Acto 1

Destellos del subconsciente.

— Señora Kaede, ¿Qué historia nos contará esta noche?

La anciana sonrió. Era una buena noche para descansar, con la lluvia repiqueteando en el techo. El fuego chispeaba con agradable sonido y aliviaba el frío que soportaba el grupo. InuYasha, Kagome, Shippo y Sango descansaban dentro. Miroku había desaparecido con la excusa de que necesitaba varios instrumentos para un exorcismo. Bueno, o eso decía él… a veces no sabían si decía la verdad o no, conociendo las mañas del monje.

Era una de las noches en las que el grupo volvía de un día largo, luego de una batalla a la que volverían al día siguiente. Los siete guerreros seguían libres, vagando por el terreno, y la tarea de ellos era poder dar paz, disminuir las muertes… derrotar al ejercito poderoso de Naraku.

Y dentro de estas noches, por petición (bueno… más que petición era una orden) Rin se había quedado a pasar la noche. Sesshomaru se la llevaría en la mañana, luego de terminar asuntos "pendientes de Yokai".

InuYasha pensaba que era algo bobo o simplemente una excusa para sacársela de encima, pero Kagome le decía que era un gesto tierno. Él solo quería mantenerla a salvo, murmuraba como si fuese un alivio.

En esas noches el Kitsune y la niña disfrutaban las historias que Kaede les contaba, sin pasarse ningún detalle. Era muy buena narrando, tanto que hasta los mayores quedaban embobados escuchando. Imaginándose los escenarios, la historia del amor entre un espíritu del bosque y una humana, la gran derrota de los yokai del río cerca del monte Fuji, el fantasma del general ogro… casi nadie podía salvarse de entretenerse, era como volver a ser niños.

— Tengo una especial para esta noche —dijo, y mirando a Kagome pareció guiñar su ojo sano—. Trata sobre la leyenda de la mariposa blanca.

Los niños se acercaron más a la anciana y los demás alzaron las cabezas para escuchar con atención. Era un título bastante interesante, considerando la invasión de mariposas que apareció no hace mucho…

— La historia comienza cerca del templo de Sozanji, detrás del cementerio. Allí, en una pequeña cabaña, vivía un anciano llamado Takahama. Era una persona muy amable y querido por sus vecinos, aunque ellos a veces lo consideraban un poco loco. Según ellos, su locura se basaba en el hecho de que estaba totalmente solo y nunca tuvo el interés de casarse y tener hijos.

— Pobre señor… debió de sentirse muy solo —murmuró Shippo, suspirando.

— Tal vez… —le contestó Kaede—. Un día de verano enfermó gravemente, tan mal se encontraba que tuvieron que buscar a su hermana y el hijo de esta. Cuando llegaron hicieron todo lo posible para que en las últimas horas que le quedaban se sintiera cómodo y tranquilo, pero mientras observaban a Takahama que se quedaba dormido, una gran mariposa blanca voló en la habitación y se apoyó en la almohada del anciano. Su sobrino trató de alejarla con movimientos bruscos de un abanico, pero regresó tres veces, resistiendóse a dejar al anciano, luego la mariposa perseguida por el niño se alejó al jardín y de allí al cementerio, para posarse sobre la tumba de una mujer y luego desaparecer misteriosamente

Las orejas del hanyou se movieron, prestando más atención que antes. La anciana sabía que, secretamente, a InuYasha le gustaban este tipo de historias. Con una imperceptible sonrisa continuó con su historia, con un tono más cálido y suave.

— Al examinar la tumba del joven leyó el nombre de "Akiko" escrito en ella, junto con una descripción que narraba cómo había muerto cuando tenía dieciocho años y a pesar de que la tumba estaba cubierta de musgo ya que tenía cincuenta años, el muchacho observó que estaba rodeada de flores. Cuando el joven regresó a la casa se encontró con que Takahama había fallecido, se dirigió a su madre y le contó lo que había visto en el cementerio, "Akiko?" murmuró su madre y contó; "cuando tu tío era joven se iba a desposar con ella, pero Akiko murió de tuberculosis poco antes de su boda, por ello su tío nunca quiso casarse y decidió vivir siempre cerca de su tumba". Durante todos estos años se había mantenido fiel a su voto, manteniendo en su corazón todos los dulces recuerdos de su único amor, por ello cada día Takahama fue al cementerio y oraba por su felicidad, dejando flores en su tumba, pero cuando Takahama enfermó y ya no podía realizar su tarea amorosa, Akiko en forma de una mariposa blanca se hacía presente para acompañarlo y ahora han vuelto a reunirse, para estar juntos por toda la eternidad — Y así concluyó la historia, Kaede asintió y murmuró un "este es el final" con una mirada llena de emoción.

Todos se quedaron en silencio un momento. Miraban a la nada y a la anciana, entre ellos, para luego bajar la vista al suelo. Respiraban lentamente, y no volvieron a hablar hasta que escucharon un sollozo.

— ¡Kagome! ¿Por qué lloras? —le preguntó Sango, acercándose para tocarle el hombro.

— Oh, es que la historia es muy bonita… y tiene un final muy triste y lindo al mismo tiempo —suspiró, enjugándose las lágrimas. A veces ella era muy sensible.

La Taijiya asintió, todos le dieron la razón sobre aquel final.

— Algún día me gustaría enamorarme de esa manera, que sea tan fuerte que nada en el mundo nos separe —murmuró Rin, mirando sus manos.

— Si amas de verdad, y él te ama a ti, puedes estar segura de que durará mucho tiempo —aseguró la anciana. Fijó la vista en todos, y su mirada se quedó en InuYasha y Kagome por un momento. Estos se sonrojaron, más avergonzados por haber sido pillados con la guardia baja—. El amor verdadero no puede ser detenido por la muerte, menos por el tiempo… aunque se muera el cuerpo, los sentimientos quedarán viviendo hasta el fin de los tiempos.

— Como… la reencarnación.

Todos miraron a Sango, que parecía estar pensando mucho lo que Kaede había dicho. Al darse cuenta de las miradas en ella desvió los ojos a la pared, avergonzada.

— Quiero decir… escuché sobre una pareja que se había amado por muchos años, y debido a que su unión era imposible, prometieron reencarnar las veces que sean suficientes hasta que encuentren un mundo donde puedan estar juntos —Kagome suspiró, sonriendo con esos ojos soñadores. Era como el comienzo de otra historia—. La leyenda cuenta de que ellos siguen reencarnando, pero que sus vidas todavía no pueden unirse, y volverán a la vida para buscarse. Cuando por fin estén juntos, ambos hallarán paz tanto en la tierra como en el mundo de los espíritus.

— Oh… es una historia preciosa, tanto como la que ha contado Kaede —dijo Rin con emoción.

— Me pregunto si esas personas estarán vivas ahora… buscándose —Shippo bostezó, acomodándose para dormir.

InuYasha también se hallaba pensativo. Cruzó las piernas y cuando Kagome se recostaba en su saco de dormir, ya se encontraba sentado a su lado. Ella le sonrió y él solo asintió con la cabeza.

— A veces el destino puede ser muy mezquino —dijo muy seguro de sus palabras.

— Lo es, por esa razón nunca hay que dejar de intentarlo… y no perder las esperanzas —y con esas palabras Kaede se levantó y, dándoles las buenas noches, se fue a su cabaña para terminar la noche.

La hora avanzó poco a poco, ya todos dormían y la lluvia había cesado. El peso del sueño les daba a todos las mejores fantasías en sus mentes, dejándose llevar por las historias que habían contado. Mariposas, lazos que no se romperían con el paso del tiempo… era algo mágico, especial.

Los únicos que no dormían eran la sacerdotisa y el hanyou. Kagome no podía dormir así, sin despejar la mente. El cansancio a veces la vencía y quedaba rendida en minutos, pero esta vez era diferente. La curiosidad había puesto el sueño en un segundo plano.

Y pudo adivinar que InuYasha también estaba despierto por el sonido de su respiración. Cuando abrió los ojos lo vio observando la luna, que se veía por la cortina de paja mal cerrada.

— ¿No puedes dormir?

Ella se sentó, apoyándose en la pared junto a él. Había tomado las mantas para seguir bunierta. El frío la seguía a pesar de que la cabaña estaba cálida.

— Supongo que… las cosas que vendrán en la mañana me tienen con insomnio —le respondió.

InuYasha asintió, de acuerdo con ella. Siempre estaban nerviosos antes de comenzar la aventura otra vez, pero aquello no parecía ser una batalla fácil. Sabía que estaban en un peligro más elevado que antes. Ambos se quedaron en silencio, mirando la luna, el cielo que ya se despejaba y sus estrellas. Los ojos dorados del hanyou brillaban con la luz, y Kagome lo miraba con atención… y su corazón, que latía lentamente, volvía a su palpitar acelerado.

— InuYasha…

— ¿Sí?

— ¿Tú crees que la historia será verdad? La de los amantes a través del tiempo… la reencarnación…

Inuyasha se quedó callado unos minutos, pensándolo bien. Se escucho tan solo el silbido del viento, la respiración de ambos, el corazón impaciente de la humana…

— Quizás, si la hubiese escuchado hace cincuenta años, no la creería —dijo, sorprendiendo a Kagome—. Pero ahora puedo estar seguro en que la creo.

Los ojos de Kagome brillaron con emociones nuevas. Lo miró a la cara. Sus labios comenzaban a temblar, su corazón a latir más fuerte. InuYasha giró su rostro hacia ella, mirándola a los ojos. Sus ojos eran de oro esa noche, brillando ante la luz más débil. Era esa sensación en donde la miko se perdía, cayendo en las fantasías que eran cada vez más numerosas. Se sentía en una pélicula romantica, se sentía que estallarían fuegos artificiales en cualquier momento previo a un beso.

— ¿Por qué? —le preguntó.

Él le sonrió.

— Por ti, tonta.

Sin previo aviso acercó su rostro al de ella. Por un momento creyó que iba a besarla, pero sus labios ascendieron para besar su frente. Un beso suave, presionando un poco y aspirando el perfume de su pelo. Duró tan solo unos segundos, pero fue lo bastante dulce como para aliviar todas las preocupaciones de ella.

Cuando se alejó, Kagome le entregó una sonrisa distinta a las demás. Él solo podía verla con unos ojos que antes eran de otra persona, pero ahora sabía que siempre le pertenecerían a ella. A la sacerdotisa de la época actual, aquella que portaba la perla de Shikon en su interior. Con su uniforme de escuela, sus zapatos estropeados y la risa cantarina. Kagome, su Kagome.

— Duerme, mañana tenemos un largo viaje.

Y ella le obedeció. Se acostó junto a él y apoyó la cabeza en su regazo. InuYasha le acarició el cabello hasta que por fin pudo conciliar el sueño. Él se quedó despierto un poco más, pensando en ella, en él, en ellos juntos. Tal vez las cosas no estaban muy bien en ese momento, pero podrían ser mejores en el futuro.

— Me pregunto si esas personas… seremos nosotros.

Y la noche transcurrió tranquila, donde todos durmieron a su propio ritmo.


— Bankotsu…

— ¿Qué sucede?

— ¿Te has enamorado alguna vez?

Oh, esa pregunta. Jakotsu quiso morderse la lengua al formular la pregunta. Sabía que a su hermano no le gustaba hablar del tema, por eso nunca supieron si estuvo enamorado de alguna chica… o de algún chico.

Bueno, al mercenario de labios rojos le gustaba fantasear con que tuviese sus mismas preferencias sexuales. Era algo divertido de imaginar.

Bankotsu cerró sus ojos y tomó el puente de su nariz con las manos. Aquellas tontas preguntas…

— ¿Por qué quieres saber eso? Ya sabes que no me gustan ese tipo de cosas…

— Ya lo sé, ya lo sé —Jakotsu suspiró, apoyándose en la pared de la habitación—. Solo que… nunca hemos hablado de eso, y ahora que estamos en vida otra vez… quizás podríamos ser sinceros entre nosotros con algunas cosas.

Y Bankotsu no supo que responder. Como siempre, su hermano tenía las mejores respuestas para dejarlo sin excusas. Era algo gracioso e irritante a la vez. Las cosas podían ser de cualquier manera con Jakotsu. Nunca podía aburrirse con él. Además, era tanta la confianza que tenían…

— Bueno, ya que estamos nosotros dos no creo que haya problema en que te cuente.

— ¿Y qué hay de nuestros otros hermanos? —Jakotsu se sorprendió al escucharlo hablar así.

— Ellos no han crecido conmigo, Jakotsu. Eres la única persona en la que confiaría mi vida.

No supo que decir, se le quedó mirando con sorpresa. Bueno, era verdad que habían estado juntos desde que eran unos niños, pero jamás pensó que podía haberse ganado esa confianza de oro. Conocía a Bankotsu, sabía su naturaleza y la personalidad dentro de ese cuerpo moreno. Era su hermano, la única familia que tenía en ese mundo extraño y sin sentido. La alegría de sentirse especial le hizo sonreír de oreja a oreja.

— ¡Gracias, hermano! —Parecía que esa nueva felicidad de ser su confidente lo llenaba de juvenil energía.

Bankotsu le devolvió la sonrisa.

— No tienes que agradecer, eres parte de mi vida —ambos chocaron los cinco, riendo como niños—. Bueno… creo que si estuve enamorado.

— ¿De quién?

— Ese es el problema… no lo sé.

Ambos se miraron.

— No entiendo… me estás diciendo que te has enamorado, pero que no sabes de quién… ¿Eso tiene algún sentido?

El mercenario rió. Para él era también muy extraño y sin sentido. Cruzó las piernas y se miró las manos llenas de cicatrices.

—No sé como explicarlo… me siento como si tuviese a alguien que amo, que amé toda mi vida, pero no la conozco. Incluso puedo experimentar un alivio al pensar en ella, y también he soñado… bueno, eso es lo más extraño.

— ¿Cómo? ¿soñar con ella?

Bankotsu asintió.

— Desde que renacimos, sueño con ella todas las noches sin falta. Es… es muy delgada, y su cabello es negro como la noche. Su piel es blanca y no importa lo que haga, siempre esta apoyándome. Se siente como si fuese parte de mí… pero no sé quién es.

Se quedaron en silencio. Jakotsu miró a su hermano con los ojos bien abiertos, sorprendido con todo lo que le ha dicho. Se imaginó a una mujer de cabellos negros y largos, delgada en un kimono majestuoso, acompañando al mercenario en todas las batallas. Era algo casi imposible pero ahí estaba, esa fantasía con una mujer. Y lo más extraño era que no la conocía.

— Es algo alucinante, la verdad… —murmuró Jakotsu, sin saber que estaba riendo por lo bajo.

— ¡Bah, no te burles de mí!

— ¡Lo siento! Es que me parece algo tan bello y extraño a la vez. Se siente extraño al pensarlo… Bueno, detesto mucho a las mujeres... ¡Pero si la llegas a encontrar la trataré como si fuese mi hermana! —dijo entre carcajadas.

Bankotsu se contagió de aquellas risas, tentado por los ojos llenos de gracia de Jakotsu. Sabían que la conversación había terminado por esa noche cuando tomaron otra botella de sake. Poco a poco comenzaron a perder el sentido de las palabras, terminando durmiendo uno al lado del otro. Ni siquiera se preocuparon por la batalla que se avecinaba al día siguiente, pero se sentían preparados.

Ellos tenían la fuerza, y confiaban en ella.


El sol, infernal y cegador, iluminaba el campo de guerra mientras esperaba expectante la gran batalla. Los dos bandos se encontraban allí, esperando el momento para atacar y tomar ventaja.

Los mercenarios tenían todas las armas a su favor, pero conocían aquella espada legendaria del hanyou y temían de su poder. Sabían que de un momento a otro podía lanzar un ataque demasiado potente como para destruirlos a los siete. Debían de estar alerta, contenerse hasta que llegue el momento.

El grupo que formaban nuestros héroes estaba mucho mas atento, visualizando las ventajas y desventajas del campo. Miroku preparaba el agujero negro de su mano, consciente del peligro; Sango preparaba el hiraikotsu y Kagome mantenía las manos libres y cerca de las flechas sagradas. Kirara volvió a convertirse en la pantera monstruosa que de un solo rugido amenazaba al más fuerte.

InuYasha no apartaba los ojos de Bankotsu, su objetivo principal. Vencerlo a él era recuperar la mayoría de los fragmentos que restaban, más un hueco para vencer a Naraku.

Bankotsu tampoco apartaba la mirada del hanyou. Sabía que si lo vencía obtendría los poderes necesarios para darle los poderes sobrenaturales a su alabarda. Esta latió en sus manos, con ansia de sangre fresca.

Aunque algo captó su atención. Unas piernas delgadas y temblorosas sobresalían detrás del hanyou. La mujer que lo acompañaba parecía muerta de miedo. Bankotsu sonrió, era tan divertido verla, era como un venado recién nacido cuando no sabía que hacer.

— ¿Asustada, cachorrita? —gritó.

— ¡¿A QUIÉN LE DICES CACHORRITA, ANIMAL?! —Kagome quiso adelantarse a InuYasha pero este la detuvo del brazo.

— Solo decía que, si no quieres que se te note el miedo, deberías controlar tus piernas —señaló con su alabarda las piernas temblorosas de Kagome y ella las paró instantáneamente—. Pero tranquila, guapa, que voy a destrozarte sin que te des cuenta. Ni lo verás venir…

— ¡CALLATE DE UNA MALDITA VEZ!

Sin que se de cuenta, InuYasha arremetió con Tessaiga. Se apresuró a alejarse y defenderse con la alabarda, el impacto de las espadas fue demasiado para sus cuerpos que cayeron ambos al suelo. El hanyou estaba tan molesto que no le interesó la espada, si no que comenzó a darle golpizas a mano limpia. Bankotsu estaba entusiasmado. Por fin una pelea mano a mano. Ambos comenzaron a dar golpes a diestra y siniestra, golpeando las partes exactas para hacer caer al otro. La sangre comenzaba a salir de su boca, de la nariz, y la piel se rasgaba donde las garras del hanyou se hundían. Le sorprendió ver que del mercenario surgía sangre, ya que era un cadáver de barro y huesos como Kikyo.

No se habían dado cuenta de que los demás también habían comenzado a pelear hasta que una flecha pasó en medio de sus cuerpos. Los dos miraron a Kagome, que iba acercándose y amenazaba el pecho del mercenario apuntando su flecha sagrada.

— ¡Aléjate! — le rugió, envuelto en ira por no poder golpear al hanyou sin que ella le dispare.

— ¡Kagome aléjate de él, puedo solo con esto! —InuYasha insistió, con una mano en el cuello del mercenario y esquivando un ataque casi certero de este.

— No… yo, no puedo alejarme… —Tensó su arco y miró a Bankotsu a los ojos, pero hablándole al hanyou—. ¡NO DEJARÉ QUE TE HAGA DAÑO!

Entonces un destello voló por los ojos azules de Bankotsu.

Una mirada, el grito de batalla, un recuerdo…

¡CUIDADO!

El soldado salió de la nada, atacando con cuchillas cada lado de su cuerpo. El humo y el fuego hacían imposible ver quién era, pero asesinó a quien quisiera lastimarlo. Pudo distinguir una figura distinta frente a sus ojos, y cuando el humo se dispersó un poco la vio allí: en su armadura, con esa katana repleta de sangre atravesando el pecho de los soldados.

Se sintió orgulloso de su mujer, que se había hecho más fuerte con el paso del tiempo. Podía ver en sus ojos salvajes la decisión cuando su mirada se fijó en él. Le dio una sonrisa, pero ella se había alarmado y estaba corriendo hacia donde se encontraba.

Cuando quiso darse cuenta un enemigo se había abalanzado sobre él. Ambos cayeron al suelo y pudo sentir los puñetazos en su cara, el cuello, la cabeza. No podía devolver los golpes, le había sacado el aire al aplastarlo con su cuerpo. Saboreó la sangre en su boca y apenas pudo ver, sentía que perdería la consciencia…

"Demonios, no puedo rendirme así. No cuando ella está…"

Entonces el peso del otro dejó de aplastarlo. Se levantó como pudo, alarmado por si intentaban atacarlo otra vez. Cuando recuperó la vista vio a su mujer con el hombre de rodillas, ella estaba apretando el cuello de este con su katana. A punto de cortar su garganta de lado a lado.

Déjamelo a mí, yo puedo asesinarlo —le dijo con voz ronca, acercándose a ella.

No, ya no. ¡NO DEJARÉ QUE TE HAGA DAÑO!

Y cortó su cuello, dejando ver la sangre brotar por todo su cuerpo.

Todo se oscureció, y la realidad volvió poco a poco…

—¿Bankotsu? Bankotsu, por favor, por favor… responde.

Abrió los ojos lentamente. Sentía su cuerpo balancearse, estaban en movimiento. Tenía un fuerte dolor en la cabeza, en el pecho, en una de sus piernas. Sentía como si estuviese desecho. No sabía donde demonios estaba.

— Hermano por favor, si estas con nosotros habla, di algo…

Giró la cabeza y vio a Jakotsu a su lado, con el maquillaje de los labios corrido. Ahora tenía una mancha rojiza en todo su rostro. Alzó una mano y la puso en su hombro. Cuando se fijó en su piel vio todas las nuevas heridas.

— ¿Cómo no voy a estar con ustedes…?

Jakotsu sonrió, suspirando de alivio.

— No vuelvas a asustarme así, gran idiota.

Pero antes de poder contestarle sus ojos giraron, se sentía demasiado débil, ¿Se estaba desmayando, en medio de la batalla? Apenas podía pensar en lo decepcionante que era para él... pero se desmayó, adolorido y con su cabeza palpitando sin parar.

Volvió a soñar.

Destellos, cabellos negros y piel blanca. Caminaba a su lado y escuchaba sus risas. Era un lugar acogedor, un hogar, la calidez de su cuerpo con el suyo. Estaba a su merced, deseoso de ver su rostro después de tanto.

Pero cuando ella giró el rostro para mirarlo a los ojos, no era lo que él se había imaginado.

Era el rostro de aquella niña, la sacerdotisa que apuntaba su pecho con las flechas sagradas y le gritaba que esperaría su muerte.

No pudo moverse, estaba completamente inmóvil. Estaba desesperado sin poder estirar las piernas y correr lejos de ella cuando acercó su cuerpo al suyo. Ahora no estaba vestida de manera celestial como en sus sueños. Ahora llevaba el traje verde corto y revelador, el cabello revuelto, la sangre corriendo por su cuerpo, las flechas colgando detrás de su espalda.

El perfume era igual.

La suavidad, el tacto, los ojos.

Bankotsu perdió la voluntad de gritar cuando Kagome acercó sus labios y murmuró a media voz.

Encuéntrame.

Continuará.