Amor Prohibido - Capítulo 31
—Muchas gracias señor.
Un golpe helado recorrió la espalda de Carl al oír aquellas palabras del pequeño. De inmediato se forzó a mantener el control frente a la posibilidad de verse descubierto delante de Jimmy. Ambos se encontraban sentados en una banca del parque. El pequeño disfrutaba de un helado mientras lo observaba con atención. Su mirada color lila parecía sagaz y viva. Era como si fuera capaz de ver más allá de la ilusión y confrontara a la cucaracha que había detrás.
Antes de que pudiera abrir la boca, Jimmy continuó.
—Sé que no eres mi padre. Él jamás me hubiera dicho lo que me dijiste.
Las sospechas eran ciertas. Carl se encontraba al descubierto. Se sentía desnudo frente a una mirada a prueba de engaños.
—Jimmy —balbuceó. El verdadero Yang podría haber replicado de algún modo, pero ante la seguridad que presentaba el pequeño era imposible. Se había fortalecido mucho desde la primera vez que lo había visto.
—Sé que en realidad eres el hombre que me salvó de ese tipo malo que me secuestró la otra vez.
Carl quedó congelado. Temía que todo su plan quedara desbaratado con una simple oración pronunciada por aquel niño de apenas ocho años.
—Y te lo quiero agradecer —su mirada fue acompañada por una sonrisa de dientes de leche—. Sé que todo lo estás haciendo por mí. Es por eso que te quiero decir que no haré nada que pueda empeorar las cosas. De hecho quiero ayudarte en lo que pueda. Confío mucho en ti.
El escenario se había dado vueltas por completo. Hace instantes era Carl quien mantenía un misterio que iba a revelar a Jimmy. Ahora era Carl quien tenía las preguntas y Jimmy las respuestas.
—¿Qué? —fue lo único que pudo decir. Ya no podía asegurar que era capaz de ocultar su impresión.
El silencio solo era interrumpido por el sonido del ambiente: cantos de aves en las ramas de los árboles, niños jugando, autos pasando cerca, vendedores cercanos, conversaciones a lo lejos, timbres de bicicletas, vida.
—¿Qué acabas de decir? —Carl terminó por reincorporarse cruzándose de brazos. Quería mostrar una actitud firme, dispuesto a apaciguar cualquier amenaza que lo pusiera en peligro.
—Este —la seguridad que acompañaba al pequeño comenzaba a abandonarlo—… es lo que dije. Sé que no eres papá. Eres alguien más. Alguien en quien siento que puedo confiar mucho más que en papá.
—¿Por qué dices eso? —cuestionó el aludido frunciendo el ceño.
—No lo sé —el pequeño se volteó hacia su helado a medio derretir, buscando las palabras correctas—, es simplemente una intuición demasiado fuerte. Es imposible no hacerle caso. ¿Acaso está equivocada?
—¿Qué clase de intuición? —Carl se encontraba intrigado.
Tras un instante de mutismo, Jimmy suspiró y respondió:
—No sabría explicarlo. Solo sé que desde que saliste del hospital, comencé a sentir una tranquilidad y una seguridad a tu lado que nunca había sentido antes. Es como un poder invisible que sale de ti. Algo diferente que jamás había sentido con papá. Tú no eres papá, pero eres alguien bueno, y el único que siento que me puede proteger.
Carl escuchó con atención y meditó sus palabras. Sin saberlo, Jimmy estaba describiendo lo que era sentir el poder místico de alguien más. Es algo muy complejo y que se requiere de gran concentración. El bogart tenía razón al valorar el poder que tenía el pequeño. Era tan buena su percepción que lo había comprendido todo sin siquiera abrir la boca.
—Desde que llegaste ya no tengo miedo —prosiguió—. Sé que mientras estés aquí, nada me podrá hacer daño.
—Vaya, realmente me sorprendiste —habló por primera vez el usurpador—. Nunca creí que fueras capaz de descubrirme, especialmente usando una intuición que parece más desarrollada que incluso la de tu madre —el niño sonrió ante el cumplido—. La verdad, tienes razón en absolutamente todo. Estoy aquí por ti, y solo busco asegurarme que nadie malo te vuelva a hacer daño.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó Jimmy de improviso. Tenía una duda que quería resolver.
Carl dudó un momento en responder. Tampoco quería que alguien le arrancara la verdad al pequeño y ambos terminaran en problemas.
—¿Puedo llamarlo señor Carl? —volvió a preguntar.
—¿Por qué? —respondió de inmediato el aludido mientras aún no podía escapar de su asombro al ver que aparentemente había adivinado hasta su nombre.
—El señor Carl era quien pretendía ayudarme en el hospital —respondió—. Supe por las noticias que a él lo estaban acusando de secuestrarme, lo que no es cierto. Además Yuri dice que es alguien agradable.
Cualquier palabra que Carl quería expulsar de su boca terminaba atropellada en la punta de su lengua. Jimmy se volteó hacia él con curiosidad.
—¿Usted es el señor Carl?
No respondió. Jimmy simplemente sonrió.
—Prometo que no le diré a la policía —respondió con una sonrisa—. Especialmente porque sé que usted está aquí para protegerme.
Las ideas volaban a mil por hora al interior de la mente del brujo. Era más que el simple desarrollo avanzado de una intuición formidable. Si pudiera entrenarlo, podría convertirse hasta en un profeta o un adivino. Era cierto, Jimmy tenía demasiado potencial. Si otras fueran las circunstancias, le hubiera encantado ser su maestro.
—No te preocupes por eso —respondió regalándole un abrazo—. Digamos que soy tu ángel guardián.
Tras estas palabras el pequeño le devolvió el abrazo con todas las fuerzas que tenía.
—Gracias por todo, señor Carl.
Esas palabras llegaron al corazón de la cucaracha. En todo su afán solo se había encontrado con voces desconfiadas o malignas. Lo más cercano al afecto en su vida había sido Mónica, a quien no veía desde hace meses. Era un niño muy especial. Solo quería cuidarlo y protegerlo. Eliminar todo lo que amenazara con dañarlo. Daría hasta su vida en ello de ser necesario.
—¿Está llorando? —preguntó Jimmy al ver el rostro de su padre tras el abrazo.
—No —respondió mientras tocaba el borde de sus ojos, descubriendo que estaba equivocado—, bueno, tal vez un poco —el nudo en su garganta le había impedido sentir cualquier lágrima brotar.
El pequeño se aferró a su padre por la cintura. A ninguno de los dos le importó que la chaqueta de Yang terminara manchada con el helado de chocolate a medio derretir.
—¿Te puedo preguntar qué piensas de lo que… pasó con tus padres? —era el turno de Carl de hacer las preguntas.
—¿Se refiere a eso de que son hermanos? —preguntó de vuelta el pequeño.
Carl asintió con la cabeza. El silencio regresó entre ambos.
—Pues —se notaba que cuidaba cada palabra a pronunciar—… mis papás son los mejores papás del mundo. No quiero que por eso me separen de ellos. Mi mamá siempre se ha preocupado porque me tomara todos mis remedios. Mi papá siempre me ha hecho sonreír. Yo los quiero mucho, y no quiero que las personas le hagan daño por culpa de eso.
Tras un rato de miradas mutuas, Carl habló con determinación:
—¿Sabes Jimmy? Sabes que estoy aquí para protegerte, y si para ti tus padres son tan importantes, también me encargaré que nunca te separen de ellos. Te lo prometo.
Aquellas palabras fueron premiadas por un nuevo abrazo de parte del pequeño. Esta vez las lágrimas vinieron del menor. Carl simplemente le respondió el abrazo con ternura.
—Por cierto, ¿qué fue de papá? —tras un rato y de calmar la emoción, Jimmy decidió lanzar su pregunta.
—Tranquilo, está en un lugar seguro —mintió. Increíblemente aquella mentira fue aceptada con una sonrisa por parte del pequeño. La verdad es que no tenía la menor idea de la verdadera ubicación de Yang, pero esperaba averiguarlo pronto.
Rato más tarde Carl divisó a los hermanos de Jimmy en una banca cercana en el mismo parque. Le pidió a Jimmy que regresara a casa con ellos, puesto que él debía atender un asunto urgente. La urgencia no era para menos. Antes de asistir a la fiesta del Patriarca, escondió la famosa corbata y tirantes Woo Foo que curan en un lugar secreto en aquel mismo parque. Ahora era el momento de recuperarlos. Esperaba aplicar el hechizo aquella misma noche y al otro día traer de regreso al verdadero Yang. La reciente confianza surgida por parte de Jimmy era una de las primeras y mejores ventajas que había recibido desde que emprendió esta misión.
Se escabulló por entre unos matorrales, no sin antes cerciorarse que hubiera pocas personas y estas estuvieran concentradas en sus propias ocupaciones. Detrás de un tronco había dejado un portal secreto en donde ocultaba su preciado botín. Al encontrarse frente a éste, alzó sus dos índices. Esperaba iluminarlos con una luz brillante y anaranjada, con la cual dibujar una imagen secreta en el aire y abrir el portal para extraer aquellos objetos. Nada sucedió inicialmente. El conejo se concentró y lo intentó por lo menos unas diez veces. En ningún caso resultó su hechizo.
Se dio un fuerte golpe en la cara con su palma derecha. Se lo merecía. Su plan era tan detallado, pero olvidó un detalle que en aquel instante se burlaba de él. El hechizo protector de la caja fuerte exigía que la misma persona que activó el hechizo lo desactivara. En ese instante no era precisamente él, sino que Yang. Este «disfraz» engañaba al hechizo, y no lo reconocía. Podía deshacerse de su imagen de Yang para recuperar la corbata y los tirantes, pero no podría regresar a su imagen de Yang sin el sujeto original, cosa que era imposible porque no sabía dónde estaba.
Cuando su frustración había llegado a su tope máximo, alguien le tapó los ojos.
—Mi muñequito de turrón con nuez.
Esa voz y esa frase le helaron la sangre. De un salto se alejó medio metro y se volteó hacia quien lo acababa de sorprender. Estaba en lo cierto frente a sus sospechas.
—¿M-m-mo-mo-monica? —balbuceó. Sentía que temblaba de pies a cabeza.
Frente a él se encontraba la yegua que era su pareja. Se le veía con una sonrisa burlona, una mirada jovial y un traje negro que parecía ser un hábito.
—¡Carl! ¡Tanto tiempo! —le respondió mientras intentaba ocultar su risa por su reacción.
La cucaracha se sentía entre la espada y la pared. Sus manos azuladas eran la única prueba de que aún seguía tras la imagen de Yang. Era la segunda persona ese día que lo dejaba al descubierto.
—¿C-c-có-cómo sabes que soy yo? —tartamudeó. No se atrevía a mover ni el más mínimo músculo.
—Solo Carl vendría a buscar lo que ocultó Carl aquí —respondió apuntando al árbol. Su risa apenas podía ser aguantada.
La cucaracha apenas podía respirar. La mirada jovial de su novia lentamente fue tranquilizándolo. Todo era muy confuso todavía. La risa finalmente no fue aguantada y la yegua lanzó una risotada contagiosa que espantó los nervios de la cucaracha.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Carl una vez que por fin pudo recuperar el habla.
—Vine a buscarte —respondió mientras se acercaba a él—. ¡Hace mucho que no nos veíamos!
Lo abrazó efusivamente y rápidamente intentó robarle un beso. Ante el hecho, Carl logró evadirla y alejarse con rapidez. Aún tenía conciencia que no se veía bien que un hombre casado se estuviera dando besos con una monja.
—¿Qué quieres? ¿Dónde has estado? ¿Por qué estás vestida así? ¿Qué has estado haciendo? —las preguntas de Carl explotaron en su cabeza ante la presencia de su novia. La confusión, el temor a ser descubierto, el miedo a que su plan fracasara, el terror de fallarle a Jimmy, todo se convertía en un enemigo invisible que lo atacaba por sorpresa.
Mónica volvió a reírse con más ímpetu que nunca. Parecía divertirse ante el desconcierto de su novio. Ahora ella tenía el toro por las astas. Ella tenía las respuestas. Ahora, era momento de incluirlo a él en sus planes, y demostrarle que ella también podía involucrarse en historias enredadas tras la verdad.
—Sígueme —le dijo guiñando un ojo.
La yegua retomó su caminata. Carl de inmediato la siguió. Aún estaba plagado de preguntas, pero confiaba en Mónica. Esperaba en su destino poder encontrar tan ansiadas respuestas.
Caminaron por varias cuadras hacia un sector residencial. Era un barrio sencillo y tranquilo, con todas las casitas iguales en arquitectura y distintas en color. La tarde estaba cayendo, y esperaba que este viaje no le tomara demasiado tiempo.
Se detuvieron en el antejardín de una casa. De inmediato Mónica se colocó su toca y le explicó a su novio con rapidez:
—Escucha, aquí adentro vive un amigo que me ha acompañado en mi investigación. Él se llama Richard Thompson y es oficial de policía. Adentro soy una hermana jesuita llamada Daria Schindler. Recuerda no revelar mi verdadera identidad y yo tampoco te voy a desenmascarar. ¡Ah! También tenemos a una anciana que rescatamos desde un hogar. Su nombre es Yanette Swart, y aunque aún no puede hablar fluidamente, gracias a nuestros cuidados ya puede decir algunas palabras. ¡Ah! Y ahí es donde entras tú, Yang. Ella recuerda la existencia de sus hijos, y esta sería la primera vez en su vida que se encuentra con al menos uno de ellos. Creemos que este encuentro le será muy beneficioso para su salud. Solo no le digas nada malo ni que la pueda perturbar, como por ejemplo que estás casado con tu hermana y cosas por el estilo.
—¿Qué? —el bombardeo de explicaciones congeló a Carl.
Era demasiado tarde para procesarlo. La yegua golpeó la puerta y de inmediato abrió una cebra con camisa blanca y jeans.
—¡Hermana Daria! ¡Qué bueno que regresó! —alcanzó a decir antes de fijarse en el conejo que la acompañaba. Sus ojos abrieron a la par de su boca. El terror lo palideció incluso borrando algunas de sus rayas blancas de la cara. Por un momento había olvidado respirar.
—N-no-no-no-no-p-p-p-pu-no puede s-s-ser —tartamudeó mientras se afirmaba del marco de la puerta. La incomodidad se apoderó de Carl, quien estaba ahí parado, como si tuviera una sábana encima fingiendo ser un fantasma.
—Relájese Richard —respondió la ahora monja con voz calmada —. Le dije que iba a traer al hijo de la señora. Ahora es momento del gran encuentro.
—No-no-no —balbuceó la cebra en un último suspiro antes de desmayarse.
Ambos alcanzaron a sujetarlo ante que la cabeza llegara al suelo.
—¡Rápido! Llevémoslo al sofá —ordenó Mónica.
Entre los dos lo recostaron en el sofá mientras Mónica daba las órdenes con precisión. Carl debió levantarle las piernas mientras ella se cercioraba de sus signos vitales. Aquel momento le recordó que ella era enfermera de profesión y una persona muy astuta. Quizás la forma de encontrar respuestas era actuar como ella y vivir el momento. Cada segundo traía sorpresas, siendo imposible meditar sobre algo.
—Yang, ¿puedes ir al tercer cuarto a la derecha a buscar mi botiquín? Me haré cargo de Richard.
El aludido obedeció ciegamente, decidido a seguirle la corriente a ella y a esta aventura. Dejó las piernas del paciente sobre el brazo del sofá y se dirigió a su destino. Un rostro conocido apareció del otro lado del umbral.
Era la misma anciana que semanas antes había encontrado. Ella por su parte no lo reconoció como el sujeto que la fue a ver en el hogar. La sábana que lo cubría bajo la imagen de Yang nuevamente espantaba a quienes lo rodeaban. Por un instante hubiera deseado que al igual que Mónica y Jimmy lo hubieran reconocido. Más no siempre los deseos se hacen realidad.
—¿Yang? —balbuceó la anciana. Se encontraba sobre un sillón acolchado, tejiendo a la luz de los rayos solares cuando oyó la puerta. Al alzar la vista, reconoció de inmediato a la persona que estaba frente a ella.
Ya no había vuelta atrás. Carl hubiera deseado retroceder y exigirle explicaciones a Mónica. Pero ya estaba frente a su nueva madre. No entendía qué planeaba su novia, solo debía seguirle la corriente.
—¡Yang! ¿De verdad eres tú? —la anciana dejó en el brazo del sillón su tejido y amenazaba con ponerse de pie a su encuentro.
—Si madre, soy yo —la cucaracha se sintió demasiado mal al mentirle de esa forma a la anciana.
—No… ¡no puedo creerlo! —exclamó emocionada extendiendo los brazos—. Hijito querido. ¡Venga aquí!
Se colocó de pie con mucha dificultad. Cuando planeaba dar su primer paso, Carl se acercó a ella y se dejó abrazar. Pudo notar la humedad en su arrugado rostro.
—No puedo creerlo —decía con voz entrecortada—. ¡Gracias Dios mío! Nunca creí que viviría para volver a verte.
Apenas lo soltó, hizo que se arrodillara al lado del sillón, mientras que ella se dejaba caer sobre el mismo.
—Estás tan grande —le decía mientras acariciaba su cara—. Eras apenas una pequeña bolita de pelos azul la última vez que te vi. No, nunca, jamás, volveré a dejar que me separen de ti —abrazó su cabeza con emoción mientras que el aludido intentaba evitar asfixiarse—. ¡Quizás cuántas desgracias tuviste que pasar lejos de mami! Perdóname por no ser tan fuerte como para evitar que te llevaran.
—No te preocupes mamá —respondió el aludido una vez zafado del abrazo—. Ya estoy aquí —agregó con la mejor de las sonrisas que pudo dar en un momento como ese.
—¿Y tu hermana? —recordó de pronto—. ¿Dónde está? ¿Qué fue de ella?
—Está trabajando —respondió—. Dijo que era mejor que yo viniera primero.
—¿Trabaja? ¿Y en qué trabaja? —preguntó con ansiedad.
—Es abogada.
—¿En serio? —exclamó juntando sus manos con un brillo especial en sus ojos—. ¡Qué alegría más grande! Mi niña es abogada. ¡Ya quisiera poder verla!
Carl no pudo más que enternecerse ante la abuelita que tenía frente a ella. Era una madre a quién le habían arrebatado sus hijos de una forma cruel, y hoy él le traía aunque fuera un poco de esperanzas.
—La hermana Daria tenía razón —prosiguió con su relato—. Mis hijos si estaban vivos, y tú estás aquí. Lo que más deseo es recuperar el tiempo perdido —agregó con una sonrisa mientras se aferraba al brazo del conejo.
—Mamá —respondió—, Yin vendrá pronto, te lo prometo.
Ante aquella respuesta, ambos se abrazaron.
Desde el otro lado del umbral, la monja y la cebra ya más recuperada observaban en silencio.
—Hermana Daria —susurró Richard—, de verdad lo hizo.
—Sí —respondió la monja bajo la toca—. Es un gran avance para la señora Yanette. En poco tiempo tendremos más respuestas.
Mónica sonreía conforme. Todo estaba saliendo de acuerdo al «plan». Un plan que solo consistía en improvisar siguiendo su instinto, que por lo general la llevaba por el camino correcto. Aquella sonrisa era un regalo a ese instinto que hasta el momento no la había hecho caer.
EL SIGUIENTE MENSAJE NACE A PARTIR DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL QUE TIENE EDITORIAL EL PATITO FELIZ PARA CON SUS LECTORES, EN PARTICULAR CON AQUELLOS RESIDENTES EN CHILE.
El telón se levantó sobre un escenario iluminado por dos enormes focos. Podemos observar a Yin y Yang sobre el escenario con una tenida elegante. Yang usaba una corbata de moño, mientras que Yin usaba un vestido largo color morado con encajes oscuros.
—Hola, soy Yin Chad, del fanfiction de Editorial El Patito Feliz "Amor Prohibido" —comenzó la coneja.
—Y yo soy Yang —intervino su pareja.
—Hoy estamos aquí para hablarles de un tema muy serio e importante —Yin juntó sus manos—. Es algo que afecta directamente a las personas que viven en Chile. Si usted es chileno, debe prestar mucha atención a nuestro mensaje.
—Y a los no chilenos, ¡no se preocupen! Les podemos contar un resumen de que está ocurriendo por allá —agregó Yang colocando sus manos en su espalda.
—¿En serio? —Yin alzó una ceja cruzándose de brazos—, ¿no crees que tomará mucho tiempo?
—¡Por supuesto que no! —Yang extrajo una tarjeta del bolsillo de su chaqueta—. De hecho tengo un torpedo justo aquí —anunció agitando la tarjeta.
—¿Un torpedo? —cuestionó su hermana.
—Es un chilenismo —respondió. El canto de un grillo fue su única respuesta—. Bueno, como estamos hablando de chile… olvídenlo.
Yin rodó los ojos, mientras que su hermano se aclaró la garganta dispuesto a leer la tarjeta.
»Todo comenzó el 18 de octubre del 2019, cuando una serie de manifestaciones ciudadanas se repartieron por todo el país. Todo comenzó porque el pasaje del metro subió 30 pesos, lo que conllevó a una protesta por parte de los estudiantes secundarios, quienes llamaron a evadir el metro. Ese día cerraron varias estaciones para evitar la evasión, y culminó con la quema de varias estaciones. Como respuesta, el gobierno de Chile instauró un toque de queda y permitió que los militares tomaran el control. Debido a la mala relación entre los civiles y los militares producto de una reciente dictadura militar que culminó hace 30 años, la decisión provocó que el estallido se extendiera por todo el país.
»El estallido social se mantuvo con fuerza hasta marzo del 2020, cuando empezó la pandemia. Durante todo ese tiempo hubo muchísimas marchas pacíficas, centradas en exigir un país menos injusto y desigual. La lista de exigencias es enorme, que pasa por mejor salud, educación, condiciones laborales, pensiones, reconocimientos a pueblos indígenas, derechos LGBT, calidad de vida, ecología, entre muchas otras cosas. Esto no quita que este estallido no estuviera acompañado de mucha violencia. Desde saqueos, incendios, destrucción de propiedad pública y privada, hasta una constante y sistemática violación a los derechos humanos por parte de la policía y las fuerzas armadas, que involucra detenciones arbitrarias, montajes, heridos, torturas, disparos oculares, y muertes.
»Las manifestaciones evocaron en una conclusión en común: para solucionar la larga lista de problemas que afectan a la sociedad, era importante cambiar la constitución. La constitución actual fue implementada en 1980 durante la dictadura militar. En noviembre del 2019 los principales políticos de Chile acordaron un "Acuerdo nacional", que involucra un plebiscito para ratificar si los chilenos realmente quieren cambiar la constitución. Este plebiscito estaba planeado para el 26 de abril, pero debido a la pandemia fue postergado para el 25 de octubre.
—¿Ya terminaste? —consultó Yin cruzándose de brazos.
—Un momento —cuestionó Yang releyendo su tarjeta—, ¿no que hoy es 18 de octubre?
—Sí.
—O sea que hoy…
—Hoy es el aniversario del estallido social.
—¡No puede ser! —exclamó Yang—. ¡Quizás qué esté pasando en Chile en estos momentos!
—¡Yang! Hoy no vinimos a hablar sobre el 18 de octubre, sino sobre el plebiscito de la próxima semana.
—A bueno —respondió su hermano—, cuéntanos entonces qué va a pasar la próxima semana.
Yin respiró profundo y extendió su índice derecho.
—El próximo 25 de octubre se realizará un plebiscito nacional. Serán dos papeletas en donde se deberá marcar el voto. La primera papeleta pregunta si desea que se redacte una nueva constitución, en donde existen dos opciones: apruebo y rechazo. ¡Yang! ¡Esconde ese letrero! Nuestro jefe nos exigió explícitamente no hacer propaganda a ningún bando —agregó volteándose al conejo.
—Que son fomes —se quejó mientras lanzaba del escenario un letrero gigante con una enorme «A» impresa.
Tras una mirada asesina, Yin regresó con su explicación.
—En la segunda papeleta se deberá elegir qué órgano deberá redactar la nueva constitución. Existen dos opciones: Convención mixta constitucional y convención constitucional.
—¿Órgano? —intervino Yang confundido—. Creí que iban a ser los chilenos quienes iban a escribir la constitución.
—Sí, pero «quiénes» exactamente —alegó Yin.
Su hermano se encogió de hombros. Yin continuó su explicación.
—La convención mixta constitucional estará compuesta en un cincuenta por ciento por constitucionalistas escogidos para su redacción por votación popular y un cincuenta por ciento por parlamentarios en ejercicio. La convención constitucional estará compuesta por constitucionalistas escogidos para su redacción por votación popular en un cien por ciento.
—Parece confuso —confesó Yang mientras se rascaba la cabeza.
—Es simple —aclaró Yin—: convención mixta es mitad parlamentarios, mitad ciudadanos. Convención constitucional son todos ciudadanos.
—¿No habrá alguna clase de conflicto de interés que los parlamentarios se encuentren redactando la constitución? —cuestionó Yang pensante mientras sujetaba su mentón.
—Eso es algo que la gente debe decidir —respondió su hermana. Luego, prosiguió con la presentación.
—Este plebiscito es histórico, y quedará marcado en la historia de Chile para la posteridad, por lo que es muy importante participar. No importa la opción que escojas, lo importante es formar parte de este importante hito. Solo recuerda los siguientes consejos.
—Primero, no deben olvidar su lápiz azul —comenzó Yang mostrando un lápiz Bic de color azul—. Con su lápiz usted podrá marcar su voto y firmar en el padrón.
—Tampoco deben olvidar su carnet de identidad —agregó Yin presentando un ejemplo del documento—. Solo con el carnet o el pasaporte lo dejarán votar.
—¡Oye! ¿De quién es ese carnet? —le preguntó Yang con interés.
—Es de una tal Martita Muñoz —respondió la coneja leyendo el nombre impreso.
—¡Tampoco deben olvidar su mascarilla! —agregó Yang mostrando una mascarilla de tela blanca con las siglas «CC» con letras gruesas y negras en el medio—. Es obligatorio usarla durante todo el proceso, y se les prohibirá el acceso al lugar de votación si no la llevan.
—¡Yang! ¿Qué te dije sobre la propaganda? —le recriminó su hermana—. Por si no lo sabías, si llevas algo alusivo al apoyo de una de las opciones del plebiscito podrían hasta llevarte preso, y en estos días no es bonito ir preso.
—Está bien —rezongó mientras tiraba la mascarilla.
—Traten de respetar la distancia social —prosiguió Yin dirigiéndose a la audiencia—. Es muy importante para protegerse del coronavirus. Traten de ir solos, respeten la distancia en las filas, no se queden conversando y una vez terminado el trámite, devuélvanse a sus casas.
—Tampoco olviden desinfectarse las manos con alcohol gel —agregó Yang mostrando una pequeña botellita con un líquido transparente —supongo que no hay problemas con que diga «Colgate» ¿Verdad? —agregó mirando fijamente a su hermana.
—No tenía idea que Colgate había sacado una línea de alcohol gel —respondió Yin con simpleza.
—El horario de votación será de ocho a ocho y habrá un horario exclusivo para adultos mayores de dos a cinco de la tarde —continuó Yang.
—Por favor, cuídense —rogó Yin juntando sus manos—. En estos días convulsionados y con el peligro de la pandemia, nunca deben olvidar que lo más importante es la integridad de cada uno de ustedes.
—Tampoco olviden que este plebiscito es muy importante para todo el país y deberán participar con responsabilidad y autocuidado —agregó Yang cruzándose de brazos.
—Esperamos que pasen una muy buena semana, y nos veremos el próximo domingo en un nuevo episodio de «Amor prohibido» —Yin comenzó la despedida.
—Un momento —intervino Yang—, si se supone que el próximo domingo será el plebiscito, ¿habrá otro capítulo del fic?
—Por supuesto que sí. ¡Cuack, Cuack!
Desde el fondo del escenario apareció un pato de hule color amarillo dando saltos. Era del tamaño de un gran danés.
—En Editorial El Patito Feliz nos encargaremos de preparar el Capítulo 32 durante la semana y así no tener problemas con el plebiscito del próximo domingo.
—Es una excelente noticia, jefe —respondió Yin.
—Solo tengo una duda —cuestionó Yang—, si usted está aquí, ¿quién está relatando esto?
—Dejé a uno de mis encargados —respondió el pato—. ¡Saluda Martita!
—¡Hey! ¡Devuélvanme mi carnet! —les grité desde el salón de narración omnisciente.
En fin, creo que ya se acabó la escena. Lo bueno es que nadie se ha dado cuenta que aún puedo seguir relatando cosas, ¿qué les podría contar en una oportunidad como esta? ¡Ah ya s…
