Amor Prohibido - Capítulo 22
—¡Lucio!
El aludido dio un respingo sobre su asiento en el que casi tira su hamburguesa Jack Daniel's que estaba por devorar. El león se encontraba almorzando en un restaurante al aire libre cuando recibió una llamada de Yin.
—¿Q-qué p-asa? —tartamudeó asustado ante el grito de bienvenida que la coneja le dio.
—Escapó —respondió. Yin se encontraba furibunda paseándose al interior de su oficina. Afuera, Myriam trabajaba de cabeza sobre su computador intentando pasar desapercibida.
—¿Eh? —el león no lograba captar el mensaje.
—Carl escapó —lanzó Yin.
Un segundo respingo nuevamente puso en peligro la hamburguesa del león. Al tratar de salvarla, la presionó muy fuerte, provocando un salpicón de la salsa sobre su corbata color beige.
—¿Q-q-qué? —tartamudeó asustado e impresionado.
—¡Anoche ese idiota escapó de la cárcel! —gritó desahogando su frustración—. Tan solo le quedaban dos días. ¡Dos mugrosos días! Gracias a nuestro informe y mis habilidades estaba a punto de dejarlo libre luego de secuestrar a mi propio hijo. ¡¿Te das cuenta?! Te estaba haciendo el grandísimo favor de salvar a tu amigo ¿Y así es cómo me lo paga? Esta vez te lo juro Lucio, cuando lo vuelvan a atrapar, me haré cargo personalmente de que se pudra en la cárcel.
El león estaba a punto de abrir su boca cuando la llamada fue cortada. Quedó de una pieza ante la gravedad del asunto y la rapidez con que se le fue anunciado.
—¡Oh rayos! —exclamó una vez que fue capaz de moverse—. ¡Maldición! ¿Esto no puede ser peor? —agregó al notar la mancha en su corbata.
Mientras se lamentaba por su corbata, una gaviota cayó en picada, y en un instante de descuido, le quitó la hamburguesa de sus manos y salió volando.
—Tal parece que sí —comentó.
Para coronar la situación, una paloma le lanzó un poco de excremento sobre su cabeza.
Mientras, en el St. George, los estudiantes de la escuela disfrutaban del recreo. Los cursos más pequeños ansiaban llenar los patios y disfrutar del sol y el aire libre. Los cursos más grandes solían ser más reacios a salir, y se disponían a llenar los pasillos o cualquier sitio que diera hacia el exterior, ya fueran pasillos o ventanales. Solían reunirse en grupos para charlar amistosamente poniéndose al día de las corrientes de interés adolescentes.
—¡No te lo puedo creer! —exclamó Jack impresionado— ¿Cómo lo conseguiste?
—Bueno, mi vecino solía escucharnos los fines de semana —respondió un labrador rubio con las orejas tomadas por atrás con un moño—, y se lo comentó a su tío que trabaja en la policía de Rodehove que justo estaba de visita ese día. Le gustó tanto nuestro ensayo del último domingo que al día siguiente me insistió en que participemos en la batalla de bandas de Rodehove.
Jack se encontraba con sus amigos de la banda en un pasillo en el segundo piso con vista al patio de los niños de primaria. El griterío de los niños, a pesar de ser ensordecedor, no era algo que le molestara a alguien. De hecho, nuestro grupo se encontraba más interesado en un papel que sostenía Jack que en cualquier cosa que pasara fuera de su círculo. La hoja era un afiche invitando a inscribirse y participar de una batalla de bandas a realizarse el sábado en Rodehove.
—¿Pero por qué no nos avisaste de inmediato, Charlie? —preguntó el lobo alto y flaco igual de sorprendido que Jack.
—No quería ilusionarlos —respondió el labrador recibiendo de vuelta el afiche—, primero quería confirmar si podíamos inscribirnos, y tras leer las bases descubrí que las bandas foráneas si podemos participar.
—¡Esto va a estar increíble! —exclamó Francesca sin poder evitar dar un salto de alegría—. ¡Es la primera batalla de bandas que tendremos!
—¡Hay que ensayar muy duro si queremos ganar! —secundó un mono totalmente motivado. Era bajo, delgado, con un pelaje castaño claro. Traía la corbata tan suelta que parecía más un collar de tela.
—¡Esta tarde ensayaremos como nunca! —exclamó Charlie alzando su puño en señal de júbilo.
—¡Si! —exclamaron todos los demás.
—Ehm, yo no puedo —Jack cortó la algarabía grupal—, tengo entrenamiento Woo Foo.
El silencio se asentó en el grupo, con miradas desde sorpresivas hasta recriminatorias.
—Entonces, ¿ensayamos durante el almuerzo? —propuso el mono.
Tras un breve silencio, el labrador exclamó:
—¡Ensayo durante el almuerzo! —gritó alzando su puño en señal de júbilo.
—¡Si! —lo imitaron los demás con euforia.
El día para Jack fue bastante ocupado. Con un horario de almuerzo y descanso casi completamente reducido producto del ensayo, simplemente pasó de largo a las clases de la tarde. Tras el toque final del timbre, sus amigos regresaron a la sala de ensayo, mientras que él tomó el camino hacia el gimnasio. Traía consigo un bolso deportivo con su karategi y su suéter del uniforme sobre el hombro sujeto de un solo dedo. El calor de la tarde le impedía tenerlo puesto, y así creía verse más genial.
Nunca había visto el gimnasio tan lustroso en su vida. Hasta parecía que habían pulido las paredes y el techo. Al tocar uno de los muros, lo notó cubierto con una sustancia grasosa muy resbaladiza. En el medio del lugar, se encontraba su maestro de pie, con las manos en su espalda y su uwagi y zubon perfectamente planchados.
—Buenas tardes maestro —se adelantó a saludar Jack con una reverencia marcial.
—Vete a cambiar —le ordenó su maestro—, luego de entrenar, tendré que conversar contigo.
Tras su excelente relación con el director, Jobeaux tuvo la gran oportunidad de extender sus clases de artes marciales mediante un taller en la escuela. Inicialmente la idea atrajo a muchos estudiantes, pero al descubrir que se trataba de Woo Foo, se fueron retirando definitivamente. Esto no era algo que le preocupaba a Jobeaux, de hecho le bastaba con Jack, quien había demostrado ser un muy buen estudiante. Aspiraba a convertirlo en uno de los guerreros Woo Foo más poderosos que pudiera conseguir con sus habilidades y enseñanzas.
—¡Vaya! Este lugar brilla tanto que puedo verme —comentó Jack entrando de nuevo al gimnasio preparado con su uniforme.
—Cortesía del director Dankworth —contestó—, y será perfecto para tu tarea de hoy.
Jack se volteó observando las relucientes y enceradas paredes, imaginándose cómo poder escalarlas.
—Tendrás que escalar el techo y caminar sobre esa viga de arriba — Jobeaux apuntó hacia la viga transversal que atravesaba el lugar a lo largo a unos seis metros de altura.
—¿Qué? ¿Es en serio? —se quejó Jack mientras intentaba percibir con la mirada si esa viga también se encontraba encerada.
—Recuerda usar tu Woo Foo —le aconsejó su maestro con sus manos tras su espalda.
Fueron las dos horas más insistentes para el conejo. Su magia estaba tan desarrollada como un novato. Esta prueba era la oportunidad perfecta para perfeccionarla, aunque en un principio le costó entenderlo. Inicialmente probó escalar una pared aferrándose inútilmente con dedos y uñas. Luego lo intentó por las gradas. Fue un intento difícil e inútil. Estas también se encontraban enceradas, y aunque lograba llegar a lo más alto, estaba lejos de alcanzar la viga.
Tras un rato intentándolo, se colocó en la pared inicial más decidido que nunca. A seis metros sobre su cabeza, se encontraba la viga. Concentró su Woo Foo en sus extremidades, y una luz celeste rodeó sus manos y piernas. Aunque aún se resbalaba, notaba que su agarre era más fuerte. Jobeaux, quien estuvo todo el rato observándolo con paciencia, esbozó una sonrisa al ver el avance de su estudiante.
Antes de conseguir cruzar la viga, la había alcanzado unas tres veces, pero debido a su poco agarre en las piernas, terminó por resbalarse y caer. Debía comenzar de nuevo desde el principio. Esto no desalentó al conejo, hasta que tras el cuarto intento finalmente pudo conseguir su objetivo.
—¡Lo he logrado! —exclamó alegre dando un salto desde el otro extremo de la viga hacia el suelo, que podría haber impresionado a cualquier observador incauto que hubiera pasado por el otro lado de la puerta entreabierta —¿Lo vio maestro? Finalmente pude hacerlo.
—Bien hecho Jack —respondió con una sonrisa mientras se sentaba en el suelo en posición de loto.
Su alumno, al verlo así, se acercó a él y se sentó en la misma pose frente a frente.
Las luces provenientes de las enormes ventanas en la parte alta de las paredes dejaban entrar una luz amarillenta característica de los rayos solares al comenzar su despedida. Jobeaux observó detenidamente a su alumno. Su misión consistía en regresar a la antigua academia Woo Foo en donde estaba seguro que se escondía La corbata y tirantes Woo Foo que curan. Era el único objeto Woo Foo que podría eliminar todo rastro del Maestro de la Noche del cuerpo de Jimmy y evitar un eventual regreso de este formidable enemigo.
Perfectamente podía ir solo, pero quería llevarlo. Estaba totalmente consciente del riesgo que implicaba. Encontrarse con el lugar en que crecieron sus padres. Descubrir que ellos son hermanos. Muy en el fondo, sabía que su objetivo real era precisamente llevarlo al lugar ideal para confrontarlo con la verdad. Tarde o temprano terminaría por descubrirlo, y no quería ser cómplice de una mentira. Además, un compañero no le vendría nada mal.
—Tengo una misión Woo Foo muy importante —comenzó Jobeaux tras un par de minutos en donde el silencio se hizo presente—, y me gustaría que me acompañaras. Aprovecharás de aprender muchísimo acerca de la historia del Woo Foo.
—Por supuesto que me encantaría ir —ante esta propuesta, Jack quedó completamente motivado.
—Debo ir al pueblo en donde surgió el Woo Foo —continuó Jobeaux—, a la academia en donde di mis primeros pasos en el Woo Foo. Será una oportunidad única para que puedas aprender más sobre su historia.
Era una idea cada vez más tentadora para Jack, quien a cada segundo tenía un afán cada vez más grande por partir inmediatamente a ese pueblo.
—Debo ir en busca de un objeto Woo Foo muy valioso e importante —continuó el goblin—, me será de mucha importancia para otra misión Woo Foo secreta.
—¿Otra más? —preguntó el conejo con interés.
—Pero vamos con calma —agregó su maestro—. Por lo pronto quisiera que me acompañaras en este viaje.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó animado.
—Será este sábado —agregó Jobeaux.
Su motivación chocó de golpe en el interior de Jack. Fue como si alguien le hubiera dado una patada en el estómago desde dentro. Jobeaux notó que algo había chocado en las genuinas intenciones del muchacho de participar.
—Además —agregó mientras le extendía un papel—, sé que tu madre es abogada, y sé que si te saco de la ciudad sin su consentimiento, es muy probable que me meta en problemas.
—¿Qué? —extrañado, el conejo alzó una ceja.
—Así que aunque quieras ir, no te dejaré venir conmigo si no vienes con este permiso firmado por uno de tus padres.
Jobeaux le extendió el papel. Jack lo recibió y lo observó con extrañeza.
—¿Está seguro de que esto es necesario? —preguntó.
—Es más que necesario —respondió el goblin.
Jack estaba a punto de replicar, cuando alguien los interrumpió.
—No sabías que aún estaba en la escuela, Jobeaux —Lina entró al gimnasio. Llevaba puesta una chaqueta azul marino y su cartera color café claro colgando de su hombro izquierdo.
—Bueno, el rato se pasa volando cuando practicas Woo Foo —respondió el goblin poniéndose de pie de un salto seguido de su alumno.
—¿Estás… lo estás entrenando? —preguntó incrédula al percatarse de la presencia del conejo. Venía aproximándose hacia ellos hasta quedar junto al par en medio del gimnasio.
—Así es —afirmó Jobeaux con serenidad.
—¿C-cómo lo convenciste? ¿Acaso ya sabe lo de sus padres? —balbuceó aún sin poder superar su impresión.
—Perdón, ¿qué cosa? —intervino Jack extrañado especialmente ante la última pregunta.
—Jack, vete a cambiar. Terminamos por hoy —le ordenó su maestro.
Pasaron un par de segundos sin que nadie se moviera de su sitio. Cada quien estaba congelado en su puesto, esperando al primero en moverse para ganar el juego.
—Jack —repitió Jobeaux, esta vez con más dureza en su voz.
El conejo obedeció y se dirigió a los vestidores. Una vez cerrada la puerta, no se pudo resignar. Acercó su oreja a la puerta con la esperanza de oír algo de la conversación con la orientadora. A simple vista era imposible que lograra su objetivo. Estaba por lo menos a diez metros de distancia de los hablantes, y ni sus orejas superdesarrolladas cortesía de la madre naturaleza le permitían captar algo. Decidió utilizar una bola de magia Woo Foo como si se tratara de un vaso para ampliar las señales auditivas. Una bola celeste brillante se interpuso entre su oreja y la madera, captando perfectamente la conversación entre ambos.
—¿Qué rayos quieres Lina? —preguntó Jobeaux sin poder evitar demostrar molestia en su voz.
—Lo siento —se disculpó—, pensé que ya le habías dicho.
—¡¿Cómo se te ocurre?! —exclamó—. ¡Eso no se dice así como así! Se supone que como psicóloga sabe eso.
—¡Pero como no eres psicólogo, no deberías saberlo! —se defendió Lina casi en el mismo tono.
—Tengo sentido común — Jobeaux se cruzó de brazos.
—Entonces… ¿no lo sabe? —preguntó finalmente la orientadora.
Jobeaux negó con la cabeza.
—Entonces… ¿Cómo?
—Él vino por voluntad propia —respondió—. Lleva el Woo Foo en la sangre.
—Me imagino —comentó Lina con un tono sarcástico—, pero, ¿piensas decírselo?
—Este sábado volveremos al pueblo Woo Foo —le dijo el maestro—. Debemos ir a buscar La corbata y tirantes Woo Foo que curan.
—¿Qué? —Lina aún estaba a medio procesar la nueva información.
—El Maestro de la Noche está por regresar —prosiguió Jobeaux—. Eso te debería importar más que los padres de Jack.
—¿Qué? —Lina aún no podía terminar de entender todo.
—Escúchame bien — Jobeaux prosiguió con una mirada decidida—, Jack es mi responsabilidad y me haré cargo de la bomba que le significará la verdad sobre su pasado. Si de algo te preocupa, bien harías en preocuparte de sus hermanos, especialmente de Jimmy.
—¿Jimmy? —Lina dejó a medio camino su procesamiento al oír el nombre del menor de los Chad—. ¿Por qué Jimmy?
—Solo sigue mi consejo —sentenció el goblin.
Jack no podía controlar el temblor en sus manos. En parte hubiera preferido no haber escuchado nada, pero de todas formas su tranquilidad terminaría el sábado. Aún podía escoger la batalla de las bandas de sus amigos y olvidarse de todo el problema, pero, ¿qué era eso que un tal Maestro de la Noche iba a regresar? ¿Qué tiene que ver Jimmy? ¿Qué sabe su maestro y la señorita Swart de sus padres? La ansiedad lo obligó a quedarse sentado en un banquillo de los vestidores durante un largo rato. Ni siquiera era capaz de moverse. No podía controlar sus temblores. No podía controlar su propio cuerpo. Sentía que su cuerpo entero se agarrotaba. Estaba asustado.
Aquella noche simplemente no pudo dormir. Se daba vueltas en la cama como las cuchillas de una licuadora. Tenía dos opciones para aquel sábado. Dos opciones que iban a ser muy importantes en su vida. Por un lado tenía el afiche de la batalla de las bandas en Rodehove. Por otro lado, el permiso entregado por el Maestro Jobeaux que le permitiría ir a su primera misión Woo Foo secreta.
Ir a la batalla de bandas le permitiría olvidarse de todo el problema. Hacer como que nada de eso existió sería pan comido y caso cerrado. Pero, ¿cómo podía abandonar a su maestro frente a la aparición de un enemigo poderoso? ¿Cómo podía desistir ante la única oportunidad de su vida para conocer algo más sobre el pasado de sus padres? ¿Cómo pasar desapercibido el hecho de que hay algo más tras Jimmy? Eran preguntas poderosamente tentadoras. No podía dejarlas pasar. Aunque sospechaba que las respuestas podían ser dolorosas, no era capaz de concebir la dimensión de ese dolor. Solo podía pensar en una curiosidad extrema, y en una nueva puerta a abrirse para subir su nivel Woo Foo.
Ir a la misión Woo Foo secreta le permitiría zanjar todas sus dudas de una vez. ¿Por qué sus padres no querían que practicara Woo Foo? Sin duda tendría su respuesta. Pero, algo sobre lo que debía tener total conciencia es que tras ese viaje no había vuelta atrás. Absolutamente nada volvería a ser como antes, especialmente con sus amigos. Abandonarlos en medio de su primer gran evento público sería algo imperdonable para ellos. Sencillamente no podía abandonarlos, no podía fallarles. Se conocían prácticamente desde la primaria. Su afición por la música terminó por unirlos. Además, como cereza del pastel, no había forma de conseguir que alguno de sus padres firmara el permiso, y sin este su maestro no lo llevaría.
Los siguientes días lo llevaron lentamente hasta la fecha límite. Sus amigos estaban más que ilusionados con participar —e incluso ganar— la batalla de las bandas. Solían ensayar hasta prácticamente la hora de cierre del colegio. La fecha estaba demasiado encima. Como su entrenamiento Woo Foo era con una menor frecuencia, solo pudo toparse con el Maestro Jobeaux durante su clase de gimnasia el viernes. Él simplemente le comentó que lo esperaría el sábado a las siete de la mañana afuera de la academia que tenía en el centro de la ciudad. De no llegar, inferiría que se había arrepentido e iría solo.
A su familia solo le comentó lo de la batalla de las bandas. Debía hacerlo porque el miércoles comenzaron a quedarse hasta las diez de la noche en la escuela ensayando, y claro, terminó por contarle a su madre la razón. Fue tema en el desayuno de la mañana siguiente. En general todos estaban alegres y orgullosos por la oportunidad que él y sus amigos habían recibido. Su actitud torpe y desconcentrada la atribuyeron a los nervios ante esta nueva oportunidad. Nadie, absolutamente nadie sospechaba del verdadero dilema del chico.
Llegó el viernes por la tarde. El padre de Charlie había ofrecido llevarlos hasta Rodehove. En un principio habían propuesto usar la van de Jack, pero él comentó que su padre la necesitaba para su trabajo, además debían llevar al médico a Jacob ese día. Si no fuera por las actividades de su familia, el propio destino habría escogido por Jack. El grupo decidió encontrarse a las siete de la mañana en la casa de Charlie para partir hacia Rodehove. Jack tenía hasta esa hora para tomar una decisión.
La desesperación llegó al máximo al encontrarse en la fecha límite y no haber tomado una decisión. Su familia estaba convencida de que iría a Rodehove. Era cosa de callarse y seguirle la corriente al mundo. ¡Fácil! ¿No? La conciencia le pedía a gritos que no se olvidara del Maestro Jobeaux, pero al pensar siquiera en la posibilidad de ir con su maestro, la conciencia cambiaba de bando y le gritaba que no se olvidara de sus amigos.
—¿Jack? —Yenny entró a su cuarto al ver la luz encendida cuando eran pasadas las dos de la mañana—. ¿Qué haces despierto a esta hora?
El conejo se encontraba con su pijama a rayas sentado en posición de loto sobre su cama. Frente a él tenía sobre las cobijas los dos papeles que representaban las dos opciones que debía tomar en un plazo que no era de más que unas horas.
Él simplemente la miró. Ya no le quedaban palabras. El sueño y la ansiedad lo estaban liquidando. Ella pudo ver el cansancio en su rostro. Ojos inyectados en sangre, lagañas, ojeras, rostro caído, orejas colgando. Parecía como si hubiera tenido la peor semana de su vida.
—¿Pasa algo Jack? —la chica se asustó al verlo en ese estado. Temía que estuviera enfermo o algo así.
Su hermano intentó articular una palabra, pero no sabía por dónde siquiera comenzar. Su cerebro ya se estaba congelando por el esfuerzo sobrehumano. No tuvo que decir mucho. Yenny recogió ambos papeles que tenía frente a sí, y los observó detenidamente. La batalla de las bandas era una noticia más que conocida. El permiso en cambio era suficientemente explicativo como para que la chica comprendiera la situación.
—Jack… —balbuceó.
—No sé qué hacer —fue lo único que pudo articular.
—¿De qué se trata esa misión Woo Foo secreta? —le preguntó sentándose al borde de la cama.
—Voy…. Voy a saber muchas cosas —balbuceó esforzándose por hablar. La conversación le estaba ayudando a enfocarse en el presente.
—¿Qué cosas? —insistió Yenny.
—Sobre nuestros padres —respondió Jack recuperando poco a poco el habla—, su pasado y su relación con el Woo Foo.
—¡¿Qué?! —gritó Yenny para luego cubrirse la boca con rapidez, arrepentida por el peligro de despertar a toda la casa. Ese grito sí logró despertar a Jack, quien pudo espantar todo el sueño que tenía.
Ambos quedaron en silencio, esperando hasta el más leve ruido. Por fortuna, al parecer nadie los escuchó.
—Jack, ¡esto es importantísimo! —le susurró su hermana agitando el permiso frente a sus ojos.
—¡También lo es la batalla de las bandas! —agregó Jack agitando el afiche—. ¡No puedo abandonar a mis amigos!
En ese momento, finalmente, Yenny entendió el dilema de su hermano.
—Pues, la única solución que te queda en este momento es duplicarte o algo así —le dijo.
—Lo sé —respondió escondiendo su cabeza entre sus propios brazos.
Yenny suspiró. Siempre ha tratado de ayudar a todos mientras ha podido, pero el problema de Jack era demasiado incluso para ella, especialmente por la hora en que se vino a enterar. Aunque, si se hubiera enterado con días de anticipación, al final terminarían en el mismo punto en que se encontraban. Definitivamente era una decisión difícil, por no decir imposible.
—¿Sabes Jack? —le dijo—. Al final debes aceptar que sea cual sea la decisión que tomes, vas a perder algo valioso. Ahora más que nunca deberás poner en orden tus prioridades.
—En todo caso no me sirve de nada este permiso si no está firmado —comentó Jack levantando la hoja que había quedado sobre la cama—, así que supongo que la decisión se tomó sola —agregó con resignación.
—Te ayudaré con esto —Yenny le quitó la hoja, se acercó al escritorio que había en la habitación, hizo un hueco en medio del desorden, y comenzó a escribir algo. Jack la pudo ver de espaldas, sin enterarse de lo que estaba haciendo.
—Aquí tienes —su hermana le entregó el papel. Jack abrió los ojos y la boca lo más que pudo ante lo que vio.
—¿Es-es l-la firma de mamá? —tartamudeó impresionado y algo asustado.
Y en efecto, el nombre y la complicada firma de Yin se encontraban estampadas sobre el permiso. Era sin duda la mejor imitación jamás creada.
—Es una de las cosas más importantes que he aprendido en estos años —le respondió la chica—, pero no se lo digas a nadie —le advirtió con severidad.
Algo que había bloqueado en el interior de Jack se desató ante su boleto completado. Una euforia se apoderó de él a tal punto que podría correr, saltar, bailar, volar, y no detenerse jamás.
—¡Gracias! —exclamó mientras la abrazaba con fuerza. Una emoción descontrolada se había apoderado de él sin siquiera entender su origen y propósito.
Yenny no esperaba tal reacción, pero no le importó. Parecía que la cara larga que lo había acompañado durante aquella semana al fin lo había abandonado. Ambos sabían que la decisión ya estaba tomada.
—Ahora trata de descansar un poco —le dijo tras finalizar su abrazo—, lo peor que podrías hacer es quedarte dormido.
Una sonrisa mutua había iluminado el camino que debía elegir.
—Hogar de la familia Chad, ¿qué necesita? —una somnolienta Yin respondió el teléfono familiar la mañana del sábado. El último sol apenas asomaba a eso de las ocho de la mañana. Yenny apenas pudo dormir, y ante el sonido del fono despertó de un salto. Cuando estaba por bajar las escaleras, vio que su madre llegó primero y pudo atender antes que ella.
—¿Qué? ¿Cómo que no llegó? Puede que se haya quedado dormido, iré a ver de inmediato —Yin dejó a un lado el auricular para dirigirse hacia las escaleras. Yenny de inmediato se escondió en su cuarto. El ruido del exterior logró indicarle que la hipótesis de Yin no era correcta.
—Acabo de ver su cuarto y no está, ¿están seguros que no llegó? —la voz alarmada de Yin se hizo notar—, si, no se preocupen, nos encargaremos de esto, cualquier cosa les avisamos, está bien, adiós.
En efecto, Jack había tomado una decisión.
