Amor Prohibido - Capítulo 11
—¡Señorita Swart!
Lina se encontraba ordenando algunos papeles sobre la mesa central de la sala de profesores cuando el director Dankworth la llamó. Entró caminando con premura. La chica levantó la vista mientras observaba como aquel enorme espécimen se acercaba a ella mientras su panza tambaleaba de un lado a otro.
—Señor Dankworth, ¿qué se le ofrece? —respondió con amabilidad mientras terminaba de recoger sus papeles.
—Pues no sé cómo explicárselo —el director estrujaba sus neuronas con tal de encontrar las palabras precisas para su anuncio—. ¡Ocurrió una tragedia!
Lina abrió aún más los ojos. El director se veía nervioso mientras jugueteaba con su corbata mirando a su entorno. Estaba temiendo que los oídos atentos del resto de los maestros que circulaban por el lugar terminaran oyendo más de la cuenta.
—¿En serio? ¿Cree que debamos conversarlo en su oficina? —la asertiva Lina pudo captar las señales, e imaginaba que con un poco más de privacidad el director pudiera hablar con mayor holgura.
—¡Excelente idea! —el director aceptó el salvavidas, dando media vuelta de inmediato rumbo a su oficina.
Lina recogió sus papeles con prisa y lo siguió.
—Acaba de llamarme la señora Chad, y me informó que su hijo menor acaba de ser secuestrado desde el hospital —comenzó su discurso el director una vez a solas con Lina.
—¿Qué? —tanto la noticia como sus involucrados pillaron desprevenida a Lina, sacándole una exclamación inesperada.
—Me dijo que ella y su marido se harán cargo de la situación —prosiguió el director con mayor seguridad, y omitiendo cualquier reacción de Lina—, pero que encontraban necesario que el resto de sus hijos vinieran a la escuela el día de hoy.
Lina no reaccionó. Ya había descubierto que toda reacción estaba de más.
—Señorita Swart —el director colocó sus manos sobre la mesa, mirando directamente a la aludida—, apenas llegaron los chicos, los envié con el inspector hasta su oficina. Quiero que usted se haga cargo de ellos.
—¿Yo? —en aquel momento incluso había olvidado su rol como orientadora escolar. Y aunque no lo hubiera hecho, era completamente válida su pregunta. Era injusto ser la única orientadora escolar para un colegio tan grande como el St. George. En poco tiempo el trabajo se le había acumulado, enterrando cualquier conspiración y teoría acarreada desde el primer día de clases.
—¡Por supuesto! —respondió el director mientras se paseaba por su oficina—. Converse con ellos, descubra cómo están, cómo se sienten, y si lo considera pertinente, puede enviarlos de regreso a sus clases.
Lina se había quedado quieta en su asiento, desconectada del paseo de su jefe. Lo que su mente extraía de toda esta situación, era que el destino le entregaba una oportunidad gratuita de acercarse a la familia de sus antiguos amigos. ¿Qué tan cierto era que esa pareja de hermanos hubiera decidido formar una familia de esa naturaleza? Le parecía un espejismo, una ilusión.
Llegó el momento de comprobar qué tan ficticio era.
Una ventaja que este colegio fuera tan enorme es la caminata entre un origen y un destino te daba tiempo para meditar. Lina solo conocía un camino hacia su oficina ubicada en el segundo piso, y no estaba segura de que fuera el más corto. Eran diez minutos de caminata por entre largos pasillos y escaleras. Caminata que le sirvió para aterrizar lo que estaba sucediendo.
Fuera de su oficina había cuatro hermanos. Estaban mal porque su hermanito menor estaba en peligro. Solo necesitaban consuelo, descubrir cómo se lo estaban tomando, y eventualmente darles la excusa de un día sin clases de ser necesario. Quería centrarse en los hechos. Ser profesional, atender a los chicos, y continuar con su abarrotado calendario de actividades. Pero su mente quería lanzarse hacia el pasado. Cada vez que quería concentrarse en el aquí y el ahora, un recuerdo la desestabilizaba.
Su objetivo era difícil de todas formas. A fin de cuentas, Yang fue su primer amor. Los primeros sentimientos de nervios, mariposas en el estómago, ansiedad y placer fueron descubiertos entre sus brazos. El primer amor nunca se olvida dicen por ahí, y tienen razón. También fue gran amiga de Yin, probablemente su mejor amiga. A pesar que ella se sentía incómoda con la relación que llevaba con su hermano, con el paso del tiempo terminó por acostumbrarse. Imaginarse que ambos hermanos terminaron juntos, engendrando hijos, pasando por alto el incesto, le era inconcebible. Aunque sí recordaba que Yang fue quien terminó con ella años más tarde, y meses después ambos desaparecieron del pueblo. ¿Acaso se fugó con su hermana? ¿Lo hicieron para formar una vida juntos?
Quería armar una excusa para justificar los hechos sin pasar por el incesto. Tal vez los hijos de Yin son de otro padre y que ella y su hermano están tratando de encubrir. Tal vez los padres de esos niños no sean sus amigos de infancia y todo se trate de una confusión. Tal vez todo se trate de una broma de mal gusto preparada por todo su entorno. Tal vez sea todo una ilusión. ¿Eran realmente hermanos?
El aquí y el ahora le advirtieron del presente cuando llegó al pasillo en donde se ubicaba su oficina. Afuera de ella se encontraban cuatro de los conejos que vio bajarse de la van el primer día de clases. Jack se encontraba de pie con su espalda sobre la pared del frente y de brazos cruzados. A su lado Jacob estaba sentado con sus piernas cruzadas sujetando un libro. Frente a ellos estaba Yenny de pie, con la mirada distraída. Finalmente, Yuri se paseaba de un lado al otro imposibilitada de quedarse quieta.
Cuando estaba a unos pasos de ellos, los cuatro pares de ojos lilas se clavaron en ella. Cualquier teoría que descartara el incesto quedó derrumbada. Cada uno de los chicos era, a su propio estilo, una herencia equitativa de sus padres.
—Hola chicos —saludó sin poder evitar un temblor en su voz—, ¿entramos?
De inmediato abrió la puerta de su oficina con la llave que siempre traía. El lugar se hizo pequeño tras la recepción de tantos invitados. Apenas cerró la puerta tras de sí, se escuchó el timbre resonar en toda la escuela, indicando el inicio de las clases.
—Bueno, ¿cómo están? —Lina intentó iniciar una conversación con los estudiantes desde su asiento. El silencio fue la única respuesta. La evasiva de los chicos le demostraba que necesitaba más que un simple «hola» para conectar.
—Supe lo de su hermano —prosiguió—, realmente lo lamento mucho.
Esa frase solo atrajo la atención de los chicos. Un primer vistazo le decía que una mezcla de temor, sorpresa y malestar general rodeaba a los chicos.
—Y solo quisiera saber cómo están ustedes —continuó con la esperanza de conseguir romper el hielo.
—Pues, la verdad todo esto nos ha tomado por sorpresa a todos —Yenny tomó la palabra—. Es algo que ocurrió tan de repente que es difícil entender lo ocurrido.
—Entiendo —contestó Lina. Su mirada los recorría con detenimiento, mientras el fondo de su ser lidiaba con su deseo de satisfacer su curiosidad acerca de sus padres—. ¿Y cómo te lo has tomado tú? —desvió sus impulsos con otra pregunta más acertada al momento.
La chica agachó la mirada. Era señal de la búsqueda de un camino alternativo a la confrontación de las emociones. Desde el minuto que abrió los ojos aquella mañana, solo se ha preocupado por otros. Que sus padres puedan tener campo de acción sin la intromisión de sus hermanos. Que sus hermanos pudieran tragar la noticia de la mejor forma. Que los hechos se den de la mejor forma posible. Tanto entregarse a otros, que olvidó cuestionarse cómo lo había sentido ella. Era el inicio de un camino un tanto largo de recorrer.
—Es… difícil de decir —sentenció finalmente.
A Lina le pareció una respuesta suficiente para un primer intento.
—¿Y qué me dices de ti…? —continuó con su interrogatorio mirando al conejo rubio de cabellos largos.
—Mi nombre es Jacob —respondió el muchacho con educación—, y aunque me sorprende todo esto, tengo una teoría al respecto.
—¿Una teoría? —Lina arqueó una ceja.
—Bueno, cuando estaba en el hospital, Yuri me comentó que conoció a un sujeto que prometía curar todas las enfermedades de Jimmy. ¿Qué tal si ese tipo lo secuestró porque sintió interés en Jimmy?
—Por favor Jacob —se quejó Jack.
—Pero, ¿papá y mamá lo saben? —cuestionó Yenny, recién conociendo esta nueva información.
—Según Yuri, ellos fueron con ese sujeto —contestó Jacob—. ¿Cómo era que se llamaba? —intentó recordar—. Yuri, ¿tú te acuerdas cómo se llamaba?
En ese instante todos se percataron que la menor de los presentes no se encontraba en el lugar.
—¿Yuri? —la pregunta de Jacob vino con desconcierto.
Todos de inmediato recorrieron con su vista cada rincón de la habitación, asombrados ante la mágica desaparición de la pequeña. La puerta no había sido tocada, y el lugar era demasiado pequeño como para esconderse. Lina estaba segura que habían entrado los cuatro a la oficina.
—¿Dónde está? —Yenny fue quien materializó la pregunta que todos tenían en sus cabezas.
Los tres hermanos Chad restantes salieron de la oficina junto con Lina, con la esperanza de encontrarse con Yuri cerca de allí.
—¿Es normal que desaparezca así como así? —preguntó Lina.
—Si —respondió Jack, anteponiéndose a la respuesta de Yenny—. Suele irse de aquí para allá y aparecer cuando menos se lo piensan.
—Pero no queremos que se meta en problemas, ¿cierto? —agregó Yenny con molestia.
—Es inevitable —el conejo se ajustó su mochila—. En fin, creo que me iré a clases. ¡Nos vemos!
—¡Espera Jack! ¿Desde cuándo eres tan responsable? —le increpó su hermana con ironía, pero sus palabras no recibieron respuesta.
Tras verlo doblar en la esquina del pasillo, Lina concluyó:
—Creo que necesita un tiempo a solas. Si de verdad quiere entrar a clases, lo tendremos de vuelta en una media hora.
Y era verdad. Ningún estudiante podía ingresar tarde a clases, a menos que tuviera algún permiso, permiso que en ese instante solo Lina podía entregarle.
—¡Esperen! Tengo una idea —Jacob fue el segundo en emprender la retirada.
—¿A dónde vas? —le preguntó Yenny.
—¡Creo saber dónde está Yuri! —respondió el chico antes de perderse de vista tras doblar en la esquina.
Fue tras esto que Yenny finalmente quedó a solas con Lina.
Yin abrió lentamente la puerta. La habitación que la esperaba se encontraba prácticamente vacía. Solo habían dos sillas, una frente a la otra, y separadas por una sencilla mesa de madera. Una de las sillas se encontraba ocupada por Mónica. La misma enfermera que hace poco se encontraba tan melosa con Carl, ahora podía verla en su máxima tensión. Intentaba ocultar sus nervios inútilmente jugueteando con sus pulgares. Al ver entrar a la coneja armada con su maletín, quedó congelada. Esperaba que ella precisamente no fuera la abogada encargada de su defensa. Le temía. Conocía la fama de Yin Chad en el mundo judicial a pesar de no pertenecer a aquel mundo. Con su hijo involucrado, solo esperaba terminar pudriéndose en la cárcel gracias a su intervención.
«Carl». Era la única palabra que rebotaba en su mente. «¿Dónde estarás, Carl?».
Con una fría seriedad, Yin cerró la puerta y se instaló en la silla frente a ella, colocando su maletín sobre la mesa. Mónica no se atrevía siquiera a parpadear. Estaba en el filo de la condena.
—¿Sabes por qué estoy aquí? —fue la primera pregunta que lanzó Yin.
La aludida negó con la cabeza.
—Si quieres que te saque de aquí, tendrás que decirme qué pasó con mi hijo. Y espero que no te atrevas a mentirme —le advirtió con los dientes apretados. Su tono amenazante y su mirada asesina fueron un amedrentamiento más que suficiente para no alejarse de la verdad. Aunque era difícil imaginarse que una coneja fuera capaz de tal expresión, ahí la tenía. Nadie tenía que contarle nada porque lo estaba viendo en vivo y en directo.
Mónica no sabía qué hacer. Congeló hasta su respiración con temor a represalias. Esperaba una señal para saber cuál era el siguiente movimiento que le tenían permitido hacer.
—Habla ahora —Yin se cruzó de brazos y piernas sin perder ni el menor de los movimientos de la yegua.
Antes de hablar, Mónica intentó rebobinar sus recuerdos con tal de encontrar algo. Simplemente oyó la voz de alerta en el hospital poco antes de irse a su casa. Su turno había terminado. Antes de partir, el director del hospital la mandó a llamar. Las cámaras de vigilancia habían inculpado a Carl del crimen, además de confesar su interacción con ella. Ella le había permitido ingresar a la habitación del menor. Era cómplice de la desaparición. Pero las cámaras solo mostraban la entrada de Carl al cuarto, no lo ocurrido dentro. Podría haber sido el bogart el secuestrador, pero era algo que nadie le creería. Mientras Carl no lograra demostrar su inocencia, ella aún era cómplice del secuestro. Por lo pronto, no tenía ni la menor idea del paradero de su novio.
Yin comenzó a menear su pata libre, cada vez con mayor velocidad. Mónica debía decir algo si no quería hacerla enojar más.
—Fue el bogart —quiso ser lo más directa posible, a ver si esta tortura terminaba pronto.
—¿El bogart? —cuestionó Yin, solicitando más información.
—Carl es inocente —prosiguió con voz temblorosa—. Si alguien le hizo daño al niño, tiene que haber sido el bogart.
—¿Cuál bogart? —Yin comenzaba a perder la paciencia—. El propio Carl dijo que no había nada de eso cerca de Jimmy.
—Él no quiso decírselo a ustedes —confesó ella—. Aprovechó la noche para encararlo.
—¿Y por qué no quiso decírnoslo? —cuestionó Yin.
—¡No lo sé! —explotó Mónica al borde de las lágrimas—. Solo sé que Carl no haría nada de eso. ¡Te podría apostar lo que quisieras a que en este momento él está buscando a Jimmy! Te prometo que él regresará. ¡Te lo juro!
—Los juramentos vacíos no sirven en la corte —sentenció Yin con frialdad.
—Lo sé —intentó calmarse Mónica—. ¡Solo dale tiempo! Sé que regresará con el niño. Cuando eso ocurra, todos estaremos bien, ¿verdad?
La pregunta quedó sin respuesta. Yin seguía observándola con la misma furia que antes. ¿Acaso no era suficiente?
—¿Cómo es que sabías que Jimmy tenía un bogart? —cuestionó la abogada.
La yegua extendió el silencio durante algunos segundos.
—Bueno, me ha tocado tratar con él muchas veces —respondió finalmente—. Conversamos de varias cosas. No he notado que haya sido feliz en su vida. Siempre me ha dicho que tiene una especie de mala suerte que lo persigue. Tiene que preocuparse de remedios, horarios, enfermedades. Se siente mal al preocupar a su familia. Todo eso son síntomas de alguna clase de espectro que suele molestar a sus víctimas. Eso lo aprendí de Carl.
Tanto hablar finalmente le había permitido regresar el alma al cuerpo. Por el contrario, Yin se veía igual que al iniciar la entrevista.
—Yo he sido su madre desde hace ocho años —habló—. ¿Cómo puedes atribuirte un descubrimiento luego de hablar con él durante un par de semanas y que yo no he descubierto durante toda su vida?
—Puede que lo del bogart sea algo reciente —se excusó Mónica.
—Tengo una teoría mejor —Yin se puso de pie con ambas manos sobre la mesa, inclinada hacia su clienta—. Inventaste la historia del bogart para conseguir que tú y tu noviecito pudieran secuestrar a mi hijo. Ahora me vas a decir dónde están.
—¿Qué? ¡No! ¡No es eso! —replicó la yegua con angustia.
No alcanzó a replicar con más palabras. De las manos de Yin emergió una gran oleada de fuego que cubrió la mesa completa, convirtiéndola en ceniza en tan solo un instante.
La yegua retrocedió asustada, pero no por mucho. Yin pasó por sobre las cenizas y la agarró del cuello. Las mismas llamas que hace instantes había consumido la mesa ahora se posaban sobre las pupilas de la coneja. Sus manos sobre su cuello las sentía como un arma amenazando con ser disparada en cualquier momento.
—Será mejor que empieces a hablar —le dijo casi en un susurro.
Un golpe seco interrumpió el interrogatorio de nuestras protagonistas, regalándole a Mónica un instante más de vida. Olvidando cualquier discrepancia previa, ambas salieron de la habitación. La escena al exterior había quedado congelada, esperando a que el ojo de las chicas pudieran observarla con detalle.
Yang se encontraba con el puño derecho cerrado apuntando hacia el frente. A unos cuantos metros hacia adelante, un puño azul gigante había aplastado a un Lucio bastante malherido contra la pared. Aunque la mirada asesina del conejo solo podía asemejarse a la de su hermana de hace tan solo un instante, pronto la ira sería difuminada por la impresión. El aquí y el ahora le estaba informando que había desatado uno de sus poderes Woo Foo. Su aura se había liberado por primera vez en años. Los puños del dolor se habían reactivado.
El puño desapareció. Lucio cayó al suelo bastante malherido. Sara, quien había quedado congelada ante la repentina acción de Yang, fue la primera en socorrerlo. Una presión en el pecho se apoderó del conejo. Sus músculos no le respondían. El pavor lentamente lo estaba atrapando. Lo estaba asfixiando. ¿Qué había hecho?
El Yang de su infancia lo había increpado por ser cobarde. Había quedado atrapado por los cuestionamientos de Lucio como un bebé asustado. «¡Cobarde!» Eso le gritaba el guerrero Woo Foo que había dejado atrás. Había revivido a los fantasmas del pasado. Había reaccionado impulsivamente.
El pasado estaba de regreso.
