Amor Prohibido - Capítulo 32
—Señora Print, debe ver esto.
Sara no había pegado pestaña en toda la noche. Tuvo que recibir a los equipos de emergencia y luego a la policía. Todo mientras debía apaciguar toda sospecha que induzca a la existencia de una posible mafia en la fiesta. Fue una velada demasiado tensa para ella. En los ratos en que por fin tenía un instante de paz, se encerraba en uno de los salones, y se paseaba imaginando el peor de los escenarios. La tensión espantaba cualquier intención de dormir, acabando poco a poco con sus nervios. Debía parecer tranquila. No quería más problemas de los que ya se habían ocasionado. Aunque no se lo dijo a la policía, en el fondo sabía que Lucio era el gran culpable de la tragedia.
La cierva volteó al oír la voz del mayordomo. Él se encontraba con su traje impoluto y una postura perfecta. Su voz le pareció extraña. El lobo no acostumbraba a hablar. Si lo hacía, era porque las noticias eran de gran importancia.
—¿Qué sucede, Boris? —le preguntó.
El mayordomo hizo un ademán de que lo siguiera. Ella aceptó. Recorrieron gran parte de la mansión hasta el sótano. Al llegar a la bodega de vinos, tras unas cajas cubiertas de polvo, se encontró con lo último que imaginaba ver.
—¡Yang! —se le escapó un grito ahogado.
De inmediato se arrodilló junto a él mientras le levantaba la cabeza del suelo. No le importó ensuciar su ya destartalado traje de gala. El conejo parecía inconsciente. Las preguntas se multiplicaron en su cabeza. Del otro lado del conejo, se encontraba el mayordomo en cuclillas, escaneando cada detalle en busca de pistas que los llevaran a alguna respuesta.
—¿Qué hace aquí? —preguntó Sara mientras intentaba sentarlo—. ¿No que estaba en el hospital? ¿Cómo llegó de regreso?
—Le avisé apenas lo encontré hace algunos instantes —explicó el lobo con su voz monótona.
—¡Hay Dios! —el peor escenario había llegado a su mente—. ¿Y si está muerto?
—No lo creo —respondió el mayordomo—, le tomé el pulso apenas lo encontré.
—¿Sabe alguien más de esto?
El lobo negó con la cabeza.
Mientras aún quedaban preguntas en la mente, se oyeron unos gemidos por parte del conejo. Sara lo tenía entre sus brazos cuando él abrió los ojos. Un par de ojos violetas se posaron sobre los ojos oscuros de la cierva, quien le respondía con una mirada atónita.
—¿Yang? —balbuceó sin poder modular bien a causa de la impresión—. ¿Estás bien?
El aludido no respondió. Simplemente la miró sin entregar un mensaje concreto. Era prueba suficiente como para esfumar el peor escenario de la mente de Sara.
—¡Oh Yang! —la cierva lo abrazó con fuerza. El conejo no parecía entender lo que estaba ocurriendo.
Sara lo sentó colocando su espalda sobre la pared.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¡Por favor dime algo! —la cierva sujetaba su mano mientras el lobo lo observaba con una mirada aguda. Yang solo la miraba en silencio. No emitía palabras, cosa que aumentaba el nerviosismo de Sara. Ella lo revisaba en busca de algún síntoma que la alerte.
—Me duele un poco la cabeza —respondió finalmente—, y siento algo de mareo.
Sara le ordenó al mayordomo que fuera a por una silla de ruedas para llevarlo hacia uno de las tantas habitaciones de huéspedes que tenía. Todo, exigido bajo una completa confidencialidad.
Yang no habló mucho durante el traslado y las atenciones. Sara se encargó de atenderlo personalmente durante gran parte del día, mientras le pedía a Boris todo lo necesario. Le preparó la cama, le dio desayuno, le dio unos analgésicos para el dolor. El conejo se remitía solamente a agradecer las atenciones, sin dar el más mínimo detalle sobre cómo llegó allí. Esto solo aumentaba la incertidumbre por parte de ambos.
—Yang —Sara estaba sentada al costado de la cama mientras le sostenía con suavidad su mano—, te quisiera hacer algunas preguntas, porque estoy muy preocupada.
El conejo la observó con atención. Su mirada se encontraba más brillante que nunca, o al menos fue lo que ella notó.
—¿Qué fue lo que te pasó?
Tras un breve pero intenso silencio, contestó:
—No lo sé.
—Pero, ¿cómo llegaste hasta ahí? ¿Qué es lo último que recuerdas?
—No lo sé —su voz venía con más aprehensión.
—Haber, trata de hacer memoria —le pidió la cierva.
—Mire —contestó Yang sonando más decidido—, le agradezco muchísimo todo lo que está haciendo por mí, en serio, pero la verdad ni siquiera sé quién es usted.
El helado silencio cayó sobre ambos.
—¿Qué dijiste? —preguntó Sara con incredulidad.
—En realidad lo siento mucho —respondió—, y no quisiera que se ofendiera. Sé que por todo lo que ha hecho hoy por mí, debo ser alguien importante para usted pero —sus palabras se detuvieron de golpe—… la verdad no recuerdo nada de lo que pasó antes de esta mañana.
Sara soltó la mano del conejo. Yang no pretendía herirla, solo quería respuestas.
—En serio, he tratado de hacer un esfuerzo, pero la verdad no tengo imágenes de nada. Lo único que recuerdo es que usted me encontró en ese lugar polvoriento, me trajo hasta acá y me atendió muy amablemente. De lo demás, simplemente no recuerdo nada.
—¿No te acuerdas de anoche? —cuestionó Sara.
Yang negó con la cabeza.
—¿Ni de tu familia?
Volvió a negar con la cabeza.
—¿No te acuerdas de tu vida? ¿Ni de tu pasado? ¿Nada de nada?
—Nada en lo absoluto —afirmó.
—Cielos.
Sara tenía mucho que meditar. Aquella amnesia era de cuidado, cosa que la obligaba a llamar a un médico. Pero antes, quería averiguar qué había pasado realmente la noche anterior. Ella misma vio como la ambulancia se llevaba a un Yang malherido en compañía de su esposa.
—Boris, quiero que me hagas un favor —le ordenó su jefa—. Ve al hospital y pregunta por el estado de salud de Yang Chad. No le digas a absolutamente nadie que lo tenemos aquí.
El lobo obedeció silenciosamente.
Hora y media más tarde regresó con su respuesta.
—Señora. Consulté en el hospital. Me indicaron que el paciente se encuentra en estado crítico y en coma inducido. Su familia está con él y se encuentra muy afligida. Incluso tuve la posibilidad de ingresar a la habitación y es él quien se encuentra hospitalizado.
Antes que la cierva pudiera cuestionar algo, el lobo sacó su celular y le mostró la fotografía tomada. Era evidencia de que no mentía. Quien se encontraba entubado e inconsciente sobre la cama de un hospital era nada menos que Yang.
—No es posible —de inmediato corrió hacia la habitación en donde ella había dejado a Yang. Abrió un poco la puerta y pudo divisarlo sobre la cama mirando al techo. Intercambió miradas entre la imagen del celular y lo que había al otro lado de la habitación, intentando convencerse de lo que la realidad le intentaba mostrar.
—¿Estás seguro de que esto es de hoy? —le recriminó al mayordomo restregándole el teléfono.
—Así es —respondió con seguridad.
Sara nuevamente intercambió miradas entre la habitación y la fotografía con desesperación.
—¿Cómo es esto posible? —demandó una respuesta.
Boris quedó atrapado en la disyuntiva. Para él también era una situación inexplicable.
Habían pasado demasiadas horas desde la última vez que había descansado. Atribuyó este fenómeno al cansancio del momento. Decidió tomar cualquier decisión tras descansar unas horas. La noche estaba cayendo, y un día más no iba a cambiar las cosas, aparentemente.
A la mañana siguiente Sara volvió a visitar a su inquilino. Lo acompañó durante gran parte de la mañana, en donde aprovechó de contarle sobre su vida. Le contó que era su empleadora y él era técnicamente su jardinero, pero que habían creado un fuerte lazo de amistad.
—Le quiero agradecer, señora Sara —le dijo—. La verdad todo lo que me cuenta es tan llamativo. Lamento no recordar nada de eso.
—No te preocupes —le respondió con una sonrisa mientras sujetaba su mano—, te puedes quedar aquí hasta que puedas recuperar tu memoria.
—No puedo creer que no tenga familia —agregó el conejo con un pesar en su voz.
—Eso no importa —respondió Sara—, yo siempre he estado contigo, y hoy no será la excepción.
Yang sentía la calidez de su nueva amiga. Era lo único que recordaba y conocía. Una calidez que derretía, que lo llenaba de bienestar. No podía sentirse más agradecido por ella. Con su presencia y compañía podía olvidar las presiones por recordar algo de su pasado. El presente era más dulce y cálido, y había que disfrutarlo.
Así un día se hicieron dos, dos se hicieron cuatro, y se convirtieron en semanas. A ninguno de los dos les importó mayormente. De vez en cuando enviaba a Boris al hospital para consultar por la salud del otro Yang. Así pudo enterarse que logró salvarse, y finalmente regresar con su familia.
Internamente, Sara había tomado una decisión. Una decisión empujada por sus impulsos, por su corazón. Una decisión a la que no le puso mucha atención a los detalles. Fue como usar un colador como vaso. Le convenía dejar las cosas tal cual estaban. Dejar que el impostor se paseara fingiendo ser el verdadero Yang, mientras que ella se aferraba al real. Un Yang real que no tenía problemas para quedarse enganchado en su corazón. Un Yang sin esposa que lo atara, sin hijos que lo necesitaran. Alguien sin pasado, pero con un alma noble que la había encandilado desde el día en que lo conoció. Ahora era su oportunidad ideal para quedarse con él sin que nadie resultara lastimado. Un plan iluso, pero completamente falible.
Boris observaba todo en silencio. No era tonto, se estaba dando cuenta de la jugarreta de su jefa. Una vez pudo ver a través de una puerta entreabierta como ambos terminaron dándose un beso en los labios. Sara había dado rienda suelta a sus sentimientos por Yang. Mientras tanto, un impostor embaucaba a su familia. Era consciente de que iba a salir mal, pero, jamás desobedecía a su jefa. Simplemente se dedicó a obedecer en silencio, mientras esperaba el día en que su ingenuo plan comenzara a desmoronarse.
Una tarde cuando Sara entró al cuarto de Yang, se encontró ni más ni menos con Lucio, quien conversaba animadamente con el conejo.
—¡Oh! Sara, estaba hablando con Lucio, me dijo que son muy buenos amigos —le explicó Yang.
—¡Por supuesto! —se adelantó el león ante la reacción de Sara—. La verdad no tenía idea dónde se había metido. No sabía que lo habías recibido en tu casa.
—¿Qué haces aquí? —Sara intentó torpemente mantener la tranquilidad.
—¡Oh nada! —respondió Lucio con tono burlesco acercándose a la cierva—. Simplemente venía por aquí, y quise venir a visitar a mi vieja amiga. No me esperaba encontrarme con mi otro gran amigo —agregó volteándose hacia el conejo.
—Igual aprovechando de que estamos todos reunidos, quisiera que me aclararan un par de cositas —Yang se levantó de la cama y se acercó a la pareja—. ¿Tengo o no tengo esposa e hijos?
—¡Si! —exclamó Lucio.
—¡No! —exclamó Sara al unísono del león.
—¿Podrían ponerse de acuerdo? —exigió.
—¿Podrías dejar que podamos hablar a solas? —pidió Sara con voz tensa mientras agarraba del cuello de su chaqueta al león.
No esperó respuestas para arrastrarlo hasta afuera de la habitación.
—¡¿SE PUEDE SABER QUÉ RAYOS TE PASA?! —exclamó en voz baja frente a su cara al punto de llegar a escupirle un poco de saliva.
—¡Nada! —respondió con su tono burlesco—. Es solo que me parece extraño que él esté aquí en tu casa, diciendo que tú eres lo único que conoce de familia, mientras que al mismo tiempo está en su casa compartiendo con su familia. ¿Qué rayos tramas?
—No te tengo que dar explicaciones —musitó molesta—, no desde que se te ocurrió dispararle en la fiesta. ¡Nuestro plan iba tan bien! ¡Y tenías que arruinarlo!
—Sabes que yo no sigo órdenes de nadie —el tono del león se volvió peligrosamente serio.
—¿Ni siquiera del patriarca?
—Al contrario, el patriarca es quien sigue mis órdenes —su ceño fruncido formaba una mirada atemorizante que no lograba amedrentar a la cierva.
—Eres increíble —finalizó Sara. Sabía que en ese estado de soberbia era un caso perdido discutir con él.
Se regresó a la habitación de Yang, solo para darse cuenta que el conejo ya no se encontraba ahí.
—¿Yang? —preguntó mientras miraba por cada rincón del lugar—. ¿Dónde estás?
Lucio le siguió, revisando cada detalle del lugar. También se encontraba sorprendido por el reciente descubrimiento.
—¡Mira! ¡Por allí! —apuntó el león hacia un enorme ventanal.
Se encontraba completamente abierto. Las cortinas ondeaban con el fresco viento del atardecer.
Un par de días más tarde, Jimmy paseaba junto a su padre por el mismo parque, tras una nueva consulta médica. Carl se sentía cada día más presionado. El tiempo no podía pasar en vano. Además, con un hijo hospitalizado, podía sentir el peso adicional de la vida de Yang. Eran muchas cosas que procesar, pero el tiempo le estaba ayudando a colocar cada cosa en su sitio. A esta altura ya podía tener la certeza de que Yang no había salido de la mansión de Sara. La propia Sara, sin siquiera proponérselo, le estaba ayudando en su plan. Eso era una valiosa ventaja que no podía dejar pasar. No sospechaba que esta comodidad no le duraría mucho.
Mientras disfrutaban de un helado en una banca, Carl sacó un pequeño papel que tenía enrollado en la manga de su camisa. Sabía quién lo había puesto. Mónica le colocaba pequeños mensajes encriptados en su ropa cuando quería comunicarse con él. Si se hubiera dedicado al espionaje, hubiera hecho caer naciones enteras. Al menos era el parecer de la cucaracha.
«Li forkuris de hejmo. Li estas inter ni. Kion ajn vi devas fari, faru ĝin nun». (Él escapó de casa. Él está entre nosotros. Lo que sea que tengas que hacer, hazlo ya.).
—¿Qué ocurre? —Jimmy se volteó y vio a su padre concentrado en el mensaje.
Carl sabía perfectamente el significado del mensaje. Se volteó hacia el pequeño, y anunció:
—Será esta noche.
