Como lo dijimos ayer y lo repetimos hoy: un abrazo patotástico a todos nuestros amigos de Haití, quienes están pasando por un mal momento. Les dedicamos este capítulo para regalarles aunque sea una sonrisa en estos momentos tan tristes y dramáticos.
Con amor, patito.
PD: En memoria de José Luis Ysern de Arce.
Amor Prohibido - Capítulo 65
—¡Papá!
Los soles se estaban ocultando. Yenny había regresado al punto de encuentro que había acordado con su padre. Se encontraba destrozada por dentro, y desastrada por fuera. Había ido a dejar a cada una de las niñas donde sus padres. También entregó el cadáver de la gatita a las autoridades. Cada momento fue más desgarrador que el anterior. Ya no le quedaba corazón para vivir nada más. Solo quería un rincón para descansar y olvidarse del mundo.
Cuando vio a su padre, sus pies le regalaron el suficiente impulso para correr hacia él. No hubo preguntas. No hubo cuestionamientos. Cuando se sintió rodeada entre sus brazos, pudo sentir la calidez y la protección que más necesitaba. No soportó más y se largó a llorar. Lágrimas amargas, lágrimas dolorosas. Un descanso del alma que necesitaba con suma urgencia. Yang, al notarla en ese estado, simplemente la abrazó con fuerza. Sabía que estaba viviendo uno de los momentos más críticos de su vida. Era un peso demasiado grande para una chica de tan solo dieciséis años. Solo la abrazó. Solo la dejó llorar. Solo la dejó desahogarse. Se le partía el corazón tenerla así. Cuando la amargura era sembrada sobre su alma, la abrazaba con aún más fuerza.
No se imaginaba que podía ponerse peor.
—¿Usted es Yang Chad?
Padre e hija se voltearon hacia un costado. Se encontraron con Richard Thompson junto con dos oficiales más de policía.
—Sí, soy yo —respondió extrañado mientras daba el abrazo por finalizado.
—Deténganlo, muchachos —le ordenó a los dos policías.
Más por la sorpresa que por otra cosa, ni Yang ni ninguno de sus dos hijos reaccionaron mientras los policías le colocaban las esposas.
—Usted está detenido por el artículo 285 del código penal por cometer incesto —anunció la cebra revisando un papel que traía consigo—. Según el reporte, usted mantiene una relación íntima con su hermana gemela, con quien ha concebido cinco hijos vivos. Jamás lo imaginé de usted —agregó levantando la vista hacia el conejo.
—¿Qué? ¡No! —gritó Yenny presa de una repentina exasperación que le cayó de golpe rompiéndole los nervios—. ¡No lo hagan! —alegó quebrando su voz mientras intentaba forcejear con los policías. Solo uno bastó para contenerla.
—Pequeño —la cebra se acercó a Jimmy, quien se había aferrado a una de las piernas de Yang—, sé que esto es difícil para ti, pero es nuestro deber llevarnos a tu papi —agregó en tono condescendiente—. Por mientras, puedes quedarte con tu hermana. Te prometo que apenas se aclaren las cosas, vendré personalmente a contarte las novedades. ¿Está bien? —agregó con una sonrisa.
Como respuesta, Jimmy se aferró con más fuerza a la pierna de su padre.
—¡Oh, vamos! —insistió Richard mientras comenzaba a forcejear con el pequeño sujetándolo de los hombros.
Yang, mientras tanto, quedó congelado en su sitio, preso de un repentino terror que ni siquiera lo dejaba moverse.
«¿Qué ha dicho?»
«Cometer incesto»
«¿Qué?»
«Usted mantiene una relación íntima con su hermana gemela, con quien ha concebido cinco hijos vivos»
«¿Qué?»
«Usted está detenido»
«¿Qué?»
«Incesto»
¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Uno de sus miedos más ocultos que tenía era que precisamente llegara ese día. El día del final. Habían pasado tantos años. Se había convencido de ese sentimiento que tenía por su hermana. Había luchado para que ella también se convenciera. Habían luchado juntos para convencerse del «sí, se puede». Habían alcanzado su ansiada libertad. La habían disfrutado por dieciséis años. Había transcurrido tanto tiempo que de aquel miedo solo había quedado una sombra en su subconsciente.
Aquel día, cuando se topó con Lina, también había ocurrido una explosión. Aquel día, en que lo reconoció. Aquel día, ese fantasma reapareció. Había sido una señal. El final estaba cerca. Era una premonición de lo que se veía venir. Sabía que lo que hacía era un delito. Sabía que lo que hacía no estaba bien. Sabía que era un amor prohibido. A pesar de ello, decidió continuar. Por amor, decidió continuar. ¿Cuál era el puerto? ¿Cuál era el destino? ¿Cuál era el propósito?
«Voy a dejar a mi esposa».
Las palabras dichas hace tan solo un día atrás lo aterraba aún más. ¿Qué hubiera pasado si le hubiera pedido el divorcio aquella noche? Eso no hubiera borrado el delito, pero, ¿hubiera amainado el miedo? Su miedo no era ir a la cárcel. ¿Su miedo era perderla? ¿La amaba? ¿Realmente la amaba? Solo sabía que había construido junto a ella toda una familia. No podía abandonar a su familia. No en un momento como este.
Richard se cayó al suelo junto con Jimmy. El pequeño se soltó de golpe mientras el policía forcejeaba con él. Se soltó tras sentir un repentino cambio en el aura de su padre. Pronto, los presentes se sorprendieron al ver al conejo rodeado de una luz brillante color azul claro. La mirada cargada de determinación obligó a retroceder a los policías. Había roto las esposas como si fueran de papel.
—Yenny, toma esto —su padre le lanzó su teléfono—. Te van a llamar para pasarte a buscar en la van. Sube y ve con ellos hasta el hospital.
—¿Qué? —preguntó confundida e impresionada ante el repentino cambio de su padre mientras atrapaba el aparato—. ¿Quiénes?
Yang no respondió. Como una ráfaga de viento saltó hasta el tejado de una porción del edificio que aún permanecía en pie.
—¡Espera! ¿A dónde vas? —le gritó Yenny al verlo allí arriba. Algunas personas que también se encontraban en dicho patio se voltearon al observarlo debido a aquella luz brillante tan llamativa.
—¡Me adelantaré! —le gritó antes de perderse de vista.
Todo el mundo quedó congelado sin saber cómo reaccionar. Yenny centró su mirada en el teléfono de su padre. Era un antiguo Motorola con la pantalla trizada. Estaba en eso cuando comenzó a vibrar y sonar con su ringtone clásico. La pantalla anunciaba que se trataba de su madre.
La chica observó hacia todos lados. El tiempo parecía congelado junto con todos los presentes. Solo Jimmy se volteó a observarla con curiosidad. Nuevamente fijó su mirada en la pantalla. Aparecía una foto con su madre, con la palabra «YIN» con letras blancas al pie de la imagen.
—¿Hola? —la chica decidió contestar con cierta inseguridad. Aún no entendía las instrucciones de su padre del todo. Solo entendió que la iban a contactar para llevarla al hospital.
—¿Hola? ¿Con quién hablo? —cuestionó una voz desconocida desde el otro lado. Era femenina y suave.
—¿Quién es usted? —respondió Yenny desde el otro lado sorprendida y un tanto asustada.
—¿Este es el número de Yang Chad? —volvió a preguntar la voz.
—Sí, ¿y quién es usted? —volvió a insistir la chica.
Oyó unos ruidos que no pudo reconocer, para luego oír la respuesta de otra voz. Era otra voz femenina pero mucho más golpeadora.
—Hola, habla con Olga Sprout —contestó—. Estoy en contacto con el señor Yang Anacleto Chad, quien me pidió que fuera a recoger a sus hijos al colegio St. George.
—¿D-de verdad? —balbuceó la chica. De un golpe logró comprender la petición de su padre.
—¡Oiga! ¡Entrégueme ese celular! —exclamó Richard, quien escapando de su asombro, poco a poco volvía a ponerse de pie.
En ese instante, Yenny tomó de la mano a su hermanito y salió huyendo hacia la salida.
—¡Sí! —exclamó al fono mientras emprendía la huida—. Soy Yenny. Él es mi padre. Tuvo que salir de urgencia así que me dejó su teléfono para comunicarme con usted.
La entrada del colegio St. George se encontraba atestada de gente. Los pasillos aledaños a la salida se encontraban apretados de tantas personas intentando moverse a través de una marea con animales de todo tipo.
—Verás —le explicó Olga por el fono mientras Yenny luchaba contra el mar de gente sin soltar la mano de su hermanito—, las calles cercanas al colegio están cortadas. ¡Hay una cantidad impresionante de gente! Lo más cerca que pudimos quedarnos fue en la esquina sur del edificio. Es la parte más despejada y cercana de la entrada. ¿Podrías venir hasta acá? ¿O necesitas que alguien vaya por ti?
—¡No se preocupe! —gritó haciéndose escuchar entre el fuerte zumbido emanado del tumulto—. ¡Iré para allá!
Todo era un caos. Todo era un shock. Todo era un desastre. Las personas iban y venían. Gritaban, lloraban, se exasperaban. Avanzar se hacía más difícil a cada paso. Los bomberos y policías intentaban poner orden infructuosamente. Más de una vez Yenny debió pasar por encima de las personas junto con Jimmy y así tan siquiera avanzar. Había muchos heridos y gente tan desastrada como ella. La coneja solo tenía la vista al frente del enorme portal que le presentaba la salida del establecimiento.
Desde afuera, Yanette había llegado al lugar junto con Freddy y Kraggler. Se quedaron observando el montón de gente que rodeaba la escuela. Entre bomberos, paramédicos, ambulancias, policías, curiosos, padres, maestros, estudiantes, periodistas, la ciudad parecía haberse volcado a aquel rincón. Los tres observaban el lugar a la espera del siguiente paso a seguir. Freddy y Kraggler observaban de vez en cuando a la coneja a la espera de la señal. La anciana mientras tanto, se preguntaba en qué parte, ya sea del colegio o de la ciudad, se encontraba sus nietos.
De improviso, pudo identificarlos. Yenny y Jimmy habían salido airosos del mar de gente. Habían recibido más manchas de sangre y mugre al pasar rozando con más de un herido. Definitivamente ni siquiera existía la distancia personal allí adentro. Estaban dando sus primeros pasos con un poco de espacio cuando fueron identificados por su abuela. Los chicos se voltearon dándole la espalda, rumbo hacia el sitio en donde se hallaba estacionada la van.
—¡Vamos! —les avisó Yanette poniéndose en marcha.
Yenny avanzaba con cuidado por entre la multitud. Aunque ya no estaban tan apretados, cada medio metro había un obstáculo. Yanette se les acercó con sigilo y una agilidad jamás vista. Repentinamente le alcanzó el hombro. La coneja se volteó, topándose cara a cara con su abuela.
—Hola Yenny —la anciana la saludó.
La chica por un momento sintió desmayarse. Con toda su alma, y con la ayuda de un milagro, pudo resistir. Apretó con fuerza la mano de su hermanito. No podía dejarlo abandonado en una situación como aquella. No con alguien como su abuela. Se aferró con firmeza a él y lo arrastró ganando velocidad por entre las personas. Su objetivo era huir ahora de su abuela. Yanette la siguió con cautela. Freddy y Kraggler la seguían más atrás entre las personas sin perderle el rastro a la anciana.
El corazón le latía con una fuerza que amenazaba con escapársele del pecho. El camino hacia su objetivo le parecía eterno. Jimmy con suerte era capaz de seguirle el paso. El ir y venir de las personas provocaba una batahola que nublaba aún más su meta. Un tirón por parte de su hermano la obligó a voltearse nuevamente. El pequeño yacía en el suelo, con sus piernas completamente atrapadas por un hilo blanco. El hilo extendía uno de sus extremos un par de metros hacia atrás, desde donde vio a alguien que lo había lanzado desde sus mangas.
—¡Bien hecho! —oyó la voz de Yanette acercarse junto a ellos—. Aunque sigue siendo asqueroso —comentó.
Al oírla tan cerca, Yenny se acercó a su hermanito e intentó arrancarle el hilo. Era tan pegajoso que no solo terminó por esparcirlo más, sino que ella misma terminó con sus manos pegadas a las piernas de Jimmy. El pequeño observaba con terror la situación. De haber podido tener voz habría gritado. Yenny intentaba con más frenesí romperlo todo, para terminar aún más atrapada.
—Yenny, es bueno verte —le dijo la anciana con voz más calmada. Voz que contrastaba con el momento que estaba viviendo. La coneja se volteó hacia la anciana, regalándole una mirada dura con la que esperaba protegerse.
—¡Largo de aquí! —le gritó con miedo.
La mirada de Yanette seguía siendo tan dura como el primer día en que se toparon. La crudeza en un instante amenazaba con quebrar la mismísima historia. La chica luchaba contra ese juego emocional con tal de no rendirse. Perder era quedar atrapada ante tal crueldad. Su corazón le advertía: se venía el final. Sus gritos serían ahogados por aquella mirada. No tenía las fuerzas para lidiar contra aquello.
—Te recomiendo que cambies el tono —le advirtió la anciana—. A partir de ahora yo soy lo único que te queda.
La chica se aferró a Jimmy. Lo abrazó mientras se intentaba poner de pie. No le importaba si esparcía aún más ese hilo viscoso. Quería correr, huir. Con o sin hilos pegajosos. Con o sin miradas hirientes. Con o sin odio. Huir. Era su última esperanza.
Finalmente no pudo. El hilo era demasiado pegajoso. Se estaba endureciendo. Las piernas de Jimmy las estaba perdiendo. Su hermanito temblaba ante aquella batahola iracunda que amenazaba con ser desatada sobre ellos en cualquier instante. El hilo comenzaba a ser recogido por ese ser extraño que la acompañaba. Se acercaba paso a paso como una sombra atemorizante. Yenny intentaba resistir, pero era arrastrada junto a su hermano.
—¡Hey! ¡Ese tipo intenta secuestrar a ese niño!
El público que los rodeaba, hasta ahora indiferentes de lo que estaba ocurriendo, se voltearon hacia ellos apenas se oyó aquel grito.
—¡Deja en paz a esos niños! —se oyó una segunda voz.
Los gritos y vítores no se hicieron esperar. El sujeto que los tenía sujeto del hilo observó para todos lados desconcertado. La muchedumbre se acercaba hacia él con intenciones para nada pacíficas. Cortó el hilo y retrocedió un par de pasos, solo para toparse con más gente que se acercaba gritándole.
—¡Aléjate, pedófilo!
—¡Que no escape!
—¡No vas a llevarte a esos niños!
—¡Atrápenlo!
—¡Agarren a ese desgraciado!
Yenny sintió como inmediatamente el hilo que la mantenía sujeta comenzaba a deshacerse como un líquido viscoso y maloliente. Pronto Jimmy pudo mover las piernas y se puso de pie de un salto.
—¿Estás bien? —le preguntó su hermana mientras lo observaba con detenimiento en busca de alguna herida o fractura.
El pequeño se limitó a afirmar con la cabeza.
—¡Esperen! —una pata se interpuso en el camino extendiendo sus alas—. ¿Ustedes de casualidad son hijos de Yin Chad?
Los dos conejos pararon en seco para evitar chocar con la desconocida. No sabían si confiar en aquella señora. Habían tenido un día demasiado fuerte como para vivir nuevas sorpresas.
—¡Harry! ¡Los encontramos! —gritó la pata hacia su derecha.
—¿Qué? ¿Tan rápido? —se asomó de entre la multitud un caballo de pelaje blanco y crin rubia.
—¿Quiénes son ustedes? —les preguntó Yenny abrazando a Jimmy bajo el temor de encontrarse con nuevos enemigos.
—Oh disculpa —se acercó la pata bajando sus alas—. Mi nombre es Judith, y él es Harry. Nos encontramos a tu mamá desmayada en medio del tráfico esta tarde. Unos amigos la llevaron al hospital. Nosotros vinimos a buscarte.
Yenny no movió un músculo. Aquella explicación no la convencía por completo. El ruido del barullo tras de ella atrapando a aquel extraño le recordó que debía alejarse de allí antes de recibir nuevas sorpresas.
—¿Estás segura que son ellos? —cuestionó el caballo.
—¿Acaso no ves que se parecen? —replicó Judith girándose hacia él frunciendo el ceño.
Al volver la vista al frente, se percataron que los conejos no se encontraban en su sitio. Inmediatamente se voltearon para todos lados en busca de alguna pista.
—¡Allí! —exclamó el caballo apuntando hacia la esquina.
En efecto, ambos conejos acababan de girar esquivando más personas que también deambulaban a toda prisa atrapadas por la tensión del lugar. Inmediatamente la pata y el caballo se dirigieron con rapidez hacia dicho sitio, con la esperanza de no perderlos de vista. Por otro lado, Yenny esperaba precisamente perderlos de vista. Traía en brazos a su hermano. Aunque su peso impedía ir a la velocidad que deseaba, no quería forzarlo a correr luego de tener las piernas atrapadas. Ni mucho menos quería perderlo.
Finalmente pudo verla. La van brillaba con el reflejo de las primeras luces de la calle que comenzaban a encenderse. El cansancio comenzaba a ser evidente en la coneja. Solo pensaba en una cosa: correr.
Cuando estaba a unos pasos de llegar, pudo ver a una hipopótamo bajar desde el asiento del piloto y hacerles una señal con la mano mientras descorría la puerta de atrás. Sin pensarlo dos veces, Yenny se abalanzó por la entrada y casi chocó con alguien a quien no pudo distinguir.
—Veo que ya estaban aquí —oyó la voz del caballo.
La chica se volteó y pudo ver a sus perseguidores desde la entrada.
—Tranquila, son de los nuestros —oyó una voz grave desde detrás de ella.
Alguien encendió la luz del interior y pudo ver que se trataba de un gorila de pelaje oscuro. Pronto se vio rodeada de un montón de personas extrañas que los miraban con curiosidad.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó con voz temblorosa.
—¡Para qué rayos los asustan! —les gritó la hipopótamo furibunda a la pata y al caballo—. ¡Oh disculpa querida! —se volteó a la coneja con un tono contrastantemente maternal y suave—. Yo soy Olga. Me dejaron a cargo de la van, y me indicaron que debía venir a buscarlos.
—¡No es nuestra culpa! —alegó el caballo—. ¡Una araña intentaba llevarse al niño!
—¡Sí! —agregó la pata—. Si no fuera porque logré advertirle a la gente, se lo habrían llevado.
—¿Fue usted la que gritó? —cuestionó Yenny.
—Así es —la pata les sonrió—. Solo queremos ayudarlos en estos momentos tan complicados.
—¿Por qué? —inquirió desconfiada.
—Siempre es importante ayudar a las personas en estos momentos tan críticos —respondió la hipopótamo, a lo que todos los demás se sumaron con sus respectivas señales de afirmación.
—Puedes confiar en nosotros —agregó una garza que estaba sentada al lado del gorila.
No le quedaba mayor alternativa. Además, Olga conocía el segundo nombre de su padre. Eso la empujó a hacerle caso. Era un secreto que solo su madre conocía, y ella accidentalmente hace ocho años. Sentía que él se lo había confiado a esa extraña como seña de confianza. Para más evidencia, habían traído la van, y tenían el teléfono de su madre. No se los habían robado ni nada. Ellos parecían haber hecho las cosas bien. Esperaba que las cosas siguieran igual.
—¿Ellos son todos? —la hipopótamo se dirigió a la pata y al caballo.
—No lo sé, ¿lo son? —la pata se dirigió a Yenny.
—Sí —contestó—. El resto está en un lugar seguro.
—¡¿A qué esperamos?! —exclamó Olga con ánimo mientras volvía a subirse a la van—. ¡Suban ya! ¡No tenemos tiempo que perder!
Los recién llegados ocuparon los asientos de más atrás junto con Jimmy, a quién acomodaron entre Harry y Judith. Las puertas fueron cerradas y aseguradas.
—¡Vámonos! —exclamó el sabueso desde el asiento del copiloto.
—Supongo que esta vez conducirás más despacio, ¿no? —le advirtió la garza a la hipopótamo.
—¿Conducir qué? —preguntó confundida mientras pisaba el acelerador hasta el fondo.
De inmediato la van voló como un cohete por entre las calles de la ciudad. Todos se quedaron enterrados en sus respectivos asientos mientras veían cómo sus vidas pasaban por delante de sus ojos. Solo una luz roja los detuvo en seco.
—¡Yenny! —una voz áspera llamó a la coneja desde el fondo de la van. Una voz aterradoramente conocida.
Lentamente la chica se volteó. Los demás ya lo habían hecho, observando a la extraña con curiosidad. A pesar de la poca luz regalada por los focos externos y por la luz interior, pudo reconocerla.
Era Yanette.
Como un acto reflejo, la coneja tomó a su hermanito de un brazo, y lo abrazó desde el cuello. Jimmy se sintió un tanto mareado, preso del terror ante la repentina aparición de su abuela detrás de él y el repentino movimiento de su hermana. Además, poco a poco su abrazo lo dejaba sin aire.
La mirada de la anciana continuaba siendo imperturbablemente dura. A la chica sentía que se le iba la respiración ante el pavor de tenerla cerca. Ante la impresión de no haberle perdido el rastro. Parecía una búsqueda implacable. La esperanza de un futuro sin ella cerca se desvanecía ante sus ojos cargados de una ira avasalladora.
—¿Quién es usted? —preguntó Olga desde el asiento del piloto.
—Soy Yanette Swart —respondió con seriedad—. La abuela de los muchachos.
—Esperen, ¿tienen abuela? —intervino el sabueso con curiosidad.
La mirada de la anciana se dirigió directamente hacia Yenny.
—Tengo que advertirte algo —le dijo—. Alguien interpuso una demanda por incesto contra tus padres. Esta noche se los llevarán a la cárcel. Si no sabes actuar a tiempo, tú y tus hermanos terminarán en diferentes hogares de menores con todo lo que eso significa.
Sus palabras seguían siendo duras. Seguían siendo fuertes. Un halo helado recorrió toda la van. No dejó indiferente absolutamente a nadie.
—¿Qué dijo? —Olga fue la primera en romper el silencio, aún incrédula por lo que acababa de escuchar.
—Quiero saber si reconoces a la persona que interpuso la demanda —prosiguió Yanette sacando un par de hojas de su bolsillo para entregárselas a Yenny. La coneja se las recibió en modo automático, pero no fue capaz de leer una letra. La poca luz, sumado a los nervios destrozados se lo impidió.
—Debes saber que a partir de ahora ya no cuentas con tus padres —prosiguió—. Si no terminan presos, terminarán huyendo de la justicia.
—¡Espere, espere, espere! —intervino Judith contrariada—. ¿Qué se supone que está diciendo?
—¿Qué demonios quiere? —Yenny habló cargada de desesperación—. ¡¿Qué mierda quieres de mí?!
—Que entiendas lo que está pasando —le respondió la anciana con una rudeza amenazante—. Literalmente mañana esto será noticia nacional. Incluso esta explosión quedará en el olvido ante este escándalo. ¡Tú y tus hermanos quedarán expuestos! El único lugar al que podrán ir a partir de hoy es conmigo. Soy lo único que les queda.
La luz cambió a verde. Los bocinazos de vehículos vecinos no entraron a ninguno de los oídos al interior de la van. El hielo de una mirada cargada de odio los congeló a todos. Yenny recibía el golpe de primera mano. Sabía que no mentía. Su propio padre acababa de huir de las garras de la policía. Su madre… estaba mal. Era un mar de confusión que no sabía cómo estaba tolerando estoica. Se aferraba a Jimmy como su último cable a tierra que le quedaba. El pequeño a duras penas podía respirar.
—Eso no es cierto —intervino la pata—. No sé quién sea usted, pero tal parece que no desea nada bueno para esos niños. Si nadie más puede hacerse cargo de ellos, yo lo haré —agregó desafiante.
Aquellas valerosas palabras cayeron en un saco roto para la anciana. No le importaba quién estaba presente y quién no. Solo podía ver a sus nietos. Eran su centro. Su único objetivo.
—Conozco un lugar a donde pueden ir —continuó haciendo caso omiso a la pata—. Cuando sientan que no tienen a dónde más ir, no me busquen. Yo estaré con ustedes.
Aunque las palabras de Judith fueron completamente ignoradas por Yanette, Olga pudo recapacitar en el aquí y el ahora. Armada con su volante, aprovechó los pocos segundos de luz verde que le quedaban para pisar el acelerador hasta el fondo. Todos nuevamente quedaron enterrados en su asiento mientras que Yanette desaparecía de allí como por arte de magia.
Mientras tanto en el hospital, Yang se escabullía con agilidad. Era un caos casi tan grande como en el colegio. Solo con su instinto Woo Foo buscaba a Yin. Tenía que encontrarla antes que lo hiciera la policía.
Finalmente la encontró en una sala de espera atestada de gente. La vio en compañía de Jacob y un par de desconocidos. Esperó por un instante escondido tras un pilar a que la dejaran sola. Observaba a los desconocidos con desconfianza. Ella parecía estar bien. No tenía un rostro de aflicción ni mucho menos de dolor. Cuando vio que un oficial de policía se aproximaba lentamente hacia ella, se vio obligado a abandonar su escondite.
—¿Yang? —fue la sorpresa de la coneja al toparse con su esposo.
No sabía cómo reaccionar. Hubiera sido ideal abrazarla, desahogar la inmensa congoja de todo lo que estaba pasando. Ni siquiera le nacía hacer eso. Los policías ya se estaban asomando en la esquina. No había tiempo para reencuentros emotivos.
—¿Estás bien? —fue lo primero que le preguntó agachándose junto a ella—. ¿Puedes caminar?
—Estoy bien —respondió ella—, puedo caminar, pero el doctor me recomendó que no lo hiciera.
Él miró hacia detrás de ella. Los policías parecían haberlos identificado.
—¿Qué te pasa? Pareces asustado —inquirió Yin.
—¡Hey! —se alcanzó a oír la voz de uno de los policías.
—¡No! —se le escapó poniéndose de pie de un salto.
Los oficiales se acercaban a cámara lenta. Observó para todos lados en busca de una vía de escape. Estaba rodeado de desconocidos que lo observaban con un signo de interrogación. Jacob no hallaba a qué atenerse ante la reacción de su padre. Yin se volteó hacia atrás en busca del origen del gritó. Los policías venían como una amenaza que venían a terminar con la ilusión de la familia feliz.
Nadie lo esperó. Nadie lo pidió. Solo él lo deseó. Lanzó un puño gigante y brillante contra los oficiales. El golpe no solo arrastró a los policías, sino a un par de personas que justo estaban pasando por detrás, y a un tipo en silla de ruedas. Todos terminaron incrustados en la pared del fondo.
—¡Yang! ¡¿Qué rayos haces?! —exclamó su esposa poniéndose de pie de un salto. Todos los demás retrocedieron asustados ante el repentino golpe.
—¡Ven conmigo! —le ordenó el conejo tomando su mano—. ¡No hay tiempo que perder!
Ella se dejaba llevar mientras él la guiaba por el hospital. Por mala fortuna, al poco rato más policías los estaban siguiendo a través de los entramados pasillos del edificio.
—¿Qué está pasando? —Yin intentó obtener respuestas mientras esquivaba a una enfermera.
—Pusieron una demanda en nuestra contra —intentó responder Yang mientras escogía cuál pasillo tomar—. La policía va tras nosotros.
—¿Pero por qué? —en ese instante la coneja tenía la mente en blanco respecto a los motivos de persecución.
Su esposo no contestó. Bajaron y subieron por unas escaleras de emergencia. A cada paso la policía les cortaba los caminos. Finalmente encontró otras escaleras por donde bajaron.
—Si es un malentendido, debemos detenernos —le aconsejó Yin. Nuevamente comenzaba a sentir dolor en su vientre—. Sé cómo podemos arreglarnos y evitarnos toda esta persecución. Además nos meteremos en problemas si seguimos así.
Yang no quería contarle la verdadera causa. No habiendo tantos oídos cerca de ambos. Parecía como si la gente no se terminara de generar a cada rincón que cruzaban. Repentinamente paró en seco en medio de un pasillo. Fue un momento que aprovechó Yin para respirar. Le dolía todo el cuerpo. Se sentía morir. También comenzaba a sentirse molesta por tener que entregar tanto sacrificio por algo que aún no entendía.
—¡¿Me puedes decir qué rayos está pasando?! —le gritó molesta.
Yang se pegó a una de las paredes. Sentía que de ambos lados provenían agentes policiales. Aquel pasillo no tenía puerta alguna. Estaban atrapados. Su pareja no podía sentirse menos molesta a pesar de la actitud asustada de él. La vida de sus pequeños corría peligro por culpa de aquella loca carrera. ¿Qué rayos le pasaba?
Yang tocaba inconscientemente la pared en busca de un milagro. De pronto encontró una abolladura que al presionarla, abrió una puerta secreta que por poco lo deja caer al suelo tras abrirse. No lo pensó dos veces. Arrastró a Yin de un brazo y cerró la puerta tras de sí.
—¿Dónde está?
—Juro haberlo oído por aquí.
—¡Sigan buscando!
—¡Vamos!
Ambos conejos terminaron aguantando la respiración para no ser oídos por sus perseguidores. De pronto, Yin terminó sentándose en el suelo mientras se aferraba con fuerza a su vientre.
—¡Yin! ¿Estás bien? —exclamó su esposo sentándose a su lado.
Sus gemidos fueron su única respuesta. El dolor le impedía dar cualquier otra respuesta. Ya no le importaba nada que la hubiera empujado hasta donde se encontraba. Un par de lágrimas de dolor salieron de sus ojos producto de la puntada. Yang no sabía qué hacer. La desesperación comenzaba a apoderarse del conejo. Rápidamente miró hacia todos lados en busca de alguna solución. Solo pudo ver un interruptor gracias a una migaja de luz proveniente de alguna parte desconocida.
Al encenderla se encontró con un sitio que lo golpeó con un deja vu. Parecía ser una sala más de hospital, con dos camillas, implementos abandonados, maquinarias, y una ventana al fondo. Por un instante recibió una luz de esperanza. Un lugar así debía tener un botiquín de primeros auxilios.
El grito desgarrador de Yin lo paralizó inmediatamente. Se volteó hacia ella. Su rostro desencajado y su mirada exorbitante le estrujaron el corazón con un terror que no esperaba sentir.
—¡Yin! ¿Qué tienes? —preguntó desesperado.
—A-a-a-ahí —balbuceó con voz temblorosa apuntando hacia adelante con su índice.
El conejo inmediatamente se volteó, encontrando la justificada causa de tal reacción. Su olfato se lo había advertido, pero él no hizo caso. La adrenalina del momento le impidió procesar aquel fétido olor.
Frente a ellos, yacía en el suelo un cadáver en descomposición. Era el cuerpo de Mónica.
