Amor Prohibido - Capítulo 75

—¡He vuelto!

Yuri había ensayado su presentación desde que había subido al auto. Su madre le había regalado abrazos de sobra antes de su partida. Era mejor que se reuniera con sus hermanos. El futuro de Yin era incierto. Ella la despidió desde su habitación del hospital junto con Pablo. Marcelo la guió hasta un automóvil que había preparado en una esquina alejada del edificio. Jobeaux los ayudó despistando a los periodistas que habían montado guardia en el lugar. Eran como una plaga molesta y peligrosa que interrogaban a cualquiera a su paso y fotografiaban hasta la menor de las grietas.

Con un poder de invisibilidad, el goblin protegió al caballo y a la conejita de miradas suspicaces. La niña finalizó en el asiento trasero de un porshe negro, siendo Jobeaux y Marcelo quienes iban a la delantera. El caballo conducía mientras el goblin le daba indicaciones. A pesar de las medidas de seguridad, más de un periodista se percató de la jugada. Dieron más vueltas de lo usual para despistar a los vehículos que los iban siguiendo. La tensión iba en aumento con el correr de los segundos. Era una misión delicada. Al final fueron cinco los vehículos restantes quedaron a medio camino. Los periodistas no iban a dejar así como así a su presa.

En la casa de los Brown, la espera no era menos tensa. La noticia de la llegada de Yuri se había aferrado al corazón de todos los habitantes. La señora Brown corría de allá para acá preparando dulces y pasteles para la bienvenida. Susan y Yenny se unieron a la labor para despejar la mente de los nervios. El señor Brown paseaba de allá para acá frente a la puerta con nerviosismo. De vez en cuando miraba por la ventana a la espera de alguna señal. Jacob y Jimmy se encontraban sentados en el sofá esperando. Jimmy no podía quedarse quieto, cambiando de posición a cada rato, mientras observaba el paseo de Jack. El conejo mayor parecía un zombi maloliente con su pelaje desordenado, ropa holgada y enormes manchas en sus ojos como ojeras. Se paseaba con igual nerviosismo que el padre de Susan, cambiando de lugar los adornos, observando el lomo de los libros del estante, encendiendo y apagando la lámpara del rincón, agitando las manos y los brazos. Era como un cosquilleo eléctrico que le impedía quedarse quieto. Jacob estaba sentado al lado de su hermano menor, escribiendo en su cuaderno con su lápiz con luces de colores. Ambos fueron regalos de su reciente cumpleaños. A pesar de su aparente calma, su corazón amenazaba con explotar ante el menor de los screamers.

»Querido Diario:

»Hoy regresa Yuri. Es lo más emocionante que nos ha pasado desde que llegamos a esta casa. Me alegra demasiado que mi hermana vuelva. En un principio imaginaba que había muerto. En el sopor de estos días, poco a poco me estaba haciendo a la idea de que nosotros cuatro seríamos los únicos sobrevivientes ante esta tragedia. Conozco a mi hermana y sé que traerá la alegría que tanto necesitamos. No importa lo que pase, si ella está con nosotros, sé que podremos salir de esta. Su llegada me devuelve la ilusión por un futuro mejor.

»La espera es lo que más me llena de nervios. Los segundos se hacen eternos. La expectación es inmensa. La emoción invade cada célula de mi cuerpo. ¡Está viva! ¿Está viva? Solo podré creerlo cuando pueda volver a verla, pueda volver a abrazarla. Siento que todos estamos igual. Todos estamos expectantes. ¿Cuánto más tendré que aguantar esto?

—¿Cuánto falta?

El conejo cerró su cuaderno al tiempo en que su hermanito formuló la pregunta.

—No lo sé —Jacob suspiró—. Ya quiero que llegue —apretó los puños.

Yin suspiró. Su hija pequeña se había ido a un lugar seguro. Le agradecería infinitamente a los señores Brown por su inmensa ayuda, si es que lograba salir de esta.

—¿Ya nos vamos?

Era la voz tenaz de Pablo. La coneja escapó de su meditación. Afirmó con la cabeza.

La verdad desde hace tiempo que ya estaba completamente recuperada del shock, al menos físicamente. Apenas fue capaz de tragarse la pérdida de uno de sus hijos. Era un dolor que vivía en el más absoluto de los silencios y la soledad. No se atrevía a quejarse puesto que había otras prioridades. Pablo había conseguido extender su periodo en el hospital hasta la partida de Yuri. No quería que la pequeña se enterara del verdadero peso de los problemas. La excusa había expirado.

Apenas se abrió la puerta, había dos policías con las esposas preparadas. Sin oponer resistencia, Yin extendió sus brazos, y fue esposada por las muñecas. En silencio, el grupo se encaminó rumbo a la salida. Afuera, el mar de periodistas se encontraba curioso ante la presencia de una furgoneta policial.

—Yin.

El grupo completo se volteó hacia el origen de la voz, ubicado detrás de ellos.

—Tenemos un tema pendiente.

Se trataba de Yanette Swart.

El corazón del oso saltó hasta su garganta al ver un porshe negro estacionadose afuera de la casa.

—¡Ya llegó! ¡Ya llegó! —exclamó mientras intentaba sujetarse de algo para evitar caerse de la impresión.

Aquel anuncio paralizó la casa. Yenny se deshizo de su delantal mientras se aproximaba a la entrada. Jack se detuvo en seco, dejando la flor de loza que tenía en sus manos en su sitio. Jacob dejó entre los cojines del sofá su cuaderno y su lápiz. Jimmy se colocó de pie de un salto. Las luces del auto contrastaba con un anochecer que no era capaz de encender los focos de la calle. Del vehículo bajaron los tres ocupantes. Los osos pudieron ver desde la entrada a la pequeña conejita salir del auto de un salto con su añorada alegría.

Marcelo no alcanzó a golpear la puerta cuando esta fue abierta por la señora Brown. Sin siquiera pedir permiso, Yuri se coló por un costado, asomándose al interior del hogar.

—¡Yuri! —Jacob se le adelantó a todo el mundo, corriendo a gran velocidad hacia su hermana.

—¡Jacob! —alcanzó a exclamar con alegría antes de recibirlo en un apretado abrazo.

Ambos terminaron dando un par de vueltas mientras el abrazo no podía soltarlo ni la más poderosa de las fuerzas. Comenzaron a reír mutuamente ante la alegría desbordante e increíble que pasaba por sus corazones en aquel segundo. Un segundo eterno que te arrastró de tu vida cotidiana y aburrida hasta el paraíso que jamás imaginaste experimentar. Un fantasma que resultó estar más vivo que muchos de los mortales. Un segundo de alegría que compensaba todo el dolor vivido y el que estaba por venir.

Jimmy secundó a su hermano, corriendo hacia el abrazo y uniéndose a ellos. Yuri lo recibió y los tres hermanos menores se aferraron a un abrazo que parecía tan distante como la misma eternidad. El menor luchaba por no llorar producto de toda la emoción que le bajó de golpe quizás de dónde. Él perdió y terminó derramando las primeras lágrimas en el fulgor del abrazo.

—No puedo creer que estés aquí —verbalizó Jacob cuando finalmente terminó el abrazo.

—¡Yo tampoco! —exclamó su hermana con su acostumbrada alegría—. ¡Ni siquiera sabes todo lo que ha pasado! Estuve en un jardín raro, conocí a un tipo raro, ¡Viajamos en el tiempo! ¡Y vi una super pelea Woo Foo todopoderosa!

—Extrañaba tus historias —Jacob esbozó la más grande de las sonrisas.

Es en ese momento, la mirada de Yuri se posó sobre Jack. El conejo se acercaba lentamente intentando convencerse de lo que estaba viendo. Sus hermanos se voltearon hacia el punto donde miraba la pequeña, extrañados ante el cambio en su rostro al verlo. El conejo se encontraba todo desgarbado, como si hubiera estado en cautiverio en plena selva amazónica.

—¿Qué te pasó? —le preguntó con curiosidad.

Sin hacerle caso, con la mirada cargada de impresión, se arrodilló delante de ella. Había quedado más alta que él. Sin darle tiempo a más preguntas, él la envolvió en un apretado abrazo. A pesar de sentirla tan real, tan presente, aún no se lograba convencer de la buena fortuna. Comenzó a sollozar con fuerza sobre su hombro. Últimamente estaba más sensible que de costumbre. La pequeña simplemente se limitó a corresponder su abrazo, guardando sus preguntas para después. Yenny aprovechó el momento y se acercó a ambos para unirse al abrazo. Con una rodilla en el suelo, los envolvió entre sus brazos mientras se sumaba al llanto. Fueron lágrimas que le ayudaron a limpiar su alma de tanto dolor, sufrimiento, miedo, drama, tensión, que llevaba arrastrando desde hace mucho.

—Yuri —balbuceó entre lágrimas.

Jobeaux entró a la casa por detrás de Marcelo, siendo testigo de la escena. No pudo evitar sonreír mientras un nudo se posó en su garganta. Sentía que todo lo que estaba haciendo estaba valiendo la pena.

El televisor se apagó. Era una oficina prestada por el hospital para una negociación de último minuto. Era tan pequeña, fría y simple como la conversación que aparentaban. Lo que Yin había visto solo era comparable con el infierno que solo le había adelantado sus pesadillas. Sus miedos se hicieron realidad delante de la pantalla. Jobeaux y Pablo le habían advertido lo ocurrido afuera de su habitación, pero verlo con sus propios ojos era algo completamente diferente. No entendía cómo podía controlarse tan tranquila en un momento en el que solo deseaba arrancarse las orejas con la fuerza de toda la frustración acumulada.

—¿Y? ¿Qué me dices, Yin? —le preguntó Yanette. La anciana se encontraba sentada frente a su hija y su abogado, con el control remoto en sus manos.

Al intentar hablar, descubrió que su voz la había abandonado. Sus manos temblaban. Se encontraba entre la espada y la pared, y Yanette lo sabía. Le regalaba constantes miradas triunfantes y malvadas.

—¿Está segura que estarán bien de esta forma? —Pablo habló en su lugar.

—Es el único lugar en que estarán bien —contestó Yanette—. Tengo gente que me ayude.

El silencio regresó a la oficina. Los dos policías se encontraban junto a la puerta, observando a los negociantes con cara de pocos amigos.

—Yo y Marcelo iremos con ustedes —agregó el felino.

—Pueden ir los que quieran —aceptó Yanette—. Solo sé que los padres no podrán hacerse cargo de mis nietos, ¿no? —le regaló una hosca mirada a Yin. Fue el clavo que finalizó la tumba de la coneja.

La anciana le acercó un papel a su hija, arrastrándolo lentamente sobre la mesa. Sobre este había un lápiz. Yin observó con dolor el contenido del documento, junto con la línea que esperaba su firma.

—¿Tú qué dices, Yin? —el felino se volteó a su clienta, y la encontró con la mirada congelada.

La vida le estaba exigiendo demasiado a Yin. La peor de las pesadillas le había caído encima. Tenía unos fieros deseos de arrancar, buscar a sus cinco hijos, y arrancar de este planeta. ¡A dónde sea! Solo quería que todos lo dejaran en paz. Quería comenzar de cero. Quería que el mundo se olvidara de ellos, y poder comenzar de nuevo. Ni siquiera era capaz de moverse. La vida la había tragado.

Pablo fue sorprendido al verla desmoronarse delante de sus ojos. La coneja se cubrió el rostro con sus palmas mientras los sollozos acompañaban sus primeras lágrimas. Gruesos goterones emanaron de sus ojos como una forma de liberar tanto miedo que secuestró su corazón. No podía creer que sus hijos, la sangre de su sangre, terminaran en la vitrina del espectáculo mundial. No podía creer que el planeta entero se encontrara con el derecho a hacer y deshacer en opiniones sobre su vida privada. No podía concebir que el periodismo aderezara su historia con mentiras como casos de prostitución y abuso sexual infantil. La verdad se estaba destiñendo, y había que encontrar la forma de mantenerla fresca.

—Entiende Yin —Yanette habló con dureza—, yo soy lo único que te queda.

Pablo, haciendo caso omiso a la anciana, abrazó a Yin. La coneja aceptó el abrazo mientras los sollozos se hacían más intensos. El sentir a alguien que la consolara la ayudó a liberar el mar de emociones que llevaba semanas en su corazón. No entendía nada. No quería entender nada. No era capaz de entender nada. Solo quería llorar, y que su llanto le ayudara a desaparecer de esta realidad.

Braulio Brown salió de su casa a la mañana siguiente como de costumbre. El frescor del alba y los primeros rayos solares le daban la bienvenida. Con su sombrero de copa y su traje con olor a naftalina, recorrió a paso lento las calles de la ciudad. Un helicóptero rondaba por los cielos, molestando con su motor como si se tratara de un mosquito. Más allá de eso, nada parecía empañar la tranquila mañana que estaba llevando el oso.

Pasó por un kiosko y compró el periódico acostumbrado. Tras revisar su portada, lo colocó bajo su brazo y se encaminó hacia el Templo de la Osa Mayor para rezar y conversar con sus amigos. Caminaba tranquilo mientras silbaba una vieja tonada de Silvio Rodríguez.

—¡Buenos días! —saludó a un grupo de osos que se encontraban junto a la reja de entrada del templo.

—¡Oye Braulio! —se acercó un oso viejo con voz rasposa—. ¿Es cierto lo que dijeron en las noticias?

—¿Qué cosa? —preguntó con curiosidad.

—¡Que tú tienes escondido a los hijos del pecado en tu casa! —lo acusó un segundo oso alto con voz de pito y el índice inquisidor apuntado en su contra.

—¡¿Qué?! —exclamó impresionado el señor Brown. En un principio tal acusación le pareció inverosímil, para luego sentir el terror de hallarse descubierto.

—¡Tú tienes a los conejos incestuosos en tu casa! —alegó un tercer oso con un vozarrón que no otorgaba derecho a réplica.

—D-d-de-que-que-que-están hablando —replicó balbuceante.

—No puedo creer que tú hayas cometido tan grave pecado —intervino el oso viejo con una mirada agresiva—. Tú, mi fiel amigo Braulio. ¡Caíste en la desgracia de la Osa Mayor!

—¡El incesto está prohibido en nuestra sociedad! —secundó el oso con voz de pito—. Cualquiera que lo avale y lo defienda está ofendiendo gravemente a nuestra Sagrada Osa Mayor.

—Y no mientas, que los vimos en la tele —terció el otro oso con una mirada amenazante.

Braulio se quedó congelado sin reaccionar. No podía admitirlo porque sería una traición a los Chad. No podía negarlo o de verdad sentiría que traicionaba a la Sagrada Osa Mayor. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Simplemente las ideas desaparecieron de su cabeza.

—Braulio, tu credencial —el oso más viejo extendió su mano.

Braulio le entregó su tarjeta plastificada sin siquiera pensar. El oso la rompió en cuatro partes delante de sus narices.

—El sombrero —exigió nuevamente.

No alcanzó a tomarlo, puesto que el oso alto lo agarró en su lugar. Lo tiró al suelo y lo pisoteó hasta convertirlo en un trapo viejo.

—Y es de esperar que no vuelvas a pisar nuestro templo, maldito pecador —lo amenazó el oso más viejo—. ¡Ahora largo!

El señor Brown obedeció sin miramientos. Le costó inicialmente despegarse de su sitio. Parecía congelado cuan estatua. Poco a poco, el movimiento le ayudó a ganar velocidad, y luego el terror terminó por alcanzarlo.

—¡Oh Dios! ¡Oh Dios! ¡Oh Dios! —musitaba alterado mientras corría a toda la velocidad que le permitían sus piernas.

Casi ni se dio cuenta cuando había cerrado de golpe la puerta de su hogar. En su interior, se encontró con un ambiente festivo. La familia se estaba preparando para celebrar el cumpleaños de Jack. Todos los presentes le regalaron una mirada interrogativa al oso envuelto en una crisis de pánico. Jack incluso se había bañado, peinado y arreglado con un traje nuevo cortesía de la señora Brown. El escenario quedó congelado ante la presencia del oso.

A Braulio ni siquiera le importó las consecuencias de su presencia en la casa. Con la mirada buscó a su esposa, quien se encontraba saliendo de la cocina con un trapo de cocina entre sus manos.

—¡Muriel! ¡Muriel! ¡Muriel! —exclamó casi sin aire acercándose a su esposa.

—¡¿Qué te pasa Braulio por la Sagrada Osa Mayor?! —exclamó su esposa contagiándose por la actitud de su esposo.

—Lo saben, lo saben, lo saben —balbuceó aún sin poder caber en sí.

—¿De qué estás hablando? —su esposa frunció el ceño con las manos en su cintura.

—¡Miren! ¡Cuánta gente vino para el cumpleaños de Jack! —comentó Yuri interrumpiendo el momento desde la ventana.

En ese momento los cinco hermanos Chad se aproximaron lentamente por la ventana. El antejardín estaba plagado por camionetas, furgonetas, y personas de todas las formas, tallas y especies. Pudieron reconocer a distintos canales de televisión y portales de internet entre los logos pintados en las furgonetas. Varias de aquellas personas traían enormes cámaras sobre sus hombros, notas, tablets, micrófonos, grabadoras, cuadernos. Muchos traían trajes formales de colores. Los cables y pisadas estaban arruinando el bello jardín que cuidadosamente la señora Brown estaba preparando. La multitud ocupaba la calzada, la calle, la calzada del frente y el antejardín del frente. El helicóptero se escuchaba más cercano.

—¡Oh por la Sagrada Osa Mayor! —musitó espantada la señora Brown, quien junto con su esposo y su hija se habían asomado por una ventana contigua.

—Buenos días, Lina.

Aquella misma mañana, la perrita fue sorprendida por el ogro ya adulto. Estaba saliendo del granero con dos enormes baldes cargados de leche. Se encontraba en la rutina matinal en la granja de su padre, ayudando a reducir el trabajo de su viejo padre. Eran jornadas agotadoras, puesto que no estaba acostumbrada al trabajo de campo. Esto se demostraba al ver cómo los baldes con leche le estaban ganando la batalla.

—Espera, te ayudo.

Antes de que pudiera replicar, Roger levantó los dos baldes sin mayor problema.

—¿A dónde quieres que los lleve? —se ofreció con amabilidad.

—A la casa. Sígueme.

Lina se encontraba aturdida ante la repentina ayuda. Roger la acompañaba en silencio a través de los campos y la naturaleza que se extendía por los terrenos de su padre.

—Aquí están —dijo Roger dejando los baldes sobre la mesa de la cocina.

—Muchas gracias —respondió Lina—. Por cierto, ¿qué haces aquí?

Aquella pregunta atrapó al ogro. Su sonrisa se borró, y un suspiro sentenció la seriedad del momento.

—Necesito trabajo —confesó.

—¿Qué? —Lina no parecía esperar esa respuesta.

—Recién ayer salí de prisión —le explicó—. Mi hermana ha estado manteniendo la casa a duras penas, y no me quiero quedar de brazos cruzados.

El silencio de Lina lo empujó a explayarse.

—Supe que tu padre tuvo un accidente hace poco. Pensé que podría servirle de ayuda en el campo.

—Yo lo he estado ayudando desde hace un tiempo —contestó Lina.

—¿Se te ha hecho difícil? —preguntó el ogro.

—Los años en la gran ciudad me han quitado la costumbre —suspiró desviando la mirada—, pero si necesitas trabajo, tendrás que hablar con mi papá.

—Exacto —Roger afirmó con la cabeza.

En ese momento se escuchó replicar las campanadas del timbre. Dejando el tema a un lado, ambos se aproximaron de forma automática hacia la entrada. Asomaron la cabeza por una entrada y vieron que el viejo señor Swart se les había adelantado.

—¡¿Yanette?!

—¡¿Peter?!

Lo vieron abrazar a una coneja alta color morada que usaba un desteñido vestido verde agua.

—¡No puedo creerlo! —el señor Swart balbuceaba con emoción—. ¡No puedo creer que sigas viva!

—¡Esperé tanto por este momento! —respondió la coneja con voz temblorosa.

—¡Hermanita! —prosiguió el perro—. ¡Simplemente no puedo creerlo!

—¿Qué rayos? —musitó Roger al lado de Lina con una confusión total.

—Mi papá me comentó que tenía una hermana perdida —le informó Lina—. Parece que es ella.

—En serio no puedo creerlo —comentaba Peter una vez finalizado el abrazo. La observaba de arriba a abajo mientras sus recuerdos se volvían a activar—. ¿En serio no eres una aparición?

—Por supuesto que no —respondió la coneja—. Soy yo, tu hermana Yanette.

—Es que en serio no puedo creerlo —comentó el perro enjugándose una lágrima—. ¿Qué ha sido de tí todos estos años?

—Tengo mucho que contarte y un par de favores que pedirte —le explicó la coneja.

—¡Claro! ¡Los que quieras! —el perro aceptó de inmediato.

—Ella se parece mucho a Yin y Yang —comentó Roger de improviso—. Acaso… ¿no será su madre?

—¡Cállate! ¡No digas estupideces! —masculló Lina. Casi sin pensarlo, como un acto reflejo, le dio un fuerte codazo en el estómago. El ogro apenas pudo ocultar su grito y el dolor por el golpe. Se terminó arrodillando mientras se encorvaba de dolor.

—Perdón, perdón —musitó sin aire.

Por un momento Lina se arrepintió del golpe, pero al recordar sus dichos, todo arrepentimiento se evaporó. Aquella idea le causaba escalofríos. Lo peor es que tenía razón en algo.

Ella sí se parecía a los gemelos Chad.


¡Patitos! El próximo domingo serán las elecciones presidenciales en Chile. Será un momento en donde el país escogerá no solo a su presidente, sino a sus senadores, diputados y consejeros regionales. Hasta el momento ha sido un gran año para la democracia, lleno de elecciones. Nos encontramos en las últimas elecciones del año, y una de las más importantes que van quedando. Es el momento de seguir modelando el país que queremos. Un país libre, un país democrático, un país para todos los patitos chilenos, y lo más importante: un país libre del dolor y la muerte del pasado y que ha causado tanto daño a nuestros padres y abuelos.

No olviden la consigna más importante: El fascismo no tiene cabida en una sociedad libre y democrática.

Ya saben por quién NO votar el próximo domingo.