Amor Prohibido - Capítulo 73

—¿Jobeaux?

—¿Sí?

—Gracias.

La tarde pasaba tranquila en aquella sala de hospital. El paso de los días imperturbables entre esas cuatro paredes impidió que Yin terminara aplastada por el mar de cobertura, información, noticias, rumores, comentarios y fakes news que se generaban afuera cada segundo por medio. Prácticamente el goblin era el único con el permiso de atravesar el umbral de la puerta. Le regalaba compañía, la información justa, la ayuda necesaria. Yin poco a poco terminó sintiéndose en deuda con él. Esa era la paradoja que más la perturbaba. En otras circunstancias no hubiera permitido que se le acercara. Ahora, de él dependía prácticamente su vida.

—Por nada —el goblin, quien se encontraba junto a la ventana observando el exterior, se volteó y le regaló una sonrisa.

Aquella imagen, aquella sonrisa, no pudo evitar recordarle al goblin que conoció en su infancia. Era un chico sencillo, de procedencia honorable y humilde. Príncipe de Rednickistan que, al igual que su gente, solía aparecer desastrado y desaseado. Siempre acompañado de su armadillo mascota. Alguien agradable a quien juzgó mal tras una primera impresión. Le enseñó una valiosa lección de no juzgar a un libro por su portada; lección que le tomaría años interiorizar. Tras la derrota de Erádicus, Jobeaux regresó a Rednickistan con el propósito de heredar el trono y a su vez enseñar el Woo Foo. Pasarían años antes de tan siquiera volver a verse las caras.

Los segundos trascurrieron, y por primera vez las preguntas se agolparon en su cabeza. Antes ni siquiera las asimilaba con tal de no darle el derecho al goblin de hacer las mismas preguntas. Ahora que todo ya estaba desparramado, ya no quedaba nada más que ocultar.

—Jobeaux —auspiciada por el silencio y la tranquilidad, Yin se decidió a abrir la boca.

—¿Sí? —el goblin se volteó nuevamente hacia ella.

—¿Qué… ha sido de ti… en todos estos años? —la coneja le costó pronunciar aquella pregunta.

—Es extraño que me preguntes eso —le respondió el goblin con una tranquilidad imperturbable.

—Digo —prosiguió tomando seguridad—, tú ibas a ser rey de Rednickistan. ¿Qué ocurrió con eso?

Para su sorpresa, el silencio fue su única respuesta. Ella prefirió dejarlo pasar. No quería insistir.

Unas cuantas habitaciones de distancia, en aquel mismo hospital, Yuri ya se encontraba despierta. Estaba de un ánimo tan energético que nadie podría adivinar que había cruzado el umbral entre la vida y la muerte.

—¿Ya estás lista para ver a tu mami? —le preguntó Pablo con una sonrisa.

El felino se encontraba sentado en la cama junto a la pequeña. El buen ánimo se le había contagiado. Junto a la puerta se encontraba Marcelo de brazos cruzados. A pesar de la seriedad que pretendía transmitir, caballo no podía evitar sonreír ante la presencia de la niña.

—¡Sí! —exclamó feliz—. Ya quiero contarle el extraño sueño que tuve.

—¿A sí? —inquirió el felino.

—¡Sí! —exclamó nuevamente—. Soñé que estaba en el pasado. Conocí a mis bisabuelos, y mi abuelita no daba miedo. ¡Y tú estabas ahí! ¡Y tú! —agregó apuntando al felino y luego al equino.

—Ehm… no fue un sueño, Yuri —le aclaró Marcelo.

—Pero fue divertido, ¿no? —respondió.

Fue una respuesta que descolocó al caballo. «Divertido» no era precisamente el término que tenía en mente.

—Bueno, eso no importa —intervino Pablo—. Ahora te vamos a llevar hasta la habitación de tu madre, ¿qué te parece?

—¡Sí! —exclamó alegre.

Pablo se volteó hacia Marcelo y le hizo una venia con la cabeza. El caballo abrió la puerta y se asomó a través de esta. Pudo ver desde el pasillo a una enfermera aproximarse con una silla de ruedas vacía. Aunque en un principio tenía la esperanza de que se tratara de Mónica, a los pocos metros se percató que la enfermera era una cacatúa.

Cuando la enfermera ingresó con la silla de ruedas a la habitación, le pidió a la pequeña que se instalara en ella. Como su ánimo lo venía predisponiendo, Yuri disfrutó del paseo en silla de ruedas. Era como caminar, pero sin sentir el desgaste por usar tus piernas. Una experiencia equivalente a cualquiera de las atracciones de una feria. Además de que el recorrido fue largo, Yuri tuvo aproximadamente quince minutos recorriendo pasillos, viendo pasar por su lado todo tipo de personas, y presenciando todo tipo de sorpresas a través de las puertas abiertas con las que se iba cruzando.

Marcelo y Pablo iban detrás de la enfermera, quien empujaba la silla. Al caballo le hacía demasiado ruido que su hermana no hubiera hecho acto de presencia en todo este tiempo. ¿Estará disfrazada? ¿Se estará ocultando de algo? ¿En qué clase de lío estaba metida? Suspiró pesadamente ante la preocupación, cosa que notó su acompañante.

—Disculpe, señorita —el caballo se atrevió a hablar con la enfermera en busca de respuesta.

—¿Sí? Dígame —respondió la cacatúa con amabilidad.

—De casualidad, ¿usted conoce a una chica llamada Mónica Gonzales? —le preguntó.

—¿Mónica Gonzales? —repitió intentando hacer memoria.

—Sí —afirmó Marcelo—. Ella es enfermera, igual que usted. Es muy probable que haya trabajado en este hospital, por eso le pregunto.

—¿A sí? —prosiguió la enfermera pensativa.

—Es una yegua con pelaje gris —la describió.

—Fíjese que ese nombre me suena —respondió finalmente—, pero no recuerdo de dónde.

—Puede que haya sigo colega suya —insistió el equino.

—Puede ser —respondió pensativa—, pero no recuerdo nada más que haber oído su nombre por ahí.

—Mire, le dejo mi tarjeta —el caballo sacó una de sus tarjetas del bolsillo interno de su chaqueta y se la extendió—. Apenas tenga más información, me llama, ¿de acuerdo?

La cacatúa revisó con atención la tarjeta.

—¿Cazador de demonios? —preguntó extrañada.

—Es mi trabajo —respondió el caballo.

—Interesante —comentó con la mirada aún fija en la tarjeta—. Y cuénteme una cosa, ¿usted es pariente de ella?

—Sí, soy su hermano —le informó.

—Ya veo —finalmente se guardó la tarjeta en su bolsillo—. Cualquier cosa le informo.

—Muchas gracias.

La comitiva había llegado hasta la entrada de la habitación de Yin. Estaba siendo custodiada por dos policías, cosa que en primera instancia atrajo la atención de la conejita.

—Disculpe, señores —intervino Pablo—. Ella es su hija —agregó señalando a la conejita.

Los ceños fruncidos de los guardias ni siquiera se inmutaron.

—¿Puede pasar? —volvió a preguntar el felino con amabilidad.

Los guardias parecían ser de piedra.

Pablo intentó probando suerte, acercando su mano al picaporte de la puerta. Uno de los guardias reaccionó, dándole un manotazo en su mano.

—No está autorizado para ingresar —le informó con voz monótona y hosca.

—¡Oiga! ¡Soy su abogado! —reclamó molesto encarando al policía que lo había golpeado. El aludido ni siquiera se inmutó.

En eso el picaporte giró y la puerta se abrió. Jobeaux apareció desde el otro lado.

—¡Oigan! ¿Qué es todo este escándalo? —reclamó dirigiéndose en primera instancia a los guardias. Luego se volteó hacia Yuri y compañía, opacando su molestia—. ¡Yuri! ¡Qué sorpresa!

—¿Podemos pasar? —cuestionó Pablo aún mosqueado por la situación.

—¡Por supuesto! —aceptó Jobeaux—. ¡Yin! ¡Tienes visita! —agregó animado entrando y dirigiéndose a la coneja.

La silla de ruedas no alcanzó a entrar a la habitación, cuando la pequeña vio a su madre recostada en la cama. De un salto se puso de pie y corrió hacia ella.

—¡Mamá!

—¡Yuri!

Nada puede ser más emocionante y reconfortante que el reencuentro de una madre con su hija pequeña. Yin la abrazó con fuerza, sin importarle nada ni nadie. Yuri se aferró a su cuello deseando ser acunada por su madre como en los viejos tiempos. Pudo sentir que las lágrimas de su madre bajaban por su hombro. En ese momento ambas descubrieron cuánto extrañaban la calidez. Una gota de esperanza en este mundo desquiciado. Yin apenas podía creer que en este mar de silenciosa desesperanza en la que se había sumergido podía tener entre sus brazos a su pequeña hija. Era un verdadero milagro caído del cielo. La felicidad en el corazón palpitante de Yuri aumentó más de lo que ella tan siquiera podía imaginar sentir.

Apenas finalizó el abrazo, Yin se apresuró en darle un beso en la frente y retomar su abrazo.

—Mi pequeña Yuri —balbuceó emocionada.

La conejita simplemente se dejó llevar por la emoción del momento. Le encantaba sentirse regaloneada por su madre, especialmente luego de una aventura de un tiempo indeterminado. Sentía estaba siendo un final feliz. En su inocencia, no sospechaba que la familia entera se encontraba caminando en el borde de un precipicio sin fondo visible.

Mientras tanto, en la casa de los Brown, los días no tuvieron una mayor variación. Yenny tenía que mantener el peso de toda la verdad que los padres de Susan le habían depositado. Por fortuna, tanto Susan como sus padres se preocupaban de su bienestar. Cada día le preguntaban cómo se encontraba, le regalaban sonrisas confiadas, hablaban a solas para revisar su estado de ánimo, podía hablar abiertamente con su mejor amiga. Sin duda fue un apoyo que en momentos de debilidad le recordaba que no se encontraba sola.

Jacob y Jimmy quedaron al margen de todo. Jacob sospechó de inmediato que había gato encerrado. Por más que intentó sonsacarle sutilmente la verdad a Yenny, ella conseguía evadirlo. Poco a poco estaba reconsiderando encarar a su hermana y arrancarle la verdad por la razón o la fuerza. El encierro y aislamiento poco a poco lo estaba volviendo loco. Si no fuera porque Jimmy estaba a su lado hacía mucho que se habría escapado por la ventana. Eran momentos tensos, silenciosos, tristes, aburridos, absurdos. Un vacío pesar fue creciendo poco a poco dentro de él. Realmente extrañaba a Yuri. Ella literalmente era el alma de la fiesta. Si Yuri estuviera ahí, aquellos días habrían sido más ligeros.

De Jack será mejor ni siquiera hablar. En días en donde necesitaba de una mano amiga que lo sacara del abismo, terminó recibiendo un ancla. La normalidad ayuda bastante a superar la pérdida de un ser querido. Pues estos días eran menos que normales. No había escuela, no había amigos, no había padres. Ni siquiera había distracciones. Parecía estar viviendo alguna clase de condena. Silencio por fuera, dolor por dentro. Se la pasaba encerrado en el cuarto de invitados, ante la vergüenza de ser descubierto llorando. Eran llantos repentinos e incontrolables que se le venían encima tan pronto como su mente traicionera le presentaba a Francesca. Las noches eran de pesadillas. Su cerebro imprimía en su retina aquella grotesca imagen de su muerte. El insomnio y la depresión lo estaban devorando. Cada vez se sentía más solo.

—No puedo creer que todo esto lo haya comenzado Boris.

Susan y Yenny se encontraban en el cuarto de la osa, sentadas sobre la cama. Susan le estaba comentando respecto a un par de hojas arrugadas que tenía entre manos. Consistía en la denuncia contra los padres de la coneja por incesto. El día de la llegada, Susan la encontró entre las cosas de su amiga. Dada las prisas, colocó todo en un rincón de su habitación. Con el correr de los días, al ir ordenando, nuevamente se encontraron con el documento. El nombre de Boris Paddon se hizo presente como denunciante.

—No lo sé —Yenny negó cabizbaja con pesar—. Dudo que haya sido él. Es menor de edad.

—Va a nuestra clase —comentó la osa—, creo que a partir de los dieciséis ya puedes hacer denuncias.

—Pero lo que no entiendo es por qué —comentó Yenny—. ¿Cómo es que él lo supo en primer lugar?

Susan lo meditó por un instante, hasta que recordó.

—Segundos antes de la explosión Jack dijo algo de que ellos lo sabían o algo así —comentó.

Para Yenny le era difícil recordar los momentos previos a la explosión. Una marea horripilante de experiencias enterró aquellos instantes que ahora le parecían tan ridículos y distantes.

—No lo sé —aceptó frustrada—. Solo espero que esos tipos nos den una explicación cuando vengan.

—¿Crees que Jack esté de ánimos para celebrar su cumpleaños? —le preguntó su amiga.

—No lo sé —respondió con pesar.

La verdad poco había hablado con su hermano. Entre ambas han intentado arrancarlo de su encierro en el cuarto de invitados, cosa que fue literalmente imposible. Cuando Jack se aferraba a algo, solo él con su propia voluntad podía soltarlo. El aumento de sus ojeras, su pelaje lentamente descuidado, y sus camisetas cada vez más holgadas se estaban volviendo una preocupación para ambas.

—Lo que sí sé —continuó Yenny con mayor ímpetu—, es que es nuestra oportunidad de unirnos como familia. No podremos quedarnos en tu casa para siempre.

La coneja suspiró pesadamente. Cada vez que recordaba lo que había allí afuera se le anudaba el estómago.

—Tranquila Yenny, no debes pensar en eso ahora… —intentó tranquilizarla su amiga.

—Pero es verdad —la interrumpió intentando sonar segura—. Afuera todos saben que —la seguridad huyó de su voz dejándole un temblor que no pudo controlar—… todos saben que mis padres son hermanos.

¿Qué tan consciente era de sus palabras? Ni siquiera ella era capaz de aceptarlo. Si esta hubiera sido la historia de otra familia, hubiera formado parte de la horda furiosa que la llenaría de críticas. En cambio, el destino la colocó en el cuero de esa familia.

Ni siquiera se había dado cuenta que estaba soltando sus primeras lágrimas. Susan no lo pensó dos veces y la abrazó con fuerza. Ante aquella calidez, la chica se dio el permiso de derrumbarse.

—¿Por qué? —balbuceó entre sollozos—. ¿Por qué me tocó a mí? ¿Por qué me tocó a mí esta desgracia?

—No lo sé —respondió su amiga—. Simplemente no lo sé.

En eso se escucharon un par de golpes en la puerta. Antes que Susan reaccionara, esta se abrió, mostrando la corpulenta figura del señor Brown.

—Este… hola —saludó nervioso al toparse con tan delicada escena—. Lamento interrumpirlas, pero vengo con noticias.

—¿Qué noticias? —Yenny se reincorporó secándose sus lágrimas con el dorso de su mano.

—Son buenas noticias —el oso ingresó a la habitación con una sonrisa torpe—. Me acaban de informar que dieron de alta a Yuri.

—¡¿Qué?! —exclamaron las dos chicas impactadas.

—Y pretenden traerla esta tarde a la casa —agregó el oso con más confianza.

El alma de la familia había confirmado su regreso. La alegría por la noticia eclipsó de inmediato cualquier nubarrón oscuro. Un shock energético que te obligaba a saltar y brincar como si tuvieras la energía de la pequeña que había burlado las garras de la muerte, y llegaba para regalarles una sonrisa en este mar de lágrimas.

—¡Jack! ¡Jack!

En un golpe de adrenalina, Yenny corrió hasta el cuarto de invitados y golpeó con fuerza e ímpetu la puerta. Sin esperar respuesta, bajó las escaleras para contarles a sus hermanos.

—¡Yuri vuelve a casa! —fue lo primero que les dijo a los chicos apenas entró a la sala de estar.

Jacob y Jimmy se encontraban en el suelo leyendo cada uno un libro cortesía de la colección del mayor. La oración fue una bofetada para ambos difícil de comprender en primera instancia.

—¡Vuelve a casa! ¡Vuelve a casa! —exclamó Yenny abrazando a Jimmy, a quien tenía más cerca.

El pequeño fue levantado del suelo en un abrazo. Yenny dio un par de vueltas junto a él que lo terminaron aturdiendo más de lo que ya estaba.

—¿Qué? —un aún aturdido Jacob se puso de pie de un salto, luchando por no albergar una falsa ilusión.

—¡Yuri vuelve a casa! ¡Vuelve a casa! —canturreó Yenny sin soltar a Jimmy.

Tomó más de un segundo comprender el mensaje. Los días monótonos ya lo habían convencido de que su vida no cambiaría nunca más de ese estatus quo. Cuando su cerebro dio el clic, pudo compartir el golpe de adrenalina de su hermana.

—¿Estás segura que vuelve? —preguntó al sentir un cosquilleo en sus patas.

—¡Sí! —exclamó Yenny envuelta en la alegría—. ¡Yuri vuelve a casa!

No pudo resistirlo más. Jacob se abalanzó hacia Yenny uniéndose en la algarabía familiar. Los señores Brown observaron la fiesta desde el umbral de la entrada. Se encontraban alegres y emocionados por aquel oasis en medio de tanto sufrimiento.

—¡Jack! ¡Yuri vuelve a casa!

Susan fue detrás de Yenny a golpear la puerta del cuarto de invitados. A diferencia de su amiga, ella se quedaría insistiendo hasta recibir señales de vida.

Jack se encontraba sobre la cama en posición fetal. Podía quedarse por horas —incluso días— en esa posición. El sentimiento de un vacío flotando en el éter era la máxima felicidad a la que podía aspirar. Anular todos sus sentimientos con la esperanza de escapar de esta realidad era su única salida. Era algo muy difícil de conseguir si estaban golpeando con fuerza e insistencia la puerta de la alcoba.

Poco a poco se fue estirando. Se reincorporó y se puso de pie. La vida funcionaba a cámara lenta mientras afuera no dejaban de golpear. Paso a paso se fue acercando a la puerta, sin importa a quién hacía esperar. La migraña comenzaba a asomar mientras la molestia se multiplicaba.

—¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —finalmente abrió la puerta, asomando su rostro furioso frente a una frenética Susan.

—¡Yuri vuelve a casa! —exclamó.

Su furia se desvaneció de inmediato. Le tomó más de un instante comprender el mensaje. Quedó taciturno frente a una osa que esperaba alguna clase de reacción.

—¿Qué? —fue lo único que pudo balbucear.

—¡Eso! —insistió Susan—. ¡Tu hermana vuelve a casa!

Ante tanta desdicha prácticamente se había olvidado de Yuri. El primer recuerdo que se le vino a la cabeza fue de aquellos lejanos días en que se la pasaban jugando con la consola de videojuegos del mayor en el living de la casa después de clases. Jack acaba de cumplir once años y había recibido su primera y gran consola. Una tarde su hermanita llegó molesta de la escuela, y a él no se le ocurrió mejor idea que invitarla a jugar. Pronto, aquellas tardes se multiplicaron y se convirtieron en el paisaje natural de la casa durante las tardes. Aunque con el correr de los años la frecuencia fue disminuyendo, Jack siempre disfrutó jugar con su hermanita. Resultó que Yuri era un muy buen oponente en la mayoría de los videojuegos que le presentaba, y le ganaba a pesar de todo el esfuerzo que le ponía el conejo.

—Espera —Jack se desordenó el pelaje de la cabeza con la intención de despertar y reconectarse con la realidad.

—¡Yuri vuelve a casa! —exclamó Susan zamarreándolo de los hombros.

—¡¿Yu-yuri v-vuelve a-a c-c-ca-casa?! —el conejo intentaba convencerse de aquellas palabras.

—¡Si! —Susan no aguantó más y lo rodeó con un enorme abrazo.

Jack quedó en shock mientras no podía creer lo que le decían. Le costó más de un instante comprender el mensaje. Apenas logró internalizarlo, respondió con fuerza el abrazo de la osa mientras sus primeras lágrimas de felicidad salieron de sus ojos.


Perdón por la demora en publicar este capítulo. Por lo pronto les deseo un feliz Halloween/día de todos los Santos/día de los fieles difuntos/día de los muertos/días de las Iglesias evangélicas/día de todo lo que celebren entre finales de octubre e inicios de noviembre.