Amor Prohibido - Capítulo 14
—¿A ver? Di mamá.
Yuri estaba acompañando a su hermano menor en su cuarto mientras intentaba hacerlo hablar. Desde que volvieron a encontrarse con Jimmy, él no había dicho ninguna palabra. Temiendo que se tratara de algún problema en las cuerdas vocales, Yin le consultó al doctor. El médico les informó que el menor no tenía ningún problema físico, y que su mutismo podría deberse a un problema psicológico. Problema que estaban listo para tratar a partir de la semana siguiente.
—Ya déjalo Yuri —le respondió Jack. Los cinco hermanos se hallaban reunidos en el cuarto de Jimmy. El menor estaba acostado sobre su cama en pijama, atendido como un rey aquel sábado por la mañana. A su lado Yuri insistía en intentar sacarle alguna palabra. A los pies de la cama se encontraban a cada lado Yenny y Jacob. Ella lo observaba con atención intentando sacar una radiografía de la psiquis de su hermanito. Jacob en cambio estaba más concentrado en su teléfono móvil, intercalando su mirada entre la pantalla y lo que ocurría a su alrededor. Un poco más lejos y sentado sobre una silla cubierta con ropa, se encontraba Jack.
El silencio se tomó nuevamente el lugar. Solo la televisión a volumen moderado evitaba el ambiente de funeral. La pequeña aguantaba loablemente evitar llorar. Al notar esto, Yenny, quien estaba detrás de ella, aprovechó para abrazarla por la espalda. Consuelo más que suficiente como para ganarle la batalla a las lágrimas.
— Todo esto se me hace muy raro —Jacob interrumpió el silencio.
—¿Qué cosa? —cuestionó Yenny.
Jacob apagó la pantalla de su teléfono mientras observaba la alfombra del suelo con concentración. Intentaba recapitular sus ideas.
—Jimmy se recuperó de enfermedades sin cura para la medicina moderna —comenzó—, pero a cambio recibió un mutismo que aparentemente es explicado por un trauma psicológico por lo vivido durante el secuestro.
—Eso sin considerar el tema del bogart —agregó Yuri—. La señorita Mónica decía que su novio Carl era el único que podía librarlo de ese bogart.
Jacob le sonrió a su hermana de vuelta. Al igual que Jimmy, Jacob también recibía un pesado tratamiento médico por sus problemas cardiacos, teniendo la fortuna de interactuar con la enfermera. La consideraba alguien cercana y servicial, alivianando cualquier proceso médico obligado a realizar.
—¿Carl? ¿Carl Garamond? —preguntó Jack.
—Hmm —Yuri empezó a hacer memoria con su mano en el mentón—, sip, era Carl Garamond.
—¿El mismo que hoy es acusado de secuestrar a Jimmy? —preguntó Yenny.
Yuri solo la miró. No estaba tan atenta a las noticias como sus hermanos mayores. Solo tenía la única impresión de la cucaracha, que le dio el día en que se conocieron.
—Él quería liberar a Jimmy del bogart que lo aquejaba —habló Jacob—. Quizás lo secuestró para eso.
Todos lo observaron de vuelta. Era una deducción bastante lógica de obtener, pero que a nadie se le había ocurrido pronunciar.
—¿Entonces lo consiguió? —preguntó Yuri.
—Ojalá que sí —respondió su hermano.
Jimmy observaba con una sonrisa condescendiente a todos sus hermanos. Quería hablarles desde el primer minuto, pero había algo que le impedía hacerlo. Era algo inexplicable para sus cortos años. Era la presión de los recuerdos en aquella extraña cueva. Eran las imágenes que sólo podía procesar a medias. Era un hecho que no entendía por qué debía acallar. Hablar sin que se le escapara era un juego perdido. Por eso lo mejor era cerrar la boca.
Podía no contar con su voz, pero tenía control total sobre su cuerpo. Los días que había pasado sin tocar sus medicamentos habían sido las primeras vacaciones reales de su vida. Era una enorme carga que se había quitado de encima, y ahora sentía que podía hasta volar. Ya quería terminar de recuperarse del cansancio mental para comenzar a correr y saltar. ¿Aún estaba a tiempo para ser un atleta? Esperaba que sí. De repente surgió esa idea al notar que ya no sentía el cansancio diario, los dolores de cabeza o la sensación de ahogo. ¿Por fin podría hacer algo que hasta el momento no tenía en consideración siquiera? ¿Cuál era ese sentimiento al pensarlo? ¿Emoción? Se sentía… increíble.
Raya para la suma, estos días para el pequeño Jimmy eran agridulces. Si era cierto que el bogart era el causante de su eterna mala suerte, esperaba que en los próximos días fueran más dulces que agrios.
De pronto se paró de la cama y abrazó a Yuri. Aunque no pudiera hablar, no quería preocupar a sus hermanos. Quería transmitirles la esperanza que estaba haciendo cuna en su corazón. Que pronto esto quedaría como una anécdota de la cual se reirían en alguna comida familiar futura.
—Awwwwn —Yuri le respondió el abrazo mientras Yenny recibía al pequeño en su abrazo. Al ver la escena, Jacob se sumó al abrazo. Jack los observó con confusión, para luego también sumarse al abrazo familiar.
No era algo que acostumbrasen hacer. Habían pasado por una grande. Simplemente se dejaron llevar. Ahora más que nunca la unidad fraternal los podía ayudar a superar esto.
—Chicos, tengo que salir con su padre, ¿podrían…? —Yin abrió la puerta de improviso mientras se colocaba un reloj de pulsera. Se detuvo en seco al ver la escena mientras cada uno de los hermanos se separaba abochornados tras ser pillados con las manos en la masa. Yin no pudo sentirse más emocionada tras la escena encontrada. Lograr que sus cinco hijos pudieran apoyarse mutuamente y sin egoísmos era el fruto de una excelente crianza por parte de ella y de Yang.
El silencio comenzaba a forjarse incómodo, por lo que Yin se vio obligada a romperlo.
—Yenny, ¿puedes hacerte cargo de tus hermanos? Tengo que salir con tu padre. Volveremos con algo para el almuerzo.
—Sí mamá —respondió la chica—. ¿Vas al trabajo? —agregó al ver su tenida formal un sábado por la mañana.
—Debo atender un asunto urgente —contestó—. Volveremos en unas horas. Por favor, nadie tiene permiso de salir hasta que lleguemos, ¿de acuerdo?
Yenny, Jack y Jacob afirmaron con la cabeza.
Tras dejar a sus hijos en el cuarto, Yin se dirigió hacia la salida, no sin antes darse un último vistazo en el baño. Aquella mañana se dirigió al juzgado para arreglar el caso de Yang. Para ella era un mero trámite que lo dejaría completamente libre para la hora de almuerzo. Había pensado en un excelente trato con el juez que le permitiría librarlo de toda culpa. Todo esto pasó por su mente en un instante mirándose al espejo. Una mirada decidida le devolvió su reflejo.
Se subió a la van en el asiento del piloto. A su lado, Yang se encontraba en silencio. Vestía un terno azul marino con una corbata a rayas con tonalidades cafés, blancas y azules. Se sentía y se le veía extraño verlo así, pero Yin sabía que la apariencia es un detalle de mucha importancia en las cortes. El conejo se hallaba en silencio, intentando escapar de sus pensamientos. En la radio del vehículo, el locutor informaba de las noticias locales.
El vehículo arrancó y ambos continuaron en silencio mientras la radio y el motor del vehículo amenizaban el ambiente. Yang se sentía raro, y no solo era por la vestimenta. A pesar de la promesa de Yin de hablar de ese tema aquella misma noche, la preocupación por Jimmy postergó cualquier plan. No podía evitar recordar cada escena del crimen con tanto detalle como si hubiera ocurrido ayer. La fuerza de ese recuerdo era una potente respuesta ante años de olvido en una parte de su subconsciente. Una tortura silenciosa que no sabía cuándo podría terminar.
Por un momento imaginó que aquel trayecto a la corte era el momento ideal para hablar de ese tema, pero al voltearse y ver a la coneja tan concentrada en el camino, temió que cualquier distracción pudiese provocar un accidente.
Jobeaux había aprovechado en varias oportunidades aproximarse a Carl nuevamente, pero siempre se topaba con aquella extraña monja. De este evento, le surgían muchas preguntas sobre la identidad de aquella persona y su relación con la cucaracha. El hecho es que no quería involucrarla en el peligro latente del posible resurgimiento del Maestro de la Noche, pero encontrar un instante a solas con Carl se le hizo imposible.
Para Mónica, el hábito le daba inmunidad necesaria para llegar hasta Carl sin ser detenida. Incluso logró hacerse amiga de los oficiales que hacían guardia en el lugar, reduciendo así sus problemas al mínimo. Carl por su parte aún se encontraba inconsciente, o al menos era lo que aparentaba, esperando el instante más seguro para hablar libremente con su novia, momento que también era esquivo.
—Hermana Daria —aquel sábado la saludó el oficial de turno afuera de la puerta del cuarto de Carl—, me gustaría hablar con usted.
—Dígame —respondió la yegua con amabilidad.
Pudo observar que se trataba de una cebra alta y delgada, con su uniforme policial y su crin corta.
—Quisiera confesarme —le respondió el oficial.
Mónica comenzó a sentir la presión en su estómago. Debido a que sus padres eran católicos, era capaz de interpretar su rol de monja católica sin entrar en contradicciones sospechosas. Sabía que sólo un sacerdote católico podía confesar a alguien, y no conocía a ninguno en la ciudad como para derivarlo. ¿Cómo podía explicar que una monja no conociera algún cura?
—Pues… usted sabe bien que yo no puedo recibir su confesión —intentó explicarse.
—Lo sé, pero mire —intentó explicarse el policía—, no lo tome como un sacramento, tómelo como alguien que necesita ser escuchado. En realidad necesito sacarme esto de adentro.
Ambos se instalaron en los asientos de una sala de espera cercana, mientras Mónica agradecía la fortuna de escapar de un problema que pudiera dejarla al descubierto. ¿Qué podría salir mal en instalarse a escuchar a otra persona? Él podría liberar su conciencia, y ella lo olvidaría a los pocos minutos.
—Resulta que hace unos días era mi turno nocturno en este hospital —la cebra empezó su relato—, cuando vi a una persona durmiendo en uno de estos asientos de aquí. Era un conejo azul y parecía que tenía una pesadilla. Cuando me acerqué para ver que de verdad se encontrara bien, lo oí hablar solo. No recuerdo muy bien sus palabras, pero hablaba de que había matado a alguien o algo así. Eso me asustó, y me quedé a su lado por si oía algo más. Solo repitió lo mismo durante todo el rato en que pasó por esa pesadilla. Cuando oí que alguien se acercaba, de inmediato me alejé. No supe más del sujeto.
Fue un discurso accidentado, en donde el oficial se esforzaba por reunir las palabras para armar su relato. Mónica lo oía con atención. Aunque consideraba que era algo que no era de su incumbencia, la descripción del protagonista del relato le parecía familiar.
—Hermana, ¿usted cree que sea conveniente que investigue más a fondo? —la pregunta del oficial parecería fuera de lugar para la yegua, si no fuera porque su aprensión en la mirada le indicaba que hablaba en serio.
—¿Por qué piensa que debe investigar? —le preguntó.
La seriedad se apoderó del rostro de la cebra. Tras respirar hondo, respondió:
—Bueno, puede tratarse de algún homicidio real, y… no me perdonaría no haber hecho algo al respecto.
A Mónica le era difícil entender la postura del policía. ¿Qué tan probable era que de verdad hubiera un homicidio tras ello? Y lo más importante: ¿No era más fácil continuar con su vida normal sin agregarse más problemas?
—Mire, escuche —el oficial interrumpió el silencio prediciendo sus pensamientos—, el tipo se notaba tan afligido entre sus pesadillas, que tal vez esté dispuesto a colaborar en el caso. Solo necesita un apoyo que lo ayude a liberar su culpa.
Tras un breve silencio, agregó:
—Dejarlo pasar sabiendo que podría hacer algo no me lo podría perdonar.
Su mirada rogativa le recordó a ella misma. A una enfermera que le rogaba a un par de conejos que le dejaran que su novio ayudara a un pequeño conejito enfermo. Su ayuda lo llevó al problema que hoy lo tenía aquí. La empatía la conectó con el oficial que hoy rogaba por un consejo sagrado de la mano de una escogida de Dios.
—Me siento asombrada por tu enorme capacidad de empatía —comenzó la monja con una voz ceremoniosa—, ojalá todos los policías de este país fueran así, para que este mundo fuera un lugar mejor.
El oficial sonrió ante ese cumplido.
—Pero no sé siquiera si es posible que puedas hacer eso —concluyó. En el fondo quería tener más información. Ese corazón recién abierto se estaba convirtiendo en un gran aliado.
—Pues —la cebra estaba tan concentrada en las implicancias morales que no había aterrizado su plan—… primero tendría que averiguar de quién se trataba el sujeto. Eso será una dificultad.
De pronto, una iluminación divina se cruzó por la mente de la yegua, conectando todas sus ideas. La descripción tan familiar de un conejo azul teniendo pesadillas homicidas concordaba con el señor Chad. ¿Será realmente él? ¿Cuántos conejos azules había en la ciudad? ¿Cuántos de ellos tenían motivos para pasearse por el hospital en el último tiempo? Era muchísimo más probable que se tratara de la misma persona.
—Creo saber de quién se trata —le respondió la monja.
La conversación entre ambos fue suficiente distracción para que Jobeaux pudiera entrar al cuarto de Carl. Al ser fin de semana, solo había un oficial distraído resguardando la habitación. Ese día estaba de suerte.
Al ingresar al cuarto, pudo encontrar la misma escena de la última vez. Un Carl recostado sobre una cama, conectado a diversas máquinas. Jobeaux se instaló en un asiento al costado de la cama, esperando con paciencia.
—Sé que me estás escuchando. Yo mismo te sané la última vez —comenzó a hablar—. Es un milagro que aún te tengan en este hospital.
Tras el silencio de la cucaracha, siguió con su discurso.
—No sé si sabes las noticias. Te acusan de secuestrar a Jimmy Chad y llevarlo precisamente a la cueva en donde se encontraba el escondite del Maestro de la Noche. Seré directo contigo: ¿Qué estás planeando?
Solo el pitido de la máquina respondió a su pregunta.
Carl por su parte podía sentir todo lo que ocurría a su alrededor. Estaba a solas con Jobeaux. Quería evitarlo, pero en este punto le parecía imposible. Gracias a su magia había podido engañar a los médicos sobre sus signos vitales, pero el goblin parecía ineludible. Se encontraba tentado de hablar. Las noticias eran unas mentirosas. No pensaba ir a prisión. Parecía que Jobeaux tenía la misma preocupación que él. Pero no confiaba en el goblin. Él trabajaría solo. A lo más aceptaría la ayuda de Mónica siempre que no la pusiera en peligro.
El inaguantable silencio fue su respuesta.
El timbre sonó cerca del mediodía en la casa de los Chad. Esto llamó la atención de Yenny. No esperaban visitas ni que sus padres tocaran el timbre para ingresar a su propio hogar.
—¡Hola Yenny! —al otro lado de la puerta se encontraba Susan—. Supe lo ocurrido en las noticias y quise pasar a verte.
—¡Susan! ¡Qué alegría verte! —respondió la coneja con una sonrisa. Una rápida mirada le indicó que su vestido azul cielo con una cinta blanca en la cintura, sumado a un sombrero con vuelos de encaje, no era precisamente para verla a ella.
—¿Cómo está Jimmy? —preguntó presentando la excusa para su visita.
—Pues al menos está con nosotros —respondió. Ambas cruzaron el pasillo y Susan observó hacia el living. Quedó petrificada al encontrarse con Jack, en persona, a unos metros de distancia. Se encontraba viendo televisión para matar el tiempo.
—Iré a la cocina por algo de comer —se excusó Yenny para dejarlos a solas. En el fondo sentía esa necesidad de ayudar a su amiga para que diera el primer paso con su hermano. Tarde recordó su reacción con Francesca en el hospital. ¿Sería el origen de un triángulo amoroso? Era mejor no meterse y dejar que las cosas fluyeran.
Los nervios inundaron a la osa en la medida en que quedaba a solas frente al chico que le gustaba. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿Qué decir? Sus torpedos mentales la abandonaron y quedó a la deriva frente a esta situación.
—Hola Susan —Jack la saludó al verla en la entrada de la habitación.
—Ho-hola —tartamudeó.
—¿Qué te trae por acá? —preguntó con curiosidad.
—Nada, este —los nervios apenas la dejaban hablar—… vine a verlos.
—Oh, pues qué bien —los evidentes nervios de la osa comenzaban a incomodar al conejo.
El tan temido silencio incómodo se instaló entre los dos. Susan era consciente de que estaba dejando pasar una oportunidad de oro frente al chico que le gustaba.
En la corte, el caso había sido cerrado. Fue algo rápido gracias a las negociaciones que traía consigo Yin. El trato que había hecho con el juez beneficiaba a todo el mundo. Ella sabía que tras el trato con Lucio se vería obligada a trabajar para el patriarca, el mafioso más grande del país. Se había comprometido a informar a las autoridades cualquier información vital que lograra descubrir tras su infiltración, a cambio de anular el juicio contra Yang. Dados este y otros motivos que ambos lograron sonsacar, finalmente salió humo blanco, y un apretón de manos sumado a un par de firmas fue el resultado final.
Yang quedó fuera de la negociación. Se encontraba afuera de la oficina en donde ambos negociaban su destino. Tras el final de la reunión, el juez a cargo se despidió amablemente de ambos luego de informarle de la nulidad de su juicio.
—Quisiera saber cómo lo hiciste —Yang interrumpió la silenciosa caminata hacia la salida del edificio.
—Solo son gajes del oficio —respondió ella sin entrar en detalles.
A Yin no le gustaba contar detalles de su trabajo. Con decir que era «abogada» ya decía suficiente sobre lo que hacía como para que los demás se imaginaran cosas. Los detalles de sus casos solía guardárselos. Esta política le había servido para evitarse problemas durante años.
La congoja de Yang continuaba en silencio, sin encontrar la oportunidad ideal para hablar a solas. Sabía que necesitaban ese minuto para conversar. Esperaba que la vida les diera un tiempo fuera para poder hacerlo.
Mientras, el oficial acompañaba a la hermana Daria hacia el mismo edificio. Él conocía un banco de fotografías en su interior que estaba dispuesto a revisar. La monja le había comentado su teoría y pretendían confirmarla. No fue necesario llegar hasta dicho lugar, ya que a la entrada se toparon con los señores Chad.
—¡Es él! —exclamó el oficial con emoción. Encontrarse nuevamente con el soñador culpable le parecía tan difícil como encontrar una aguja en un pajar. La impresión de encontrarlo tan fácilmente era inmensa—. ¡Es el conejo con el que me topé la otra vez!
Un codazo de parte de la monja le advirtió que debía guardar su emoción si no quería llamar la atención.
Yin y Yang cruzaron la salida del edificio a través de unas puertas de vidrio, mientras que Mónica y el oficial hacían lo suyo a través de las puertas que había a su lado. Mónica se cubrió lo más posible con el hábito para no ser reconocida, mientras que el oficial llegó hasta a voltearse para verlos con bastante detenimiento, con una mirada demasiado poco sutil.
Al notar esto, Yin lo saludó con la cabeza y siguió su rumbo. Aquella extraña mirada la confundió con un saludo especial. Ella conocía a gran parte del cuerpo de policía de la ciudad, pero a él no lo había visto antes. Concluyó que se trataba de un oficial nuevo o transferido de otro lado.
—Bueno, creo que con eso comprobamos nuestra teoría —comentó la monja una vez dentro del hall. Pudo notar que la mirada de sorpresa del oficial no desaparecía.
—Ambos se parecen bastante —fue lo primero que comentó el oficial tras su turno para hablar.
Mónica no había caído en ese detalle. La cebra prosiguió:
—No tenía idea que el conejo tenía una hermana gemela.
Mónica seguía dándole vueltas al asunto. Tenía razón. Si se parecían bastante.
—Mejor sigamos —le indicó la monja.
El oficial asintió con la cabeza y ambos abandonaron el edificio.
