Amor Prohibido - Capítulo 21

—En vista y considerando los antecedentes entregados a lo largo del juicio, el Tribunal Económico Administrativo ha determinado que el imputado, señor Cooper Anton Prints, es culpable de desfalco y malversación de fondos contra la empresa «The Big Old», avaluado en sesenta millones de dólares entre los años 2025 y 2028. Tras la deliberación del jurado, el Tribunal Económico Administrativo ha determinado una sentencia económica equivalente a lo desfalcado en un plazo no mayor a treinta días a contar de la fecha de hoy. Además, se sentencia al señor Prints a una condena de veinte años y un día de presidio calificado. Dictamínese, publíquese y cúmplase a contar de este momento.

El golpe del martillo selló la sentencia expresada por el juez.

En la mesa de la defensa, un gallo con un terno café oscuro se encontraba en completa desesperación. Ocultando su cabeza bajo sus plumas, esperaba encontrar su lugar feliz, evadiendo tan nefasta realidad. Su intento no duró mucho. Un par de agentes de la policía lo alzó cada uno de un ala y lo esposaron, obligando a hacerle cara al presente.

—¡Soy inocente! ¡Soy inocente! —gritaba en total desesperación mientras era arrastrado por la policía hacia la salida. Sus gritos eran apenas inentendibles por sus cloqueos que era molestos para todos los oyentes. Su lloriqueo era en vano. La sentencia era un hecho. El futuro lo esperaba en una celda.

—¡Yin! —fue su último grito antes de desaparecer tras la puerta.

En la mesa de la parte demandante, Yin se encontraba celebrando junto con sus clientes. Con sonrisas amplias, los involucrados se felicitaban con palabras dulces, palmadas en la espalda y apretones de mano. Habían sido seis meses de arduo trabajo desde aquel día en que ella recibió una carta amenazante en su oficina. Alguien la vigilaba en secreto y sabía que el conejo con quien se había casado era su hermano. No se iba a dejar vencer por el miedo. Fueron meses investigando al emisor, estudiando su entorno, preparando un caso con el que atraparlo, y rodearlo lentamente hasta dejarlo sin salida. Un rompecabezas delicadamente armado que solo le quedaba una pieza por colocar, finalizando su venganza. Nadie se mete con Yin Chad. Nadie.

El grito del que fue alguna vez el pollo delgaducho que la molestaba en su infancia fue música para sus oídos. Un grito desgarrador de alguien que pretendía pasarse de listo, pero que terminó más que tragándose sus palabras. La piedad no cabía ahora. Todo llanto era en vano.

Entre el público, una cierva podía sentir el dolor del gallo mientras era arrastrado hacia la salida. Sara se puso de pie y entre los desconocidos que llenaban el tribunal, pudo colarse por la misma salida por donde habían arrastrado a su esposo. Preguntando por aquí y por allá, un policía le dio las indicaciones sobre el lugar específico en donde se encontraba. Un laberinto de pasillos más tarde, dos oficiales le negaron el paso frente a una inocente puerta que la separaba de su amado.

Había sido testigo de todo el proceso judicial. Fue testigo del dolor de su esposo, de las punzantes injurias, de las noches sin dormir, de la credibilidad que día a día era ahogada por un sagaz discurso que ponía en duda incluso sus propias creencias. La palabra fue la ganadora en aquel juicio. La palabra le ganó a los hechos. La abogada querellante era una experta en el arte de las palabras. Un caso tan sólido que parecía imposible derrocarlo. Solo su corazón palpitante seguía gritando y exigiendo un poco de justicia ante tan desesperante escenario. Había que hacer algo. Debía hacer algo. Muy perfectas serán las palabras. Muy perfecto será el caso, pero eran armas de mentiras. Su corazón se lo gritaba. La mirada de su esposo se lo decía. Todo era mentira. La mentira perfecta. La mentira que nadie podía desmontar. La mentira que lo condenó.

Pasaron los días. Los remates vinieron a acabar con su patrimonio. Ante la avalancha que se avecinaba, consiguió conservar su mansión junto a unas cuantas cosas. Todo fue gracias a que antes de la sentencia traspasaron ese inmueble a nombre de ella. Todo lo demás fuera de aquel lugar simplemente se perdió. Adiós al departamento en Nueva York, al castillo de Europa, la mansión en Centroamérica y a la fábrica de maíz enlatado.

La pérdida económica era solo una débil llovizna frente al diluvio de emociones que desbordaba su corazón. La cierva no había tenido contacto con su esposo desde el día en que fue arrastrado puertas adentro. Por más contacto que intentaba conseguir, no obtenía resultado alguno.

Un día llegó la noticia. Le informaron en una de sus visitas a la cárcel que su esposo había muerto. Le dijeron que se había colgado en su celda. No tuvo mayores explicaciones. Lo único que recibió fue una urna sellada. Ni siquiera la más mínima de las condolencias lo acompañaba desde el recinto penal. El sistema lo atrapó, lo condenó y lo mató.

Con él se acabó parte de su vida. Un ciclo fue cerrado en contra de su voluntad. Una nueva hoja comenzó marcada por el constante dolor de la injusticia dominante. No era capaz de simplemente quedarse como la pobre viuda de un estafador. Todo mientras la profanadora de la justicia aún usaba las mortales palabras para condenar a más inocentes. Alguien debía hacer algo, y ella era la única que podía lograrlo.

—¿Sara?

Se descubrió a sí misma con los ojos empañados. Era un hermoso día de primavera, y ella había salido a tomar el fresco de su jardín en una silla plegable bajo una sombrilla. Había traído consigo el retrato de ella junto a su esposo, que la llevaba a días mejores, a días que se negaba a dejar atrás. La tranquilidad de aquella mañana, aunque pareciera agradable, para ella era vacía y tan solitaria como la dejó su esposo.

—¿Está usted bien?

Yang estaba de pie a su lado. Traía una camiseta vieja con unos jeans desgastados y unos guantes de jardinería usados. Un jockey blanco lo protegía del calor. Tenía manchas principalmente de barro en toda su ropa. Se encontraba mojado, por culpa del sudor y de las mojadas que se daba durante el riego. Traía consigo unas tijeras de podar en su mano mientras que con la otra intentaba quitarse parte del sudor de su frente.

De inmediato la cierva se secó las lágrimas y trató de ocultar el retrato a un lado del asiento. Apenas habían confirmado que el patriarca había elegido su casa para la fiesta de la organización, llamó a Yang para que la ayudara. No necesito insistir para nada, él se encontraba en su hogar casi al instante. Insistió que el dolor en su tobillo era cosa del pasado, hecho que confirmó con su médico particular. Era alguien muy servicial, quien no se negó a realizar ninguna de las duras tareas de jardinería que le esperaban. Tampoco se negó a las tareas de reparación y otras actividades que requerían fuerza, que eran necesarias en la casa y que habían quedado descuidadas desde la tragedia.

—Sí-sí, estoy bien —tartamudeó con la falsa esperanza de no ser descubierta. Su historia aunque bien podría ser suficientemente conmovedora como para ganarse aún más su confianza, podía abrir la posibilidad que pudiera levantar las sospechas debido a su parentesco con la abogada querellante que acabó con su difunto esposo.

—Oh, pues, venía a avisarle que terminé con el podado de todos los arbustos que rodean la propiedad —le informó el conejo—. Ahora veré si puedo hacer algo con el árbol del amor. Dudo que pueda estar listo para el día de la fiesta, pero por lo menos quiero que esté lo suficientemente firme ante lo que sea que le puedan hacer los invitados.

—¡Oh, no te preocupes! —exclamó la cierva intentando desviar la conversación—. Lo único que espero es que puedas recuperarlo. ¿Si?

—De que algún día se recupera, se va a recuperar —le respondió con una sonrisa.

Ambos se quedaron en sus lugares, en silencio. Esperaban que el otro agregara algo más.

—¿Ocurre algo? —preguntó Sara al verlo de pie junto a ella, sin importarle que los rayos solares solo ayudaban a aumentar su calor.

—¿Está usted bien? —repitió su pregunta.

—Sí, todo bien —mintió—, no te preocupes —agregó con una sonrisa.

Con cierta incredulidad, el conejo se alejó lentamente de su sitio, a la espera de regresar ante cualquier eventualidad. De todas formas habían sido días muy ocupados para él. Logró comprobar que mantenerse ocupado ayuda a pensar menos en los problemas. Y vaya que lo necesitaba. Casi había quedado en el olvido su culpabilidad por la muerte del Maestro Yo, y también estaba quedando atrás el desaire que le había hecho Yin en la cena.

—Señorita Chad, tenemos que hablar —dijo el doctor Zepbrep.

El psicólogo se ajustó los lentes. Tenía una seriedad que a Yenny le impedía imaginarse que se tratara de un psicólogo infantil. Mientras se cuestionaba la decisión de sus padres en la elección del psicólogo para Jimmy, el pequeño se encontraba en un cuarto contiguo dibujando. Le encantaba dibujar, era una de las pocas cosas que acarreaba consigo de toda la vida. Ante la dificultad para expresarse de otra forma, el dibujo era prácticamente su única vía de escape.

—¿Sucede algo doctor? —preguntó la chica.

—Primero que todo, me sorprende que haya sido usted quién haya traído a su hermano a la sesión de hoy y no uno de sus padres.

—Están bastante ocupados en estos días —los excusó.

Su madre lo trajo durante las tres primeras sesiones mientras buscaba aceptar al doctor. Su padre le siguió mientras su fractura aún le impedía trabajar. A última hora su padre le avisó que debía volver al trabajo y que ya se sentía mejor de su pierna. Es así como recayó en ella la responsabilidad de acompañar a su hermano menor a su tratamiento psicológico todos los lunes, miércoles y viernes después de clases.

—Por supuesto, deben tener ocupaciones más importantes que la salud de su hijo —cuestionó el doctor ajustándose sus lentes cuadrados que solo agudizaban su actitud inquisidora.

Fue un comentario que no le agradó a Yenny, pero mientras su hermanito no tuviera problemas, se lo callaría.

—¿Ha descubierto algo? —preguntó la chica.

—En efecto —respondió el médico ajustándose sus anteojos nuevamente—. Su mutismo se debe a un efecto producto de su estrés post traumático. Pero, hay algo que me preocupa y que esperaba conversar con uno de sus padres.

—¿A sí? ¿Qué es? —Yenny intentaba ocultar torpemente su preocupación.

—Quería hablarlo con sus padres debido a que ellos son quienes están a cargo de la crianza de Jimmy y sus hermanos, ¿verdad? —el doctor ajustó sus lentes mientras le regalaba una mirada con sus diminutos ojos—, pero justo hoy vino usted a la cita.

—Prometo decirle a mis padres lo que sea que me diga —le aseguró la chica.

—Creo que si usted es quien está aquí, es porque sus padres confían bastante en usted respecto a la crianza de sus hermanos, ¿verdad? —el doctor entrecruzó los largos dedos de sus manos sobre su escritorio.

—Pues intento ayudarlos en lo que pueda —la chica se rascó la nuca con cierto nerviosismo, gesto que no se le escapó al viejo sapo.

—Pues esta es la oportunidad en que mejor puede ayudarlos —el doctor movía con lentitud sus dedos mientras no se perdía ni el menor de los pestañeos de la chica.

—¿A sí? —la coneja alzó una ceja—, ¿qué necesita?

—¿Cómo ve usted la relación que lleva Jimmy con su hermana Yuri? —el sapo lanzó su pregunta.

La pregunta pilló desprevenida a la chica.

—¿Su relación con Yuri? Pues ellos se llevan bastante bien —respondió mientras su mente poco a poco iba recabando más datos.

—¿Y ha cambiado después del incidente? —volvió a preguntar el psicólogo.

—Pues, los he visto más juntos que de costumbre —respondió Yenny—. Pasan más tiempo juntos en la casa, juegan juntos, lo ayuda a comer —en la medida en que iba listando las cosas comenzaba a entender el mensaje del médico—, de hecho casi ni lo deja solo. Lo trata como si él necesitara ayuda para absolutamente todo.

—Hábleme de Yuri —el doctor nuevamente se ajustó los lentes mostrando interés—, cuénteme cómo es ella.

—Pues es alguien muy tierna —comentó Yenny—, aunque si se mete en problemas con cierta frecuencia. Se nos escapa con facilidad y reaparece cuando menos se piensa. Además es bastante extrovertida y enérgica. Le gusta correr y jugar, hablar con todo el mundo, descubrir todo lo que le rodea. Básicamente es lo opuesto a Jimmy.

—He aquí el problema —concluyó el doctor—. Su hermano ha logrado expresar a través de sus dibujos su incomodidad frente a la actitud de su hermana. No es capaz de imponer sus límites frente a su presencia cada vez más dominante. Se siente atrapado.

—¿Atrapado? —no podía dimensionar el tamaño del problema que estaba recayendo en sus manos.

—Este tipo de incidentes no es algo que solo le afecte a una persona, sino a una familia completa —continuó el médico—. Por lo pronto, Yuri parece ser la más afectada después de Jimmy. El problema es que mientras no solucionemos este problema, Jimmy no tiene esperanzas de escapar.

Yenny abrió su boca. Quería hablar, pero su mente quedó en blanco.

—Escúcheme bien —el tono se agravó aún más de lo que llevaba trayendo—, lo que usted puede hacer mientras tanto es estar más atenta a Yuri e intentar evitar que este apego excesivo siga creciendo.

A Yenny le cobraba sentido todo lo que estaba diciendo el doctor. Yuri parecía demasiado cercana a Jimmy desde que regresó tras el secuestro. Era algo preocupante visto desde el ángulo recién planteado. La preocupación ante esto se instaló en su consciencia tras esta explicación.

—Aunque no sé si usted está realmente preparada para este tipo de cosas —agregó el médico.

—¿Qué? —balbuceó la chica a media meditación.

—Veo el miedo en sus ojos —el sapo nuevamente se ajustó sus lentes—, la presión de ser la mayor de tantos hermanos, y velar por el bienestar de cada uno ellos no es una tarea fácil, ni mucho menos comprensible a los dieciséis años.

La mirada a través de esos lentes había desnudado su ser en tan solo una simple conversación.

—Además, no es una responsabilidad que debiera cargar a esta edad —continuó el doctor—, pero a veces uno no escoge la vida a vivir.

Tras un silencio marcado por el lejano ruido del mundo exterior, el doctor continuó:

—En un caso así solo le puedo aconsejar una cosa: no busque la perfección. La vida le está exigiendo más de lo que debería dar. Solo esfuércese lo más que pueda, y si falla, mantenga en su consciencia el hecho de que hizo todo lo que pudo.

—P-pero se trata de mi familia —balbuceó.

—Pero usted es una simple mortal —el sapo logró sonreír por primera vez. El quiebre de su seriedad la tomó por sorpresa. Era una amplia sonrisa, equivalente en largo a la altura de Jimmy—. Confío en que lo va a conseguir, pero le pido que no lo haga a costa de su propio bienestar.

Ese cambio en el rostro del psicólogo le infundió una completa confianza en la chica. Si alguien tan duro y serio como ese sujeto le daba su apoyo, todo era posible. No tenía mucho sentido esa conclusión, pero para su corazón era una verdad absoluta.

—Además, quisiera que le informara todo lo que le he comentado a sus padres —agregó volviendo a su seriedad—. Ellos también son responsables de la salud y bienestar de todos sus hijos.

Yenny afirmó con la cabeza.

La confianza ya estaba infundida en su ser. Tenía claro hacia dónde iba el problema. Sea o no justa su responsabilidad, solo tenía una cosa en mente. Ella se debía a sus hermanos. Ella se debía a su familia.

Yang tuvo un arduo día laboral. No solo se debió encargar del jardín. Llegaron nuevos muebles a la casa y debió ayudar en el ajuste y reajuste de ellos. Se movió de arriba para abajo por toda la mansión con objetos pesados. También debió ayudar con la recepción de algunos hornos y refrigeradores para la cocina. Como si fuera poco, también debió ayudar con la recepción de algunas estatuas. Era su deber ubicarlas en un sitio que quedara en sincronía con todo el jardín.

A pesar de todo aquel trabajo, no pudo quitarse de la cabeza la idea de que algo le ocurría a Sara. La había visto pasear por toda la casa con un retrato en su mano que ocultaba torpemente. La veía mirando hacia el infinito mientras un par de lágrimas surgían de sus ojos. Tras la negativa de la mañana, comprendió que era algo de lo que no quería hablar. Podía inferir que se trataba de su esposo recién fallecido, pero no podía confirmar nada. No era capaz de retirarse de la mansión ese día sin antes intentar animarla un poco.

Fue así como retrocedió apenas se encontraba frente a la salida. Recorrió los amplios pasillos hasta encontrarla mirando el atardecer por una ventana.

—¿Sara?

Ella se volteó sorprendida.

—¿Eh? ¿Aún no te vas?

—¿Está todo bien?

—Te preocupas mucho por mí.

—No la he visto bien hoy —comentó.

—¿Y?

—Pues…

En eso la cierva se acercó a él y lo abrazó. Ese momento lo encontró desprevenido. Su calidez le recordó algo perdido y que no sabía lo mucho que extrañaba. De forma inconsciente, le devolvió el abrazo. Podía sentir su hombro humedecido. La presionó con más firmeza.

—A veces es necesario llorar —le susurró—, ayuda a limpiar el alma.

Los sollozos se hicieron más evidentes tras esa confirmación. Sara simplemente se dejó llevar. No recordaba haber sentido tanta calidez desde la partida de su esposo. Lo extrañaba a rabiar. ¡Oh como lo extrañaba!

Con el atardecer en la ventana de fondo, sus miradas se cruzaron. Era el momento más íntimo que cada uno había tenido desde hace mucho tiempo. Se sentía extraño volver a sentirlo, más aún con la persona que tenían al frente. La magia del momento lo pedía a gritos.

El encuentro fue sellado con un beso en los labios.