Amor Prohibido - Capítulo 33
—¡Está perdiendo mucha sangre!
—¡Su presión está bajando!
—¡Necesitamos sangre tipo B!
—¡Lo estamos perdiendo!
—¡Necesitamos sangre tipo B!
—¿Alguien puede parar el sangrado?
—¡Ve a buscar sangre tipo B para la transfusión!
La adrenalina del momento despertó a Yin. Eran apenas las siete de la mañana de un día sábado. Se sentía mal por despertar tan temprano en un día en que podía quedarse en cama hasta tarde. Peor aún considerando que ya no recordaba cómo se sentía una noche reconfortante. Apenas su esposo había logrado esquivar las garras de la muerte, le llegó el turno a su hijo. La vida la estaba tratando pésimo últimamente. En las noches le era imposible conciliar el sueño, temiendo que al despertar, Jacob no estuviera en este mundo. Tenía un par de gruesas y oscuras bolsas bajo los ojos. Era raro verla con sus ojos completamente abiertos. Sus movimientos solían ser más lentos de lo acostumbrado. Estaba viviendo en modo automático. Tampoco podía concentrarse bien. Le era todo un desafío concentrarse en su trabajo, el cual debió forzosamente reducir su carga. Debía evitar cualquier error en lo poco que hacía o perdería la única fuente de ingresos familiar.
Volteó y pudo ver a Yang de espaldas. Parecía dormir quieto, pero años conviviendo con él le enseñaron que no debía confiar en las apariencias. Apaciblemente se encargó de todas las tareas asignadas con tal que la vida familiar no se detuviera. Tranquilizó a sus hijos, especialmente a Jimmy, con quien estaba creando un lazo aún más cercano. A pesar de ello, se le notaba el cansancio y la lentitud. Es muy probable que tampoco estuviera durmiendo bien. Hubiera deseado que en aquel momento estuviera despierto. Era un instante vacío y solitario, que un simple abrazo hubiera mejorado.
En vez de eso, se escuchó el timbre de la casa. Se escuchaba insistente y reiterado. Parecía como si quien llamaba estuviera desesperado. A Yin le extrañó que alguien viniera con esa actitud a visitarlos tan temprano aquella mañana. De forma automática se puso de pie y se colocó su bata color crema junto con sus pantuflas. Era una mañana que a pesar de no ser helada, era bastante fresca.
Yenny también estaba dispuesta a abrir la puerta. La insistencia del timbre sin duda despertó a toda la casa. Cuando se encontraba bajando las escaleras, se encontró con que su madre había llegado primero.
—¿Señores Brown? —preguntó la coneja extrañada—. ¿Qué hacen ustedes aquí?
Frente a ella se encontraba un enorme oso castaño con una mirada de pocos amigos. Venía con un traje formal bastante desgastado, al borde de desteñirse, junto con un bombín. A su lado, una osa gris que también parecía haber despertado de malas pulgas. Venía con un largo y delgado vestido de algodón color calipso con un grueso chal oscuro encima. Su chal también parecía desgastado, como si hubiera pasado de mano en mano por generaciones. Entre ellos se podía reconocer a Susan, quien parecía más pequeña de lo normal en medio de sus padres.
—Buenos días señora Chad —saludó el oso con una voz ronca y suave quitándose el bombín—, lamento mucho tener que molestarla a esta hora de la mañana, pero como familia tenemos un asunto de gran importancia que no podemos hacer esperar.
—¿A sí? ¿Y de qué se trata? —preguntó Yin arqueando una ceja. Aún le parecía rarísima la visita de los padres de Susan.
Ambas familias se conocían desde que Yenny había entablado una amistad con Susan en la primaria. A pesar de ello, ambos matrimonios nunca habían sido tan cercanos. Algunas veces se habían topado en la escuela o en alguna actividad que involucraba a sus hijas. Los señores Brown siempre han sido cordiales con los Chad en su trato, especialmente con Yin, de quién conocían su fama profesional.
El oso se aclaró la garganta y respondió:
—Se trata de su hijo.
—¿Qué pasó con Jacob? —aquella pregunta salió desde el subconsciente. Prácticamente lo que más llenaba sus pensamientos era Jacob. Incluso se había puesto de pie y llegado hasta la puerta en busca de novedades sobre su hijo.
—No, es sobre Jack —aclaró la señora Brown con suavidad.
Regresó al sentimiento inicial de desconcierto.
—Es algo un tanto largo y difícil de explicar —agregó el señor Brown.
Yin los invitó a pasar al interior del hogar. Se volteó y pudo ver a Yenny en las escaleras. La chica pudo ver a la familia completa. Susan le lanzó una mirada que no supo interpretar.
—Yenny, ve por tu hermano —le pidió Yin mientras guiaba a los osos hacia el living.
No tuvo que aclararle a quién debía buscar. Había oído toda la conversación. Y aunque no lo hubiera hecho, la presencia de Susan la asociaba directamente a Jack. Ella había estado detrás de su hermano desde la primaria. El descubrir que él había comenzado a salir con otra chica fue como un balde de agua fría para la osa. Se quejaba y lloriqueaba todo el tiempo por el rechazo de Jack. Su inmadurez surgió a flor de piel. Por primera vez en toda su vida, Susan fue más un peso que un apoyo en momentos difíciles. Incluso Francesca fue más cercana y condescendiente con ella, cosa que le resultó extraña considerando que hace un mes apenas ni se conocían.
Abrió la puerta y vio a su hermano dormir a pata suelta sobre la cama. Solo traía una camisa blanca y unos shorts a rayas cortos. Dormía plácidamente sobre la ropa de cama arrugada y tirada desordenadamente. Para Yenny fue el colmo verlo dormir tan tranquilo luego del barullo provocado por el timbre.
—¡Despierta ya! —agarró una toalla, la cual usó de látigo para despertarlo. Un golpe en su entrepierna fue suficiente para despertarlo de un golpe.
—¡Auch! —se quejó arqueándose sobre la cama—. ¿Qué pasa? —preguntó molesto.
—Susan está abajo —respondió cruzada de brazos y una mirada asesina—. Trajo a sus padres.
El conejo se sentó sobre su cama. Ni siquiera tenía conciencia del día ni de la hora, y la información dada por su hermana no ayudaba mucho.
—Quiero saber qué pasó —apareció Yin detrás de Yenny, sorprendiendo a esta última.
—¡Mamá! —exclamó en su sorpresa—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasó con los padres de Susan?
—Tu padre los está atendiendo abajo —respondió Yin con sus brazos cruzados y una mirada firme—. Antes de bajar quiero que ustedes me digan qué fue lo que pasó —se colocó frente a la salida, dispuesta a ser una barrera hasta recibir una respuesta satisfactoria.
Ambos chicos se miraron mutuamente. Jack se encontraba aún más confundido que nunca. Su mente medio adormilada exigía respuestas o que lo dejaran dormir cinco horas más.
—Quisiera saber lo mismo —dijo Jack.
—Yo tampoco entiendo qué está pasando —agregó Yenny—. ¿Por qué crees que sabemos algo? —agregó al ver que su madre no se movía.
—No es la primera vez que ustedes me ocultan algo —sentenció Yin.
Sus hijos nuevamente se miraron entre ellos. Yenny no volvería a cometer el mismo error. No tenía razones esta vez.
—Lo único que sé es que a Susan le gustaba Jack desde la primaria, y ha estado muy mal desde que supo que Jack ahora está saliendo con Francesca.
La dureza de la mirada de Yin cambió a sorpresa. La revelación mareó aún más a Jack.
—¿Qué? —al chico le parecía no haber oído bien aquella última frase.
Un largo e incómodo silencio se interpuso entre los hablantes.
—Así que se trata de eso, ¿verdad? —dijo Yin aún dudaba que aquella fuera toda la verdad.
—Sí —respondió Yenny—, lo que no entiendo es cómo metió a sus padres en todo esto. ¿Era para tanto?
—No lo sé —respondió Yin ya más tranquila—, también puede que hayan venido por otra cosa.
—Tal vez —aceptó Yenny—. Aunque, pensándolo bien, no debería sorprenderme que ella haya metido a sus padres en esto. Realmente le afectó que Jack comenzara a salir con alguien más.
—Bueno —respondió Yin tras un suspiro—, si solo se trata de eso, creo que será fácil tratar con ellos. No pueden obligar a nadie a salir con su hija.
—¡Esperen un minuto! —la mente de Jack aún se encontraba procesando la conversación—. ¿Yo… le gusto a Susan?
En ese segundo Yenny tomó consciencia de sus palabras. En un acto de fidelidad, le había prometido a Susan no decirle nada a Jack, promesa que acababa de romper. En su defensa, podría alegar que habían transcurrido muchos años desde que Susan le confesó que se había enamorado de Jack. A esta altura simplemente la relación no se dio. Susan debía aceptar que había perdido.
—Sí, le gustas —respondió Yenny sin rodeos.
Jack estaba con los ojos entrecerrados y una ceja arqueada. Seguramente le volvería a preguntar hasta lograr creérselo.
—¿Eh? —cuestionó.
—¡Pues eso! ¡Le gustas desde la primaria, y era algo demasiado evidente! ¡Eres prácticamente el único en toda la escuela que no se ha dado cuenta! —exclamó Yenny. Los nervios comenzaban a dominarla. La culpa por haberle fallado a su amiga era la lápida de una amistad que ya veía rota.
—¿Eh? —volvió a preguntar. Si se volvía a dormir, se podía argumentar que todo había sido un sueño.
—Jack, necesito que te pongas unos pantalones y bajes ahora —le ordenó su madre mientras se retiraba—. Sea lo que sea, si tú no quieres estar con Susan, nadie te puede obligar.
Carl mientras tanto se encontraba más confundido que nunca, pero poco le importaba. La filosofía que le había enseñado Mónica de verdad le estaba ayudando en aquel momento. Ya era más que suficiente el tener que fingir ser otra persona llena de problemas familiares, para más encima darle la bienvenida a más problemas. Pero eso no debía importar en aquel minuto. El secreto era dejarse llevar. Los problemas adicionales se solucionarían por su cuenta. Solo era cuestión de vivir el aquí y el ahora, sin preocuparse mayormente por las consecuencias.
Estaba concentrado en preparar café para sus invitados. Los osos aceptaron sin problemas la oferta. Una vez dentro de la casa, ya no podían echarlos. Solo quedaba atenderlos de la mejor forma posible. A pesar de todo, su mirada de seriedad sumada a su apariencia formidable acobardaba tras una primera impresión.
—Papi, ¿quiénes son esos señores? —preguntaba Yuri a su lado. Se encontraba con un pijama de Tigger de cuerpo completo paseándose por toda la casa. Incluso había pasado a saludar a los señores Brown, quienes a pesar de su seriedad, no pudieron enojarse ante una criatura tan adorable.
—Son unos amigos que vinieron a vernos —respondió mientras vertía el café a las tazas.
—¿No es demasiado temprano para que vinieran? —volvió a preguntar la pequeña.
—Yo creo lo mismo —respondió su supuesto padre—, pero como ya están aquí, debemos atenderlos.
Ella y Jimmy se encontraban en la cocina. El pequeño estaba sentado en un puesto de la mesa comiendo pan. Observaba a su padre y a su hermana interactuar. También sentía curiosidad por la extraña visita. Tras su llegada, no había razones para volver a la cama.
—¿Son los papás de Susan? —intervino Jimmy.
—Es probable —respondió Carl sin despegar la vista de sus labores.
—¿Crees que vengan a pedir la mano de Jack? —propuso Yuri dirigiéndose a su hermano.
—Eso sería muy raro —contestó el pequeño.
—Supongo que pasó algo con sus hermanos —Carl ya tenía la bandeja lista—. Veremos qué quieren y qué solución podemos darle —agregó con una sonrisa.
Rato más tarde todo estaba listo en el living. Jack bajó aún adormilado a pesar de haberse lavado la cara. Llevaba unos pantalones de buzo azul marino y una chaqueta de mezclilla. Fue lo primero que se encontró en su cuarto. Yin le arregló un poco su pelaje con un peine. Le causaba gracia lo perdido que parecía. Cualquier pregunta referente a lo de Susan era evitada. No sabría interpretar si era algo mutuo o solo de ella.
Jack despertó de golpe una vez que puso un pie en el living. Se sintió atrapado en el matadero, esperando su turno. La mirada de los señores Brown parecían inquisidoras. Susan evitó mirarlo a los ojos. Los nervios atraparon su garganta. Los osos pidieron hablar en privado solo con los señores Chad y Jack, por lo que el resto de la familia debió esperar afuera.
—Espero que esto funcione —decía Yuri con el radio receptor de Jacob. Los tres hermanos restantes se encontraban en el cuarto de Jacob tras seguir a Yuri.
—¿Qué es eso? —preguntó Yenny extrañada.
—Es el receptor de Jacob —explicó Jimmy—, con esa cosa podemos escuchar las conversaciones que tienen en el living.
—¡Sí! —agregó Yuri—. Nos enteramos de muchas cosas en la conversación que tuvieron mamá y papá la otra vez.
—Yuri, ¿no que Yenny estaba ahí esa vez? —preguntó Jimmy.
—Esperen. ¡¿Ustedes escucharon lo de la otra vez?! —exclamó Yenny impactada.
—¡Va a comenzar! —interrumpió Yuri colocando el receptor sobre la mesa.
Jack se había sentado en el sillón en medio de sus padres, mientras que los osos ocuparon los sofás. Esperaba en silencio, la hora de su hora. Su cerebro recorría a mil por hora el instante en que pudiera haberle hecho algún daño a Susan como para que sus padres se enfadaran tanto con él. Tampoco podía recordar algún momento en que él le haya dado aunque fuera una señal equivocada, a menos que…
—Primero que todo, lamentamos mucho lo ocurrido con su hijo —la señora Brown fue la primera en hablar—, y esperamos que pronto podamos recibir mejores noticias sobre su estado de salud.
—Ehm, muchas gracias —respondió Yin. Le extrañaba que, a pesar de su mirada dura, la osa intentó entregarle un mensaje consolador con una voz conciliadora.
—Muriel, no hemos venido a hablar de eso —intervino su marido.
—Pues, entonces, ¿a qué han venido? —contestó Yin.
—Supongo que usted tendrá en cuenta que nosotros somos una familia con valores y principios fundamentados en la Sagrada Luminiscencia de la Osa Mayor, ¿no es verdad?
—Sabemos que son Ursistas —respondió Yin.
A pesar que a través del anillo Carl no encontró rastros de ese dato, era algo de esperarse. Más del noventa por ciento de los osos en el mundo se han declarado Ursistas, una de las cientos de religiones existentes. Él las había estudiado en la universidad. La religión Ursista es considerada una religión tradicionalista. Sus seguidores se concentran en estudiar muchísimas lecturas antiguas más que en dar exageradas expresiones de fe. Por otro lado, tienen millones de preceptos que suelen coartar muchísimo sus libertades.
—Bueno, eso cualquiera lo sabe —respondió el señor Brown—, pero dudo que usted esté al tanto de todos nuestros preceptos que rigen nuestra vida, ¿verdad?
—Bueno, nosotros no somos Ursistas —contestó Yin—, más allá de saber que es una religión seguida por muchísimos osos, no sabría nada más.
El oso dio una leve sonrisa y prosiguió.
—Pues bueno, debo explicarle uno de nuestros preceptos para que nos entienda. Según las propias palabras de nuestra Sagrada Ursa, no existe demostración de amor más grande que dar la vida por otra persona, ¿me entiende?
—Lo que no entiendo es cuál es el punto —acotó Yin.
—Pues que le estamos muy agradecidos por el acto valeroso de su hijo Jack para con nuestra hija que hizo la otra vez —intervino la señora Brown con ímpetu—. Es algo que jamás sabremos cómo pagárselo. Hubiéramos venido a agradecerle antes, pero a Braulio se le ocurrió arreglar el tejado por su propia cuenta y se cayó de las escaleras. El doctor dice que aún se encuentra muy delicado y debemos vigilarlo para evitar que haga otra cosa peligrosa.
—Muriel, no hemos venido a hablar de eso —intervino su marido molesto.
Los conejos intentaban recordar aquel «acto valeroso» del que se referían. Los tres en silencio y de forma independiente llegaron al mismo día en que Jack atrapó a unos asaltantes que lo atracaron justo cuando iba con Susan.
—El punto es que según el mismo precepto que le estaba señalando —prosiguió el oso tras aclararse la garganta—, es que aquel noble acto es sin duda una declaración del más puro amor por parte del joven.
—¿Qué? —el desconcierto no se hizo esperar por parte de los conejos.
—Para nosotros, cuando un joven arriesga su vida por una chica, es porque sus corazones están unidos y dicha unión está bendecida por la propia Osa Mayor —explicó Muriel—. ¡Cuando nos enteramos estábamos felices! ¡Nuestra Susan estaba por las nubes! —agregó sujetando la mano de su hija—. ¡Ya no cabía más dicha en nuestros corazones!
—Esperen un minuto —intervino Yin—. ¿No creen que están malinterpretando las cosas?
—Como la unión está bendecida por la propia Osa Mayor, es menester que nuestros hijos se casen lo antes posible —explicó el señor Brown—. Hemos venido a conversar los detalles de la boda.
El silencio no se hizo esperar. Momento que la señora Brown aprovechó de intervenir:
—Tradicionalmente nosotros deberíamos haber hablado de esto apenas ocurrió el valeroso acto, pero como somos padres modernos, esperamos que las cosas se dieran por si sola. Lamentablemente anoche nos enteramos que el jovencito acá presente está saliendo con otra chica, algo que sin duda es despreciable.
—Habla muy mal de él que esté enamorando a dos chicas al mismo tiempo —agregó su esposo—, especialmente si una de esas chicas es nuestra hija.
La mirada asesina de los osos fue disparada contra Jack. Su instinto más bajo le advirtió que en cualquier momento sería bocadillo de oso. Su mente era un desastre, lo que le impedía siquiera comprender la situación.
—¡Momento, momento! —intervino Yin—. Creo que hay algunas cosas que no se están entendiendo bien.
—Por lo mismo es que hemos venido a zanjar el asunto —intervino el señor Brown—. No queremos que esto termine en malos entendidos por ambas partes.
—A lo que quiero llegar —explicó Yin—, es que es cierto que en aquella ocasión Jack defendió a Susan de los asaltantes…
—Y le estamos muy agradecidos —interrumpió Muriel.
—Pero sus intenciones no podrían estar más distantes de lo que ustedes han interpretado —continuó—. Él lo hizo porque sus principios se lo dictaron y tenía la capacidad de hacerlo tras un tiempo aprendiendo artes marciales. Es algo que haría por cualquier persona, y no por una en particular, ni mucho menos por las intenciones que ustedes están proponiendo.
—¡Cómo se atreve! —exclamó la señora Brown ofendida.
—Creo que no nos estamos entendiendo —al señor Brown le estaba costando controlarse. Las palabras de Yin lo habían ofendido—. De acuerdo a nuestros preceptos, el valeroso acto de su hijo se ha convertido en una declaración de amor para con nuestra hija, por lo tanto es importante que ambos se casen para así sellar el amor bendecido por nuestra Sagrada Osa Mayor.
—¿Habla en serio? —intervino Carl—. ¡Pero si apenas tienen catorce!
—Hasta donde yo sé, los menores pueden casarse a partir de los catorce con autorización de sus padres —explicó el señor Brown.
—¿Usted habla de… casarlos ahora? —preguntó Yin. La situación le parecía inverosímil.
—Bueno, el siguiente sábado nos parece bien —respondió la señora Brown.
—¡¿Acaso se volvieron locos?! —exclamó Yin. La situación la comenzaba a mosquear.
—De acuerdo a nuestros preceptos, si dicha boda no se realiza, nuestra hija quedará marcada de por vida —respondió el señor Brown endureciendo su voz—. De esta forma nuestra hija será mal vista por nuestra comunidad por el resto de su vida, y no podrá contraer matrimonio con ningún miembro de nuestra comunidad, porque nadie quiere a las personas manchadas. Como padres debemos impedir a toda costa un destino tan grave para nuestra hija.
—Nosotros no vamos a autorizar esa boda —advirtió Yin.
—Ese muchacho se va a casar con ella a como dé lugar —replicó el oso golpeando el brazo del sofá con su puño.
—Nosotros firmaremos los permisos como corresponde —intervino su esposa.
—Pues nosotros no firmaremos nada —sentenció Yin molesta.
—Usted sabe bien que su negación se interpone a nuestra libertad de culto —amenazó el señor Brown con un gruñido—. Si usted impide la realización de esta boda, nos veremos en la obligación de llevar nuestro caso a la corte.
—¡Esto es ridículo! —exclamó Yin—. Cualquier corte va a desestimar su caso de entrada.
—Nosotros tenemos nuestros amigos Ursistas allí —amenazó el oso mostrando su dentadura puntiaguda—, amigos poderosos.
—Y ustedes saben que se están metiendo con la mejor abogada de la ciudad —amenazó Yin.
—¡No nos importa! —gritó el oso. Su rugido retumbó en toda la casa—. ¡Daría todo por la honra de nuestra hija!
—¡No solo voy a impedir esa maldita boda! —Yin estaba perdiendo los estribos—. También les voy a arrancar a su hija de sus garras y los haré podrirse en la cárcel. ¡Ustedes no están capacitados para criar una hija!
Esa amenaza paralizó el corazón de Susan. A pesar de los dogmas que ellos seguían, habían sido padres muy buenos con ella. La amenaza de Yin parecía demasiado seria. Imaginarse siendo alejada de sus padres, mientras ellos estaban encerrados en un calabozo la espantó. Lo que parecía una buena y sencilla idea para acercarse a Jack podía terminar muy mal.
—¡Cómo se atreve! —exclamó Muriel sumándose al ambiente molesto mientras sujetaba con firmeza el brazo de su hija.
—¡A sí! —gritó su esposo—. Ya quisiera ver qué tan lejos es capaz de llegar. Los Ursistas somos personas de respeto, y no vamos a permitir que se nos pase a llevar.
—¡Y tampoco vamos a permitir que se nos venga a pasar a llevar de esta forma! —gritó Yin en el mismo tono—. ¡Sus premisas no nos afectan para nada! ¡Nosotros somos una familia atea que jamás hemos seguido una religión! ¡Ni mucho menos una tan ridícula como la suya!
Carl parecía ser el único en no haber entrado en la dinámica del momento. Aunque en un principio la propuesta de los osos le parecía una broma, luego se concentró en hallarle la lógica al asunto. Había estudiado las ciento cincuenta religiones que abundaban en aquel mundo, más ninguna en profundidad. Sabía que los Ursistas tenían una enorme cantidad de premisas que seguir sagradamente. Tantas que ni siquiera los más sabios las dominaban en su totalidad. Algo que los mantenía en constante estrés ante el peligro de caer en el infierno eterno al quebrantar alguna, aunque fuera sin intención alguna. A pesar de todo, conocía sus premisas fundamentales, las cuales sentía eran contradichas por la propuesta de los osos, aunque no había captado cómo. La última frase de Yin fue la clave para comprenderlo.
—¡Un momento! ¡Basta! ¡Basta! —gritó poniéndose de pie. Logró atraer momentáneamente la atención de todos—. ¡Por favor, tratemos de calmarnos! Estamos aquí para conversar y llegar a algún acuerdo. Gritando así no vamos a llegar a ninguna parte.
—No nos vamos a ir de aquí hasta que se comprometan a la realización de la boda —amenazó el oso.
—¡Nosotros no vamos a autorizar ninguna boda! —replicó Yin—. ¡Ni mucho menos por esas razones absurdas!
—Tranquilízate, cariño —le pidió Carl al notar que la pelea se iba a reiniciar—, esto se puede solucionar sin volver a gritar.
Cuando notó que la calma comenzaba a asentarse, continuó.
—Miren, yo no soy ningún experto en religiones, ni mucho menos en el Ursismo —mintió—, pero algo he oído hablar de sus preceptos fundamentales, los cuales deben conocer absolutamente todos, ¿verdad?
—Así es —la voz del señor Brown parecía serenarse—. Nuestros preceptos fundamentales están basados en la paz, el amor y una sana convivencia entre todos.
—Y una eterna fidelidad a nuestra Sagrada Osa Mayor —agregó su esposa.
—Exacto —respondió Carl—. Entre sus preceptos está el seguimiento voluntario de sus creencias, respetando la cosmovisión de todos quienes decidimos no seguirla, ¿verdad?
—¡Por supuesto! —el oso se sentía complacido de que alguien aparentemente lo estuviera comprendiendo—. La conversión al Ursismo radica en que los actos nobles de los Ursista atraigan a nuevos fieles.
—Cuando Jack le salvó la vida a Susan, en su mente, su conciencia y su corazón no tenía las mismas intenciones que un Ursistas, porque él no es Ursista —continuó Carl colocando una mano sobre el hombro del muchacho.
—Si, pero… —intentó replicar el oso.
—Y como sus preceptos fundamentales indican, deben respetar la cosmovisión del joven —intervino Carl—. Si ustedes continúan con sus planes haciendo caso omiso a las intenciones que Jack tuvo ese día, estarían violando uno de sus preceptos fundamentales más importantes de su religión, y ustedes no quieren eso, ¿verdad?
—¿Y qué hay de la boda? —argumentó la señora Brown acongojada—. Si no la realizamos, nuestra hija quedará manchada y…
—¿No les parece raro que existan dos preceptos contradictorios en su religión? —cuestionó Carl.
Los osos quedaron en completo silencio. Yin observó a su pareja totalmente extrañada. No esperaba que Yang se sacara un discurso de ese calibre. No parecía ser él.
—No sé si conocen el caso de John Smith —continuó Carl cruzando los dedos de sus manos.
—Sí —respondió el señor Brown—, el pelafustán ese que inventó cerca de ochocientos preceptos y se descubrió que era un…
La mente del oso se había iluminado. Había caído en el punto al que el señor Chad lo había empujado. ¿Sus nuevos preceptos… eran mentira?
Yin se sorprendió aún más al ver la reacción de los osos. Primero el señor Brown quedó un rato mirando al vacío. Luego el matrimonio se miró por un largo rato. Finalmente agacharon la mirada.
—Creo que ya no tenemos nada más que hacer aquí —anunció el señor Brown aún con la mirada gacha—. Disculpen las molestias.
La familia de osos se puso de pie en dirección a la salida.
—Esperamos que este tropiezo no signifique rencillas futuras entre nuestras familias —una vez afuera, con el frescor del aire matutino, el señor Brown había recuperado los ánimos. Ya no encontraba ni violento ni apagado. Solo sentía un cosquilleo por su espalda empujado por su vergüenza, demostrado a través del jugueteo con su bombín—. De verdad, lamento muchísimo las molestias causadas —el oso intentaba sonreír nerviosamente mientras estrechaba la mano de Yin.
—No se preocupe —respondió Yin igual de nerviosa—, lo importante es que llegamos a un acuerdo.
—Eso es cierto —respondió el señor Brown—. ¡Ah! Y usted señor Chad, ¿está seguro que no es un Ursista encubierto? —agregó dirigiéndose al conejo.
—¡Oh no! —respondió Carl—. Las religiones no son lo mío.
—Mi esposo es un importante estudiador de los preceptos de nuestra religión —agregó la señora Brown—. Debate muchas veces con otros Ursistas en el templo sobre nuestros preceptos, y es la primera vez que veo que lo dejan sin habla.
—Por eso es importante nunca olvidarse de los preceptos fundamentales —respondió Carl con una risa nerviosa.
—Pero de todas formas, cualquier día que guste, puede venir a nuestro templo. Yo mismo lo recibiré en persona —respondió el oso con una sonrisa.
Es así como la familia Brown se retiró tras una despedida que intentó que fuera lo más amable posible. Mientras los veían retirarse por la calle, Yin aún no comprendía lo que acababa de suceder. Jack menos estaba entendiendo algo, pero aún conservaba suficiente sueño como para dormir un par de horas más.
—Yang, ¿desde cuándo sabes tanto del Ursismo? —cuestionó Yin.
—Este —Carl se puso nervioso. Temía haber levantado sospechas—… lo vi en un reportaje que me encontré anoche en televisión.
Yin no tenía nada contra esa respuesta. Yang solía desvelarse en la madrugada perdiendo el tiempo en televisión. Qué casualidad que se haya topado con un reportaje sobre algo que justo iba a necesitar al día siguiente.
«Necesitamos sangre tipo B».
En ese minuto recordó que ella era sangre tipo A.
