Amor Prohibido - Capítulo 68
—Bien, este es el plan: vas al bosque, conoces a Ti y Chai, les pides que te enseñen Woo Foo, aprendes de ellos, controlas tu poder, logras controlar los viajes en el tiempo, y nos devuelves a nuestro tiempo.
Marcelo se encontraba junto a Pablo y Yuri en el jardín trasero de la casona de los Swart. Era una agradable mañana de primavera, y el jardín se encontraba tan sobrecargado de flores que le acarreó al caballo una alergia que no sabía que tenía. Aunque trataba de ocultarlo, el caballo no podía detener su romadizo ni sus estornudos esporádicos. Los tres se encontraban en un rincón sentados en el suelo, mientras el caballo le explicaba su idea a la pequeña.
—¿Qué? —preguntó la pequeña rascándose una mejilla mientras se sentía totalmente perdida.
—Oye Marcelo, ¿no crees que esto sería un tanto peligroso para ella? —intervino Pablo con nerviosismo—. Además, se supone que ellos son los malos.
—¿Tienes una idea mejor? —espetó el equino frunciendo el ceño—. Esta niña tiene el mayor poder Woo Foo del mundo en este tiempo. ¡Es nuestra última esperanza! —agregó apuntando al lugar en donde se encontraba la pequeña.
Al voltearse, ambos se percataron de que la conejita no se encontraba en su sitio. Ambos se miraron entre ellos alarmados por su repentina desaparición.
—¡Ven aquí, ardillita!
El felino y el caballo se voltearon hacia el origen de la voz. Pudieron ver a Yuri perseguir a una ardilla, quien traía una bellota entre manos. El roedor era muy ágil y veloz, pero Yuri parecía estrechar el margen de ventaja. De un salto, se elevó hasta la copa de un árbol. Para la coneja tampoco fue problema, y saltó hasta la cima. Se pudo observar que el árbol se agitaba violentamente. Tras unos breves segundos de incertidumbre, Yuri bajó de un salto con la ardilla entre sus manos.
—¡Qué linda eres! —exclamó con ternura mientras la apretaba con fuerza en un abrazo. El roedor parecía sufrir mientras intentaba zafarse de las garras de la conejita.
—Creo que podremos probar algo antes —le comentó Marcelo al felino poniéndose de pie—. ¡Hey Yuri! —gritó agitando un brazo.
—¿Qué pasa? —la pequeña se acercó con una rapidez vertiginosa y le regaló una mirada de curiosidad. Aún tenía a la ardilla agarrada del cuello.
—Este —el caballo observó para todos lados, percatándose que el roedor que la pequeña traía entre manos aún mantenía agarrada con firmeza su bellota. Inmediatamente se la quitó de un tirón—… mira atentamente esta bellota.
Se la acercó a la pequeña prácticamente hasta tenerla delante de sus narices. La conejita llegó a quedar bizca siguiéndola con la mirada. Marcelo tocó la punta del fruto con su índice y esta comenzó a brillar hasta cubrir completamente la bellota con una capa de un dorado pulcro.
—¡Wow! —exclamó asombrada soltando a la ardilla, la cual escapó sin dejar huella.
—Quiero que me la regreses —le pidió el caballo antes de lanzarla hacia una enorme pradera.
La bellota fue disparada como un bólido por los aires. Pablo observó su trayectoria con atención hasta verla caer tras unas colinas. Por lo menos eran unos diez o quince kilómetros desde donde se encontraban.
—¡Voy! —exclamó Yuri antes de literalmente desaparecer del lugar. Solo quedó una nube de polvo como recuerdo.
Antes de que la nube de polvo desapareciera por completo, la pequeña ya estaba de regreso.
—Aquí está —anunció mostrando la bellota sobre su palma abierta.
Ante la repentina aparición, Pablo se cayó al suelo y retrocedió asustado. Marcelo observó impresionado la bellota, percatándose que se trataba de la suya.
—¡Increíble! —exclamó mientras tomaba el fruto y lo revisaba con cuidado.
El caballo y el felino se miraron entre ellos con una amplia sonrisa.
—Hagamos otra prueba —continuó Marcelo encaminándose hacia el árbol sobre el cual Yuri había atrapado a la ardilla.
La coneja y el felino lo siguieron a unos pasos de distancia.
—Quiero que golpees este árbol lo más fuerte que puedas —le pidió.
Yuri lo observó extrañada. Era como si no hubiera comprendido aquella instrucción.
—Vamos, así —Marcelo le dio un puñetazo al tronco que lo dejó remeciendo durante cinco segundos completos antes de detenerse.
—Así no se hace —espetó la pequeña frunciendo el ceño.
Acto seguido, le dio un golpe tan fuerte al árbol que este fue arrancado de raíz y salió disparado en dirección a las colinas del fondo. Marcelo y Pablo quedaron congelados de la impresión viendo como el árbol se perdía en la distancia.
—¿Estás seguro que esta niña necesita entrenamiento? —cuestionó el felino.
Aquella pregunta se perdió en el silencio de la tarde. La niña parecía inconsciente de su propio potencial. Los observaba con inocencia y curiosidad, a la espera de otra tarea a realizar.
—Aún falta una tarea más —Marcelo rompió el silencio escapando de la impresión.
El caballo observó en todas direcciones en busca de una piedra. Encontró una de un tamaño de una canica cerca de sus pies, la recogió y la colocó sobre una roca cercana.
—Quiero que levites esa piedra —le ordenó apuntando hacia donde la había colocado.
La pequeña se rascó la mejilla antes de formular su duda:
—¿Qué es levitar?
—Esto —acto seguido el caballo extendió su palma en dirección a la piedra, y esta se levantó un par de centímetros antes de volver a su sitio.
—¡Oh! —exclamó asombrada—. ¡¿Cómo se hace?! ¡¿Cómo se hace?! —exclamó dando saltitos mientras tironeaba de la chaqueta del caballo.
—Solo tienes que concentrar tu energía en tu mano y proyectarla hacia la piedra —le respondió el caballo—. Puedes intentarlo apuntando con tu índice derecho.
La pequeña observó un par de segundos el dedo indicado antes de usarlo para apuntar hacia la piedra. Se quedó unos segundos en esa posición, aumentando la expectación del felino. Su mente se encontraba completamente en blanco, sin entender cuál era el siguiente paso.
—¿Así? —preguntó luego de unos segundos.
Tras cerciorarse que la piedra no se había movido, Marcelo respondió:
—Bien, intenta conectarte con tu energía interna.
Yuri no tenía la menor idea de qué significaban aquellas palabras. Intercambiaba su mirada entre la punta de su índice y el caballo en busca de alguna señal para dar el siguiente paso.
—Lo sabía —sentenció Marcelo cruzándose de brazos—. Aún le falta entrenamiento espiritual. Es clave para que pueda controlar sus viajes en el tiempo.
—Aún no lo entiendo —comentó Pablo arqueando una ceja—. Ella no necesitó de ningún entrenamiento para traernos hasta acá, ¿por qué no creamos todas las condiciones para que reactive su poder y así regresar al presente?
—Es muy peligroso —sentenció el caballo acercándose a la pequeña que no abandonaba su posición—. Aparte que no conocemos a cabalidad las condiciones que la empujaron a esto, ella tampoco puede definir a la época que nos puede arrastrar. Si de casualidad logramos reactivar su poder a la fuerza, es muy poco probable que nos lleve de regreso a nuestra época.
—Pues aún queda mi espada —propuso el felino encogiéndose de hombros.
La fiera mirada del caballo fue respuesta más que suficiente.
—¿Entonces tengo que aprender a controlar los viajes en el tiempo con los maestros Ti y Chai? —cuestionó la pequeña descongelando su postura.
—Es la mejor opción —respondió Marcelo.
—A ver si entendí —llegada la hora de almuerzo, nuestros protagonistas se instalaron en la mesa de la cocina junto con los señores Swart. Dionisio intentaba entender el plan del trío agitando un tenedor con una papa asada ensartada—: ¿Pretenden llevar a esa niña donde esos tigres para que la entrenen? —agregó apuntando con su papa asada a la conejita sentada en medio del trío.
—Básicamente —respondió Marcelo.
—Querida —Dionisio se volteó hacia su esposa, quien se encontraba aliñando la ensalada sobre la mesa de la cocina—, mi escopeta.
Al instante siguiente los tres se encontraban corriendo en medio de los campos, huyendo de las balas que finalmente impactaron muy cerca de ellos.
—¿Por qué no usamos nuestros poderes? —propuso Pablo mientras corrían.
—¿Y arriesgarme a no nacer? ¡Olvídalo! —respondió el caballo.
—¡Eso ni siquiera tiene sentido! —alegó el felino.
A unos cuantos metros de distancia, Dionisio les seguía el paso escopeta en mano. Era más ágil de lo que su corpulencia daba a aparentar. Disparaba para asustar. De haber podido, los hubiera matado de un tiro, pero no quería.
—¡A los espías! —gritaba alertando a sus vecinos—. ¡Son espías de los tigres!
Al poco rato el perro era seguido por unos cuantos campesinos más. Solo dos de ellos traían escopetas con una puntería peor que la de Dionisio. El resto traía antorchas encendidas, tridentes y palos.
Nuestro trío siguió corriendo rumbo al bosque. Al entrar y perderse entre sus árboles, lograron perder de vista a sus persecutores. Tras una media hora corriendo bosque adentro, ya no se podían oír balazos ni una turba enardecida. Se detuvieron en un pequeño claro y se tiraron al suelo a descansar. Se encontraban en un lugar completamente desconocido para ellos. La vegetación era tan frondosa que les era imposible vislumbrar qué había más allá de aquel claro. Los árboles que los rodeaban eran por lo menos de unos veinte metros de altura. En el fondo del cielo se podía ver un pequeño trozo celeste que les informaba que aún era de día. Los tres se encontraban tendidos en el suelo mientras jadeaban agotados. Sus vistas estaban fijas en aquella porción de cielo. No hablaban. No pensaban. No les importaba en el lugar y tiempo en que se encontraban. Solo querían respirar.
La paz del lugar les regaló las energías necesarias para proseguir. El viento les regalaba una hermosa melodía al cruzar por entre las ramas y hojas de los árboles. Los tres se reincorporaron y se sentaron mirándose entre ellos. No estaban muy seguros sobre cuál era el siguiente paso. No sabían en dónde estaba la entrada o la salida del bosque. No existía el menor rastro de algo llamado «camino».
Repentinamente Marcelo se volteó hacia el lado opuesto. Su vista y su cabeza giraba con rapidez en distintas direcciones. Yuri lo observaba extrañada. Pablo intentaba seguir lo que sea que estuviera observando el caballo.
—Nos espían —sentenció con seriedad.
Poco a poco se pusieron de pie. Casi de manera telepática, los tres se pusieron de acuerdo sobre el camino a seguir. Marcelo iba a la cabeza. Pablo iba detrás junto a Yuri. El bosque se hacía cada vez más frondoso y difícil de atravesar. Las ramas y árboles se encontraban cada vez más juntos. Varios de estos árboles los tuvo que tirar el caballo con una fuerza que no le quiso mostrar a Yuri momentos atrás. El caballo podía sentir la energía Woo Foo, la cual le servía de guía para llegar a su destino. También podía sentir otro tipo de energía que se movía erráticamente, pero siempre iba tras los pasos del grupo. Era alguien que los estaba siguiendo. Pablo también podía sentir las mismas energías, pero prefería que el caballo tomara la delantera. Por lo pronto mantenía su atención en el extraño que los seguía, atento a cualquier ataque sorpresa.
Todo era la novedad más absoluta para la pequeña Yuri. Desde que había llegado a 1952, todo era una enorme aventura. Pronto se había olvidado del jardín de las almas perdidas, del colegio, sus amigas, hermanos y padres. Estaban tan distantes en el tiempo, el espacio y los recuerdos, que no los podía alcanzar. A cada segundo era bombardeada con nuevas novedades. Sus sentidos no dejaban de mostrarles las maravillas del pasado. Sus bisabuelos eran un amor de personas, en especial su bisabuela Dorotea. La pequeña Yanette le imaginaba a su hermanita que jamás nació. El que cada día sea una nueva aventura era poco menos que un sueño hecho realidad. Amaba 1952. Amaba esta aventura. Se moría de expresarlo hasta por los codos. Lamentablemente, la seriedad de los rostros de ambos adultos que la acompañaban le indicaba que no era el momento para desatarse. Además, tras la carrera se sentía cansada. Lamentaba no haber alcanzado a probar el postre en casa de sus bisabuelos. Le habían prometido un pastel de plátano.
Tras más de dos horas de caminata, Marcelo despejó las últimas ramas. Apareció una construcción en medio de un claro mucho más grande del que habían abandonado. Se trataba de una enorme casona de estilo oriental. Era muy similar a la academia Woo Foo del pueblo que habían abandonado. Con paredes de madera de bambú, puertas corredizas, ventanas de papel, arbustos plantados alrededor, corredores exteriores. Tenían un pequeño lago con una pequeña catarata artificial a un costado. La energía Woo Foo percibida era aplastante. Los tres se quedaron asombrados ante la repentina aparición de aquella construcción tras horas solo viendo árboles.
—Bien, hemos llegado —anunció Marcelo—. ¡Ahora ve! —agregó empujando a Yuri hacia el claro.
—¡Oigan! —les recriminó la pequeña volteando hacia el par—. ¿Y ustedes?
—Nosotros estaremos aquí vigilando que no te pase nada —le respondió el caballo mientras Pablo le sonreía con nerviosismo.
Antes de que Yuri les pudiera responder, una sombra oscura apareció detrás del par. Los levantó del cuello y los lanzó de un tirón junto a Yuri. Los dos lanzados se voltearon para ver qué fue lo que había ocurrido. El desconocido salió de entre las sombras, mostrando a un tigre alto y delgado. Tenía el pelaje blanco con rayas negras por todo su cuerpo. Usaba unos shorts color morado oscuro y un cinturón de paño color blanco. Con las manos en la cintura, el tigre los observaba con unos pequeños ojos verdes y una sonrisa inquietante.
—¡Intrusos! —exclamó con voz melodiosa—. ¿Qué quieren y qué hacen aquí?
—Venimos a que entrenen a esta niña —explicó Pablo apuntando a la conejita.
El tigre centró su mirada sobre Yuri. Su sonrisa fue borrada en aquel momento.
—¿A ella? —cuestionó apuntando a la pequeña con su nariz.
—Sí —acotó Marcelo—. ¿Aquí viven los maestros Ti y Chai?
Su verde mirada se centró tan fijamente en Yuri, que provocó algo que la pequeña no esperaba sentir: nervios. Se sentía como la futura presa de aquella fiera. Los soles parecían reflejarse a través del pelaje de su torso desnudo.
—Interesante —respondió con lentitud—. Noto que tienes una energía Woo Foo muy grande dentro. ¿Quién eres y de dónde saliste?
—Soy Yuri —respondió la pequeña poniéndose de pie—. Vengo del futuro. Necesito controlar mi poder Woo Foo para lograr regresar a mi época.
—¿Del futuro? —preguntó el tigre con interés—. ¿De qué año?
—Del 2030.
—Imposible —sentenció el tigre—. No existe nada después del año 2000.
—¿Por qué todo el mundo dice que no existe nada después del 2000? —cuestionó Yuri extrañada.
—Porque es verdad.
Una voz ronca se escuchó detrás de ellos. Al voltear, vieron a un enorme tigre de gran musculatura. Era color amarillo con rayas cafés. Su delantera, parte de sus brazos y manos estaban recubiertos de pelaje blanco. Usaba unos shorts similares al del otro tigre pero en rojo. Sus ojos eran verdes y más grandes que los del otro tigre. Los observaba con una enorme sonrisa con dientes puntiagudos.
—¡Papá! —exclamó el tigre blanco dando un salto y una pirueta en el aire para llegar junto al otro tigre—. Estos tipos te buscan.
—¿A sí? —cuestionó el recién llegado—. ¿Y quiénes son?
—Dicen venir del futuro —comentó su hijo—. Ella parece tener mucho poder Woo Foo —agregó apuntando a la pequeña.
—Ya veo —los ojos del tigre se centraron en la conejita. A diferencia del tigre anterior, estos parecían ser hipnóticos. Yuri lo observaba con interés—. ¿Quién eres?
—Me llamo Yuri —se presentó—. Ellos son mis amigos, Marcelo y Pablo.
Las miradas de ambos tigres se centraron en el felino y el caballo. Pablo los saludó agitando su mano con nerviosismo. Marcelo afirmó con la cabeza lentamente sin perder de vista el movimiento de ninguno de los dos.
—Hola a todos —los saludó con amabilidad—. Soy Chai. Este es mi hijo Emma.
—¡Hola! —exclamó el tigre blanco con un tono de alegría que le regresaba la melodía a su voz.
—¿Usted es el maestro Chai? —le preguntó la pequeña dejando a un lado sus nervios iniciales.
—Así es —respondió con orgullo—, y quiero ser el primero en darles la bienvenida a mi academia Woo Foo oculta en el bosque —agregó mostrándoles el edificio.
Los dos adultos se pusieron de pie admirando con más detalle aquel lugar. Yuri literalmente se estaba comiendo el lugar con la mirada. Los dos tigres sonrieron ante la reacción de sus invitados.
—¡Vengan! —los invitó Chai con un ademán—. Les presentaré a los demás.
Los tres se encaminaron hacia la academia siguiendo a los tigres. Se podía ver que la cola de Chai colgaba hacia el suelo llegando a la altura de los tobillos. La de Emma se movía animosamente oscilando de izquierda a derecha completamente levantada. La de su padre parecía más tranquila, colgada como velo de novia.
—Y cuéntenos —les dijo Chai mientras caminaban—. ¿Cómo encontraron nuestra academia?
—Seguimos la energía Woo Foo —respondió Marcelo—. Es muy poderosa.
—Ya lo creo —contestó el tigre con una sonrisa—. Mis hijos son muy poderosos. ¿Cierto, Emma? —agregó girando su cabeza hacia su hijo.
—¡Ya lo creo! —respondió el aludido con una enorme sonrisa.
—¿Cuántos hijos tiene? —intervino Pablo con su pregunta.
—Son tres —respondió mostrándoles tres dedos de su mano izquierda por sobre el hombro—. Les presentaré el resto adentro.
Llegaron a la entrada de la academia. Chai descorrió la puerta y todos entraron. Caminaron por entre amplios y vacíos salones con paredes y pisos verdosos. Parecían hechos de una madera verdosa y fresca. Se podía escuchar un ruido silencioso, invitando a una paz inquebrantable. El aroma a plantas húmedas abundaba en aquel lugar. Tras recorrer un pasillo de madera, llegaron a un salón amueblado como una cocina. Tenía varios muebles y mesas por la orilla. Había una hoguera delimitada por piedras en un rincón. Sobre esta se encontraba hirviendo una caldera. Tenían una estufa a leña sobre la cual se estaba calentando una olla y una tetera. Había un viejo refrigerador amarillento. La mesa para comer se encontraba en el centro con un mantel a cuadros. Las ventanas abiertas entregaban un poco de frescura en ese ambiente que amenazaba con volverse asfixiantemente caluroso.
—¡A este caldo le falta sal! —una voz femenina les llamó la atención desde el caldero.
Había una tigresa con un pelaje similar al de Chai, con la diferencia que los tonos amarillos y cafés fueron reemplazados por celeste y azul. Traía un sencillo vestido color rojo con un solo hombro. Sus ojos eran oscuros y finos. Se encontraba de brazos cruzados meneando la cola mientras recriminaba con seriedad a otra tigresa junto al caldero. La segunda tigresa era más joven y baja, con un pelaje amarillo y café. Traía un vestido café igual de sencillo al de su acompañante. Se encontraba con las manos en un enorme cucharón sumergido al interior del caldero.
—¡Pero sí le eché toda la sal que había en la casa! —se quejó la joven tigresa.
—¡Hay querida! —respondió condescendiente la tigresa azul mientras hacía aparecer una bolsa con sal envuelta en una llamarada celeste claro que hizo aparecer sobre su palma derecha extendida—. Si tuvieras suficiente poder Woo Foo podrías hacer aparecer toda la sal que necesitarás —agregó rompiendo la bolsa por la mitad en medio del caldero, soltando su contenido entero en su interior.
—Si fuera por ti, solo comeríamos sal —se quejó la tigresa joven.
—¡Ti! ¡Querida! —se acercó Chai hacia la tigresa azul con los brazos extendidos—. ¡Échale más sal a la sopa! ¡Tenemos invitados!
La tigresa se volteó hacia ellos. No pudo ocultar su dejo de sorpresa.
—¿Invitados? Jamás tenemos invitados. A menos claro, que vengan con intenciones destructivas —agregó pensativa.
—¡Esta vez son de los nuestros! —exclamó Chai con alegría—. Te presento a Yuri Chad —agregó arrastrando hasta delante de él a la pequeña—. Ella es una guerrera Woo Foo en entrenamiento proveniente del futuro. ¡Tiene la habilidad de viajar en el tiempo!
—¿De veras? —la tigresa azul se aproximó a la pequeña y se agachó para observarla con más detención—. Nunca había oído hablar de la habilidad de viajar en el tiempo —le regaló una dulce sonrisa a la conejita.
—Hola —la saludó con una sonrisa—. Soy Yuri.
—Hola pequeña —le respondió la tigresa—. Soy Ti. Supongo que ya conociste a mi hermano Chai y a mi hijo Emma, ¿no?
—Sí —afirmó con la cabeza—. Son muy amables.
—Ella es mi hermana Ti —Chai dio un paso hacia ellas—, y la chica que está junto al caldero es nuestra hija Ella.
—Hola —saludó con timidez.
—Emma, ¿puedes ir a buscar a tu hermano? La cena está casi lista —le pidió Ti a su hijo.
—¡En seguida! —exclamó animado antes de irse corriendo de la habitación.
—Ya conocerán a Efra —continuó Ti con una sonrisa amable—. Aunque es algo callado, es una gran persona.
—Y muy poderoso —acotó Chai alzando su índice derecho.
—¡Vamos Ella! —Ti se volteó hacia su hija—. ¡Sirve la mesa! ¡Mira que tenemos invitados!
—¡Sí! —farfulló mientras se ponía en marcha.
—Un momento —intervino Marcelo—… Nunca les dijimos el apellido de la niña —agregó observando a los tigres con suspicacia.
—Les leí la mente —les informó Chai con sus manos en la espalda—. Gracias a eso sé que tú por ejemplo, eres un cazador de demonios que sufriste una dura infancia en Monterrey.
—Espera… —al caballo se le notaba en la mirada que le acababan de dar un golpe bajo.
—Tú mientras, tenías una vida normal en la gran ciudad, pero te aburrieron tus estudios de derecho y te escapaste en el primer barco rumbo a India —agregó el tigre mirando a Pablo—. Allí hiciste un trato con un demonio por tu alma y ahora tienes el poder de atravesar el umbral entre el mundo de los vivos y el mundo de los espíritus como Pedro por su casa.
—¡Vaya! ¡Este tipo sí le sabe! —exclamó el felino sorprendido.
—En cambio tú pequeña —agregó poniendo una rodilla en el suelo y colocando una mano sobre el hombro de la conejita—, eres uno de nosotros. Eres una hija del incesto, demostrando desde el futuro que nosotros teníamos razón. El incesto en el Woo Foo le da más poder a nuestros guerreros —le regaló una sonrisa de satisfacción—. Solo te falta un poco de entrenamiento y serás una de las guerreras más poderosas de todos los tiempos.
—¿De veras? —preguntó la pequeña con emoción— ¡Qué bien! ¿Por dónde empiezo?
—Por ahora es momento de almorzar —intervino Ti aproximándose a la mesa—. Deben tener hambre.
—¡Por supuesto! —exclamó la pequeña aproximándose a la mesa.
Pronto, los dos tigres y sus invitados habían escogido un puesto en torno a la mesa. Frente a cada uno, se encontraba un plato vacío que Ella iba colocando poco a poco.
—¡Apúrate Ella! —lanzó Chai a su hija—. ¡No quiero recibir mi comida fría!
—Voy lo más rápido que puedo —se quejó la tigresa corriendo al caldero.
—Y dime pequeña —continuó Ti con una sonrisa—. ¿Cuántos hermanos son? ¿Eres la quinta, sexta?
—Soy la cuarta de cinco hermanos —respondió la pequeña tomando un trozo de pan de la panera ya instalada en el centro.
—¿Y no vinieron tus hermanos? —prosiguió la tigresa entrecerrando sus ojos.
La pequeña se limitó a encogerse de hombros.
—Resulta que la niña aún no domina del todo sus poderes —la disculpó Marcelo—. Incluso dudo que nos haya traído a esta época a propósito.
—Pues si te enseñamos a controlar tu poder, ¿podrás traerlos hasta nosotros? —le preguntó Chai.
—¡Pero claro! —respondió la pequeña con la boca llena de pan—. Sé que les gustará conocerlos. Además estamos esperando a dos hermanitos más que están por nacer.
Ti y Chai se miraron entre ellos con asombro. Marcelo y Pablo se miraron entre ellos con nerviosismo. Temían que era demasiada información la que la pequeña les estaba regalando.
—Con que Chad, ¿eh? —comentó Chai pensativo—. Por casualidad. ¿Desciendes de la dinastía Chad de la comunidad de pandas del norte?
—Mi abuelo era un panda —respondió la pequeña.
—Hace poco los Chad del norte tuvieron una nueva camada de pandas —intervino una voz grave desde la entrada.
Cuando se voltearon, se encontraron con un tigre gris oscuro con rayas negras. Al igual que su padre, tenía su delantera, parte de sus brazos y manos cubierto con pelaje blanco. Era bajo y un poco ancho, con una mirada oscura como la noche. Se presentó con sus manos en los bolsillos de sus shorts color verde agua. Traía una chaqueta sin mangas abierta del mismo color de los shorts. Su sonrisa maliciosa y su mirada impenetrable les regalaron una mala espina a nuestros invitados.
—Podemos hacerles una visita —agregó con suspicacia dando un par de pasos hacia la mesa.
—No, no, no —respondió Chai con nerviosismo—. Aprovecho de presentarles a mi hijo menor, Efra —agregó mirando a sus invitados.
—Un gusto —respondió el aludido mientras tomaba asiento junto a su padre.
Detrás del tigre venía Emma con una alegría innata. Meneaba su cola de un extremo al otro mientras le regalaba al mundo una sonrisa que no podía ser borrada con nada. Se instaló junto a su hermano, en un asiento entre el tigre y Pablo.
—¿A esto le llamas delicioso? —Ella le acababa de servir a Chai un plato con caldo y un enorme trozo de carne en medio, para luego ser escupido en su contra por parte del tigre luego de probarlo—. ¡Está cargado de sal!
—Pero mamá dijo… —se justificó asustada.
—¡No me importa! —le gritó—. ¡Hazlo de nuevo!
Acto seguido lanzó el plato al suelo.
—¡Y limpia eso! —le ordenó apuntando al suelo.
La tigresa se limitó a suspirar antes de dedicarse a su labor.
—¡Sírvenos primero! —le ordenó Ti con firmeza.
Una vez que ambos tigres volcaron sus miradas hacia sus invitados, pudieron observar sus miradas pasmadas.
—¿Eso no fue un poco grosero? —comentó Pablo.
—No se preocupen —respondió Ti regalándoles una sonrisa amable—, está acostumbrada.
—Además, ella es la hija mayor —agregó Chai—. De acuerdo a nuestra teoría, es la más débil de nuestros hijos. No tiene ninguna habilidad Woo Foo. Entonces, que al menos sirva para las cosas de la casa.
—Y ni para eso sirve —comentó Efra entrecruzando sus dedos.
—No lo sé —intervino Yuri pensativa—. Aunque mi hermana Yenny sí se encarga de las cosas de la casa, ninguno de nosotros la ha tratado mal.
—Eso es porque es buena en lo que hace —respondió Ti con un tono maternal que contrastaba con lo recientemente visto—, no como otras —agregó observando a su hija de reojo.
La tigresa se limitó a proseguir con sus labores en silencio, ocultando sus sentimientos.
