Patitos! Primero que todo, perdón por la demora. Tenía muchísimos deseos de estrenar este capítulo en particular el domingo pasado. Incluso tenía deseos de estrenarlo durante la semana una vez que no pude estrenarlo el domingo pasado. En particular, el domingo pasado fue bastante extraño, y la semana muy ocupada. Lamento haberles fallado.
Aunque sé y he recibido más de un mensaje mostrando su admiración por la constancia en este fanfic, debo insistir que la publicación semanal de este fanfiction me la tomo realmente en serio. Cuando digo «casi todos los domingos», es porque ese «casi» debe ser una excepción y no una costumbre. En particular, en lo que va del 2021 ese «casi» se ha hecho más frecuente de lo que debería. De dos faltas el 2020 pasamos a nueve en lo que va del 2021. Tal vez la incorporación de otros fics como «Polidrama» y «El Tiempo en Chillán» haya subido la carga. Tal vez simplemente la exigencia en mi vida personal ha aumentado por razones familiares y académicas. Tal vez prefiero quedarme mirando el techo con la música de Spotify a hacer algo por mi vida.
Le agradezco que valoren la constancia en este fanfic. Les quiero prometer, asegurar con todo mi corazón, jurarles por lo más sagrado, que este fic proseguirá hasta su final. Puede que ese «casi» sea más grande. Puede que repentinamente me salte dos semanas. Lo que les puedo asegurar son dos cosas. La primera es que este fanfiction llegará hasta su final. Les puedo asegurar que estamos más cerca del final que del comienzo. Lo segundo es que, en caso de una falta, siempre será avisada con antelación en mis redes sociales. Es por lo mismo que sería bueno que me siguieran por allá, para no desesperarse en caso de cualquier cosa.
No les fallaremos. Palabra de pato.
PD: no me interesa hacer este tipo de promesas en «Polidrama». Nació en medio del descalabro del 2021. Está preparado para aguantar hiatus de tres semanas o más. Amor Prohibido en cambio está más viejito. Hay que tener cuidado con el tata.
Amor Prohibido - Capítulo 72
—¿Qué es lo que recuerdas?
Carl y Ella habían regresado al living junto a la chimenea. Ambos se encontraban sentados en el sofá junto a la ventana. El día soleado del exterior contrastaba con el frío que se podía percibir en Alaska. Ella se notaba muy confundida con la bolsa de recuerdos que le cayó de golpe. Carl la observaba con paciencia, dispuesto a ayudarla con la digestión emocional.
—Yo —balbuceó apenas capaz de mover sus labios—… recuerdo que esa noche salí al bosque luego de sentir la presencia de Bob merodeando por ahí.
Los recuerdos poco a poco comenzaron a organizarse. Ella sabía cómo actuar ante un shock de estas características. Más que mal ella era experta en el campo de la mente. Recordó el encuentro con Bob de aquella noche, la intromisión de sus padres, la aparición de Yuri, ¿la aparición de Yuri?
—Esa niña —balbuceó de pronto—… ¿Quién es ella?
—Yuri Chad —respondió Carl—. Es hija de Yin y Yang.
—¡¿Hija de Yin y Yang?! —se le escapó la exclamación a la tigresa.
—Esos conejos terminaron teniendo cinco hijos —le explicó la cucaracha—. Yuri está empezando con eso de los viajes en el tiempo.
La mirada de desazón de Ella no podía ser borrada con los detalles entregados. Aún le parecía increíble que aquella inocente broma terminara con más hijos del pecado engendrados. No, debía haber algo más. Un algo que en aquel momento con su cerebro atolondrado no podría descubrir.
—¿Qué más recuerdas? —le preguntó Carl trayéndola de regreso al presente.
—Veamos —Ella hizo memoria—. En un momento me desmayé, y cuando desperté, Bob estaba a mi lado muy asustado. Estábamos en un lugar oscuro, rodeados de vegetación espesa.
Lo primero que pudo percibir fue la presencia de Bob al lado suyo. Oía su respiración agitada. La noche estaba tan espesa que daba igual si tenía los ojos abiertos o cerrados. A lo lejos, los gritos angustiados de una muchedumbre se perdían en el éter de la escena.
—Bob —masculló. Aún le dolía demasiado la cabeza.
Podía oír sus sollozos. Quería tranquilizarlo, pero no sabía cómo. Quería ser valiente y demostrarle que estaba bien, pero el dolor se lo impedía. Intentaba recordar algo, pero su memoria se había licuado en una mezcla inexplicable.
—Quizás yo pueda ayudarlos —oyó una voz que le puso todos los pelos de punta.
Un par de luceros rojos aparecieron frente a ella en medio de la oscuridad. Antes de tan siquiera alcanzar a procesar lo que estaba sucediendo, un feroz rugido mostró las estrellas nocturnas.
—Así está mejor.
La luz de la luna, las estrellas, y un distante incendio colosal, ayudaron a iluminar el ambiente. Frente a ellos, se encontraba un enorme grifo. Tan solo una de sus garras era del largo de toda su altura. Su mirada brillaba de un carmesí intenso. Ella podía ver solamente su silueta. El grifo alzó una garra y de ella salió un fuerte brillo. Fue como un flash de cámara: corto pero intenso. Tras ello sintió la ceguera en su mirada. La oscuridad no ayudó en el proceso.
—¿Cómo se llaman? —preguntó el grifo con la misma voz atemorizante.
—Mi ser Bob —respondió su compañero sin un ápice de temor.
—¿Y tú, querida? —preguntó el grifo.
—E-E-Ella —balbuceó como respuesta mientras esperaba recuperar la vista.
En el intertanto, notó que el dolor desaparecía. Pronto sintió que podría ponerse de pie de un salto si no fuera porque aún no podía volver a acostumbrarse a la oscuridad.
—Hoy es su día de suerte —comentó el grifo—. Me encontraba admirando la destrucción de allí afuera cuando sentí la presencia de ustedes. Justo me encontraba en la búsqueda de secuaces. ¿Les gustaría trabajar para mí?
—¿Y así fue como conociste a Erádicus? —cuestionó Carl, trayéndola al presente.
El silencio del living solo era interrumpido por el crepitar de las llamas de la chimenea. Poco a poco, la tigresa se encontraba atando cabos sueltos. Era precisamente aquel enorme grifo quien le terminaría por dar trabajo durante los siguientes años de su vida.
—¡Vamos! No tengo todo el día —exigió Erádicus ante el silencio.
—¿Habrá galletas? —fue la extraña pregunta de Bob—. Me encantan las galletas. Ñami, ñami, ñami.
Tras un breve silencio en el que la bola de acero saboreaba sus galletas imaginarias, la mirada brillante del grifo se volteó hacia la tigresa.
—¿Él suele ser así? —cuestionó apuntando hacia Bob.
—No —se adelantó a responder. Para ella también era una sorpresa la actitud de su pareja.
—En fin —intervino Erádicus—. ¿Ya lo han pensado?
—Pero, ¿por qué? —la tigresa aún se encontraba confundida.
—Bueno, conozco tu historia —el grifo empezó a caminar rodeando a sus futuros secuaces—. Sé cómo esos tontos te trataban en la academia Woo Foo. Fuiste un experimento para ellos —le susurró al oído—. Ese par de tontos jamás creyó en tu potencial. Yo en cambio, te quiero dar una oportunidad.
—¿Eh? —cuestionó poniéndose de pie.
—Querida Ella —prosiguió el grifo con voz condescendiente—, yo tan solo te quiero ayudar. Quiero sacar todo ese potencial que tienes dormido —agregó con voz decidida—. Podrás tener no solo el poder suficiente como para acabar con esos tontos, sino además para acabar con todo el Woo Foo para siempre –agregó enfatizando en aquellas últimas palabras.
La sonrisa maquiavélica se pudo percibir más allá de la oscuridad, sorprendiendo a la tigresa. Ella se giró hacia Bob, quien parecía perdido en sus ensoñaciones.
—Bob. ¡Hey Bob! —intentó despertarlo remeciéndolo—. ¿Qué te ocurre?
—¡Ponis salados! —la confusión fue su única respuesta.
Instintivamente, la tigresa se volteó hacia el grifo en busca de una respuesta más coherente. El ave se encontraba revoloteando en torno a ellos.
—Tal parece que algo raro le hicieron esos tontos —le comentó revisando el cerebro de la bola a través de un otoscopio en un pequeño orificio a un costado de su cabeza que hacía de oído.
Aquella frase paralizó a la tigresa. Había visto a sus padres usar aquel hechizo de luces con otras personas, quienes terminaban actuando extraño luego de eso.
—¿Qué le hicieron? —exigió frunciendo el ceño.
—¡Ah! No lo sé —respondió el grifo haciendo desaparecer el otoscopio—, pero te prometo que si vienes conmigo, descubriremos la respuesta.
La mirada cargada de confianza y seguridad del grifo, sumada a la urgencia de solucionar el problema de Bob, empujaron a Ella a aceptar.
—Déjame ver si entendí —intervino Carl de regreso en la cabaña—, ¿Bob antes no era un idiota raro?
—¡No! —exclamó Ella ofendida—. Por el contrario, era todo un caballero, listo, precavido, estratega. ¡Era perfecto en cuanto a cultura, sabiduría y fuerza!
—¿Y tus padres lo volvieron así? —volvió a cuestionar la cucaracha.
La tigresa afirmó con la cabeza.
—Y supongo que por la actitud de la otra noche, Erádicus jamás encontró la cura —comentó.
—A Erádicus jamás le importó Bob —Ella agachó la mirada—. Al final terminamos más enfrascados en apoyar su causa que en otra cosa.
Tras un silencio en el que Carl analizaba cada minúsculo movimiento de la tigresa, ella continuó:
—A la larga nos acostumbramos a la condición de Bob, hasta que Erádicus fue desterrado. Fue entonces cuando ambos proseguimos nuestra vida a solas, en busca de una cura para su problema.
Ella apretó sus puños. Sus lágrimas se agolparon en sus ojos, amenazando con delatarla. Habían sido años de espera. Una larga aventura que no parecía darle aquel final que añoraba. ¿Para qué añorarlo de todas formas? Era evidente que había nacido bajo una estrella de mal augurio. Su vida se mantendría siempre lejos de sus más grandes anhelos. Era mejor resignarse.
—¿Sabes? Tu caso se parece bastante al de la señora Yanette —Carl interrumpió sus pensamientos.
La tigresa se volteó de golpe hacia él con una mirada interrogante.
—Ti y Chai le aplicaron un hechizo similar —prosiguió su relato—. Estuvo por treinta y cuatro años totalmente desconectada de este mundo. Quedó peor que Bob.
Ella no pudo evitar abrir la boca ante la sorpresa. ¿De dónde se había sacado aquella historia Carl?
—¿Y qué ocurrió con ella? —balbuceó.
—Mi novia consiguió sanarla en cuestión de meses —respondió.
El silencio se hizo inmediatamente tajante. Carl concentró su mirada en los impactados ojos de Ella, buscando alguna reacción. Se sentía extraño recordar a Mónica en un momento como aquel.
—¿Tienes novia? —fue la pregunta que dominó en la incertidumbre de Ella.
—¿Qué? —espetó extrañado Carl. No se esperaba tal pregunta.
Pronto, la impresión y desazón de la tigresa se vieron reemplazadas por un ataque de risa. Era una risa similar a la que la dominó mientras jugaban damas chinas. Una risa incontrolable que llenó de vida aquel instante y lugar apagado. Carl no sabía en qué hueco esconder la cabeza. Ni siquiera entendía por qué se sentía así ni cómo había llegado a tan bochornoso momento.
—¡No puedo creer que alguien tan feo como tú haya conseguido novia! —balbuceó entre risas mientras luchaba por no caerse al suelo en medio del ataque.
—¿Qué? —exclamó entre la sorpresa y la ofensa ante tal respuesta.
Tras unos minutos, la risa de la tigresa agotó la paciencia de la cucaracha.
—¡Basta! —exclamó poniéndose de pie—. ¿Qué acaso no te das cuenta que ella podría sanar a Bob?
De un instante a otro el ataque de risa se convirtió en un ataque de tos. Ella terminó atragantándose con su propia risa en un estruendo que tomó por sorpresa a Carl. Cuando parecía que se terminaría asfixiando con su propia tos, logró superarla. Mientras recuperaba el aire, le regaló a la cucaracha una mirada de impresión y curiosidad.
—¿Cómo es eso? —balbuceó jadeante.
—Mi novia es enfermera mágica egresada de Hogwarts —le explicó regresando a su asiento—. Ni yo conozco los detalles de su tratamiento, pero fui testigo presencial de la mejora de la señora Yanette. Pasó de ser casi un vegetal a moverse con normalidad y pensar con lucidez. Estoy completamente seguro que podría ayudar a Bob en cuestión de semanas.
Mientras recuperaba el aire, Ella intentaba alejar aquellas palabras de su ser. Sonaban demasiado hermosas para una solución que costó años inútiles de recorridos por este mundo. No quería caer en una falsa ilusión. Sería demasiado doloroso chocar con la realidad.
El silencio regresó entre ambos. Carl no podía creer la propuesta que acababa de arrojar. Al menos con eso, en el fondo, esperaba volver a ver a Mónica. ¡Hace tanto que no la veía! Temía que se hubiera enojado por lo de Yin. Aunque no aparentaba estarlo, tal vez en el fondo sí le había provocado daño. ¿Cómo se le ocurría confesarle que se había enamorado de otra persona? Sabía que la confianza entre ambos era grande, pero eso ya era abusar. Quería volver a verla, reencontrarse, abrazarla, y compensarle tamaño improperio. Incluso pensaba en dejar pronto su trabajo como cazador de demonios e instalarse definitivamente en alguna parte del mundo junto a ella. Conseguir un trabajo normal, tener hijos, formar una familia. Familia. El ideal de un hogar que lo recibiera con los brazos abiertos. Lo añoraba más de lo que pudiera imaginar.
—Veo que al parecer no estás pasando un buen momento con ella, ¿verdad?
Aquella voz interrumpió sus pensamientos con el golpe de una cachetada. A un costado, Ella Mental le regalaba una sonrisa burlesca.
—Recuerda que puedo leerte la mente —comentó.
Carl suspiró derrotado. Ella notó el cambio en su actitud. Fuera lo que fuera, a fin de cuentas, no era asunto suyo, más aún ante tremenda oferta.
—Por cierto, me pregunto qué habrá pasado ese día con ese incendio —comentó la tigresa desviando la vista mientras intentaba cambiar de tema.
—Tus hermanos fueron al pueblo a destruirlo todo —respondió Carl con simpleza.
—¿Cómo sabes eso? —Ella regresó su vista a la cucaracha.
—Dijiste que podías leer mi mente —era el turno de Carl de esbozar una sonrisa burlesca.
Lo que vio la volvió a confundir a un nivel tan grande como al principio. Era una película tan clara y llena de detalles que requeriría de años poder revisar cada escondrijo. Era tan detallada como una pantalla gigante en alta definición. Era imposible captar todas las sensaciones. Era como si Carl hubiera estado allí observando todo.
—Un momento —comentó hablando con lentitud, procesando cada letra de su mensaje—, ¿acaso tú estuviste ahí?
Carl afirmó lentamente sin borrar su sonrisa.
Lo que vio fue a un Carl enfrentando a uno de sus hermanos, quien había activado su aura Woo Foo. Vio a Marcelo, a Pablo y a Yuri, sorprendidos ante la presencia de la cucaracha. Fue una lucha de poder sin precedentes. Una batalla que duró hasta el amanecer. Una aventura que parecía un sueño que finalizó con Carl despertando en el mismo sofá en el que se encontraban instalados.
—Okey, no entiendo —confesó confundida. Más bien le parecía un sueño o alguna clase de falso recuerdo más que algo real—. ¿De verdad fuiste al pasado?
—¿Has oído hablar del desdoblamiento? —comenzó la cucaracha.
—Sí —no esperó en responder—. Tu alma sale de tu cuerpo para dirigirse a otros lugares.
Carl estuvo a punto de continuar cuando la tigresa lo interrumpió.
—¡No me digas que hiciste eso! —frunció el ceño—. Esto solo puede conseguirse por algunos minutos si no quieres morir en el proceso. Además, no se puede viajar en el tiempo.
—¿Quién dijo que no? —respondió la cucaracha en el mismo tono autoritario.
—Si es difícil conseguirlo por unos minutos, ¿cómo te aseguras de regresar a tiempo sin morir en el intento?
—Puedes mantenerte el tiempo que quieras en la época que quieras siempre y cuando tu regreso sea en un momento cercano a la partida —le explicó—. ¡Vamos! ¡Relatividad compuesta!
Cuando la magia era mezclada con teorías científicas, el quebradero de cabeza se hacía grande para la tigresa. Decidió dejarlo así por la paz.
Los minutos se sucedieron, llegando así la hora del almuerzo. Ella decidió no volver a tratar el tema. Carl decidió darle su espacio y su tiempo. Parecían haber vivido un siglo de historia en tan solo una noche. Pensar en aquello le bombardeaba la cabeza.
—¿No quieres jugar damas chinas? —le comentó Carl durante el postre.
—¿Eh? —la tigresa había olvidado completamente el trato que los llevaba relacionando desde que la cucaracha pisó su cabaña.
—¿O me darás el amnesialeto? —agregó.
—¿Hiciste todo esto para conseguir el amnesialeto? —volvió a preguntarle.
—Lo hice porque no quería que se quedaran atrapados en el pasado —respondió la cucaracha—. Yuri no estaba preparada para regresar por su propia cuenta, y esperar a que lo estuviera podría haberle costado la vida.
—¿Cómo supiste que ellos estaban allí? —volvió a preguntar.
—No eres la única que puede leer mentes —le respondió con una sonrisa.
El silencio regresó al lugar, mientras Ella se enredaba en sus pensamientos. Había conseguido el amnesialeto poco después de la derrota de Erádicus. No le costó mucho encontrarlo. Lo mantenía guardado como su mayor tesoro en busca del manual de instrucciones, o de alguien que supiera cómo usarlo. El juego de damas chinas era solo una excusa para no dárselo. No confiaba en Carl. No le agradaba Carl. Pero, luego de lo ocurrido en tan poco tiempo, comenzó a cuestionar su propia visión de la cucaracha.
—¿De verdad tu novia puede curar a Bob? —lanzó su pregunta cargada de inseguridad.
—Por supuesto —contestó directo.
El silencio fue una invitación para extender su respuesta:
—Escucha Ella: te prometo que no te voy a traicionar ni jugar sucio. Volveremos a la ciudad, buscaremos a Mónica, ella le aplicará el mismo tratamiento que a la señora Yanette. Pronto tendrás a tu novio de regreso.
La tigresa se resistía a creer en aquella ilusión. Era hermosa, esa fascinante, era tentadora. Romperla acabaría con lo que le quedaba de vida. No quería arriesgarse.
—Ella —Carl llamó su atención—, es tú oportunidad. Es nuestra oportunidad de alcanzar nuestros sueños.
—¿Tú con Yin? —le preguntó casi sin pensarlo.
—¿Qué? —la impresión de la cucaracha solo fue contrastada por el rubor de su rostro.
Pronto, la risa de Ella Mental relajó el momento. Le causaba gracia ver cómo la mente de la cucaracha se contradecía con cada vuelta del segundero. En el fondo, era amor, un amor bastante inoportuno. Eso le daba sazón a las razones de soltar la risa.
—Está bien —la propia tigresa cortó su risa—. Espérame aquí.
Aquel movimiento tomó a Carl por sorpresa. Ella se puso de pie y se dirigió hacia las escaleras rumbo a su habitación. Le costaba creer que por fin, luego de tantas peripecias y desafíos, finalmente tendría entre manos su tan ansiado amnesialeto.
Mientras esperaba, unos gritos le llamaron la atención. Provenían desde afuera. Se acercó hacia la ventana, y pudo ver a Indestructi Bob gritándole al buzón metálico.
—¡Ya te dije que me dieras galletas! —le gritaba en tono amenazante.
La bola gigante le mostraba sus puños, mientras el buzón permanecía estático cuan objeto inerte.
—¿Es que acaso no me oíste? —exclamó furioso—. ¡Quiero galletas!
Bob tomó el objeto desde el poste y comenzó a remecerlo con furia. No requirió de demasiado esfuerzo para arrancarlo del suelo. Seguía agitándolo con toda su furia. Para sorpresa de Carl, del interior del buzón emergieron unos cuantos papeles que cayeron al suelo. Esto llamó la atención de Bob, quien, lanzando lejos el buzón, se acercó a dichas hojas. Las olfateó y las miró de cerca. Al percatarse que no se trataba de galletas, las levantó con la intención de romperlas para desquitarse de su misión fallida.
—¡No! ¡Espera! ¡Puede ser importante! —Carl se teletransportó junto a la bola y le quitó con su magia los papeles antes de que los destruyera.
Mientras Bob aún seguía confundido por el truco, Carl se percató que se trataba de un periódico. Su portada le congeló la sangre más de lo que Alaska podría hacerlo.
«Escándalo mundial por relación incestuosa entre hermanos gemelos» versaba la portada con enormes letras rojas. El rostro estampado de Yin y Yang no le dejaba dudas al respecto. De inmediato abrió el periódico en busca de comprobar la noticia de la portada. La prensa se había enterado de cada detalle: de la relación, del origen, de la historia, de los hijos, ¡de todo!
—Oye Carl —Ella salió de la casa con una pequeña caja metálica color azul marino entre manos—. Encontré la caja en donde oculto el amnesialeto. Solo debo romper el sello y quisiera que tú vieras —se detuvo al verlo inmóvil con el periódico abierto—… ¿Ocurre algo?
Carl parecía no moverse. Hacía oídos sordos al mundo. Le parecía tan irreal la situación. Sentía como si su propia alma fuera desgarrada con aquellas letras negras que escribían el epitafio de una familia. Millones de agujas. Un dolor asfixiante. Un pavor atrapante. Pulmones que no le daban aire. Ella le quitó el periódico. La cucaracha parecía no inmutarse. Sus sospechas advertidas por su lectura mental fueron corroboradas por el titular.
—Oh Dios… —balbuceó sorprendida.
En cierto momento Carl reaccionó, tomando por sorpresa a la tigresa.
—Necesito el amnesialeto ¡Ahora! —exigió con desesperación.
—No te preocupes. Lo tengo justo aquí —le mostró la caja—. Solo observa.
Colocó su palma derecha sobre la caja. De cada uno de sus dedos emergió un delgado rayo naranja claro que envolvió la caja. Ella cerró los ojos con fuerza, concentrándose en su labor. Un «click» le informó a los presentes que estaba listo. Los rayos desaparecieron y Ella levantó su mano. Los tres se aproximaron expectantes mientras lentamente la tigresa levantaba la tapa.
En su interior, la caja se encontraba vacía.
—¡Martita!
Fue el mejor despertador que he tenido en la vida. Me encontraba dormitando en un sofá al interior del salón de narración omnisciente cuando el patito de hule me despertó con un grito. Poco faltó que terminara chocando con el techo tras el enorme salto que di por el susto.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —exclamé aún aturdida por el golpe. Es muy extraño que el patito me venga a molestar luego de mi trabajo. Aunque costó, logré sacar todos los capítulos que tenía pendiente esta semana, y me encontraba en mi merecido descanso. ¿Qué rayos quería?
—¿Es que acaso no te das cuenta? —el pato se subió sobre la mesita de centro frente a mí. El pato era del tamaño de un gran danés—. ¿Tienes tan siquiera la menor idea de cómo terminó el último episodio de Amor Prohibido? —agregó furioso.
—Pues… ¿Carl encontró finalmente el amnesialeto y por fin podrá revindicar a Yin y salvar a los Chad? —pregunté aún somnolienta.
—¡Vacía! —me gritó a centímetros de la cara—. ¡La caja estaba vacía!
—¿Qué? —estaba confundida.
—La caja que usaba Ella Mental para proteger el amnesialeto se encontraba vacía —me explicó ofuscado—. La tomó, se la presentó a Carl, la abrió delante de todos, y… ¡Vacía! —agregó haciendo pantomimas de la escena.
—No es posible —repliqué—. Yo misma revisé que el amuleto ese estuviera dentro de la caja.
—¡Pero ya no está! —me gritó el pato—. ¡El amnesialeto no está en su caja!
—No, no puede ser —balbuceé poniéndome de pie. Aunque recordaba con total seguridad haber dejado el amnesialeto en su sitio, el pato había plantado las dudas en mi interior.
Me dirigí a grandes zancadas hacia el escritorio ubicado en el mismo salón. Sobre este, tenía mi notebook, con el cual podía controlar todas las historias del patoverso. Desde que comencé a trabajar en Editorial El Patito Feliz, me he encargado de que todos los universos funcionen en pos de sus respectivas historias. Absolutamente nada se había salido de control. Todo había sucedido conforme a los planes del pato. Una acusación como esta, era tan extraña como peligrosa.
En las reviews de Fanfiction punto Net del Capítulo cincuenta y dos de Amor Prohibido pude ver a Brick y sus secuaces llevarse el amnesialeto.
—¡Ahí! —exclamé mostrándole el mensaje al pato—. ¡Fue Brick! ¡Él se lo llevó!
—A ver —el patito se aproximó a la pantalla, revisando con cuidado el mensaje—. ¡Oh no! ¿Y ahora qué haremos? ¡Esos idiotas lo rompieron!
Para sorpresa del pato, apagué el computador.
—¿Oye qué haces? —exclamó en una mezcla de sorpresa y terror.
—No llegué hasta aquí ayudando a los personajes —sentencié.
—Espera —respondió impactado—, ¿lo vas a dejar así?
—Que ellos se las arreglen —contesté antes de regresar al sofá.
El pato quedó pasmado, intercambiando su mirada entre mi retirada y el notebook sobre el escritorio, balbuceando graznidos ininteligibles.
—¡Cuack! —fue lo único que pudo graznar en su frustración.
