Amor Prohibido - Capítulo 28

—Lina, te traje este trozo de coral para simbolizar nuestra relación algo más que platónica.

Aquella tarde de verano, un joven Yang de apenas once años se acercaba a su novia con un trozo de coral con forma de corazón. Tenía una cuerda atada para formar un colgante. Aunque parecía mohoso, y tenía un olor a pescado podrido, Lina se enterneció con el gesto.

—Awwwn, ¡Eres tan tierno, Yang! —exclamó recibiendo su regalo.

—Por nada —respondió el conejo con una sonrisa pícara—. Ahora necesito que hagas mi tarea.

Nada es gratis en esta vida. Lina no le dio mayor importancia a la petición de su ¿novio? No habían descrito con tanta formalidad su relación. Solo sabía que él la quería y ella lo quería. Aunque era alguien desastroso e impulsivo, también podía ser muy tierno y considerado cuando se lo proponía. Cuando no, también solía ser muy divertido. Todo producto de sus impulsos que lo arrastraban a problemas inverosímiles.

—¿Qué es esto Yin? —la hermana de su pareja apareció en escena con un enorme diamante entre sus manos—. ¡Oh! Solo una joya almeja que recibí de un niño almeja —agregó con sorna mientras acariciaba su joya—. ¡Oh! ¡Mira como brilla! ¡Como brilla!

—¡Guau! ¡Es muy hermosa Yin! —le respondió Lina sin caer en cuenta en las intenciones de la coneja—. Pero el mío es más lindo porque viene de un amigo muy especial —agregó mostrando su colgante.

—Es buena, ¿no crees? —agregó Yang triunfante al ver desbaratados los planes de su hermana. A su vez Yin le regaló una mirada asesina.

Así era Yin. Muchas veces materialista y testaruda, pero también era genuinamente bondadosa. Solía preocuparse por los animales, por el medioambiente, por los más débiles. Era algo que pocas veces podía encontrarse en una persona. Cuando no, ella y Yang buscaban la forma de competir en cualquier oportunidad que descubrieran. Ella solía quedar en el fuego cruzado de esa competencia. A pesar de todo, le gustaba ser amiga de ambos. Sabía que muy en el fondo, ellos se querían. Raras veces demostraban muestras de afecto, pero era algo que podía percibir con su intuición. Además, muchas veces luchaban juntos codo a codo contra las fuerzas malvadas dispuestas a destruir el Woo Foo. Eso había generado un lazo innegable entre ambos.

Esa joven que recibía un colgante de coral con forma de corazón no tenía cómo sospechar el giro que tendría esta historia años más tarde. El colgante volvió a salir a su encuentro un jueves por la tarde. Había sido despedida de su trabajo, y rápidamente se terminó desmoronando. No había notado cuánto la había salvado una rutina duraría de una potente melancolía que la estaba atrapando. Había mandado un par de currículums a algunas ofertas que había encontrado por internet, pero no había recibido respuesta. Aprovechó aquella tarde para ordenar su departamento. Debajo de cada cosa que recogía había cientos más por descubrir. Dentro de un viejo libro se topó con el coral. No pudo evitar recordar aquel día en que Yang se lo regaló. Eran tiempos tan diferentes a los actuales, que compararlos era como ver chocar dos trenes de alta velocidad uno frente al otro.

¿Aún extrañaba a Yang? Esa pregunta le parecía más que ridícula. Ya no eran niños. Tiempo pasado, tiempo pisado. ¿No es verdad? El coral reseco en el libro cuestionaba su afirmación. Juraba que podría haberlo superado. De hecho así le parecía. Hasta el día en que descubrió con quién había decidido rehacer su vida. Aún le costaba creer que el chico que alguna vez fue su novio y la chica que alguna vez fue su mejor amiga estuvieran casados. Y no por la eventual traición contra ella, sino porque ellos dos eran hermanos.

Los había visto como tal, se habían presentado como tal, los había reconocido como tal. ¡Hasta se parecían! ¿Es que acaso todo el mundo estaba ciego? Para ella era más que obvio. Había convivido con ellos durante su infancia. ¿Qué pasó? ¿En qué momento pasó? ¿Cómo es que ella no se dio cuenta? No podía evitar recordar el rostro del conejito que le regaló el coral mientras el colgante la transportaba a tiempos que no volverán.

—Hola —escuchó repentinamente una voz.

Inmediatamente Lina se volteó a todos lados en busca de aquella voz. Cuando comenzaba a sospechar que era producto de su imaginación, se encontró con una pequeña conejita color rosa mirándola con ternura.

—¿Cómo está señorita Swart? —la saludó con una sonrisa enormemente adorable.

Antes de siquiera procesar lo que estaba pasando, Lina dio un salto hacia atrás completamente aterrada. Aterrizó de espaldas sobre un montículo de cosas que había apilado. En su mayoría eran libros y hojas. Todo se desparramó por toda la habitación. Volaron hojas de todo tipo, mientras que la pequeña conejita observaba con interés todo el alboroto.

—¡¿Q-q-qué-qué h-h-ha-ha-haces a-a-a-aquí?! —tartamudeó asustada. Por un instante pensaba que estaba frente a la Yin de su infancia. Que había cobrado vida a través de sus recuerdos, o que había tomado una máquina del tiempo para llegar al presente.

—¿No se acuerda de mí? —preguntó la conejita comenzando a preocuparse— ¡Soy yo! ¡Yuri!

Con el alma de regreso a su cuerpo, Lina se puso de pie con la ayuda de la pequeña. Comenzaba a recordar que se trataba de una de las hijas precisamente del matrimonio que estaba recordando. Mientras se limpiaba el polvo, recordó además la conversación que tuvo con su hermana mayor, contándole que acostumbraba a desaparecer y aparecer cuando menos se lo esperaba. Jamás pensó en convertirse en una de sus víctimas.

—¿Qué haces aquí? —le volvió a preguntar ya más calmada.

—Yo quería saber cómo estaba —respondió con inocencia—, y de paso quería hacerle algunas preguntas.

La palabra «preguntas» atrajo los nervios de Lina. Estaba por cuestionarse si debía revelar la relación sanguínea que tenían Yin y Yang, por lo menos a sus hijos, cuando Yuri llegó justo frente a ella para, posiblemente, exigir dichas respuestas. ¿Era una señal de destino? ¿O estaba sobre analizando todo?

—Bien, pasa —la invitó a la cocina—. Toma asiento —agregó mientras tiraba unos diarios viejos apilados en una de las sillas. La pequeña se sentó no sin antes absorber cada detalle de la habitación con la mirada.

—Esto se ve muy triste —sentenció al ver el ambiente pobremente iluminado por una ventana a medio abrir y una bombilla titilante.

—Es que justo estaba ordenando un poco —respondió la anfitriona mientras sacaba más cachivaches de otra silla para poder instalarse—. ¿Cómo entraste? ¿Viniste con alguien? ¿Tus padres saben que estás aquí?

—Entré por los ductos de ventilación —respondió la pequeña apuntando a una entrada de los ductos abierta cerca del techo en el living, justo sobre una pila de cosas que le sirvió de escalera—. Afuera me están esperando Jacob y George. Y no, mis padres no saben que estoy aquí. ¿Puede guardar el secreto?

—Seguro —respondió Lina con una sonrisa. El momento de soltarlo todo se veía cada vez más tentador. A pesar de todo, esperaba hablar primero con alguno de los hermanos mayores en vez de la pequeña Yuri. Pero si la vida le trajo a la pequeña hasta frente a ella, no debía desaprovechar la oportunidad.

La pequeña le devolvió la sonrisa. Era hora de la verdad.

—¿Usted conoció a un tal maestro Yo? —fue la primera pregunta lanzada.

Lina quedó sin habla. No esperaba que la entrevista fuera tan directa. El tiempo de espasmo de la chica le dio tiempo suficiente a Yuri como para seguir revisando el papeleo tirado en el piso. Pronto dejó de prestarle atención a la espera de la respuesta.

—¿Qué es eso? —Yuri cambió la pregunta mientras recogía un papel del suelo. Al voltearlo, se encontró con una fotografía en donde encontró a alguien que le parecía familiar.

—¡¿También conocías a papá?! —exclamó con emoción mostrándole la imagen. En ella aparecía el joven conejo azul que le regaló el colgante abrazando a la que fue alguna vez una perrita de doce años y que hoy estaba encarando la imagen del recuerdo.

—Creo que son demasiadas preguntas —intentó calmarla Lina—. ¿Por qué no te sientas y te cuento todo?

Como si fuera un rayo, Yuri se encontraba instalada en su asiento. Parecía una modelo que mostraba cómo sentarse correctamente en una silla. Expectante, parecía que la pequeña iba a explotar ante el más leve movimiento.

—Bien, ¿por dónde empiezo? —comenzó Lina—. Primero que todo, sí, conocí a tus padres durante nuestra infancia, y si, también conocí al maestro Yo.

Los ojos le brillaron de emoción a la pequeña. Eran similares a los ojos del Gato con Botas de Shrek.

—¡¿De veras?! —exclamó dando un salto—. ¿Y cómo era? ¿Era un tipo agradable? ¿Era un padre cariñoso? ¿Sabía muchos chistes?

Yuri había olvidado que Jacob le colocó un pequeño micrófono oculto en un botón de su chaqueta. A través de este, el conejo junto a su amigo seguían la conversación a través de la distancia. Antes de partir, Jacob le había listado sus preguntas de interés a su hermana, pero sospechaba que ella las olvidaría completamente apenas finalizara la lista.

Jacob se había instalado en una banca de un parque cercano junto a su amigo George. Ambos estaban compartiendo un auricular de unos audífonos conectados al receptor del micrófono. Estaban atentos a lo que fuera que escucharan mientras tenían el volumen al máximo.

A pocos metros de allí, Yang se encontraba paseando con Jimmy. Está de más mencionar que él no era el verdadero Yang, sino que era Carl disfrazado de Yang usando su magia. El pequeño Jimmy se había mostrado muy cercano a él, cosa que llamó la atención de su familia. Por fortuna fue una atención positiva. Según las conclusiones de Yin, el peligro de perder a su padre empujó al pequeño a volver a hablar. Se alegraba saber que en el fondo, Jimmy quería bastante a su padre. Por otro lado, Carl no entendía muy bien la situación. Ni siquiera encontraba la relación entre el ataque del bogart y su mudez. Ni menos la relación entre su reaparición y el regreso del habla del pequeño. Esperaba que Yin tuviera razón y todo fuera porque estuvo a punto de perder la vida y no porque hubiera suplantado a su padre.

Debido a esa cercanía, había aceptado acompañar a Jimmy a su consulta psicológica. Especialmente luego que Sara informara que le daba todo el tiempo libre que fuera necesario. El doctor Zepbrep se encontraba sorprendido ante el repentino cambio. Su mirada tras sus lentes que se ajustaba con demasiada frecuencia no le daba confianza. Y al parecer al viejo sapo tampoco le trajo mucha confianza Yang, a pesar que no era la primera vez que se veían. Todo esto le acarreaba más dudas que respuestas. Por el bien del niño, todo quedó en una eventual tregua.

Tras la visita, Carl decidió llevarlo al parque. El pequeño estaba más que feliz. Simplemente se abrazaba de su pierna y le dificultaba caminar. No pudo evitar enternecerse ante el pequeño. No había tenido la oportunidad de compartir tanto con él como ahora. A fin de cuentas, todos los problemas que estaba acarreando eran por su causa. Él era el motivo de todo.

Compraron un helado, y siguieron con su recorrido por el parque. Gracias a su concentración por el helado, Jimmy soltó la pierna de su padre y continuó caminando a su lado. Verlo disfrutar del presente, de ser niño, fue un oasis en el desierto. El pequeño que conoció en el hospital estaba lejísimo del pequeño que hoy irradiaba alegría inocente. Esperaba no volverlo a ver más como antes. El Jimmy de ahora era un Jimmy renovado.

Por primera vez Carl comenzó a meditar la posibilidad de tener hijos. Por su trabajo, había aceptado que era algo imposible para él. La vida que había escogido le impedía tener familia. Había aceptado a Mónica en su vida porque ella había demostrado adaptarse a esta vida. Recorrer el mundo sin importarle el destino, ser capaz de defenderse por su cuenta, poder obtener información y extraer conclusiones detectivescas. Ella fue un milagro en su vida. Aun así, ninguno planteó la idea de tener un hijo. Por primera vez, Carl se imaginaba el poder retirarse de su vida errante como cazador de demonios. Sentar cabeza, comprar una casa en algún pueblito perdido, y vivir con Mónica una vida tranquila. Tal vez ahí estén las condiciones de tener un hijo. ¿Algún día llegaría a eso?

—Papá —de pronto oyó la voz de Jimmy—, tengo que hacerte una pregunta.

Su voz sonaba demasiado seria para lo que estaban viviendo. El aire se tensó repentinamente.

—¿Ocurre algo? —respondió su falso padre mientras saboreaba su helado.

—Sí —el pequeño se detuvo. Su mirada triste le preocupó a Carl.

—¿Qué sucede? —Carl se acercó a él, colocando una rodilla en tierra para ponerse a su altura.

Tras un suspiro, el pequeño preguntó:

—¿Es verdad que tú y mamá son hermanos?

Carl paró en seco. Tenía sospechas de que algo sospechaba Jimmy respecto del origen de sus padres. Esta pregunta acababa de confirmarlo. Ahora, era tiempo de responderle. ¿Pero cómo? ¿Le decía la verdad? ¿Qué haría el verdadero Yang? ¿Qué sacaba con ocultarlo? ¿Era él quien debía decirle? ¿Cómo le afectaría? ¿Qué tal si eso daña sus planes? ¿Qué tal si eso afecta su ánimo? ¿Qué tal si eso adelanta los planes del bogart? ¿Qué era lo correcto por hacer en este caso?

—¿Papá?

Carl regresó al momento. Lo había pensado demasiado. Jimmy lo observaba con ojos cristalinos. Un brillo inocente que no se atrevía a tocar.

—Sé que esto es algo difícil para ti —prosiguió—, pero es algo que debo afrontar.

—¿Por qué dices eso? —se adelantó Carl. Quería confirmar sus sospechas.

—Porque es algo que él me mostró —respondió.

—¿Él? ¿Quién?

Jimmy quedó en silencio. Un silencio que a Carl lo comenzaba a asustar.

—Por favor Jimmy —le suplicó tomándole su mano libre—, si hay algo que te preocupa, debes contármelo. Tu madre y yo siempre vamos a apoyarte y ayudarte en lo que sea.

—Por ahora solo quiero la verdad —amenazó el pequeño—. Si no me lo dices tú, Jacob y Yuri me lo van a decir.

—¿Qué? —Carl sonó confundido.

—Ellos están sospechando —respondió el pequeño—. Yo quiero saberlo por ti.

Se sentía entre la espada y la pared, a pesar que el problema era de Yang y no de él. Lo que le preocupaba a Carl era ese «él». ¿Se refería al bogart?

—Jimmy —el conejo lo abrazó con fuerza. Podía sentir hasta los latidos del pequeño. Jimmy aún seguía ahí, podía hablar, estaba vivo. ¿Por cuánto tiempo más? Lo último que querría sería perderlo. Ya le estaba tomando cariño.

—No te preocupes —respondió el pequeño con voz fría—. Él me lo mostró todo.

De inmediato Carl soltó el abrazo y lo miró a los ojos. No quería que esa felicidad que sentía hace solo unos instantes se perdiera tan fácilmente.

—¿Quién es él? —preguntó directamente.

—El que me secuestró —respondió.

Era el bogart. Carl fue comprendiendo todo. Las personas son más fáciles de controlar si están perturbadas. Con esta verdad, pretendía perturbar a Jimmy, para así controlar su poder. Era una buena jugada. Por fortuna, estaba él para detenerlo.

—Mira, sentémonos en esa banca, y lo conversamos. ¿Te parece? —le ofreció su padre apuntando a una banca cercana.

El pequeño afirmó con una sonrisa.

Carl replicó esa misma sonrisa. Era bueno tenerla de vuelta.

Si la verdad hace más fuerte a Jimmy, era justo lo que le iba a dar. Le haría cruzar el río sin soltarle la mano.