Amor Prohibido - Capítulo 62

—Miren a quién tenemos aquí —se escuchó una voz burlona—, al bebito llorón.

A estas alturas del año, Jimmy ya no retrocedía ante las burlas de sus compañeros. Simplemente les regalaba una mirada de seriedad, mientras hacía un enorme esfuerzo por no retroceder.

—Déjame en paz, Braulio —lanzó el pequeño intentando mostrar valentía.

El conejo traía consigo una maqueta de un par de edificios. Estaba hecha de cartón, cartulina, palos de helado, tubos de papel higiénico, entre otros derivados del papel y el cartón. También venía con unos cuantos clips, tornillos y cintas que utilizó de adorno. Estaba saliendo de un corredor para atravesar uno de los patios. Se dirigía a la oficina del profesor a entregar su maqueta antes de ir a almorzar. De forma increíble, alcanzó a terminarla a tiempo. Esperaba aprovechar su buena suerte antes de que se terminara. Lamentablemente, la presencia de sus abusones dio por finalizada su buena racha.

—Vaya, vaya, parece que el bebito desea mostrarnos sus garritas —respondió el lobo con sarcasmo. Un búfalo y un cerdo le cuidaban sus espaldas, mientras que otros tres chicos rodeaban al pequeño—. Me gustaría saber qué más tienes.

Un ocelote le quitó su maqueta de un tirón. Cuando pretendía recuperarla, un rinoceronte lo sujetó de los hombros con tal fuerza que sintió el dolor de la presión.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —comentó Braulio recibiendo la maqueta—. Miren esta belleza —comentó con ironía.

De pronto, la dejó caer al suelo. No le ocurrió mucho puesto que cada pieza estaba bien pegada, pero tras la pisoteada del lobo junto con sus guardaespaldas, quedó convertida en un montón de basura.

—Ahora quedó mucho mejor —comentó seguido de un coro de risotadas. Risas que atravesaron los tímpanos del pequeño y congelaron su mente.

Tenía una lucha incansable por no llorar, por mantenerse firme, estoico. Cada vez le era más difícil. Sus abusones aún podían herirlo por dentro. Dolía mucho.

—Le-le diré a los maestros —advirtió con voz temblorosa.

Como respuesta, las risas se hicieron más fuertes.

—¡Oh! Casi lo olvidaba —el lobo retomó la palabra—. Un pajarito me contó algo muy… interesante de ti —agregó mientras se paseaba rodeando al pequeño —algo muy peculiar de tu familia —le susurró en el oído—. ¿Quieren saber qué es? —le gritó a sus seguidores.

—¡Sí! —exclamaron a coro.

—¿Quieren saber qué es? —repitió parándose sobre los restos de la maqueta.

—¡Sí! —exclamaron los demás con más ahínco. Varios otros niños se acercaron a la algarabía atraídos por la curiosidad.

George se encontraba caminando cerca del lugar, y se quedó a unos metros de distancia observando el espectáculo.

—¡Escuchen todos! ¡Porque lo voy a repetir una sola vez! —gritó el lobo haciendo de maestro de ceremonias—. Resulta que los padres de este niño que tenemos aquí al frente… redoble de tambores… ¡Son hermanos!

Un ruido ensordecedor llenó los tímpanos de Jimmy. El pequeño quedó pálido, de pie, estático, en medio de una muchedumbre que comenzaba a apuntarlo con el dedo. Sentía que el mundo desaparecía, mientras que en su lugar se encontraba en el más oscuro y aterrador de los infiernos. Empezó a temblar de pies a cabeza. El frío recorría su cuerpo entero. No tenía el control de su ser.

Los niños empezaron a cuchichear a su alrededor, sorprendidos por la nueva información. La impresión golpeó de frente a George. La tortuga sabía la verdad de primera fuente, y podía imaginarse el desastre que se podría ocasionar de esparcirse tan delicado secreto de esa forma.

—No, no, no, no, no —musitó mientras corría acercándose hacia el pequeño. La multitud se había agrupado demasiado. No lo dejaban pasar.

—¿Saben lo que eso significa? —prosiguió el lobo con altanería—. ¡Que ese niño que tiene ahí es todo un fenómeno! —agregó apuntando con su índice al conejo—. ¡Es una cosa rara que jamás debió existir! ¡Es hijo del incesto! ¡Es hijo del pecado!

«Hijo del pecado».

«Hijo del pecado».

«Hijo del pecado».

La imagen de su abuela se apareció como un demonio de ultratumba, llevando el miedo de Jimmy a un nivel incontrolable. Cayó de rodillas mientras que a su entorno no le importaba cuchichear de él, reírse, e incluso apuntarlo con el dedo.

—Oye, ¿es verdad eso? —el búfalo se acercó al lobo con cierto temor e inquietud.

—¡Por supuesto! —respondió el lobo en el mismo tono para que le escuchara todo el mundo—. ¡Mi papá trabaja en la mansión de los Prints, en donde su papá es el jardinero —agregó apuntando a un Jimmy devastado—. Además, ¡mírenlo! Él sabe que lo que digo es verdad. Si no, ¿por qué se pone así?

La sonrisa triunfante de Braulio, acompañada de los vítores de sus secuaces, contrastaba con el enojo de George. La tortuga ya se había deshecho de los estudiantes curiosos, y solo habían un montón de niños de no más de ocho años frente a él. La tortuga les pasaba por lo menos una cabeza por encima de esos niños.

—¡Ya basta! —intervino la tortuga empujando a un par de niños que no le daban el paso—. ¿No te da vergüenza estar molestando a un compañero de esa forma?

—No —respondió con hipocresía—. Porque lo que sus padres hicieron es peor que matar a alguien. Ahora van a ir a la cárcel y esa cosa rara ojalá se vaya al inf…

El lobo no alcanzó a terminar la frase cuando George le regaló una patada en el estómago. Lanzó al lobo por lo menos un par de metros en dirección al patio. Terminó derrapando sobre la tierra seca. La tortuga se sintió un poco mal al patear de esa forma a un niño de primaria, pero sus palabras estaban cargadas de un odio que era inevitable no tomar represalias.

—¿Estás bien, Jimmy? —la tortuga se olvidó de sus aprensiones y de su entorno. Se arrodilló junto al pequeño, observándolo con preocupación.

«Hijo del pecado».

«Hijo del pecado».

«Hijo del pecado».

Jimmy estaba en otro mundo. Un mundo sombrío, oscuro, aterrador. Un zumbido cada vez más inaguantable tapaba su audición. Un dolor de cabeza amenazaba con dejarlo inconsciente. Unas sombras oscuras y aterradoras lo paralizaban de miedo. Sentía que su corazón reventaría, dejando de latir en cualquier momento. De pronto, una voz gruesa de ultratumba se oyó por encima de todo.

—Recuerda Jimmy, eres mío para siempre.

George se encontraba preocupado. Vio como el pequeño no reaccionaba. Sabía de fuente de Jacob que su hermanito era un tanto sensible. Sin duda lo que acababa de pasar era lo peor que podía pasarle a él y a su familia.

—¡Jimmy! ¡Reacciona! —comenzó a remecerlo. El pequeño estaba atrapado en su mundo, con los ojos desorbitados, sin dar señales de vida. A la tortuga comenzó a asustarlo.

A metros de distancia, Braulio se levantaba con dificultad. Se rodeó de sus secuaces, quienes le regalaron al par una mirada asesina.

—M-me las v-v-as a pagar —tartamudeaba quejándose mientras poco a poco se ponía de pie con la ayuda de sus amigos—. ¡Maldito hijo del pecado!

—¡YA BASTA! —el grito de Jimmy tomó por sorpresa a todos los que lo rodeaban. Se puso de pie de un salto. Levantó su palma derecha, extendida en dirección al lobo, y lanzó un rayo brillante en su contra.

Pronto esa luz brillante y ardiente como la lava cubrió todo lo que le rodeaba. De un momento a otro, Jimmy se encontraba envuelto en una luz junto con un ruido estruendoso. Era como si se estuviera acabando el mundo. Con la escena que le vino después, comprendió que el ruido escuchado no era para menos. Poco a poco la luz fue desapareciendo. Le tomó un buen rato acostumbrarse a la nueva iluminación. Poco le importaba todo eso. Sentía los nervios destrozados. Se sentía murto en vida. Dolor, era lo único que podía sentir.

Poco a poco, un nuevo paraje le dio la bienvenida. Por un instante creyó haber sido teletransportado a un futuro post apocalíptico. Todo era destrucción. Era como encontrarse en el epicentro de una explosión. El edificio estaba en ruinas. Había árboles quemados hasta las raíces, ninguna señal de vida ni siquiera vegetal. Gracias a unos cimientos que pudo reconocer, se dio cuenta que no se había movido para nada. Eso era lo que hasta hace poco era su escuela.

El miedo aún seguía acorralándolo. El lugar le transmitía ese miedo. La incertidumbre le transmitía ese miedo. La soledad le transmitía ese miedo. No lograba convencerse de que él había sido la causa de todo. Imaginárselo le daba aún más miedo. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué no se acercaban? No podía comprender que quienes le rodeaban —amigos o enemigos—, en ese instante eran poco más que cenizas.

Pasó un largo rato estático en aquel mismo sitio. No se atrevía a alterar ni el más mínimo microbio. Ante sus ojos se esparcía el mismísimo infierno. Uno tan real y aterrador como aquel dirigido por su abuela.

«Hijo del pecado».

«Hijo del pecado».

«Hijo del pecado».

—¡Jimmy!

Antes de tan siquiera reaccionar por su nombre, sintió la calidez de un abrazo. Era un abrazo apretado, desesperado. Pudo sentir el gemir de un llanto. Se le había olvidado cómo reaccionar.

—¡Hijo! ¡Qué bueno que te encuentres bien! —logró reconocer a su padre por su voz.

Ya se encontraba a salvo. Eso lo tranquilizó un poco, pero no lo suficiente como para reaccionar.

—¿Estás bien? —su padre soltó su abrazo y lo miró directo a los ojos mientras lo sujetaba de sus hombros.

Yang pudo ver esa mirada aterrada. Con ella pudo comprenderlo todo. Jimmy no tuvo que reaccionar ni nada de eso. Su padre volvió a abrazarlo. Yang no pudo evitar soltar algunas lágrimas. Lágrimas de satisfacción. Lágrimas de felicidad. Al menos su hijo menor estaba a salvo.

Yenny había llegado a las cuevas de St. George. Cuando tan solo le faltaba menos de medio kilómetro, pudo oír unos gritos de ayuda. Esto nuevamente la preocupó. Apuró la marcha ante la incertidumbre de lo que podía estar sucediendo.

—¡Ayuda! ¡Mis amigas están atrapadas allí adentro! —una osa polar de no más de unos diez años le dio la bienvenida con una voz alarmada.

—¿Qué? ¿Quiénes son? —le preguntó mientras corrían hacia la entrada de la cueva.

Alrededor de ambas había por lo menos unas diez niñas más de diferentes especies. Todas ellas tenían el mismo rostro de terror. Por un instante pasó la pregunta por su cabeza sobre el por qué ninguna había regresado a la escuela. Claro, aparentemente estaban seguras a tal distancia, pero al parecer necesitaban de ayuda urgente, y nadie vendría hasta donde se encontraban.

—¡Son Rose, Leslie y Yuri! —le informó la osita polar—. ¡No sé si están bien!

Ante la mención del nombre de su hermana, la coneja sintió que se le acababa de paralizar el corazón. Un sudor frío recorrió su cuerpo, mientras no dejaba de correr.

A pocos metros de la entrada, se toparon con un firme muro de piedras. Yenny comenzó a golpear el muro con sus manos desnudas.

—¡Yuri! ¡Yuri! —gritaba con desesperación mientras brotaban sus primeras lágrimas.

—¡Las rocas cayeron con la onda expansiva! —le explicaba la osa polar—. Nuestras amigas quedaron atrapadas del otro lado.

—¡Yuri! ¡Yuri! ¡Contesta! —la explicación simplemente aumentó la desesperación de la chica.

De forma ingenua, intentó remover las rocas con sus manos. Literalmente le fue imposible. Aun así, no dejaba de intentarlo. Raspaba las rocas con sus uñas, empujaba con todas sus fuerzas. No dejaba de gritar, de llamar a su hermana. Al poco rato, sus manos comenzaron a sangrar. El dolor se hacía intenso, pero la desesperación era mucho peor. La nula respuesta desde el otro lado, le hacía vaticinar lo peor.

—¡Pablo Schneider! ¿Qué demonios estás haciendo? —la voz iracunda de Marcelo se hizo sentir por todo su alrededor. En el suelo, una Yuri se encontraba de rodillas, jadeando, cansada por la inmensa cantidad de energía liberada de un solo golpe. A su lado, un felino observaba al caballo desde el suelo, sin poder creer lo que estaba ocurriendo.

El felino balbuceó unas palabras ininteligibles mientras el caballo se aproximaba a paso firme. La mirada dura del equino contrastaba con los ojos desorbitados del felino.

—Te he estado buscando por todas partes —sentenció el caballo amenazándolo con su índice—. Tus días de crear brechas entre el mundo de los vivos y de los muertos han terminado.

—Marcelo —balbuceó—. Tú no lo entiendes. Esta niña, está…

—Sí, sé el poder que tiene —le interrumpió con un vozarrón—, pero tú no eres quién para intervenir en su vida.

—¿Qué no lo soy? —respondió frunciendo el ceño—. ¡Si no fuera por mí, ya estaría muerta! ¡Lo que le tocó enfrentar y lo que le tocará enfrentar ni siquiera te lo puedes imaginar…!

—No me subestimes, Schneider —lo interrumpió con voz grave.

El silencio regresó entre ambos. Pablo, buscando cualquier recoveco para escapar. Marcelo, vigilando cualquier movimiento en falso. De pronto, Yuri se puso de pie, atrayendo la atención de ambos. Les regaló una mirada vacía, sin ningún ápice de emoción. Tenía los puños apretados, que temblaban ante la presión.

—Yuri… —musitó el caballo.

—¿E-estás bien? —balbuceó el felino poniéndose de pie.

Un aura amarillenta comenzó a aparecer poco a poco en torno al cuerpo de la pequeña. Era una especie de humo translúcido que la rodeaba, brillando cada vez más conforme pasaban los segundos. Desde la distancia, aún se podía escuchar el andar pausado de la inmensa marcha de niños que se dirigían a la luz. Era la fuente de energía de aquella aura que nadie podía explicar. Marcelo la observaba con atención y sorpresa. Pablo intentó retroceder mientras lanzaba gritos ahogados. Pronto, comenzó a temblar de miedo. Definitivamente aquella reacción no se la esperaba.

Lo siguiente ocurrió tan rápido que probablemente solo la cámara lenta más especializada del mundo sería capaz de captar el momento. Aquella aura creció repentinamente, creando una cúpula que los rodeó a los tres. Comenzó a girar en torno a su circunferencia cada vez más rápido. Los ojos de Yuri comenzaron a brillar de un color amarillo intenso. La confusión se hizo evidente en los acompañantes de la niña. El viento revoloteaba la crin y el abrigo del caballo, junto con los bigotes y saco del felino. Pronto, aquella cúpula desapareció, junto con sus tres acompañantes. La acostumbrada calma y tranquilidad regresó al jardín de las almas perdidas.

Mientras tanto, por las calles de la ciudad, una comitiva de animales corría avasallando a cualquier peatón incauto que molestara en su camino. Un jabalí iba a la cabeza, trayendo entre sus brazos a una coneja rosada desmayada. Junto a él, venía un gato atigrado con una boina en la cabeza, un caballo blanco con crin rubia, un gorila negro y atemorizante, un labrador alto y ágil, y una pata acompañando un conejo rubio de cabello largo.

—¡Vengan! ¡Vamos por el parque! —les ordenó el gato apuntando a la entrada de rejas de un parque público ubicado al cruzar la calle.

—¡Eso da al patio del hospital! —exclamó el caballo—. ¡Podría ser peligroso!

—¡Peligroso! ¡Mis polainas! —replicó el gorila.

—¿Quieres llegar a tiempo? —le recriminó el gato.

—¿Estás seguro que podrán atenderla? —cuestionó el jabalí.

—¡Sé que lo haremos! ¡Vamos! —se adelantó el labrador cruzando la calle.

Más bien impulsados por la adrenalina, toda la comitiva decidió aceptar la propuesta del parque. Corrieron a través de caminos y prados en busca del límite con el bosque del Hospital, y así llegar a urgencias lo más pronto posible.

Jacob intentaba ocultar sus síntomas a sus nuevos salvadores para no molestarlos, pero la realidad era que se estaba muriendo. Cada respiración le ardía. Sentía que su pecho iba a reventar de tanto dolor. Ya no sentía sus piernas. El agotamiento era máximo. El conejo no estaba acostumbrado a correr grandes distancias tan aprisa. Sus enfermedades se lo tenían estrictamente prohibido. Esperaba inocentemente que dada la emergencia su cuerpo hiciera una excepción a esta regla. Lamentablemente la biología no perdona. A pesar de ello, prefería correr hasta que no pudiera dar un paso más. Ya podría descansar después.

—¡Esperen! ¡Está despertando! —alertó el jabalí deteniéndose de improviso.

Toda la comitiva lo rodeó, expectante a lo que estaba sucediendo.

—¡Rápido! ¡Llévenla a esa banca! —exclamó el gorila apuntando a una banca ubicada a la orilla del camino.

El jabalí de inmediato obedeció, colocando a Yin en la banca señalada.

—¡Dénle espacio para respirar! —ordenó la pata extendiendo sus alas.

Rápidamente, todos la rodearon a una distancia prudente, esperando cualquier reacción de la coneja.

Yin empezó intentando abrir los ojos mientras emitía un débil gruñido. Jacob fue alcanzado por todo el cansancio del cual estaba escapando y cayó de rodillas sobre la tierra.

—¡¿Niño te encuentras bien?! —preguntó la pata preocupada.

—Sí… estoy bien —balbuceó a duras penas.

No podía dejarse morir todavía. Aún tenía que estar atento a lo que pudiera ocurrir con su madre.

—¿Cómo se llama tu madre? —le preguntó el caballo al pequeño.

—Se llama Yin —contestó sin mirarlo.

Los acompañantes se miraron entre ellos, poniéndose de acuerdo respecto al dato recién entregado.

Yin abrió los ojos, y lo primero que pudo ver fue la cabeza de unos desconocidos observándola con desconcierto. Se cubrió los ojos con la sombra de su brazo, evitando los rayos solares que se colaban desde el cielo.

—Señora Yin, ¿se encuentra bien? —el jabalí fue el primero en hablar.

—Eso creo —balbuceó aún confundida.

—No se preocupe, estamos aquí para ayudarla —se adelantó la pata arrodillándose a su lado—. Su vehículo está en buenas manos y su hijo está aquí con nosotros.

Yin quería ponerse de pie de inmediato, pero el cansancio de su cuerpo se lo impedía. Pronto recordó todas sus preocupaciones, y sentía el pesar por no poder siquiera moverse. Además, la confusión frente a tanto desconocido se hacía evidente.

—Soy Thomas Jiff —se adelantó el jabalí—. Soy gasfíter. Iba llevando mi camioneta con algunas herramientas cuando su hijo salió de una van pidiendo auxilio. Cuando me acerqué, la encontré desmayada dentro de la van. Yo y todas estas personas corrimos hacia el hospital, pero en el camino usted despertó, y quisimos detenernos para saber si se encontraba bien.

Yin lo miró confundida. Hizo un nuevo esfuerzo por reincorporarse, logrando sentarse sobre la banca. El mareo se hizo evidente, cosa que por un momento alertó a toda la comitiva.

—No se esfuerce demasiado —le aconsejó la pata con voz suave—. Soy Judith Eastwood. Trabajo en el jardín de niños «Los Floriguitos». Iba rumbo a mi trabajo cuando me encontré con todo el alboroto. Me encargué de cuidar a su hijo todo el trayecto.

La pata señaló al pequeño, quien de inmediato se acercó a su madre.

—¡Jacob! —exclamó Yin aferrándose a su hijo y olvidándose de todo malestar.

—¡Mamá! —respondió el pequeño recibiendo el abrazo.

Todos los miedos, temores, preocupaciones, se estaban acabando. Madre e hijo se habían reunido nuevamente.

—Señora —se acercó el gato con timidez quitándose la boina—, solo quisiera saber si se encuentra bien. Mi primo trabaja en el hospital, y le dará atención preferencial a pesar de toda la tragedia que ha ocurrido y eso. Como dicen en mi familia, más vale prevenir que curar.

Yin se volteó hacia el gato tan repentinamente que por un momento lo asustó.

—Me presento, soy Mark. Por ahora estoy desempleado. Estaba de camino a una entrevista de trabajo cuando vi todo el alboroto, y bueno, me sumé porque… no podía pasar y no hacer nada —agregó riendo nerviosamente.

—Muchas gracias señor Mark —le respondió Yin con una sonrisa—, y gracias a todos ustedes por su incondicional ayuda.

—No hay de qué —intervino el gorila con amabilidad—. Realmente vimos lo complicado del problema y…

El gorila se quedó con la oración en el aire. Observó con detenimiento el rostro de Yin, cosa que comenzó a incomodar a la coneja, y a extrañar al resto de los presentes.

—Creo que a usted la conozco de algún lado —sentenció con seriedad.

—Es probable —respondió—. Mi nombre es Yin Chad, y soy abogada de la Sociedad de Abogados de la ciudad.

—¡Yin Chad! —exclamó el gorila con alegría—. ¿Cómo diablos no pude reconocerla antes? —agregó tomando una de sus manos libres y agitándola con emoción—. Soy Frank Goffin, ¿me recuerda? ¡Usted salvó mi bar hace cinco años! Una inmobiliaria me lo quería quitar, pero usted encontró la interpretación correcta de las escrituras y esos idiotas no pudieron hacer nada.

—Este… que bien —respondió aún sin poder recordar el caso que le presentaban.

—La señora Olga fue quien me la recomendó —continuó el gorila con alegría—. Ella es la esposa de mi colega en el bar. Trabaja como la secretaria de Bux, el jefe de esa sociedad. Ella dijo que usted era la mejor abogada de ese grupo. ¡Y vaya que tenía razón!

—Que bien que haya podido conservar su bar —respondió Yin comenzando a incomodarse por la reacción de Frank.

—¡Un placer conocerla! —el caballo hizo a un lado al gorila, y se presentó con una reverencia—. Mi nombre es Harry Jürgensen, ejecutivo del Banco Nacional para servirla.

—Muchas gracias señor Jürgensen —respondió Yin con amabilidad.

—Ya que nos estamos presentando, yo no tengo mucho que contar —intervino de pronto el labrador detrás de ella con las manos en la cintura—. Mi nombre es Larry Fitzgerald, soy entrenador asistente del equipo de fútbol juvenil de la ciudad, así que si su hijo quiere entrar a jugar futbol, ¡son todos bienvenidos!

—¿Está segura que se siente bien? —intervino Judith con voz suave.

—Sí, creo que estoy bien —respondió Yin sujetando su vientre.

—Le escuché al niño decir que usted está embarazada —intervino Thomas.

—Sí, pero siento que están bien —lo tranquilizó la coneja.

—De todas formas deberíamos ir al hospital —propuso Mark—, por si acaso.

—Pero… —Yin no quería tocar el tema, pero la explosión del colegio de sus hijos aún permanecía en su memoria. Abrazó a su hijo con fuerza, sintiéndolo como lo único que le quedaba.

—¡Verdad! ¡El tema de la explosión! —recordó Harry palmeándose la cara.

—Uff, eso estará difícil —comentó el gato.

—¿Usted tiene más hijos en ese lugar? —la pata trató de ser lo más delicada posible en preguntar.

—¡Tengo cuatro hijos! —exclamó volviendo a ser presa de la desesperación.

—¡Vamos, tranquilícese! —intervino el jabalí sujetándola de los hombros.

—Ay no, se complicó la cosa —comentó Larry con pesar.

—¡La van! —exclamó de pronto el gorila—. Puedo ir de regreso a la van… ahí está su cartera. Puedo ir y responder sus llamadas.

—Yo puedo ir al colegio —se ofreció Harry—. Prometo informarles de qué fue lo que pasó por allá.

—Yo te acompaño —se ofreció la pata poniéndose de pie—. De paso me encargaré de averiguar qué pasó con sus hijos —agregó mirando a la coneja.

—Vamos, nosotros la llevaremos —se acercó el jabalí.

—Creo que puedo ponerme de pie —dijo Yin intentando pararse. Sus piernas temblaron, y regresó al asiento.

—No se preocupe —en un instante, el jabalí la levantó con sus brazos—. Yo puedo llevarla todo el trayecto —agregó con una sonrisa.

—¡Vamos! —alentó el gato apuntando hacia el camino por recorrer.

Jacob se puso de pie a duras penas. Temía no poder continuar el resto del camino. De pronto, sintió que se elevaba por los aires, terminando en la espalda del musculoso labrador.

—Veo que estás cansado, niño —comentó—. Te falta resistencia física.

—Tengo problemas cardiacos, señor —le respondió el muchacho.

—Uff, debiste haber dicho eso antes —comentó—. Bien, agárrate firme, que iremos al hospital.

—Gracias señor —le respondió el conejo.

—De paso haremos que te revisen —comentó le labrador iniciando su andanza—. No vaya a ser que la carrera que tuviste te haya afectado.

Es así como nuestra comitiva se dividió en pos de ayudar a Yin y su familia.


Bueno, las primarias presidenciales se están terminando. En estos momentos se encuentra el proceso del conteo de votos. Esperamos con estos resultados lo mejor para el país. Y se nos vienen más elecciones en lo que queda del año, así que atentos mis patitos que me leen desde Chile. Tenemos la oportunidad de ir, poco a poco, construyendo un país mejor para todos.