Amor Prohibido - Capítulo 9
—¡Mi muñequito de turrón con nuez!
Una yegua con pelaje gris y un uniforme de enfermera llegó a trote suave desde detrás de Yin y Yang, en dirección hacia un Carl que no imaginaba que fuera posible que la situación pudiera ponerse más incómoda.
Nuestros protagonistas se quedaron estáticos, viendo como la enfermera abrazaba efusivamente a la cucaracha, desconociendo totalmente la situación que acababa de interrumpir. Carl no movía un músculo mientras intentaba procesar todo lo que estaba pasando. Este juego lo ganaba el primero que pudiera salir de su impresión.
—¿Cómo te ha ido mi amor? —prosiguió la yegua aún sin caer en cuenta de lo sucedido—. ¡Me alegra tanto que hubieras podido venir! Tengo un caso de un «bogart» que es bastante preocupante, claro, sé que yo no soy experta en magia negra, y que el experto eres tú, pero juro que este caso si se trata de uno.
—¡Mónica! Qué bueno verte —respondió Carl respondiéndole el abrazo. Aunque en su voz aún sonaba el nerviosismo que no había podido arrancarse, buscaba que su novia le diera los boletos de escape de esta incómoda situación.
—¿Está todo bien? —Mónica notó preocupación en el tono de su voz.
De inmediato a la yegua se le ocurrió observar su entorno en busca de alguna pista, encontrándose con los tres pares de ojos de los conejos que la observaban a su espalda.
—¡Oh! ¡Señores Chad! —los saludó—. ¡Qué suerte que están aquí! Mira Carl, te presento a Yin y Yang Chad, los padres del niño del que te estoy hablando.
—¡¿Qué?! —la exclamación al unísono de los padres no se hizo esperar.
—¡¿Qué?! —la última esperanza para Carl de huir de ahí acababa de estrellarse contra el suelo.
—Si, se trata del pequeño Jimmy Chad —contestó Mónica—. Él es un niño bastante enfermito que está en estos momentos en la Unidad de Cuidados Intermedios. Lo he visto hablar solo, peleando con un ser invisible, culpándolo directamente de todas sus enfermedades.
—¿Qué Jimmy qué? —la intervención de Yuri le recordó a los presentes de su existencia.
—Mira Yuri, ¿por qué no entras a ver a Jacob a su habitación? —le dijo Yin en un tono condescendiente.
—Pero quiero saber qué tiene Jimmy —insistió la pequeña.
—Ya pronto lo sabrás, por ahora los adultos tenemos que hablar, así que entra ahora —le respondió su madre mientras abría la puerta y la empujaba hacia el interior. La pequeña hubiera insistido con facilidad, pero Yin la encerró tan aprisa que no le quedó de otra que dejarse llevar.
Yang por mientras no podía dejar de ver a Carl. La misma presión que aquel día en que se topó con Lina se repitió en su pecho. Carl también lo vio. Sabía perfectamente que lo había reconocido, a él y a su hermana. Solo era cuestión de abrir la boca para dar la alarma. No sabía qué podía pasar si el mundo se llegara a enterar que la mujer a quien había presentado como su esposa en realidad era su hermana. Fuera lo que fuera, solo sabía que no era nada bueno. Le habían entregado en bandeja la oportunidad a Carl, el malvado brujo cucaracha, de vengarse.
—Igual no se preocupen —continuó Mónica—, Carl Garamond es uno de los mejores expertos en magia de todo el mundo. ¡Y no lo digo yo! Egresó como mago profesional con un doctorado en Magia Negra desde la Universidad de Hogwarts. Ha viajado por todo el mundo aprendiendo distintas técnicas de magia, y yo lo he acompañado en muchos de esos viajes. ¡Vamos Carl! ¡Diles!
Un codazo en las costillas fue suficiente para despertar a un Carl que no encontraba la hora para huir de allí.
—Sí, sí claro —respondió tartamudo—. Yo podría ayudarlos si es que todo esto se trata de un asunto mágico —agregó con una sonrisa nerviosa.
—En serio, si de verdad se trata de un bogart, Carl puede sanar a su hijo, quien quedaría completamente sano de absolutamente todo —agregó Mónica a su publicidad.
Yin y Yang se quedaron de una pieza. Mónica pensaba que era tras su repentino discurso que le ofrecía una solución demasiado buena para ser verdad, a un problema que el pequeño acarreaba consigo durante sus ocho años de vida. La realidad iba más allá de eso. Lo que les preocupaba era que Carl terminara hablando. Estaban entre sus patas. Aún imaginaban que estaban frente a la misma cucaracha que creaba planes fallidos cada semana. Aquella afirmación no podía estar más lejos de la verdad. A lo largo de su vida, Carl logró salir adelante superando a su familia que lo detestaba y sus traumas de infancia. Logró salir tan victorioso que lo último que deseaba era volver a revolcarse con su pasado.
—Pues mucho gusto señor Garamond —Yin fue la primera en reaccionar estirando su mano hacia la cucaracha.
—No, pues el placer es mío —Carl le siguió el juego. Con un apretón de manos ambos acordaron que eran dos desconocidos que se veían por primera vez, enterrando así todo un pasado.
—Pues la verdad parece muy interesante su currículum —prosiguió Yin intentando sonar amable—, pero nos cuesta creer que se trate de alguna clase de magia lo que le ocurre a nuestro hijo. Según los doctores, él tiene serios problemas de origen genético, y en base a eso lo hemos estado tratando durante toda su vida.
—Pues la verdad yo también sospecho que se trata de algo genético —respondió Carl. «Especialmente si se trata de un hijo del incesto» agregó su mente.
—Pero no puedes afirmarlo sin antes verlo —insistió Mónica apretándole el brazo—. ¿Por qué no vamos ahora?
—Podría ir —aceptó Carl—, si es que los padres me lo permiten.
La pareja fijó su mirada en el matrimonio. Yang se sentía un poco más tranquilo. Tenía a Yin de su parte, y veía que estaba dominando la situación. Yin en tanto comenzaba a tomar al toro por las astas. Era buena en eso. Estaba tomando confianza. ¡Era Carl! Le habían dado una paliza semana por medio. De todos sus antiguos conocidos, él era el que menos podía ser capaz de revelar la verdad. Ella tenía mil y una técnicas de acallarlo en caso de atreverse. Confiaba en que solo se trataba de un peligro menor. Una molestia que mientras más pronto se fuera de sus vidas era mejor para todos.
—La verdad todo esto nos ha tomado tan de sorpresa —respondió Yin con más seguridad—. Creo que lo mejor será que lo pensemos un poco y luego le decimos nuestra decisión.
—Excelente, pueden tomarse todo el tiempo del mundo —se adelantó Carl. Mientras imaginaba estando en el lugar más lejano del mundo para cuando se les ocurriera llamarlo.
—Sé que es algo sorpresivo y todo eso —insistió Mónica sin soltarlo—, pero es solo una visita rápida. Solo está a un par de pasillos de aquí. No tomará más de cinco minutos.
—Pero… —balbuceó Carl mientras su novia lo jalaba del brazo en dirección al cuarto.
—Creo que mi esposa tiene razón —se atrevió a intervenir Yang cortándole el paso a la enfermera—. Creo que lo mejor es que lo veamos otro día.
—Además dudo que se trate de un bogart como tú dices —agregó Carl soltándose del brazo—. No son muy comunes que digamos.
—¡Pero sé que hay alguna clase de espíritu chocarrero atacando al pequeño! —insistió con firmeza. Su mirada decidida le informaba a Carl que no se podría escapar tan fácil de allí aunque tuviera el apoyo de sus ex enemigos— Lo siento aquí, en el corazón —agregó golpeándose el pecho—. El pobre Jimmy se encuentra triste, decaído. Me ha dicho que lleva así desde que tiene memoria. Él no conoce la salud, no sabe lo que es correr, saltar, jugar. En la escuela nadie lo quiere, dicen que lo golpean, que le hacen el vacío —su voz comenzó a quebrarse—. No entiende por qué es así. No entiende qué clase de demonio ha llenado su vida de mala suerte. Lo que más le duele es preocupar a sus padres, a su familia. Él quiere que ellos sean felices, y no quiere perturbar esa felicidad por culpa de su existencia. Me ha dicho que incluso prefiere no haber nacido si eso le permite no traerles tantos problemas a sus padres.
Sus ojos humedecidos solo le daban más peso a sus palabras. Los padres de Jimmy la observaban tiesos y mudos. Yin en particular sentía bastante resquemor ante el discurso de la enfermera. Jimmy era alguien demasiado tímido como para abrirse de tal manera con alguien, especialmente con alguien fuera de su familia.
—Vaya, creo que ha hablado mucho con ese niño —respondió Carl incomodísimo. Él sabía que Mónica tenía un corazón enorme, que era capaz de conectarse con el corazón de quién se le presentara. Era normal que se encariñara con sus pacientes, especialmente con aquellos que aparecen con frecuencia en el hospital donde le tocaba trabajar. Un corazón honesto y cálido, pero también lleno de cicatrices por culpa de aquellos pacientes que no tuvieron un final feliz. Esta vez, ese cariño no lo dejaría escapar de esta situación.
—Por favor Carl —continuó su discurso sosteniendo las manos de la cucaracha—, solo te pido que le hagas una visita. Si él no tiene nada relacionado con la magia, puedes retirarte y no saber más del tema. Él está muy cerca de aquí y no te tomará más de cinco minutos. Por favor.
La rogativa selló las cadenas que ataron a Carl nuevamente a la vida de los hermanos que le hicieron la vida imposible en el pasado, y que regresaban con más problemas en el presente.
Al abrir la puerta del cuarto de Jimmy, se podía percibir un lugar silencioso. El pequeño se encontraba sentado sobre su cama, mirando fijamente hacia la ventana. Fácilmente podría confundirse con una estatua o un maniquí por lo quieto que se encontraba. Su mirada fría distaba mucho de la de un niño cualquiera.
—¿Jimmy? —Yin fue la primera en hablar.
El pequeño se volteó, y pudo ver a los cuatro adultos. No pudo evitar sonreír al ver a sus padres y a la enfermera nuevamente de visita. Carl estaba detrás de todo el séquito, esperando a que quienes conocían más al niño lo tranquilizaran antes de su intervención. Por un lado se sentía en confianza frente a las probabilidades de que precisamente un bogart estuviera molestando a un niño. Muchas veces Mónica le había presentado supuestos casos, pero casi nunca resultaban ser reales. Por otro lado, conocía su mala suerte, y temía que justo en el único caso en que esperaba que tampoco ocurriera nada, se dieran vuelta las cosas.
En cierto instante, con pesar, logró determinar la verdad.
—Hola Carl. ¿Me recuerdas?
Una sombra oscura y con brillantes ojos rojos se encontraba justo detrás del menor. Estaba casi sobre su nuca, expulsando su hedor. La reconocía perfectamente. Tuvo serios problemas con ese espectro hace algunos años en Zimbabue. ¿Qué rayos hacía en esta parte del mundo?
—Mira te presento a un amigo, él se llama Carl —su novia lo presentó. El pequeño clavó sus ojos en la cucaracha. Su mirada penetrante simplemente lo atrapó. Ni siquiera podía interpretarla.
—Hola Carl —lo saludó por formalidad.
—Hola —respondió de forma automática.
—¿Qué te trae por acá? —le dijo la sombra detrás del pequeño.
—Él es alguien que viene a ayudarte —agregó Mónica.
—¿Es doctor? —preguntó el pequeño con curiosidad.
—Algo así —respondió la enfermera—, pero primero tiene que ver si él puede ayudarte.
—¿Ahora te la das de enfermero? —intervino la sombra con sorna.
—¿Y qué me va a hacer? —preguntó Jimmy.
—Tranquilo, él solo te hará algunas preguntas, ¿Carl? —respondió Mónica con un tono maternal.
De muy cerca, Yin y Yang observaban con atención cada movimiento de la pareja. Entendían perfectamente la complicidad entre la enfermera y su ex enemigo, y estaban a punto de saltar ante cualquier paso en falso.
Carl no podía dejar de mirar aquella sombra, quien al saber que nadie más era capaz de verla, aprovechaba su oportunidad de provocar a Carl.
—¡Hey! ¿Qué son esos modales? —le decía con voz áspera— ¿Acaso me estás haciendo la ley del hielo? ¿Te molesta que te haya reemplazado por este juguete nuevo? ¿Sabes? Esta presa es mucho más interesante que tú. Me encanta disfrutarla poco a poco…
—¿Carl? ¿Puedes ver algo? —inquirió Mónica al ver a su pareja observar la escena con tanta quietud.
La expectación se cernía sobre los conejos, quienes no entendían lo que estaba pasando.
—No, no hay nada —respondió Carl.
—¿Qué? ¿Es en serio? —cuestionó su novia.
—Sí, esto no se trata de nada paranormal —sentenció la cucaracha.
—Pero, ¿estás seguro? —aunque su respuesta era certera, ella notaba que su lenguaje corporal indicaba todo lo contrario. Su mirada apuntaba justo detrás del niño, y ella intentaba concentrar su vista inútilmente, en busca de aquello que Carl quería ocultarle.
—¿Qué? ¡¿Ahora me haces la desconocida?! —alegó la sombra.
—Bueno, eso era algo que podíamos sospechar desde un principio —intervino Yin con una sonrisa de tranquilidad.
—Carl, mírame —Mónica insistía mirando frente a frente a la cucaracha—. ¿Está todo bien?
—¿Entonces puedo quedarme con el niño? —una sonrisa triunfante surgió de la boca del espectro.
Carl miraba de reojo al espectro triunfante, bailando alegremente mientras comenzaba a flotar por cada rincón de la habitación.
—¿Por qué insistes en eso? —cuestionó Carl sin perder de vista al espectro.
—Pues no te noto seguro —respondió ella.
—Quizás solo sea hora de dejar en paz al niño —Carl escogió cuidadosamente sus palabras. Quería vérselas con el espectro a solas más tarde. Demasiada gente le incomodaba.
—Pero, ¿tiene algo? —insistió la enfermera.
—Es solo cansancio —respondió Carl—, nada paranormal.
Mónica estaba por insistir, pero Yin intervino a tiempo.
—Creo que el señor Garamond tiene razón —dijo—, la verdad a Jimmy le incomoda los desconocidos, más aún si no tienen en qué ayudar.
—Por supuesto —agregó Carl mientras sus patas lo empujaban hacia la salida—. Por mi parte no tengo nada que hacer aquí. Cuídense mucho y hasta nunca.
—¡Espera Carl! —Mónica no alcanzó a reaccionar cuando la cucaracha ya había abandonado la habitación.
Antes de retirarse también, dio la media vuelta para despedirse:
—En serio lamento todos los problemas que pude haber causado —dijo tras una reverencia—. Espero que esto no provoque algún problema a futuro.
—No se preocupe —respondió Yang con amabilidad.
—Sabemos que trataba de buscar lo mejor para nuestro hijo —agregó Yin.
El retiro definitivo de Carl fue un alivio para nuestra pareja. Se sentaron uno al lado del otro en las sillas de una sala de espera cercana. Por varios minutos quedaron en silencio, descansando de la adrenalina sentida. En toda su vida habían pasado por serias dificultades, pero jamás el pasado les había dado un zarpazo tan fuerte.
—¿Yin? —Yang fue el primero en hablar.
—¿Sí dime? —contestó ella.
—¿Ahora qué haremos?
—No lo sé —confesó ella.
El silencio se tragó todo lo que habían construido en años.
—¿Mami? —una voz interrumpió el espanto de ambos. Al lado de Yin se encontraba Yuri, seguida por Jacob.
—¿Qué hacen aquí? —les cuestionó su madre.
—¿Carl podrá sanar a Jimmy? —la pregunta de Yuri fue directa.
Yin podría haber sido directa con su hija. Podría haberle pedido que se olvidara de ese sujeto. Pedirle que siguiera con su vida normal. Pero, su familia estaba colgando de un hilo. Ya no era una Lina que llegó desde la escuela. Ya no era un maestro Jobeaux recordándoles el Woo Foo. Ni siquiera era solo Carl. Eran los tres juntos. Era cuestión de tiempo para que los tres se encontraran, ataran cabos sueltos, y fueran tras su pista. Tenían los días contados.
Yin se guardó cualquier comentario. Simplemente abrazó a su hija, con fuerza. Quería decirle al destino que cualquier cosa que le deparara, no iba a soltar a sus hijos, jamás. Yang hizo lo mismo con Jacob. Necesitaba un poco de apoyo. Alguien que con su presencia lo trajera de regreso al presente. Que lo peor aún no ocurría y que estaba a tiempo de impedirlo. No sabía cómo, pero debían huir de esta trampa.
La familia estaba en peligro.
