Amor Prohibido - Capítulo 15
—¿Estás bien?
Esa voz suavemente ronca llamó la atención de Yang. A su lado se encontraba Boris, el mayordomo de Sara. Era primera vez que lo oía hablar, y le costó asociar aquella voz de locutor radial con el silencioso mayordomo de la mansión en donde trabajaba.
Yang se volteó con una mirada interrogativa. Debía ser una emergencia muy grande como para que el lobo se dignara a dirigirle la palabra. Pronto se dio cuenta que estaba echándole demasiado plaguicida a la raíz del árbol del amor que se encontraba cuidando. Él juraba que le estaba echando un saco de abono. Desde la zona donde había arrojado el líquido salía un humo levemente verde claro que se veía tóxico. La primera reacción del conejo fue dirigirse hacia la manguera más cercana con la intención de limpiar el desastre causado, mientras se aún se preguntaba cómo había sucedido.
En el trayecto y debido a la adrenalina del momento terminó por tropezarse. Su tobillo derecho se dobló de una forma dolorosa para la vista. El dolor se hizo inmediato para el conejo, quien se debió olvidar inmediatamente ponerse de pie por el momento. La situación lo obligó a recoger su mente desde donde había quedado olvidada: sus recuerdos. Desde hacía días que no podía quitarse aquella culpa de su corazón y aquella imagen del maestro Yo de su mente. El indescriptible dolor fue la gota que rebalsó el vaso sobre un sistema nervioso a punto de estallar.
Tirado en el pasto, Yang dejó de prestar atención a su entorno. Boris, intuyendo lo que el conejo pensaba hacer, se aproximó con ligereza hacia la manguera, la cual estiró y activó. En poco rato ya no quedaba rastro del humo verde ni del desastre anteriormente alertado.
Para Yang, era una ilusión la nueva normalidad a la cual se hallaba enfrentado. Aún no podía escapar del instante en que echaba veneno para ratas en el tazón, ni de la celda en la prisión que le trajo de regreso sus recuerdos. Yin le había aconsejado que se olvidara de todo, que lo pasado ya era pasado, y que ir a trabajar le ayudaría a sentirse mejor dejando atrás cualquier mal sentimiento. El indescriptible dolor en su tobillo le avisó que ni siquiera en el fin del mundo podría escapar de su desdicha.
—¿Aún te duele mucho? —le preguntó Sara.
Apenas concluida su labor, el mayordomo lo llevó de inmediato hasta el interior de la mansión, dando aviso a la dueña de casa. En ese instante, comenzó con la revisión de la torcedura y con el vendaje en uno de los salones que había en el lugar.
—No tanto como antes —respondió tratando de tranquilizarla. La verdad era que el dolor persistía con la misma intensidad, pero ya se estaba acostumbrando. Aun así, unas lágrimas traicioneras surgieron de sus ojos, delatando la verdad.
—¿Estás seguro? —cuestionó la cierva al verlo más detenidamente. Su primera impresión era que se estaba aguantando el dolor.
Yang asintió con la cabeza.
—Creo que esto es algo delicado —sentenció Boris una vez terminado el vendaje—. Recomiendo que lo vea un médico.
—Llamaré a uno de inmediato —Sara de inmediato se dirigió hacia la salida en busca de un teléfono.
—¡Espere! —exclamó Yang intentando ponerse de pie. El primer roce de su pie en el suelo elevó el dolor, obligándolo a tomar asiento nuevamente—. Estaré bien.
El silencio se hizo en el lugar. El orgullo característico de Yang afloraba en estas circunstancias, asegurándole que un poco de descanso lo dejaría como nuevo. Sara en cambio lo observó detenidamente, en busca de alguna señal.
—Boris, ¿podrías dejarnos a solas? —le ordenó al mayordomo.
Tras una seña por parte del lobo, se retiró del lugar.
Lentamente Sara acercó una silla al lado de Yang y se instaló, sin perder de vista ningún detalle. La mirada persistente puso nervioso al conejo, quien intentaba ocultar algo sin saber qué era o por qué.
—Yang, sabes que puedes contar conmigo —le dijo con suavidad, y una sonrisa angelical.
El conejo no entendía a qué se refería. Solo se encontraba sujetando su tobillo vendado, esperando a que el tiempo lo sanara.
—Entiendo que has pasado por mucho en este último tiempo —comenzó su discurso—, y eso puede haberte dejado bastante mal. No tienes por qué cargar solo con todo eso. Quisiera que vieras en mí a una amiga dispuesta a ayudarte en lo que necesites.
Tras un inerte silencio, prosiguió, colocando su palma sobre la rodilla de su interlocutor.
—Me acuerdo perfectamente del día en que te conocí. Demostraste ser una persona con un corazón noble y cálido. Tus palabras me dieron valor y fuerza en los momentos difíciles que estoy pasando y —la voz sonaba cada vez más quebrada—… te lo agradezco bastante.
En un esfuerzo por evitar que sus sentimientos la traicionaran, finalizó diciendo:
—Y quisiera hacer lo mismo por ti.
Yang comenzó atrapado por la incomodidad, pero lentamente terminó siendo atrapado por las palabras de la cierva. Ese contacto con su mano en la rodilla le transmitió una calidez que no había sentido en bastante tiempo, y que comenzaba a extrañar. De pronto, cayó en cuenta de lo distanciado que se estaba volviendo con Yin.
Simplemente la miró a los ojos. Sus ojos oscuros envolvían un misterio difícil de descifrar. No encontraba las palabras para expresar el mar de ideas y sentimientos que lo inundaban.
—Gracias —respondió con una sonrisa.
La cierva le devolvió la sonrisa.
—Llamaré al médico —sentenció antes de ponerse de pie.
Esta vez Yang no se quejó. En media hora tenían a un doctor en casa. Tras una revisión exhaustiva del esguince, procedió a enyesarlo y le advirtió que debía guardar reposo por lo menos durante los próximos quince días. Aunque el médico insistió en el uso de una silla de ruedas en el intertanto, la tozudez de Yang solo permitió que se quedara con un bastón ortopédico. Lo que sí no pudo rechazar, era que la propia Sara lo fuera a dejar a su casa.
—La verdad ha sido demasiado considerada conmigo —empezó Yang en el auto—, digo, no he trabajado mucho en su jardín. Con lo ocurrido con mis hijos, la cárcel, y ahora esto…
—No te preocupes —lo interrumpió—, para mí es un placer poder ayudar.
—Pero dudo que su jardín quede bien cuidado si no he podido trabajarlo —insistió Yang.
—Lo primero es la salud y el bienestar de las personas. El jardín puede esperar —respondió la cierva.
Para el mediodía Yang se encontraba instalado en el sillón de su living. El hogar se encontraba vacío. Todos estaban en la escuela o en el trabajo. El silencio le ayudaba a digerir todo lo que había ocurrido. Antes de irse, Sara le aseguró que no había problemas con esperarlo hasta que se recuperara del esguince. En el fondo sentía que abusaba de su bondad, pero su insistencia le confirmó que no había problemas.
Mientras tanto Yin se hacía cargo del trabajo más difícil y tedioso que le había tocado en toda su carrera. Se encontraba en la sala de visitas de la cárcel frente a quien era el último cliente que desearía sobre la faz de la Tierra. Carl, por su parte, la observaba estático y en silencio. Había fingido un coma gracias a su magia por demasiado tiempo, y gracias a la información que le entregó Lucio y Mónica, comprendió que no sacaba nada estando en cama. Había llegado a la ciudad precisamente para infiltrarse en la banda del patriarca. Había algo que deseaba averiguar. Para eso, logró contactarse a través de Lucio, ofreciendo sus servicios de magia y habilidad para el disfraz. Logró convencerlo y prácticamente estaba dentro, si no fuera por su incidente con Jimmy. Lucio le había prometido al mejor abogado para dejarlo libre de toda culpa. Lo que no se esperaba era que ese abogado era precisamente Yin.
La abogada por su parte tampoco lo tenía muy fácil. También tenía interés en infiltrarse en la banda para hacerla caer. Era una promesa realizada frente a la justicia a cambio de liberar a Yang. Total, él no había hecho mucho, solo golpear a Lucio. Aparte que se lo merecía. El león no era precisamente agradable según ella. Aparte que ya se había recuperado, y andaba por ahí como si nada. El problema era que para conseguir su meta, requería dar un primer paso. No se esperaba que ese primer paso fuera precisamente defender a quien era acusado de secuestrar y dañar severamente al menor de sus hijos. La contrariedad la absorbía. En su interior lidiaba con sus deseos de golpearlo o de huir de ahí.
El silencio proseguía en aquel lúgubre sitio. Ni siquiera la buena iluminación y las paredes con tonalidades pastel podían siquiera mejorar el ánimo de sus ocupantes.
—Bien Carl —el profesionalismo de Yin la forzó en ser la primera en hablar, además que tenía que terminar con todo esto y no tenía todo el día—, si deseas que te ayude a salir de prisión, primero necesito la mayor cantidad de antecedentes. Primero, cuéntame qué fue lo que pasó.
Le dolía pronunciar aquellas últimas palabras. Era mejor no saber qué le habían hecho a su retoño. Mientras él estuviera bien, era suficiente para ella. Pero, si deseaba realizar un trabajo profesional, estaba obligada a conocer los detalles.
Carl dudaba en un principio en abrir la boca. Sentía que toda la historia transcurrida no la entendería. Pero por otro lado, como decía Mónica, era más que justo que ella lo defendiera. Al final del día lo único que hizo fue defender en lo posible a Jimmy tanto del espectro como de la amenaza del Maestro de la Noche. Aún dudaba sobre el potencial peligro de esto último. También sabía, por sus constantes visitas, que Jobeaux estaba tras el mismo asunto. Tampoco confiaba en el goblin como para aunar fuerzas, aunque aparentemente tenían el mismo objetivo.
—¿No vas a hablar? —Yin comenzaba a perder la paciencia.
—Es una historia un tanto larga y complicada —fue lo primero que dijo para aligerar la situación.
—Vamos por parte —Yin intentaba ver esto como uno de los cientos de casos que ha vivido en su vida—. ¿Por qué estabas en el hospital el día del secuestro?
La brusquedad de la pregunta solo aumentó la desconfianza por parte de la cucaracha. Carl perfectamente podía haber escapado con su magia, pero eso le cerraría las puertas en la organización que deseaba infiltrarse.
Era mejor cooperar.
—El bogart era real —comenzó—. Esa noche decidí averiguar qué se traía entre manos.
—¿El bogart era real? —cuestionó Yin— ¿Por qué no nos dijiste?
Tras un instante, Carl respondió.
—No era cualquier bogart. Era un viejo conocido.
El silencio de Yin le dio permiso de continuar.
—Creí que lo había aprisionado en Zimbabue, pero de alguna forma logró escapar.
—¿Y qué quiere el bogart con mi hijo? —la pregunta de Yin llegó tras un breve silencio intentando comprender lo ocurrido.
La respuesta de Carl se hizo esperar. Era el momento de decirle todo lo que sabía. Debía estar al tanto de lo que ocurría. Si el espíritu del Maestro de la Noche estaba tras el pequeño, el mundo podría estar en peligro. Era prácticamente obligación de Yin y Yang controlar a su hijo y evitar el cataclismo.
—Escucha Yin —se aferró a la confianza—, lo que te voy a decir es muy importante, y puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte tanto para tu hijo como para el mundo entero.
El cambio de tono por parte de Carl alertó a Yin, quien fue tomada desprevenida ante esto.
—El bogart llevó a Jimmy hasta el antiguo escondite del Maestro de la Noche —comenzó—. Según lo que vi, algo le hizo a Jimmy, algo que tiene que ver con el Maestro de la Noche.
—¿Qué? —el desconcierto por parte de Yin no se hizo esperar.
—El bogart se sintió atraído por el poder Woo Foo de Jimmy —agregó Carl—. Aparentemente quiso amplificarlo con la ayuda del espíritu del Maestro de la Noche que aún se encuentra en su antiguo escondite.
—¿Qué? ¿Estás seguro? —cuestionó Yin descolocada.
—No del todo —respondió—. Mientras estaba en coma recibí la visita de Jobeaux. Él también está en busca de respuesta.
—¿Jobeaux?
—No sé qué hace en la ciudad. Él cree que soy cómplice con el Maestro de la Noche o algo así.
El impacto en el rostro de Yin obligó a tragarse toda actitud autoritaria con la que entró. Era un gran trofeo para Carl.
—Cuando llegué al escondite, me encontré al espectro mostrándole algo por una pantalla gigante a Jimmy —prosiguió—. Logré detenerlo, pero eso provocó una explosión que me dejó inconsciente, y cuando desperté estaba en el hospital con Jobeaux casi asfixiándome.
—Espera, espera, espera —Yin había sido atacada por un tsunami de información—. ¿El bogart, vio poder Woo Foo?
—Sí —respondió—. El poder Woo Foo es heredable, y el ser hijo del incesto lo hizo más atractivo para el bogart.
—¿Qué dijiste? —saltó Yin. Había saltado sobre la hebra fina.
—Yin, nos conocemos desde la infancia. Sé que el esposo que hoy tienes es tu hermano —Carl la encaró sin mayor rodeo—. No entiendo cómo lo lograron, pero la verdad es lo que menos me importa —agregó.
Fue un golpe bajo para Yin. Nadie, en toda su vida, les había encarado la verdad de una forma tan directa. Hasta ahora no se habían encontrado con antiguos amigos que los habían conocido como hermanos. Y ahora, que parecía que sus antiguos conocidos comenzaban a rodearlos, habían conseguido evitar la confrontación. Hasta ahora.
—Ese poder atrajo al bogart —continuó Carl—. Lo secuestró. Conseguí dar con su paradero. Buscaba multiplicar su poder con el espectro del Maestro de la Noche. No sé si lo consiguió, pero esperaba hacerlo para tener el control de esa enorme cantidad de poder.
Tras sus dichos, el silencio le informó que Yin aún no asimilaba todo.
—Si te dije todo esto, es para que estés atenta a Jimmy —continuó—. Eso es más importante que si me sacas o no de la cárcel. Si el Maestro de la Noche llegase a tomar el control de Jimmy, tendrás dos alternativas: o lo matas, o dejas que acabe con el mundo.
Fue suficiente. Yin abandonó el cuarto, dejando atrás a un silencioso Carl. Si fue correcto o no darle toda esa información, solo el tiempo lo dirá.
Yin simplemente corrió y corrió por los distintos pasillos del edificio. Sus pies conocían al revés y al derecho el lugar, por lo que la llevaban hacia la salida sin pensarlo. Quería con total urgencia un lugar en donde detener su mundo. Una mezcla de sentimientos eufóricos la envolvían. El peligro de su hijo. El reencuentro con su pasado. La confrontación con una verdad que había logrado esquivar por años. La obligación de tomar una dolorosa decisión urgente.
No se dio cuenta cuando chocó con alguien frente a frente. El golpe fue como ser atropellada con un tren. Tras el choque casi se cayó de espaldas, si no fuera porque alguien la sujetó con firmeza de los brazos.
—¿Cuál es la prisa? —le preguntaron.
Al observarlo, Yin pudo notar que estaba frente a frente con Lucio. A pesar que hace algunos días se encontraba herido de gravedad gracias al golpe de Yang, no parecía tener mayores secuelas. Con un terno sobrio, el león le entregaba una sonrisa pícara mientras la ayudaba a reincorporarse. Al notar algunas lágrimas en los ojos de la coneja antes que ella misma, cambió su tono completamente.
—¿Estás bien?
Yin se reincorporó un tanto nerviosa. La última persona con la que deseaba encontrarse en un momento así era con él. No entendía su pregunta. ¿Tanto se le notaba? En ese instante pudo sentir la humedad en sus mejillas. Al acercar su mano a su cara pudo comprobar que estaba llorando. No, era una pesadilla. No quería toparse con él en un momento así. No quería quedar al descubierto en un momento de debilidad.
—Te invito a almorzar —propuso el león.
Es así como Yin se dejó llevar, y una hora más tarde se encontraban en una mesa al aire libre. El león escogió almorzar afuera para tener la libertad de fumar uno de sus habanos. No presionó en ningún momento a hablar a Yin, cosa que en fondo ella agradeció. Cuando se lo proponía, el león podía ser muy paciente.
Poco a poco la coneja comenzaba a sentirse a gusto en el lugar. La sala de visitas de la cárcel con Carl y sus palabras habían quedado atrás. Por un momento podía respirar en paz, aunque fuera aire con humo. Era el vacío que necesitaba para reincorporarse a su vida. Era una instancia para tomar consciencia del presente. Era tranquilidad.
Durante el almuerzo casi no se dirigieron palabras, salvo para pedir el almuerzo y los ofrecimientos de vino por parte del león. Pidieron el especial exclusivo de la casa, y Lucio se ofreció a pagar sin escatimar en gastos. Ella solo se dedicaba a observar como su acompañante disfrutaba de cada parte del almuerzo, incluyendo del habano que traía consigo. Tanto tiempo compartiendo juntos le permitió percatarse de detalles que no había tenido la oportunidad de ver. Su melena se encontraba engominada con un peinado hacia atrás que evitaba que cualquier mechón interrumpiera su comida. Tenía colmillos, como todos los leones, pero se notaban tan blancos como si recientemente hubiera hecho un comercial de pasta dental. Incluso le llegó un aroma de perfume masculino proveniente de él. Era un «Dior Sauvage» que había conocido en un caso que debió tratar. Cada vez que la sorprendía observándolo le devolvía una mirada de satisfacción.
—Debo agradecerte por el almuerzo —Yin finalmente le dirigió la palabra durante el postre. Cada uno tenía frente a sí un delicado flan de vainilla con salsa de chocolate y una cereza adornando la cima.
—No te preocupes —respondió el león—. Cada vez que necesites un escape de tu rutina, puedes contar con este servidor.
Yin simplemente sonrió ante esta oferta.
—Porque sé que has tenido días difíciles —prosiguió Lucio—, pero eso no quiere decir que debas cargar con todo este peso tú sola. Siempre es bueno salir, distraerse un poco, buena comida, una copa de vino, y una buena compañía.
El león esperaba alguna palabra por parte de Yin, pero si no obtenía resultados ahora, ya habría otra ocasión.
—La verdad tienes razón —respondió Yin—. Este último caso realmente es demasiado complicado.
—¿Te refieres a Carl? —preguntó Lucio.
Tras la afirmación por parte de la coneja, prosiguió.
—La verdad después de lo ocurrido, me sorprende que hayas decidido aceptar el caso. Eso demuestra un gran profesionalismo de tu parte. Lo que no quita que sea difícil para ti. Pero no te preocupes, mi labor es que pases este trago amargo lo mejor posible.
Una sonrisa y una mirada decidida le confirmaban que estaba siendo lo más honesto posible.
—Gracias —finalizó.
La calidez de su propuesta la invadía como una manta protectora del frío en pleno invierno. No esperaba sentirse tan bien compartiendo con él. Era algo que no lo veía venir. Le hacía sentir feliz. Una felicidad que no quería que terminara, y si terminaba, deseaba volver a replicar.
