Amor Prohibido - Capítulo 44

—¡Yanette! ¡Mamá nos está llamando a comer!

Un pequeño perrito color calipso recorría los campos en busca de Yannette. Tenía aproximadamente diez años y era redondo cuan pelota. Usaba una jardinera embarrada sobre una camiseta a rayas naranja y amarilla. Bajo el sol del verano el perro sudaba a chorro. Traía la lengua afuera en un intento de regular su temperatura.

Sobre una cerca de madera de baja estatura, junto a un enorme sauce llorón, pudo ver a la coneja morada junto a un panda con un desbordante cabello afro. La pareja tenía aproximadamente veinte años. Ambos reían felices sin importarles su entorno.

—Y de un solo golpe en el trasero, ¡Pum! Terodárticus cayó por ese agujero. No se le vieron ni las plumas a ese pajarraco —le alcanzó a oír al panda acompañado de unas risotadas. Pudo verlo haciendo mímicas de su heroica hazaña.

—¡Eso fue increíble! —exclamó Yanette emocionada—. De seguro tus maestros deben estar orgullosos.

—Sí que lo están— respondió el panda con suficiencia sacando pecho—. Ahora me dejarán tener mi propia plantación de bambú.

—¿Yanette? —el perro interrumpió la conversación. Ambos interlocutores voltearon a verlo.

—¡Peter! ¿Qué haces aquí? —preguntó la coneja con curiosidad.

—Mamá ya sirvió la comida y me mandó a buscarte —respondió con incomodidad.

—¿Qué? ¿Tan temprano? ¡Apenas son las cuatro! —exclamó sin ocultar su sorpresa.

—De hecho ya son las siete —aclaró Peter entrecruzando sus manos.

—¿Qué? —la chica miró hacia el cielo y se percató que el primero de los soles estaba tocando el horizonte. Se volteó hacia el panda, quien le confirmó la realidad afirmando con la cabeza nerviosamente.

—¡Santo cielo! ¡Cómo ha pasado el tiempo! —exclamó aún más sorprendida.

—El tiempo vuela cuando estás con el panda indicado —le respondió el susodicho con una sonrisa amplia.

—¿Te veré mañana, Yo? —le preguntó la coneja sosteniendo las manos del panda.

—No lo sé —respondió—. Hoy me pude escapar con relativa facilidad porque Ti y Chai estaban más relajados tras mi último triunfo. No sé si mañana pueda hacer lo mismo.

—Pues, es algo lamentable —respondió Yanette agachando la mirada.

—Pero te prometo regresar pronto —la animó el panda sujetando sus manos con fuerza—. Cualquier cosa te aviso por Edna.

Cuando Yanette alzó la mirada, pudo ver una sonrisa jovial en el rostro del panda. Sin previo aviso, ambos coincidieron en la idea y el acto de un beso en los labios. Fue un beso sencillo, pero largo y lleno del más puro amor.

—¡Iu! ¡Asco! —exclamó el pequeño Peter volteándose para evitar seguir viendo aquella escena.

—¡Oye! ¡Algún día crecerás y querrás tener a alguien así como tu hermana! —le espetó Yo tras finalizar el beso.

—Ehm, ¿Eso no sonó algo raro? —comentó Yanette extrañada.

El silencio solo fue interrumpido por el graznido de un par de aves lejanas. Para Peter, fue otro más de los momentos incómodos que le regalaba la presencia del panda en su vida.

—Bueno, nos veremos pronto —se despidió Yo tras regalarle una caricia en el mentón a la coneja.

—Nos vemos —le respondió la chica.

El panda se fue corriendo desde su lado de la cerca. Yanette se quedó un instante parada viendo cómo se alejaba. Luego se volteó dispuesta a emprender la marcha.

El silencio se apoderó de ambos chicos mientras regresaban a paso lento. El cielo se tornaba de un color dorado mientras las sombras se alargaban poco a poco.

Peter se encontraba abatido. No le agradaba el panda. No desde que le oía decir a sus padres que era un mal tipo, que sería la perdición para Yanette. No lograba comprender las razones de sus padres. Podía imaginarse que era un villano que estaba manipulando a su hermana y que tarde o temprano le haría algún daño. Le incomodaba encontrarse con él. Temía que sin darse cuenta, también le hiciera daño, y que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. Le había advertido a Yanette que se alejara de ese sujeto, pero si ni siquiera había obedecido a sus padres, ¿por qué le haría caso a su hermanito menor?

—¿Qué pasa Peter? —de pronto la coneja rompió el silencio.

—Nada, nada —respondió nerviosamente.

Aquel dialogo lo desconcentró lo suficiente como para tropezarse con una piedra. Terminó de bruces en el suelo con las rodillas raspadas.

—¡Peter! ¿Estás bien? —de inmediato su hermana se hincó a su lado.

—E-es-estoy b-bien —balbuceó intentando evitar llorar. A pesar del esfuerzo, un par de lágrimas silenciosas corrieron por sus mejillas.

Ella revisó la herida. La tela de la jardinera poco a poco se estaba manchando con un líquido oscuro a la altura de las rodillas. Al levantarla, pudo notar que las rodillas del menor se encontraban seriamente lastimadas. El perrito emitió un gemido al ver su propia herida.

—No te preocupes. Te llevaré a casa y allí te vendaré —le dijo Yanette secándole las lágrimas.

El perrito no pudo reaccionar. El dolor era insoportable para su corta edad. Sus palabras, cualquiera las cuales fueran, quedaban atragantadas en su garganta. No quería llorar como un bebé. Para evitarlo, debía evitar darles aire a sus lágrimas.

De inmediato Yanette lo levantó. A Peter siempre le ha sorprendido la fuerza de su hermana. Él era un perrito con un gran sobrepeso y no esperaba que a esa altura alguien que no fuera una grúa fuera capaz de levantarlo. Para Yanette, levantarlo no era más difícil que llevar un saco de papas, actividad a la que estaba acostumbrada. El trabajo en el campo era duro y nadie quedaba indiferente. Ella sabía que muy pronto Peter terminaría cargando su propio peso en verduras.

A grandes zancadas, Yanette recorrió el camino restante de regreso a casa. Era una enorme casona estilo colonial de un color blanco con celeste. Las paredes brillaban cortesía de la reciente capa de pintura aplicada hace tan solo algunas semanas. A su alrededor, el pasto relucía junto con varios arbustos y plantas florales que su madre había seleccionado. En el patio trasero había una serie de plantas medicinales que entre toda la familia debía cuidar.

—¡¿Qué le pasó a Peter?! —preguntó alarmada una coneja color azul de ojos oscuros al recibirlos. Traía un vestido color beige bastante desgastado.

—Se cayó en el camino —respondió Yanette con premura mientras recostaba al pequeño en un sofá de la sala de estar.

—Iré por el botiquín —se apresuró a abandonar el lugar subiendo las escaleras.

Peter miraba en silencio mientras su madre y su hermana le vendaban las rodillas. Debió cambiarse de jardinera por unos pantalones cortos. Aunque el dolor era fuerte, poco a poco se fue acostumbrando en la medida en que al mismo tiempo se le fue acabando.

Cuando el perrito nuevamente pudo volver a concentrarse en sus pensamientos, un estruendo en la puerta lo volvió a desconcentrar.

—¡Ya volví! —se escuchó el grito de una voz rasposa, seguido de unas pisadas fuertes.

Los tres pudieron ver a un perro alto y fornido color morado oscuro y ojos azules. Traía una enorme y frondosa barba que le cubría gran parte de la cara y pecho. Con una postura imponente, traía una camiseta de leñador, unos pantalones embarrados, unas enormes botas negras y una escopeta colgando de un hombro. Le regaló una alegre sonrisa a toda su familia una vez que se posó frente a ellos.

—¡Dionisio! ¿Cómo te fue hoy? —se le adelantó la coneja azul acercándose a él para regalarle un abrazo en la cintura y un beso en los labios.

—¡Oh Dorotea! —le respondió con ternura—. Aún no podemos cazar a ese infame que nos roba el ganado, pero juro por mis ancestros que vamos a ponerle esas manos encima —agregó con un marcado acento sureño.

—Lo he visto escapar por entre el sembradío de maíz —comentó Yanette poniéndose de pie.

—Yo también lo he visto —respondió su padre con seriedad—, pero se escabulle tan fácilmente que es imposible atraparlo.

—Vamos a cenar —propuso su esposa—. Después de comer podremos pensar mejor en la forma de detener a ese ladrón.

El perro le estaba sonriendo en señal de aceptación cuando se percató de las rodillas de su hijo.

—¡Hey! ¿Qué te pasó pequeño? —su padre se hincó junto al sofá en donde se encontraba recostado el muchacho mientras inspeccionaba sus heridas.

—Me caí —respondió escuetamente.

—Debió haber sido una caída muy fuerte —respondió regalándole una sonrisa—. Por el lado bueno, será más difícil que te vuelva a doler tan fuerte la próxima vez.

—¿En serio? —preguntó con curiosidad.

—Por supuesto —su padre lo sentó—. La nueva piel que salga será más dura, así te protegerá mejor de las caídas.

—¿De verdad? —se había ganado el interés de su hijo.

—¡Por supuesto! —exclamó alegre mientras le revolvía el pelaje de la cabeza—. Así también pasa en la vida. Las malas experiencias te ayudan a ser más fuerte.

El pequeño le regaló una enorme sonrisa, mientras que su padre lo levantó sobre sus hombros, luego de dejar su escopeta en el suelo.

—¡Ven! ¡Vamos a cenar! —lo invitó.

—¡Viva! —a Peter le encantaba estar sobre los hombros de su padre. Se sentía alto y poderoso.

Pasó una semana antes de que Yanette pudiera tener alguna novedad de Yo. Hace bastantes días que su padre se quejaba de aquel extraño ser que se robaba el ganado y destruía el sembradío de muchos campesinos de la zona. Se estaban organizando para vigilar sus cultivos y lograr atrapar al ladrón, pero nadie podía lograrlo. En su mente, se estaba creando la idea de que Yo con sus poderes Woo Foo atrapara al ladrón. Sus maestros no podían negarse. Ellos eran los primeros en pregonarle a Yo el valor de la ayuda al prójimo, y esta sí sería una gran ayuda. Además, es posible que tras aquel acto heroico finalmente sus padres pudieran aceptarlo. Ya no tendrían que verse a escondidas, con el sentimiento de persecución con cada mirada.

—¡Yanette! —escuchó un grito.

—¿Eh? ¿Ah?

—Otra vez estabas soñando despierta, querida.

A su lado se encontraba una dragona jovial y de una brillante cabellera rubia. Se encontraban tomando helado en una terraza. Bajo una sombrilla, eran testigos del ajetreado movimiento del pueblo aquella tarde. La dragona observaba todo con desdén, como si todo lo que ocurriera le aburriera o le apestara. Traía un sencillo vestido floreado que le cubría hasta la mitad de la pantorrilla, unos zapatos de moda, y un collar de zafiros.

—Yo, lo siento —se disculpó Yanette avergonzada.

—No te preocupes querida —le respondió regalándole una leve sonrisa—. Creo adivinar lo que te pasa.

—¿A sí? —Yanette arqueó una ceja.

—Sí, y la verdad no, no he tenido noticias de Yo.

Edna se volteó nuevamente a inspeccionar a la gente que pasaba por las calles.

—Sí, eso ya me lo dijiste —comentó Yanette.

—Pero esta vez pareciera que ni siquiera está en la academia —aclaró Edna—. Tal parece que se fueron a otra dimensión o algo así.

—¿De veras? —esta vez Yanette arqueó ambas cejas.

—Pasé cerca de la academia el otro día —Edna se acercó hacia su amiga bajando la voz—. Es que por allí nos quedamos la otra noche con mi novio.

—Tu… ¿novio? —preguntó la coneja intrigada.

En eso se oyó el ruido de una motocicleta acercándose hasta estacionarse violentamente junto a ellas. Como saludo, el motociclista hizo rugir el motor de su vehículo, atrayendo las miradas y el temor en su entorno.

—¡Freddy! ¡Con que ahí estás! ¡Pareciera como si te acabara de invocar! —exclamó alegre Edna acercándose al conductor.

La motocicleta era de un brillante color negro con plata. El chofer venía vestido cubierto completamente de cuero negro. Pudo observar que le salían patas de más tanto de sus piernas como de su dorso. Cuando se quitó el casco negro, pudo percatarse de qué especie se trataba.

—¡Edna! ¿Cómo está mi «bugaboo»? —el arácnido la atrapó en un beso que le cubrió la cara de un hilo blanco que asqueó a Yanette. La chica sintió revolver su estómago ante esa escena.

—¡Uy! Tan encendido como siempre —le dijo Edna una vez zafada del beso.

—Oye amor, ¿qué te parece si nos vamos al bosque?, eché a correr el rumor de que una camada de hombres lobos habían llegado y nos dejaron el lugar limpio para nosotros dos.

—¡Siempre he querido hacerlo en el bosque! —exclamó la dragona emocionada.

—¡Ven! ¡Sube! —le ofreció el chico haciendo rugir su motocicleta.

—Pues. ¡Qué bien! Espero que lo disfruten, yo… justo tengo que irme —interrumpió Yanette con incomodidad.

—¡Ah! No los había presentado —Edna bajó el pie que ya se encontraba subiendo en la moto—. Ella es mi amiga Yanette. Ella vive en los lotes de campos del sur. Él es Freddy, cuida autos en el aparcadero de chatarra.

Yanette lo miraba aterrada. En ese momento estaba surgiendo una aracnofobia que no sabía siquiera que tenía. Era una mezcla de ganas de huir, de gritar, de vomitar. Esperaba despedirse pronto y ojalá no volver a verlo en su vida.

—Ho-hola, soy Yanette Swart —le acercó la mano torpemente.

—Hola, soy Freddy Garamond —la araña le estrechó la mano con una de sus patas—. No solo trabajo en el aparcadero. A veces hago apuestas en el bar de la muerte. Se gana muy buen dinero allí. Si algún día vas, te puedo enseñar a hacer trampa en el póker.

Cuando el chico alejó su pata. Yanette se horrorizó al ver su mano cubierta de aquel hilo blanco que había visto recientemente. Era caliente y pegajoso, además tenía un olor raro.

—M-muchas g-g-gracias —balbuceó sin poder despegar la vista asqueada de su mano recubierta.

—Este, ¿ya nos vamos? —interrumpió Edna—. Yanette, querida, cualquier cosa que sepa de Yo te aviso, ¿sí?

Yanette no reaccionó ante la despedida de su amiga. A Edna poco le importó. Solo le importaba estar a solas en el bosque con su nuevo novio. Raudamente saltó sobre la moto. Freddy hizo rugir los motores, y a toda máquina salió del lugar al son del tema «Born to be wild».

—¡Recuerda! ¡Si vas al bar de la muerte llama por Freddy Garamond! —le gritó antes de que la moto se perdiera de vista.

Yanette se dirigió a paso lento rumbo a su hogar. Arrastraba una carreta con los mandados que su familia le había pedido que viniera a comprar. Bajo el calor del verano, ella meditaba sobre lo ocurrido. Ya se había lavado la mano en el baño del restaurante hasta acabar con el jabón. Aun así, aquella sensación pegajosa la acompañaría por muchos años más.

Ella y Edna eran amigas desde su tierna infancia. Edna era bastante traviesa y se escapaba con facilidad de la vigilancia de sus padres. Ella pertenecía a uno de los lujosos linajes de dragones de la familia de los D'Alerce. Una fina casta de una clase tan acomodada que esperaba jamás toparse con el vulgo. A Edna jamás le importó. Ella quería ser una más del montón. Durante años, había logrado ingeniárselas para cumplir con su cometido. A ella jamás la miró con desprecio ni nada que se le pareciera. Jugaban juntas en el campo, sintiendo la libertad de la naturaleza. Edna amaba la naturaleza. Luego, al entrar a la adolescencia, empezó a amar la rebeldía. Hizo que conociera a sus padres, unos señores estirados que no pudo tolerar ni por cinco minutos. Luego, se la pasó de novio en novio, cada uno un desafío más grande a la tolerancia de sus padres. Con ese tan Freddy había llegado demasiado lejos. ¡Era repulsivo solo verlo! Además provenía del famoso bar de la muerte. Más bien era prospecto de villano más que otra cosa.

—Eh… ¿Yanette?

La chica se encontraba intentando leer un viejo libro a la luz de una tenue vela sobre el escritorio de su cuarto, cuando vio que alguien la llamaba de la puerta. Al voltearse a ver, se encontró con la silueta de Peter.

—¿Sí? ¿Qué ocurre? —le preguntó con amabilidad cerrando el libro tras marcar la página en la que iba.

—Este… yo… —el pequeño se adentró al cuarto y cerró la puerta.

—¿Qué tienes? —Yanette lo notó un tanto temeroso.

El pequeño se tragó una enorme bocanada de aire para armarse de valor.

—¿Aún sigues viendo al panda? —se atrevió a preguntar.

—Eh bueno —la pregunta la tomó por sorpresa. Estaba pensando en lo que hacía Tom Sawyer en el libro—, no lo he vuelto a ver desde la última vez que me pillaste con él.

El pequeño le regaló una sonrisa tranquilizadora.

—¿Por qué? —inquirió su hermana.

—¿Ese tipo te ha hecho algo malo? —volvió a preguntarle el pequeño en un acto de valentía.

—No —se adelantó en responder—. ¿Por qué piensas eso?

—¿Por qué papá y mamá no lo quieren?

Yanette suspiró. Con un ademán, lo invitó a sentarse en la cama.

—Ellos lo querrían mucho, mucho, si lo conocieran como yo lo conozco —comenzó a explicarle.

—¿Y por qué no lo conocen como tú? —interrumpió Peter.

—Porque no se atreven.

La mirada confusa del pequeño le dio el espacio para continuar.

—Ellos temen acercarse mucho a Yo. No es por él, es por sus maestros.

—¿Sus maestros? —Peter sentía que la confusión se agrandaba.

—Ellos son… especiales —respondió intentando buscar las palabras precisas—. No sé si sabes, pero Yo practica una especie de arte marcial llamada Woo Foo.

El perrito asintió con la cabeza.

—Es un arte marcial que exige mucho tiempo, y sus maestros no quieren que él se distraiga con nada, ni siquiera con una novia.

—¿Ellos son malos? —preguntó Peter.

—No sé si son malos —respondió Yanette volteando la mirada—, pero sé que ellos no me querrían ni a mí ni a ustedes.

—Entonces son malos —concluyó el pequeño.

—Por muy malos que nos parezcan, Yo los quiere mucho, y no los va a abandonar.

—Pero, ¿y si tuviera que elegir entre ellos o tú?

Yanette se quedó sin palabras. Aquella era precisamente la pregunta sin respuesta. Era el cuestionamiento que la acongojaba desde el día en que lo había conocido. ¿Qué pasaría si él se dedicaba al Woo Foo y la dejaba a un lado para siempre? Ella podía perder. ¿Ella era lo suficientemente importante para su vida?

—¡Yanette!

Aquel grito la arrancó de sus pensamientos. Al voltearse pudo encontrarse nuevamente con su hermano. Peter había dado el estirón y ahora era un perro que ya la había superado en altura. Aún conservaba un rollito a la altura de la panza, pero ya no era el balón que era de niño. Con sus quince años, ya había conseguido cierto atractivo a punta de esfuerzo y sudor campestre.

—¡Vamos! ¡Ayúdame con esto! —le pidió.

Ambos terminaron de cargar las cosas en la camioneta. Cargaron un montón de tablas y armazones de fierro, luces, telas, y por supuesto, los blancos, los dardos y los premios. Debían viajar al pueblo a instalar su puesto en la feria estatal. Como todos los años, su familia tenía un lugar asegurado en la feria, lugar en donde podían ganar dinero adicional. Ese año pretendían instalar un puesto de tiro al blanco. Hacía muchos años que no lo hacían, y aquel año se habían noticiado que nadie más iba a instalar uno.

Ambos subieron a la cabina delantera de la camioneta. Yanette subió al asiento del piloto y encendió el motor. Le costó un poco encenderla. La camioneta era vieja y destartalada. Cuando por fin encendió, el motor mantuvo su fuerte y molesto ronroneo durante todo el camino.

—¿Crees que Rachel venga a la feria? —de pronto Peter le preguntó a su hermana.

—Pues claro. Todo el mundo viene a la feria —le respondió sin despegar la vista del frente.

El camino era hosco y polvoriento. Yanette debía lidiar entre conducir rápido antes que el motor se tragara todo el combustible y lento para evitar que la camioneta terminara por hacerse pedazos.

Ella no había cambiado mucho en esos años, salvo que ahora todos la consideraban una adulta. Era alta y delgada, parecida a lo que alguna vez se convertiría su hija. En aquellos años ni siquiera se le pasaba por la mente la clase de futuro que podría llegar a tener. Lo único cierto que tenía era su presente. Debía aprovecharlo al máximo.

Llegaron al pueblo. Yanette estacionó la camioneta prácticamente al lado del lugar asignado para su puesto. Después alejaría la camioneta para evitar problemas con los visitantes. Rápidamente descargaron todo para comenzar con la instalación.

—¡Yanette! ¡Querida!

La aludida se volteó con una sonrisa. Esa voz la conocía perfectamente. Desde la vuelta de otro puesto en construcción pudo ver acercarse a Edna. Venía junto con su esposo Freddy, quien traía de la mano a un pequeño que no superaba los cuatro años.

—¡Edna! ¡Querida! —le respondió Yanette corriendo a abrazar a su amiga.

Ambas se envolvieron en un efusivo abrazo. A pesar de los años, ellas seguían siendo grandes amigas. A pesar de eso, sus ocupaciones las fueron alejando poco a poco. Yanette se vio más comprometida en las labores del campo. La vida de Edna había cambiado considerablemente en los últimos años. Finalmente Freddy la había dejado embarazada, cosa que terminó en matrimonio. A punta de escopeta, los señores D'Alerce obligaron al arácnido a dar el sí en el altar. Lo obligaron a vivir en el castillo en que Edna vivía, y a mantenerse en una constante vigilancia y agobio. Debió decirle adiós a su vida de andariego, y darle la bienvenida a un aburrido trabajo de oficinista. Todo, mientras Edna hacía caso omiso de los pesares de su ahora esposo y disfrutaba de la vida junto a su primogénito.

—¿Cómo te ha tratado la vida? —preguntó Edna.

—¡Muy bien! —respondió su amiga—. Estoy aquí armando el puesto del tiro al blanco para la feria estatal.

—¡Qué bien! ¡A Freddy le encanta ese juego! ¿Verdad? —agregó dándole un codazo a su esposo.

—¿Ah? Sí, sí, como digas —respondió distraído.

De aquel motociclista rebelde ya no quedaba ni la sombra. Ahora traía una camisa a cuadros y pantalones de tela que cubrían sus cuatro patas traseras. Se notaba completamente apagado, y hasta aburrido. Yanette se había acostumbrado a la presencia del arácnido, pero no podía evitar que le diera cierto repelús su presencia.

—¿Y cómo está el pequeño Herman? —preguntó Yanette acercándose con ternura al niño que traían.

—Muy bien —respondió Edna con orgullo—. ¡Vamos Herman! Saluda a la tía Yanette.

—Hola tía Yanette —respondió el niño obedientemente.

—¡Es tan tierno! —exclamó la coneja emocionada.

—Y pronto serán dos —agregó Edna frotándose el vientre.

—De verdad te felicito —respondió su amiga sosteniéndola de las manos—. A ambos —agregó mirando a Freddy. La araña ni siquiera se dio por aludida.

—¿Y tú cuándo? —le preguntó de improviso Edna—. Sé que ya estás en algo serio con Yo.

—No sé si tan serio —respondió sonrojándose—. Él aún sigue con sus entrenamientos Woo Foo.

—Oh, ya veo.

A esta altura Yanette había tenido más de un encuentro con los maestros de Yo, y no había sido nada bueno. El minuto en que Yo debía decidir estaba cada vez más cerca, y temía resultar la perdedora.

—Querida amiga —le dijo Edna con una sonrisa consoladora al ver que nuevamente comenzaba a caer en sus pensamientos—, solo te quiero dar un consejo.

Antes que Yanette pudiera interpretar sus palabras, Edna la empujó alejándola unos cuantos metros de los demás. Un par de metros de distancia después, ella volteó para todos lados en busca de la presencia de algún chismoso. Luego, se le acercó hablándole en voz baja prácticamente al oído.

—Debes tomar pronto el toro por las astas —le dijo—. Yo no va a dejar su entrenamiento Woo Foo. Créeme, si lo empujas a elegir, él va a elegir su Woo Foo. Es por eso que tú debes ser capaz de ganarte un lugar en su vida, a costa de sus maestros. ¡Atina mujer! Es ahora o nunca. No lo dejes escapar.

—Espera, ¿él te dijo algo? —le preguntó Yanette confundida.

—No es eso —respondió Edna—. Es solo que he estado meditando un poco de la vida. Si te quedas esperando el momento ideal, se te va a ir la vida.

Los nervios se apoderaron de la chica con el solo hecho de imaginarse un salto al vacío.

—¡Atina! —repitió Edna sosteniéndola de los hombros—. ¡Juégatela!

Aquella mirada de fuego, aquellas palabras, aquel momento. Un repentino calor se encendió en su alma. La valentía se estaba apoderando de la chica. Era la hora de la verdad.