Los Inmortales
El regreso a Babilonia estaba planificado hace una semana, la necesidad imperiosa de Alexander por crear un puerto y por hacer los ritos funerarios de Hephaistión no admitían réplica y no había nadie por muy íntimo de éste que fuera que se atreviera a contrariarlo.
Cassander ya no acudía a su tienda y las relaciones entre ambos estaban congeladas, los rumores sobre la auto proclamación del hijo de Antípater como el nuevo favorito de Alexander habían hecho volar por los aires el amor que el rey sentía por él, todos habían visto la frialdad de Alexander al negar sus muestras de respeto por Hephaistión.
- ¿En que mundo tu creíste ser mejor que yo? - Fue la frase cruzada con el hijo de Antípater antes de rechazar delante de todo el campamento su falsa muestra de sumisión por el compañero muerto. – Aquí muestras tu falso pesar pero a mis espaldas dices que tú lo reemplazarás – Sus ojos se habían encontrado – Eso no lo harás ni aquí ni en el Hades, retírate.
Él ya no era un aliado o un amigo, las oportunidades dadas se habían acabado junto con cualquier tipo de trato deferente por ser vástago de Antípater, ahora tenia que ganarse su lugar por meritos propios. No era querido por el resto, no por celos como había sido el caso de Hephaistión, sino porque veían en el a un hombre erróneamente pagado de si mismo, a una criatura egoísta y vil cuyas metas y propósitos no eran las de un hetairoi, sin embargo, nada podían reprocharle ahora, ni su falta de valor, su egolatría enferma, o su pavorosa ambición…ahora todos podían caer en el mismo lodazal y ninguno lanzaría la piedra para que le cayeran encima un alud de rocas así que todos callaron y sintieron miedo de que el rey los tratase del mismo modo pero para suerte de algunos éste aceptó todas las muestras de pesar hasta la de Eúmenes.
Nearco ingresó con respeto en la tienda del rey, su rostro expresaba preocupación y sin saber como decir las cosas se sentó sin que éste se lo pidiese, estaba aterrado por las carcajadas y escrutaba su rostro temiendo encontrarlo completamente enajenado.
- ¿Dime…? – Inquirió Alexander algo impaciente, para él saberse lúcido era el alivio de una carga más.
- Alexander, he estado oyendo a los sacerdotes Caldeos, tú sabes que todo lo que han predicho se ha cumplido.
Su interlocutor guardó silencio, el único hombre que respetaba, Aristandro acababa de morir de fiebres ictéricas un año antes y les había dado cuantiosas sumas a los caldeos para la construcción del templo de Bel.
-¿Qué dijeron?.
- Que Babilonia no te es propicia y que no entres por la puerta del Este, dicen que Marduk predijo tu fin allí.
Una sonrisa de ironía pasó por el semblante de Alexander y encogiéndose de hombros replicó:
- Bien, entonces entraré por la puerta Oeste y no se habla más del tema.
Siempre se había hecho acompañar por adivinos o videntes desde sus inicios ya que así anticipándose a algunos hechos y fraguando otros sus hazañas quedaban revestidas de un hálito divino e innegable, además adoraba a todos los dioses que salvaguardaban las ciudades que iba conquistando ganándose el respeto de sus nuevos conquistados que veían al antes tirano como su libertador.
Ni Hephaistión ni él creían en presagios y conocían la manera de trabajar de los videntes, sacerdotes y brujas y los adoraban llenándoles de oro y reconocimiento siempre que el vaticinio fuera propicio para ellos, así que tras la preocupación de Nearco, Alexander creía adivinar que los caldeos no querían que fuera para que no viera el templo de Bel sin terminar o, peor aún, sin empezar.
El retorno a Babilonia se realizó por el río Tigris, las barcazas se mecían con el agua y después de esa intensa pero breve campaña no había ninguno que no deseara estar en la bella y cómoda ciudad, unos por mujeres, otros por asuntos pendientes y el ánimo era casi festivo.
Alexander estaba de pie sobre la proa y contemplaba los negros muros añorando encontrar la tranquilidad en los jardines y darle el descanso adecuado a su amigo cuyo cuerpo sería trasladado desde Ecbatana por Pérdicas, la brisa no era lo bastante fuerte pero las tumbas de un extremo llamaron su atención y acercándose a uno de los eunucos mas respetados las señaló:
-¿ De quienes son?.
El viejo se inclinó con deferencia antes de responderle.
- Son las tumbas de los reyes antiguos, todos reposan allí pues les agrada estar junto al río.
Alexander sonrió y sus ojos se oscurecieron mientras las contemplaba, sus servidores y el anciano se preguntaban que terribles secretos estaría avistando un rey en la cúspide su gloria, proclamado hijo de Amón y los muertos. De pronto la cinta púrpura que señalaba su rango escapó entre sus cabellos y empujada por el viento fue a posarse sobre la última tumba quedando allí enredada en una cruz. El silencio y el horror corrieron por la embarcación y por las otras, Alexander se mantuvo en silencio y no hizo un gesto para recuperarla, todos los ojos estaban fijos en él y la extraña expresión de su semblante.
Uno de los soldados se lanzó al agua y sacándola con cuidado se la puso sobre la cabeza para evitar que se mojase, esto fue visto como una nueva afrenta y mal presagio y todos se mordían los labios para no llorar pensando que los Caldeos habían tenido razón ¿Creería ahora Iskander, éste se agachó y dándole la mano al muchacho lo ayudó a subir a la barcaza, alelado el chico le entregó la cinta y poniéndosela nuevamente Alexander ordenó que prosiguieran la marcha.
El resto del viaje fue tenso y estuvo marcado por el miedo, el rey ingresó a la ciudad en el carro de Darius y sus hetairoi le precedían y seguían, el presagio estaba casi olvidado y sólo Nearco sentía ganas de llorar.
"Se lo advertí…se lo advertí y cumplí con mi deber ¿Por qué no me escuchó?" pensaba viendo con espanto como unos cuervos se peleaban entre horribles graznidos en el cielo, por suerte sólo Cassander había reparado en ellos y el resto de la gente avanzaba entre el clamor de los persas.
Unas plumas negras cayeron sobre el carro de Alexander y alzando sus ojos grises observó cómo uno de ellos caía muerto delante de su carro, mirando alrededor se encontró con la mirada de horror de Nearco y la de extrañeza de Cassander e ignorándolos siguió su camino, Pérdicas había llegado antes que él y el cadáver de Hephaistión aguardaba en uno de los templos.
Tras una frugal cena Alexander se dirigió a verle, sería la última vez y estaba por entrar cuando se encontró cara a cara con Cassander, la tensión se reflejó en sus hombros y mirándole en silencio no le dijo nada.
- Supe lo del vaticinio y vi a los cuervos caer, también vi volar tu cinta hacia las tumbas, nunca he creído en eso pero son demasiadas cosas y sólo quería que te cuidases.
- ¿Cuidarme? ¿Y me lo pides tú? Aunque no tengo pruebas se que lo hiciste, el corazón no me engaña aunque tus palabras lo hagan, si he de morir lo aceptare gustoso así no estaré ni tendré que seguir compartiendo con ustedes…Los cuervos para mí no son esos ni los presagios me turban ni la muerte me atormenta tanto como verles y observar la ambición y las falsedades en sus rostros.
Empujándolo con suavidad lo apartó de la entrada y antes de entrar a ver a Hephaistión susurró:
- Morí cuando caí bajo tu veneno pero me percaté a tiempo de que abajo de todas tus capas no hay nada, ni siquiera vida, no vuelvas a dirigirme la palabra hijo de Antípater.
Cerrando las pesadas puertas se apoyó contra ellas aspirando el aroma a incienso y a flores, allí sentía y veía a la muerte. Con los ojos llenos de lágrimas acarició la piel de su amigo y sonrió al ver sus cabellos enlazados en sus manos, los egipcios habían realizado un trabajo perfecto y la muerte se le presentaba espléndida y bella.
- Perfecto hasta en la muerte…- susurró y su voz le pareció ajena – Ahora viéndote siento que te perdí para siempre. – Me habría gustado contarte que Roxana está encinta y llegará desde Ecbatana, tendré mi heredero y si hubieses vivido un poco más Dripetis habría engendrado el tuyo…Stateira también está encinta, los niños habrían mis primos y tus hijos mis sobrinos – Apoyándose en el lecho de piedra sollozó junto al cuerpo inerte, la luz de las velas producía reflejos dorados en su piel y cabellos como si durmiese – El mío, sería alegre y despreocupado yo no permitiría que creciese con el peso de ser el mejor y el tuyo…tu hijo sería el más hermoso de toda Babilonia como tú.
Apartándose se cubrió el rostro con las manos y doblándose sobre si mismo lloró como quiso hacerlo desde que lo vio expirar en sus brazos, Peuquestas entró y al verlo sintió una oleada de indignación. Alexander no merecía sufrir así y agachándose acarició sus cabellos tratando de tranquilizarlo.
- Perdona la intromisión pero quería decírtelo frente a él…Acabo de llegar del oráculo y los dioses le han otorgado un lugar entre los inmortales, Hephaistión podrá tener honores divinos Alexander.
Éste se secó las lágrimas y recuperando el aliento se limitó a decir:
- Hubiera dado todo porque no los tuviera.
Peuquestas comprendió y salió dejándole solo, siempre habían estado juntos y pronto Alexander tendría que despedirse hasta cuando volvieran a verse en el Olimpo, el hetairoi recordó cuando le salvó la vida en la fortaleza maliana, desde esa ocasión nunca se cansó de dar gracias a los dioses por haber puesto atención a los conocimientos médicos en Mieza y también recordó la mirada de Hephaistión al ver a Alexander vivo aunque gravemente herido.
La pira funeraria era sin asomo de duda la más grande de la historia, su costo había sobrepasado los 10.000 talentos y desde su base hasta la punta era una obra maestra que jamás se repetiría. En ella el rey había puesto todo organizando cada detalle como si el funeral fuese para sí mismo, al verle exaltado a todos les venía a la memoria el incidente con Sisigambis. Después de la batalla de Gaugamela, Alexander y su compañero se dirigieron al harén de las mujeres allí estaba la reina madre de Darius junto a Stateira, Dripetis y el hijo del rey de reyes.
Al verles tan parecidos, vestidos de la misma forma y observando que Hephaistión era más hermoso, sereno y alto, Sisigambis se arrodilló a los pies de éste para pedirle clemencia y balbuceando en un griego algo torpe susurró:
- Oh gran rey, tened piedad de nosotras sólo…-.
Hephaistión sorprendido y turbado retrocedió y alzando el rostro advirtió su error en la confusión de éste el cual negando con la cabeza miró a Alexander, la mujer se puso rápidamente de pie e iba a volver a postrarse cuando él la detuvo.
- No te preocupes madre, él también es Alexander – su sonrisa y la tranquilidad que derrochaba hicieron que superara su turbación y viéndola él volvió a sonreír y agregó: - No teman por sus vidas, no sufrirán daño o vejación alguna por que de ahora en adelante serán mi nueva familia.
Así y dejándolas a todas atónitas ambos se fueron dejando el recuerdo de una unión más allá de esta tierra, y ahora en sus habitaciones reales la anciana observaba elevarse las llamas sobre el cielo, hasta ella llegaba el calor que se alzaba furioso y espléndido mientras los monumentales pisos iban cayendo con gran estruendo, a su lado Stateira guardaba silencio y Dripetis sollozaba medio oculta en sus velos de viuda.
El rey fue el último en lanzar la tea ardiente y se quedó inmóvil observando como su amante y compañero se convertía en cenizas, atrás nadie osaba hablar y aunque el calor los estaba asfixiando se mantenían firmes siguiendo su ejemplo, aunque se le veía ausente y crispado estaba allí al igual que en las batallas y fue él quién les ordenó que se retiraran una vez que todo fue cenizas.
Los sacerdotes se le acercaron presurosos, no estaban contentos y les disgustaba que hubiese desoído sus vaticinios pero lo de ahora era peor, algunos hetairoi se quedaron mirando intrigados a ese grupo que parecía agitado dirigirse a Alexander que parecía esculpido en piedra, ninguno oyó que sucedía y el rey se retiró sin responderles.
Asustado Peuquestas se acercó a ellos, temía por la cordura de su amigo y aunque ahora tendría que regresar a su satrapía quería irse estando tranquilo.
- Padres ¿Qué ha sucedido? – exclamó suavemente en persa.
- Velo por ti mismo, hijo…como si no le bastaran los presagios a agregado uno por su cuenta.
Sin comprender miró a los otros ancianos, uno alto y de mirada profunda le señaló el templo mayor y al seguirlo con la mirada sintió que se le erizaba el pelo de la nuca.
- Por Zeus – exclamó - ¿Él lo ordenó?.
- Él mismo lo hizo. – respondió el hombre.
Los fuegos del templo estaban apagados, todos y cada uno estaban sumidos en la más pavorosa oscuridad, esas llamas representaban al poder divino y sólo se apagaban cuando moría el rey. Peuquestas pensó que Alexander lo sabía y así igual lo había hecho desafiándoles a todos, hasta el desdeñoso Cassander le había advertido pero estaba claro que el rey sólo seguiría sus propios pasos y, aunque se sintiese aliviado de que el hijo de Antípater estuviera en franca caída, Alexander estaba desafiando con claridad a los dioses a los cuales venía adorando desde que todos se habían embarcado en esa conquista.
¿Quería demostrarle al mundo que él era un dios? ¿Eso significaba que buscaba la muerte y la deseaba? Ninguna respuesta era alentadora, si estaba fuera de sí o los odiaba a todos podía hacerlos caer uno a uno y encargarse él mismo de desbaratar todo el imperio, con un enorme dolor sintió que estaba pensando igual que sus compañeros y hasta les encontraba la razón, temblando y creyendo que un dios nefasto influía en todos los miró: estaban reunidos en una esquina, todos y lo esperaban.
Cráteros estaba día a día mas cerca de Macedonia, él y Hephaistión habían sido los más fieles, ninguno estaba allí.
- Sólo faltas tú – susurró Seleuco tomándolo por el hombro.
- ¿Qué quieren decir? ¿Qué piensan? – Peuquestas sentía la boca seca.
Ptolomeo se adelantó y dijo con pesar:
- Pensamos lo mismo que tú, él nos destruirá si no lo hacemos nosotros primero, es mi hermano y lo amo como esto ya no da marcha atrás: Él debe morir. Deja atrás tus prejuicios, mi hermano no es el mismo ¿No lo ves? Se ríe de los dioses y su ruina caerá sobre nuestras cabezas si no nos apartamos a tiempo…Él ha sufrido por nosotros pero también hemos dado nuestra juventud y nuestra sangre a esta expedición ¿Vamos a dejar que mancille todo lo que a él mismo le ha costado, tú tienes una satrapía y dicen que eres justo y sabio pero si Alexander enloquece del todo y nos ejecuta como hizo con Phillotas no tendrás nada y la gente que amas caerá.
Cassander ocultó una sonrisa, ahora todos pensaban y eran como él, la culpa no recaería sólo sobre sus hombros.
- Debemos actuar unidos, esto es por el bien de Asia, Grecia y Macedonia, en Mieza aprendimos como regir un mundo y estoy seguro que cada uno es apto para gobernar en nombre de Alexander.
Peuquestas vaciló, parecía que todo estuviese preparado con antelación, le dolía la cabeza de pensar en asesinar a Alexander.
- No, yo no soportaría tener mis manos manchadas de sangre, todos lo hemos visto crecer, cometer errores y retractarse ¿Por qué no podemos entender que sufre y su dolor es justo? No seriamos nadie sin él y no le quitaré la vida, yo no participaré.
Pérdicas se adelantó, la ambición y el cariño luchaban dentro de sí.
- Yo, amaba a Cleopatra y por respeto a ella tampoco participaré.
- Debo organizar la flota, no actuaré en su contra, puede que haya perdido la razón pero si alguien merece morir como vivió es Alexander. Nearco agachó la cabeza ¿eso estaba sucediendo realmente?.
-¡Son unos cobardes! – Exclamó Cassander – Y serán los primeros en estirar la mano para pedir su parte, déjennos el trabajo sucio a nosotros y huyan ratas.
Nearco se giró furioso y tomándole de la túnica replicó:
- La peor sabandija eres tú ¿No proclamaste ser el sucesor de Hephaistión? Estabas borracho junto a tus rameras ¡pues él nunca hizo algo así! la rabia que le tienes es que nunca serás como él, admite que amas a Alexander pero prefieres conspirar para matarlo y decir que está loco y ha sido tu ruina porque no soportas su lejanía. – Soltándolo les miró a todos – Vergüenza, que la vergüenza caiga sobre las castas de todos nosotros por siquiera pensar en algo así.
Todos se separaron, Ptolomeo miró a Cassander y se alejó junto con los demás, necesitaba hablar con Thais, por su parte el hetairoi ni los veía ni los oía, las palabras de Nearco le habían traído a la mente otras mucho más dolorosas.
- Nunca serás como él, eres macedonio, los tres lo somos pero Hephaistión es único, en cambio rameras como tú encuentro con sólo chasquear los dedos, en la India, en Egipto, aquí en donde quiera las hay. Mira en lo que te has convertido, hijo de Antípater, mira en lo que te he convertido yo.
Lo odiaba, al recordar sus palabras sintió que volvía a odiarlo pero él era libre y no temía decir ni mostrarse tal cual, Yolas estaba seguro en su rango y su conducta sumisa no le acarrearía enemigos, su padre soportaría ese nuevo embate de Olympias, así que él podría hacer lo que quisiese y no necesitaba la ayuda de ese grupo de cobardes, sus ojos estaban puestos en Macedonia y que los otros se quedaran con las tierras de los asiáticos, para él no valían nada y sólo Grecia merecía recuperar la clase que Alexander le había restado escogiendo Babilonia como su nuevo hogar.
