Amor Prohibido - Capítulo 38

—¡Lo siento, lo siento! ¡De veras lo siento!

Mónica juntaba sus manos en señal de disculpas, cosa que combinaba con su hábito de monja que llevaba puesto. Estaba con Carl en la cafetería del hospital tomando un respiro luego de toda la batahola ocasionada durante las últimas horas. Había amanecido y ambos necesitaban las energías que sólo un shock de cafeína les podía aportar.

—No te preocupes, Mónica —intentaba tranquilizarla—. Al final no ha pasado nada malo. Vamos a solucionarlo juntos.

Ella no podía consolarse, más aún por lo sucedido hace tan poco rato. Alcanzó a llegar a tiempo para salvar a Carl de las garras de Yang. La cucaracha en cambio comenzaba a adaptarse a la idea de despertar amenazado de muerte. Esta vez Yang no se quedó solo en promesas. Una marca oscura quedó en el cuello de Carl como recuerdo de aquel encuentro. Carl se encontraba muy debilitado como para defenderse. Incluso durante el desayuno en aquel momento aún no podía usar su magia como corresponde. Si no fuera por la llegada de Mónica, quien detuvo a su agresor gracias a una inyección de anestesia, puede que ni siquiera estuviera disfrutando de aquel expreso esa mañana.

—No tenía idea que habías atrapado al bogart en el anillo de Yang —insistió la yegua con pesar—. ¿Ahora qué haremos?

Tras el infortunio, habían dejado al conejo inconsciente en su cama. El efecto de la anestesia no duraría para siempre. Había que tener un plan B para cuando despertara.

—No lo sé —Carl se cruzó de brazos mientras observaba a través de una ventana—, la verdad ahora que Yang se puso el anillo no sabría ni siquiera si el bogart pasó a Yang o sigue en el anillo.

—No —Mónica torció la boca mientras la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella.

La cucaracha pensaba lo más rápido que podía en busca de alguna respuesta. Tenía por lo menos que aclarar sus pensamientos, lo que ya le era difícil. El bogart aún no estaba vencido. Esperaba que Jimmy estuviera en buenas manos. Al menos antes de partir había quedado junto a su hermano mayor. También le preocupaba el bienestar de Yin y que este no pudiera afectar al pequeño. El control sobre el mal del Maestro de la Noche era muy susceptible a las emociones, y Jimmy era tan solo un niño. Un Maestro de la Noche que era otro problema. Sin la corbata y tirantes Woo Foo que curan no le veía más solución que conseguir que el pequeño lograra dominar ese poder. Sería un camino largo y tortuoso.

—¡Carl! ¡Lo tengo! —la improvisada exclamación de Mónica lo arrancó de su meditación—. ¿Por qué no vuelves a transformarte en Yang? Necesitas del anillo para mantener su memoria. Así podrás averiguar si el bogart sigue allí o está en Yang. Si no está en el anillo, ¡no te preocupes! Puedo mantener a Yang dopado y escondido en la habitación secreta en donde los mafiosos lo tenían en este hospital. Así no le podrá hacer daño a nadie.

Carl la observó con los ojos más abiertos que podía. La tan sola idea de volver a hacerse pasar por Yang le causaba resquemor. Los recuerdos de su experiencia le venían como escenas traumáticas que no quería volver a revivir. Pero su plan era simplemente perfecto. Además, le daría tiempo para vigilar el avance del Maestro de la Noche en Jimmy y pensar en un nuevo plan para detenerlo.

Mónica solo pudo ver a su novio balbucear sonidos incoherentes, como queriendo hablar sin hallar las palabras correctas. La verdad, su plan lo había propuesto sobre la marcha. Aún se sentía culpable de haber actuado tan impulsivamente. Solo esperaba que su idea fuera lo suficientemente buena como para compensarlo.

—¡Hola Yin! —Carl no pudo evitar sentir nervios tras volver a ver a la coneja bajo su disfraz de Yang. Por su mente solo se repetía en bucle la frase «Otra vez» mientras deseaba que la tierra lo tragara.

—¡Yang! —su esposa se emocionó tras volverlo a ver. Se encontraba completamente despierta y aparentemente sana. A su lado se encontraba Jack, Yuri, Jimmy y Richard. Este último tragó saliva tras volver a ver al conejo. El frasco en el suelo le indicaba que la misión del chico había resultado exitosa.

—Veo que ya te sientes mejor —comentó Carl—. Apenas me enteré de lo sucedido vine corriendo hasta Rodehove.

—Aún estoy a la espera del diagnóstico del doctor —respondió Yin—. La verdad no entiendo bien qué tengo.

Hasta ese punto Carl se había acercado lentamente hasta la cama de Yin. Richard abandonó la habitación silenciosamente sin que nadie se diera cuenta. Yin sujetó la mano de su esposo con firmeza apenas la tuvo a su alcance. Notó que él esquivaba su mirada, cosa que llamó su atención.

—¡Papi! —Yuri interrumpió el momento abalanzándose sobre su padre.

Carl recibió a la pequeña, quien se aferró a su cintura con una fuerza que por un instante lo sorprendió.

—Mi pequeña —le dijo en el tono más paternal que pudo, especialmente tras oír los primeros sollozos. Acariciaba su cabeza con sus orejas flotantes intentando tranquilizarla—, ya estoy aquí.

Aprovechó un instante en que el abrazo perdió fuerza para hincarse para estar a su altura. Pudo notar que el pelaje de su cara estaba húmedo mientras no dejaba de sollozar.

—Tuve mucho miedo —confesó.

Carl simplemente la abrazó con fuerza. Era tan pequeña, se veía tan tierna. Su llanto simplemente le partía el corazón. ¿Por cuántas cosas habrá pasado en todo este tiempo? Enfrentarse al peligro de perder a su madre era una desgracia que no se la deseaba a nadie, bueno, excepto a él. Carl nunca ha sido muy cercano con su madre. El punto es que sabía que no había mejor consuelo que simplemente abrazarla, y transmitirle la seguridad que por momento yacía perdida. La pequeña simplemente lloró sobre el hombro de su padre.

—Te prometo que de aquí en adelante todo estará bien —le susurró al oído.

El doctor abrió la puerta. Traía una tabla de madera para tomar apuntes en su mano, la cual no dejaba de mirar incluso tras haber cerrado la puerta.

—Señora Chad, ¿cómo se siente? —preguntó mientras levantaba la vista de sus apuntes.

—Me siento mucho mejor —respondió la aludida—. ¿Ya tiene el diagnóstico de lo que tengo?

—Por supuesto —afirmó el médico—, pero es algo un tanto complicado.

Yin y Yang miraron de reojo a Jack, quien por un momento intentó descifrar el significado de aquellas miradas.

—Jack, ¿podrías llevar a tus hermanos afuera? —le pidió Yin.

—¡Pero quiero saber qué tienes! —insistió Yuri, quien se volteó a mirar a su madre.

—Bien —aceptó Jack con voz monótona mientras empezaba sujetando del brazo a Jimmy—. Vámonos, dejemos a papá y mamá solos.

Jimmy se dejó llevar sin oponer resistencia. No dejaba de mirar a su padre. Se había percatado que se trataba de Carl desde el primer minuto en que entró en la habitación. Imaginaba que una vez se hubiera deshecho del bogart, volvería a ver a su padre. Claramente se equivocó.

Sacar a Yuri se hizo un poco más difícil, pero Carl consiguió que terminara abrazada a una pierna de Jack.

—Vamos —insistió el chico con esfuerzo mientras arrastraba su pierna—. Ellos estarán bien, lo prometo.

Una vez que la puerta se cerró tras la salida de los chicos, se hizo el silencio. Carl acercó una silla y se sentó junto a la cama de Yin. Ambos entrelazaron sus manos a la espera de las noticias.

El doctor se aclaró la garganta, y comenzó:

—Bueno, la razón de sus malestares es sencilla. Usted está embarazada.

El silencio se hizo aún más hondo que hace un instante. Ambos sabían lo que aquellas palabras significaban, y no, no eran buenas noticias. Al menos no desde la última vez.

—Veo que no necesito explicarles que su embarazo es de alto riesgo —comentó el médico tras la nula reacción de los conejos.

—Lo sabemos, doctor —respondió Yin con su voz tomada—. Tuve una pérdida hace seis años.

—Ya veo —comentó el doctor—. ¿Sus embarazos anteriores también fueron igual de complicados?

—El de tercero y el quinto fueron igual de complicados —explicó Yin—, pero solo el último fue con pérdida.

—¿Cuántos embarazos tuvo?

—Tuve seis embarazos, de los cuales solo en uno tuve un aborto espontáneo.

—¿Entonces tuvo cinco hijos? —inquirió el doctor.

—Si —respondió Yin—. Tres de ellos son los que acaban de salir. Uno está hospitalizado en otro lugar por complicaciones de salud, y Yenny… ¿Dónde está Yenny? —agregó volteándose hacia su pareja.

El doctor no dejaba de realizar anotaciones en sus apuntes, sin prestar mayor atención a la pregunta de Yin.

—¿Se refiere a Yenny Chad? —preguntó el doctor tras finalizar sus apuntes.

—Ajá —respondieron ambos conejos a coro.

—Pues veamos —el doctor comenzó a revolver sus papeles, tomándose su tiempo en su respuesta.

Carl se volteó a ver a Yin. El anillo en su dedo le empujaba antiguos y dolorosos recuerdos del pasado. Un capítulo oscuro, en donde tras una emergencia médica, Yin sufrió un aborto espontáneo, perdiendo a Yanette. Hasta a él se le partía el corazón al vislumbrar en su memoria trasplantada a Yin llorando desconsoladamente en la penumbra de la noche. De día sacaba fuerzas de entereza para sacar adelante a sus hijos —que en aquellos años eran muy pequeños—, mientras que de noche intentaba ocultar sus sollozos bajo la almohada. Él era testigo privilegiado del dolor que significaba perder un hijo. Un dolor que nublaba la razón. Viéndolo de un punto de vista externo —cosa que Carl podía ver—, era más que evidente que la causa era precisamente el incesto. Poco les importaba esto a los conejos, pero a él sí. Ahora, por la misma causa, volverían a pasar lo mismo. A pesar que Yin se prometió no volver a tener hijos, ahí estaba de nuevo, frente a la entrada del dolor.

—¡Ah sí! —el doctor interrumpió las meditaciones de la cucaracha—. Lamento informarle que Yenny está en estado de coma. Recibió la peor parte del accidente.

—¿Accidente? —preguntó Yin extrañada.

—¿No lo supo? —respondió el doctor ordenando sus papeles—. Usted llegó junto con Yenny Chad, Yuri Chad y Francesca Miller tras un accidente automovilístico en la Carretera 168. Yuri resultó ilesa. Francesca resultó con una fractura en su brazo izquierdo y en su cabeza. Yenny fue quien recibió la peor parte.

Como si la anterior noticia no fuera suficiente, esta nueva noticia fue un nuevo clavo en el corazón de Yin. La noticia también logró remecer a Carl. Por razones como estas no quería retomar el papel de Yang. Su vida era demasiado dura. El karma los golpeaba con tanta frecuencia que ya parecía una broma de mal gusto. Aunque hasta el minuto sus nervios le impedían acercarse a Yin, ahora el mero instinto de la asfixia del destino lo empujó a entregarle su hombro. Ambos terminaron abrazados mientras Yin no pudo evitar soltar algunas lágrimas.

—De verdad lo lamento mucho —finalizó el doctor antes de abandonar la habitación.

A Carl se le oprimió el corazón. Tan solo deseaba sacarle una sonrisa a Yin aunque eso implicara hacer una interpretación de Yang digna de un Oscar. Si alguien habla del pecado del incesto, él era el primer testigo en admitir que lo estaban pagando con creces en vida.

—Esto es horrible —balbuceó Yin.

—Yin —Carl acercó el rostro de ella al suyo—. Desde el día en que decidí entregar mi vida a ti, sabía que no iba a ser fácil. Y doy fe de que no ha sido. Jamás ha sido fácil para ambos. Pero aún estamos aquí. Hemos superado dificultades iguales o peores a estas. Sé que vamos a superar esto juntos.

Lo logró. Logró posar una débil sonrisa en el rostro de ella. Como pago recibió un cálido y largo beso en los labios.

No recordaba que se sintieran tan bien.

—Hermana Daria, le cuento que Yang acaba de llegar aquí a Rodehove —Richard se apartó del grupo y decidió llamar a su amiga monja para contarle todas sus aventuras—. ¿Qué qué hago aquí? ¡Ni se imagina toda la aventura que acaba de pasar!

—¿Y cómo viste a Yang? —del otro lado del fono Mónica se encontraba revisando al verdadero Yang. Estaba usando un disfraz de enfermera para pasar aún más desapercibida en el hospital.

—No sé a qué se refiere —respondió la cebra—. Solo sé que ahora está en el cuarto de su ¡Ejem!, esposa. Le deben estar contando lo de su hija.

—¿Qué le pasó a su hija? —preguntó Mónica interesada. Acababa de sacarle la camisa a Yang, y notó algo que llamó su atención.

—Sobre eso le quería hablar —respondió Richard—. Ella tuvo un accidente mientras traía a su madre hacia el Hospital de Rodehove, porque el otro estaba tomado por la mafia del Patriarca. Está bastante mal la pobrecita. La cosa está tan fea que incluso me llega a dar pena esa pareja…

Mónica ya no prestaba atención a la perorata del policía. En un brazo de su paciente encontró un trozo de algodón pegado. Ella lo levantó con cuidado y pudo encontrar lo que se sospechaba: una marca de inyección. Y no, no era la anestesia que le había colocado.

Las posibles conclusiones la aturdieron. Desde la posibilidad de que alguien le haya inyectado algo, hasta que alguien le haya robado una cantidad desconocida de sangre. Si le inyectaron algo potencialmente mortal, solo dependía de ella y de su actuar para salvarle la vida. Si le robaron un poco de sangre, podía ya vislumbrar las razones. Richard podía ayudarla.

—¡Hey Richard! —la yegua detuvo de golpe el discurso del policía—. ¡Necesito de tu ayuda!

—¿Qué necesita? —respondió diligente.

—Necesito que averigües si Yin tiene un algodón pegado en un brazo producto de una inyección.

—¿Cómo? —la cebra arqueó una ceja extrañado ante la petición.

—Podrían haberle inyectado algo —advirtió Mónica.

—P-pep— ¡¿Cómo lo sabe?! —insistió la cebra.

—¡Solo hazlo! —insistió la yegua.

—Está bien, veré qué puedo hacer —aceptó la cebra.

Luego cortó, y se quedó un buen rato meditando en su nueva misión.

—¿Qué? —concluyó luego de un rato.

Unos metros más allá se encontraba Francesca junto al jabalí de aspecto punk. Ambos estaban sentados uno al lado del otro en los asientos de una sala de espera. La cerda tenía la cabeza cubierta con vendas desde la frente y un cabestrillo blanco sujetaba su brazo izquierdo.

—¿Sabes Francesca? —el jabalí empezó a hablar con voz grave—. La verdad me preocupé mucho luego que te marchaste.

La chica no contestó.

—Entiendo que estés enojada porque me voy a casar con Amalia, pero debes entender que es momento de rehacer mi vida.

La cerdita se volteó. Sus ojos se humedecieron.

—¿Acaso te olvidaste de mamá?

—Mi vida —el jabalí la rodeó con uno de sus gruesos brazos—. Jamás me olvidaré de tu madre. Ella era única e inigualable.

Tras un silencio, el jabalí prosiguió:

—Yo no te estoy pidiendo que reemplaces a tu madre. En serio no podría pedirte eso. Solo te pido que me dejes rehacer mi vida. Ya estás grande. Incluso pudiste sacarme la moto del garaje y conducir una Van por una carretera. Sé que con eso serás una chica fuerte e independiente. Solo te pido un poco de tolerancia con tu viejo padre. Pronto harás tu vida, y no tendrás necesidad siquiera de volver a dirigirle la palabra a Amalia.

Francesca lo miró con rabia y vociferó poniéndose de pie.

—¡Amalia no te conviene!

Antes que el jabalí pudiera reaccionar, la cerdita se fue corriendo, dejándolo solo en su sorpresa.

Mónica mientras tanto se encontraba recorriendo el hospital. Apenas finalizó la llamada, se dispuso a preparar los exámenes de sangre para Yang. Debido al alarmante estado del hospital, podía recorrerlo y realizar los exámenes por su propia cuenta sin que nadie la cuestionara. Ella quería descartar cuanto antes cualquier clase de tóxico que pudiera recorrer el cuerpo de su paciente.

En el intertanto pasó por frente al cuarto en donde se encontraba Jacob. Se detuvo en seco, y decidió entrar. Allí pudo verlo, acostado, estático. Se acercó a él, y se percató que tenía los ojos abiertos.

—¿Jacob? —lo llamó en tono maternal.

Él no se movió. Le tomó el pulso y la temperatura. Estaba completamente vivo. Cuando comenzaba a asustarse sobre el posible mal que le estuviera aquejando, él volteó su cabeza y la miró directamente.

—¿Estás bien? —le preguntó.

El chico no dijo ninguna palabra. Su mirada parecía apagada, perdida. Eso sorprendió a Mónica. Ella había sido enfermera de Jacob durante un tiempo. Acostumbraba a ir con bastante frecuencia al hospital producto de un problema cardiaco. Se había logrado encariñar tanto con él como con su hermano Jimmy. Verlo así simplemente le quitó el aliento.

—¿Qué tienes? —le preguntó sosteniendo su mano. Estaba dispuesta a dejar de lado sus problemas para regalarle cinco minutos al muchacho.

En ese instante notó que sus ojos estaban rojos. Sin sus lentes podía ver más clara y directamente su mirada. Era una sensación tétrica. Mónica sabía que no podía hacer mucho si él no estaba dispuesto a compartir con ella lo que le aquejaba. Solo darle cinco minutos de compañía.

—¿Qué pasó? —preguntó el chico con un hilo de voz.

—Sufriste un ataque —respondió. Era lo único que sabía—. Estarás bien.

—¿No estoy muerto? —volvió a preguntar.

—No lo estás —respondió la yegua con una sonrisa.

—¿Dónde está mi familia?

Mónica guardó silencio. Hasta donde sabía, todos habían terminado en Rodehove. Todos, excepto su verdadero padre, quien estaba anestesiado en una habitación secreta.

—Están en Rodehove —anunció—. Pasaron muchas cosas mientras estuviste en coma.

—¿Cuánto tiempo estuve en coma?

—Como quince días.

Jacob abrió aún más los ojos de la impresión. Sin duda lo que provocó su ataque había quedado enterrado por el tiempo.

—No —balbuceó—. No puede ser.

—Tranquilo —respondió Mónica—. Si quieres te puedo trasladar al hospital de Rodehove. Allí están los demás.

—¿Están en el hospital? —de improviso el chico se reincorporó y se sentó sobre la cama.

—Sí —respondió afirmando con la cabeza—. Tu madre sufrió una descompensación, y como este hospital estaba bajo ataque por una mafia, Yenny la llevó a Rodehove, pero tuvieron un accidente en el camino. Pero todo está bien. Acabo de confirmarlo.

De inmediato el chico se colocó sus anteojos que estaban sobre la mesita de noche, y reconoció a su interlocutora.

—¿Mónica?

La yegua afirmó con la cabeza.

De improviso el chico se abalanzó sobre ella y le dio un fuerte abrazo. Ella lo recibió con la ternura que le tenía y se merecía. Era una emoción potente que buscaba la forma de explotar. Jacob se encontraba perdido en el tiempo y el espacio. Entre la rabia y la soledad. Entre el desconcierto y la aprensión. Eran tantas emociones envolviendo su corazón que se sentía desamparado. El abrazo de Mónica fue como un salvavidas en medio de un mar rabioso.

—¿Quieres que te traslade a Rodehove? —preguntó la enfermera.

—¿Puedes hacerlo?

Mónica afirmó con su cabeza.

En un principio fue invadido por la alegría al imaginar volver a reunirse con su familia, en matar esta soledad. Pronto recordó a sus padres, y se le aclaró la mente.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Mónica al ver el repentino cambio del chico. Se alejó de improviso y se sentó sobre la cama mirando al vacío.

—Yo… —no sabía qué palabras escoger. Ni siquiera sabía si era correcto contarle a Mónica sus pesares, y suponiendo que se decidía a contárselo, ¿cómo verbalizarlo?

—Si lo deseas, puedes quedarte aquí y esperar a que ellos regresen. Mientras tanto cuidaré de ti —se ofreció la yegua.

Era el momento de canjear la rabia acumulada por valor. Era el momento de enfrentar su verdad, su vida, su destino. Había sobrevivido a muchas cosas. Era un milagro de la naturaleza. No debía siquiera existir. No debía estar vivo. Pero ahí estaba. Si la vida le estaba dando esta oportunidad, era por algo. No podía dejar que este crimen se mantuviera impune. Si para ello él debía desaparecer, lo haría con gusto, pero no se iría solo.

—Sí, quiero ir con mi familia —decidió.

Mónica le sonrió, aceptando su decisión.

El día siguió con su curso. Mónica preparó el traslado de Jacob, y llamó a Richard para que se quedara con la autoría de aquel acto. Al despedirse, notó que continuaba mostrándose extraño. Fuera cual fuera la causa, solo le deseaba lo mejor para que pudiera afrontarlo.

En el laboratorio, ella estaba imprimiendo los resultados del examen de sangre de Yang. Respiró aliviada al comprobar que para todo resultó negativo.

Una llamada interrumpió su lectura. Era de Richard.

—¡Hermana Daria! —exclamó apenas aceptó la llamada—. Revisé los expedientes médicos de Yin y si, le encontraron residuos de una inyección en el brazo izquierdo. También tiene los resultados de un examen de sangre completo y no tiene ninguna clase de veneno ni problema.

La reciente información comprobaba la segunda alternativa de Mónica.

Alguien que ya sabe que Yin y Yang son hermanos está recopilando evidencia.


¡Patitos! No se olviden que este lunes es el exclusivo Eclipse de Sol. Esperamos que puedan disfrutarlo junto a sus familias. ¡No se olviden de los lentes!

Con amor.

Patito.