – comenzó Alexander mirando abiertamente a su amigo.
- Servirá…si te ven tranquilo y conforme con tu destino – respondió Hephaistión lentamente.
Su amante suspiró y llevándose la mano a la mejilla susurró con tristeza:
- No me perdonarás jamás…-.
Los ojos azules del Quiliarca miraron aquellos zafiros grises y dudó, estaba demasiado dolido por todo y ya no eran muchachos pero seguía amándole con todo su ser.
- ¿Recuerdas la tarde anterior a la batalla del gránico? Lloré en el campo de flores porque nada seria nunca más lo mismo y me consolaste, podía perder mi niñez allí pero tu amor seguiría siendo mío por siempre…-.
- No lo has perdido, Hephaistión – Le interrumpió Alexander con calor – Nada cambiará eso ni lo ha cambiado…yo – Sollozó y se apoyó en el barandal – He sido un imbécil, los sueños de mi padre no incluían todo esto y mis demonios hablan mas fuerte cada día.
- Ya no son los sueños de él, son los tuyos y lo has logrado, te has arriesgado por cada uno de los hombres y tus errores…Eres humano y no un dios, es eso lo que reprochan ¿En dónde quedó el hombre que daba la vida por ellos? Ellos quieren a Alexander de Pella no al hijo de Zeus dueño de Asia.
Alexander aspiró hondamente y tocando el anillo sonrió:
- Tienes razón, sangro como todos y sufro como todos…No podría ser mas humano. – Mirando de reojo a su amigo acarició un mechón de sus cabellos y atrayéndolo aspiró su aroma cerrando los ojos.
El gesto más que las palabras conmovieron a Hephaistión y acercándose acarició con timidez su rostro y abrazándolo sollozó:
- Mi Alexander…casi enloquecí cuando estábamos distanciados, mi mundo se rompió en pedazos ¿Qué sería de mí sin ti, Aquiles? Pero tú estabas ya con él y no me necesitabas.
Alexander lloró en silencio apoyado en su hombro y besándole murmuró:
- Él…ha sido una sombra de ti, para qué quiero sombras si te tengo, Patroclo júrame que nunca mas volveremos a distanciarnos…Júramelo.
- Lo juro, por los dioses…te extrañé tanto.
Ambos se quedaron allí abrazados sin poder contener las lágrimas por más tiempo, ninguno de ellos apareció en el banquete y al día siguiente se marcharon juntos a cabalgar por las colinas y no regresaron hasta el anochecer, sonrientes y brillando con una luz interior.
Cassander sostenía en sus brazos un frasco pequeño, le había costado una fortuna y miraba su contenido sonriendo, sólo unas gotas bastarían para que todo terminase. Yolas se acercó a él y se sentó a su lado, siempre había sido alguien lejano y altivo para él.
- ¿Llegaron ya? – susurró Cassander.
- Si…él ya se fue a dormir, ¿Qué harás, hermano? – musitó Yolas preocupado al ver su semblante.
Cassander rió y tomando uno de los mechones rubios de su hermano menor lo abrazó:
- Sólo le daré un susto no seas tonto, anda vete a dormir, es tarde y no le cuentes a nadie nada de lo que has visto hoy.
Reticente su hermano le obedeció, no le reconocía y parecía tan cambiado como el mismo rey, como si un mismo demonio los consumiera a ambos. Cassander se deslizó por los pasillos como una sombra, era sigiloso y diestro nunca dejaba rastros y podría haber sido un buen espía si el maldito, Como llamaban a Alexander ahora, le hubiese considerado más que su puta personal, se desquitaría hiriéndole dónde más le dolía.
Los guardias de cámara de Hephaistión dormían, el narcótico había dado el efecto deseado, apartándolos con suavidad abrió la puerta y miro las colgaduras rojas del lugar, sin duda era espacioso y austero, como imaginaba. Hephaistión dormitaba respirando con tranquilidad, en su mesa de noche había una jarra con agua fresca, sin dejar de mirar su rostro vació unas gotas en el agua las que se disolvieron mezclándose con ésta en el acto.
No siempre le había detestado, incluso hasta habían hablado como dos personas civilizadas, por Hephaistión se había enterado de la llegada de Yolas al campamento en el Hífasis.
- Me he enterado que tu hermano llegará con una embajada macedonia…- dudó y prosiguió: - Tu padre no lo envió y viaja hasta acá por expresa petición de Alexander.
Cassander palideció y comprendió el por que el rey lo desterraba, si no lo tenía a él, tendría a Yolas, su hermano menor, apretó los dientes pero jamás mostraría debilidad ante Hephaistion y escudándose en su acidez replicó sin sorpresa:
- No estarás feliz de tener otro vástago de Antípater por estos lados…-.
- El número no interesa... -replicó lentamente - ¿Alexander sigue con su idea sobre su divinidad, los generales están preocupados.
- Así es... sigue pensando que es hijo de Zeus... ¿por qué no vas tú a hablar con él?- un mensajero llegó desde su cuadrilla - Diles que monten el campamento, no nos vamos...
- Lo he intentado pero esos...- reprimió una palabrota - sus asesores persas sólo lo empeoran todo, al menor indicio de que no es así se enfurece – sonrió - pensé que a ti podía oírte.
Cassander prefirió obviar el velado reproche y respondió: - A mí nunca me ha escuchado, bien lo sabes... – recordó el distanciamiento de ambos en el que se había negado a participar como consuelo de Alexander y el rencor que por eso le guardaba el rey - Roxana... sigue sin embarazarse y ese eunuco sólo nos serviría muerto... si no se aleja de esos persas perderá a su ejercito macedonio, Pérdicas, Ptolomeo, Leonato y Cráteros apenas pueden detener el descontento y no creo que tu escuadrón sea la excepción... permitimos que la muerte de Cleitos fuera considerada como un juicio comunitario, pero todos sabemos que no fue así...
Hephaistion reflexionó:
- Si sigue oyendo que es el gran rey y puede hacerlo todo, tendrá que seguir sólo con sus persas. No se como hacerlo desistir.
- No podría abandonarlo, por mi hermano, pero mis hombres sí – lo miró severamente y agregó: -Comienza a pensar en tu rey, Hephaistion, porque no dudes que yo mismo encabezaré el mitin que lo destrone.
Sin mas que decirle le dio la espalda, para él habían sido demasiadas las palabras cruzadas con el quiliarca, no se quedaría a oír su replica ni tampoco su opinión
El hijo de Antípater tocó el vaso con sus dedos largos y finos y mirando el rostro del vástago de Amyntor salió en silencio de la habitación y mirando hacia todos lados se encargó de que nadie lo viese venir del pasillo de los aposentos reales, al pasar junto a la puerta de Alexander se detuvo unos segundos enfrente y susurró:
- Me has obligado a llegar hasta esto, maldito seas…Pudiste tenerme de amante pero ahora sólo me tendrás como tu enemigo eterno.
Acarició la puerta como si fuera el rostro de quien amaba y odiaba tanto, su plática en Siwah le dolía hasta en los huesos y ni el cuerpo tibio de su hetaira Medea lograba hacerle olvidar las caricias ni los momentos al lado de Alexander…Nunca debió hablarle allí ni ver con sus propios ojos al daimon pero Alexander jamás debió tratarle como había hecho y menos delante de su hermano.
Éste se hallaba de espaldas a él y en su actitud se asemejaba a una verdadera réplica de Apolo, sus cabellos rubios le caían más abajo de los hombros y parecía no importarle los amotinamientos o las constantes quejas como si su espíritu hubiese quedado aprisionado en ese frío oráculo y el que ahora les regia fuese otro, venciendo su orgullo había dirigido sus pasos hasta su tienda sin sospechar de que aquella conversación cambiaría su destino totalmente.
- ¿Hephaistión te envió para que me hagas desistir? – susurró sin darse vuelta.
Cassander frunció el ceño, en realidad estaba loco si creía aquello.
- No, vine porque quise, deja de vanagloriarte conmigo, no eres dios ni rey... eres hombre, sólo un hombre.
- ¿Tú también me dirás que ni soy hijo de Zeus ni corre Icor celestial por mis venas? - girándose rió seductoramente y se sentó en una silla de madera y poniendo la mano bajo el mentón lo observó en silencio - Es verdad sí soy sólo un hombre...Aquiles también lo era.
El hijo mayor de Antípater lo observó y contraatacó:
- ¿Quieres que te lo demuestre? – susurró mirándolo con infinita ironía.
- ¿Eso te dice mi actitud? – Sonrió - Simplemente estoy bajando la guardia contigo, tú tienes razón en tu punto y yo en el mío - se puso de pie.
Su interlocutor frunció el ceño y se retiró un mechón de cabello que caía rebelde sobre su rostro, realmente era peor de lo que murmuraban. "¿Por qué estas así, que te hicieron?" pensó, no podía dejar que se quedara con toda esa divinidad, como afirmaba Ptolomeo, tal vez si lo provocaba.
- Te he demostrado hasta el cansancio que eres un hombre... por qué sangras, por qué sientes dolor, por qué no corre licor por tus venas... por qué te desesperas y me salgo de tu control... te diré por cuál herida sangras más desde que me conoces... - se acercó a él y tocó su rostro con sus dedos finos, su piel estaba fría pero seguía siendo humano… - La herida del deseo no consumado te hace hombre.
Alexander se incorporó y acercó sus labios a los suyos en un gesto que, desde hace tiempo, no tenía nada de extraño.
- Para mi hay cosas mas importantes que eso, si viniste a ofrecerte a mí para que el deseo me haga sentir hombre...no me estás diciendo nada que no hayas dicho antes - Lo tomó del rostro - El oráculo no miente, las respuestas fueron claras, tal vez, me veas como hombre pero soy un semidiós y tendrás que aceptarlo como lo han hecho los demás.
Para su asombro, Cassander se rió a carcajadas en su cara y con aire desafiante replicó: - Mándame a azotar si eso te place pero aprende de una vez, yo no acepto nada tuyo... y para mí ni muerto dejarás de ser un hombre y un extremadamente frágil.
Alexander había mantenido su cólera aparte pero esta hizo explosión, comenzó a pasearse a grandes zancadas y deteniéndose lo miró unos segundos antes de exclamar:
- Tendrás que empezar a entender, antes podías hacer lo que te placiera pero ahora no - Llamó a dos guardias que esperaban afuera y señalándoles al hetairoi les impartió la siguiente orden: - Escolten al hijo de Antípater lo más cerca de Macedonia que les sea posible. – sonrió y mirándolo susurró: - Tu padre no podrá quejarse, tendrá lo que me pidió hace un tiempo: tu ilustre compañía.
Cassander le miró airado y manteniéndose sólo a raíz de orgullo susurró:
- Gracias por concederme la libertad, Alexander... lejos de tus bodas persas y cerca de lo que más anhelo... sin mí y, puesto que aún no llegan sus otros hijos, no tendrás un rehén suyo y él está demasiado lejos para que tu lo alcances... – girándose le dio la espalda sonriendo y sabiendo que por fin dejaría esa campaña en la que no creía.
Todo hubiera sido mas fácil si estuviese ahora en Pella, pero el hecho de que Yolas llegase cuando él se iba lo había obligado a quedarse.
Al día siguiente se dio inicio al festival de otoño, los ánimos estaban aquietados y los hombres felices con el sinnúmero de mujeres y torneos, bebiendo y combatiendo en campeonatos de destreza, Alexander también estaba alegre y le extrañaba la tardanza de Hephaistión, en el palco contiguo Cassander aguardaba con nerviosismo y estos sólo se disiparon al verlo aparecer algo pálido pero vivo.
- La obra va a comenzar, Tétalo representará a Aquiles – sonrió Alexander.
Hephaistión asintió, se sentía desanimado y le achacaba la culpa a los numerosos banquetes y vino que tanto él como Alexander bebían noche tras noche, ya no eran adolescentes y su resistencia había menguado desde que contrajo fiebre ictérica en la India. Mirando alrededor notó que los generales y soldados aplaudían y estaban la mayoría borrachos ya, sonrió, bien sabía Zeus que necesitaban aquello.
El formidable actor seguía siendo tan apuesto como en su juventud, representó su papel con maestría y verdadero talento, hasta las prostitutas sollozaban aplaudiendo la obra y Alexander se enjugaba una lágrima furtiva. Tocándole el hombro se lo apretó en un gesto íntimo y le dijo:
- Alexander, me iré a mis habitaciones no me siento bien.
Su amigo escrutó su rostro preocupado y tocándole la frente exclamó:
- Tienes fiebre, no bebas mas vino. Déjame acompañarte.
- No, sería una descortesía aún quedan muchas cosas – sonrió y lo miró a los ojos – Mañana estaré bien, peores cosas he sorteado.
El resto de la concurrencia aplaudía la presentación y los mozos se afanaban en servirles a todos los mejores manjares, en su afán por hacer desaparecer hasta el mas mínimo descontento Alexander se había entregado a la organización del festival con verdadera pasión, los amotinados o descontentos habían sido enviados a Macedonia con Cráteros el que iba expresamente para reemplazar a Antípater, debido a las presiones de Olympias y rumores sobre su excesiva regencia.
Acercándose a Ptolomeo lo abrazó con efusividad y sentándose a su lado en la mesa del banquete procuró mostrarse alegre y locuaz, por respeto a los actores, sin embargo el hecho de que su mano derecha no estuviera ahí despertaba comentarios, muchos les habían visto esa noche en el balcón reír y volver a ser los dos chiquillos que hacían castillos en el aire en Pella.
- Es extraño que Hephaistión no esté aquí – comentó su medio hermano como al descuido.
Alexander bebió un sorbo de vino y sonriéndole a una actriz susurró:
- No se siente bien, creo que pudo ser el exceso de vino o quizás bebió agua mala – miró al hijo del lago – Enviaré a buscar a Glauquias, es el mejor médico que existe y en un par de días volverá a ser el de siempre.
- Así lo espero, ha demostrado ser irreprochable y es alguien en quien se puede confiar, se que cuando éramos jóvenes no lo veía bien pero ha cumplido todo lo que le has encomendado y ha evitado que se derrame mucha sangre, sin duda es la excelencia, preséntale mis respetos y los de Thais se que irás a verle. – Ambos se miraron y Alexander asintió en silencio, su medio hermano era insustituible y prefería llamarlo hermano demostrando así lo ligado que se sentía a él, Ptolomeo era su tutor y una especie de hermano mayor que velaba por él aconsejándole, sin embargo secretamente hubiese dado todo lo que tenía para haber sido tan importante como Hephaistión en el corazón de su medio hermano.
Cassander no les perdía mirada y permanecía ajeno a las sonrisas y coqueteos que su presencia inspiraba en las jóvenes atenienses, persas y coristas que cenaban junto a todos ellos; Los eunucos también se sentían atraídos hacia ese hombre rebelde y agresivo que era considerado uno de los generales o pares mas apuestos y también inalcanzable por su abierto odio hacia gentes que consideraba inferiores, a pesar del quiebre con su rey aún lo deseaba y sabía que esa relación no podría haber sido de otra manera, sonriendo algo ebrio, veía ese oscuro deseo también en el siempre correcto e inteligente Ptolomeo y agradecía que Bagoas estuviese ahora con él, pues, de haber seguido junto a Alexander le habría rebanado el cuello.
En ese momento Alexander agradecía a todos el haber asistido y les instaba a seguir celebrando, sus ojos se encontraron y en un gesto absolutamente suyo, el hijo mayor del guardián de la paz, se lamió los labios antes de beber imitándole. Ante ese gesto, el monarca bajó sus ojos grises y bebió en silencio evitando que su mirada gris se encontrase con la suya.
En ese mismo silencio salió del salón y respiró agitadamente, lo deseaba y eso no lo ocultaría pero tampoco dejaría que esa relación continuara, no cuando por fin había recuperado a Hephaistión. Acercándose a un par de hombres de su escolta personal les indicó que buscasen al doctor y saludando distraídamente a algunos asistentes caminó hasta el ala de los aposentos reales y subió las escaleras que conducían a la habitación de su amigo.
Los guardias que custodiaban la entrada no se hallaban ahí, extrañado golpeó con los nudillos por costumbre y abriendo la puerta sonrió al verle recostado.
- Hace mucho que no te veía descansar aquí – bromeó sentándose a su lado.
Hephaistión sonrió y mirándolo reprimió una mueca de dolor.
- Tu cama es más cómoda, he tenido que re acostumbrarme a esta ¿el banquete ha salido bien?.
Alexander asintió e inclinándose acarició su rostro y lo besó suavemente en la frente quedándose así por varios segundos y como despertando de un sueño respondió lentamente: - Salió perfecto, los hombres están contentos de poder gozar del vino, las mujeres y despilfarrar las riquezas que han acumulado, he mandado a buscar a Glauquias para que te vea.
Un gesto de contrariedad apareció en el semblante de Hephaistión, notándolo Alexander rió y acostándose junto a él musitó: - No pongas esa cara, si es porque no podré quedarme contigo no lo creas…Estaré aquí hasta que sanes, tenemos mucho que hablar y extraño tanto el dormir contigo, Roxana ya espera a mi hijo, el futuro heredero de todo esto.
- Será tan inquieto, terco y soñador como tú…Aquiles – sonriendo se acercó a su amigo y apoyó la cabeza en su hombro, le dolían las entrañas y la fiebre lo estaba decorando, pero su Alexander estaba allí y no lo compartía con nadie – Si debo enfermar para que vengas, no quiero sanar – susurró mirándole.
Los ojos del rey se humedecieron y besándolo empapó una toalla en el aguamanil y la pasó por su frente.
- Ya estás delirando, Patroclo…Nada nos va a separar te lo dije, eres mi vida.
En ese momento el médico entró rápidamente y Alexander se levantó para que pudiera examinar a Hephaistión sin problemas, mientras lo hacia observó por la ventana la ciudad y se sintió pleno. Tras unos minutos, con aire de gran conocedor, el doctor carraspeó y exclamó:
- Padece de una infección estomacal, debe estar a dieta de líquidos por unos días.
-¿Es algo grave? – Inquirió Alexander.
El hombre negó con efusividad: - No, pero debe beber mucho agua esta clase de enfermedades son muy típicas en esta época.
Tras despedirse con enormes aspavientos de ambos se retiró, Hephaistión rió al ver la cara de preocupación de su amigo y tratando de incorporarse exclamó:
- Ya lo oíste, no tengo nada que un buen jarro de vino no pueda curar. – Acercando el brazo a la mesa de noche bebió otro sorbo de agua, estaba sediento e íntimamente molesto por tener que guardar reposo y quedarse allí en los juegos.
- Nada de eso, más que las palabras de ese hombre debemos recordar las enseñanzas de Aristóteles sobre enfermedades. – Alexander volvió a recostarse junto a él – Lo extraño pero se que nunca perdonará lo de su sobrino, para él mi visión es la de un insano.
Hephaistión volvió a recargar la cabeza en su hombro y guardó silencio, su voz siempre le fascinó desde que eran niños y cerrando los ojos siguió oyéndole, sentía la cabeza embotada y ardía en fiebre pero no preocuparía de más a Alexander.
- Me pregunto que dirán de mí ¿Divino o humano, muchas decisiones han sido cuestionadas y no soy más que un tirano, un cobarde o un ambicioso que no ve la realidad – rió sombriamente y prosiguió sabiendo que Hephaistión le escuchaba: - Quizás seré mal juzgado y no faltaran lo que digan que mis hazañas se debieron a ustedes, los generales o a la huída de Darius, me inventarán amantes, hijos, hermanos incluso mis proezas podrían ser atribuidas a un doble, que estupidez y no se para que me preocupo. – Aspiró profundamente y calló.
El aire nocturno se colaba por la ventana, se movió con cuidado para no perturbar a Hephaistión y sonriendo susurró:
- Y no dices nada, tú que me conoces más que nadie, creo que bebí en demasía hoy.
Alzando una ceja se giró para mirarlo y levantándose rápidamente tocó su rostro, éste yacía con los ojos abiertos.
- Esto no es gracioso, Hephaistión - exclamó comenzando a temblar, una lágrima bajó por su mejilla y sacudiéndolo volvió a llamarle mientras un sudor frío perlaba sus sienes. – Patroclo…Oh por Zeus, no…No me dejes solo, Hephaistión – sollozó abrazándolo.
Fueron sus gritos los que despertaron a los pocos que podían mantenerse en pie, Ptolomeo fue el primero en llegar y observando lo que pasaba en el interior se afirmó al marco de la puerta mientras lentamente y completamente aterrorizados llegaban los demás.
Cassander fue el último, desde su habitación había escuchado el lamento de Alexander y con una mezcla de satisfacción y arrepentimiento llegó hasta allí, abriéndose paso sin ningún miramiento se acercó a Pérdicas.
- ¿Qué demonios pasó? – exclamó.
Pérdicas se secó una lágrima y dejándole espacio para que pasara respondió:
- Velo tu mismo.
Con su arrogancia típica miró al interior y la sangre se le heló en las venas, Alexander estaba abrazado a su sombra y entre lágrimas le hablaba como si éste estuviese aún entre los vivos. Desde que lo conocía nunca lo había visto en ese estado ni siquiera cuando la locura casi lo destruyó en Siwah y comprendió el por qué nadie quería acercarse, para todos Hephaistión había sido el único que había aplacado, ejecutado y comprendido cada uno de los pensamientos del rey convirtiéndose en una funda que aplacaba la ira del hijo de Filipo.
- Hay que sacarlo de allí, se va a volver completamente loco – jadeó Seleuco.
Sus palabras no tuvieron replica, nadie se atrevía ni a respirar y miraban hacia adentro donde el dolor caminaba en dos pies, la noticia se esparció como sólo lo hacen las malas nuevas y Yolas sintió terror ya que no podía dejar de asociar aquella muerte tan repentina con la discusión entre el rey y su hermano.
