Slash…
La katana cortó el aire
-uuuaaaahhh
La katana cortó un demonio.
-infeliiiiizzzzz
La katana cortó dos demonios.
Fruuum…
-aaaaaaarrrgggg
El Dragón negro quemó muchos demonios.
El cuarto de entrenamientos - apodada por los demonios 'Sala Roja' – que Mukuro había destinado dentro de su castillo, estaba cubierto de sangre, sudor, cuerpos inertes regados por el piso, aquel característico olor que desprendían los cadáveres recién mutilados y los demonios que imploraban piedad.
Sus ojos rojos destilaban odio a los seres que no se valían por su cuenta y con la imperceptible brisa que dejaba al blindar su katana, los rebanaba como cebollas.
El único sonido que irrumpía el silencio de la 'Sala Roja' era el corte del aire producido por la katana. Eso y los gritos de los desgraciados al ser cortados y el golpe sordo que producían sus cuerpos contra el suelo.
Hiei miró a su alrededor. No había ni un signo de vida en toda la habitación.
Sonrió satisfecho. Por fin había vuelto a su realidad.
Después de haber estado unos días con Kurama, soportando indeseables visitas, películas rosas y bla-blas de su conciencia, la mente del demonio de fuego había comenzado a trastornarse entre tantos sentimientos nigens, olvidándose incluso de su propio odio hacia ellos. Aunque eso no significaba que el profundo desprecio que les tenía se le hubiese esfumado.
Eran demasiado… nigens! No había otra palabra para definirlos.
Envainó su espada ensangrentada e inhalando una gran bocanada de 'aira puro' se retiró por la compuerta automática, pisando una que otra extremidad repartida por la sala.
Hiei se sentía bien. Casi tan bien que inclusive en la punta de sus labios se podía notar – si lo mirabas fija y detalladamente – una curvatura que se asemejaba – vagamente – a una sonrisa.
Pero aun así, faltaba algo. Y ese no-se-qué le molestaba como una pulga en la oreja – Youko Kurama le comentó que esa sensación era como un pain-in-the-ass, irritante y desagradable – día y noche, presente y disuelto entre los pensamientos de su mente.
A través de los largos ventanales que poseía la fortaleza de uno de los reyes del Makai, y que daban al exterior, Hiei pudo ver como Mukuro – con su carácter común – mandaba a todos al diablo y a la guerra.
Él siempre admiró en Mukuro su espíritu de buen líder.
Tras los sellos de su rostro, ella notó la mirada de Hiei sobre sí y con un gesto de su mano le indicó que bajara. Esa inquietud que había notado cuando llegó, había comenzado a crecer lentamente y ahora destilaba por los ojos esa preocupación bajo la satisfacción de una matanza reciente.
Si no hacía algo, sabía que tarde o temprano algún lugar de su castillo quedaría carbonizado por el Dragón Negro.
-Buenas Tardes, Hiei – el koorime siempre se había preguntado si ella tenía un sexto sentido.
Se limitó a observarla hasta que ella comentara lo que deseaba. Era tal el grado de entendimiento que más de una vez creyó que era sifima, sínica, síquica? o lo que sea que le escuchó decir una vez a Kurama.
Un gesto, de nuevo, y Mukuro y él se adentraban a uno de los múltiples laberintos de la Fortaleza. Creyó conocer todos los pasillos y cada una de las habitaciones que poseía el castillo, pero aun así, no tenía ni remota idea del lugar al que se dirigían.
Vio como el castillo-móvil (jeje :P) se quedaba atrás. Los pasos de ella eran rápidos y firmes, hacían un pequeño eco entre los árboles y Hiei.
El bosque parecía espesarse más y él, que no conocía la palabra 'paciencia', comenzaba a cabrearse.
-A donde me llevas?
Sabía que era inútil. Ella sólo le miró de reojo y continuó con su travesía, apretando el paso.
Hiei suspiró insatisfecho acelerando también su sigiloso paso sobre el suelo. No había ganado nada, pero tampoco había perdido algo. Kurama le dijo una vez: "Nada pierdes con intentarlo". Aunque se sentía tonto al no escuchar respuesta.
'Ja ja!' Era su conciencia que se reía de él al más puro estilo de Nelson –los Simpson®.
Rodeado de árboles y de enredados caminos de tierra, un solar despoblado de todo se abría paso bajo el cielo que escasamente se distinguía sobre las copas de los árboles.
Y lo comprendió todo.
Podía asegurar que en una milésima de segundo la energía de Mukuro se había desplegado de una forma alarmante – como sólo ella sabía hacerlo – llegando incluso a quebrar algunos árboles escondidos sobre sí mismos.
Él no se quedó atrás y, aunque su katana no serviría mucho, la desenvainó al tiempo que su jagan –casi moribundo por el deseo – hacía su aparición bajo las vendas blancas.
De algún modo sintió como si su cuerpo respirara por fin. Estaba dispuesto a perder los brazos y las piernas en la batalla, con tal de saciar aquel vacío que pedía a gritos sangre y acción.
O será que pedía liberar la presión que su mente ejercía sobre su cuerpo?
No tuvo tiempo de seguir pensando, precipitadamente se vio envuelto entre tierra, poder espiritual y golpes precisos, rápidos.
Mukuro, al fin y al cabo, era mujer, no? Y ellas – con ese extraño instinto maternal – lo perciben todo. (bueno, casi todo ¬¬)
Además, la poca estabilidad de Hiei mermaba su potencial militar, y eso era inadmisible, ante la inminente lucha contra los otros reinos.
Sea como sea debía quitarle esa inquietud de su mente, aunque tuviese que quitársela a golpes.
Cortito, cortito. Espero no les moleste, pero como se dan cuenta, mis sesos ya casi no dan para más uu. Ojalá les esté gustando, aunque a decir verdad, quedan como 2 capítulos para terminar la historia uu El hilo de la historia son siempre las emociones de Hiei y realmente espero no haberme salido muuuuucho de la personalidad de él 9.9.
Bueno, muchas gracias a todos los que leen la historia, me hacen sentir bien jajaj xD así que espero haberles echo pasar un buen rato.
Chao!
