Amor Prohibido - Capítulo 7

—Sube.

Jack se encontraba sentado en la entrada de su hogar cuando vio el vehículo familiar estacionarse frente a él. Al abrirse la puerta, vio a su padre en el asiento del piloto. Lentamente se puso de pie y paso a paso se acercó al vehículo. Los pies le pesaban en la medida en que se acercaba. La mente de su padre en aquel momento era un misterio. Su cara de nada no ayudaba mucho a la causa. Temía que tras esa máscara, surgiera una nueva tormenta.

Había intentado varias cosas mientras tanto en busca de su hermano. Llamó inútilmente a la policía, habló con los vecinos sin encontrar respuestas. Aprovechó de sacar las sábanas que le sirvieron de cuerda durante aquel día mientras intentaba ordenar su mente. El silencio de la noche lo estaba ayudando bastante, hasta que se halló frente a frente con su padre.

En silencio, piloto y copiloto comenzaron su viaje. No hubo intercambio ni de la más mínima frase. Esto ponía cada vez más nervioso a Jack. No sabía si su padre sabía que se había fugado. No sabía si había encontrado otra nueva excusa para recriminarlo. Ese definidamente no era su padre, aquel con quien congeniaba tan bien hasta hace poco. Las dudas y el temor se entremezclaban creando una mala combinación para su tranquilidad.

Yang por su lado, estaba muy lejos del aquí y del ahora, y por supuesto, años luz de los problemas de su hijo. Había sido un día agotador depositando todas sus energías en aquel árbol al borde de la muerte. Había una dulzura en Sara que lo manipulaba cuan títere. Con su sola presencia, cualquier petición que saliera de sus labios, él la cumpliría, por imposible que fuera. Sin darse cuenta, habían pasado las horas regándolo, podándolo, quitándole las malezas y los hongos. Solo cuando Sara llegó para informarle de la hora, se había percatado del tiempo transcurrido.

—¿Qué ocurre? —se atrevió a preguntar Sara.

Yang estaba revisando su celular por primera vez en horas mientras se colocaba su chaqueta. Ella fue testigo de su metamorfosis. El terror arribó en su rostro tras ver las ciento de decenas de llamadas perdidas de su familia. Principalmente eran de Yin y Yenny. Con el corazón amenazando con dejar su cuerpo, decidió llamar a su esposa. Sara lo observaba en silencio. Sobre su bata se había colocado un chal negro, para protegerse del frío que traía consigo el ocaso.

La interrogación se incrementó en Sara tras la conversación que Yang tuvo con su esposa. Lo vio congelarse, y caer en desesperación, como quien cae a un precipicio directo al mar.

—Tengo que irme —respondió con rapidez mientras se disponía a correr a toda prisa.

—¿Pero qué ocurre? —insistió Sara.

—Es mi hijo —respondió mientras ella lo seguía—. Está en el hospital.

—¡Oh Dios mío! ¿Cómo está?

—Aún no nos dan información.

Ambos llegaron corriendo hasta la mansión, lugar en donde Yang recogió su maletín frente a la imperturbable mirada de Boris.

—Si quieres puedo llevarte —se ofreció Sara—. Boris, trae el auto —agregó a su mayordomo.

Yang pensaba negarse. No le gustaba mezclar a desconocidos en sus problemas familiares. En el fondo de su alma temía que ese desconocido fuera la clave que terminara destruyendo a su familia. Su parentesco con su pareja era el talón de Aquiles de su vida común y corriente. Pero pronto su raciocinio le aconsejó que lo más importante era su hijo, y que aceptar dicha invitación era la mejor alternativa.

Fue así como el conejo se encontraba al interior de una camioneta sencilla y anticuada, conducida por la propia Sara. Todo había ocurrido tan rápido que ni siquiera se alcanzó a preguntar por qué ella tenía una camioneta tan sencilla en comparación con la opulencia de su hogar, y por qué ella era la conductora y no mandó a su mayordomo. Se sentía aprisionado ante la preocupación, a pesar que no era la primera vez que pasaban por esto. Jimmy siempre ha sido alguien débil de salud, y cada cierto tiempo les daban estos sustos, pero le era imposible acostumbrarse.

—Tranquilo, todo estará bien —comentó Sara intentando ayudar de algún modo.

—Pues eso espero —contestó él—. Jimmy es alguien bastante delicado de salud y esta no es la primera vez que ocurre, pero siempre ha podido salir adelante.

—¿Y qué tiene? —preguntó Sara mientras se detenía en una luz roja.

—Bueno, él tiene una salud muy delicada —respondió Yang—. Le han dado ataques de asma, epilepsia, cardiacos, alzas y baja de presión, de azúcar, entre otras cosas.

—Vaya, eso es algo muy terrible para cualquiera —la impresión llegó al rostro de la cierva—. ¿Y qué edad tiene?

—Ocho años —respondió.

La sorpresa terminó de tragarse las palabras de Sara. La conversación había empujado a Yang a través de sus recuerdos, y en la difícil y corta vida que ha llevado su hijo menor. Desde el parto que siempre les ha dado sustos, jugando en el borde entre la vida y la muerte. Pero siempre todo terminaba con un final feliz. Imaginarse que en cualquiera de esas aventuras el resultado fuera diferente… lo aterraba ante cualquier nueva amenaza contra la salud del pequeño Jimmy.

La luz cambió a verde.

—La verdad no puedo creer lo que me estás contando —Sara intentaba encontrar las palabras correctas—. Tan pequeño y que deba sufrir tanto…

Yang seguía perdido entre sus recuerdos. Noches de tensión, apenas dormitando al lado de la cama de un hospital. Tardes de miedo, cuando la vida de su hijo pendía de un hilo. Mañanas de suspenso, a la espera de un respiro o un desafío. Su mente saltó hacia aquella ocasión en que Jacob tuvo un ataque cardiaco en el parque a los ocho. Su otro hijo también tenía esa tendencia a enfermarse, pero era mucho menos que la de su hermano. De hecho ya había pasado más de un año desde que les había regalado un susto de esa naturaleza.

De pronto, encontró un patrón en medio de todos sus recuerdos. Siempre se hallaba abrazado junto a Yin, a la espera de superar el obstáculo del momento. Frente a esto, sus recuerdos explotaron. Recordó aquella oscura noche en que ella le confesó estar embarazada por primera vez. El día en que murió el Maestro Yo. El día en que decidieron abandonar el pueblo. El nacimiento de Yenny. La obtención de su primer departamento. Sus vidas humildes. La decisión de Yin de estudiar derecho. Los problemas que ella tuvo por compatibilizar sus estudios, su trabajo y su segundo embarazo. El nacimiento de Jack. Los problemas económicos. El problemático embarazo de su tercer hijo. El primer día de clases de Yenny. El nacimiento de Jacob. Cuando consiguieron su nuevo hogar. El primer ataque que le ocurrió a Jacob. El nacimiento de Yuri. La mudanza a su hogar actual. El difícil embarazo y parto de Jimmy. Las noches en vela. La pérdida de Yanette. Las penas y alegrías regaladas por cada uno de sus hijos. El verlos crecer uno por uno. En cada uno de los momentos, en cada uno de los hitos, estaba ella.

Habían nacido y vivido juntos. Pero desde el día en que el telón del tabú había caído, había descubierto a alguien completamente diferente. A una persona dispuesta a acompañarlo en las buenas y en las malas. Siempre, Yin, a su lado, con un abrazo, borrando su soledad. Todo era un poco mejor junto a ella. Este susto no podía ser diferente. Y si lo fuera, tenía el consuelo de su compañía. No podía tener miedo con la fortuna de su presencia en su vida. La mujer de su vida, la madre de sus cinco hijos. Quien lo conocía en cuerpo y alma. El valor de esos recuerdos envolvió su alma y lo tranquilizó. Como si desde la distancia ella fuera capaz de abrazarlo y regalarle algo de consuelo sin siquiera mirarlo. Por tan bello regalo valía la pena romper las reglas de incesto. Aún no se arrepentía del minuto en que un Yang adolescente juntó sus labios con el de su hermana, dando un giro irreversible a la vida de ambos.

—¿Qué ocurre? —Sara pudo observar una leve sonrisa en los labios de Yang.

—Nada, solo me estaba acordando de algo —respondió sin poder disimular su sonrisa.

—Pues no debe ser algo tan malo —comentó la cierva.

—De hecho no —contestó él—. En los momentos más difíciles es cuando surge lo mejor de cada persona. Es en momentos como estos, cuando nos unimos más como familia, y nos apoyamos frente a la adversidad.

Las palabras quedaban clavadas en el corazón de Sara, mientras Yang no dejaba de lanzarlas.

—Con mi esposa y mis hijos hemos pasado demasiadas cosas, tanto buenas como malas. Pero aun así siempre logramos salir adelante. Ellos siempre han estado ahí cuando más los necesito. No me dejan perder el aliento ni la esperanza. Todo resulta un poco mejor junto a ellos.

—Veo que eres un hombre de familia —respondió la cierva tras un suspiro. Sin saberlo, Yang estaba haciendo sentir más miserable a la cierva.

—Bueno, ha sido difícil el camino —comentó—, pero vale la pena cada espina del camino con tal de sentirlos a mi lado.

El auto llegó a la entrada del hospital y Yang se bajó apenas se detuvo.

—¡Muchas gracias! —le dijo a través de la ventana antes de entrar raudo al edificio.

Sara no pudo quedarse demasiado tiempo estacionada en el aparcamiento para emergencias. Debió correr el auto, y aprovechó de regresar. Apenas lo había conocido, y había algo sensato en ese conejo. La raíz de esa sensatez era su familia. Que suerte tienen algunos. Su nudo en la garganta había cambiado por una sonrisa en los labios mientras recorría las calles. A pesar de su drama personal, le alegraba que otra persona pudiera encontrar consuelo en medio del dolor. Él se merecía esa felicidad. Ella no lo tenía todo perdido para conseguirla. Sin duda era el inicio de una gran amistad.

Horas más tarde era Yang quien se estacionaba fuera del mismo hospital junto a su hijo. Tras la reunión de casi toda la familia, habían recibido el diagnóstico médico. Jimmy había sufrido un ataque cataléptico que lo había dejado en una muerte aparente que había durado horas. Por fortuna estaba volviendo en sí para cuando entró al hospital. Aun así, su salud era de cuidado. Lo que nadie lograba explicarse era por qué le había dado en particular, y por qué la puerta de su habitación estaba cerrada con seguro. Por otro lado, Jacob fue encontrado inconsciente en una intersección al otro lado de la ciudad. Había sufrido un ataque cardiaco al atardecer, y los peatones que circulaban por el lugar dieron la alerta. El record de año y medio sin problemas para el tercer hijo de los Chad había acabado.

Jack aún no entendía lo que ocurría en torno a si. El silencio de su padre le inquietaba. Quería con urgencia que le explicara qué pasaba por su cabeza. Fuera bueno o malo, quería saber qué pasaba. Se sentía asustado y no sabía de qué. El motor se apagó. Era hora de bajar.

—Jack —Yang habló por primera vez.

El corazón casi se le escapó al joven. Como si se tratara de un susto contra el hipo, la reacción en cadena se extendió por su cuerpo. El conejo se volteó y vio a su padre mirándolo directo a los ojos. Era el momento de la verdad.

—Lo siento por lo de esta mañana —confesó Yang.

Las dudas eran tan grandes que su disculpa era muy poco para responderlas. Aunque prefería esperar para saber a dónde llegaba esto.

—La verdad se me pasó la mano con la reacción de esta mañana —prosiguió—, y al final del día, lo que me empujó a actuar así no era suficiente razón para tratarte así.

El silencio le volvió a ceder la palabra a Yang.

—Esta tarde, mientras me dirigía al hospital, me di cuenta lo que es realmente importante en mi vida. Recordé el día en que naciste. Tu madre estaba en la universidad cuando le llegaron los dolores del parto. Igual que hoy, mi jefe me llevó al hospital. En ese tiempo me dedicaba a limpiar mansiones. Eras una pequeña bolita peluda y húmeda en los brazos de tu madre —agregó con una sonrisa.

Jack siguió en silencio. Se sentía algo avergonzado que nuevamente le recordara aquella anécdota del día de su nacimiento. Una vecina de buena voluntad se dedicó a cuidarlo a él y a Yenny durante aquellos ajetreados días de sus padres.

—Para mí fue todo un honor y un orgullo ser testigo de cómo esa pequeña bolita peluda se convirtió en alguien como tú. Ya estás grande, tienes catorce años, entiendes perfectamente lo que ocurre a tu alrededor. Por lo mismo siento que eres uno de mis apoyos más importantes en estos momentos.

La intriga había atrapado al joven. Su padre había actuado muy extraño aquel día, y esta era una nueva faceta de su rareza.

—Hoy hay cosas más graves que están sucediendo en nuestra familia, y hoy más que nunca te necesito Jack.

—¿Qué pasa? —balbuceó a duras penas el muchacho. Temía que la causa de su cambio surgiera de algo realmente grave que estaba a punto de ser revelado.

—Tú conoces la delicada salud de Jimmy y Jacob, ¿verdad?

Jack asintió con la cabeza.

—Pues verás, resulta que ahora ambos están en el hospital —sentenció su padre.

—¿Los dos? —intentó aclarar su hijo.

Yang asintió con la cabeza.

El joven entendió de inmediato la gravedad. Sabía que sus dos hermanos tenían una enfermedad peligrosa, pero hasta ahora nunca habían terminado en el hospital al mismo tiempo.

—¿Pero están bien? —volvió a balbucear.

—Según los médicos ellos están bien, pero hay que cuidarlos durante un par de días.

—Dios…

Yang lo tenía en el lugar ideal para la última parte de su discurso.

—Es en estos momentos cuando me doy cuenta que lo realmente importante son ustedes. Sé que juntos vamos a superar esto y todo lo que se nos venga encima. Los necesito a ustedes, te necesito a ti.

Jack no entendía muy bien la actitud de su padre, pero la salud de sus hermanos se volvió su principal prioridad frente a todo lo que hubiera pasado a lo largo de ese día. Yang por su parte, esperaba una respuesta de su hijo. Respuesta que jamás podría armar.

En silencio llegaron con el resto de la familia. Yin se había quedado con Yenny y Yuri. Todos se encontraban preocupados en sus respectivos asientos de la sala de espera. Yuri más que nadie sentía el peso de su preocupación. Al final no había alcanzado a disculparse con Jacob, y temía que las oportunidades se le hubieran acabado.

Hay veces que las palabras están de más. Estorban el momento. Hay veces en que un gesto pide a gritos ser el mensajero del amor. Yin y Yang se abrazaron en un abrazo magnético que los rodeó mutuamente. Jack hizo lo mismo con sus hermanas. Era suficiente para decir que sin importar el tiempo, el espacio y los problemas, estarán aquí, el uno para el otro.