Amor Prohibido - Capítulo 19
—¿Yin?
Lucio fue impactado con la sorpresa al encontrarse frente a frente con la coneja. Se encontraba ya con su bata de seda color vino sobre su pijama de algodón. Su lengua fue suficientemente rápida como para retener el habano en su boca antes que este cayera sobre sus pantuflas de pandita.
—Lucio, lamento molestar a esta hora, pero no sabía a dónde más ir —se disculpó la coneja con miradas furtivas hacia el suelo. Se veía con la misma tenida que en el almuerzo, salvo con unos cuantos desarreglos, típico de un día de mucho ajetreo.
El león, temiendo que algo grave le hubiera pasado, además de su aturdimiento tras la sorpresa, lo empujaron a invitarla a pasar a su hogar sin condición ni impedimento alguno. El salón era un lugar acogedor y de estilo moderno en madera barnizada. El piso estaba cubierto de coloridas alfombras. Había un estante lleno de botellas de licores y un tocadiscos funcionando con un bolero de los años sesenta. También había varias lámparas con el brazo dorado. Algunas de ellas estaban encendidas, distribuyendo la iluminación mientras daban un ambiente extravagante.
—Toma asiento —la invitó a uno de los sillones bordados de terciopelo. La coneja aceptó sin hablar—. ¿Quieres algo? Tengo vino, vodka, ron, gaseosa, agua, té, lo que quieras.
Yin se negó con la cabeza.
De inmediato, Lucio le bajó el volumen a la música. Encendió aún más lámparas, se sirvió medio vaso de vodka y se sentó en un sillón al lado de ella. La observaba con total atención, sin poder escapar a su impresión. Ni siquiera sabía que ella conocía la dirección de su casa. Y aunque así fuera, ¿qué rayos hacía a esa hora de la noche en su casa? ¿No que tenía una familia con la cual compartir? ¿Qué rayos pasó ahí? ¿Qué tenía que ver él con todo eso?
—Lamento mucho venir a molestar a esta hora —Yin se encontraba con los brazos rodeando su estómago, las piernas juntas y la mirada baja.
El silencio obligó a Lucio a romperlo.
—Pe-pero, ¿Q-que p-pasó? —el león se sorprendió a sí mismo ¿tartamudeando? Él, quién siempre se ha destacado por demostrar seguridad y soberbia, ¿titubeando? Bueno, en su defensa, sus pantuflas de pandita y los patitos de hule impresos sobre la tela de su pijama que su bata no lograba cubrir no ayudaban mucho a esa imagen imponente.
—Lucio, este caso es muy difícil— sentenció tras un suspiro.
La impresión del momento fue una dificultad para Lucio a la hora de descifrar aquellas palabras. Finalmente dio con la respuesta.
—¿Hablas del caso de Carl? —pudo responder de corrido tras una larga bocanada de su habano.
Yin lo miró. Sentía que él merecía una mayor explicación de la que había dado hasta el momento.
—Entiendo que ustedes quieran liberarlo, pero de lo que fue acusado —el silencio fue suficiente apoyo para invitarla a continuar—… creo que yo no soy la indicada para este caso. En serio, Lucio, hay un tremendo conflicto de interés en todo esto.
—¿Y desde cuando te importan los conflictos de interés? —cuestionó el león tras beberse todo el contenido de su vaso.
—Carl está acusado de secuestrar a mi hijo —lo increpó Yin.
—¿Pero has escuchado su versión?
Aquella pregunta la arrojó de lleno a los recuerdos que pretendía dejar atrás. Lucio aprovechó la oportunidad de proseguir.
—Un pajarito me contó que él estaba lidiando con un espíritu chocarrero, defendiendo al niño. Debido a su historial en magia, es un testimonio bastante válido. Eso sumado a que la magia está considerada dentro de nuestra legislación, la evidencia encontrada en el lugar de los hechos y el estado en el que se encontraba tu cliente, ¡tienes el caso ganado!
Yin siguió sin hablar. Lucio hacía ver todo tan fácil, pero claro, a él no le secuestraron el hijo. Solo le importa a Carl como pieza clave para su dichosa mafia. Ella simplemente no podía verlo de ese modo. Además, su advertencia aún rondaba por su cabeza.
«Si el Maestro de la Noche llegase a tomar el control de Jimmy, tendrás dos alternativas: o lo matas, o dejas que acabe con el mundo».
—Realmente no puedo —se excusó.
—Bueno, si realmente no puedes, podrías subcontratar esa labor —propuso el león mientras se reclinaba sobre el sillón—, incluso puedes mandar a tu asistente con el papeleo. Prometo que con eso no volverás a ver a Carl en tu vida. Yo mismo me encargaré de que no te moleste más.
Yin lo observó sin esperarse aquella promesa, mientras Lucio le devolvía una sonrisa que le hacía ver como un adorable minino.
—Créeme Yin —agregó—, te prometo que mañana te ayudo con el caso. Tu asistente y yo buscamos las pruebas, ordenamos el papeleo, se los entregamos a juez, Carl sale libre en menos de veinticuatro horas, y ni tú ni tu familia volverán a saber de él en todo el resto de sus vidas.
La coneja no pudo evitar sonreír ante aquella propuesta. Con una enorme nebulosa en su cabeza, no había pensado en esa posibilidad. Solo quería quitarse ese problema de encima. No quería saber más de Carl ni de lo sucedido. En el fondo quería aferrarse a la idea que dejando todo en el pasado podría evitar que la amarga profecía se hiciera realidad.
—Bueno, entonces está todo solucionado. ¡Salud! —anunció el león alzando su vaso con un par de cubos de hielo—. ¡Ups!, creo que se me acabó, ¿quieres un poco ahora? —agregó poniéndose de pie.
—Creo que no me vendría nada mal —Yin se notaba con más ánimos que cuando llegó, cosa que alivió al león.
Las intenciones de Lucio era distender un poco más la conversación. Eran apenas las nueve de la noche. Bastante temprano. Como a las diez pensaba llamar un taxi para que regresara a su casa. Incluso lo pagaría de ser necesario. Lo que no se esperaba era que Yin fuera tan intolerante al alcohol, y que antes de las diez ya se encontraba dormida sobre el sillón. En ese estado llevarla a su casa era una mala idea. Además, notó que cada vez que le preguntaba por su familia cambiaba de tema. Sospechaba que había tenido algún problema con su marido, pero no quiso ahondar más en el asunto. Sentía que mientras menos supiera, mejor.
La tapó con una gruesa manta estampada con un tigre, apagó todo, y se fue a dormir temprano esa noche.
Aquella mañana fue una verdadera montaña rusa para Yin. Despertando en un lugar que en un primer instante no le parecía familiar, para luego caer en todo lo que había pasado. Pudo toparse a un Lucio como nunca antes lo había visto. Asustado, consternado, con un ridículo pijama. Lejos estaba el soberbio león que echaba bocanadas de humo de habano por su boca a quien se le cruzase. Horas más tarde, mientras conducía su vehículo de regreso a su oficina, le parecía una escena más que hilarante. ¡Al fin un recuerdo que la hacía reír! Había quedado atrás aquel mafioso imponente, cubierto por un pijama con estampado de patitos de hule.
Tras superar la primera impresión de la mañana, Lucio la invitó a desayunar a su cocina americana. Fue un desayuno más ligero del que acostumbraba a comer, y más silencioso. Acostumbraba a comer junto a su familia. Prácticamente era la primera vez en su vida que la pasaba lejos de hogar. La culpa la carcomía con el paso de los segundos, pero la ocultaba tras el crujir de unas tostadas.
Una vez al interior de su oficina, era otra persona. Su labor profesional estaba por sobre sus problemas familiares. Era una premisa que le había costado seguir últimamente, pero que ahora venía a reponer ese tropiezo.
—¡Señora Chad! —la saludó Myriam con premura apenas la vio entrar a la oficina—. ¡Gracias al cielo que se encuentra usted bien! —poco faltó para que terminara por abrazarla para cerciorarse que no se trataba de una ilusión—. Resulta que recibí una llamada de su esposo, dice que usted no llegó a dormir anoche y que teme que le haya pasado algo…
La ratona se detuvo en seco al ver al imponente león cruzar el umbral. Conectar las ideas se hizo demasiado evidente. Al menos tendría algo de qué chismorrear con sus amigas el fin de semana.
—No hay tiempo que perder Myriam —sentenció Yin—, tenemos trabajo que hacer. Lucio nos ayudará.
—Sí señora —respondió su asistente encerrando sus ideas en lo más profundo de su ser.
La preparación del caso de Carl, sumado a la recopilación de la evidencia les tomó un buen tiempo. Hasta que se encontraron con un obstáculo que Yin no esperaba enfrentar tan pronto. Uno de los papeles no pudo ser obtenido por internet. No estaba en ninguna de las múltiples carpetas repartidas en la oficina. La única copia se encontraba en el maletín de Yin, que se había quedado en casa.
—Si lo desea, puedo ir a por el maletín a su casa —se ofreció Myriam poniéndose de pie antes que siquiera Yin formulara el problema.
—No te preocupes, iré yo —intervino Yin.
—¿Estás segura? —cuestionó Lucio sujetándola de un brazo.
—Estaré bien —Yin le sonrió mientras se soltaba del débil agarre—. Si demoro mucho, puedes llamarme.
Fue precisamente esa llamada un salvavidas que la arrancó del peor de los momentos. Fue la excusa para poder tomar sus pertenencias, despedirse de Yang y salir de allí. Se sentía más aliviada de encontrarse fuera del rango de visión de su esposo. El ambiente se había vuelto muy denso frente a él. Era más que evidente su deseo de no encontrarse en ese entorno. Sabía que tendría que volver a enfrentarlo esa tarde después del trabajo, pero con la compañía de sus hijos sin duda sería menos denso. Al final el tiempo terminaría por dejar atrás ese exabrupto. El amor siempre gana después de todo.
Lo que no se esperaba era otra llamada. Era del director Dankworth. Aprovechó una luz roja para contestar. La información entregada era la misma que le había advertido Yuri hace un rato. Le informó estar al tanto de la expulsión de Jimmy y concertó una cita en la tarde para conversar la situación de su hijo. Esperaba terminar el papeleo de Carl y entregarlo al juez para el mediodía.
El trabajo realizado por los tres puede ser comparado con un grupo de amigos y compañeros de un centro educativo que deben entregar un informe que dejaron para última hora el mediodía. La diferencia es que no quedó un monstruo deforme que iba directo a la reprobación, sino que un informe profesional al nivel que solo Yin sabía hacer. Tras mandar a Myriam a entregarlo al juzgado, Yin sacó unos vasos y una botella de jerez que escondía en un aparador.
—¡Por nuestro trabajo bien hecho! —brindó Yin alzando su vaso. Se encontraba en el asiento de su oficina.
—¡Y porque hacemos un buen equipo! —agregó Lucio.
El choque de los vasos selló aquel momento que sería inolvidable para ambos.
—La verdad no me imaginaba verte de ese modo —comentó Yin tras el choque.
—¿Así cómo? —cuestionó el león ocultándose tras un largo sorbo.
—Pues… con ese pijama de patitos.
El comentario hizo escupir al león, cosa que le hizo gracia a la coneja.
—Por favor, no le digas a nadie —le pidió mientras ella no paraba de reír.
—No te preocupes —respondió dejando a un lado su vaso—, igual es lindo.
—Bueno, cada quien tiene sus secretos —respondió el león—, apuesto que tienes un secreto vergonzoso.
—Hmm nah —se negó inicialmente.
—¡Oh vamos!, apuesto que, no sé, aún duermes con tu mantita, ¿verdad?
—Quieres algo vergonzoso de mí, ¿verdad? —propuso Yin—. Veamos —echó a volar sus recuerdos en busca de algo que no le fuera útil hoy por hoy—, pues aún conservo una figura de un dosnicornio de mi infancia, y a veces le hablo.
La risa de Lucio no se hizo esperar. Una risa tan contagiosa que Yin no pudo evitar seguir.
—Era una edición especial —agregó entre risas—, fue lo único que pude salvar de las manos de hacha de mi hermano.
—¿En serio tu hermano te rompía tus juguetes? —preguntó Lucio.
—Bueno, a Yang le gustaba practicar sus técnicas Woo Foo con literal cualquier cosa. Lo más valioso solía esconderlo adivina dónde.
—¿Dónde? —preguntó el león con interés.
—En el armario del baño. A Yang le daban alergia los productos de limpieza.
Las risas fueron cortadas de golpe para Yin al percatarse del garrafal error que acababa de cometer. Con una mirada de terror, Yin observó a Lucio, quien se reía como si ni se hubiera percatado de la situación. Eso comenzó a tranquilizarla, hasta que el león observó su mirada.
—Tranquilízate un poco —le dijo—, ya sé que estás casada con tu hermano.
Yin quedó petrificada ante el disparo de aquellas palabras. Incluso sintió que él aire se negaba a pasar por su garganta.
—Prometo no decirle a nadie —dijo el león mientras le daba otro sorbo a su vaso.
Aquellas palabras no fueron suficientes.
—¿Qué? ¿Alguien aquí te está criticando porque te casaste con tu hermano? —prosiguió volteándose para todos lados—, porque yo no.
Aún no era suficiente.
—Me surgió la duda tras tu extraña petición de la otra vez, pero lo confirmé cuando pude verlos a los dos juntos. ¡Son tan iguales! No sé cómo todos no se han dado cuenta antes. Bueno, por algo él me terminó mandando al hospital —enfatizó lo último con una corta risa.
—¿Te atacó por eso? —preguntó Yin.
—Al parecer a él le gusta menos la idea de estar casado con su hermana —prosiguió—. Aunque no lo culpo de haberlo hecho de todos modos. Tuvo la gran suerte de haber conocido a alguien como tú, pero el gran infortunio de tenerte como su hermana.
—Espera, ¿qué? —el giro que la conversación estaba tomando le era inesperado para Yin.
—No lo sé —Lucio comenzó a balancearse en su asiento—, si me hubiera tocado tener a una mujer tan bella, inteligente y con carácter como tú de hermana, también me hubiera atrevido a cruzar la línea del incesto.
Por primera vez Yin se quedó sin palabras, a lo que Lucio aprovechó de sacar una larga risotada. Risas más bien de nervios. «¿Qué rayos estás diciendo, bobo?» pensaba.
Una vez apenas instalado Jobeaux en la escuela, recibió la amarga noticia de que todo había sido en vano. Durante el almuerzo se encontró con Lina, a quien no veía desde sus días de infancia cuando entrenaban Woo Foo. Esto captó cierta atención negativa por parte del resto de los colegas, especialmente mujeres, quienes inmediatamente comenzaron a imaginar una historia más allá de una vieja amistad.
Lina por su parte, totalmente alejada de los pensamientos de sus colegas, quiso plantear todas sus inquietudes ante la primera persona con quien podía hablar abiertamente sobre la extraña relación entre Yin y Yang, cuando él mismo se lo presentó primero.
—¿Conoces a un tal Jimmy Chad? —fue la pregunta del goblin mientras engullía su ensalada de lechuga con zanahorias.
—Sí, es un niño bastante tímido —respondió Lina—, aunque lo que hizo ayer fue algo que no pareciera ser de él, y lo expulsaron.
Jobeaux paró en seco. Su mirada amenazaba con abrir su cerebro en busca de respuestas si antes no se las daba ella.
—Resulta que atacó al profesor López. Lo tomó de un brazo y lo tiró contra una pared —respondió—. Lo que me parece hasta increíble. El profesor López es grande e intimidante. Si no fuera por el testimonio de cientos de niños, y del propio maestro, nadie lo hubiera creído.
—O sea… —la decepción no se hizo esperar por parte de Jobeaux.
—Dudo que sea definitivo —comentó Lina—. Dicen que es muy probable que su madre convenza al director Dankworth de reintegrarlo, aunque…
—¿Aunque qué? —insistió Jobeaux.
—Es un caso muy grave —comentó Lina jugando con unos fideos con su tenedor—, y dudo que Yin sea tan convincente como todo el mundo comenta.
Era la señal. Estaba comenzando. Se temía lo peor. ¿Era cierta esa posibilidad?
—Hablando de eso, tengo algo importante que comentarte —Lina trajo de regreso su atención—. ¿Qué piensas de ese… matrimonio entre Yin y Yang? La última vez que los había visto, ellos eran hermanos. ¿Cómo rayos es posible? Yin me mandó un papel hace poco con el que se protege de toda demanda, pero eso no borra el pasado. Ningún papel me va a decir que ellos dos no eran hermanos. ¿Qué me dices?
Aunque Jobeaux escuchó atentamente la queja de Lina, le parecía algo tan banal como discutir de farándula. El error de Yin y Yang no fue conformarse como pareja, sino tener hijos. La energía Woo Foo actúa de formas extrañas, especialmente cuando se hereda de padre a hijo. Ya había notado los primeros resultados sobre Jack durante su entrenamiento. Lo peor fue engendrar a Jimmy, una potencial y descuidada arma que casi y ya está en manos del Maestro de la Noche. Pero ya están aquí, ya están en este mundo los cinco hijos. Era tarde para quejarse de eso.
—¿Jobeaux? —Lina insistió al ver que no respondía.
—¿Ah? ¿Qué? —dijo un tanto desconcentrado.
—Te pregunté sobre lo que opinas de lo de Yin y Yang.
—Pues sí, cometieron un grave error —respondió tajante—, pero ya es tarde para enmendarlo.
Lina lo miró sin comprender sus palabras.
—Solo queda hacerse cargo de las consecuencias de sus errores.
Tras eso se puso de pie y se fue con su bandeja, dejando atrás a una Lina con más preguntas que respuestas.
La chica se quedó con aquellas interrogantes en su cabeza durante gran parte de la tarde, hasta que se topó con un león fumando en uno de los pasillos. Su aire de suficiencia y su pinta de gánster no le dieron mucha confianza. Se encontraba con su espalda sobre una pared mientras soplaba grandes bocanadas de humo proveniente de un grueso habano.
—Señor, no puede fumar aquí —lo increpó Lina—, esto es una escuela.
El león le regaló una mirada intimidante. Su altura le ayudaba a verse más imponente. A diferencia de lo que esperaba, Lina ni siquiera se inmutó.
—Si no obedece, me veré en la obligación de llamar a seguridad —le advirtió.
Lucio la puso a prueba absorbiendo un poco más del humo de su habano, y botándolo directo en su cara.
Antes de que pudiera reírse de satisfacción, sintió un tacto escamoso y helado en la mano en que tenía sujeto el habano. Al voltearse, su habano había sido reemplazado por una serpiente con diversos tonos de verdes sobre su piel. El reptil lo saludó sacando su lengua. Casi como un acto reflejo, el león lo tiró al suelo y lo pisó, dejando un sangriento desastre en el suelo. Aún atrapado en el terror, el león se volteó hacia donde estaba la chica. Solo pudo verla de espaldas a varios metros de distancia mientras le mostraba el dedo del medio.
—¡Lucio! ¡Lo conseguí! —desde la puerta que tenía a un costado salió Yin con una mirada resuelta—. ¡Jimmy está nuevamente dentro!
—¿De verdad? ¡Felicidades! —respondió Lucio con alegría mientras ambos se tomaban de ambas manos—. ¿Cuál fue tu secreto?
—Digamos que el director Dankworth me debe un par de favores —respondió Yin. La evidencia oculta del caso que lo involucraba el año anterior fue más que suficiente para convencerlo de reintegrar al menor de sus hijos.
—¡Eres una caja de sorpresas! —respondió el león.
En eso, Yin se volteó al suelo, y vio el desastre ocasionado producto de la serpiente pisada.
—No preguntaré por eso —sentenció.
