Acto 1 - Escena 3
Escape.
— Deja esas flechas en paz, por favor.
Lo escuchó, pero no le hizo caso. Siguió afilando las puntas con furia, ensimismada en sus pensamientos. Manifestaba su frustración en cada punta de flecha. Ni siquiera el frío podía bajar su temperatura, era algo que jamás había sentido. La ira se materializaba con tanta facilidad que podía sentirla, palparla a su alrededor. La lengua le sabía amarga y su visión se volvió rojiza por unos segundos.
— No voy a dejarlas, tengo que seguir. Procuro atravesar sus corazones de un solo tiro…
Unas manos detuvieron sus manos, tirando las rocas y flechas a un lado. Cayeron al suelo con un ruido sordo.
Antes de que ella pudiera soltar alguna queja se sintió enjaulada en fuertes brazos. El abrazo cálido fue su rendición, por más que intentaba resistirse. Sentía que su ira se disipaba poco a poco.
— Es suficiente por esta noche —le murmuró al oído.
Ambos se quedaron quietos, abrazados y resguardados del frío que entraba por las ventanas. La sintió relajarse en sus brazos y él también se alivió. Verla enfurecida lo hacía sentir orgulloso, pero al mismo tiempo era tan doloroso como un puñetazo.
Porque ella era tan dulce, tan serena… no podía soportarlo.
Acarició sus cabellos lentamente, pasando las yemas por la suavidad de aquellos hilos negros.
Escucharon la lluvia caer…
— Querido…
— ¿Sí?
Ella se removió dentro de su abrazo, alcanzando el rostro del otro. Le dio un rápido beso antes de verlo a los ojos.
— Cuando esto termine… me gustaría crear cosas.
Él alzó las cejas.
— ¿Qué quieres crear? —la curiosidad hizo su voz un poco más aguda, algo que la hizo reír.
— Una familia.
Reinó un silencio corto, lo suficiente como para que se hundieran en sus pensamientos. Dejaron de mirarse, adoptando visiones distintas. Ella apoyó su cabeza en el hombro de su amado. Él bajó el brazo hasta acariciar su espalda.
Un trueno se escuchó a lo lejos. Fuera se vivía una gloriosa tormenta.
— Nunca he tenido una familia —dijo él.
— Yo tampoco.
— ¿Cómo sabremos que hacer?
Ella lo pensó un rato. Una sonrisa se dibujó en sus labios.
— Lo descubriremos entre los dos —no dejaba de sonreír cuando volvió la vista hacia él—. Quizás comenzar con un bebé.
— Oh.
Se miraron, pudo ver la luz de emoción en sus ojos. Un brillo de esperanza y lleno de sueños, algo que él nunca pudo resistir. Le contagiaba aquel anhelo, era como un virus del que no se permitía escapar.
Suspiró. Era una batalla perdida.
— Entonces un niño será.
Un grito de emoción y éxito para terminar en un abrazo que los hizo caer. Cayó sobre él riendo y sus ojos se habían llenado de lágrimas. No podía parar las risas que parecían iluminar toda la habitación.
Y así quería verla: radiando felicidad, explotando de emoción. Sus risas contagiosas lo hicieron sonreír, soltando carcajadas en cada beso que iniciaban.
— No puedo esperar a que todo termine… ¡Tendremos un bebé! —gritó, como si ya estuviera en cinta. Se miró las manos y volvió a sonreír.
Sabía lo que se estaba imaginando: rodeando en sus brazos a un pequeño, quizás parecido a ella, o a él… no parecía importarle. Era muy obvia, sus ojos la delataban.
La miró con ternura, acariciando su rostro.
— Pronto. Te prometo que comenzaremos nuestra familia muy pronto.
Bankotsu despertó.
Por todos los santos… aquello no podía estar sucediendo. En el suelo, recién despierto, maldijo con todas sus fuerzas con voz ronca.
La cosa no podía ponerse peor… no creía el hecho de estar soñando con la maldita mujer de su nuevo enemigo. Demonios, demonios, demonios… Odiaba sentirse así, era como si todo lo asqueroso de su cuerpo se encontrara allí, dentro de sus sueños y en algún lugar de su corazón. Esa chica, Kagome, la odiaba demasiado. La odiaba, no podía hacerle daño, y eso hacía odiarla aún más. Deseaba tanto saber el por qué de estos sueños, que en ese momento parecían ser lo más importante dentro de su subconsiente.
Quizás, si lo entendía, los sueños se irían. Las cosas volverían a ser normales y ganarían, como siempre. Derrocarían a esos idiotas y vivirían para siempre.
Se levantó con pereza y vio a sus compañeros: todos estaban dormidos. Iba a gritarles a todo pulmón (ya estaba enojado, no iba a ser problema eso) hasta que vio como la lluvia caía de manera agitada fuera.
Tenían una ley para esos climas, algo que no podía ser interrumpido por ninguno de los hermanos, y era que en esos días se les permitía dormir un poco más antes de comenzar la mañana. Seguramente era temprano…
Eso fue un golpe de suerte para él. Bankotsu se alistó, trenzó su cabello y salió de la guarida sin dudar, en camino hacia el bosque. Que ellos estén dormidos significaba que no harían preguntas, que no sospecharían y tendría todo el camino libre de dudas si lo seguían o no. Procuraría volver antes de despierten, de eso estaba seguro.
La imagen de Kagome pasó por su mente y le dio un puntapié a una roca que se cruzaba en su camino.
"Maldita niña, malditos planes de Naraku, maldito momento en el que tuvo que cruzarse en mi camino… De todos modos, ¿Qué clase de niña estaría en plena batalla con monstruos y criaturas mágicas? Debe de estar loca como para siquiera acercarse a nosotros".
Y así, maldiciendo en murmullos mentales, hasta que se adentró al bosque por completo. Pronto encontraría el lugar donde había visto a la sacerdotisa. Lo bueno de ser un cazador y mercenario experto era que tenía reconocimiento en los bosques y caminos. Podía viajar horas por lugares repletos de maleza y nunca perderse.
Al llegar, solo se quedó esperando. Una vocecita en su cabeza le murmuró con timidez que estaba ansioso por verla. Él la alejó de sus pensamientos.
No podía tener esos sentimientos… no eran sanos.
Su vida era demasiada adrenalina, no necesitaba más. Las únicas cosas que podían ofrecerle las mujeres que le interesase era sexo y alcohol. Lo demás podrían dejarlo para otros hombres más básicos.
Bankotsu era una guerra andante, ninguna mujer quiere eso. Ninguna mujer debería querer eso.
No quería tener sentimientos de amor, de cariño. Esas cosas podrían irse al diablo.
Pero esa niña tenía algo que él quería, y esas eran las respuestas para las visiones que le atormentaban al momento de pelear.
Y se quedó esperando, no se dio cuenta de que había cerrado los ojos. Su piel exageradamente cálida agradeció la frescura en la naturaleza, la lluvia mojando su piel…
— Parece que estás teniendo un buen rato…
Abrió sus ojos de golpe y se encontró con la muchacha. Estaba completamente seca a pesar de la lluvia y se debía a la cosa que sujetaba en sus manos… era algo parecido a una sombrilla china… o como sea.
Se quedaron en silencio, con la mirada puesta en el otro. Kagome se veía calmada, le pareció extraño comparándola con la expresión de miedo y odio que tuvo ayer. Se balanceaba como una niña, adelante y atrás, sostenida en sus pequeños pies. Llevaba un abrigo extraño, y muy fino, para protegerse del viento frío. Él no podía apartar la vista de su rostro tranquilo, sin poder decir nada.
Bueno, no era que se había embobado en ella… tan solo se había quedado sin saber que decir, como comenzar aquella maldita conversación.
"Bueno, colega, vamos a intentar ser algo caballerosos hasta que vomitemos blasfemias" pensó.
— ¿Qué clase de cosa es? —preguntó al dirigir un dedo hacia la sombrilla.
Kagome alzó las cejas, haciendo girar el objeto. Gotitas de agua se desprendieron y cayeron a su alrededor.
— Es un paraguas… sirve para los días lluviosos, te protege de mojarte —se encogió de hombros.
Bankotsu puso los ojos en blanco. ¿Por qué le explicaba las cosas como si fuese un niño? Asco de situación…
— No me digas, pensé que la usabas porque se te antojaba hacerlo —el sarcasmo hizo que Kagome se echara a reír.
El mercenario se quedó en silencio al escucharla reír, sintiendo esa emoción ajena en su corazón. Oh, no, eso no debió pasar. Su risa era cantarina y nunca la había escuchado así. También se preguntó por qué estaba tan relajada… ¡Dios santo, que eran enemigos mortales y pronto se enfrentarían a muerte!
— Muy gracioso, Bankotsu, muy gracioso…
— ¿Qué demonios te sucede?
La sacerdotisa abrió mucho los ojos, sin entender. Por el chasqueo de lengua supuso que la pregunta le había molestado.
— ¿Qué me pasa con qué?
— Estás actuando tan aliviada, como si fuésemos conocidos de toda la vida… ¿Es que no ves que soy el líder de los Siete Guerreros? Ayer estuviste a un pestañeo de sufrir un ataque de pánico.
Kagome frunció el ceño y negó con la cabeza. Bankotsu por un momento creyó en su confianza, pero la vio retroceder discretamente. Ella volvía a sentir miedo.
— Bueno… se supone que debemos resolver esto de las visiones juntos, ¿no es así? No quiero estar al borde de un "ataque de pánico" cada vez que te veo —masculló ella, apretando el "paraguas" con sus manos. Bajó la mirada y no volvió a mirarlo.
El mercenario suspiró. Esto era difícil, pero ella tenía razón.
— Supongo que no hay muchas opciones… —aceptó.
— Supongo —repitió Kagome, pero con voz muy gruesa.
Bankotsu arqueó una ceja, cruzándose de brazos.
— ¿Perdón?
— Siempre dices "supongo". SUPONGO que supones todo el tiempo y eso es molesto, además de un error gramatical.
Él se echó a reír, ¿qué demonios estaba diciendo?
— No tengo idea de lo que me estás hablando —le dijo entre risas—. Eres demasiado tonta, Ka-go-me.
— ¡Obvio que no entenderías! Son cosas de las que nos preocupamos en el futuro —Ella también se cruzó de brazos, ocultando una sonrisa detrás de la cortina de cabello.
Bankotsu dejó de reír. Dejó de apoyarse en el árbol y avanzó unos pasos hacia Kagome. Al darse cuenta ella levantó la mirada, sorprendida y temerosa. Sin embargo la curiosidad brillaba en sus ojos cafés.
¿Era eso normal?
— ¿Acabas de decir "futuro"? —inquirió, quedando frente a frente—. ¿Eres vidente o algo?
— Oh, no… claro que no —ella se sonrojó un poco, coloreando esas blancas mejillas. El mercenario no entendía nada—. Es que yo provengo del futuro.
De acuerdo… ahora si estaba sin palabras.
— ¿Qué?
— ¡Señor Sesshomaru!
Sesshomaru aterrizó en el suelo, justo al lado de Rin. La niña se cubría de la lluvia con un paraguas que dejó Kagome, corrió hacia él y se abrazó a sus ropas, como siempre lo hacía. Él solo la miraba, con esos ojos que albergaban falsa paz. A veces le daba unas palmadas en sus pequeños hombros, pero hoy estaba concentrado en otro asunto, algo que lo dejaba extrañamente intranquilo.
— Rin, ¿Has sido buena niña? —siempre preguntaba con esa voz profunda, suave… y también, solo para la pequeña humana.
Rin asintió con energía, sonriéndole.
— ¡Todos aquí fueron muy amables! La señora Kaede nos contó historias para dormir, fue muy entretenido.
El yokai asintió y volteó la cabeza. Estaba buscando algo, o alguien. Rin por un momento dejó las risas y se concentró en su señor. Estaba curiosa por lo que él buscaba.
— Rin.
— ¿Sí?
— ¿Dónde está InuYasha?
La niña se quedó pensando por un momento, haciendo de su boca una pequeña "o". Sesshomaru tuvo que mirarla para que se acordase y le conteste.
— Está en la cabaña de la señora Kaede, recién terminamos de almorzar —le dijo con voz curiosa, como esperando a que el yokai le cuente el por qué de sus preguntas.
Pero ella no recibió respuestas, Sesshomaru tan solo comenzó a caminar hacia la cabaña. Rin lo siguió a paso enérgico.
Al entrar el yokai se encontró con su hermano mirando a la nada. Bueno, en realidad miraba a su espada que descansaba en el suelo, a una distancia prudente de ambos. Pero cuando Sesshomaru se adentró, InuYasha se sorprendió tanto que se levantó de un salto.
Ambos se miraron antes de decir algo. Se evaluaban mutuamente.
— Sesshomaru… ¿Qué haces aquí?
El yokai escudriñó la habitación con sus ojos dorados.
— El aire cambió, en esta área —evadió la pregunta de su hermano con facilidad, porque pudo captar la atención del hanyou—. ¿Acaso no lo has notado? Pensé que tu olfato al menos no fallaría.
InuYasha frunció el ceño.
— No percibí nada porque no hay NADA que haya cambiado en el aire —le respondió con enojo.
— ¿En serio no te das cuenta? Sal fuera y compruébalo, no des más vergüenza de lo que ya das.
Ah… esa actitud de su hermano mayor. Era tan frío, malévolo y arrogante como siempre. Aunque ya se había acostumbrado, y era por eso que no le rompía la cara en ese mismo instante. Le hizo caso a Sesshomaru y ambos salieron de la cabaña.
El hanyou olfateó el aire, inspirando hondo. El aire era completamente igual, húmedo por la lluvia y con los olores un tanto más tenúes, todo a su alrededor dejaba esencias y todas ellas se mezclaban hasta formar una sola. No había algo que altere sus sentidos. Su hermano estaba perdiendo la cabeza.
Aunque había algo… un aroma dulzón, a tierra y miel. Era la cosa más extraña que había sentido.
Y con ese aroma, se encontraba una energía poderosa. Era tan fuerte que le erizaba la piel.
¿Cómo no se había dado cuenta de eso?
— ¿Qué demonios es eso? —murmuró, mirando el cielo, intentando captar algo en el aire.
Sesshomaru, de manera muy discreta, puso los ojos en blanco. Si supiera qué es no habría vuelto a la aldea, pensó.
— Seguramente es un yokai de las montañas, alguno de ellos suelen tener este tipo de energías.
InuYasha se sorprendió al escuchar toda la información de Sesshomaru. ¿Desde cuándo era tan informativo?
Quiso decirle algo, pero el yokai ya estaba caminando para alejarse de él.
No, no iba a dejarle con la pregunta quemando en la punta de su lengua. Se giró completamente y corrió hacia él. Se metió en su camino solo para mirarlo a la cara, ofendido.
— ¿Tan solo vienes a decirme eso? ¿Vienes a molestar con algo que quizás no tiene importancia?
— Ni siquiera sabes si puede tener importancia o no —respondió el hermano mayor.
— Solo es un yokai. Lo exterminaré fácilmente con Tessaiga…
Dejó de hablar cuando su hermano se acercó a su rostro. Era algo de temer para alguien que tuviese miedo en sus venas. InuYasha no era ese tipo de casos.
— Pues, deberías fijarte. Has dejado a tu humana desprotegida por los bosques con ese aroma esparcido por esta zona… Puedo oler su esencia.
El hanyou calló, y aquel terror que sentía al verla en peligro recorrió toda su espalda. Quiso golpear a su hermano, pero no tenía tiempo.
Sabía que Kagome quería estar sola, pero no podía arriesgarse.
Sin saludar a Sesshomaru se fue de allí a saltos. Debía encontrarla cuanto antes.
¿Por qué pasaban estas cosas?
Ella se enojará cuando lo vea.
La idea de espiarla sin que lo note fue lo más sensato para no arruinar el momento de su amiga. Haría las cosas lentamente, como un ninja experto, sin violar la privacidad de Kagome. Se juró a sí mismo no escucharla, si no mirarla desde lejos. Protegiéndola y velando por su seguridad.
Y tal vez pueda encontrar la esencia de ese yokai.
— No te creo.
— ¡Pero es verdad! Existen los automóviles, la televisión, los teléfonos…
— ¡Es que eso es imposible! Ni siquiera se me ocurre algo parecido.
Los dos se habían quedado tan juntos que Kagome lo había cubierto con su paraguas. Ahora ambos hablaban de cualquier cosa… menos de lo importante. Y parecía que no se daban cuenta de que perdían una gran parte del tiempo.
Pero la curiosidad y escepticismo de Bankotsu era algo que la tentaba. Contarle sobre el futuro donde vivía era como narrar historias de fantasía para él. Intentó que crea en todo eso, pero se resistía a entenderlo. Si tan solo pudiera mostrarle algo del futuro…
… y pensó en volver a la cabaña para buscar algo de su época. InuYasha estaría ahí, y eso no sería un buen plan. Se tendría que quedar con las dudas hasta volver a ver al mercenario… si es que lo veía.
Luego recordó la razón del encuentro. Miró a Bankotsu con repentina preocupación.
— ¡Bankotsu, debemos hablar sobre lo que está pasando, no sobre las cosas del futuro! —casi gritaba, alterada.
El mercenario también lo recordó, maldiciendo en voz baja.
— ¡Carajo! Hemos desperdiciado mucho tiempo en estas cosas… —su voz también parecía alterada—. Ya ni siquiera sé como comenzar la conversación.
— Pues… yo creo que debemos intentar recordar algo más, o entender un poco nuestros sueños y visiones…
Ambos se miraron, sin poder entenderse. Ni siquiera se habían dado cuenta de lo cerca que estaban dentro de ese paraguas.
Ambos comenzaron a recordar, pero no había nada que no hayan visto en los primeros "recuerdos". Lo único que encontraban en ellos eran los sentimientos que se plasmaban en los ojos del otro, en las cicatrices, los besos, las caricias…
La piel de Kagome se estremeció. Era algo que no quería sentir, no por él.
Bankotsu pensaba lo mismo… pero parecía imposible escapar de esos sentimientos que sabía, no eran suyos, pero se sentían como tal.
El mercenario se percató de que la chica comenzaba a temblar. Por un momento quiso tocarla, pero al darse cuenta de sus acciones sus manos bajaron de golpe. Tan solo le quedó desear preguntarle que sucedía, que demonios estaba pasando en ese momento. Pronto, los ojos de Kagome se vieron oscurecidos por un velo. Abrió lentamente los labios y su rostro mostró una expresión que Bankotsu juró haber visto antes... o que alguien más vio por él.
— ¿Kagome? —Dios, no debía decirlo. Cada vez que la llamaba un puñado de imágenes atormentaba cualquier rincón de su mente—. ¿Qué sucede?
No dejó de temblar incluso cuando los ojos de ella se fijaron en los suyos, con un terror inimaginable. Tartamudeó un par de veces hasta que pudo articular palabra alguna correctamente.
Pero cuando lo hizo, Bankotsu también sintió el temblor en su cuerpo. La que hablaba no era ella, no era nadie en ese bosque. Aquella voz salía puramente del pecho de la sacerdotisa.
— El suelo se abrirá bajo nuestros pies —sentenció.
Y todo pasó muy rápido.
Una serpiente de cascabel se abrió paso entre la tierra con la fuerza de un cohete. Era gigantesca, y de ella manaba un poder letal. Roja como la sangre y de ojos como esmeraldas, brillaban con una sed de sangre mortal. El mercenario buscó su arma, pero recordó que la había dejado en la guarida. Jamás pensó que algo así pasaría…
El yokai se irguió por unos momentos, mirando el terreno, hasta que por fin encontró un objetivo: ellos. Se lanzó con violencia hacia Bankotsu y Kagome, ambos entendieron que iba detrás de los fragmentos de la perla.
— ¡BANKOTSU, CUIDADO! —gritó la sacerdotisa y automáticamente esta quiso ponerse frente al mercenario, no supo el por qué, pero una fuerza la impulsaba a exponer su cuerpo de esa manera.
La serpiente aplastó esa parte de la tierra, haciendo volar las raíces de los pinos.
Kagome se pensó muerta hasta que unas manos grandes la arrancaron de donde estaba.
Tenía sus ojos cerrados por el impacto, pero su cuerpo parecía envuelto en algo duro. Cuando los abrió se vio en los brazos del mercenario. Este había saltado de donde estaba y ahora corría en dirección contraria, escapando.
— ¿Por qué escapas? ¡Debemos detenerlo! —le gritó Kagome a Bankotsu.
Él le gritó sin mirarla, concentrado en correr entre los árboles. Sentía que el yokai los seguía, podía percibir la sangre temblar al arrastrar su cuerpo en ella.
— ¡No podemos combatirla, no sin mi alabarda! —Al ver que ella se movía para escapar la sujetó con más fuerza, y lamentó lo que iba a decir—. ¡NO SOY TAN FUERTE, KAGOME, ENTIENDE!
Nunca, en su vida, había dicho eso. Menos a una mujer.
No sabía qué demonios le estaba pasando.
La sacerdotisa se quedó callada, pero las lágrimas manaron de sus ojos sin querer evitarlo. Estaba alejándose de tus amigos, del deber, de InuYasha.
"InuYasha… lo lamento tanto…" fue lo único que podía pensar al sentir que se estaba alejando de la aldea.
Rogaba que aquello fuese una pesadilla, pero era nada más y nada menos que la realidad.
Solo pudo esperar a que se detuvieran, y así volver a casa.
Estaba en brazos del enemigo, algo de lo que era culpable.
Perdiendo de vista a la bestia, también a Bankotsu.
InuYasha estaba impactado por todo lo que había pasado.
Lastimado hasta la punta de los pies, con las quemaduras de un veneno potente… sentía que estaba sanando rápido, pero el dolor seguía en toda su piel. Respirando agitado se dejó caer en el suelo, casi sin poder respirar.
Aquella bestia antes de irse le expulsó un veneno imprevisto en el cuerpo, justo desde su cola. Jamás pensó que la ponzoña de yokai podía hacerle sentir tanto ardor en su vida. Estuvo a punto de gritar, si no fuese por su fuerza y control…
Y ahora, presa del pánico, estaba pensando en Kagome.
Kagome… y Bankotsu.
— ¡INUYASHA!
Sango saltó de Kirara y se puso al lado del hanyou. Llevaba su armadura de exterminadora, parecía ya estar preparada. Le sujetó la cabeza para que pudiera respirar bien, disculpándose a cada quejido de InuYasha.
— Sango…
— ¿Qué demonios pasó aquí? ¡Tú piel está ardiendo! —la voz preocupada de Sango se oía lejana.
Supo que no tenía mucho tiempo, debía advertirle. Luego él se recuperaría lo suficiente para encontrar a Kagome otra vez, lo haría, lo juraba sobre la tumba de su padre.
— Bankotsu… él… secuestró a Kagome —jadeó, viendo como la ansiedad crispaba el rostro de la taijiya —. Lo encontraré… y lo mataré, cueste lo que cueste…
Cayó inconsciente, con la imagen de la sacerdotisa sujetada a la fuerza por ese mercenario.
Las cosas no podían ponerse peor.
Continuará.
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¡Por favor, léeme!
¡Muchas gracias por seguir esta historia! Decidí dejar esta nota para avisar, que desde este capitulo, las cosas comenzarán a tener sentido para nuestra joven pareja.
Debo advertirles que, lamentablemente, seguramente habrán escenas demasiado tristes para todas. Las cosas serán duras, los caminos confusos, y el amor, como siempre, dolerá. Se requiere tiempo para que el amor surja entre dos personas, y ellos no son la excepción.
En fin, ¡Nos veremos en el cuarto capitulo! Cuídense y no se olviden de tener un buen día.
¡Adiós!
