Amor Prohibido - Capítulo 17

—¡Aquí tiene! ¡Un ramo de rosas para su novia!

Jack quedó congelado ante el anuncio del vendedor. Había llegado junto con Susan hasta la calle de las florerías en busca del ramo de flores pedido por su padre. Para él simplemente era un favor que estaba haciendo antes de quedar completamente libre de compromisos por un rato. No se había percatado de la trampa en la que había caído ingenuamente. Solo pensaba en cómo quedarse con la mayor parte del vuelto de cien dólares. Un ramo de rosas promedio no valdría más de veinte dólares, pero Susan le advirtió que se darían cuenta de la diferencia al llegar a casa. Lo que pretendía ser un mero trámite se convirtió en la búsqueda del Santo Grial.

Jack pensaba rectificar el error del vendedor, cuando la oferta se volvió jugosa.

—¡No diga nada! La casa invita —le ofreció el vendedor.

No podía negar esa oferta. Más aún si frente a él se encontraba el ramo de rosas rojas más grande que podía haber imaginado en su vida. Al sostenerlo en sus manos, pudo estimar un kilogramo de flores. El aroma era intenso, al igual que su color. Ese ramo sin duda costaba mil dólares, o al menos era su apreciación gracias a su vastamente corta experiencia en botánica.

—M-muchas gracias —aceptó titubeante.

Tenía cien dólares, y el mejor arreglo floral del mundo. Era sin duda algo que haría feliz a sus padres. Sus padres… No podía evitar sentir cierta admiración al pensar en ellos. Habían estado juntos desde que tenía memoria, pasando por un sinfín de problemas. A veces la vida se ensañaba con ellos, pero siempre salían airosos de los problemas. Los últimos días habían sido un perfecto ejemplo de aquello. Y como siempre, todos juntos lo estaban superando. La familia unida jamás será vencida. Era una consigna poética, pero que quedó grabada en su subconsciente.

—¿Está todo bien? —Susan interrumpió sus pensamientos.

Jack estaba tan distraído que ni siquiera se percató de la presencia de la osa.

—Sí, no te preocupes —respondió—. Solo estaba recordando.

—¿Recordando qué? —preguntó en su desesperación por intentar comenzar una conversación con el conejo.

—Bueno, de las veces en que nuestros padres preparaban un rato a solas mientras mis hermanos y yo les dábamos su espacio.

—¿A si? —cuestionó con interés.

—Bueno, normalmente ocurría para su aniversario de bodas —contó—. Papá nos mandaba a comprar las cosas, ayudar a preparar la cena, dejar todo listo, y luego nos íbamos a donde un vecino que se ofrecía a cuidarnos. Ahora que estamos más grandes, nos dan dinero para ir al cine o a un restaurante siempre que volviéramos antes de las once y entrábamos sin molestarlos.

—¡Vaya! Suena genial —comentó Susan—. Mis padres suelen salir a cenar afuera para su aniversario de bodas.

—Los míos también hacen eso a veces —contestó Jack—. Pero creo que esto es más entretenido —agregó—. Aunque es mejor cuando a papá se le ocurre hacerlo de repente y sorprende a mamá.

—¿A si? ¿Y cuándo fue la última vez que la sorprendió de esta forma? —preguntó Susan con interés.

—Pues —Jack echó a volar sus recuerdos—… hace varios años —el recuerdo con el que se topó no era algo para volver a poner sobre la mesa.

—Entonces supongo que hoy sí será una sorpresa —dijo Susan.

Jack asintió con la cabeza. El último recuerdo instaló en su cabeza la interrogante sobre los motivos reales de por qué su padre estaba preparando esta sorpresa. Aunque es cierto que últimamente habían pasado por serias dificultades como familia, ¿eran tan graves como la pérdida de Yanette?

La pareja se encontraba circulando por una calle desierta y que no tenía buena pinta. Se podían ver envoltorios en el suelo, casas con paredes manchadas, cercas en mal estado, árboles secos, charcos con un líquido que difícilmente podría tratarse de agua, etcétera. Ninguno de los dos se estaba percatando por el lugar por donde estaban pasando. Sus pies eran quienes dirigían el curso, y aseguraban que aquella calle era un atajo para llegar pronto a casa.

Una vez que pasaron frente a un callejón, alguien salió de la oscuridad, y de un tirón empujó a Susan arrebatándole su mochila. Jack fue sorprendido al ver como el desconocido huía por el mismo callejón con su botín.

—¿Estás bien? —de inmediato dejó su cargamento floral en el suelo mientras intentaba ayudar a la osa.

—Sí —respondió asustada aún sin comprender lo que acababa de vivir.

—Cuida las flores —le pidió una vez asegurado que ella no se encontraba herida.

De inmediato se puso de pie, dispuesto a buscar al agresor, cuando cinco sujetos los rodearon. Había uno armado con un par de manoplas con puntas, dos tenían un cuchillo cada uno, y otros dos los apuntaban con una pistola.

—¿A dónde van? ¡Denos todo lo que tienen! ¡Ahora! —ordenó uno de los que tenía la pistola.

El corazón de Susan intentó escapar, quedando atrapado en la garganta. Por un instante pensó que ese era el final de su vida. No alcanzó a pensar en los detalles de su final, cuando Jack reaccionó con agilidad. De un par de patadas desarmó a los dos sujetos que traían las armas de fuego. Las pistolas volaron por los aires mientras noqueó a sus dueños distraídos esperando recuperar sus armas. Mientras caían al suelo, el sujeto de las nudilleras intentó darle un golpe en las costillas, y Jack no solo lo evito, sino que aprovechó para darle un codazo en la nuca y dejarlo fuera de combate. En el intertanto, uno de los sujetos que traía un cuchillo sujetó del cuello a Susan, dispuesto a rebanarle la garganta. Cuando la osa se hallaba perdida, sintió que el peso del sujeto se hacía más grande. Jack lo había noqueado antes de lograr su cometido. Lanzó su cuerpo inerte contra el último tipo, dejándolo inmovilizado a metros de ellos.

—¿Estás bien? —Jack se arrodilló junto a Susan con preocupación.

—Sí —balbuceó agitada. Temblaba de miedo.

En eso, una de las pistolas cayó sobre el último sujeto, el cual no había quedado totalmente inconsciente. Era un minuto afortunado para el desdichado. Poco a poco tomó el arma y apuntó hacia la pareja.

—El tipo que se llevó tu mochila no debe andar muy lejos —afirmó Jack mientras colocaba un pie en el suelo, dispuesto a ir a tras su siga.

Susan se asustó al imaginarse quedarse sola, con esos sujetos inconscientes. Estaba a punto de intentar retener al conejo, cuando todo pasó muy rápido.

—¡Cuidado! —gritó Jack cuando interpuso su brazo izquierdo en el curso de la bala. Antes de que el sujeto pudiera disparar de nuevo, una patada en el mentón por parte de Jack terminó por noquearlo.

—¡Jack! ¿Estás bien? —Susan se puso de pie de un salto y fue en dirección hacia el conejo.

—Sí, estoy bien —gracias a su entrenamiento Woo Foo, la herida en su brazo no parecía más que un pinchazo de una vacuna. Lamentablemente, lo que podía verse sobre su brazo auguraba algo más grave.

—¡Cielos! ¡Debemos ir al hospital ahora! —exclamó Susan con terror.

—Escucha Susan —le pidió Jack con toda la seriedad que pudo mientras presionaba su herida con la mano opuesta—, volveré con tu mochila.

—¡Jack no! —alcanzó a alegar Susan cuando el conejo desapareció por el callejón.

A la osa le costó bastante reponerse. Más aún buscar ayuda. El ramo de flores dejado por Jack era realmente pesado. Las calles estaban desiertas. Su celular se encontraba en su mochila recién robada. Debía alejarse lo más posible de esos sujetos antes que despertaran y no tuviera oportunidad de escapar. Finalmente pudo encontrarse con un policía, a quién pudo contarle todo lo sucedido. Cuando regresó al lugar de los hechos, los atacantes aún estaban inconscientes en el suelo.

—¡Qué bueno que llamaste a la policía! —se oyó una voz proveniente desde el callejón.

Al voltearse todos, pudieron ver a Jack trayendo consigo al último miembro de la banda inconsciente, y la mochila de Susan. Se le veía con una sonrisa de satisfacción.

—¡Jack! —Susan no pudo aguantar sus instintos y corrió a abrazarlo. Jack dejó caer al asaltante y le devolvió el abrazo. Podía verse que se había vendado la herida del brazo con un pedazo de tela. Temblando de pies a cabeza, la osa desahogó en llanto todo el miedo acumulado en tan tensa experiencia. Jack simplemente la rodeó con sus brazos, esperando que fuera suficiente para calmarla. Junto a esa escena, se sumó el aplauso de los oficiales de policía presentes, conscientes del acto heroico del conejo.

Por más que insistió que se sentía bien, Jack no pudo evitar ser llevado al hospital. Le preocupaba no entregar las flores a tiempo en su casa. Tras la conversación previa al asalto, había comprendido la importancia de la entrega. Por lo mismo, y a pesar de la insistencia de Susan de acompañarlo, le rogó que llevara las flores a su casa. Incluso un policía se ofreció a llevarla a la casa para mayor seguridad. Una vez que ella partió, se sintió más tranquilo. Tranquilidad más que justificada al ver entrar a su madre a la sala en donde lo estaban revisando.

—¡Jack! —fue lo que primero exclamó Yin antes de abalanzarse con un enorme abrazo a su hijo.

Estaba en su oficina cuando Myriam le avisó del incidente. Le dijo que llamó el oficial Carter informándole de la captura de una peligrosa banda de asaltantes gracias a su hijo. Mientras Yin intentaba procesar lo que le estaban contando, su secretaria agregó que el joven había resultado herido. No requería de mayor explicación. Raudamente se dirigió al hospital para ver con sus propios ojos qué había pasado.

—Mamá —balbuceó el muchacho sin poder creerse que ella estuviera ahí. Era algo que debía haber previsto de todos modos. Debía, pero no lo hizo.

—¿Pero qué te pasó? ¿Qué hiciste? ¿Qué pasó? —su madre lo bombardeó con preguntas que le costó captar.

—Nada, estoy bien —intentó calmarla.

Yin lo observó de pies a cabezas, y no le costó encontrar los vendajes hospitalarios en su brazo.

—¿Qué te pasó en el brazo? —insistió inspeccionándolo.

—Nada, los médicos ya sacaron la bala. Dijeron que estará bien en poco tiempo —respondió.

—¿Bala? —preguntó alarmada.

—Sí, no te preocupes —insistió Jack—. Al final todo salió bien.

—¡Oh Jack! —su madre volvió a abrazarlo con más fuerza.

No pudo evitar recordar aquella conversación que tuvo con Carl aquella misma mañana. Lo veía como una amenaza de destruir todo lo que le había costado construir en casi toda una vida. Ella y Yang partieron prácticamente de cero, y ahora tenían todo para una vida tranquila. El mayor tesoro: sus hijos. No, no los iba a perder. Los protegería a todos y cada uno de ellos aunque fuera con su propia vida. Ninguna amenaza va a amedrentarla. Nadie va a quitarle el mayor tesoro de su vida. Era la hora de ponerse firme frente a la adversidad.

Tras un par de horas en el hospital y de las felicitaciones por parte de la policía, madre e hijo se dirigieron a su hogar. Estaba atardeciendo, momento ideal para la cena. Jack de inmediato se coordinó por chat con sus hermanos, contándoles que iba con su madre camino a casa. Yenny le contó que Susan llegó en un carro policial contando los detalles. Venía bastante asustada, y se quedó en la casa por un rato, antes de que sus padres vinieran por ella. Su testimonio alarmó a todos los presentes, olvidándose por completo de la cena.

Luego, Yin fue quien llamó a Yang contándole que Jack se encontraba mejor de lo que estaban especulando. A esa altura la carne se había quemado y no quedaba mucho tiempo para terminar con la cena. Al final terminaron pidiendo comida a domicilio y la arreglaron de forma que se viera como comida hecha en casa. Finalmente, Yang les dio dinero a sus hijos para que fueran a cenar y luego a ver una película. Lamentablemente no pudieron esperar a Jack, quien quedaría como un mal tercio en la cena.

La van se estacionó finalmente en la entrada de la casa. Jack no quería estar ahí. Prefería dejar en paz a sus padres y estar cenando con sus hermanos. Pero dada la situación, dudaba que su madre lo dejara libre, aunque le tuvieran una sorpresa adentro. Lo que más esperaba era que la tierra lo tragara.

—Bien Jack, espero que tu padre haya hecho algo rico para la cena —comentó Yin mientras se bajaban del vehículo—. La verdad me muero de hambre.

Jack se mordía la lengua para no hablar de más.

La sorpresa comenzó al abrir la puerta. Yang apareció con un ramo con una docena de las flores que Jack había conseguido hace algunas horas. Traía puesto un traje gris claro que el chico no le conocía. Prácticamente parecía otra persona en comparación con el padre que conocía a diario. La música se escuchaba con suavidad desde el interior de la casa. La penumbra surgía desde la entrada del comedor, indicando la presencia de velas. Yin realmente no se esperaba una nueva sorpresa tras un largo y agotador día ya atestado de sorpresas. Simplemente se quedó sin palabras.

—Tengo estas flores para ti —fue lo primero que le dijo—, pero no se comparan con tu belleza.

—¿Yang? —cuestionó Yin apenas creyendo lo que estaba viendo. De inmediato intentó recordar la fecha del día por si encima hubiera olvidado algo importante. No, ella no era de esas personas que olvidara fechas.

—La cena nos está esperando —le respondió invitándola a pasar con cortesía.

La sorpresa superaba a la gratitud, en especial en un día en donde no se esperaba tal atención. Recibió las flores luego de un acogedor abrazo y un apasionado beso. Jack quedó al otro lado del dintel, comenzando con su vergonzosa labor de mal tercio.

—¿A qué viene esto? —le preguntó Yin aún en brazos de su esposo.

—Nada, es solo una sorpresa que quería darte —respondió con naturalidad—. Quiero que esta noche sea para nosotros dos —agregó con una sonrisa confiada. Una sonrisa que la invitaba a olvidarse de todo lo ocurrido aquel largo día.

Tras invitarla a pasar, Yang se percató de la presencia de Jack, quien estaba ahí con cara de nada.

—Supe lo del asalto —le dijo casi en susurro—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —respondió el muchacho.

—Que bien —le dijo su padre extendiéndole quince dólares—. Supongo que no habrá problema en ir a ayudar a Yenny a cuidar a tus hermanos.

—Por supuesto que no —Jack agradeció el salvavidas entregado en forma de billetes.

—Recuerda que no pueden llegar muy tarde y no hagan ruido al entrar —le pidió guiñándole el ojo.

—Está bien. Prometo no arruinar tu noche con mamá —respondió su hijo con el mismo guiño—. Por cierto, buena tenida. No sabía que tenías algo así.

—Es para momentos muy especiales —respondió su padre.

—¿Algún día me dirás por qué hoy es un día especial para ustedes? —Jack intentó saciar su curiosidad.

—No —la respuesta de su padre fue tajante.

Tras despedirse de Jack, Yang regresó a la casa, y se encargó de servirle la cena a su esposa. Hasta ahora todo estaba saliendo de acuerdo a lo planeado. A pesar de intentar engañar a Yin con su «comida casera», ella se percató de las hamburguesas al vapor hechas por una conocida cadena de comida rápida. Le causó cierta gracia el intento de engaño, pero no dijo nada. Ya se imaginaba el horno inservible tirado en el patio.

—Que yo sepa hoy no es nuestro aniversario —cuestionó Yin una vez servida la comida.

—¿Por qué tiene que ser nuestro aniversario para tener una cena especial para ambos? —respondió Yang mientras destapaba una botella de champaña.

—Pues, todo esto no me lo esperaba —insistió Yin.

—Las cosas son más intensas cuando son sorpresa —argumentó Yang sirviendo las copas—. Salud.

Continuaron con la cena sin más que uno u otro comentario sobre la comida, la música, las velas y las flores. Yin intentaba buscar alguna explicación sobre la cena. Le costaba conformarse con un simple «porque si». Su experiencia le indicaba que Yang solía hacer esto cuando percibía dificultades matrimoniales. ¿Acaso había algo debajo de todo esto? Era un momento tan agradable que no quería arruinarlo exigiendo la verdad. El momento ni siquiera era el adecuado para sonsacar teorías al respecto.