Amor Prohibido - Capítulo 46
—¿Carl?
Yin arribó temprano a su oficina. Llegó con su traje gris y armada con su maletín. No se esperaba que junto a la puerta de entrada se encontrara la cucaracha. Yacía de pie con su espalda contra la pared. Se encontraba admirando el lugar, intentando capturar cada detalle de la sencilla decoración.
—Hola Yin —la saludó acercándose a ella—. Perdón por la hora, es que no pude dormir bien anoche y decidí llegar temprano.
—Pero si son apenas las ocho —replicó la coneja revisando su reloj de pulsera.
—Es por la ansiedad —insistió la cucaracha parándose de puntilla.
—Está bien —prosiguió la coneja dirigiéndose a la entrada—, pero tendremos que esperar a Myriam para poder organizarnos. Ella acostumbra llegar a eso de las ocho y media.
—Espero no molestar por haber llegado tan temprano —comentó Carl.
—No importa —respondió la abogada abriendo la puerta—. No tenía asuntos de gran importancia antes de tu llegada.
—Quisiera solucionar esto lo más pronto posible para partir luego en busca del amnesialeto —comentó la cucaracha mientras ambos entraban y Yin encendía la luz.
La coneja se detuvo repentinamente, obligando a Carl a detenerse detrás de ella. La cucaracha observó por cada rincón en busca de la causa de su brusco actuar, sin encontrar alguna pista aparente.
—Aquí hay alguien —advirtió Yin con seriedad.
Ambos avanzaron a paso sigiloso hacia la puerta del fondo. Allí era en donde se ubicaba la oficina privada de Yin. Llegó junto a la puerta. Se encontraba entreabierta. La empujó lentamente, preparada para lo que fuera. Carl se encontraba expectante a solo unos centímetros detrás de ella. La habitación se encontraba en penumbras. Yin encendió la luz del lugar.
—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? —Lucio se encontraba durmiendo instalado en el escritorio de Yin. La luz que le llegó directo a los ojos lo despertó desorientado.
—¡Lucio! —gritó Yin molesta—. ¿Qué demonios haces aquí?
—¡Ah! Hola Yin —respondió el león con naturalidad mientras se despertaba estirándose y regalándole un enorme bostezo—. ¿Qué tal la mañana?
—¿Cómo entraste? —replicó Yin cruzándose de brazos.
—Por el ducto de ventilación —respondió el león apuntando hacia una rendija suelta en una esquina cerca del techo del cuarto. Era un espacio tan estrecho que apenas podría caber un brazo del felino.
—No te hagas —espetó molesta mientras entraba en su oficina—. ¿Qué rayos quieres?
—¡Ah! Veo que trajiste a tu cliente —comentó Lucio reclinándose en la silla mientras observaba a Carl—. Mientras más pronto comencemos, mejor.
—¿De qué está hablando? —intervino Carl.
—La última vez ayudé a Yin en tu caso, mientras estabas preso —le explicó el león.
—Podemos hacer esto sin tu ayuda —lanzó la coneja.
—Si quieren, los dejo a solas —Lucio se colocó de pie dispuesto a emprender la retirada—. Es solo que sigo las órdenes del patriarca, quien quiere que todo siga en orden. Pero luego de verlos llevarse tan bien anoche, supongo que arreglaron sus diferencias, y podrán cumplir los deseos de nuestro jefe sin mayores problemas —agregó con una sonrisa cínica.
Ambos voltearon hacia el león, quien se encontraba bajo el umbral de la salida.
—¿Acaso nos seguiste? —le recriminó Yin.
—Tenía que asegurarme de que no les pasara nada —el león se volteó y los miró con sorna—, pero ahora que veo que ustedes son tan amigos, pues solo me queda felicitarlos.
Ambos le dieron una mirada asesina mientras el león se reía sutilmente por la reacción.
—¡Señora Chad! ¡Lamento la demora! —Myriam ingresó al lugar bastante ajetreada. Se encontraba agitada, con la ropa desaliñada y la mirada perturbada.
—No te preocupes, Myriam —le respondió Yin con calma—, incluso llegaste temprano.
—Es que no lo entiende, señora —insistió la ratona aproximándose al grupo—. Pasó algo terrible. ¡Terrible!
—Dime qué tienes —Yin se aproximó a su asistente para contenerla.
—Lo que pasa es que ayer en el taller de lectura al que suelo asistir, conocí a una señora muy simpática —comenzó a relatar apenas conteniendo su preocupación—. Con ella decidimos caminar juntas a la salida del taller. De pronto en la esquina de la avenida Los Roldos con Piamonte, viene un auto rojo y ¡pum! La atropellan a la pobre señora.
—¡No puede ser! —exclamó Yin contagiada por la preocupación de su asistente. Ella se volteó a ver a sus acompañantes, y ambos se encontraban entre interesados y preocupados por la historia—. ¿Ella está bien? —preguntó seguidamente.
—Sí, sí, sí —respondió Myriam—. La llevaron de urgencia al hospital. Por fortuna no fue nada grave, y solo tiene un brazo y una pierna rota. ¡Incluso jamás perdió la consciencia! Estuvo más bien preocupada de que anotáramos la patente del auto que la atropelló. ¡Fíjese que el chofer se dio a la fuga! Yo me encargué de anotar la patente, el modelo y la marca del vehículo. Supongo que encontrarlo será fácil.
—Bueno, al menos el accidente no pasó a mayores —comentó Yin.
—Sí, pero ahora ella necesita un abogado —continuó la ratona—. Cuando la instalaron en el hospital le comenté que trabajaba para usted, y me pidió que la llevara a primera hora de hoy. Ella está dispuesta a interponer una demanda lo más pronto posible.
—¿Ahora, ahora? —preguntó Yin extrañada.
—¿Puede ir ahora, por favor? —le pidió Myriam.
La coneja nuevamente se volteó hacia sus acompañantes.
—Por mí no hay problemas —respondió Lucio.
—Si quieres, te puedo acompañar —se ofreció Carl.
—Podemos ir en mi auto —agregó Lucio su ofrecimiento.
—Bien, entonces vamos —sentenció Yin.
De inmediato, los cuatro abandonaron la oficina, apagando las luces antes de cerrar la puerta.
—Yang, ¿te encuentras bien?
Sara salió al jardín. Llevaba largo rato observando a Yang, quien se encontraba arrodillado, removiendo la tierra en torno a unas margaritas plantadas a la sombra del árbol del amor. Aquel árbol se encontraba en su mejor momento, con un frondoso follaje repleto de pequeñas flores rosadas. Yang no recordaba en qué momento pasó de ser aquel árbol agonizante que conoció al hermoso floral que tenía frente a sí. Fuera lo que fuera que le hubiera pasado, no había sido gracias a él. Él se la pasó hospitalizado, con problemas familiares, y con una memoria rota.
Cada vez que alzaba la mirada para observar las ramas del árbol, su mente intentaba incursionar sobre el minuto en que él logró sanarlo. No solo no recordaba nada. Un inminente dolor de cabeza aterrizaba llegando incluso a paralizarlo. No era la primera vez que le ocurría. Desde hace un tiempo, él sufría aquel suplicio cada vez que intentaba recordar algo. Sentía que le faltaban piezas en su cabeza, pero no podía siquiera intentar buscarlas. El dolor era tan fuerte que le costaba respirar. Necesitaba de un buen rato para recuperarse. Apenas era capaz de moverse. Disfrazaba su tortura en las labores de jardinería asignadas. Sara notó eso. Llevaba demasiado tiempo removiendo la tierra.
—¿Yang? —la cierva se aproximó al conejo.
Desde que lo había retenido en su casa ausente de su memoria, pasó un largo tiempo sin tener noticias de él. Un día regresó, pidiendo continuar con sus labores de jardinería. Nunca trataron el tema sobre su amnesia. Ella lo notó extraño, distante. Ya no era el cálido conejo que una vez le robó un beso. Parecía ser otra persona. Alguien que creó una barrera invisible entre ambos. Una barrera que poco a poco estaba calando un agujero en su corazón. Todo en torno a él le perturbaba, le confundía. ¿Por qué se sentía así? ¿Qué le estaba pasando? No debía olvidar su contexto, su vida, su pasado. A pesar de tenerlo presente, todo se difuminaba, como la espuma del mar que se la termina llevando el viento.
Dio un paso más. Él seguía escarbando la tierra. Se armó de valor y dio un paso más seguido de otro. Terminó detrás de él. Aparentemente no había notado su presencia.
—¿Yang?
Ella extendió su mano hasta tocar su hombro. Yang se detuvo inmediatamente.
—¿Estás bien? —le preguntó en tono maternal.
Ambos quedaron congelados en sus posiciones durante un largo rato. El frescor matutino atravesaba el ambiente libremente, inconsciente del escenario. El miedo se apoderó de Sara. Sentía que había atravesado una frontera sin retorno. Estaba al otro lado del espejo, en un lugar que le era totalmente desconocido. ¿Qué hacer? ¿Cómo regresar? ¿Qué le pasaba? Era demasiado tarde para lamentaciones. Solo quedaba tragar saliva, y esperar la recompensa.
El tacto de su mano. A pesar de su chaqueta y su camisa, el calor le atravesó hasta el alma. Quería voltearse, abrazarla, entregarse a ella. Era el único lucero en este mar de confusión. Tan solo hacer realidad su idea le secuestraba la cabeza. El dolor se volvió tan agudo como recibir cientos de agujas calientes por cada rincón de su cráneo. En un grito silencioso rogó para que se la cortaran. Lágrimas de dolor le corrieron por sus mejillas. Era algo que no había sentido ni en sus peores batallas de su infancia y adolescencia. Un dolor que lo congelaba, obligándolo a aguantar estoicamente.
«Deja de tocarme».
En medio de su tortura, culpó aquella mano de agudizar su dolor. Tanto bienestar y tanto sufrimiento no pueden ir tan entrelazados en una sola mano. Lo sentía como un espejismo. El dolor inhibía sus sentidos y le regalaba falsos estímulos. Era tan fuerte que lo arrancaba de esta realidad.
«Deja de tocarme».
Esa mano. Era la soga que aún lo mantenía en esta realidad. Una soga que se extendía desde su hombro y le rodeaba el cuello. Una soga que lentamente le cortaba la respiración. Una soga que lo invitaba a la muerte. Quizás eso debiera ser lo mejor. Cualquier cosa era mejor que ese infinito dolor. ¡Vamos soga! ¡Haz tu trabajo!
«Deja de tocarme».
¿Ese era el fin? Ni siquiera estaba seguro de lo que había vivido en sus últimos días. Imágenes borrosas atravesaban su mente. Imágenes silenciosas, estáticas. Imágenes que no le regalaban nada de información. Negro, vacío, oscuridad, noche, sábanas, techo, fuego, nada. No le quedaban fuerzas para luchar. Era mejor dejarse llevar. ¡Que se lo lleve la corriente! Todo con tal de dejar de sentir.
—¡Deja de tocarme!
Yang se volteó y vociferó con fuerza. Aquel repentino acto asustó a Sara, quien retrocedió un par de pasos. El conejo ni siquiera notó haber realizado aquella acción. De pronto, frente a sus ojos se encontró con la mirada de terror de la cierva. Una mirada que le reblandeció el corazón. Sara pudo ver el grito de auxilio en los ojos de Yang. Pero, lo que verdaderamente le perturbó, fueron unas gotas de sangre que iban cayendo poco a poco desde su nariz. Aquellas gotas pronto se convirtieron en un pequeño riachuelo que se extendía por su boca hasta bajar por su mentón hasta el suelo.
—¡Yang! —gritó la cierva preso del terror mientras el conejo caía desmayado.
La sirena de una ambulancia estacionando en la unidad de emergencia les dio la bienvenida a Yin con su séquito en el hospital. Myriam fue quien los guió al interior del edificio. Yin la seguía con una mezcla de seriedad y preocupación. Hablar con clientes en hospitales siempre era complicado. El lugar tendía a desesperarlos más. Tenía serias intenciones de posponer cualquier acción legal hasta que se hubiera recuperado por completo. Carl y Lucio iban más atrás, siguiéndolas en silencio.
—La señora es bastante mayor —comentaba Myriam mientras circulaban por los pasillos—. Su nombre es Yanette Swart y tiene alrededor de ochenta años. Yo tengo anotado todos los datos que recuerdo del auto que la atropelló.
—¿Tiene algún familiar la señora? —preguntó Yin.
—Hasta ahora nadie la ha venido a ver —respondió su asistente—, pero ella habla de dos hijos a quienes no ha visto hace mucho tiempo. Algo me dice que la abandonaron o algo así.
—Existe gente muy desconsiderada —comentó Yin.
Tras la mención de Yanette Swart, Carl siguió caminando en modo automático. ¡Con razón la señora no había llegado a la casa la noche anterior! Debió dormir a escondidas en el patio trasero porque le incomodaba relacionarse con Richard. Temía que aquella cebra de poco seso terminara por detenerlo o algo por el estilo. Era muy impredecible y no le agradaba.
Eso no era lo más grave. Tuvo bastante tiempo para tratar con Yin el tema de su madre. Ya era demasiado tarde para cualquier cosa. Cada paso lo llevaba más cerca del matadero. Su mente no se rendía. Pensaba a mil por hora en busca de la triquiñuela que le ayudara a evitar el encuentro. No había nada en su entorno que pudiera ayudarlo. La manija de la puerta estaba girando.
—¿Señora Yanette? —Myriam se acercó tímidamente.
Del otro lado se encontraba la anciana coneja de brazos cruzados sobre la cama. Tenía su antebrazo izquierdo y su pierna izquierda enyesados. Miraba por la ventana de su izquierda hacia el cielo que se perdía en el horizonte. Su rostro de molestia y seriedad indicaban que preferiría estar en cualquier otra parte en vez de aquel lugar.
—¡Oh Myriam! —exclamó alegre tras voltearse y descubrir que su amiga estaba de visita—. ¡Qué alegría tenerte por acá!
—¿Se acuerda que ayer le hablé de una excelente abogada que le podía ayudar? —continuó dando un paso hacia el interior—. ¡Pues aquí viene conmigo!
Tras Myriam, Yin fue quien ingresó a la habitación. Al verla, Yanette quedó impactada, incrédula ante lo que sus ojos le estaban presentando.
—Buenos días, soy Yin Chad —se presentó la coneja con formalidad tras acercarse junto a su cama en compañía de su asistente—. Myriam me comentó su caso, y lamento mucho lo que le sucedió.
Ambas se quedaron viendo fijamente. Yin le regaló una sonrisa amable, mientras que la anciana no dejaba de observarla con impresión. La incomodidad se le hacía evidente para la abogada.
—Ella es una de las mejores abogadas de la ciudad —comentó Myriam como una forma de diluir la inexplicable tensión—. Créame, es capaz de darle cadena perpetua al sujeto que la atropelló, o sacarle todo el dinero que tenga. ¡Lo que usted quiera!
—¿Ella? —cuestionó la anciana.
—Sí —afirmó Myriam con la cabeza.
—¿Es Yin Chad? —volvió a preguntar.
—Así es —respondió Yin.
—¿Usted? —esta vez se dirigió a la coneja.
—Si gusta puedo presentarle mi identificación —era la primera vez que a la coneja le cuestionaban su propia identidad. Sentía que debía ir con cautela.
—¿Es Yin Chad? —volvió a preguntar.
—Sí, soy yo —acercó su mano al bolsillo delantero de su blusa con la intención de extraer su identificación ante la siguiente vez que preguntara.
En eso, empujado por Lucio, Carl se asomó por la entrada. De inmediato todos los presentes se voltearon a verlo.
—Carl, ¿ella es Yin? —le preguntó Yanette.
—Eeeeeeeh.
La cucaracha se sintió entre la espada y la pared. Hubiera deseado con todas sus fuerzas haberle dicho que no, pero no podía negarla delante de la propia Yin. La coneja se volteó hacia su asistente, en busca de respuestas. La ratona simplemente se encogió de hombros. Luego, se sumó a la lluvia de miradas que caían sobre Carl.
—¿Sí? —respondió con timidez.
Recién ahí Yanette pudo reaccionar. Su rostro se moldeó a uno de emoción, mientras observaba con detalle a Yin.
—Perdón, pero ¿ustedes se conocen? —preguntó la coneja apuntando intercaladamente a la cucaracha y a la anciana.
—¿Conocerlo? ¡Pero claro niña! —respondió Yanette—. ¡Si yo era gran amiga de Edna! Recuerdo al pequeño Herman correteando por ahí mientras ella me contaba las mil y una maravillas de su segundo embarazo. Me decía que una visita al spa ayudaba mucho a un embarazo. ¡Qué sabe esa mujer! —continuó desvariando—. No por estar casados iba a amarrar a su marido. Estoy segura que él no coló que sus hijos fueran una hormiga y una cucaracha siendo que él era una araña y por eso se fue. Pero bueno, ¿quién soy yo para juzgar? Esa araña siempre me ha dado escalofríos. Quizás era mejor para todos que regresara al bar de la muerte.
—Este… bueno —respondió Yin aquella perorata—… veo entonces que se encuentra bien y bastante lúcida.
—¿Y tú por qué no me viniste a ver? —le recriminó Yanette—. ¿Acaso tu hermano no te dijo que estaba en la ciudad? ¡Si él mismo me fue a ver la otra vez! Me dijo que estabas ocupada trabajando, pero nunca pensé que estarías tan ocupada como para no visitar a tu madre.
—¿Eh? —balbuceó Yin. El terror la congeló de inmediato mientras que su corazón la amenazó con arrancarse por su garganta y escapar por la ventana. Lo primero que atrapó su mente fue el hecho de que alguien más supiera su más profundo secreto. ¡¿Es en serio?! A Lina, Jobeaux, Carl, Lucio, Denis… ¿ella también? ¿Su madre? No, solo era una vieja loca. Una peligrosa vieja loca.
—¿Qué? ¿Acaso Yang no te lo dijo? —prosiguió la señora—. Vino a verme el otro día. La hermana Daria lo llevó, digo, Mónica, ¿no era tu novia, Carl? —agregó mirando al aludido.
Las alarmas se habían encendido en la cucaracha cuando apenas la señora Yanette comenzó a hablar, y ahora le acababa de pasar el problema a él. La presión le cayó de golpe apenas le lanzó la pregunta. Lo estaba arrastrando como cómplice de este secreto oculto. Lo peor es que se sentía así. Su mirada pasaba rápidamente entre Yin y Yanette. La abogada se notaba presa del terror y la confusión. La anciana parecía impaciente por una respuesta.
—Disculpe, debe estar confundida —intervino Myriam como un salvavidas de concreto—. Yang es su esposo, no su hermano.
—Creo que debo retirar lo de lúcida —agregó Yin dando un paso hacia la salida.
—¿Cómo que confundida? —insistió la anciana—. Pregunté un montón de veces, ¿ella es Yin Chad?
—Sí —respondió Myriam.
—¡Entonces! —Yanette empezaba a perder la paciencia—. El otro día Yang fue a verme y me prometió que traería a su hermana, pero ella nunca fue.
La anciana se quedó mirando a Yin, mientras que ella buscaba a mil por hora en su mente las palabras mágicas que la ayudasen a escapar.
—Pero lo que yo le digo es que Yang Chad no es su hermano, es su esposo —repitió Myriam.
—No, creo que tú estás confundida —insistió Yanette tras un suspiro—. Lo que creo que está pasando es que él no le dijo a ella sobre nuestro encuentro.
La anciana se había calmado tras pronunciar aquellas últimas palabras. Sintió que fue muy brusca para aquel primer encuentro. Se requería de más psicología, un instante más íntimo. Para esa altura imaginaba que ambos hijos ya sabían la verdad. La mirada temblorosa de Yin le hizo ver lo equivocada que estaba. Fue un muy mal primer paso. También se llenaba de dudas. ¿Por qué no le dijo? ¿Qué ocultaban ellos dos? ¿Qué había sido de ellos dos?
—Yin, yo… —le dijo bajando la voz.
—Mire señora —Yin la interrumpió lanzando su respuesta—. La verdad noto que no se encuentra en condiciones para discutir una demanda. Lamento informarle que declino tomar este caso.
En ese instante agarró con fuerza su maletín y se dirigió a la salida. A Lucio apenas le dio tiempo para hacerse a un lado. En el camino sujetó del brazo con fuerza a Carl, arrastrándolo con ella. Él alcanzó a sentir su fuerte y doloroso agarre. Por un instante sintió que le iba a arrancar el brazo. La mirada tensa y molesta alcanzó a ser percibida por el león, quien no lo pensó dos veces al alejarse lo más que pudo. La cucaracha lanzó una mirada suplicante a los presentes, antes de desaparecer tras la puerta cerrada de golpe.
Yin arrastró a la cucaracha unos cuantos metros por el pasillo. Él solo se concentraba en seguirle el paso y no caer ante el temor de perder el brazo. Sentía la perturbación de la coneja mientras él mismo se sentía contagiado. La mente se le nubló y las palabras las había olvidado. De improviso, lo tironeó hasta dejarlo frente a ella. Sus ojos se encontraron con la furia en carne viva envueltos en los ojos de ella. Lo vivido tan solo la noche anterior ya era cosa del pasado. La poca confianza construida se había derrumbado.
—¡¿Se puede saber qué pasó allí?! —le recriminó en voz baja. Estaban tan cerca el uno al otro que para él aquel susurro fue como un grito que lo paralizó.
—Este… yo… —la presión sobre su brazo se hacía más fuerte. Ni siquiera entendía su propia reacción. Sí, se equivocó, pero no era momento de congelarse.
—¿Yin? ¡Oh! ¡Es un milagro que estés por aquí! —una voz llamó a la coneja, interrumpiendo aquel tenso momento.
Por un momento Yin parecía ignorar aquel llamado, pero su emisora se acercó a ambos con tanta rapidez que fue imposible mantener su propósito.
—¿Sara? ¿Qué haces aquí? —preguntó desconcertada presionando con aún más fuerza el brazo de Carl, algo que la cucaracha no imaginaba que fuera posible.
—¡Te he estado llamando todo este tiempo! —alegó alterada—. ¡A tu esposo le pasó algo malo!
—¿Q-qué le pasó? —tartamudeó soltando finalmente a la cucaracha.
—No lo sé —respondió con pesar—. Estaba trabajando lo más bien en el jardín cuando de pronto le empezó a salir sangre por la nariz, y luego se desmayó.
—¡¿Qué?! —el impacto golpeó a Yin mientras Carl se sobaba el brazo recientemente liberado.
—¡Sí! Lo tienen en la unidad de cuidados intensivos —agregó Sara indicando hacia el final de uno de los extremos del pasillo en donde se encontraban.
—Voy contigo —respondió de inmediato emprendiendo la marcha.
Carl apenas se estaba dando cuenta de lo que estaba ocurriendo. Hace dos segundos estaban enfrentando a la madre de Yin, quien inocentemente estaba encañonándola con el secreto más delicado que tenía. Ahora estaba corriendo por entre pasillos blancos, lidiando por evitar perderla de vista. Todo transcurría tan rápido que apenas le daba tiempo de pensar.
A mitad de pasillo él pudo verla agacharse para luego caer de rodillas.
—¡Yin! —gritó de improviso corriendo a socorrerla.
La coneja tiró al suelo su maletín mientras se agarraba con fuerza su vientre con ambos brazos. Parecía estar sintiendo un fuerte dolor. Apretaba con fuerza sus ojos mientras intentaba controlar sus quejidos.
—¡Ay Dios mío! —exclamó Sara al verla. Gracias al grito de Carl, ella se volteó, siendo testigo de la escena.
—¡Rápido! ¡Un médico! —gritó Carl mientras se arrodillaba a su lado intentando contenerla.
No hacía falta pedirlo dos veces, especialmente en un hospital. Al instante un doctor con su bata y todo se aproximó a ellos, en ayuda de la coneja.
PATITOS!
Tenemos enormes noticias noticiosas que, en su mayoría, ya hemos publicado en nuestras RRSS, pero, por si no nos sigues por allá, te las comentamos aquí:
1. Supimos lo que ocurrió en la comuna de Panguipulli y lamentamos muchísimo el abuso policial ocurrido. Para quienes no saben, la policía del lugar baleó y dio muerte a un malabarista quien se resistió a un control de detención con machetes sin filo, los cuales usaba para sus malabares. Tras esto el tranquilo pueblo enardeció y comenzaron los problemas.
2. A partir de mañana lunes 8 entramos en receso. ¡Si! Nuestros patitos se van de vacaciones. No realizaremos ninguna actualización ni publicación de ningún tipo hasta el 22 de febrero. En particular, este fanfiction entrará en hiatus hasta el 28 de febrero debido a nuestras merecidas vacaciones.
3. Estamos trabajando en un nuevo proyecto. Es un fanfiction cuya premisa les sorprenderá, y creemos que los fans de Yin Yang Yo van a amar. Hemos entregado algunos adelantos en nuestras RRSS para que se den una vuelta por allá. Pensamos estrenarlo en marzo, y pretendemos actualizarlo semanalmente junto con este fic.
4. A vuelta de las vacaciones pretendemos finalizar el fictober (Lazos de Sangre) y El giro de las plumas. No nos hemos olvidado de estos fics, y creemos que es el momento perfecto para actualizarlos y darles un final digno.
5. En marzo es nuestro aniversario y estamos meditando alguna sorpresa para celebrarlo. ¡Atentos! En particular el 15 de marzo es el primer aniversario del estreno de este fanfic.
6. Vamos a comenzar con el proceso de revisión y corrección de este fanfiction (evidentemente a vuelta de vacaciones). No habrá cambios en el fondo ni mucho menos en la trama. En nuestras RRSS iremos avisando las actualizaciones por si desean releer nuestro fic.
7. ¡Ya sígannos en nuestras Redes Sociales! ¡Miren de todo lo que se están perdiendo!
¡Un abrazo fraterno y esperamos que también disfruten sus vacaciones!
¡Cuídense patitos!
