Amor Prohibido - Capítulo 66

—¡Gané!

La mirada de frustración por parte de Carl no se hizo esperar. Estaba cayendo la noche sobre Alaska, mientras que al interior de la cabaña, Él estaba jugando damas chinas con Ella Mental.

—Ya es la octava derrota consecutiva —contestó la tigresa mientras reordenaba las piezas por telequinesis—. ¿Ya te rindes?

—¡Una vez más! —exclamó la cucaracha apretando los puños.

El silencio se hizo presente entre los dos. El crepitar del fuego era la única compañía y las llamas eran el único brillo al interior de la cabaña.

—¡Oh vamos Carl! —exclamó la tigresa—. ¿Por qué no me dices para qué rayos quieres el amnesialeto?

—Ese no es asunto tuyo —respondió tajante.

—¿A no? —cuestionó alzando una ceja.

En ese instante un fuerte ruido estruendoso se posó sobre Carl, acompañado de un agudo dolor de cabeza que rápidamente lo atrapó en una tortura inimaginable. Su vista se nubló y sintió un mareo que amenazaba con hacerlo vomitar. El mundo le daba vueltas, el ruido lo ensordeció, y el dolor no lo dejaba en paz.

De repente todo se fue a negro.

Lentamente despertó. Escuchó una estruendosa y larga risa. Poco a poco estaba recobrando el conocimiento. Se encontraba en la misma cabaña. Estaba tirado en el suelo a la sombra de su asiento. Ella Mental se partía de la risa desde su asiento, como si le hubieran contado el chiste de su vida.

—Ay… no puedo… no puedo con esto —balbuceaba mientras se sujetaba de su asiento para evitar caerse de la risa.

—¿Qué rayos te pasa? —le recriminó la cucaracha sosteniéndose de su asiento para intentar ponerse de pie. Sentía el peso de estar viviendo una resaca.

—Es que… es que… no puedo —Ella Mental intentaba calmarse, pero le parecía imposible.

La risotada de la tigresa le dio tiempo a Carl para reincorporarse, regresar a su asiento, y esperar pacientemente a que terminara su espectáculo.

—¡Ya basta! —le gritó impaciente—. ¿Vamos a jugar o me vas a decir de una buena vez qué rayos te pasa?

—Es que… es que —balbuceaba mientras se enjugaba una lágrima—… no sé qué es más gracioso. Qué Yin y Yang tengan una relación incestuosa o que tú te hayas enamorado de Yin.

En aquel instante la cucaracha palideció. Se sentía completamente al descubierto mientras la tigresa no paraba de reír. Hacía mucho que nadie se reía de él. Apretó los puños con fuerza. Deseaba callarla de una vez, pero las fuerzas no lo acompañaban. Era un libro abierto para ella. Claro, con la capacidad de leer la mente aquello era fácil.

—¿Qué pretendías? —continuó la tigresa divertida—. ¿Conseguir el amnesialeto para solucionarle la vida a Yin a cambio de que deje a Yang y se case contigo? —un nuevo ataque de risa la volvió a dominar.

La cucaracha cerró los ojos con fuerza. No podía replicar. No podía responder. No podía actuar. Solo debía esperar a que aquel trago amargo le dejara de ser divertido a Ella.

Yuri despertó lentamente bajo la luz brillante del sol. Pronto, sus ojos le dieron formas divertidas a las diferentes nubes que iban cruzando el cielo. No entendía nada. Estaba en la nada. Era un estado de nada que le regalaba bienestar. Un bienestar esquivo que pretendía no abandonar.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó una voz condescendiente.

—¡Hey! ¿Quiénes son ustedes? —agregó otra voz mucho más amenazante.

—Parece que venían con esa niñita —agregó una nueva voz con curiosidad.

A esto se le sumaron otros cuchicheos más.

Yuri decidió por reincorporarse. A pesar de la pereza, se logró sentar. Se encontraba sentada sobre el pasto, rodeada de unas cuantas personas. A juzgar por sus vestiduras, sus tridentes y azadones, podía decir que eran campesinos. Se volteó ante más nuevas voces y pudo ver más gente. Vio a Pablo con las manos en alto mientras un campesino lo amenazaba con un rifle, y a Marcelo en el suelo mientras otro le apuntaba con un tridente.

—Dime, ¿qué pretendes con esa niñita? —le amenazó el campesino con el tridente.

—¡Esperen! ¿Qué rayos…? —respondió el caballo confundido.

—¡Esperen! ¡Alto! —intervino Yuri poniéndose de pie de un salto—. ¡Ellos vienen conmigo!

—¿Quiénes son ellos? —preguntó una cabra con un ostentoso delantal de cocina.

Al tiempo, Yuri comenzó a tironear del tridente del campesino. El sujeto, al ver la acción de la niña, bajó su arma al mismo tiempo en que Marcelo pudo ponerse de pie. A su vez, el segundo campesino bajó su arma, permitiendo a Pablo alejarse de él.

—Son unos amigos —contestó Yuri—. ¿Quiénes son ustedes?

Los tres observaban con confusión a la muchedumbre, mientras que ellos observaban al trio con curiosidad.

—Nosotros oímos una explosión desde lo lejos —un viejo pez barbudo se acercó con un farol encendido—. Vinimos a ver para saber de qué se trataba.

—¡Sí! —agregó la señora del delantal—. Creímos que esos tipos raros te habían secuestrado o algo por el estilo —prosiguió apuntando a los adultos.

—¡¿Qué?! —exclamó Pablo impactado mirando hacia todas partes.

—Espera, ¿en dónde estamos? —cuestionó Marcelo.

—Están en los lotes de campos del sur —respondió el tipo del tridente—. Cerca de aquí se encuentra el pueblo Woo Foo.

Los tres se miraron entre ellos aún más confundidos.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —se oyó un fuerte vozarrón que congeló a todos los presentes.

Nuestro trío se volteó hacia el origen de la pregunta. De entre la muchedumbre, un perro alto se hizo un espacio empujando a los campesinos. Parecía musculoso, color morado oscuro, ojos azules, y orejas pequeñas. Tenía una barba que le cubría gran parte de la cara. Traía una camisa a cuadros bajo una jardinera de cuerpo completo. Apareció cruzado de brazos, con una mirada imponente y una escopeta colgando de su espalda.

—Buenas tardes —Marcelo se acercó con una actitud imponente—. Soy Marcelo Gonzales, cazador de demonios —agregó mostrando sus credenciales al interior de su billetera—. Ellos son mis acompañantes, Pablo Schneider y Yuri Chad. Hemos llegado hasta aquí debido a un accidente, y nos iremos apenas entendamos qué fue lo que pasó.

—¿Cazador de qué? —cuestionó desconfiado el perro con mirada de pocos amigos mientras observaba con atención la credencial del caballo—. A mí se me hace que son otro de los inventos baratos de esos tigres.

—¿De qué está hablando? —preguntó Marcelo manteniendo la seriedad.

—No se me haga —respondió el perro bajando la billetera para regalarle una mirada directo a los ojos—. Cada cosa rara que ocurre en estas tierras es culpa de ustedes, los llamados Woo Foo.

—¿Woo Foo? —intervino Yuri con interés acercándose al perro—. ¿Qué pasó con los Woo Foo?

—Los Woo Foo han llegado a atacar nuestra aldea —respondió el perro con malestar—. Se roban nuestras cosechas, o las queman. Se llevan a nuestras mujeres y atacan a nuestros niños. Los trabajadores viven presos del miedo cada vez que esos tigres aparecen.

Los demás campesinos empezaron a alegar tras aquellas palabras. Se les notaba molestos y aterrados.

—Es terrible —comentó Pablo sorprendido.

—¿Qué? ¡Eso no es posible! —exclamó Yuri llamando la atención de todos—. ¿Qué no lo ven? —agregó dirigiéndose a Marcelo—. ¡Para eso estamos aquí! ¡Hemos sido llamados para ayudar a este pueblo y liberarlo de la maldad de esos tigres! —vociferó a todo el pueblo mientras golpeaba su palma izquierda con su puño derecho—. Queridos amigos, nosotros les prometemos deshacernos de esos tipejos.

Las voces de sorpresa, asombro y desconfianza se repartieron inmediatamente entre los presentes. El perro los miraba con incredulidad. Y desazón.

—¿Lo haremos? —cuestionó Pablo extrañado.

—¡Sí! —respondió Yuri—. ¿Qué no entienden? El destino nos lleva a un lugar extraño esperando a que salvemos a unas personas. Solo así nos abrirá el portal de vuelta al hogar.

—¿Estás segura que así funciona la cosa? —preguntó el felino aún más confundido.

—¡Sí! Jacob me dice que las historias siempre funcionan así —afirmó la coneja.

—¿No sería mejor tomar el autobús? —propuso Marcelo—. Al parecer regresamos a la Tierra, y la ciudad no está muy lejos de aquí.

—Disculpen, pero ¿qué es un autobús? —intervino el perro extrañado.

Los tres recién llegados se voltearon observándolo con sorpresa.

—¡Genial! El destino nos llevó a la edad de piedra —respondió Pablo con sarcasmo.

En ese momento, una acercada idea llegó a la mente del caballo.

—Disculpe, ¿podría decirnos qué día es hoy? —le preguntó al perro.

—Este —respondió pensativo—… ¡Hey Billy! ¿Qué día es hoy? —le gritó a un cerdo que se encontraba al otro lado de la muchedumbre.

—¡Es viernes veintidós! —exclamó el aludido con un grito agudo.

—Veintidós de agosto —completó el perro.

—¿De qué año? —insistió Marcelo.

—De 1952 —respondió.

El grito ahogado de Yuri se llevó la atención de todo el mundo.

—¡No puede ser! —gritó emocionada—. ¡Estamos en el pasado!

El perro decidió darle alojamiento a los foráneos en su casa. Aunque la desconfianza seguía latente, prefería mantenerlos vigilado bajo su techo.

—Por cierto, ¿cuál es su nombre? —le preguntó Yuri al perro mientras caminaban por los prados al aire libre.

—Olvidé presentarme —respondió el aludido—. Mi nombre es Dionisio Swart.

—¡¿Dionisio Swart?! —exclamó con emoción la pequeña—. ¿Usted por casualidad conoce a alguien llamada Yanette Swart?

—¿Yanette? —el perro arqueó una ceja—. Tengo una hija llamada Yanette.

—¡No puede ser! —Yuri exclamó llevándose las manos a los cachetes de su cara.

—Síp —el perro no pudo evitar sonreír ante la reacción de la pequeña—. Tiene tres meses de edad.

—¡¿Tres meses?! —exclamó la pequeña con aún más emoción.

El perro afirmó con la cabeza.

—Y por casualidad, ¿es una coneja morada? —preguntó la pequeña.

—Sí, ¿cómo sabes eso? —le preguntó el perro.

—¡Pues porque venimos del futuro! —exclamó la pequeña agitando sus brazos.

—¿De qué época vienen exactamente? —preguntó nuevamente.

—Del 2030 —respondió Marcelo.

—Eso es imposible —contradijo Dionisio.

—¿Por qué? —cuestionó el caballo extrañado.

—De acuerdo a las predicciones antiguas, el mundo se acabará el año dos mil —respondió Dionisio con una severidad incuestionable.

—Pero no se acabó —rebatió Yuri—. Yo nací el 2020, y venimos desde el 2030. ¡Le puedo asegurar que existe mucho mundo después del 2000!

—¡Eso es imposible! —alegó el perro comenzando a notarse molesto—. ¡El mundo se acaba el dos mil y punto!

Es así como llegaron al hogar del perro. Era una pintoresca casa colonial color celeste. El césped brillaba a su alrededor junto con los arbustos que la rodeaban. El aroma a hierba fresca les dio la bienvenida, invitándolos a olvidarse de todos los enredos temporales.

—Si dicen venir del futuro, díganos alguna predicción —les pidió una coneja color azul de ojos oscuros mientras les servía un plato cargado con sopa. A Yuri le parecía ver a la versión femenina de su propio padre.

—¿Una predicción? —respondió Pablo—. Hmm veamos, en el futuro pasan muchas cosas.

—¿Pero puede ser una predicción cercana? —enfatizó la coneja—. Algo que no sé, que ocurra esta semana.

—No soy muy bueno en historia, ¿tú qué dices, Marcelo? —respondió el felino mirando a su compañero.

Se encontraban en una acogedora cocina. La madera recién barnizada era la protagonista de aquella habitación junto al aroma de las verduras frescas recién cocidas. La coneja traía un delantal a cuadros mientras que el perro estaba a la mesa sirviéndose un café mientras leía el periódico.

—Déjame ver —respondió el caballo pensativo—, sé que en 1952 Fulgencio Batista realiza un golpe de estado en Cuba.

—Sí —afirmó el perro—. Ocurrió en marzo pasado.

—También asume la Reina Isabel segunda —agregó Marcelo.

—Ocurrió a principios de año —respondió el perro.

—¿Por qué no me dicen algo de «Caballeros de mis días»? —preguntó la coneja tomando asiento en la silla de madera y paja disponible.

—¡Vamos Dorotea! —exclamó el perro—. ¿Qué van a saber ellos de esa telenovela que…?

—¿Caballeros de mis días? —lo interrumpió Yuri—. ¡Por supuesto que la conozco! La veía con mis hermanos cada vez que podíamos. La verdad es difícil seguirle el ritmo a una telenovela que va de lunes a viernes desde que tengo memoria.

—Espera… —la impresión en Dorotea no se dejó esperar.

—Esa telenovela lleva setenta y ocho años al aire —le aclaró Marcelo—. En nuestros días lleva el récord Guinness a la telenovela más longeva de todos los tiempos.

—Ay Dios… —la coneja empezó a hiperventilarse. Respiraba agitadamente mientras sentía que se ahogaba. El perro se puso de pie inmediatamente para acercarse a contenerla. Le daba algunas palmadas en la espalda mientras la abanicaba con el periódico. Se notaba preocupado y asustado.

—No me digas —balbubeaba—… que… ay Dios… ¡Tanto dura!

—Y así como va, creo que fácilmente llega a los cien años —agregó Pablo, solo para recibir la mirada asesina del caballo.

—No puede ser —balbuceaba.

—Vamos, tómate esto —Dionisio le ofreció su café. La coneja se lo terminó en un par de segundos.

—¡¿Me están diciendo que me muero sin conocer el final de la telenovela?! —exclamó de un golpe para luego jadear como si hubiera corrido una maratón.

Yuri simplemente se encogió de hombros.

—La época dorada ocurrió en 1995 —comentó Pablo—, cuando llegó Cooper Furnier a la ciudad. Literalmente revolucionó la historia y el género de las telenovelas.

—¡¿En serio?! —exclamó Dorotea con emoción comiéndose al felino con la mirada.

—Era un tipo joven y rebelde que enamoró a la menor de los Bauer —comentó—. Al final se descubre que era un agente secreto proveniente de un país creado en el futuro y que había llegado a advertir de una guerra interdimensional. El problema es que al enamorarse de Elisa Bauer dejó a un lado su misión, ¡casi pone en peligro el mundo!

—Espera, ¿hablas de la hija de Albert Bauer? —preguntó Dorotea.

—En realidad era hija de su hermano Herbert —respondió el felino—, pero de eso se entera en 1982. ¡Ese sí que fue un golpe!

—¡Esa información vale una fortuna! —exclamó la coneja anotando todo en una libreta que sacó de un cajón de la cocina.

—El tema es que Cooper participa en la teleserie desde 1995 hasta el 2000, cuando desaparece en una estrambótica escena —prosiguió el felino—. Su actor, John Driscoll, ganó cinco Emmys gracias a ese papel.

—¡Oh sí! —intervino Yuri—, desde el 2026 retomaron el arco de la guerra interdimensional, al reaparecer Cooper y ser testigos de su vida y su formación como agente secreto. ¡La última vez que la vi estaba a punto de viajar al pasado! Pero luego no pude seguir viéndola.

—Desde entonces la telenovela romántica se convirtió en una historia de ciencia ficción que atrajo a niños y grandes —concluyó Marcelo.

—Y por eso tuvo la concesión hasta el 2040 —agregó Pablo—. De ahí supongo que le será fácil llegar a los cien años.

—¡Esto es puro oro! —exclamó Dorotea sin dejar de anotar—. Por favor, cuéntenme más —les pidió.

La noche cayó sobre los lotes del campo sur. Los recién llegados consiguieron habitación en el ático de la casa. Entre todos limpiaron el lugar del polvo y las telarañas.

—¡Vaya que es linda! —comentaba Yuri observando con ternura a la bebé conejita desde su cuna—. ¿Verdad que eres la bebita más tierna del mundo y no esa señora anciana malvada que nos vino a molestar la otra vez? ¿Verdad que sí?

La bebé dormitaba feliz en su cuna, ajena a todo lo que estaba ocurriendo y a todo lo que ocurrirá en su futuro.

—¿Notas eso? —Marcelo observaba por una ventana en el ático hacia afuera y le comentaba a Pablo. Entre las sombras se podía observar la silueta de un bosque.

—Sí —respondió el felino deteniendo su labor de barrido—. ¿Es esa energía Woo Foo?

—Es muy poderosa —respondió el caballo con seriedad.

—Disculpa, Dorotea —le consultó Pablo a la coneja mientras ella llegaba con unas sábanas dobladas—, ¿qué hay por allá? —le preguntó apuntando por la ventana.

—Es el bosque Woo Foo —respondió—. Allí es donde se esconden esos tigres que vienen a molestarnos —agregó con pesar.

El caballo se volteó con interés.

—Eran una pareja de hermanos llamados Ti y Chai —prosiguió dejando las sábanas sobre una de las camas improvisadas—. Cuenta la leyenda que la gente los echó del pueblo tras enterarse de que el hermano embarazó a su hermana —agregó en voz baja—. Desde entonces se escondieron en el bosque durante varios años. Desde hace un par de años han regresado por venganza. Dicen que los que regresan son los hijos de esos hermanos.

Pablo y Marcelo se miraron entre ellos asombrados.

—Pero bueno, esas son solo leyendas —prosiguió la coneja recuperando su volumen normal—. Yo solo recuerdo que tenía doce años cuando acompañé a mis padres y a la turba furiosa a echar a ese par de tigres de la academia. Lo demás son solo rumores. Tal vez esos tigres se los encontraron por ahí, los clonaron, o qué se yo.

La coneja se alejó de la habitación, mientras los otros dos se quedaron petrificados en su sitio.

—¿Crees que eso que dijo sea cierto? —le preguntó el felino.

—Es muy probable —contestó el caballo haciendo aparecer en el aire un viejo pergamino que rápidamente sujetó con sus manos—. Eso explicaría la teoría del aumento exponencial del poder Woo Foo generacional.

—¿El qué? —cuestionó el felino intrigado.

—Es una teoría que presentaron Ti y Chai hace años —respondió el caballo extendiendo el pergamino. Sobre este se podían apreciar algunos párrafos junto con el dibujo de un cuerpo con energía y una gráfica exponencial—. Explicaron que si se practicaba el incesto, tendrían guerreros Woo Foo más poderosos. Jamás lo pudieron probar, ¿o tal vez si lo hicieron?

La vista del caballo quedó fija en el paisaje que ofrecía aquella ventana. Pablo se limitó a tragar saliva.

—¡Tú!

Carl yacía de pie furibundo frente a una Ella Mental que yacía en el suelo luchando contra la resaca. La apuntaba con un índice inquisidor mientras le regalaba una mirada gélida. Las piezas de las damas chinas pasaron a segundo plano. El fuego era su única fuente de iluminación y calor.

—¿Cómo… te atreves? —balbuceaba la tigresa mientras le hacía frente al dolor—. ¿Usaste… mi hechizo… en mi contra?

—¡¿Cómo pudiste?! —le gritó Carl hoscamente—. ¡Por tu culpa Yin y Yang se enamoraron!