Amor Prohibido - Capítulo 4
—No lo reconoce —dijo Jacob.
—¡¿Cómo que no lo reconoce?! —alegó Yuri.
Ambos se encontraban en el cuarto de Jacob mientras este intentaba conseguir que su computadora reconociera el micrófono escondido que tenía Yuri y así poder reproducir su contenido. Era una habitación de tamaño medio y confortable. En esta había una cama con un cubrecama azul, un pequeño estante con libros, autos de juguetes y otros objetos de colección, y un escritorio en donde tenía su computadora, libros, cuadernos, retratos y carpetas en desorden. Tenía una ventana que llegaba hasta el suelo y que permitía el ingreso de los rayos matutinos de los soles.
—No, no lo reconoce —repitió Jacob.
—Pep-pero ¡Eso no es posible! —insistió Yuri entrando en desesperación.
—Haber, pásame el micrófono.
Jacob recibió el aparato con cierto asco. Aún lo sentía pegajoso por el chicle con el cual Yuri lo envolvió. Se ajustó los anteojos y lo observó con detención. Luego volteó su silla giratoria para colocarlo a la luz de la ventana.
—Este no es el micrófono —sentenció—. Yuri, esta es la cabeza de un cerillo.
—¿Qué? —exclamó con las manos en la cabeza— ¡Eso no es posible!
—Yuri —respondió su hermano volteándose hacia ella—, ¿perdiste el micrófono?
—¡No! —se defendió— Yo… ¡Te juro que creía que era ese!
—¡¿Perdiste el micrófono?! —repitió molesto.
—¡No! Seguro debe estar en algún lado —Yuri, presa de la desesperación, recorrió todo el cuarto de su hermano en busca de algún milagro divino que le trajera de vuelta aquel preciado objeto.
—¡Ese aparato me lo prestó George! —vociferó Jacob con enojo— ¡Me dijo que costaba una fortuna! ¡Cuando se entere que lo perdí me va a matar! ¿Ahora qué voy a hacer?
El conejo comenzó a girar sobre su silla cubriéndose sus ojos con las manos por debajo de sus anteojos. Yuri buscaba tanto dentro como fuera de su mente alguna solución. Intentaba escapar de la decepción de su hermano.
—No te preocupes —sentenció con voz temblorosa—, te prometo que encontraré ese micrófono.
—De todas formas tu plan era estúpido —le replicó su hermano acercándose a ella en tono amenazante—, en primer lugar, ¿por qué rayos pensabas que nuestros padres iban a hablar sobre nuestros abuelos justo anoche en su cuarto?
—¡No lo sé! —respondió Yuri con desesperación—, solo… ¡se me ocurrió! ¿ya? Pero te juro que yo misma coloqué ese micrófono bajo la cama a la hora de la cena, ¿cómo rayos ahora tenemos esa cabeza de cerillo?
—Debiste haberlo confundido a la hora de tomarlo para pegarlo debajo de la cama —inquirió Jacob.
—¡Eso significa que sigue en mi cuarto! ¡Vamos! —reaccionó Yuri.
Así ambos conejos atravesaron el estrecho pasillo del segundo piso para ingresar al cuarto del frente.
A la derecha del cuarto de Jacob, se abrió una puerta que dejó salir a Jack. Se encontraba con una tenida informal, su mochila escolar sobre sus hombros y un bolso de gimnasia color negro atravesado. Bajó las escaleras rumbo a la salida mientras silbaba una tonada de rock clásico tranquilamente. En la entrada se encontraba Yang viendo cómo la van plateada se alejaba.
—¿A dónde vas? —Yang lo retuvo por el asa de su mochila al ver que atravesaba el umbral de la puerta como si nada.
—Voy a ver al maestro Jobeaux —respondió con naturalidad—, a mi clase de Woo Foo.
—¿Qué dijiste? —Yang lo arrastró por el asa de su mochila nuevamente hacia el interior del hogar, para posteriormente bloquear su salida.
—Eso, te lo conté anoche y tú me dijiste que bueno —Jack se encontraba inseguro. La molestia de su padre la encontraba incomprensible. Recordaba cuando le contó a Yang sobre su nuevo hobby durante la cena del día anterior, pero verlo así lo empujaba a dudar de sus propios recuerdos.
—Repítemelo —ordenó con voz autoritaria.
—Pues que ayer me inscribí en un curso de artes marciales, aprovechando que estaba solo a cinco dólares la inscripción —le explicó su hijo, esperando a que Yang recordara y lo dejara pasar con su simpatía característica.
—Okey —Yang no se mostraba muy convencido.
—Pues —Jack prosiguió hablando con nerviosismo, en la búsqueda de las palabras mágicas que lo dejaran salir—… ahí conocí al maestro Jobeaux, quien es un tipo simpático que decía que te conocía, y… que te tenía mucha estima a ti y a mamá. Seguro que sí lo conoces, ¿eh? —agregó con una sonrisa nerviosa.
Aunque hubiera querido, Yang no hubiera podido moverse. El terror nuevamente lo había atrapado, al igual que aquella vez en que se encontró con Lina.
—¿Lina?
—Yang.
—Oh, veo que ya se conocen —intervino el director Dankworth—, pues la señorita Lina Swart será nuestra nueva orientadora escolar.
—¿Qué? —Yang se reincorporó para estar frente a frente a Lina, aún sin poder creer lo que estaba viendo.
—Pues sí —afirmó ella—. No pensé encontrarte por acá. Por cierto, ¿cómo está tu hermana?
Si la sola presencia de Lina atrapó a Yang en una mentira que ya llevaba dieciséis años, aquella pregunta solo la ayudaba a jactarse de su triunfo.
—Es… pues… —Yang intentó decir algo, pero las palabras simplemente no le salían. Los minutos más tensos de su vida hicieron puré de su psiquis. Como conejo atrapado, buscaba desesperado como huir del cazador que no solo lo tenía amarrado, sino que lo torturaba pelo por pelo.
—No vas a salir —sentenció Yang regresando al presente. El recuerdo lo llenó de malestar. Un malestar que lo había acompañado desde ese encuentro, pero que había logrado drenar la noche anterior. La nueva propuesta había vuelto a reavivar aquel temor, como si un volcán hiciera erupción en su interior, y llenara de lava cada rincón de su cuerpo.
Jack no supo reaccionar. Simplemente no encontraba una razón lógica para la reacción de su padre. Tampoco se atrevía a preguntarle, y no entendía por qué se sentía así. Ese temor que su padre sentía se había transmitido inconscientemente a su hijo. Sentía como si su peor pesadilla se encontraba afuera.
Yang aprovechó esa instancia para nuevamente cerrar la puerta.
«Espero que consigas arreglarlo pronto, Yin» pensó.
—Pero, ¿por qué? —Jack por fin pudo reaccionar y escapar de la impresión.
—Porque yo lo digo —Yang se volteó—, ¿tu madre sabe algo de esto?
—Anoche no pude decirle mucho, estaba ocupada con los más chicos —alegó Jack.
—Pues hasta que no tengas el permiso de tu madre, no vas a salir a esas clases —ordenó Yang mientras le colocaba llave a la puerta.
—Pero… ¡no lo entiendo! —alegó Jack siguiendo a su padre hacia el living. Finalmente el alma le regresaba al cuerpo—. ¿El maestro Jobeaux te caía mal? ¿Era alguien malo? ¿Es por eso que no quieres que vaya?
—¡No vuelvas a insistir con eso! —respondió Yang en tono amenazante. El índice con que lo enfrentó temblaba. No estaba acostumbrado a actuar como el policía malo—. ¡Si te digo que no vas a ir, no vas!
—¡Pero dime por qué! —la molestia se estaba apoderando de Jack—. O sea, siempre has sido permisivo, mucho más que mamá, ¿desde cuándo ahora te volviste tan estricto?
—Si vuelves a insistir con eso, te vas castigado a tu habitación —lo amenazó Yang. El temor se estaba convirtiendo en furia. La situación lo estaba desbordando.
Jack respiró hondo. Por mucho enojo que sentía, también se daba cuenta que la situación era ridícula. ¿Peleando con su padre? Cualquiera que lo conociera no podía imaginarlo enojado. Tal vez su madre, pero sus hermanos ni siquiera le iban a creer.
Jack lo miró a los ojos, esperando en silencio que su padre se tranquilizara. Esperaba que con más calma le diera alguna explicación.
Mientras tanto, Yin ingresaba a un edificio a través de una puerta de vidrio. Era un lugar en donde las tonalidades damasco primaban en las paredes y muebles, además de existir macetas con plantas en cada rincón disponible. Estaba atestado de personas vestidas formalmente recorriendo cada rincón de la antesala, despreocupada por el que pasaba a su lado. Yin tampoco era la excepción. Armada con un maletín de cuero y usando el mismo traje que llevaba el primer y último día de clases de sus hijos, atravesaba con seguridad la antesala, subía por las escaleras hasta el tercer piso. Cruzaba unos cuantos pasillos pasando por entre oficinas en cubículos, salas y más oficinas. En el camino saludaba con rapidez a algunas personas y respondía algunas preguntas cortas, ya sea de la familia, las últimas noticias, del trabajo o del último capítulo de la serie de moda subida a Netflix.
Finalmente ingresó a una oficina cuya puerta tenía una gran ventana polarizada. Sobre esta se imprimía «Yin Chad, abogada».
—Buenos días Myriam —saludó a una joven ubicada tras un escritorio sobrecargado de carpetas, útiles de oficina, papeles, retratos, y un notebook bastante delgado.
—Buenos días señora Chad —respondió mientras raudamente se acercaba a recibir el maletín. Era una ratona de nariz alargada y orejas pequeñas que siempre apuntaban hacia los costados. Tenía un hermoso pelaje castaño claro con blanco en sus manos y hocico—. El señor Mann lo está esperando.
—Vaya, eso fue rápido —comentó mientras se dirigía hacia una puerta al fondo. Su oficina al final se conformaba de una antesala en donde se encontraba su asistente, y su oficina privada ubicada al fondo.
—¡Yin! ¡Tanto tiempo! —Lucio Mann se encontraba instalado en el asiento del cliente con suficiencia, cruzado de piernas y fumando un habano. Traía un terno color plomo con rayas blancas y un pañuelo púrpura saliendo de su respectivo bolsillo.
El león rubio se acercó para abrazar a Yin, quien no pudo resistirse ante tal muestra de cariño.
—Lucio —balbuceó mientras se atragantaba por el humo de su habano repartido por toda la habitación—, también me alegra verte.
De pronto el león cambió su rostro a una repentina seriedad, olfateando el aire.
—Algo anda mal —sentenció mientras intentaba buscar la causa con su olfato.
—¿Qué ocurre? —cuestionó Yin intrigada, pero internamente agradecida porque el abrazo de Lucio perdió presión.
—Si me permites —de inmediato Lucio introdujo su mano al interior del cuello de la blusa de Yin.
—¡¿Oye qué haces?! —exclamó molesta. No estaba acostumbrada a tal atropello de su espacio personal, y Lucio acostumbraba a sobrepasar esos límites.
—¡Voalá! —exclamó triunfante con un pequeño aparato redondo y negro entre sus dedos.
—¿Qué es eso? —preguntó extrañada.
—Es una mini grabadora de voz con sensor de voz activada —respondió mientras lo aplastaba como si se tratase de una uva.
—¿Qué? —exclamó descolocada.
—Pues al parecer alguien está intentando espiarte, querida —respondió—. Te aconsejo que comiences cerrando la puerta.
De forma automática Yin obedeció, aún sin comprender lo recientemente ocurrido.
—Tal parece que alguien está interesado en tus negocios turbios —agregó el león instalándose en su asiento mientras daba una bocanada de su habano.
—Bien —Yin se reincorporó instalándose en su propio asiento, una silla de cuero con un respaldo más grande que el de Lucio—, lamento informarte que el gran falsificador de documentos que trabaja para una importante mafia eres tú.
—Y mi principal clienta eres tú —respondió con suficiencia colocando sus codos sobre el escritorio.
—Solo te compré un par de papeles —respondió Yin accediendo al mismo tono.
—¿Y a cambio de qué?
—¿Acaso tu libertad no es suficiente? —Yin arqueó una ceja.
—Me ha gustado bastante —respondió Lucio estirándose sobre su respaldo—, pero creí que esto ya era un negocio cerrado, ¿verdad?
—Lamentablemente no —respondió Yin meciéndose en su silla.
—Muy bien, ¿qué documento quieres ahora? —el león le sonrió con picardía—, ¿acaso perdiste tu título profesional?
—Ja, ja, muy gracioso —respondió con seriedad—. Escucha bien, necesito un examen de ADN.
—¿Una prueba de ADN? —preguntó con interés. Sus ojos se habían abierto bastante—. O sea, ¿para quién?
—Quiero que el espacio de los nombres quede en blanco —respondió Yin—. Necesito que esta prueba desmienta el parentesco entre dos personas.
—¿Qué estás tramando Yin? —respondió soltando una nueva bocanada de humo.
—Es para un caso —sentenció.
—¿Acaso pretendes falsificar pruebas? —la sonrisa de Lucio se hacía evidente.
—No. Le daré otro uso.
—¿Se puede saber cuál?
—Creo que sabes suficiente —cortó Yin—. ¿Para cuándo y cuánto me va a costar?
—Hmm —Lucio comenzó a dar vueltas con su silla en actitud meditabunda, poniendo a prueba la paciencia de Yin.
—Bien, nunca he hecho este tipo de documentos —respondió sin dejar de girar—, pero creo tener la forma de conseguirlo, aunque no me imagino cómo lo harás para falsificar los nombres.
—De eso yo me encargo —intervino Yin.
—Pues suena muy interesante tu propuesta —Lucio dejó de girar—. Pues bien, acepto.
—¿Cuánto es?
—¡Oh! ¡No, no, no, no, no! El dinero no lo es todo en la vida.
—No te creo que lo vas a hacer gratis, ¿cierto?
—No, pero —Lucio le regaló una nueva bocanada—, podría, no sé, hablarle al Patriarca sobre ti. Creo que le sería muy útil a nuestra organización una abogada tan sagaz como tú.
—Este… yo… —Yin no esperaba esta propuesta.
—¡De hecho te estoy haciendo un favor! —agregó Lucio—. ¡Te estoy entregando nuevos clientes! Y sé que tú eres capaz de sacar hasta a un asesino confeso de prisión. ¡El Patriarca estaría encantado! ¿Qué me dices?
El león extendió su mano. Yin vio en esa mano una oportunidad dando bote frente a ella. Una oportunidad muy riesgosa. No quería ver manchada su impecable trayectoria por su relación con la pandilla de Lucio. Aunque, si lo rechazaba, no tendría la prueba de ADN. Sin la prueba de ADN, eventualmente no solo su trayectoria se vería manchada, sino su propia vida.
En ese momento deseó no haber estudiado derecho. Sabía a la perfección que el incesto era delito. Una prueba de ADN demostraría que su ADN con el de su esposo eran como dos gotas de agua. Arriesgaba hasta veinte años de cárcel. Incluso más considerando los cinco hijos que tuvieron en pecado. Probablemente no volvería a ver a sus hijos nunca más. Serían enviados a centros del estado, en donde no volverían a recibir el cariño de un hogar. Sin duda ser la abogada del diablo era mejor que ver destruida a su familia.
—Acepto —finalizó estrechando su mano.
