Amor Prohibido - Capítulo 23

—¡Maestro!

Jack pudo observar a su mentor frente a las puertas de su academia. El primer sol comenzaba a salir por el horizonte, extendiendo largas sombras sobre todo lo que tocaba. Jobeaux se encontraba vistiendo ropa casual, con una chaqueta de mezclilla sobre una camiseta blanca, pantalones deportivos y zapatillas oscuras. Traía consigo una mochila que parecía venir cargada. Jack también traía la suya, principalmente con bocadillos, puesto que fuera cual fuera la decisión, apenas habría tiempo de almorzar.

El goblin le sonrió al verlo acercarse corriendo.

—Llegas a tiempo —le dijo mientras observaba su reloj en su muñeca—, ¿trajiste el permiso?

—Por supuesto —respondió el conejo mientras hurgueteaba al interior de su mochila.

Tras unos cuantos segundos sin encontrar el papel, comenzó a sacar cosas desde el interior. Se sentó en el suelo mientras repartía todo lo que tenía sobre la acera. Poco a poco la emoción de Jack fue tornándose en un terror cada vez más inaguantable.

—No lo entiendo —comentó cuando ya no quedaba nada más que sacar—. ¡Juro que lo tenía aquí!

El conejo empezó a revisar entre las cosas que había sacado, los bolsillos pequeños de su mochila, ¡incluso en los bolsillos de su propia ropa! Pero no había rastros del papel.

—Sabes bien que si no tienes el permiso, no podrás venir conmigo —le dijo su maestro con las manos en su espalda.

—¡Juro que lo tenía! —el terror se había apoderado de Jack. ¡Tanto desvelo para nada!—. No, no puede habérseme quedado en la casa. ¡Tiene que creerme!

Jobeaux lo observó con una paciencia que solo aumentó la tensión de su alumno.

—Lo siento, no puedes venir conmigo —sentenció tras unos minutos más de espera.

—P-pero maestro —balbuceó mientras guardaba todo lo que había desparramado en la acera—. ¡No puede hacerme esto!

—Aún tienes la batalla de las bandas —comentó Jobeaux—. Estás a tiempo todavía.

Jack quedó petrificado ante ese comentario.

—¿C-cómo lo sabe? —balbuceó.

—Gran parte de la escuela lo sabe —respondió.

Jack quedó de rodillas en el suelo, sin habla, sin movimientos, viendo como poco a poco su maestro le daba la espalda y se dirigía en dirección del sol.

El dichoso papel, el dichoso permiso firmado, se había quedado sobre la mesita de noche de su cuarto, lo suficientemente visible como para que cualquiera pudiera verlo. Había quedado así para no olvidarlo durante la mañana. Meta no cumplida.

Tras la llamada recibida por Yin, el bullicio se desató en la casa de los Chad. La coneja despertó a toda la familia y les informó de lo sucedido, en busca de respuestas. Respuestas que solo tenía Yenny, y que no pensaba decir.

—¿Pero estás segura que no se retrasó o algo así? —comentó Yang intentando calmar a su esposa.

—Me dijo su amigo que lo habían esperado por horas, además que no contesta el teléfono —respondió Yin al borde de la desesperación—. ¡Dios! ¿Qué tal si le pasó algo de camino?

—¿Y no que sabe artes marciales? —intervino Jacob bastante somnoliento. Al igual que el resto de sus hermanos, no estaba acostumbrado a despertar tan temprano un día sábado.

—¡Pero aun así! —replicó su madre—. ¡Uno nunca sabe! ¡Especialmente luego de la fuga de Carl!

El silencio se hizo presente en el lugar. Nadie esperaba este relevante dato.

—Que Carl ¡¿Qué?! —Yang fue el primero en reaccionar.

—Ese infame —Yin prosiguió su monólogo paseándose frente al resto de su familia—, primero se metió con Jimmy, ¡y ahora con Jack! ¡No se lo pienso perdonar!

Yenny sintió la primera tentación por soltarlo todo al ver como las cosas comenzaban a descontrolarse.

—Pero, ¿por qué Carl haría eso? —comentó Jacob desconcertado.

—Sí, digo, ¿por qué nos tendría mala? —agregó Yuri mientras se restregaba un ojo—. Entiendo que sea un tipo malo, pero si secuestró a Jack, significa que realmente tiene algo contra nosotros.

—Claro —agregó Jacob—, como si se estuviera ensañando con nosotros.

—¿En-sa-qué? —cuestionó su hermana descolocada.

—Es una historia un tanto larga —se le salió a Yang. En el intertanto repetía sus intentos de comunicarse con su hijo telefónicamente. Él y Yin ya lo habían llamado una docena de veces, cada uno sin respuestas.

Yin en tanto subió nuevamente al cuarto de su hijo. Observó con detenimiento cada detalle del lugar en busca de una pista. No le tomó mucho tiempo descubrir el permiso firmado.

—Al parecer Carl no fue —anunció bajando las escaleras con el papel en la mano. A grandes zancadas se dirigió frente a frente a Yenny, a quién le mostró el permiso recién descubierto.

—¿Sabías de esto? —le preguntó con dureza en su mirada.

La coneja palideció al reconocer el permiso que había firmado recién durante la madrugada. Las ideas se conectaron muy rápido. No podría haber ido con el Maestro Jobeaux sin ese permiso, y no estaba con sus amigos. Entonces, ¿en dónde rayos estaba?

—¿Q-qué es eso? —tartamudeó intentando mostrarse tranquila inútilmente.

—Estabas a cargo de alejar a Jack del Woo Foo —le recriminó su madre—. Sabías de esto, ¿no?

—Déjame ver —Yang le arrebató el papel. Tras leerlo, el terror se apoderó de sus facciones.

—Yenny, esto es muy serio —le recriminó su padre desquitando su frustración por sentirse atrapado en el terror de un pasado que nuevamente lo amenazaba con quitarle a su hijo.

—Ahora vas a decirnos en dónde está tu hermano ¡Ahora! —le ordenó su madre cruzándose de brazos.

—Dinos Yenny, ¿por qué nos ocultaste esto? —la molestia de Yang se sumó a la de su pareja.

La chica no hallaba en qué agujero esconderse. Aunque su madre solía ser quien ponía orden en la familia, la firmeza era su arma de batalla. Ahora esta se veía superada por un enojo pocas veces visto. Tenía la horrible sensación de que en cualquier momento la discusión se volvería realmente violenta en sus manos. Esto sumado al enojo de su padre, algo más que raro, la ponían en una de las posiciones más difíciles de su vida.

Por fortuna, el celular que traía en el bolsillo de su bata comenzó a sonar. ¿Había sido salvada por la campana? Por desgracia, el que llamaba era precisamente Jack.

—Yenny, necesito ayuda —se alcanzó a escuchar del otro lado del fono—. ¡Se me quedó el permiso! El maestro Jobeaux prometió esperarme hasta las nueve en la estación de buses si llego a tiempo con el papel.

Sus padres estaban tan cerca de ella que oyeron cada una de las palabras. Yin le arrebató el teléfono a su hija y contestó en su lugar.

—El papel lo tengo yo —le dijo con un tono amenazante—, y si no regresas a casa ahora, tú y tu hermana estarán en serios problemas.

Jack, del susto al reconocer la voz de su madre, cortó como si fuera un acto reflejo.

Un sudor frío le recorrió el espinazo. Estaba en la peor de las situaciones. Su teléfono estaba plagado de llamadas perdidas de medio mundo. Estaba desolado, sentado en un asiento de un parque. A pesar de ser un hermoso día primaveral, no podía sentir ni el trinar de las aves, ni el calor de los soles, ni el viento tenue, ni el aroma de las flores. Nada existía en torno a un Jack destrozado. Había perdido la oportunidad de ir a Rodehove con sus amigos. Había perdido la oportunidad de ir con su maestro y responder tantas preguntas que le aquejaban. Lo peor es que encima sus padres lo sabían todo y había metido a Yenny en problemas.

—Dios no… —susurró cubriendo su cara con sus manos para que nadie notara que ya no podía controlar sus lágrimas.

Mientras, en la casa de los Chad, la preocupación se había convertido en tensión. Los tres hijos menores se encontraban sentados en el sofá, expectantes a lo que fuera a suceder. Yenny se hallaba cabizbaja, intentando evitar la mirada de su madre, quien no le perdonaba aquella traición. A Yang se le había difuminado el enojo, más bien se le veía nervioso mirando a todos lados, mayoritariamente a su reloj de pulsera. Yenny lo observaba de vez en cuando implorando piedad de su parte, pero él no pretendía prestarle un salvavidas.

—¿Cómo consiguieron mi firma? —Yin lanzó repentinamente la pregunta.

Tras un instante sin respuesta, Yin insistió:

—Te hice una pregunta, y quiero que me veas a los ojos al responder.

Yenny alzó la vista. No recordaba haber decepcionado de esa forma a sus padres, y en su primera vez, parecía como si hubiera cometido el peor crimen de su vida.

Necesitaba calmarse. ¿Qué había hecho tan mal? Falsificar una firma. Pero, al parecer sus padres se veían más molestos por el hecho de que Jack se acercara al maestro Jobeaux que por otra cosa. ¿Por qué? Cuestionar a una madre furiosa es el reto suicida para cualquier hijo. Seguramente Jack se habría lanzado al desafío, pero ella no se atrevía. El papel estaba ahí, sobre la mesita de centro. Sus hermanos seguían en pijama. Jimmy estaba quedándose dormido. Yuri y Jacob no hallaban a qué atenerse. Absorbían cada detalle con la mirada. Ella tampoco tenía respuesta para ellos, tan ajenos a la situación.

No, por ella, por Jack, por la familia, por la verdad. Debía lanzarse al desafío.

Jack intentó una última oportunidad. Caminó paso a paso hasta la estación de buses. Se notaba cabizbajo, decaído. Frente al andén número ocho lo esperaba su maestro. Venía con las manos vacías. Tenía la última esperanza de rogarle a su maestro de llevarlo a pesar del permiso.

—¡Jack!

Una voz familiar hizo eco en sus oídos. El conejo alzó la mirada. Cerca del andén número siete encontró a alguien que no esperaba.

—¿Yenny? —preguntó extrañado al ver a la coneja.

La chica fue corriendo hasta donde él y lo abrazó sin que él se diera cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Ven corre! —exclamó mientras lo arrastraba de un brazo por entre la muchedumbre.

El conejo se dejó llevar sin entender lo que estaba pasando. Había mucha gente aquella mañana y era un desafío esquivarlos a todos. A pocos metros pudo divisar a su maestro, quien lo esperaba en el andén número ocho. Allí había un bus que lo esperaba para la partida.

—¡Maestro Jobeaux! —exclamó al verlo.

—Tu hermana me trajo esto —el goblin agitó un papel frente a él. Jack reconoció inmediatamente el famoso permiso olvidado.

—¿Qué? —balbuceó incrédulo—. ¿Cómo lo hiciste? —agregó dirigiéndose a Yenny.

—Pues verás… —Yenny no alcanzó a completar la oración, cuando el terror se apoderó de su rostro. Desde la dirección en la que venían, detrás de Jack, aparecieron Yin y Yang corriendo mientras esquivaban a los pasajeros.

—¡Aléjate de mis hijos, Jobeaux! —gritó Yin cuando ambos se encontraban a unos diez metros de distancia.

Jack se volteó y pudo entenderlo todo.

—¡Jack! ¡Yenny! ¡Vengan aquí ahora! —les ordenó Yang.

Ambos grupos quedaron separados por unos cinco metros de distancia. No había mucha gente rondando cerca del andén, y las pocas personas que allí había se voltearon a mirar tras los gritos de los conejos. Jack retrocedió un par de pasos, colocándose a un lado de Jobeaux. Yenny por su parte se aferró al brazo del goblin como esperando sobrevivir a un huracán. Jobeaux no pudo ocultar su impresión tras reencontrarse con los gemelos Chad.

—Si no dejas a mis hijos en paz, ¡yo misma acabaré contigo! —amenazó Yin dando un paso más e iluminando sus manos con un fuego celeste claro. El impacto golpeó a sus hijos al verla con ese fuego. Nunca habían visto a su madre usar su Woo Foo.

—¡Basta! —gritó Jobeaux anteponiéndose a los dos chicos que pretendía proteger—. ¡Yin! ¡Yang! ¿Hasta cuándo piensan mentirles a sus propios hijos?

La mirada asesina de ambos conejos no disminuyó ni un poco la determinación del maestro, quien se atrevió a dar un paso más de forma desafiante.

—Tiene dos alternativas —continuó Jobeaux tentando su suerte—: o me dejan llevarlos al pueblo Woo Foo, en donde les mostraré todo como corresponde, o se los digo aquí y ahora.

Esas palabras apagaron el fuego en las manos de Yin. El goblin había cruzado la línea como nunca nadie se había atrevido antes. ¿Cómo es posible? Si estuviera en sus manos, le habría cortado la garganta con tal de no dejarlo hablar. Pero, cualquier movimiento en falso podía terminar en desgracia. El miedo se hizo presente. No podía mover ni el más mínimo músculo. Literalmente la congeló. Solo podía sentir una sensación de hielo polar recorrer todo su cuerpo. Sus pies parecían pegados al piso, atraídos por una fuerza avasalladora. Mientras, la ira se acumulaba en su mirada, jurando una de las más fieras venganzas. Odiaba sentir ese miedo petrificante. Apenas pudiera derretirlo, Jobeaux deseará no haber nacido.

Yang apretó los puños y dientes, esperando la señal para atacar. Toda su atención se centró en los movimientos de su enemigo. Podía sentir la calma antes de la tormenta por cada poro de su piel. La emoción estaba a flor de piel. La juventud de antaño despertaba junto a su nuevo poder Woo Foo dormido. Esto iba a explotar, era seguro. Estaba listo. No le importaban secretos ni chantajes. Si se atrevía a abrir la boca, si se atrevía a pronunciar la más mínima palabra, si se atrevía a perturbar a sus hijos, si se atrevía a cuestionarlo, era animal muerto.

—Créanme —prosiguió el goblin—, es algo que me van a agradecer.

El silencio solo hizo que la tensión aumentara. Jack y Yenny se miraban entre ellos, buscando alguna respuesta en el otro, respuesta que simplemente no tenían en su poder. El que calla otorga, eso dicen por ahí. Si sus padres no negaban la existencia del famoso secreto que quería mostrarles Jobeaux, era porque si había algo oculto. Era más que evidente. La gran pregunta que recaía en los jóvenes conejos era. ¿Qué eran tan grave como para que sus padres actuaran de ese modo?

—Si desean pueden acompañarme. El bus está por salir —agregó con un inútil esfuerzo de sonar más calmado. Era su deber evitar que este encuentro terminara con violencia. Sabía que convencer a Yin y Yang que debían confesar su parentesco a sus hijos no era fácil, pero era necesario. Jack tenía pasta de guerrero Woo Foo, y tarde o temprano se toparía con la verdad en su camino. No existe secreto que se oculte para siempre. Era algo que sus padres debían entender.

—Si no te alejas de mis hijos, te vas a arrepentir —la furia en la voz de Yang se hizo irreconocible para todos los presentes. Fue una frase lenta y desafiante. Con cada sílaba buscaba imponer el miedo en su oponente. Sus hijos lo miraron con terror. Yang dio un paso. Un aura azul comenzó a emanar de su cuerpo mientras que sus puños apretados comenzaban a crecer. No, ese no era el conejo simpático y despreocupado que solía ser su padre. Era un monstruo. Se le veía tan temerario que hasta los desconocidos que los rodeaban empezaron a retroceder. Una fuerza Woo Foo se disparó desde el cuerpo de Yang que no pudo evitar aterrar a Jobeaux. No se esperaba que tras años sin practicar Woo Foo aún conservara tanta energía.

—Créeme Yang —intentó calmarlo Jobeaux preparando su pose de batalla—, lo que menos quiero es pelear contigo.

—Niños, vengan aquí, ¡ahora! —le ordenó Yin a sus hijos, sospechando del peligro que corrían al encontrarse en el lugar equivocado. Esperaba que Yang se hiciera cargo de Jobeaux. Después podría limpiarlo de polvo, paja y sangre.

—¿Por qué les afecta tanto que sus hijos sepan que… — Jobeaux decidió atreverse, aunque fuera lo último que hiciera en su vida.

No alcanzó a terminar su frase. Como una ráfaga Yang se acercó hacia su contrincante con un par de enormes puños dispuesto a pulverizarlo. Con rapidez, Jobeaux lo recibió con un campo Foo. La onda de choque estremeció a todos los presentes, quienes se cubrieron instantáneamente. El campo Foo resistió, pero quedó bastante fracturado. Mientras Yang comenzó con una seguidilla de golpes con sus puños del dolor. Jobeaux intentaba renovar su campo Foo, pero la fuerza y velocidad de Yang le advertían que no duraría mucho.

Yenny y Jack se alejaron asustados. Temían que este nuevo e irreconocible Yang también se desquitara con ellos. En el fondo Jobeaux agradeció la acción. Cuando parecía no resistir más, Jobeaux deshizo el campo y se agachó. Con esto logró evitar el golpe de Yang y a la vez tuvo la oportunidad de responderle con una patada en el estómago. Fue lo suficientemente fuerte como para lanzarlo unos veinte metros hacia atrás. El conejo terminó incrustado en un ventanal de la estación.

De inmediato notó que Yin reaccionaba. Antes que ella pudiera moverse, Jobeaux se acercó hacia ella por la espalda y la inmovilizó sujetándola de las muñecas. Ella aprovechó la cercanía con el enemigo e iluminó sus manos con la misma luz celeste. El goblin no alcanzó a noquearla como lo tenía esperado. De pronto sintió que le faltaba el aire. Solo fue cuestión de tiempo para que la terminara soltando. El maestro comenzó a ponerse morado ante la falta de oxígeno. Yin aprovechó el momento para reincorporarse y sujetarlo del cuello de la camiseta. Con la mano derecha lo levantó del suelo, mientras que con la izquierda moldeó la luz que tenía allí dándole la forma de un afilado cuchillo.

—Llegó tu fin —le advirtió con determinación.

Jack vio en cámara lenta cómo su madre tenía la real intención de aplicar la cuchillada directo al cuello de su maestro. No podía permitirlo. Intervino en la pelea. Sujetó el brazo de su madre cuando estaba a milímetros de atravesar la piel de su enemigo con su arma de energía.

—¡No! —gritó el chico. Su mirada se encontró con la de su madre. Era refulgente, tenebrosa, fría, mortal. A pesar que una mirada así lo haría retroceder como un pequeño asustado, una cosa tenía claro: no podía permitir que dañaran a su maestro.

—Jack ¡No te metas! —le gritó su maestro al tiempo en que el maestro le lanzó unas bolas de fuego a Yin. Ella logró neutralizarlas con su magia mientras retrocedía aproximadamente diez metros. Gracias a esto pudo librarse del hechizo que lo tenía sin respiración.

El joven no sabía exactamente qué hacer. Jobeaux en cambio, lo empujó a un costado al tiempo en que comenzaba a recibir unos rayos azules por parte de Yin. Logró esquivar la mayoría mientras desviaba con su propia magia algunos pocos. El ataque y defensa de ambos se hizo cada vez más rápido, al punto en que era imposible ver sus movimientos a simple vista. Jobeaux consiguió su objetivo de acercarse a Yin. Cuando se encontraba a un par de metros de distancia usó un pequeño campo Foo para conseguir que uno de los rayos de la coneja rebotara estratégicamente. El rayo rebotó en el espejo retrovisor de un autobús, en un ventanal de atención, en la pantalla de un teléfono de un transeúnte distraído, y finalmente llegó directo a la nuca de Yin. El golpe fue directo, limpio y certero. La coneja cayó inconsciente en el suelo.

Jobeaux aprovechó la oportunidad de neutralizar por completo a Yin. De sus manos salieron un par de largas sogas brillantes color celeste claro. Estas se movieron como si se trataran de serpientes alrededor de la coneja. Envolvieron a Yin hasta amarrar sus brazos completamente en su cintura. Quedó lo suficientemente amarrada para que le costara siquiera ponerse de pie.

Al mismo tiempo, Yang se acercó con gran velocidad con su espada de bambú entre sus manos. Jobeaux sacó la suya desde su manga y logró detener el golpe. Ambos comenzaron una lucha con espadas, impresionando a la multitud.

—No está mal para alguien que entrenó tantos años —se burló Yang.

—Lo mismo digo —respondió su contendor.

Jobeaux esquivó un golpe agachándose, para luego hacer un barrido con el que finalmente volteó a Yang. De inmediato lo golpeó con sus propios puños del dolor hasta dejarlo enterrado en el pavimento.

—¡Vámonos ya! —exclamó el maestro una vez librado de sus contrincantes. Salió corriendo seguido por Yenny y Jack, quienes más por inercia y aturdimiento lo siguieron.

Los tres salieron de la estación y corrieron calle arriba. No tenían la mayor idea de hacia dónde huían. Solo querían correr, liberar tensiones. Por último se podía llegar al pueblo a pie. Por lo pronto, solo la huida era lo único que tenían en mente.

Pero su libertad no duraría mucho.

Jobeaux se detuvo repentinamente a mitad de cuadra. Sentía por detrás una ardiente energía Foo. Al voltearse pudo verla. Por los aires Yin se acercaba volando, con una mirada de furia, y sus manos ardiendo en llamas. Había conseguido liberarse de los amarres que Jobeaux le había dado. También podía sentir que Yang no se encontraba lejos.

Yin le lanzó bolas de fuego directamente hacia el goblin. Los chicos se quedaron detrás del maestro mientras que él activaba un campo Foo que los rodeaba. Las bolas explotaban a centímetros de ellos desde el otro lado del campo. Yin comenzó a aumentar la intensidad de su ataque, lanzando todo tipo de proyectiles. Desde bolas de fuego, bolas celestes brillantes, rayos de energía, rayos de hielo, hasta puños gigantes y puños gigantes envueltos en llamas. Mientras atacaba, se acercaba cada vez más al grupo. Jobeaux llegó a sudar ante el inminente esfuerzo de mantener su campo Foo resistente ante tal intensidad de ataque.

Yang apareció a la vuelta de la esquina sin que nadie más que Yin lo notara. Inmediatamente notó que a nivel del suelo el campo Foo era prácticamente inexistente. Yin estaba atacando con una intensidad tan grande en un punto fijo que forzó a Jobeaux a concentrar su energía en dicho punto, debilitando el resto del campo Foo. Esta fue la gran oportunidad de Yang, quien se acercó con gran rapidez. Con un barrido terminó golpeando al goblin en el tobillo, obligándolo a perder el equilibrio y forzándolo a deshacer su campo Foo. Antes de caer al suelo, Yang le dio un par de patadas como si se tratara de un balón de fútbol, para luego lanzarlo hasta la otra vereda. Jobeaux terminó incrustado en un auto.

—Ustedes están en graves problemas —le advirtió Yin a sus hijos mientras tomaba el control con un nuevo campo Foo esta vez de su autoría. Yang se puso de pie delante de ellos, esperando con una emoción liberada el siguiente movimiento de Jobeaux.

—¡Ya me estoy cansando de esto! —gritó el goblin mientras salía de la abolladura en donde estaba incrustado— ¡Fooplicación!

De pronto, una docena de Jobeauxs idénticos al original rodearon a Yang, dispuestos a atacarlo al mismo tiempo de ser necesario.

—¿Es todo lo que tienes? —exclamó el conejo con ironía—. ¡Foonado!

Comenzó a girar a una velocidad imposible de deslumbrar, creando un tornado con el que poco a poco fue acabando con los dobles de su enemigo.

—¿Es todo lo que tienes? —respondió Jobeaux en el mismo tono irónico de Yang. Cuando el aludido finalizó su ataque deteniendo a la docena de dobles, había por lo menos cien de ellos. El ejército de dobles simplemente se abalanzó en masa contra el conejo.

Formaron un verdadero montículo de Jobeauxs, uno encima de otro, en un desorden difícil de entender. Incluso sobraron suficientes dobles como para ir en contra de Yin y su campo Foo. El mismo modus operandi de la coneja esta vez era realizado por al menos quince Jobeauxs en su contra. Esta vez Yin parecía no tener todo tan controlado como lo tendría un maestro experimentado como Jobeaux hace un rato atrás.

Sin que nadie se esperara, una explosión surgió desde el fondo del montículo de Jobeauxs, empujando a todos quienes intentaban aplastar a Yang. El conejo, triunfante, se lanzó contra el Jobeaux original, acertándole un fuerte golpe en la quijada. Ante esto, el goblin cayó golpeándose la cabeza contra un poste de luz. Tras esto todos los dobles desaparecieron. Fue justo a tiempo. Yin cayó jadeante en el suelo mientras el campo Foo había desaparecido.

—¡Alto! ¡Policía! —se oyó desde un megáfono.

Ambos extremos de la calle fueron cerrados por una unidad policial en cada lado. Varios de ellos estaban apuntando a los involucrados con sus armas de servicios, dispuestos a disparar ante el más leve paso en falso.

Jobeaux apenas podía concentrarse. Se puso de pie a duras penas sin ser capaz de hilar bien sus ideas. La cabeza le dolía bastante, sus energías estaban casi extintas. Yang nuevamente se puso en guardia, esperando el siguiente ataque. Tal vez había logrado desgastar a Yin, pero Yang aún parecía tener energías como para darle una paliza.

—¡Entréguese ahora o habrá consecuencias! —escuchó la amenaza del policía con el megáfono.

—No puedo hacer eso —musitó con sus últimas fuerzas—. ¡Transfoomación! —gritó.

Los policías retrocedieron aterrados. Todos quienes tenían desenfundadas sus armas vieron cómo éstas eran convertidas en papilla. La sustancia cremosa recorría sus manos ante el asombro de aquellos gatillos alegres. Los demás revisaron sus propias armas, para verlas también convertidas en papillas. Pistolas, balas, recargas, repuestos, todo era literalmente papilla.

Yang miró a su alrededor intentando captar la causa de la extraña reacción policial. Cuando volvió su vista al frente, Jobeaux ya no estaba.

—¡¿Eh?! —exclamó mientras lo buscaba con la mirada.

Simplemente ya no estaba. Jobeaux había desaparecido.