Acto 1 - Escena 2
Encuentro con el enemigo.
Seguían el ocaso en su caminata, buscando un lugar adecuado para descansar. Kirara no había vuelvo a su forma gatuna, llevando en su lomo a Shippo y Sango. Kagome, InuYasha y Miroku llevaban caminando un largo rato absortos en sus pensamientos.
— Me pregunto qué ha sido eso de hace un rato… —murmuró la sacerdotisa.
— Si, también me dejó sorprendido… Quizás sea una estrategia para dar un siguiente golpe —InuYasha apretó los puños, lleno de frustración. Kagome intentó ponerle una mano en su hombro, pero este se separó de manera inconsciente.
— Sé más razonable, InuYasha —Miroku pareció estar procesando toda la información—. Si fuera una estrategia estarían atacando ahora mismo, al ver que hemos bajado un poco la guardia… Aunque realmente parecían alarmados cuando Bankotsu cayó inconsciente.
— Luego de ese puñetazo nadie podía mantenerse de pie —Sango le sonrió a InuYasha, este solo carraspeó—. Pero si, fue muy extraño. Hay que estar alerta a ver qué se traen.
Si, había sido algo demasiado extraño. Tanto así que permanecía grabado en sus mentes...
...Lo que más los sorprendía era que, después de haber comenzado la pelea y Kagome casi arremete hacia el líder, Bankotsu había tenido un momento de cambio. Miró por unos momentos a la sacerdotisa con ojos aterrados, idos, como si estuviese en otro lugar de la tierra. No dejaba de mirarla, y eso fue lo que hizo que InuYasha pierda los nervios. Estaba temblando de pies a cabeza frente a su adversario, y cuando Bankotsu comenzó a caminar lentamente hacia ella con murmullos inentendibles se abalanzó sobre su cuerpo. De un puñetazo lo dejó inconsciente.
Al ver como su líder se había desmoronado de un solo golpe los guerreros restantes supieron que algo andaba mal. Tomaron a Bankotsu y huyeron arriba de Ginkotsu. Lo único que había quedado de la pelea se lo había llevado el cyborg, dejando a los héroes atónitos. Habían esperado diez minutos por si volvían (vayan a saber si era una táctica y los pillaban desprevenidos otra vez, igual cuando los conocieron) pero nunca aparecieron.
— Pero… ¿Qué demonios pasó? —dijo sin creerlo InuYasha.
Kagome bajó las flechas y Sango dejó el Hiraikotsu en el suelo.
— Huyeron como cobardes… —la taijiya no podía creerlo. Le recordaba meses atrás, cuando conocieron al lobo Kouga, que al percibir los poderes sobrenaturales de Tessaiga abandonó la pelea. Sus instintos animales le habían alertado del peligro—. Esto fue un deja vú alucinante.
— Kagome… ¿Estás bien?
Todos miraron a la sacerdotisa. Se había quedado mirando el camino que habían tomado los siete guerreros. No había comprendido la razón de las palabras que Bankotsu murmuró, pero si estuvo segura de haberlas escuchado. Hizo estremecer su cuerpo del miedo y confusión. Aquellos ojos azules mirándola…
— Solamente estoy sorprendida, chicos, no se preocupen —murmuró, perdida en sus pensamientos.
Ellos le creyeron al instante. Era algo normal en ella estar impresionada cuando algo así ocurría, como todo el grupo. La diferencia es que ella lo demostraba, sentía así un buen rato y luego recuperaba su lugar en el tiempo y espacio.
— Supongo que tendremos que esperar para capturarlos —masculló el hanyou, enfurecido—. ¡Vámonos de aquí!
Y todos abandonaron el lugar, no sin mirar hacia atrás una segunda vez. Todavía podían sentir el peligro acechar por doquier…
… Es cuando volvemos al presente.
Hallaron una aldea no tan lejos de allí, donde decidieron pasar varios días antes de volver a la guerra. Como siempre Miroku usaba sus estafas para conseguirles alojamiento y comida, algo que no les gustaba pero agradecían. Sango siempre se quedaba vigilando a ese monje, esperando que no corteje a ninguna joven en sus ratos libres. Verlos pelear como siempre era tranquilizador para los otros, les hacía creer que las cosas no estaban tan mal como ellos creían.
La noche en la que todo cambió pasó tranquila. Se habían aliviado de que las cosas quedasen así, aunque eso les dificultara terminar las tácticas de combate. El plan había sido acabar con la pelea rápido, y todavía no podían encontrar el paradero de Naraku. Demasiado complicado, pero no imposible. Al menos eso se decían para tranquilizarse. Todos durmieron esa noche con un ojo abierto, alertas, preocupados.
Todos, menos Kagome.
Asegurándose que InuYasha también esté dormido (de otra forma no la dejaría salir sin compañía) abandonó la habitación y fue a caminar bajo la luz de luna. Perdida en sus pensamientos pasó las puertas de la aldea y se adentró al bosque. Había demasiada luz esa noche, fue fácil entrar y reconocer el camino. Sabía que no tendría problema en volver a la aldea. La luna llena siempre fue su fiel compañera, lo sabía en su ser espiritual.
Se sentía inquieta. No podía dejar de pensar en aquél día donde las cosas comenzaron a tornarse extrañas. Un latido diferente en su corazón, cuando fijó su mirada en esos ojos azules. Casi perdía el control, iba a disparar esa flecha y acabar con su vida. Pero todo se fue al diablo cuando lo escuchó.
"Creo que te encontré…"
Las simples palabras hicieron eco en ella, fundiéndose así en un mar de luz dentro de su mente. Como un recuerdo nunca visto, algo que parecía más un sueño que una realidad. Pero era demasiado conciso, tan vivido. Incluso podía aspirar las cenizas en el aire, probar el sabor de la sangre en su lengua, el dolor en su garganta.
Apareció frente sus ojos el recuerdo de una guerra donde el fuego hacía que el cielo sea de un negro infernal. Las personas morían a su alrededor, los gritos no dejaban escuchar como las espadas atravesaban la carne. El sonido de una garganta ahogada, la calidez de la sangre en sus manos y lo único que importaba dentro del caos era mantener con vida a su compañero. Fracasando se ahogó en la desesperación, solo pudo observar los ojos sin vida de ese cuerpo que ya no le pertenecía a su amado. Tomó el aire necesario para acabar con su vida, abriendo toda la carne del cuello sin dudar. Murió en el charco de su sangre.
Es donde terminaba, y volviendo a la realidad sintió su cuerpo como algo ajeno.
Y sus amigos pensando que estaba conmocionada por lo sucedido, por ver huir a Bankotsu de la pelea, cuando en realidad había visto la muerte del guerrero en sus recuerdos, con ropas de épocas pasadas y su cabello mucho más corto. Unos recuerdos que jamás pensó tener, porque nunca vivió un momento así en su vida.
Detuvo sus pensamientos cuando escuchó unos pasos en el lado izquierdo del camino. Todos los sentidos la alertaron y Kagome retrocedió, tensando los músculos y esperando a correr si se trataba de algún yokai.
— Ni se te ocurra correr.
Esa voz… el corazón de Kagome se detuvo por un instante.
Bankotsu apareció de entre las sombras con una mirada gélida y temerosa. No llevaba su armadura, pero estaba tenso como en las batallas. Su trenza negra se balanceó mientras caminaba hacia ella, sus ojos no dejaban de mirarla.
— ¿Qué haces aquí? —murmuró, y sus ojos se llenaron de lágrimas. El terror le encogió el corazón—. ¡INUYASHA, BANKOTSU ESTÁ…!
El mercenario atravesó la distancia que los separaba y puso sus manos en la boca de Kagome. La acorraló contra uno de los árboles, apretando más el agarre. Ella lloraba e intentaba gritar, mirándolo con los ojos llenos de terror. No supo por qué, pero a Bankotsu le detestó que lo mirase así... como si fuese el mismo diablo. La sacerdotisa intentó deshacerse de sus brazos, pero fue en vano, aquel hombre era demasiado fuerte.
— Deja de luchar, maldita sea —le dijo, casi más parecido a un gruñido—. No he venido aquí con intenciones de pelear.
Cuando estuvo lo bastante seguro de que Kagome no gritaría, liberó su boca. Ella respiró, agitada. Lo miró con sus ojos cafés llenos de rencor.
— ¿Te crees que confiaré en ti? ¡Eres un maldito asesino! —replicó.
— Lo de asesino te lo aseguro, y no, no deberías confiar en mí —Bankotsu suspiró, estaba colmando su paciencia—. Pero esta vez no estoy aquí para asesinarlos, necesito resolver algo contigo.
Fue como ella recordó las imágenes dentro de su mente. Sus ojos repletos de sangre, el momento de una muerte que jamás presenció en vida. Supo que también debía hablar de eso, y no era precisamente con sus compañeros. Sabían que algo raro estaba pasando… lo sentía en su corazón, en el centro mismo de su cuerpo e instinto espiritual. Temía que no le creyeran. Temía que InuYasha cambie.
Tragó saliva y relajó sus brazos. Ella también debía terminar esto… y aunque temiera por su vida, debía confiar en el mercenario.
— ¿Cómo sabías que estaba en este bosque? —preguntó con voz inquisidora.
Bankotsu exhaló lentamente, estaba tan… harto. La liberó de sus brazos, por alguna razón que desconocía sabía que no iba a correr. En todo caso la atraparía, era mucho más rápido que esa sacerdotisa tan peculiar.
— En realidad no lo sabía —confesó, arqueando las cejas—. Tenía pensado secuestrarte de donde quiera que estés y traerte hasta aquí, es lo suficientemente lejos. Tenía la certeza de que todos estarían dormidos.
Kagome puso los ojos en blanco.
— Oh, claro, y así quieres ganarte mi confianza —dijo con sarcasmo.
El mercenario se apartó unos pasos y miró a Kagome con severidad. No soportaba que le contestaran de esa manera, esa respuesta se había ganado una buena bofetada. Pero si quería que hable, debía de ser bueno con ella.
— Mira, niña, no estoy aquí para hacer buenas migas contigo y tampoco me interesa ganarme tu confianza. Solo estoy aquí porque de verdad necesito quitarme estas malditas pesadillas de encima… y solo tú puedes responder a esto.
Ambos se quedaron en silencio midiéndose con la mirada. Kagome no podía bajar la guardia, analizando cada movimiento del guerrero. Ninguno de los dos sentía confianza, pero a ambos les urgía hablar de un tema. Ella supo que estaba pensando lo mismo, estaba demasiado segura de eso.
El silencio siguió presente, la atmosfera del bosque cambió de repente. La luz de una parecía desaparecer con los minutos.
Bankotsu bajó la vista al suelo, como si no supiera como comenzar…
— Te he visto en mis sueños —rompió el silencio.
Y Kagome había tenido razón. Ambos se habían visto en las visiones del otro. El corazón de la sacerdotisa parecía doler con cada palpitación llena de ansiedad. Se paró firme en la tierra y, preparada para saltar en cualquier momento de ataque, abrió sus labios de cereza.
— Yo también te he visto.
Despertó cuando dejó de sentir la esencia de Kagome en la habitación.
¿Dónde se encontraba? No había rastro de ella. Shippo dormía en su saco de dormir, ocupando el espacio que la sacerdotisa usaba siempre para descansar. Siempre dormía de lado, se aferraba a sus ropas cuando él se sentaba junto a ella. Verla dormir era divertido y curioso.
Le extrañó que no la haya escuchado levantarse. Era muy ruidosa cuando caminaba. Siguió su olor desde donde estaba y llegó a la conclusión de que se había ido a los baños. La había visto extraña en todo el día…
Quizás solo estaba conmocionada, la energía que había gastado esos días debió de haberla agotado tanto física como mentalmente. Supuso que tal vez necesitaba tiempo, algo solo de chicas. Seguramente había buscado a Sango que estaba en la habitación contigua.
— ¿InuYasha? — Miroku abrió la puerta y lo vio perdido en la nada, cuando se dio cuenta de su presencia volvió a la normalidad —. ¿Sucede algo?
El hanyou negó con la cabeza.
— Kagome se ha ido, creo que todavía no superó estos días.
El monje se sentó a su lado. A veces era muy fácil hablar con InuYasha, más cuando sus pensamientos se dispersaban y comenzaba a pensar en el tiempo. Era un momento en el que podía tanto ayudarlo como reconfortarlo. Sentía que podía hacer algo por su amigo.
— Estuvo muchos días en tensión constante, recuerda como estaba cuando pensó que habías muerto.
InuYasha se estremeció al recordar eso. Las lágrimas en sus ojos, la respiración agitada… nunca podría olvidar el ardor que le provocó escucharla llorar.
— A veces pienso en todos los momentos en los que arriesgué su vida, todo lo que pudo haber sucedido si nosotros no estábamos presentes… —murmuró, llevando sus manos a la cabeza. tapó sus ojos en un gesto de frustración—. Tengo miedo de no poder estar ahí la próxima vez.
Miroku no supo que responder a eso.
Se quedaron en silencio por unos minutos, recordando, sintiendo la presencia del otro. Era reconfortante poder expresar sus sentimientos con alguien que no sea el mismo, sentía que liberaba un peso de su corazón. Se daba cuenta de que estaba cambiando, y no sabía si eso era bueno o malo. Creía que demostrar algunos de sus sentimientos era señal de debilidad…
Y allí estaba.
Todavía no estaba acostumbrado. Pero ¿podía hacerlo por Kagome?
— ¿La amas?
La pregunta de Miroku lo sacó de sus pensamientos.
— No lo sé.
Antes de que el monje pueda responder la puerta se abrió. Imaginándose que era la sacerdotisa ambos se pararon, pero la que estaba allí era Sango.
— Sango… pensé que estabas con Kagome —habló InuYasha, su voz estaba teñida por una ansiedad muy mal disimulada.
Ella negó con la cabeza.
— He despertado hace unos minutos… ¿Dónde fue?
Miroku se encogió de hombros.
— No lo sabemos, Sango. Cuando desperté ella no estaba e InuYasha estaba… ¿InuYasha?
Se vio la figura del hanyou desaparecer por la puerta y corriendo hacia la aldea. Ninguno de los dos pudo detenerlo.
— Debes decirme lo que viste —insistió Bankotsu.
Se había sentado en un tronco caído, sujetando la cabeza entre sus manos. Kagome lo vio como un hombre agotado, cansado de su propia mente. Ella se encontraba abrazada a si misma, apoyada en el árbol donde minutos atrás había sido acorralada.
— Era de noche, y había mucho caos… era una especie de guerra —mientras hablaba él levantaba la vista, mirándola con interés poco usual—. Todos morían, no había quién se salve, tú tampoco. Te vi, estaba arrodillada a tu lado. Tenías una herida en el abdomen… habías muerto por la hemorragia. Y yo…
Calló, no quería contarle eso. Se mordió los labios y miró entre sus cabellos sueltos a Bankotsu. Estaba pensando, sorprendido, y se sentía como si fuese familiar ese rostro calculador. No la miraba a ella, y eso era bastante alivio. Dejó de ocultarse entre la cortina de pelo negra y alzó nuevamente la cabeza.
— Es exactamente igual a mi sueño —murmuró. Levantó la cabeza y miró a Kagome fijamente—. Solamente cambia el punto de vista. Yo te veo a ti, sentada y sujetando mi cabeza. Estabas llorando y tenías tu rostro manchado de sangre.
— Si… la sangre nos cubría a ambos.
Se miraron. Ninguno de los dos podía comprender lo que sucedía, estaban ardiendo de curiosidad. Sentían que algo había detrás de todo eso, y no excluía a ninguno. Era solo de ellos dos, y eso los incomodaba.
Eran enemigos, y en esos recuerdos podía verse claramente que eran amantes.
— Te llamas Kagome… ¿Cierto?
Se sorprendió de que pregunte eso. Aquel guerrero de mirada fría e intenciones macabras parecía tener solo dos deseos: la venganza y el poder. Esas preguntas no estaban en el trato, y ella podía darse cuenta de eso.
— Si… supongo que no es novedad.
— Supongo que te queda bien.
— ¿Perdón?
Volvieron a mirarse. Ahora era Bankotsu el que quería morderse la lengua.
Kagome estaba demasiado sorprendida. Jamás había tenido un contacto tan cercano con uno de sus enemigos, a excepción de Kouga… pero él ya no era peligroso. Mirando al mercenario se dio cuenta de un detalle en su hombro descubierto, una pequeña grieta…
— Bankotsu, creo que estás…
— ¡KAGOME!
La voz de InuYasha llamándola alertó a los dos. Bankotsu se levantó de un salto y ella comenzó a preocuparse. Si los ve a los dos juntos… Dios, no podía imaginarse como se pondría el hanyou.
— Debo irme —le susurró, dispuesta a caminar de vuelta a la aldea.
Bankotsu fue más rápido: tomó a Kagome por la muñeca y la giró sobre si misma. Quedaron cara a cara, ambos llenos de impaciencia. No había nada agradable dentro de ambas miradas.
— Tienes que decirme que demonios está pasando —ordenó el mercenario.
— ¡No lo sé! Si supiera, créeme que intentaría borrarlo de mí —sus palabras fueron amargas pero sinceras: ella estaba angustiada y llena de culpa.
Otra vez InuYasha llamó a su nombre, y esta vez parecía acercarse. La ansiedad de Kagome fue incrementando tanto como su miedo. Comenzó a jalar para zafarse del agarre.
— Espera un momento —la agarró con más fuerza—. Vamos a vernos mañana, justo aquí, cuando el sol esté en su punto más alto. Sé que quieres resolver esto y solamente podemos hacerlo nosotros… quiero librarme de estos sentimientos cuanto antes.
— ¿Qué… sentimientos?
— ¡OLVIDA ESO! — otra vez quiso morderse la lengua. Esas cosas no debería contarle, no era necesario… —. ¿Estarás aquí o no?
Kagome se quedó en silencio unos segundos, pero asintió.
— Vamos a descubrir esto y a terminarlo. Aquí no ha pasado nada.
Bankotsu exhaló lentamente y esta vez fue él quien asintió. Dejó de sujetarla, acariciando su piel sin querer, y se alejó con la rapidez de una gacela. Fue en ese momento en el que Kagome echó a correr.
A mitad de camino se encontró a InuYasha. El rostro del hanyou se suavizó al verla a salvo.
— ¡Kagome! ¿Por qué estabas aquí? ¿No sabes lo peligroso que es? —la reprimenda solo hizo que la sacerdotisa sintiera más culpa, lo que él tomó como un "tenías razón, no sé lo que estaba pensando cuando vine al bosque".
— Solamente quería aire fresco… no me di cuenta que me había alejado tanto — murmuró.
InuYasha suspiró. Ella a veces no tenía arreglo, pero él siempre estaría a su lado en esos momentos. Tomó su mano con suavidad, como si no fuese la gran cosa, y tiró de ella hacia el camino de vuelta.
— Vamos, tienes que dormir un poco… mañana tendremos un largo día.
Caminaron juntos hasta la aldea, sin soltarse de las manos.
Pero Kagome no podía sentir el tacto de su hanyou, ni siquiera podía sentir su propio cuerpo. Su mente estaba hundida dentro de los ojos de Bankotsu.
La visión de la guerra, el fantasma de una sonrisa, los ojos azules manchados de sangre volvieron a atormentarla. Miró hacia atrás tan solo un momento y creyó ver una silueta blanca en el interior del bosque.
— Si… tendremos un largo día.
Continuará.
