Él último vuelo del Águila

Alexander abrió los ojos sobresaltado y miró hacia la entrada de su habitación, todo estaba vacío, dolorosamente vacío, ya no recordaba si el funeral había sido un sueño pero al ver su cama sin su presencia volvió a la realidad.

El aire olía a lavanda, Bagoas dormitaba en un extremo pero no pensó en despertarlo ya que al ver su estado sólo le causaría un dolor innecesario, levantándose sin hacer ruido avanzó directo hacia el lugar dónde dejaba sus armas y acariciando la espada que había sido de su amigo cogió el puñal con empuñadura de nácar, regalo de Poros y comprobó su filo.

Hacia dos meses que la pira de Hephaistión había alzado sus llamas al cielo y aún oía el fragor de los monumentales pisos resquebrajarse uno a uno en un monumento digno de un rey. Hacia esa misma cantidad de días, los juegos funerarios no tenían trazas de acabar y los tres mil atletas venidos de las mejores escuelas griegas dejaban el alma en las competencias, deseosos de agradarle, los actores de tracia y los trovadores de esparta se esforzaban por representar muertes ilustres y entonar cánticos de conmovedora belleza a los caídos sin aludir a Hephaistión más que con sutileza para no provocar la cólera o la pena de Alexander, éste participaba con ímpetu suicida en todo para que el vértigo de la acción le proporcionase el alivio que la sencilla meditación le quitaba.

Los recuerdos, los anhelos y la certeza de que su presencia estaba allí lo conducían a la locura, a uno más de sus arrebatos de cólera y demencia, los días se le hacían interminables y sus planes y futuras expediciones tenían por único fin proporcionar actividad al enorme ejército que veía como un monstruo dispuesto a devorarlo si no le proporcionase atención y entretención.

- Sufre lo que he sufrido yo y me entenderás – balbuceó mirando a su eunuco y repitiendo una frase atribuida a Darius.

Alexander se miró las manos finas y sin cicatrices, éstas estaban todas en su torso y costados en heridas de guerra destinadas a acabarle, alzándose las mangas contempló sus brazos. Algunas hebras blancas se observaban en sus cabellos finos que ahora le llegaban algo más debajo de la nuca, estaba mortalmente cansado y la ausencia de Hephaistión superaba los límites de la comprensión, con mano firme sujetó el puñal y estirando el brazo derecho trazó una recta perfecta con la misma precisión usada en sus campañas y que ahora ocupaba en un intento pueril por sentir otro tipo de dolor, un latigazo físico que le hiciera olvidar el terrible flagelo que su alma cargaba desde que Hephaistión pasara a ser parte de uno más de los compañeros caídos, la herida quedó dejando su marca roja y suspirando salió a recorrer el palacio.

Antes podía encontrar las respuestas a sus dudas en Ptolomeo con el que había afianzado su amistad en Mieza, mas ahora también lo sentía perdido en sus propios sueños y con una palabra y una intención fijas en cada paso, el veneno esparcido sabiamente por su mujer había acabado devorando a un hombre que siempre admiro y quiso entrañablemente, como su pariente y como su amigo Alexander esperaba que un día se diese cuenta ya que era una persona inteligente y ¿acaso el mismo no había quemado Persépolis incitado por ella? El vino y las mujeres conducían a actos viles, todos querían vengar a Grecia pero existían maneras más respetuosas para hacerlo.

Thais había llegado de Corintia al alero de la favorita de macedonia, Kampaspe, mujer hábil y renombrada belleza cuyos encantos lo habían trastornado en la adolescencia y su pupila ahora ejercía con placer las enseñanzas de su maestro apartando su hermano de la senda que siempre había llevado.

Ambos paseaban por los jardines colgantes ajenos a que Alexander los observaba, entre Thais y Cassander habían convencido a Ptolomeo que el mejor fin para la demencia y locura de su hermano era proporcionarle una muerte piadosa y para alentarle más le recordaban a diario que él también tenía sangre real en su cuerpo y que su elevada inteligencia lo convertían en un sucesor digno, no como Arrideo.

Con tristeza el rey desvió la mirada, se sentía muy cansado como para ayudarlo y lo dejaba al destino. Por primera vez el dolor lo vencía por completo y es que eran tantas las pruebas superadas desde la infancia, la muerte de Filipo, la traición de Phillotas, y la ejecución de Parmenión por ser su padre, la desesperación por Cleitos, la huida de Darius y los motines del Hifasis y de Opis. La herida sangraba profusamente y cubriéndola otra vez sintió que los hombres que habían salido con el de pela ya no eran los mismos, los soldados, los compañeros y los que le conocían de niño ya no lo amaban y su genio o esa misma capacidad de avance que los había guiado a la gloria haciéndoles a todos ricos y capaces de cumplir sus sueños ahora eran un estorbo. Les había dado alas, les había demostrado que todo era posible alimentando con eso su ambición y ahora unos se jactaban que sin ellos el propio rey no seria nadie y el ejército no seria nada.

Eran una bandada de cuervos y los veía ahora, apiñados junto a sus partidarios conspirando unos contra otros, planeando caídas o estudiando que parte del imperio valía mas, y lo único que lo frenaba era el temor que por el sentían y la ira que se apoderaría de los que aún lo amaban

Frente a el se encontró a Cassander, ocupado en vigilar las habitaciones de Roxana a la cual odiaba y su presencia ahí era una muestra mas de su cinismo, con el había herido a Hephaistión pero mas que nada había descendido un peldaño mas contribuyendo a su propia caída, aliándose con la traición en espera de justicia, aliándose con la mentira en espera de la verdad.

Alexander pasó con la mirada al frente, nunca mas volvería a cruzar sus ojos con los suyos. Ahora, relegado a la inferioridad y al olvido el macedonio debía conformarse con comenta, junto con los pocos que seguían tolerándole, que Alexander estaba muriendo, el objeto de estos rumores era hacer correr la voz de una terrible enfermedad para que cuando expirase no hubieran dudas acerca de su muerte.

Era cierto que el prolongado esfuerzo físico y mental estaban pasándole la cuenta y se veía que ya no se recuperaría, la campaña contra los uxios la había realizado para honrar la memoria de su amigo y sus cuerpos eran un homenaje porque según homero los muertos exigían sangre y honor. La casa de Amyntor era una de las más ilustres de macedonia y su hijo había sido el mejor de los hombres. A todo eso se añadían los malos presagios como el hecho de que la cinta que señalaba su rango volase desde la barca hasta la tumba de un muerto. Pero si se lo proponía podía resistir mucho tiempo más y así lo demostraban sus planes a pesar de sentir que ya en ese enorme imperio nada era suyo, a nada podía llamar propio, con tranquilidad ingreso a la habitación de Roxana, desde su estado que no salía temerosa de que el hijo que esperaba muriese junto con ella y su llegada era conocido por unos pocos, el resto la hacía en Ecbatana.

-Roxana- musitó Alexander sentándose en su triclinio. La joven tembló al oírle pronuncia su nombre y antes de que pudiera decir mas lo abrazo conmovida, sabia que la muerte de Hephaistión era una herida abierta en el pecho del rey y que por fin fuera a verla le daba esperanzas de que tal vez ya no sospechara de ella.

-Iskander, este lugar te hace daño – El griego sonaba extraño en sus labios pero para amarlo no necesitaba palabras.

Él sonrió y se separó unos centímetros de ella, sus rizos negros contrastaban con su tez mate y la maternidad suavizaba sus rasgos.

- Los dioses…- Su mirada se posó en el cielo – Me llaman, lo siento aquí dentro, los rumores, los presagios ¡todo es cierto! Nunca vencí a la muerte. – Finalizó.

Su tono tanto como sus palabras asustaron a la mujer la que volvió a aferrarlo como queriendo protegerlo.

-No, no…los dioses no, él te quiere allá ¿Acaso nunca te dejará tranquilo?.

Alexander bajó la mirada, tal vez Hephaistión quisiera estar junto a él pero él también quería verlo una vez más.

- Ya he hecho todo para lo que he nacido – Argumentó tratando de calmarla – Si muero quiero que estés a salvo, que ambos lo estén y Babilonia no será seguro, escúchame, quiero que vayas a Pella junto a mi madre, en ella confío.

-¿Qué ha dicho el Oráculo? – La mujer acarició su vientre, su hijo era una prolongación de su rey dentro de ella y por él daría su vida.

- Peuquestas me comunicó que por la gracia de Amón, Hephaistión podía tener honores divinos. .

Una sonrisa sagaz se extendió por el fino rostro de la bailarina y acercándose a él lo besó lentamente acariciando su cuerpo con velado deseo.

- Como querías, todo es como deseas siempre.

Se abstuvo de preguntar más, personalmente confiaba en los caldeos y le preocupara que continuasen vaticinando problemas para su esposo y que éste fingiera no escucharlos.

- Cráteros debe estar a meses de llegar a Macedonia, por eso es necesario construir el puerto y abrir una nueva ruta…Desde aquí se podría llegar a todo el mundo – Comentó afiebrado mientras rememoraba los días en que se había marchado, nuevamente se sentía afiebrado y recostándose en el triclinio sintió los labios de Roxana sobre su cuello.

La joven estaba moldeada a base de voluntad y fuego, sin la presencia de Hephaistión sobre Alexander dio rienda suelta a su deseo reprimido durante tanto tiempo, la piel tibia y la languidez de su rey eran como una muda invitación, sus cabellos negros cayeron sobre el pecho de su amante y sus labios recorrieron cada palmo de éste pero el asombro la hizo temblar cuando miró las marcas en sus brazos.

-¿Qué es eso? ¿Quién…? – exclamó señalando los arañazos.

Alexander abrió los ojos y sentándose la atrajo por los hombros, el también la había extrañado y sólo Hephaistión había sabido que su enlace con ella no correspondía a una simple estrategia política, besándola con lentitud no respondió a su pregunta y recostándola sobre el lecho acarició sus pechos morenos mirando su vientre con curiosidad ante lo que Roxana sonrió y acariciando sus cabellos rubios susurró:

-Si, vas a ser Padre.

Él rió por primera vez en meses, era una risa serena y alegre y asintiendo se llevó el puño a los labios. Su heredero se llamaría Alexándros y continuaría el legado que habían comenzado Philipo y él. ¿Había válido la pena todo lo anterior? Lo dudaba, los dioses tenían sus propias maneras de demostrarles a los hombres lo frágiles que eran, mirando a Roxana recordó el por qué se había casado con ella.

Cuando perseguían a Bessos en las peligrosas tierras de Afganistán y sus territorios de Areia, Partia, Drangiana, Sogdiana, Bactriana y Aracosia librando combates por espacio de tres años sin lograr unificar nada, resolvieron entregar al asesino de Darius a sus pares persas, pero aún quedaba Espitámenes, un sagaz líder de una tribu a la que habían apodado los "guerreros lobos" y cuya religión podía denominarse como fatalismo pues adoraban la libertad y la muerte. Durante años las persecuciones y asedios contra ese grupo guerrillero había hecho desarrollar una nueva faceta en sus hetairoi y los mejores generales en esas verdaderas carnicerías eran Cráteros, Coenio y Pérdicas, temiendo que esa clase de batalla les gustase más que las libradas con honor él había hablado con Oxiartes quién era sátrapa de Bactriana y le había pedido la mano de su hija, Roxana para unir a ambos pueblos.

Finalmente Espitámenes fue comprado con dinero pero continuó con sus tretas para obstaculizar el avance por esas tierras y Hephaistión logró acabar con cada uno de sus guerreros lobos en un acto que ambos pagaron caro, Alexander ladeó la cabeza, no quería recordar eso tan doloroso. Roxana continuaba dándole muestras de que no lo había olvidado y lo deseaba pero su mente estaba mucho más allá y recordaba como en un arranque de cólera había asesinado a Cleitos por burlarse de su origen divino y su familia.

Afuera Cassander les oía, sus ojos se endurecieron mientras se marcaban los músculos de la mandíbula en su rostro, una vez se había olvidado de si mismo para amar a otro con ímpetu, sólo una vez. Para tener a Alexander hubiera tenido que envenenar a la sogdiana también pero el resultado hubiera sido el mismo ya que el rey nunca le había amado y se estremeció al recordar sus ojos buscando algo más cada vez que hacían el amor a escondidas en los pasillos del palacio de Pella o cuando se las arreglaban para encontrarse a medianoche en el campamento, siempre que Hephaistión estuviera cumpliendo una misión en otro lugar.

La puerta se abrió y arreglándose un mechón rubio que caía sobre su frente Alexander salió prestándole menos atención que si hubiera sido un soldado raso, su gesto y su aire de superioridad le hicieron sentirse humillado y tragándose el nudo en su garganta susurró:

- Alexander, me alegra que tengas un hijo.

Su compañero ni se detuvo ni dio muestras de haberlo escuchado, Coenio se acercó a saludarlo y ambos se encaminaron al salón de audiencias, mordiéndose su orgullo Cassander observó por la puerta entreabierta hacia el interior, las doncellas preparaban un baño a la futura madre que lucía feliz y canturreaba en persa lo que parecia ser una canción de cuna.

"Cuando quieres a alguien o algo lo consigues y para ti estoy tan muerto como el maldito Hephaistión, si pudiese olvidarte, si hubiera podido te habrías evitado tantos dolores…Estás en mí sangre, dentro de mí Alexander y no tendré un respiro hasta acabar con todos los que has amado" Pensó mientras su capa ondeaba a raíz del viento del norte.

El rey y Coenio hablaban sobre Arabia cuando se les sumó Nearco y uniéndose a ellos, por ser almirante de la flota imperial, escucharon un gran alboroto proveniente del salón, se oían lamentos y órdenes.

- Por Heracles ¿Qué pasó ahora? – masculló Alexander.

Los otros, sintiéndose sobrecogidos, le siguieron y vieron a los eunucos que gemían con grandes muestras de pesar y miedo, dos soldados sostenían a un hombre andrajoso.

- ¿Qué pasa? ¿Quién es ese hombre? – La voz del rey fue alta y clara, los sollozos se acabaron.

- Gran rey, éste hombre se sentó en su trono – respondió uno de los guardias sacudiendo al sujeto.

Alexander frunció el ceño y acercándose al hombre lo examinó en silencio, sin duda era un uxiano y parecía tan inteligente como un asno.

-¿Por qué te sentaste allí? – susurró con suavidad.

El hombre lo miró y riendo con aire de estupidez miró a su interlocutor con la inocencia de un crío y respondió:

- Me pareció bonita esa silla.

Un clamor de asombro se escapó de labios de todos, Coenio se acercó al hombre y zamarreándolo le gritó:

- Imbécil ¡No le hables así al rey!-

-Déjalo Coenio…ni siquiera sabe en dónde está parado.

- Alexander ¿Cómo pudo llegar hasta aquí? Les matamos a todos en los desfiladeros, alguien tiene que haberlo dejado pasar, no tomamos prisioneros – Nearco pensaba mentalmente en sus compañeros y recordaba la conversación sostenida afuera del templo.

Uno de los ancianos persas se acercó, era Oxiartes el padre de Roxana quién había venido a los funerales de Hephaistión.

-Gran Rey lo que ese hombre ha hecho es una afrenta y entre nuestra gente representa al peor de los presagios.

- Entiendo, haré que lo interroguen – respondió Alexander con simpleza.

El anciano pareció escandalizado, Bagoas observaba sintiendo que tenía el corazón en un puño cuando la mano de Peuquestas se posó suavemente en uno de sus hombros.

- Mi señor, los dioses están enviando mensajes terribles, primero fue vuestra cinta que voló sobre las tumbas y ahora éste hombre usurpa el trono de los reyes – Alexander se cruzó de brazos y Oxiartes prosiguió: - Si no hubiera ordenado que apagasen los fuegos de los templos.

- Oxiartes ya he dejado claro el por qué ordené eso – replicó el rey perdiendo la paciencia – Unos cuervos cayeron muertos delante de mi caballo, el viento norte sopla desde hace días ¿No le llaman el aliento de Deimos? Si los dioses quieren eso no me opondré a sus voluntades pero cada vez que salgo no hago más que oír rumores acerca de mi cordura y de mi salud, hasta hablan de mi muerte – Molesto los observó a todos y recuperando el aliento observó la preocupación de Peuquestas y le sonrió – Yo también veo presagios pero no todos son malos, necesito descansar y tengo un heredero, eso me parece esperanzador por lo que no quiero oír ni un mal presagio más, ni un solo rumor con eso sólo están logrando que mis hombres se desmoralicen.

Oxiartes se inclinó y salió, Alexander ordenó que interrogasen al hombre y luego fuera ejecutado para calmar el clamor persa.

Peuquestas se acercó y ambos se abrazaron con calidez, el rey sonrió y murmuró:

- Pensé que ya estabas camino a Caria.

- Mañana partiré, desearía quedarme pero tengo asuntos que me reclaman allá.

- Alexander, recuerda a los caldeos quizás el anciano no andaba tan errado – musitó Nearco.

- Nearco, los recuerdo por Zeus, pero no puedo pasarme todo el tiempo pensando en eso, tú y yo debemos organizar la construcción del puerto ¿has traído los planos?. Aún tenemos que organizar la expedición a Arabia y estableceremos una ruta marítima desde el Eúfrates hasta el mar rojo y lo uniremos con el mediterráneo. Será una empresa gigantesca y una que coronará mi obra.

- Si, aquí los tengo. – Nearco se sintió avergonzado de su liviandad.

El rey asintió, su rostro se inclinó sobre los planos los cuales extendió sobre la mesa, mirando a su derecha suspiró y exclamó con pesar:

- Los dioses, predicen mi muerte y nunca hicieron nada por prevenir la de Hephaistión.

Los tres hetairoi se miraron, sabían que ninguno de ellos podría reemplazarlo aunque lo quisieran con cada fibra de su ser, la ausencia del resto de los compañeros era una muda señal de lo mal que estaban las cosas entre todos.

- Organicemos un komos así despedimos a Peuquestas y animamos a los hombres – Coenio sonrió.

El rey asintió pero seguía serio, a veces sentía que Hephaistión no había muerto y en cualquier momento entraría para reunírseles sacudiendo su capa o quejándose del polvo del camino, nuevamente sintió que se quemaba por dentro. Bagoas se acercó con discreción y Peuquestas lo notó abatido mientras le tendía un paño húmedo.

- Gracias, Bagoas…- La mirada de Alexander se suavizó. – Me gustaría, Peuquestas así podrás marcharte tranquilo.

Los tres hombres volvieron a mirarse inseguros, notando esto Alexander los hizo pasar a la sala privada.

- Se que es lo que les preocupa, ninguno está aquí ahora, se que conspiran a mis espaldas ellos los que me juraron lealtad y ¿puedo culparlos? Este imperio es demasiado grande y estarían locos si no lo desearan, por sus miradas deduzco que no están de acuerdo.

- Cassander fue quién empezó – Coenio se mesó la barba y sus ojos negros se endurecieron – Ese bastardo siempre tuvo envidia de ti y de Hephaistión.

- Nadie quería que lo trajeras a la expedición, sentíamos que estar junto a él era como dormir con un escorpión sólo tú creías que era un buen elemento y mira lo que nos ha hecho a todos.

Alexander rió y mirando a Nearco musitó:

- Ni mi hermano lo quería y ahora él es uno de sus seguidores.

- Alexander ¡asesinémosle! – Exclamó Peuquestas - ¿Él envenenó a Hephaistión, verdad? Por eso te encerraste con él cuando nuestro compañero murió.

- Así lo creí también, nadie más se hubiera atrevido, pero no fue él.

Todos guardaron silencio, Bagoas se mordió los labios, odiaba a Cassander porque si bien Hephaistión nunca fue grosero con él su compañero lo miraba con desprecio y burla y muchas veces cuando Alexander dormía lo echaba para afuera como si fuese un perro.

Desde la muerte del quiliarca sabía que nunca más lo dejaría acercarse a él y en parte le alegraba así Cassander podría tragarse todo su veneno pero el castigo no sólo era contra el hetairoi sino también en contra suya, eso lo estaba matando pues veía el deseo en sus ojos grises, y sólo vivía cuando estaba a su lado, con disimulo se limpió las lágrimas sintiendo todo lo que estaba pasándole a su señor.

-Esta noche se acabarán sus intrigas – Alexander se veía mas tranquilo – Ya he designado a quién será mi sucesor.

Todos quedaron impresionados y Medio que venía entrando lanzó una risotada y exclamó:

- Sabía que se sorprenderían al verme pero no es para tanto muchachos.

La risa brotó de labios de los cuatro hombres, Medio era uno de los tantos sátrapas orientales que se había ganado la confianza y el cariño de todos por su ánimo festivo.

- Llegaste justo a mi despedida – bromeó Peuquestas.

- Eso quiere decir que este Desios será bueno.

Alexander los miró y exclamó:

- Vayamos a ver como va el puerto.

Seguido por sus hetairoi estuvieron toda la tarde observando la construcción del gigantesco puerto, con sus bodegas de almacenaje y el espacio para albergar a más del mil barcos era otra obra más unida a su genio, los mozos y pajes personales de Alexander fueron los encargados de repartir las invitaciones para la fiesta, los eunucos se preparaban practicando sus pasos de baile, los músicos afinaban sus instrumentos y se preparaban los más exquisitos manjares, sería la primera fiesta después de la muerte de Hephaistión.

En una tienda habilitada especialmente para el caso, junto al río, los compañeros ya se hallaban instalados en sus triclinios devorando con la mirada a las mujeres persas encargadas de atenderles, al entrar el rey Poliperconte se acercó a saludarlo y percibió otra vez la rivalidad entre los hombres nuevos y los servidores de Phillipo. Había sido para evitar precisamente eso que los había licenciado enviándolos con Cráteros a Macedonia dónde corrían vientos de guerra producto de los rumores que hacía circular Olympias acerca de conversaciones secretas entre Antípater y los Etolios.

- Compañeros, ésta reunión es para despedir a nuestro querido Peuquestas que mañana regresa a su satrapía.

Éstos alzaron sus copas y brindaron por su compañero, observando la composición de éstos en los triclinios Alexander se sentó y Thais se acomodó a su lado con una gran sonrisa.

Bagoas se instaló al frente y tras hacer una reverencia ejecutó su mejor danza, sin embargo bajo su apariencia festiva temblaba de miedo al recordar el incidente en Maracanda con Cleitos en el cual había sido usado como excusa para iniciar la pendencia.

Cassander y Ptolomeo lo miraban con aparente interés, Meleagro y Poliperconte conversaban entre sí, aún no aprobaban a los persas y miraban a ese muchachito contorsionándose en el centro como una afrenta a su orgullo macedonio.

Leonato y Seleuco estaban entretenidos en competir con cual mujer pasarían la noche, y Antígono conversaba con Éumenes pues sólo podía ver a Bagoas con un ojo y le molestaba que lo apodaran Monotfalmo, Phillipo había sido un gran hombre también y nunca le habían puesto sobrenombre alguno.

Lisímaco comía bocadillos y Nearco miraba de reojo por uno de las aberturas de la tienda el puerto que lo tenía maravillado.

Coenio reía disimuladamente oyendo las aventuras de Medio, ambos eran grandes amigos y sentían placer en hallarse todos reunidos de una buena vez.

Sólo Peuquestas observaba con enorme interés al joven de cabellos negros y ojos castaños almendrados que imaginaba, bailaba sólo para él, atrayendo su atención con su aspecto juvenil y belleza.

Así cada uno sumido en sus preocupaciones, así los veía Alexander quién sostenía una copa de vino en la mano hasta que sintió un roce en sus cabellos, el viento había alzado una de los extremos de la tienda y por él observó a Hephaistión que sonreía, su capa ondeaba y sus cabellos castaños se mecían. Asombrado dejo la copa a un lado y se levantó para ir a verlo pero de pronto sintió que ardía y un dolor lacerante le mordió el vientre, Thais se puso de pie aterrada y fue su grito lo que alertó a todos.

-Alexander ¿Qué tienes? ¿Qué tienes? – Repitió Coenio sujetándole.

Peuquestas dejó de mirar a Bagoas y arrodillándose en el piso le tomó el pulso y comprobó su temperatura.

- Por los dioses, con esta fiebre no debió tomar vino – Miró a sus compañeros – Llevémosle a su habitación.

Alexander los escuchaba pero no podía hablarles o ponerse de pie, su cuerpo era de piedra y sólo estaba con los ojos fijos en Hephaistión, Phillipo, Cleitos, Parmenión y Phillotas que caminaban alrededor observándole.

"Han venido a buscarme…voy a morir" pensaba mientras era trasladado a su lecho.

Los compañeros se peleaban por cuidarle y en todas las ciudades que componían su imperio el terror fue instalándose, en especial en las urbes persas, Alexander agonizaba y mientras salían a las calles golpeándose el pecho sentían como una gran sombra se cernía sobre cada uno de ellos.

En Babilonia las risas y la música no se dejaron oír en toda la noche y la muchedumbre iba juntándose en las afueras del palacio.

Cassander miraba por el balcón sobrecogido por las gentes que oraban en silencio y sintiendo desde ya un enorme vacío dentro de sí, sus compañeros discutían en una sala contigua y Roxana gemía en sus habitaciones. Acercándose a Alexander no reprimió su mueca de desprecio y rozando con sus dedos la frente del rey sonrió al sentirlo estremecerse.

- Témeme ahora, estás débil y enfermo y sabes que nunca te levantarás…vas a morir, Alexander.

Los ojos grises relampaguearon y se fijaron en los de su compañero, Alexander trató de formar unas palabras pero sentía la garganta obstruida, lo oía con claridad y lo detestaba lamentando no poder decírselo una vez más.

- Sigues siendo hermoso, te odio y ahora responderé tu pregunta – Mirando hacia ambos lados se inclinó como un amante respetuoso y susurró: - Me preguntaste, vida mía si yo había envenenado a Hephaistión…Tu corazón que siempre latió por él te decía la verdad – Su rostro se endureció – Porque fui yo, yo lo envenené y disfruté viéndote sufrir.

Un estertor escapó de la garganta de Alexander mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, su rostro expresaba sin palabras el dolor y el odio por Cassander el cual al verlo así se mordió los labios y apartó su rostro, la mano de Alexander aferró el brazo del hetairoi con fuerza y así estuvo hasta que sus ojos lentamente se cerraron.

Bagoas, que estaba oyéndoles tras los cortinajes salió y viendo a Alexander así miró al macedonio con ira:

- Envenenaste a Hephaistión y ahora lo matas a él, eres un asesino lleno de odio.

- Cállate escoria, si hablas te cortaré el cuello y no podrás dar saltitos en el escenario.

Las puertas se abrieron y Pérdicas entró seguido de los demás, afuera el clamor seguía, apartándolos y seguida de sus doncellas Roxana se abalanzó sobre el cuerpo de Alexander y gritó su nombre entre sollozos. Alarmado Peuquestas corrió a verle junto a los médicos que no habían querido entrar por lo sucedido con Glauquias.

- Cálmate, sólo está inconciente.

Llorando sin consuelo la mujer recordó las advertencias de éste y mirándoles a todos escupió con desprecio y salió erguida, eran unos buitres.

Pérdicas se acercó y lo encontró con los ojos abiertos, reprimiendo un sollozo le sonrió sintiéndose avergonzado de haber oído la conspiración, Era hijo de Orontes uno de los príncipes de la provincia de Orestis y Alexander le había honrado en Tebas ¿Así se lo recompensaba?.

-Alexander…- habló con voz ronca - ¿Qué hacemos ahora?.

Los demás lo observaron, en su pregunta Pérdicas había expresado lo que sentían cada uno de ellos: vacío y miedo ante lo que se les venía encima, por mucho que todos ambicionaran tener ese reino reconocían que era demasiado extenso y los sobrepasaba.

Alexander se quitó el sello real con dificultad y se lo entregó, con los ojos llenos de lágrimas el hetairoi lo recibió.

Afuera se había corrido la voz de que había entregado su alma a los dioses y la ciudad se descontroló por completo, los hetairoi debieron recurrir a la fuerza para tranquilizarles a todos pero exigían ver al rey.

Pérdicas miró a Ptolomeo, tenía el anillo y desde la muerte de Hephaistión ostentaba el cargo de comandante en jefe en Asia y ahora era guardián del sello real.

- No podemos contenerlos, empezarán a amotinarse. – Lisímaco miró las puertas de la habitación como si en cualquier momento los persas fueran a entrar.

- Hagámosles entrar, así verán que sólo está enfermo – Opinó Ptolomeo.

- Verán que agoniza y nos matarán – Exclamó Antígono.

Leonato sonrió y señalando a Pérdicas dijo:

- Decide tú, tienes el anillo.

Tras una y otra discusión decidieron hacer entrar a todos, Alexander se incorporó en su lecho y Peuquestas se acerco al muchacho persa.

-Tendrás que salir, sus hombres quieren verlo,¿lo entiendes verdad, muchacho?.

Los soldados esperaban afuera en formación, habían estado toda la noche allí vestidos con sus armaduras y en cualquier momento esperaban verlo aparecer con su armadura y su capa, con el broche del león de macedonia y sus cabellos rubios adorando a Apolo, su presencia les infundía valor y su voz confianza. Después de todas las penalidades sufridas Alexander los había recompensado haciendo sus sueños realidad, Pérdicas abrió las puertas principales y de a dos en dos fueron desfilando frente al lecho de su rey.

- Aquí vienen – murmuró Seleuco mirando a Alexander, éste pálido y demacrado hizo un gesto imperceptible, sentía que el dolor estaba comiéndoselo vivo pero sus hombres querían verlo y lo verían.

Algunos lloraban, otros trataban de imitarlo y se mantenían firmes, en sus ojos descubría miedo, admiración, amor, respeto y toda su vida iba pasando ante sí, viéndolos recordaba el asedio de Tiro, la batalla de Gaugamela, la quema de Tebas, las persecuciones en Aracosia, él era un soldado como ellos y se veía a sí mismo montado en bucéfalo y con peritas siguiéndole enfrentándose a Poros, Darius, Memnón.

La fila se prolongó por horas y a la salida unos se ufanaban que los había reconocido, otros se apoyaban en sus armas y lloraban desconsolados y en todos flotaba un aire de pesadumbre.

Bagoas iba a entrar pero esperaba la señal de Peuquestas que lloraba apoyado en una de las puertas, al acercarse éste se limpió las lágrimas y se limitó a decir.

- No puedo evitar recordarlo y daría mi vida porque estuviera sano. Iré al templo de Serapis a pedir por él.

Ptolomeo sorbió por la nariz y miró a los últimos soldados, muchachos que apenas podían contener el llanto, Alexander los miró con serenidad y éstos al salir se sentaron desconcertados.

- Ya ha acabado – Nearco cerró las puertas y miró a Alexander.

Respiraba con agitación y parecía que se ahogaba, acercándose Nearco lo sacudió por los hombros y gritó:

- ¡Por amor de Zeus, resiste Alexander! – Lloraba y sus lágrimas caían sobre el rostro del rey.

Alexander lo miró y a todos los que se habían reunido junto a él, Hephaistión estaba en el centro y le tendía la mano, Phillotas y Parmenión sonreían, Cleitos se hallaba cruzado de brazos y su padre lo miraba. Extendiendo su mano trató de alcanzar la de su compañero cuando la voz de Ptolomeo se impuso.

- ¿A quién le dejarás todo esto? ¿Quién será tu sucesor?.

Eso era lo único que les importaba, algunos parecían realmente afligidos y en otros veía el brillo de la ambición, entreabriendo los labios tosió y exclamó:

-Mi reino…El imperio – volvió a toser – Será para, el más fuerte.

Todos callaron estupefactos, Lisímaco se acercó y mirándolo apenas pudo exclamar, entre lágrimas:

- Alexander ¿Cuándo quieres que te rindamos homenaje?.

- Cuando se sientan felices.

Lisímaco le tomó la mano, Hephaistión estaba junto a él y lo miraba con serenidad, llevaba puesta su armadura de guerra y en sus brazos sostenía a "Peritas".

Alexander sonrió, sus ojos grises se encontraron con los de Cassander y alcanzando la mano de Hephaistión se sumergió en las sombras.

El silencio se extendió en el salón, Cassander retrocedió y asiendo uno de los pilares del lecho lloró en silencio, Ptolomeo se arrodilló a los pies de su hermano y recordando cuando conversaban en el Hindu Kush sollozó apesadumbrado, Peuquestas se llevó las manos al rostro, Nearco, Lisímaco, Poliperconte lloraban desolados.

Bagoas los miró, todos eran hombres fuertes y los había visto combatir en diferentes frentes, cada uno de ellos sollozaba sin importarle nada más y él que lo había amado tanto no podía, se sentía como pasmado y deambulaba totalmente ido cuando se topó con Pérdicas.

"Todos celebraban la distribución de la basileia cynegesis, ese era el nombre que recibían las posesiones del rey, Parmenión recibió la finca de lago claro, Hephaistión el coto real de Eordea, Antígono tres valles en el alto estrimón y así cada uno de ellos, pesquerías, haciendas, el rey se deshacía de todo.

Pérdicas se acercó, el señorío de Thriadda era suyo pero ¿Qué le quedaría a él?.

- Alexander ¿Qué te dejarás para ti?.

- Mis esperanzas. – replicó éste."

Enjugándose una lágrima el hetairoi pensó que nunca las había perdido y a cambio de todo eso había llevado una vida y aventuras que nadie más nunca alcanzaría.

Ahora yacía tendido con los ojos cerrados y volvía a ser ese muchacho lleno de sueños y aspiraciones. Medio se recompuso y abrió los ventanales, hacía calor y era el 28 del mes desios.

Alejandro III, hijo de Phillipo II, descendiente de los Argéadas, Rey de Macedonia y Tracia, Rey de Caria, Strategos Autokrator de la Liga de Corinto, Arconte de Tesalia, Jefe Supremo de la Liga de Delfos, Gran Rey de Persia, Hijo de Amón-Zeus y Faraón de Egipto se encontraba ahora junto a los Inmortales.

Había sido venerado un héroe y aclamado como un dios, en su peregrinaje en busca hallarse consigo mismo llevó a los macedonios hacia un sitial esplendoroso, condujo a sus hombres a regiones que nunca habían sido pisadas más que por los orientales y doce altares de oro señalaban el límite de sus conquistas.

Bagoas dormitaba junto a su cadáver y los eunucos seguían aseándole como si en cualquier momento fuese a abrir los ojos, los hetairoi llevaban días sin pisar ese recinto, enfrascados en peleas y luchas por designar un sucesor.

"Es hermoso vivir con valor y morir dejando tras de si fama imperecedera"

Alejandro Magno