Lágrimas
Alexander contemplaba el cuerpo sin vida de Hephaistión y rememoraba toda la vida que habían disfrutado juntos desde sus inicios en Mieza, siempre al borde de la muerte y con él ejecutando hasta su más insana orden, sabía que afuera sus generales aguardaban confundidos y también los atletas en los juegos pero todos podían irse al mismísimo infierno, algo comenzaba a agitarse en su interior y se debatía entre el shock y la ira, recordando las palabras de su padre acerca de la envidia de los dioses: ¿Su muerte quería decir que Zeus no le permitiría llegar más lejos? Eso estaría por verse, haciéndole un gesto a Ptolomeo exclamó:
- Llama a Glauquias. – Su rostro estaba pálido y crispado al igual que cuando Darius había escapado en Gaugamela, el rey detestaba todo lo que no podía controlar ni conquistar y allí se contaba la muerte y el imprevisto.
El doctor llegó escoltado por todos los hetairoi, al verlo Alexander lo tomó del cuello y zarandeándolo como un títere lo obligó a ver a Hephaistión.
- Nada benigno, un mal común ¿No fue eso lo que dijiste, asno? ¡Maldito seas! ¡Míralo lo mataste! Lo asesinaste cerdo – soltándolo se llevó las manos a la cabeza. – Ejecútenlo, Seleuco llévatelo.
Seleuco miró a Ptolomeo éste asintió y acercándose a su hermano le dijo tratando de tranquilizarlo:
-Todos lo queríamos y su perdida…-
Alexander lo miró con frialdad y replicó mirándoles a todos:
- ¿Quererlo? Le odiaban, le envidiaban y no le consideraban apto para ser Quiliarca, conspiraban para ocupar su lugar…todos son unos mentirosos, fuera de aquí ahora ¡SALGAN!. – Echándoles a empujones los sacó a todos hasta que se topó con la mirada de Cassander y agarrándolo de un brazo lo empujó hacia adentro y cerrando la puerta se apoyó en el muro mientras lágrimas de ira y desesperación corrían por sus mejillas.
Volvía a oír las voces en su cabeza, al daimon hablándole en su idioma y torturándolo acerca de la demostración de sentimientos, de la importancia de continuar avanzando siempre hacia otras latitudes, de la gloria y el poder de ser dueño de todo el mundo ¿Qué era Hephaistión? Sólo un hombre al igual que los demás y ya estaba en el Olimpo por lo que nada podía hacer…
"Venganza, Alexándros" susurró la voz, el rey cerró los ojos y miró a Cassander.
Afuera los compañeros comentaban entre asustados y decepcionados la conducta del rey.
- Ahora que no estará Hephaistión se volverá completamente loco, no sería de extrañar que nos asesinara a todos. – exclamó asustado Leonato.
- No seas imbécil, Hephaistión lo era todo para él y si alguno de nosotros perdiera a un ser querido estaría igual.
- Casi te echa a patadas y lo defiendes ¿No querrás quedarte con el imperio para ti?. - Lisímaco increpó con dureza a Ptolomeo éste lo agarró de la túnica y se trenzaron en una violenta discusión verbal.
- Déjenlo en su dolor, él es un hombre y por Ares que ha soportado mucho – terció Nearco.
- Pensé que era un dios – musitó Pérdicas y al sentir todas las miradas sobre él añadió: - De verdad, siempre está en primera línea y ha sobrevivido a heridas terribles siempre forzándonos a ser los mejores, a ser más divinos que humanos.
- Él tiene razón Ptolomeo, con él hemos conquistado el mundo y en su afán por avanzar no ha dudado en acabar con quienes lo entorpecían, ve al Hades y pregúntale a Phillotas ¿Conspiró realmente? Fue Hephaistión el que descubrió el complot y él se encargó de sacarle la verdad, recuerda los motines, recuerda a Cleitos. – Lisímaco se cruzó de brazos, los otros secundaban sus palabras.
Ptolomeo los miró sorprendido y aterrado sin querer creer que esos eran los mismos hombres que habían salido de Pella.
- Pero ¿Es que se han vuelto locos? – Jadeó – Gracias a Alexander estamos aquí.
- En Mieza veíamos como lo mirabas, lo amas ¿te culpamos? No, todos lo amamos y sentimos celos por él es verdad y míralo ahora encerrado con Hephaistión. – murmuró Cráteros.
- Y con Cassander – exclamó Seleuco regresando.
Todos se miraron, Ptolomeo salió sin responderles y sintiendo que el lugar los había vuelto locos a todos.
Adentro Alexander continuaba llorando en silencio, sin saber que hacer, Cassander se acercó para consolarlo pero fue rechazado, extendiendo la palma de la mano, en un claro gesto de rechazo y, secándose las lágrimas, el rey susurró:
- ¿Por qué lo hiciste?.
Retrocediendo, el hijo de Antípater, abrió los ojos y negó con la cabeza.
- ¿De qué estás hablando? ¿Hacer qué?.
Acercándose el rey lo tomó por un hombro y repitió enajenado:
- ¿Por qué lo hiciste? ¡¿Por qué! ¡Él toleraba tu presencia, él sabía lo que pasaba entre tú y yo! Grandísimo bastardo…- jadeó – mal nacido. Apoyándose en el muro se llevó el puño a la frente y apretó los dientes sin poder creerlo.
Cassander sintió una punzada en el hombro y girándose contempló a su rival, el cabello desordenado, los ojos abiertos y un gesto de frustración en su rostro que seguía siendo bello y mientras lo miraba volvió a odiarlo como lo había hecho en la academia de Aristóteles y en Babilonia ¿Para qué negarlo? Alexander leía en él como en un libro abierto así que era mejor decirle la verdad seguro de que nadie le creería, pero conteniéndose sintió que no era el momento y acercándose a él susurró:
- Te perdonaré que me acuses de esto sólo porque no eres tú mismo, somos macedonios y yo sí toleraba su presencia también, sabía que él velaba tu sueño, que a él acudías antes que a nadie y que yo era la sombra…¿no te burlabas de mí cuando éramos niños? Me decías espartano y yo te acusaba de epírota, te he seguido hasta aquí pese a todo y ahora me acusas de matarlo.
Alexander se escurrió por el muro y llevándose las manos al rostro suspiró, se sentía mareado adolorido y cada una de las cicatrices recibidas en batalla le ardía concentrando su dolor en su cuerpo.
- Perdóname…perdóname – repitió ido observando como la noticia se esparcía en las calles de Ecbatana. Los persas la pregonaban en su idioma y todas las miradas ascendían hacia el palacio real. Sintiendo los brazos de Cassander sobre sí cerró los ojos y se arrepintió de no haberse quedado en Macedonia – Los dioses me están castigando por mi osadía y me han quitado lo que más amaba.
Ajeno a sus palabras Cassander saboreaba su victoria, allí estaba el hijo de Amyntor pudriéndose y rumbo al Hades, tenía en sus brazos a Alexander nuevamente.
"¿Quién venció eh, Hephaistión? Te soporté mucho tiempo y dejé que me humillaras por amarlo yo también, tu maldita auto confianza se basaba en el hecho de que yo siempre sería el amante, para ti las persas no existían y ahora tú tampoco" pensó.
- Ve a buscar a los egipcios – Susurró Alexander incorporándose y sacando una daga comenzó a cortar sus cabellos ante el horror de Cassander y, viendo su cara sonrió con tristeza, aún se leía la locura en sus ojos pero se veía mas sereno: - Como Aquiles.
El hijo de Antípater sonrió y abriendo la puerta se encontró con las miradas de desconfianza de sus compañeros, parecían un grupo de conspiradores y pasando por su lado fue en busca de los egipcios sintiendo como se abalanzaban ante Alexander, él siempre sería la luz y todos morirían por él aunque a veces desearan beber su sangre.
- Alexander, lo quería como a un hijo – comenzó Poliperconte. Éste lo abrazó y mirándoles a todos exclamó: - Perdónenme, no quise ser duro con ustedes, sólo necesito estar solo.
Los compañeros entendieron y se arrepintieron de haber sido duros con él, siempre había sido así pero había sangrado por todos y arriesgado su vida por ellos muchas veces en el campo de batalla.
- Mira, están levantando un altar en el patio mayor- señaló Leonato, todos se acercaron a ver y un gran número de soldados y nobles esperaban para rendirle tributo a Hephaistión, acercándose a Péucestas, el rey lo miró a los ojos y le dijo: - Quiero que partas con una embajada a Siwah y la pregunta que le harás a los sacerdotes será la siguiente: Que Amón les indique qué lugar tendrá Hephaistión entre los inmortales.
Ajeno al asombro que habían provocado sus palabras prosiguió:
- Trasladaremos el cuerpo de Hephaistión a Babilonia, en cada ciudad se erigirá un templo en su honor… Leonato manda a cubrir de negro la ciudad, Nearco ordena que corten las crines de todos los caballos en señal de luto, Lisímaco quiero que derriben una de dos almenas, Cráteros te irás a Macedonia a reemplazar a Antípater y por último Pérdicas vigila que los artistas no se vayan, participarán en las exequias de Hephaistión.
Como siempre fue obedecido de inmediato, a sus ojos y sin el favorito cualquiera podía a aspirar a ocupar su lugar y miraban a Cráteros, otro obstáculo que ya no existiría, que se quedara con Macedonia si eso deseaba, los demás aspiraban a cosas mayores y también habían sangrado por Alexander en sus batallas, siguiéndolo en sus locuras y saboreando las victorias. Pero ahora querían establecerse, dejar que sus heridas cicatrizaran, buscarse amantes y establecerse en algún maldito lugar, ninguno entendía esa sed de conquistas, de ambición y esa huida eterna de su líder, caprichos de los dioses ya que desde Siwah los persas lo habían denominado Theos Aniketos, que en su idioma significaba "El dios Invencible" hijo de Zeus Amón, de Bel Marduk, descendiente de Aquiles y Heracles al que ningún obstáculo vence; Sin embargo la muerte de los compañeros en batallas y por su mano es algo que está por encima de los dioses e inconcientemente todos han comenzado a pensar en su muerte dudando el hecho de que se considera inmortal.
Alexander los miró a todos, sus ojos grises se veían cansados y lucia triste ¿por qué ninguno se había movido? El fantasma de la conjura lo sacudió y las lágrimas asomaron nuevamente, sin Hephaistión ya no confiaba en sus hetairoi y pensaba en las cartas de su madre que tantas veces le previnieron sobre el final, un final que ya siente y que ya le pesa.
Desesperanza…
Dándoles la espalda se fue a sus habitaciones y una vez allí lloró como un niño durante horas sin creer que su amigo estuviese muerto, el resto de los días los pasó como un sonámbulo organizando el traslado a Babilonia, Pérdicas fue el encargado de escoltar su cuerpo desde Ecbatana y Peuquestas el enviado con una embajada a Amón, Alexander deseaba otorgarle a su amigo y amante desde la infancia honores divinos.
Sus plegarias ya no serían para Zeus ni para los hijos de Hades, ahora su amigo, su hermano llenaría ese espacio y a él acudiría cuando el suelo amenazara abrirse bajo sus pies. Sus ojos grises vagaban de un lado a otro y su cuerpo reclamaba un poco mas de mesura, la apariencia radiante de antaño también estaba decayendo y el oro vibrante de sus cabellos rebeldes se descoloraba y palidecía día a día por los efectos del clima y los esfuerzos a los que se sometía, además su constitución se debilitaba y los criados debían poner mas pliegues en sus túnicas y sus compañeros mas esfuerzos en que comiese al menos una vez al día con el pretexto de que si no lo hacia no podría seguir con sus avances por la tierra de los coseos, el rey comprendía que tenían razón, pero sin su mano derecha, se sentía desvalido y desconfiaba de ellos mortificándose con terribles preguntas ¿lo hacían porque estaban genuinamente preocupados por el? En muchos ya se advertía la insolencia del favorito y hombres que antes renegaban de la pompa ahora marchaban por el campamento seguidos por un sequito de mozos, eunucos, rameras y consejeros.
El tributo exigido por los Coseos ya estaba cancelado, aquello había sido una verdadera carnicería y una persecución implacable entre los grandes desfiladeros, con el tiempo y el clima en contra todos habían visto al antiguo Alexander renacer allí discutiendo con sus más cercanos las mejores maneras de llegar a los insurrectos, se les alivianaba el alma verlo con su armadura de guerra caminar de allá para acá dando órdenes precisas y muchos pensaron que el luto por Hephaistión estaba siendo menos severo pero los que pensaban eso no eran los miembros de su círculo mas cercano que ahora estaba limitado sólo a dos personas: Bagoas y Cassander.
Ambos veían como el que antes había estado entre sus brazos ahora los rehuía y prefería encerrarse en su tienda a sostener largas conversaciones con la nada.
- Esto no puede seguir así, no soporto verle caer cada día mas bajo – exclamó con rabia el macedonio olvidando por un minuto su odio contra el muchachito persa, Bagoas lo miró y pensó que al menos se merecía ese rechazo por ser tan egoísta y no hacer ademán de entenderlo como había hecho él las innumerables veces en que Hephaistión lo hacia salir de la tienda del rey sin decirle ni una palabra.
Bagoas recordaba esos ojos azules cambiantes como el mar y ese rostro habitualmente serio que sólo cambiaba para Alexander, desde niño que soñaba con alguien que lo amara así y lo hiciera sentir único.
- Los hicimos huir, debiste verlos subiendo por los desfiladeros, con este frío es imposible pero aún no se rinden y hasta las mujeres pueden cortarte el cuello si te descuidas – Exclamó Alexander quitándose el peto manchado con sangre.
Hephaistión velaba por él, pero su voz ya no llegaba ni era oída, su espíritu se paseaba por los lugares que habían compartido y su rostro grave lo seguía comprobando su deterioro a diario, los dioses le permitían vigilarlo a pesar de que su lugar no estaba allí, si tan sólo su amante pudiese verlo. Acercándose posó la mano sobre su frente, verlo así cubierto de sangre no era nuevo para él pero sus ojos y ese brillo de locura no le gustaba y menos que fuera por su causa.
"Háblame…haz que esa locura te abandone amor mío, yo estoy aquí para escucharte" pensó apoyándose en uno de los pilares viendo su rostro de cerca, su amigo se sobresaltó y guardó silencio ¿estaría sintiendo eso?.
Alexander rió y echando la cabeza hacia atrás continuó riendo de manera histérica y aterradora, el eunuco y Cassander se miraron sobresaltados y ninguno se atrevió a ir a verlo.
- Todos creen que estoy loco – jadeó recuperando el aliento – Pero te veo, estás aquí conmigo, Patroclo.
Su amigo asintió y más tranquilo, el rey se aseó sin importarle el frío o la nieve, afuera todos miraban con espanto hacia la tienda: Estaban en manos de un loco.
