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Amor Prohibido - Capítulo 41
—Querida Amanda, te tengo una noticia de aquellas.
—¿En serio? ¡Cuenta, cuenta! —respondió la aludida con emoción.
—Es muy probable que muy pronto deba irme de aquí.
—¿En serio? ¿Y a dónde?
—No lo sé. La señora Chad me dijo apenas volvió del trabajo que tenía pensado en mudarse de ciudad, a un lugar con desafíos más interesantes. Por mí no hay problemas. Estoy sola, no tengo familia que me ate. Así que no hay problemas en ser su asistente aunque sea en la China.
—Pero sin duda será un gran cambio en tu vida.
—Sin duda. ¡Oh! ¡Estoy tan emocionada! —Myriam apenas era capaz de llevarse la taza de té a su boca.
La ratona había decidido reunirse con su amiga Amanda durante el almuerzo. La había conocido hace poco en un club de lectura al que había decidido unirse durante los fines de semanas. Ambas parecían entenderse mutuamente. Llegó a sentirla como la hermana que nunca tuvo.
—¡Pero tranquilízate niña! —le respondió la yegua ayudándola a devolver su taza a su respectivo plato.
—No puedo evitarlo —respondió la ratona—. Nunca he salido de la ciudad, y este cambio… ¡Me encanta! La señora Chad me dijo que se encargaría de todo. De buscar oficina, potenciales clientes. ¡Incluso piensa buscarme un departamento allá!
—Eso es demasiado bueno para ser verdad —le advirtió su amiga antes de sorber un poco de su té—. ¿Qué va a hacer ella con su familia? Además me dijiste que estaba embarazada y que era un embarazo muy delicado.
—La verdad no lo había pensado —respondió la ratona—, pero supongo que debe tenerlo en consideración junto con todo lo demás. Ella es muy responsable y organizada. Apuesto que ya lo tiene previsto.
—Pues si es tal y como lo cuentas, ¡qué suerte la tuya! —celebró Amanda.
—¡Ni que lo digas! Capaz que en esa nueva ciudad logre encontrar al fin a mi media naranja.
La sobremesa se extendió unos diez minutos más con las ensoñaciones de Myriam y su radical cambio de vida. Amanda la escuchaba en silencio e intervenía cuando la ensoñadora ratona se dejaba llevar demasiado por sus fantasías. Luego Myriam revisó su reloj de pulsera y salió corriendo, ya que su hora de descanso estaba terminando. Raudamente la ratona recorrió las agitadas calles de la ciudad hasta llegar al edificio en donde trabajaba. Había mucho que hacer y no quería decepcionar a su jefa, menos ahora que era su boleto para un cambio de vida.
—Buenas tardes Myriam —oyó la voz de Yin desde su oficina al fondo. La ratona acababa de llegar hasta su lugar de trabajo, en donde le esperaba su viejo escritorio de madera.
—¡Señora Chad! Disculpe la demora… —alcanzó a responder Myriam mientras tiraba su cartera sobre su escritorio.
—No te preocupes, llegas temprano —Yin apareció por el umbral de la puerta con un traje gris claro—. Me quedé en la oficina adelantando un poco de trabajo.
—¿Y no almorzó? —preguntó su secretaria.
—Pedí algo por delivery —respondió la coneja—. Todos estos días de ausencia solo han provocado que se me acumulara el trabajo.
—Pero se entiende su ausencia —respondió Myriam condescendientemente—. Su salud es lo más importante.
—Lo sé Myriam —respondió Yin acercándose al escritorio de la ratona—. Por eso y otras cosas es que tengo pensado irme de aquí.
—¿Ya tiene pensado a dónde se irá? —preguntó la ratona con curiosidad mientras ambas tomaban asiento a cada lado del escritorio.
—Aún no tengo nada seguro, Myriam —respondió Yin—, es por eso que no te lo puedo decir.
—¿Pero tiene algún lugar en mente?
Yin guardó silencio durante un instante que solo provocó la acumulación de expectación por parte de Myriam. Cuando la coneja decidió hablar, fue interrumpida por el golpe de la puerta.
—Iré a ver —se disculpó Yin poniéndose de pie en dirección a la puerta.
Del otro lado de la puerta se encontraba una de las personas con quien jamás quería volver a toparse en la vida.
—Creo que todo esto es muy raro —sentenció George.
Durante los descansos y de forma sigilosa, George y Jacob se reunieron para que este último le contara todos los últimos acontecimientos familiares. Durante el almuerzo ambos se sentaron en un lugar apartado de la cafetería.
—La verdad no sé qué pensar —respondió Jacob con pesar—. ¿Debería encararles a papá y mamá este asunto?
—¿Para qué si ellos lo saben? —respondió su amigo antes de masticar un poco de su puré.
—¡Pero no encuentro justo que nos sigan viendo la cara! —insistió el conejo—. Pero, ni siquiera sé si esta idea sea buena. Lo que sí estoy seguro es que mis hermanos deben saberlo todo. El tema es cómo probarlo.
—Me llama la atención ese sueño que tuvo Yenny que me contaste. Es realmente raro que justo haya soñado con la verdad. Digo, ¿hay alguien más que lo sabe y que está interesado en que ellos lo sepan?
—Eso sí que estuvo raro —respondió Jacob pensante antes de beber un largo sorbo de su jugo de manzana.
—¿Quizás la señorita Swart tenga la respuesta? —propuso la tortuga.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Jacob extrañado.
—Bueno, de acuerdo a lo que me han contado, ella había practicado Woo Foo, y el Woo Foo enseña interesantes habilidades de control mental.
—¿En serio? —preguntó aún más extrañado el conejo.
—Bueno, son solo ideas —respondió George—, pero si no es ella o el maestro Jobeaux, pues no se me ocurre quién más pueda ser.
—¿Y si mi mamá tiene razón y es ese tal Carl? —propuso Jacob.
—Sea quien sea, debemos encontrarlo y pedirle ayuda —respondió George con decisión en su voz.
El silencio los sorprendió con la mirada fija uno frente al otro. Solo el ruido de fondo de la cafetería y del colegio en general zumbó en sus oídos sin ser tomado en cuenta.
—¿Qué? —Jacob se notaba confundido.
—No lo sé —George se escondió tras un enorme mordisco de la chuleta de su plato.
—Si es ese Carl, no creo que sea buena idea asociarse con él —respondió Jacob—. Creo que no es de confianza.
—¿Lo dices por todo lo que lo acusan? —preguntó su amigo aún con la boca llena.
—Por eso y porque simplemente me da mala espina ese sujeto —sentenció Jacob.
—Por lo pronto, creo que hay que ir directo al grano —propuso George luego de tragar su comida.
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué no zanjamos el asunto y buscamos aquella prueba de parentesco irrefutable? —le propuso George apuntándole con un bollo de pan.
—¿Te refieres a una prueba de ADN? —preguntó su amigo arqueando una ceja.
—¡Exacto! —exclamó la tortuga—. Va a ser muy fácil encontrar la evidencia. ¡Tú vives con ellos! Puedes buscar no lo sé, saliva en sus vasos, un pelo, algo. De ahí todo es pan comido —agregó cruzándose de brazos con satisfacción.
—No lo sé —respondió Jacob pensante mientras acariciaba su mentón—, si las autoridades descubren esa prueba, podrán meter preso a mis padres.
—Es un buen punto —aquella idea había apagado las intenciones de George—. La verdad eso dificulta aún más las cosas.
—¿Y por qué mejor no buscamos al maestro Jobeaux? Entre él y Carl le tengo más confianza a él.
—¿Y si él no sabe que tus padres…? —cuestionó la tortuga.
—Se lo decimos —respondió Jacob—, pero dudo que no lo sepa.
—¿Por qué lo dices?
—Él quería llevar a Jack hasta el pueblo en donde habían nacido papá y mamá. Estoy casi seguro que era precisamente para contarle la verdad.
—Pero, ¿dónde lo encontraremos?
—Es probable que pretenda ponerse en contacto con Jack. Deberíamos seguirlo.
—Creo que es lo mejor que podemos hacer en la situación en la que estamos —respondió la tortuga antes de terminarse su jugo de manzana.
Por otro lado, se encontraban Yenny y Susan en uno de los jardines del colegio. Era un lugar con bastante pasto que solían disfrutar los adolescentes. Ambas chicas se recostaron a la sombra de un aromo mientras esperaban el inicio de las clases de la tarde.
—Me alegra bastante que ya estés mejor —dijo Susan.
—Bueno, aún tengo algunos vendajes, pero por fortuna no son visibles —respondió la chica.
—No solo hablaba de lo físico —respondió su amiga—. Te había notado bastante mal en este último tiempo.
—Ya te expliqué las razones. Ya pasó. Estoy bien ahora.
—Muy raro lo que te pasó —Susan se levantó y se sentó junto al tronco.
—La verdad prefiero no darle más vueltas al asunto —sentenció Yenny.
Un breve silencio las sorprendió. El viento a través de las hojas junto con los murmullos lejanos de otros estudiantes fue el acompañamiento perfecto.
—A Jack también le preocupó todo esto —Susan de improviso rompió el silencio. Yenny se volteó hacia su amiga y la vio mirando hacia un costado. Cuando la osa se volteó, sintió los nervios de encontrarse con la mirada de su amiga.
—Susan, ¿aún te gusta Jack? —su amiga fue directo al grano.
A la osa se le cortó la respiración de improviso. Las palabras se volaron de su mente, dejándola completamente en blanco. Desde el accidente, ellos se habían vueltos muy buenos amigos, o al menos desde su perspectiva. Aunque de lo único que habían intercambiado palabras era sobre el tema de Yenny, y desde que la notó anímicamente mejor no le ha vuelto a hablar. Lo que en un principio parecía ser la bendición de la friendzone, terminó siendo el más frio de los rechazos. Por su parte, lo que ella sentía por él se mantenía intacto, lo que la hacía sentir una idiota. Era estúpido sentir algo por alguien que jamás pensará en corresponderte.
—Lamento la pregunta —Yenny interrumpió sus pensamientos—, creo que fui muy brusca.
—No te preocupes —se apresuró a responder Susan—. Creo que tienes derecho a preguntarlo.
El silencio regresó a acompañar a las chicas. Esta vez venía cargado con incomodidad. Ni el sol, ni el fresco viento ni el ambiente tranquilizador pudieron apaciguar a tan desagradable invitado.
—Yenny, ¿puedo preguntarte algo? —Susan apenas pudo hablar por el nudo que se formó en su garganta.
—Claro, dime —respondió la chica con amabilidad.
—¿Tú ves a Jack… feliz con esa chica?
El silencio le ayudó a Yenny a aclarar su mente. Había notado por su voz entrecortada lo difícil que fue para su amiga realizar dicha pregunta. No quería dañarla con su respuesta, pero tampoco quería mentirle. Se reincorporó y se sentó frente a ella. Tras un suspiro, rogó al de arriba la capacidad de decir las palabras correctas, y se lanzó:
—Al principio para mí Francesca no me caía ni bien ni mal, porque simplemente no la conocía más allá de lo que le había oído a Jack, pero desde el accidente ella ha sido un importante apoyo para todos nosotros. Estuvo con nosotros en el hospital. Recuerdo que varias veces me fue a ver e intentaba conversar conmigo. De hecho siempre que nos encontrábamos me buscaba conversación. Con respecto a lo de Jack, bueno, no hablo con él de su relación, pero no lo he visto ni triste ni deprimido a pesar de todo lo que tuvimos que pasar como familia.
—¿Pero él es feliz? —la interrumpió.
—Supongo que sí —sentenció su amiga.
Antes que el silencio incómodo se tornara triste o agresivo, Yenny se adelantó:
—Francesca es una chica agradable, y no creo que vaya a hacerle alguna clase de daño a Jack. No sé cuáles fueron las razones para que él la eligiera a ella y no a ti, pero sí sé que es una decisión que solo él podía tomar, y ya lo hizo. Por mucho que nos duela, al final él tiene la última palabra en todo eso, y si realmente lo amas, deberás aceptar su decisión.
La osa agachó la mirada. Ante esto, Yenny la abrazó. Esto la ayudó a evitar caer en picada por el camino de la tristeza melancólica. Le costaba aceptar que la persona a quien había amado en secreto durante tantos años ahora estuviera con alguien más.
—También me hubiera gustado tenerte de cuñada —le dijo al oído.
Al terminar el abrazo, una sonrisa se posó en el rostro de la osa. Imaginar cómo sería toda la historia si Jack la hubiera elegido a ella la alegró. Había sido amiga de la familia por años. Conocía perfectamente a los hermanos de Jack. Yenny era su mejor amiga. Era sin duda la elección ideal. A esta altura solo quedaba la resignación.
—Por lo menos aún son amigos —agregó Yenny.
—Sí, parece casi un milagro —contestó su amiga—. Luego de lo que pasó con mis padres y los tuyos, parecía que me iba a odiar para siempre.
—Sí, igual extraño —la repentina seriedad en el rostro de Yenny asustó a la osa.
—¿Qué cosa? —preguntó la osa extrañada.
—Que mi papá supiera de pronto tanto de ursología —contestó la coneja—. Por lo general no le llama la atención las ciencias sociales, ni mucho menos los fundamentos de las religiones.
—Y lo que dijo ese día no puede ser aprendido de la noche a la mañana —agregó Susan.
—Todo eso fue muy… raro —sentenció Yenny.
Aquella tarde Carl decidió deshacerse de su disfraz. Se dirigió al lugar en donde Mónica había conseguido alojamiento como la hermana Daria. Habían acordado reunirse allí para decidir los siguientes pasos de su plan. En el fondo se encontraba cansado, sobresaltado, culpable. Como un alma herida se arrastraba por las calles bajo la imagen del conejo azul. Quería renunciar. Renunciar a todo. Incluso pensaba en renunciar al cuidado de Jimmy. Su corazón se asfixiaba lentamente en aquel mar de mentiras. Quería rescatarlo. Quería darle aire. Necesitaba liberarse de todo de una buena vez. Había pasado demasiado tiempo bajo la imagen de Yang.
—¡Mi muñequito de turrón con nuez! —a ella no le importó que continuara con el hábito y que él aún siguiera siendo un conejo azul. Recibió un efusivo abrazo de su parte. De los mismos que le regalaba cada vez que ambos se hallaban liberados de las mentiras del mundo exterior. Le respondió con un apretado abrazo. Era su salvavidas.
—Quiero dejar los disfraces —le dijo una vez acabado el abrazo.
Cerró los ojos, una luz lo cubrió desde los pies hasta la cabeza. Una vez que esta se había disipado, apareció frente a ella la cucaracha de siempre.
—¡Carl! —exclamó sin poder ocultar su sorpresa—. ¿Qué haces?
—Ya no quiero seguir siendo Yang —respondió con simpleza.
—Pero, ¿y el bogart?
—Sé que no está en el anillo —contestó entregándole el anillo.
Ella se percató de su mirada abatida, y simplemente se remitió a recibir la joya. Algo no había salido bien.
—¿Ocurre a…? —no alcanzó a formular su pregunta cuando la cucaracha volvió a abrazarla. Fue un abrazo fuerte, apretado. Antes de intentar formular alguna hipótesis de lo que estaba ocurriendo, lo sintió temblar.
—¿Carl? —preguntó con preocupación. Como respuesta recibió algunos sollozos.
Antes de poder reaccionar, Carl soltó el abrazo y le regaló un beso. Fue un beso profundo, apasionado, largo, inesperado. Raras veces se comportaba así. Solo cuando algo lo abatía demasiado y necesitaba con urgencia un poco de cariño. Ella se entregó al beso. Lo había tenido lejos por demasiado tiempo. Él había fingido ser otra persona por mucho. Tarde o temprano le pasaría la cuenta. Los detalles los sabría cuando se hubiera calmado.
—Busquen un lugar más privado para la otra —una voz los interrumpió en medio del beso apasionado. Ambos se detuvieron en el acto y se voltearon hacia el origen de la voz.
—¿Señora Yanette? —se le soltó de improviso a Carl.
Frente a ellos se encontraba la que alguna vez fue una anciana coneja morada que se encontraba más cercana a la muerte que a la vida. Parecía que había rejuvenecido unos cuarenta años. A pesar de aún conservar sus canas y sus arrugas, se encontraba perfectamente de pie y completamente erguida. Parecía tener energías para recorrer el mundo entero por mucho tiempo más.
—¡No puede ser! —su rostro pintoresco se llenó de emoción al reconocer a la cucaracha—. ¿Carl Garamond? ¿De verdad eres tú?
La coneja se aproximó raudamente a la cucaracha, al punto de incluso violar su espacio personal.
—Sí, soy yo —respondió incómodo ante la mirada detallista de la anciana.
—¡Pero si ya eres todo un hombre! ¡Cuánto has crecido! —exclamó con emoción mientras lo sujetaba de los hombros y observaba cada milímetro de su ser—. ¿Sabes cuándo fue la última vez que te vi? ¡Eras apenas un bebé! ¡Cómo pasan los años!
Carl le lanzó una mirada suplicante a Mónica, quien también había quedado atrapada por la sorpresa.
—Elegiste buen pretendiente, Daria —agregó la coneja volteándose hacia la yegua—. No te hagas —agregó con una mirada pícara—, yo sé que no eres una monja de verdad.
—¿Qué? —balbuceó asustada.
—¡Pero si ni siquiera te sabes el padrenuestro! —exclamó mientras la risa comenzaba a apoderarse de ella—. Siempre le inventabas una letra diferente. No sé cómo Richard no se ha dado cuenta hasta ahora. ¡Ese tipo es un despistado!
Ante el silencio de los dos, ella los invitó a tomar asiento en el living mientras no se aguantaba la risa.
—Y dime Carl, ¿Cómo están Freddy, Edna y Herman?
—Papá nos abandonó poco después de que yo naciera, mamá murió hace un par de meses, y Herman sigue en el pueblo —respondió la cucaracha con incomodidad.
—¡Oh, vaya! Lo lamento mucho —respondió Yanette—. ¿Y no has sabido nada de tu padre?
—En absoluto —contestó Carl.
—Oh bueno. ¿Sabías tú que yo era gran amiga de tu madre? —continuó con la conversación.
—Sí, algo me había contado ella —respondió Carl cada vez más incómodo.
—Ella era una gran persona. Fuimos grandes amigas desde el preescolar. Una lástima que se haya muerto. Me hubiera encantado haber vuelto a hablar con ella. En fin, será en el otro mundo.
—Vaya, no sabía que conociera tanto a la familia de Carl —comentó Mónica.
—Uy sí, desde toda la vida —respondió mirando su reloj— ¡Vaya! ¡Voy tarde al club de lectura! —agregó poniéndose de pie—. Debo irme de inmediato si no quiero perderme de los chismes del día. Tienen la casa sola. ¡Diviértanse! ¡Y dejen todo ordenado para cuando llegue Richard! ¡Nos vemos!
Antes de poder reaccionar, la señora Yanette había cerrado la puerta tras de sí.
—¡Vaya! ¡Ha mejorado bastante! —un Carl bastante incrédulo terminó por romper el silencio.
El atardecer estaba cayendo sobre la ciudad. Los hermanos Chad habían arribado al hogar uno por uno. Jack había sido el último y estaba improvisando un sándwich con lo primero que encontraba en el refrigerador. Yenny en cambio estaba improvisando una cena con lo primero que encontraba en la cocina.
En eso sonó el teléfono. Yenny corrió rauda al pasillo para contestar.
—Hola, hogar de la familia Chad.
—¿Yenny? —respondió la voz al otro lado del fono.
—¡Hola mamá! ¿qué ocurre? —respondió la chica al reconocer la voz de su madre.
—¿Tu papá está en casa?
—Aún no ha llegado —contestó su hija.
—¿Están todos tus hermanos en casa?
—Sí, estamos todos. Estoy haciendo la cena, para que cuando llegues no tengas que hacer mucho.
—Mira hija —el tono de Yin cambió a uno más serio—, surgió una emergencia en el trabajo y llegaré tarde a casa. No me esperen para cenar, y fíjate en la hora cuando llegue tu padre.
—Está bien mamá —Yenny se quedó con la pregunta en la punta de la lengua cuando Yin decidió dar por terminada la conversación.
—¿Ya nos vamos? —detrás de Yin se encontraba ni más ni menos que Lucio Mann.
Yin cortó la llamada y se volteó regalándole una mirada asesina.
—Ya nos vamos —respondió.
Yenny alcanzó a oír aquella voz desde el otro lado del fono antes que se cortara la llamada, cosa que la desconcertó.
Mónica nuevamente arribó frente al cuarto secreto del hospital. Tras el acuerdo con Carl, habían decidido soltar a Yang, devolverle su memoria y dejarlo en algún sitio eriazo para que regresara a casa. No había quedado evidencia alguna sobre lo ocurrido. Durante todo aquel tiempo había mantenido a Yang bajo anestesia y alimentado por suero. Tras aquel último trámite, todo quedaría zanjado.
Abrió la puerta. La luz del pasillo se derramó sobre una cama completamente vacía. A la yegua se le paralizó el corazón frente a aquel descubrimiento. Poco a poco se fue acercando a la cama mientras pensaba en algún plan para solventar aquel problema, o por lo menos buscar alguna pista.
Llegó a palpar las sábanas. Estaban frías. Temía que Yang se hubiera despertado antes de lo previsto y hubiera escapado. No le parecía posible. Ella misma controlaba al dedillo los horarios de la anestesia. En su impresión, no se percató que detrás de la puerta había alguien. Yang se acercó sigilosamente por la espalda. Sin que ella se diera cuenta, la golpeó con un monitor de signos vitales en la cabeza. El golpe con aquel objeto contundente la dejó automáticamente inconsciente. La sangre se derramaba lentamente a lo largo del piso. En la caída, el anillo que traía en su bolsillo rodó hacia el exterior. Yang, al percatarse del brillante objeto, rápidamente lo recogió y se lo colocó. De inmediato abandonó el lugar dejando cerrada la puerta.
