Amor Prohibido - Capítulo 25
—¡Excelente actuación Yin! —exclamó Yang con sarcasmo—. Lo que no entiendo es ¿qué tiene que ver Lina en todo esto?
Una vez pasada la tormenta, Yin y Yang se encerraron en su habitación. Yang estaba recién cerrando la puerta cuando lanzó la pregunta.
—¡Yang! —exclamó su pareja bajando la voz—. ¡No hables tan fuerte o nos van a oír!
—Dudo que nos oigan —respondió acatando el consejo—. Los chicos se fueron a sus cuartos. Ahora dime, ¿por qué?
—¿Qué no lo entiendes, Yang? —se le acercó su esposa—. ¡Con esta jugada matamos muchísimos pájaros de un tiro! Los chicos no se acercarán a la verdad, no se acercarán a Jobeaux, y por supuesto no se acercarán a Lina.
—Creí que tenías todo controlado con ese papel que le pediste a Lucio —replicó Yang.
—La verdad es que esto se está saliendo de control —confesó Yin con pesar cruzándose de brazos—. Con la reaparición de Jobeaux y Carl, esto se está poniendo muy peligroso. Al menos con esto podremos proteger a los chicos.
—Sabes que esto no durará para siempre, ¿cierto? —cuestionó Yang arqueando una ceja.
—Ya pensaré en algo —respondió su hermana con una sonrisa que no le quitaba la inseguridad.
Tras un intercambio de miradas, Yin añadió:
—Además, debo agradecerte por ayudarme. Tus lágrimas le dieron realismo a toda mi historia.
La respiración automática se detuvo en Yang. Concluir que el mayor pesar que arrastraba su conciencia fue tomado como una simple artimaña para sustentar una mentira lo dejó sin habla. Yin por su parte, le regaló una inocente sonrisa, sin percatarse de nada más.
—Bueno, ahora voy a preparar el almuerzo, y a la tarde tenemos que llevar a Jacob a su control —prosiguió la coneja dirigiéndose a su mesita de noche en busca de algo—. ¿Podrías ayudarme con el postre?
—Yo… debo ir a trabajar —Yang no pudo evitar un malestar interno que lo empujaba a salir del hogar. De un salto se dirigió al ropero en busca de su chaqueta.
—¿Qué? —Yin se volteó contrariada.
—Es casi mediodía —se excusó el conejo mientras se colocaba una chaqueta de mezclilla gastada—, y no le he avisado nada a Sara. Se debe estar preocupando mucho. Además, hay mucho que hacer en su casa.
—Espera… —alcanzó a decir la coneja.
—¡No te preocupes! ¡Dejaré la van aquí para que lleves a Jacob! —exclamó Yang desde el living mientras se dirigía a la salida.
Caminar tranquiliza. Una caminata un sábado al mediodía era lo que más necesitaba Yang. Una caminata de cuarenta y cinco minutos que gracias a su aptitud física no le fueron mayor problema. Le envió un par de mensajes a Sara en su viaje explicándole que iba de camino. El ruido de fondo de una calle viva le sirvió de calmante. Los tibios rayos solares, el cantar de las aves, la naturaleza controlada en una ciudad no abarrotada, conformaban un ambiente pintoresco que lo consideraba de ensueño.
Yin se tomaba tan a la ligera su pesar que no podía evitar molestarte. ¡Había matado al Maestro Yo! ¡Había matado a su propio padre! Él murió inocentemente, sin sospechar siquiera de los planes de sus hijos. No le dieron siquiera la oportunidad de opinar sobre la decisión que tomó. ¿Qué hubiera pasado si hubiera aceptado? ¿También lo habría matado? ¿Por qué siquiera lo hizo? ¿En qué está que un día de estos vuelve a perder el control, y mate a alguien más? No quería ser un peligro. Él no quería dañar al resto. Pero el recuerdo de su padre panda le decía lo contrario. Desde que su memoria se destapó, la culpa lo perseguía de día y de noche. Cuando creía que se había acostumbrado a ese pesar, se hacía más fuerte. Un nudo en la garganta, seguido de un dolor de cabeza lo atrapaban desprevenido. Ya no quedaban momentos de paz.
—¿Se siente bien?
Había llegado a casa de Sara. La había encontrado justo al almorzar. Al verlo llegar, no dudó en invitarlo a su mesa. Le indicó que toda actividad laboral la dejarían para la tarde. Además, le dijo que no se preocupara por la media jornada perdida. Entendía sus problemas familiares. Lo demás podía esperar.
—Sí, no se preocupe —respondió el conejo un tanto cohibido.
Frente a él había un enorme plato similar a un guiso. Tan grande y contundente que con este podía saltarse la cena de esa noche y todas las comidas del día siguiente sin pasar hambre.
Tras el beso de aquella vez, no volvieron a tratar el asunto. Llegaron a un acuerdo prácticamente telepático de hacer como que aquí no había pasado nada. Aunque para Sara todo era un juego fríamente calculado motivado por la venganza, para Yang solo era temor de volver a enfrentar el tema si volvía a mencionarlo.
El conejo intentó probar un poco del caldo de su plato, y terminó quemándose. Una melodiosa risa por parte de la cierva ayudó a romper el hielo.
—Hay que comérselo con calma —le aconsejó—, aún nos queda bastante tiempo.
—La verdad no estoy acostumbrado a estos platos tan grandes —comentó Yang mientras lo investigaba con la mirada—. ¿Qué es?
—Se llama cazuela —respondió la cierva mientras extraía una cucharada de caldo con delicadeza—, es típico en Latinoamérica. Esta receta en particular proviene de Chile.
—Vaya, se nota que le atraen los platillos extranjeros —comentó Yang.
—Bueno, me llamó la atención luego de verlo por televisión, y pedí que lo prepararan —respondió Sara tras saborear la primera cucharada.
La conversación se extendió por un rato más, mientras Yang lidiaba con el calor del platillo. Era la primera vez que se sentaba a la mesa con Sara, y no sabía cómo sentirse al respecto. Ella era tan delicada, y demostraba sus modales al abordar aquel contundente platillo. Mientras, él se perdía en su figura mientras esperaba no quemarse.
Sara le pidió con la mirada a su mayordomo que se retirara. Boris se encontraba de pie en un rincón de la habitación, observando con paciencia a los comensales. Tras el mensaje de su jefa, él se retiró en silencio. Ambos quedaron solos en aquel enorme cuarto iluminado y dominados por los colores pasteles.
—¿Te sientes bien? —la cierva repitió su pregunta, esta vez de forma más directa.
—Eeeeh —Yang se sintió atrapado, y sin palabras. Sara aprovechó.
—No tienes por qué decírmelo —respondió colocando su palma sobre la mano libre del conejo—. Solo puedo decirte que alguien una vez me dijo que en los momentos más difíciles surge lo mejor de cada persona.
El nudo en la garganta enmudeció a Yang. La calidez de su mano lo emocionó al punto de anudar aún más su garganta mientras luchaba por contener las lágrimas.
—Solo te quisiera decir que estoy aquí para ti —prosiguió Sara—. Puedes confiar en mí.
La cierva terminó presionando la mano del conejo. La mirada cristalina de Sara era la obra más maravillosa que él no se sentía merecedor de apreciar. Yang quedó hipnotizado ante aquel rostro. Las primeras lágrimas le avisaron a la cierva que estaba cediendo. Sin previo aviso Yang se sintió rodeado por una calidez que ya consideraba perdida. Un oasis salvavidas para quienes recorrían irremediablemente el desierto del dolor. Condenado al calvario, de pronto un abrazo lo termina salvando. Sara se había puesto de pie tras secarle con su pulgar las primeras lágrimas. Lo rodeó entre sus brazos. En el fondo era lo que quería, era lo que deseaba. Por un minuto dejó atrás sus intenciones mezquinas, para regalar un poco del cariño que su corazón podía entregar.
Un abrazo puede cambiar la vida.
El abrazo duró por lo menos unos diez minutos. Aunque no hubo palabras, el instante fue mágico. Entre lágrimas, Yang pudo drenar todo su pesar escondido. Sara no preguntó detalles. Una vez finalizado, ninguno de los dos volvió a mencionarlo. El alma se volvió más ligera. La felicidad se instaló en el rostro. Los problemas se pudieron ver desde la distancia. El presente era el mejor regalo. Era mejor no desperdiciarlo. Así fue como a ambos se les fue la tarde.
El aturdimiento obligó al domingo a pasar desapercibido. El lunes el hogar fue abandonado por las actividades diarias de toda la familia. Cada quien cargaba con el peso de su propia vida. Cada quien cargaba con el desafío de su propio futuro.
Jacob llegó a contarle todo lo ocurrido a George. Aunque sí se habían comunicado por internet durante el fin de semana, recién el lunes la tortuga llegó con sus propias conclusiones.
—¿Sabes Jacob? Tengo una teoría —le comentó a su amigo. Ambos se encontraban en el salón de clases durante el primer recreo. Se encontraban en un rincón de la sala, sentados frente a frente compartiendo una de las mesas. Ambos observaban de reojo a sus compañeros. No querían que su conversación terminara filtrada.
Jacob lo escuchaba con atención e intriga.
—El Maestro Yo adoptó a tu madre. Es por eso que para todos tus padres son hermanos. Pero no es nada biológico si es que ella es adoptada, ¿verdad?
—No lo sé —respondió el conejo pensativo—. En lo que escuché del audio no habla de adopción. Además, si ambos vivieron juntos durante gran parte de sus vidas, ¿el efecto Westermarck no debería impedir que se enamoraran?
—Veo que estudiaste mucho el tema —comentó su amigo.
—Es que hay muchas cosas que no me cuadran —respondió Jacob con preocupación—. ¿Por qué mintieron sobre la muerte del maestro Yo?
—Jacob —le dijo George con seriedad—, ¿tú sabes lo que implicaría que tus padres de verdad fueran hermanos?
—Si —respondió con seguridad—, que por fin se explicaría por qué yo tengo esta insuficiencia cardiaca.
La tortuga lo observó con desconcierto.
—Además explicaría por qué Jimmy era tan enfermo —completó.
—¡No solo eso! —exclamó George—. ¡Tus padres podrían ir presos! ¿Qué acaso no sabes que el incesto es ilegal?
Este nuevo enfoque sorprendió al conejo, quien se quedó estático ante aquella frase. Investigando el tema desde un punto de vista antropológico, olvidó por completo la perspectiva legal. Además, interesado en el tema, fue olvidando el punto de partida que lo empujó a recorrer el internet: la posibilidad de que sus propios padres fueran hermanos. Idea que terminó formando parte de sus teorías fantasiosas.
—Creo que tienes razón —concluyó Jacob—. Puede que el maestro Yo haya adoptado a mi madre y por eso según la noticia ambos son hermanos. Además, no somos la única familia cuyos padres son de la misma especie, ¿verdad? —agregó con nerviosismo.
George aceptó con la cabeza.
—Ahora bien —agregó Jacob con determinación—, de acuerdo al efecto Westermarck, podemos concluir que ellos por lo menos no pasaron juntos su infancia, ¿verdad?
—¿Puede que tu madre haya sido adoptada a los cinco años? —preguntó la tortuga.
—Tiene sentido para mí —concluyó Jacob.
—Lo que aún me queda duda es ¿por qué dijeron que enterraron el cadáver de su maestro si en realidad hubo funeral? —preguntó George.
—Es lo mismo que me pregunto —secundó Jacob.
Tras un nuevo silencio interrumpido por solo por el ambiente escolar de fondo, Jacob aceptó:
—Creo que solo la señorita Swart tiene la respuesta.
—¿Crees que deberíamos ir a verla? —preguntó su amigo.
—¡Claro que no! —interrumpió una voz.
Antes que ambos alcanzaran a preguntarse de dónde venía esa voz, Yuri apareció desde debajo de la mesa, sorprendiendo a ambos interlocutores.
—¡Yuri! ¿Qué rayos haces aquí? —exclamó Jacob luchando por mantener el equilibrio de su silla.
—Te venía a avisar que la orientadora acaba de ser despedida —anunció.
—¡¿Qué?! —los dos amigos se miraron entre sí, esperando confirmar lo que acababan de oír, antes de exigirle a la pequeña una explicación.
—Resulta que apenas llegué a la escuela me fui directo a su oficina —explicó—. Yenny también me siguió. Esperamos hasta entrada la hora de clases, y Yenny me mandó a entrar a clases. Yo no le hice caso y la seguí. Ahí supe que está despedida por estar involucrada en el secuestro de Jack.
—¡¿Qué?! —los dos amigos no tenían otra cosa que exclamar. Exigían que les desenredaran esta maraña.
—¡¿Qué tal si mamá tenía razón y de verdad todo esto es un plan para separarnos como familia?! —exclamó la pequeña aferrándose a la mesa.
—Espera —intervino Jacob—, ¿por qué dicen que la señorita Swart está involucrada en el secuestro de Jack?
—¿Secuestraron a Jack? —agregó George confundido.
—Dicen que ella era bien cercana al maestro Jobeaux —continuó Yuri el chismorreo—. Muchos sospechan que es cómplice —agregó casi en susurro.
—¿Eso le dijo el director a Yenny? —prosiguió Jacob el interrogatorio.
—¡Claro que no! —respondió la pequeña—. Yenny solo sabe que la orientadora está despedida y hoy no está en la escuela. El resto lo supe escondida en la oficina del director —agregó nuevamente con un susurro sospechoso.
Ambos chicos se miraron el uno al otro.
—¿Cómo lo hace esa niña? —exclamó George al borde del terror apuntando hacia el espacio en donde se encontraba Yuri—. ¡¿Dónde está ahora?! —gritó espantado al descubrir que ya no estaba.
Jacob no se sorprendía por la actitud de Yuri. En el fondo agradecía que este nuevo misterio la esté ayudando a dejar en paz a Jimmy, o al menos era lo que sus esperanzas abrigaba.
Yuri podía haber pulido sus habilidades ninjas en sus cortos diez años de vida, pero hoy se había equivocado. Mientras la pequeña escuchaba la conversación del director Dankworth dentro de un armario, su hermana lo hacía desde el otro lado de la puerta. Estaba consciente de la relación que la escuela le daba a la señorita Swart y al maestro Jobeaux. Ninguno estaba en la escuela ese día. Curiosamente Susan tampoco había asistido ese día. Su padre se rompió una pierna en la mañana y decidió acompañarlo al hospital junto a su madre. La soledad era más que necesaria en un momento como este, y lo agradecía. Ya podría poner al día a su amiga en los próximos días. Por ahora tenía que convencerse a ella misma de lo que estaba ocurriendo.
Durante aquel recreo fue en busca de su hermano. Quería saber por qué el director ya conocía la asociación entre Lina y Jobeaux. Sospechaba que había algo que Jack no había dicho. El fin de semana recién pasado fue un suplicio para ella. Poco y nada habló con Jack. Ahora, con la algarabía de un lunes, se arrepentía de no haberlo hecho. Las dudas, temores, pesares, dolores, no desaparecen si no los hablas, si no los sueltas. Pero si no sabes cuáles son las palabras mágicas para hacerlo, será más difícil liberarse. El silencio era la mejor compañía para ambos. El silencio era la única compañía para ambos.
Finalmente encontró a Jack en uno de los patios de la escuela. Era un jardín destinado para los cursos superiores. Había siempre más de un maestro vigilando para evitar que los más pequeños entraran a jugar a la pelota. En una banca bajo un árbol pudo verlo junto con Francesca. Ya la había visto merodearlo más de una vez. Era una compañera de curso y de su banda. Escondida detrás de un árbol, ella recordó lo que su hermano tuvo que sacrificar en busca de la verdad. Opción incorrecta. Opción que fracasó. ¿Cómo le habrá ido con sus compañeros de banda, al encarar el hecho que había escogido abandonarlos?
Decidió espiarlos a la distancia. Ella ni siquiera tenía la seguridad de qué decirle. Prefería tener un encuentro casual, esperando poder pasar del clima a los sentimientos encontrados tras lo ocurrido el sábado. Las manos de ambos chicos se veían entrelazadas. La decisión de no intervenir fue la correcta. El encuentro terminó con un beso entre la cerda y el conejo. En el fondo de su instinto sabía que era cuestión de tiempo para que ella se atreviera a besarlo. Fue una bendita fortuna que Susan no estuviera allí para ver eso.
El momento de intimidad finalizó con la intervención de Yuri, quién apareció desde detrás del árbol. Yenny no pudo oír nada de la conversación, pero al final todos terminaron riendo. Un final feliz. Ella no pudo evitar alegrarse por la escena. Jack al menos tenía a alguien con quién desahogarse. No sabía si le terminaría contando todo a Francesca. Al final era cosa de él. Al menos de todo lo malo, algo bueno que surgiera era algo alentador.
Un auto viejo recorría la carretera al borde de la velocidad máxima permitida bajo la luz del atardecer. En su interior, una cebra conducía ágilmente. De copiloto había una yegua con un hábito negro de monja puesto. En el asiento de atrás había una vieja y arrugada coneja de pelaje morado con un vestido desteñido de tela. No parecía percatarse de lo que sucedía.
—No—no puedo creer lo que acabamos de hacer —balbuceaba nervioso la cebra—. ¡¿Qué hicimos hermana Daria?!
—Lo hicimos Richard —respondió la monja con más determinación que su compañero—. Créeme, en ese sitio no iban a hacer nada por Yanette. Si nosotros logramos que recupere la memoria, estaremos a un paso más de la verdad.
—De todas formas estuvo cerca —agregó Richard—. ¡Esa cucaracha estuvo a punto de pillarnos!
—Pero no lo hizo. Nosotros ganamos —concluyó la monja.
En el fondo de su ser Mónica se sentía triunfante. No solo seguía engañando al policía con su hábito, sino que tuvo la habilidad de engañar a su novio en su propia cara. Encontraba digno de admirar que Carl se haya asomado el mismo día del atraco en aquel centro de salud. Nuevamente él era capaz de mostrar sus dotes detectivescas, pero ella pudo ganarle en el disfraz.
Finalmente lo habían hecho. Habían robado una abuelita.
