Amor Prohibido - Capítulo 18
—Yang.
El aludido alzó las orejas y observó a su esposa con atención.
—Tú sabes que puedes contar conmigo.
Yin no tenía mayores planes detrás de aquella frase. Su intuición le decía que algo no andaba bien. La verdad es que muchas cosas no marchaban bien. Quería saber cuál de todas motivó a su esposo a esta cena, o si había algo más que no sabía.
Yang solo pudo entregarle una sonrisa. Habían sido tantas cosas en tan poco tiempo. Solo quería un descanso en el camino de la vida. Una simple noche con su esposa. Solo con ella. Sentía que los problemas los habían distanciado. Si no tomaba pronto cartas en el asunto… no quería imaginarse el siguiente paso que hubieran tomado.
—Sé que hemos tenido problemas últimamente, pero estamos saliendo adelante con todo esto —Yin colocó su palma sobre la mano de su pareja en señal de confianza. Quería que terminara confesando qué es lo que le provocaba su vacilación.
Él simplemente acercó su segunda mano, con la cual sostuvo la de su esposa. Podía notar la suavidad de su pelaje corto y casi imperceptible en su palma. Sus miradas se encontraron en su silencio que decía mucho, pero que poco se podía explicar. La mirada directa a los ojos, sin interrupciones, sin preocupaciones, con la simple música distante como compañía, los encerraba en un universo en que solo cabían ellos dos. ¿Hace cuánto no estaban así? En ese segundo, Yin comprendió qué había detrás de esa cena. Era una válvula de escape ante una distancia cada vez más grande.
—¿Sabes? Hace mucho que no teníamos un momento a solas como hoy —respondió el conejo esbozando una sonrisa—. Y no sé, creo que nos merecemos algo así hoy.
Yin sonrió. Acercó su silla junto al conejo y le dio un largo y sorpresivo beso.
—¿Y eso? —preguntó Yang con una sonrisa en su rostro.
—Tienes razón —respondió su esposa con un brillo en su mirada—, nos merecemos algo así.
Yang retomó el beso mientras sus brazos se entrelazaban rodeando el torso del otro. En ese minuto simplemente dejaron atrás todo. Solo existía el uno para el otro, en un oasis que los separaba del tiempo y del espacio. Solo existía el instante, el minuto para unir los cuerpos y las almas en un solo ser. Un simple alto en el camino, de la vida, de los problemas, de los pesares.
O al menos eso era lo que creían.
«Si el Maestro de la Noche llegase a tomar el control de Jimmy, tendrás dos alternativas: o lo matas, o dejas que acabe con el mundo».
Aquella frase cayó como un disparo certero en la mente de Yin, lanzado por un experto francotirador. Parecía tomar la forma de un susurro en el oído proveniente desde un helado más allá. Podía percibir como aquel susurro helado tomaba la forma de Carl, quien desde la distancia la observaba con el triunfalismo en su mirada. Estaba dispuesto a perseguir a su conciencia hasta que su nefasta profecía se hiciera realidad.
«Sé que el esposo que hoy tienes es tu hermano».
—¿Ocurre algo Yin?
La voz preocupada de su pareja borró todos los susurros que la atraparon. Podía verlo frente a frente. Sus manos estaban entrelazadas con las de él. Aún seguían en el mismo comedor, con las velas encendidas y la música lenta. A pesar de todo ya nada era lo mismo. El oasis se había terminado.
—Yo… debo irme —la coneja se puso de pie inmediatamente rumbo a la salida. Recordar aquella entrevista que tuvo con Carl perturbó su mente. Solo quería escapar. No quería ver a nadie. Su verdadero oasis ahora era la soledad. No quería mirar a los ojos a Yang mientras aquellas frases lanzadas por Carl rondaban por su mente. Era inconcebible. Imposible de vivir.
—¡Pero Yin! —un perplejo Yang intentó seguirla. Al momento de colocar su pie derecho en el suelo, recordó lo que era el dolor. Intentando alcanzar su bastón y producto de sus nervios, terminó tirándolo al suelo. Cuando finalmente pudo reincorporarse, era demasiado tarde. Yin había cerrado la puerta de la entrada tras de sí.
A la mañana siguiente, los hermanos Chad bajaron a la cocina a por su desayuno. Era un nuevo día de clases. La vida debía continuar. La tarde anterior habían pasado un buen rato. Decidieron quedarse en un restaurante de comida rápida y pedir todo un banquete a base de grasas saturadas. En la cena se gastaron todo el dinero del cine porque nunca lograron ponerse de acuerdo sobre qué película ver. Cuando el restaurante cerró a eso de las diez de la noche, se devolvieron a la casa. Al entrar, el silencio del hogar se hizo esperar. Sin hacer mayor escándalo, subieron al segundo piso y se encerraron en sus respectivas habitaciones.
Ninguno sospechó que su madre no pasó la noche allí. Tras un buen rato esperando en la entrada, y luego de muchas llamadas no respondidas, Yang se encerró en su cuarto para no alarmar a sus hijos. El impacto pasó a la desesperación, y luego al pesar. No encontraba respuesta al actuar de su esposa. Las teorías que su mente le proponía eran cada vez más angustiosas con el paso de las horas. Tenía la esperanza de que llegara durante la noche. Tenía la esperanza que existiera una buena explicación para lo ocurrido, y que no tuviera que ver con un matrimonio más dañado de lo que pensaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué? ¿Qué hizo él mal? ¿Este es el fin? ¿Era verdaderamente el fin? ¿Qué estaba pasando con ella? ¿Qué es lo que ocultaba? Aquellas preguntas convirtieron la noche en un calvario.
—Hola papá —Jacob fue el primero en saludar mientras tomaba asiento en la mesa de la cocina. Yang era quien estaba preparando el desayuno para sus hijos.
—Buenos días chicos, ¿cómo amanecieron? —respondió su padre mientras colocaba la comida sobre la mesa.
—Bien. ¿Cómo te fue anoche? —Jack fue el segundo en intervenir en el desayuno.
—Pues bien —la escueta respuesta de Yang fue menos que suficiente para lo que esperaba su hijo.
—¿Dónde está mamá? —preguntó Yenny.
—Se fue a trabajar temprano hoy —la excusó Yang sirviendo el jugo.
—Vaya, no me imagino el cansancio con el que se fue —comentó Jack con una sonrisa pícara—, al menos se fue con una enorme sonrisa.
—¡Jack! —exclamó Yenny.
—¿Qué? —replicó su hermano—. Al menos se divirtieron anoche, ¿no es verdad, papá?
Yang se encontraba en modo automático intentando evitar no equivocarse en su tarea de servir la mesa. De paso, por todos los cielos, deseaba omitir los comentarios de lo supuestamente ocurrido la noche anterior.
—¿Papá? —Yenny percibió que algo no andaba bien en su padre.
—¿Ah? ¿Si? —fue el súbito silencio lo que atrajo su atención, en el minuto en que estaba echando café en su tazón. Su descuido provocó que terminara por rebalsarlo y desparramando más líquido afuera que adentro.
—Voy por una toalla —Yenny se ofreció de inmediato, mientras Jacob y Jack observaban la escena sin saber cómo reaccionar. Yang también se apuró en la limpieza, con la secreta esperanza de que nadie se hubiera dado cuenta.
—Por cierto papá —intervino Yuri mientras le daba de comer a Jimmy desde un plato de cereal, sin enterarse de nada fuera de su tarea—, ¿ya le dijiste a mamá lo de la expulsión de Jimmy?
—¿Qué? —intervino Yenny—. ¡¿Expulsaron a Jimmy?!
—Sí —respondió Yuri sin despegar la vista de su labor—, ayer por defenderse de un maestro pesado.
—¿Qué le pasó al maestro? —preguntó Jack mientras también intentaba ayudar con la limpieza.
—Pues no estoy muy segura, solo sé que lo sacaron en ambulancia o algo así.
Yenny y Jack observaron incrédulos a su hermana, quien impasiblemente continuaba dándole desayuno a Jimmy, como si se tratara de un bebé al cual se le debe cuidar las veinticuatro horas.
—Jacob, ¿tú sabías algo de esto? —Yenny volteó su mirada hacia su hermano.
—¡Oh no! ¡George me acaba de avisar de una tarea que olvidé hacer para hoy! —Jacob se puso de pie de inmediato tras revisar su teléfono. Tomando unas cinco tostadas de la mesa, abandonó la cocina, dejando sin respuesta a su familia.
—¡Su currículum es impresionante! —el director Dankworth se echaba hacia atrás en su asiento mientras hojeaba una carpeta azul marino. Del otro lado de su escritorio se encontraba Jobeaux con el traje más elegante que pudo conseguir. No pudo encontrar algo más elegante que un buzo deportivo blanco con líneas azules en sus brazos y piernas, y unas zapatillas oscuras de cuero, pero suficientemente lustradas para pasar como charol. Lo bueno es que esa imagen ayudaba aún más para su propósito de infiltrarse en la escuela.
—Tiene varios años de entrenamiento en artes marciales con varios torneos ganados a su haber —describió el director lo que estaba leyendo—, creo que dado el momento que estamos viviendo en nuestro colegio, usted prácticamente es como un ángel caído del cielo.
—Muchas gracias, director —respondió Jobeaux con gratitud. Él simplemente había pasado a dejar su currículum en el colegio en donde sabía que estudiaba Jimmy, como una de las tantas posibles estrategias para su vigilancia. No esperaba que el colegio terminara por llamarlo y prácticamente contratarlo.
—Siempre tenemos espacio para alguien como usted en nuestro establecimiento —continuó el director cerrando la carpeta—, más aún con las nuevas leyes que pretenden aumentar las horas de gimnasia entre nuestros alumnos. Un maestro como usted es más que necesario en nuestros días. ¡Y por supuesto! Puede trabajar con nuestros alumnos en un taller de artes marciales en nuestro colegio.
—Entrenar a futuras generaciones en el arte del Woo Foo es la meta en mi vida —respondió el goblin.
—¡No se diga más! ¡Bienvenido al St. George! —exclamó enérgico el director extendiendo su mano hacia su nuevo maestro, el cual respondió el saludo con una sonrisa de satisfacción.
—Muchas gracias director Dankworth. Prometo no decepcionarlo.
La presencia de Jobeaux causó expectación en la escuela. No era común el contrato de maestros a mitad de año. El director se justificaba tras la idea de una ley que obligaba aumentar las horas de actividad física en el horario escolar, y consideraba que su nueva adquisición era perfecta para tomar las nuevas horas resultantes. Claro, eso implicaría un desajuste en el horario, pero eso sería tema del año siguiente. Por lo pronto, estaría a cargo de un taller de artes marciales, nuevo escenario para enseñar Woo Foo. Si sus estudiantes no iban hacia su dojo, él iría hacia donde ellos.
Lina también fue pillada de sorpresa cuando se enteró que sería colega con Jobeaux. Ella lo recordaba tan bien como recordaría a cualquiera con quien compartió aquel entrenamiento Woo Foo en su infancia. Lo primero que pasó en su cabeza fue si se había enterado de la nueva relación entre Yin y Yang. De serlo así, tendría al fin a alguien con quien comentar lo que sabía, y comprobar si su silencio había sido realmente una buena alternativa.
Era su única alternativa.
Frente a ella tenía un sobre. Era una prueba de ADN que especificaba que Yin y Yang no eran hermanos. Le había llegado hacía poco tiempo de parte de la secretaria en un sobre sellado entregado por la propia Yin. No tenía mucho sentido recibir este documento, salvo que evidentemente quisiera probar algo. Era obvio lo que quería decirle. El pasado era tan fuerte que un sobre no podía cambiarlo. Era inútil tapar el sol con el dedo. No eran gemelos solo porque el ADN lo dijera o no. Eran muy parecidos, y aún siguen siendo casi idénticos. Incluso sospechaba que más de alguien en la calle podría haberlos confundido. Además, una simple prueba de ADN no borra años de historia. Es un hecho que han sido criados como hermanos, y un ADN no debería haber cambiado su relación.
Dejó el documento sobre su escritorio. Su oficina parecía melancólica por su tamaño, poca iluminación y llena de papeles apilados sobre varias mesitas, estantes, y el mismo suelo. El desorden de su casa lentamente se había trasladado hacia su lugar de trabajo. Ese papel no significaba nada. Nada excepto en el plano legal. Sabía que Yin se había vuelto abogada, y como tal, había protegido a su familia de una eventual demanda. Pero a Lina el plano legal poco le importaba. Necesitaba desahogarse con alguien, y esperaba que Jobeaux fuera el indicado.
A Yenny le sorprendió que Susan estuviera en la escuela. Esperaba que tras el susto por lo menos se ausentara quince días. Pero no. La encontró en medio de la clase contando su aventura, y dejando a Jack como un héroe. Cosa avivada además por el periódico local de aquella mañana. Jack aprovechó su minuto de fama pavoneándose por la escuela para luego irse con sus amigos. Mientras, Yenny acompañó durante toda aquella mañana a su amiga mientras pregonaba lo grandioso que era Jack.
Fue durante el recreo donde aquella mañana cambió de significado. Se encontraban en el patio de los cursos mayores, a la sombra de un árbol. Yenny volteó hacia un costado, y pudo verlo. Jobeaux, al mismo que había conocido el día anterior, paseando junto al director en medio de los adolescentes. La misma sensación la atrapó con la misma intensidad que el día anterior. Bajo los rayos de los soles, parecía como un ángel paseando por entre los mortales.
Una pelota se disparó a toda velocidad desde un grupo de jóvenes que se negaba a dejar de jugar. Fue disparada en dirección directa hacia el goblin. A pesar del inminente impacto, el maestro la detuvo con sus manos con agilidad y firmeza. El director se cayó al suelo impresionado, atrayendo la atención de varias personas a su alrededor. De su grupo, Yenny fue la única que lo vio. Cuando por fin pudo reaccionar y avisarle a sus amigos, Jobeaux se había ido.
Por cada segundo que pudo verlo, el día había valido la pena.
Yin llegó a la casa pasada las diez de la mañana. Debido a su expulsión, Jimmy debió quedarse en casa ese día. Tras mucha insistencia, Yang aceptó que Yuri se quedara con él siempre y cuando se quedaran arriba. Yang pensaba pasar el resto de la mañana sentado en el living esperando alguna señal de vida de su esposa. Su paz no duraría mucho. La insistencia de Yuri de quedarse junto a él en el living obligó a aceptar a que sus hijos lo acompañaran en el sofá. Se quedaron viendo el canal infantil mientras Yuri hacía comentarios aleatorios.
Los tres voltearon al ver a Yin entrar a la casa. Además de la falta de su maletín, no parecía haber pasado la noche afuera del hogar.
—¡Mamá! —exclamó Yuri mientras corría a abrazarla.
—¿Yuri? ¿Jimmy? ¿Qué hacen aquí? ¿No deberían estar en la escuela? —Yin se mostró sorprendida mientras recibía a su hija.
—Es que ayer expulsaron a Jimmy porque se defendió de un profesor feo que lo atacó —le contó la pequeña—, y como no podía ir a la escuela, le pedí a papá que me dejara quedarme aquí con Jimmy para que no se sintiera tan solo, y él me dejó.
Yin volteó hacia el sillón, y pudo ver a Jimmy sentado mirándola inexpresivamente. A su lado, Yang no podía ocultar la sorpresa.
—¿Sabes? Necesito hablar con tu padre a solas —anunció Yin mientras soltaba a Yuri.
—¡Pero Jimmy no tiene la culpa! —insistió Yuri sujetando a su madre del brazo—. Ese tipo era un abusivo. ¡Yo vi cuando le gritaba a Jimmy! Por favor mamá, ¿podrás ayudarlo? ¿Sí?
—Sí, pero por ahora necesito que te vayas a tu cuarto —insistió Yin.
Yuri pudo ver como Jimmy se levantó del sillón hacia ella, para luego pasar por su lado y subir las escaleras. Yang le había pedido en voz baja lo mismo que Yin le pedía a su hija. Yuri le dio una última mirada a cada uno de sus padres antes de obedecer.
Mientras Yuri subía por las escaleras, Yang apagó el televisor. El silencio se hizo presente.
—¿Dónde andabas? —disparó Yang su pregunta antes que Yin pudiera decir algo. La mirada de impresión de su esposo cambió a malestar rápidamente.
—Yang, yo… lo siento mucho por irme así anoche, es que… —intentó explicar Yin. Sabía que si se armaba una discusión, tenía las de perder.
—Pregunté en dónde estabas —la interrumpió Yang. Se puso de pie de un salto gracias al bastón que ya tenía preparado y se acercó a la coneja. Tenía una mirada endurecida que atoró las palabras de su esposa.
Frente a esto, Yin simplemente agachó la mirada. Sus orejas bajaron. Ni siquiera tenía un discurso preparado, a pesar que era algo que debía hacer. Tarde o temprano iba a volver a casa. Tarde o temprano tenía que vérselas con Yang. Lo que le hizo no tenía perdón. Ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que llegó a casa de Lucio. A la luz de la mañana, recién pudo cuestionar lo que hizo. No había explicación. No había excusa.
—¿Yin? —Yang aún estaba frente a ella. Ansioso por alguna respuesta. Si pudiera leer su mente, lo habría hecho con total desesperación. Pero no podía saber más de lo que ella pudiera decirle.
—¡Yin! ¡Dime algo! —Yang la sujetó con firmeza de los hombros zarandeándola en el proceso. La desesperación de Yang se encontró con el temor de Yin en el cruce de sus miradas.
—Yang… —balbuceó la coneja. La presión en sus hombros se hacía cada vez más fuerte.
En ese segundo Yang se dio cuenta de lo que estaba haciendo. De inmediato la soltó y se alejó hasta el otro lado de la habitación.
—Yo… —balbuceó mientras se cubría la cara con su mano libre.
—Lo siento Yang —lo siguió su esposa—, todo lo que me pasa es por un caso, que es muy difícil.
Yang se volteó y la miró con el resto de su rostro cubierto por su mano.
—Es algo difícil de explicar —prosiguió Yin con un nudo en la garganta—. Me ha tenido muy estresada.
Yang quedó congelado. Era mucho que procesar. Mucho en qué pensar. Le costaba creer que un simple caso provocara que Yin saliera corriendo tras una cena romántica hecha solo para volver a reunirlos. El tiro le estaba saliendo por la culata.
—Solo te puedo decir que es un caso sobre incesto —en ese instante Yin estaba agradecida con su brillante mente que le permitió armar una mentira en medio de una situación tan tensa. Además, retorciendo un poco la realidad, su frase era cierta.
Yang no se movió. No reaccionó. Una brecha comenzaba a abrirse entre los dos.
