Amor Prohibido - Capítulo 6
—¿Yuri?
Habían pasado tres horas desde aquella discusión con su hermana. Aunque era claro que le había molestado de sobremanera que hubiera perdido el micrófono espía, ese sulfuro estaba pasando. La rabia que había desbocado sobre Yuri solo era rabia contra sí mismo. Él mejor que nadie sabía lo descuidada que solía ser su hermana, y el resultado era más que obvio. También tenía miedo. Miedo de enfrentar a su mejor amigo y contarle la forma estúpida en que había perdido el micrófono espía. Se lo había prestado el primer día de clases antes de la explosión. Aunque solo había sido por un rato, no había tenido la oportunidad de devolvérselo. Maldecía el día en que le contó esto a Yuri. De inmediato tuvo una idea para su uso. Temía decepcionar a George al revelarle la verdad.
Pero ni todo eso junto pudo conseguir que su cólera se mantuviera por mucho rato. Tras tres horas, se encontraba dando vueltas en círculos sobre su silla de escritorio. El paso de la ira a la culpa venía incluido con un zumbido que le impedía concentrar su mente en cualquier cosa. Finalmente se decidió a salir de su cuarto e ir a hablar con su hermana.
Por desgracia, no estaba en su cuarto. Era un lugar lleno de juguetes y cachivaches de colores vivos cubriendo cada rincón. Para un purista de la decoración, los colores le habrían sangrado los ojos ante tanta saturación. Pero ella no estaba. Solo había una decena de peluches sobre su cama, dándole la bienvenida con su mirada de plástico.
Recorrió toda la casa y no encontró rastro de su hermana. Su padre poco y nada logró decirle. El cuarto de Jimmy estaba cerrado por fuera. En la casa tampoco encontró a Yenny ni a Jack. Mamá estaba en el trabajo. Rendido, se sentó en la escalinata de la puerta trasera, mirando al patio. Suspiraba de cuando en cuando, mientras buscaba inútilmente alguna idea. ¿A dónde habría ido Yuri? Ni siquiera él tenía permiso para salir solo de la casa, y eso que iba a cumplir el mes que venía los trece años. Por lo mismo durante un buen rato imaginó que se habría escondido en algún lado para no verlo.
De pronto pudo notar algo extraño. Desde un costado se veía colgando una tela larga. Al aproximarse, pudo percatarse que la tela era en realidad una sábana atada a otra sábana, y a otra y otra. Todas venían desde la ventana del cuarto de Jack. Él había escuchado desde su cuarto cuando Yang lo castigó en su habitación. Era de esperarse que se fugara, puesto que siempre luchaba hasta conseguir lo que quiere. Aunque era la primera vez que se fugaba de esa forma. Claro, también era la primera vez que lo castigaban de esa forma.
Jacob sostuvo la cuerda improvisada mientras meditaba concentradamente. En su pelea con Yuri había mencionado demasiadas veces el costo que George le había comentado sobre el micrófono. Su amigo había juntado mucho dinero de sus ahorros para comprarlo luego de verlo en una serie de televisión. Mil dólares. Mil dólares que de seguro Yuri intentó buscar literalmente. Y la única persona a la que le podía pedir en ese momento era…
—¡Jack! ¡Oh no!
En un par de segundos se veía corriendo calle abajo. No entendía lo que pasaba. Sabía que correr así sin más no era una gran solución, más algo dentro de sí lo apremiaba. Temía que le hubiera pasado algo a Yuri. No le encontraba mayor explicación al asunto. Solo era correr.
Este extraño impulso lo hizo perderse en un cuarto de hora. Cuando finalmente se logró detener, se encontraba en un lugar que no conocía. Nunca había visitado esa parte de la ciudad. No, no era como Yuri. Ella podía recorrer aleatoriamente la ciudad y encontrar su destino. Ingenuamente se imaginó que si había corrido en línea recta desde su casa. Era fácil dar media vuelta y recorrer el camino a la inversa. Más tras una hora de caminata sin reconocer absolutamente nada le demostró que no era como ella.
Ya cansado, se sentó en la entrada de una tienda. Esperaba que tras un descanso, su mente pudiera tranquilizarse y pensar en algo para volver a casa, o encontrar a su hermana.
Yang no se percató que había recorrido casi un kilómetro a trote rápido. La chaqueta estaba mal colocada, la carrera lo había despeinado aún más, y aún llevaba su maletín sujeto por el asa con sus dientes. Sin duda era una pésima primera impresión a la hora de presentarse en una entrevista de trabajo. Tal era su aprehensión por salir de casa que no se preocupó ni del menor detalle.
Se detuvo a la entrada del lugar. Era una imponente mansión de estilo clásico, protegida por unas enormes rejas de acero y brillando con su pintura negra. El blanco de sus paredes luchaba contra la misma naturaleza que la amenazaba con apagar su brillo. El antejardín presentaba el pasto más verde jamás visto, con varios arbustos esperando ser modelados por una mano jardinera. Tenía todo tipo de flores que rodeaban la cerca y las paredes, perfectamente cuidadas y presentando su belleza en su máximo esplendor. Yang respiró hondo. Sospechaba que tras la mansión habría poco más que un bosque. Sin duda sería un trabajo arduo de ser contratado.
Tras llamar a la puerta, fue invitado a pasar por el mayordomo. Era un lobo alto y delgado vestido de estricto frac. Pudo notar que cada mirada que le daba parecía ser del más absoluto rechazo. El interior del lugar seguía siendo tan elegante como su fachada. A Yang no le impresionaba tanto. No era la primera vez que entraba a una mansión. De hecho desde que había comenzado su nueva vida junto a Yin se había dedicado a trabajos menores para familias adineradas, y terminó especializándose en el oficio de jardinero.
Mientras el mayordomo le indicaba que esperara un poco, pudo encontrar un espejo de cuerpo completo, en donde se percató del motivo por el cual le daba esa mirada. De inmediato, mientras el lobo se había retirado, comenzó a arreglarse rápidamente. Se ajustó la chaqueta, la camisa que traía debajo, los pantalones. Se peinó a la rápida lo mejor que pudo, se limpió las patas y se arregló las orejas.
—Usted debe ser nuestro futuro jardinero.
Yang pudo verla a través del espejo. Era una cierva un poco más baja que él. Venía con una bata color verde agua y una taza con té entre sus manos.
—Sí, soy Yang Chad —el conejo se volteó y torpemente estiró su mano. Es ahí donde pudo observar la pacífica mirada de ella. Sus ojos brillaban con una emoción resplandeciente y tranquila—. Usted debe ser la señora Prints, ¿verdad? —balbuceó nervioso.
—Sí, un placer —la cierva respondió el saludo. Sus pequeños ojos oscuros le regalaron un destello—, pero llámeme Sara.
—Como usted ordene, Sara —obedeció Yang mientras seguía agitando la mano.
—No me dirá usted que transporta sus herramientas en ese maletín, ¿verdad? —agregó señalando el maletín que traía en su mano libre.
—No, claro que no —respondió presentando el objeto—, son solo mis papeles. Ya sabe, currículum, antecedentes, otros papeles legales —Yin había insistido que debía acarrear eso papeles en su travesía por un nuevo empleo.
Yang quedó congelado al ver que Sara terminó riéndose ante aquella respuesta. Pero a pesar de todo, era una risa melodiosa que no le permitía molestarse, al contrario, lo ayudó a entrar en confianza.
—Yo no necesito ese tipo de cosas —le explicó—, solo quiero ver su habilidad en el patio.
Con un ademán, lo invitó a seguirla. Se dirigieron al patio seguidos por el mayordomo, quien con mirada de águila observaba cada movimiento de Yang. Finalmente Sara se detuvo frente a un árbol que el conejo pudo reconocer de inmediato.
—Lamento entregarle una prueba un tanto complicada de entrada —respondió mientras le entregaba su taza al mayordomo—, pero es una urgencia…
—Puedo verlo —la interrumpió concentrado en sus ramas—. Es el conocido árbol del amor o árbol de Judas. Se ve demasiado seco para este tiempo.
Ese «demasiado» era un paupérrimo intento de sutileza. En realidad el árbol se encontraba al borde de la muerte. No tenía hojas verdes. Solo unas pocas amarillas se salvaban gracias al otoño. El resto llegaba a la negrura y a la podredumbre de sus ramas. Solo el tronco se encontraba en buen estado, lo que permitía la identificación de la especie.
—Lo sé —respondió con aprensión en su voz—. Desde hace dos meses que se comporta de esta extraña manera. Supongo que sí logró reconocer el árbol con tanta facilidad, podrá encontrar la forma de solucionar este problema.
—Pues veré que puedo hacer —respondió dubitativo. Reconocía que se trataba de un desafío para jardineros profesionales, y él solo era un amateur. En ese momento más que nunca se sintió como un aprendiz metiéndose en algo que no le correspondía. Incluso se sentía un mentiroso al considerarse «jardinero».
Yang tocó el tronco del árbol. Esto iba más allá de sus conocimientos. Reconocía el árbol porque había uno afuera de un hotel en el que pasó una noche con Yin hace años. Intentó recopilar en su mente todo lo que sabía sobre árboles secos y qué pudiera estar sucediendo.
—Boris, trae las herramientas —Sara se dirigió al mayordomo, el cual obedeció al instante.
—Pues supongo que con un riego adecuado y podando las ramas secas podría estar reluciente para la primavera —diagnosticó Yang mirando a su futura empleadora.
—La verdad no creo que se trate de cualquier árbol seco —Sara se acercó con pesar en su mirada—. Este árbol lo plantamos con mi esposo el día en que nos casamos. Lo replantamos aquí cuando nos mudamos. Mi esposo falleció hace dos meses, y desde entonces el árbol comenzó a secarse.
—Vaya, cuánto lo siento —Yang sintió aún más presión. Ese árbol era más que eso, tenía un alto valor emocional para su dueña. Ya se imaginaba destruir esa aparente tranquilidad al fallar en su prueba.
De inmediato Boris le extendió unas tijeras de podar. Traía consigo un carro junto con otros implementos de jardinería. Se podía ver que se encontraban casi nuevos.
—¿Podrá ayudarme? —le suplicó Sara.
Su mirada antes pacífica se vio turbada por un torbellino. En un principio le era imposible a Yang poder adivinar la clase de desafío que le deparaba. Pero ahora no era el dinero lo que lo ataba ni la dificultad lo que lo alejaba.
—Lo haré —respondió recibiendo las tijeras.
Lo que lo empujaba a aceptar el desafío iba más allá de su comprensión.
Yenny aprovechó de guardar todas las cosas que había ido a comprar. Era una chica comprensiva que intentaba ser de ayuda para sus padres. Gracias a esta política, se había conseguido la confianza de ambos. Además, gracias a su papel de hija mayor, tenía una mejor posibilidad de ayudar a su familia. Cosas como salir a comprar o quedarse al cuidado de sus hermanos eran normales para ella desde los trece años.
Mientras acomodaba las compras en el refrigerador, pensaba en su encuentro con su mejor amiga, Susan, en el supermercado. Ambas aprovecharon de ponerse al corriente en la vida de la otra. Había recibido una postal de su hermano mayor, que estaba viviendo en Alaska. También pensaba en su padre, quien había salido corriendo de la casa, y esperaba que por fin consiguiera empleo. No es que fuera de gran necesidad. Su madre ganaba más que suficiente para mantenerlos a todos. Su padre tenía un orgullo que se empecinaba en defender.
Tras salir de la cocina sintió el silencio caer sobre ella. Era extraño tal silencio considerando que supuestamente sus cuatro hermanos estaban en casa.
—¿Jack?
Subió por las escaleras y entró al cuarto de su hermano, encontrando un escenario similar al hallado por Yuri.
—¡Oh! ¡Rayos! —exclamó al ver la soga improvisada caer por la ventana.
—¿Jacob?
Volvió al pasillo del segundo piso en busca del resto de sus hermanos.
—¿Yuri? ¿Jimmy?
Recorrió uno por uno los cuartos sin encontrar señales de vida. Al encontrarse frente al cuarto del menor de sus hermanos, la puerta le negó el paso.
—¿Jimmy? ¡¿Jimmy?! —exclamó Yenny con desesperación mientras forcejeaba inútilmente con la puerta.
Finalmente, con la ayuda de un clip que sacó de su cuarto pudo abrir la puerta del cuarto de su hermanito.
—¡Jimmy! —gritó al verlo tirado en el suelo inconsciente.
El silencio reinaba al interior de la van, mientras las luces de la ciudad pasaban como rayos refulgentes por las ventanas. Yin estaba concentrada en su conducción. Aceleraba al límite de la velocidad máxima esquivando vehículos y peatones incautos. Solo una cosa tenía en mente: su pequeño Jimmy.
Tan pequeño y tan frágil. Le había costado que naciera, que se aferrara a la vida. Aun así el destino se ha encargado de amenazarla con arrebatárselo casi todos los días. ¿Era el castigo por el incesto? ¿Por abusar de su suerte? Jacob sufría casi de lo mismo que Jimmy, pero afortunadamente no era tan frecuente como su pequeño. Esperaba que en la medida que creciera, su pequeño pudiera hacerse más fuerte y superar estas dificultades, si es que lograba alcanzar una edad mayor.
A su lado, atada con el cinturón de seguridad y enterrada en el asiento, se encontraba Yuri. El asiento del copiloto siempre ha sido apreciado en las familias numerosas y esta no era la excepción. Era la primera vez que Yuri conseguía tal honor, y no se sentía para nada favorecida. Aunque le preocupaba Jimmy, le preocupaba aún más Jacob. No era la primera vez que sufrían una emergencia causada por Jimmy, y ya era hasta costumbre para ella. Por otro lado, Jacob era su hermano más cercano. La ayudaba en sus tareas, era capaz de escucharla silenciosamente e incluso seguirle el hilo a sus conversaciones. Le dolía haberse peleado con él, y temía no tener una oportunidad de disculparse.
La van derrapó en el estacionamiento del hospital, y ambas corrieron en dirección al edificio. Todo pasó muy rápido. Yuri sentía que volaba.
—¡Yenny! —exclamó Yin al ver a su hija.
—¡Mamá! —respondió ella.
Ambas se recibieron con un apretado abrazo. El miedo por la emergencia se vio fácilmente superado por el apoyo entre madre e hija. Ambas comenzaron a derramar lágrimas. Mientras, Yuri observaba la escena como si se tratara de un testigo desconocido.
—¿Qué sabes de Jimmy? —preguntó su madre apenas terminó el abrazo sin soltarse de las manos.
—Los médicos no me han dicho nada —respondió ella—. Lo encontré tirado esta tarde en el piso de su cuarto y la puerta con llave.
—¿Qué? —preguntó Yin extrañada.
—Eso. Yo llegué como a las dos a la casa luego de hacer las compras. Papá se fue de inmediato y no había nadie más en la casa.
A Yin le había llamado la atención el hecho que su hijo se hubiera encerrado. Él no solía ser así. Además sabía perfectamente que podía ser peligroso como en este caso. Estaba a punto de cuestionar este detalle, cuando por su lado pasó a toda prisa una camilla. Era acompañada por un médico de cabecera y dos paramédicos.
No importaba el detalle. No importaba el contexto. No importaba la situación. El corazón de una madre nunca se equivoca. Por mero instinto, Yin ordenó detener la camilla. Sus dos hijas se acercaron al lugar. Su corazón tenía razón.
En la camilla estaba Jacob inconsciente.
