Amor Prohibido - Capítulo 77

—Estamos aquí en la avenida Las Petunias a la altura del número trescientos setenta y cinco, justo afuera del hogar de la familia Brown, lugar en donde se encuentran los hijos nacidos del incesto en el bullado caso de los gemelos Chad. Hemos hecho guardia junto con otros colegas de otros medios de comunicación desde bien temprano en la mañana, y hasta el momento no hemos visto señales de vida. Como puede mostrar mi amigo camarógrafo, lo más que hemos visto es algún que otro movimiento de cortinas, pero hasta el momento nadie ha entrado ni salido del lugar. En todo caso, cualquier cosa que ocurra les estaremos avisando. Recordemos que en horas de la madrugada fuimos avisados de la localización de los hijos del incesto. Son cinco conejos, todos menores de edad, a cargo del matrimonio Brown, que según dicen fuentes cercanas, serían amigos de los Chad. En particular, Braulio Brown era un asiduo asistente al templo de la Sagrada Osa Mayor ubicado a unas tres cuadras de aquí…

Una nutria con un vistoso traje amarillo limón lanzaba su perorata a frente a una cámara sujeta por un joven gato con una chaqueta de mezclilla. Desde el estudio a través del auricular insertado en su oreja le ordenaron hacer tiempo durante su despacho en directo para el noticiero del mediodía. Detrás de ellos, la casa color púrpura con puerta y marco de ventanas blancas comenzaba a deslumbrar con sus colores gracias a los rayos solares que comenzaron a golpearla de frente tras el mediodía. Los periodistas aún pululaban como un enjambre de abejas por su alrededor.

—...de los cinco hijos que esta pareja tuvo, por lo menos dos de ellos nacieron con problemas congénitos severos —proseguía la periodista—... esperen, parece que tenemos movimiento afuera de la casa —el gato que sostenía la cámara le hizo señas para que volteara. Al voltearse, se percató junto con sus colegas de que alguien se estaba aproximando a la entrada del hogar—... sí, al parecer es una visita. Vamos a intentar acercarnos…

La periodista se dirigió al lugar con la dificultad de caminar con tacones sobre el césped, arrastrando un micrófono con cable y a su amigo gato que llevaba la cámara. Lo anterior, sin considerar a los demás periodistas que tuvieron la misma idea. Pronto, nuestro invitado se encontró rodeado de personajes entrometidos.

—¿Qué rayos? —un asustado Pablo no se podía creer la situación. Había llegado hasta donde los Brown sabiendo que los periodistas habían encontrado la ubicación de los hijos de Yin. Lo que no se esperaba es que hubieran tantos allí reunidos.

—Cuéntenos, ¿quién es usted? —la nutria había conseguido una ubicación de privilegio frente a frente del felino, lanzando su pregunta mientras conseguía meterle el micrófono dentro de la boca.

—¿Qué demonios? —cuestionó Pablo escupiendo el micrófono mientras que el espacio personal cada vez más reducido lo ponía más y más nervioso.

La lluvia de preguntas le cayó como un ruido ininteligible mientras la masa de curiosos amenazaba con estamparlo contra la puerta. El felino no tuvo más remedio que actuar. A pesar del peligro de que la masa lo aplastara, colocó un pie en tierra tocando el suelo con sus dedos índice y medio de sus manos entrelazadas. Cerró sus ojos y pronunció algo en voz baja que nadie pudo oír ni menos comprender. En un instante, una fuerza invisible empujó a todo el mundo a su alrededor. La nutria con su camarógrafo terminaron a mitad de calle. En un radio aproximado de diez metros, fueron lanzados todos los periodistas y curiosos que amenazaban con aplastarlo con sus preguntas.

—¡Vaya! Ya era hora —el felino se puso de pie y de inmediato la puerta detrás suyo se abrió. Entró rápidamente y la puerta se cerró antes de que la marea de periodistas regresara.

—¡No puedo creerlo! —comentó Pablo aún impresionado por lo recientemente vivido—. ¡¿Cómo consiguieron reunir tanta gente allí afuera?!

—Lo sé —un muy asustado señor Brown lo había recibido en la entrada—. ¿Ahora qué vamos a hacer? —jugueteaba nervioso con sus dedos.

Pablo le regaló un rápido vistazo y suspiró. Las noticias que traía no eran las mejores, pero peor era que los niños se quedaran en ese lugar. Unas horas más y esos tipos afuera terminarían por derribar la casa.

El resto de la familia se encontraba reunida en la sala. Era un ambiente enrarecido que se agudizó aún más con la presencia del felino. Más de alguno estaba junto a la ventana observando con nerviosismo el movimiento exterior. Había guirnaldas, globos y un cartel que decía «Feliz Cumpleaños». Había un pastel sobre la mesa de la cocina junto con varios dulces, golosinas y aperitivos. Todos los ojos se clavaron en el recién llegado.

—Vaya, veo que están celebrando algo —comentó Pablo observando los detalles de la fiesta.

El silencio aumentó sus nervios.

—¡Hola! —saludó tras carraspear un poco intentando ocultar sus nervios—. Para los que no me conocen, mi nombre es Pablo Schneider, y soy el abogado de su madre. Fue ella quién me envió hasta acá para sacarlos de aquí.

Yenny lo reconoció de inmediato. La respiración se le congeló al momento de reconocerlo. ¡Hasta la vestimenta era idéntica! ¿Además dijo que se llamaba Pablo? ¡¿Pablo?! Sus ojos se pegaron sobre aquel personaje mientras luchaba con un feroz deseo de arrancar. Su presencia era un constante recuerdo de la causa de todos sus problemas. Solo quería largarse a llorar. Una amargura inexplicable la dominaba con el paso de los segundos. Quería mantenerse estoica frente a sus hermanos. No quería terminar explicándoles la razón de su pesar. No quería contarles sobre el jardín de las almas perdidas, la flor de la verdad, sus pesadillas, la profecía finalmente cumplida. Sus palabras anudadas no alcanzaban para tantas explicaciones.

—¡Señor Pablo! ¿Cómo está?

Como siempre, Yuri se encargó de romper el hielo. Sin que nadie lo notara, la pequeña se paró junto al felino con las manos en la espalda y una sonrisa sospechosa. La repentina presencia por poco le provoca un infarto a un felino que aún no se sentía cómodo con el ambiente.

—Por-favor-n-no-vuelvas-a-a-hacer eso —rogó balbuceante mientras apretaba su pecho.

—¡Oh! Lo siento mucho —comentó la pequeña un tanto sorprendida—. Él es de quien les estaba hablando —se dirigió a sus hermanos apuntando hacia el felino—. Cuando me tocó ir al jardín de las almas perdidas, él me recibió, después apareció Marcelo, ¡y juntos viajamos al pasado! ¡Fue la aventura más genial que me ha tocado vivir! —agregó con una algarabía desbordante mientras daba unos cuantos saltitos de felicidad.

La respuesta del resto de sus presentes fue de un tremendo signo de interrogación. Esto fue notado por el felino, quien se sentía en una mayor desventaja tras aquella presentación.

—Eh… ¿Qué? —fue Jack quien materializó la pregunta que todos tenían presentes.

—Estos niños y su creatividad tan… desbordante —Pablo intentó minimizar el discurso de Yuri con una risa nerviosa mientras acariciaba con rudeza la cabeza de la pequeña. Tenía la suficiente cordura como para aceptar que un viaje en el tiempo no era un tema tan trivial como el sabor del jugo del desayuno—. El asunto es que vine aquí en calidad de abogado para conversar con ustedes sobre un tema un tanto, ejem, delicado.

—Yuri, ¿dijiste jardín de las almas perdidas? —fue Yenny quien interrumpió esta vez su discurso. El felino ya sentía nuevamente el filo de la espada sobre su cuello.

—¡Sí! —afirmó la pequeña con inocencia—. Era un lugar con un cielo morado, muchos árboles, pasto, flores, un lago, viento, era muy fresco y tranquilo.

Aquella descripción era exactamente la misma que la experiencia vivida por Yenny. El temor se volvió coraje. Una cosa era su propia experiencia personal, pero otra era meterse con sus hermanos.

—Yo te conozco —en un golpe de valor, Yenny se puso de pie, confrontando con seriedad al felino, y aumentando las interrogantes sobre el resto de los presentes.

—¡Oh, vamos! —respondió nervioso—. Eso de que me conozcas, no me conozcas, ¿Qué importa? Lo importante es el presente, ¿no?

Ni siquiera se dio cuenta hasta que el dolor sobre su espalda lo delató. Se encontraba en el suelo, chocando contra la pared de su espalda. Una pequeña mesita que había allí terminó en el otro extremo de la habitación hecha pedazos, junto con una delicada ollita de loza. Sobre él se encontraba una atemorizante Yenny sujetándolo del cuello de su camisa impolutamente blanca. De sus manos surgió un brillo celeste claro como una débil llamarada de humo. Sus ojos brillaron con luz propia, emanando un brillo similar al de sus manos. La situación amenazante dejó a un Pablo al borde del colapso nervioso.

—¿Qué le hiciste a Yuri? —farfulló la coneja en un tono amenazante.

El felino se encontraba en la extrema situación de usar sus poderes contra ella. Él no quería. No quería dañar a uno de los hijos de Yin. Además, luego de ser testigo del poder de Yuri, no quería averiguar el potencial del resto de sus hermanos. Eran momentos claves en que el diálogo los acercaba a la solución, y la violencia a los problemas.

—Na-na-nada —balbuceó con voz entrecortada—. E-e-e-ella está bien. ¿No lo ves?

Su respuesta no parecía convencerlo. Apretó los puños con más fuerza.

—¡Yenny! ¡Basta! —Yuri se acercó para intervenir en su defensa—. ¡Él no es malo! ¡Vamos, déjalo!

La pequeña sujetó a su hermana del hombro y empezó a tironearla con el afán de conseguir que soltara al felino. Pablo en cambio, temía terminar mojando los pantalones. Yenny parecía ser lo más atemorizante alguna vez visto en su vida. La intervención de Yuri pareció surtir efecto en ella porque sintió que la presión de sus manos disminuía.

—¡Él es buena onda! —insistió suplicante—. Le sabe al shitpost.

Repentinamente, Jacob se puso de pie de su asiento, atrayendo la atención de todos los presentes.

—¿Quién es usted realmente? —le preguntó ajustando sus anteojos.

La presión disminuyó sobre el felino mientras él terminó atrapado en un ataque de risa. Los nervios ya lo habían dominado, y eso que ni siquiera comenzaba a dar su información tan valiosa.

—Está bien, está bien, me pillaron —Pablo se sintió liberado tras su larga risotada. Aprovechó el momento de quitarse a Yuri de encima y ser testigo de la lluvia de miradas aún más cargadas de interrogantes—. Sí, soy abogado, bueno, no en este país. Me gradué en India y aún necesito convalidar mi título pero esos son solo detalles —explicó hablando rápido—, pero también soy el guardián del Jardín de las almas perdidas.

Mientras la interrogante ante esa presentación aumentaba, el felino se puso de pie de un salto. Los miró a todos de reojo con orgullo antes de demostrar su palabra. Extendió sus dos brazos junto con sus respectivos dedos índices. El brazo derecho lo extendió apuntando al techo mientras que su brazo izquierdo lo extendió apuntando al suelo. Ambos dedos se iluminaron formando una pequeña bola dorada. Su brazo derecho descendió hacia su derecha mientras que el izquierdo ascendió hacia su izquierda. Las bolas le ayudaron a dibujar un semicírculo dorado que al completarse armaron un círculo completo. Mientras lo dibujaba, un viento provenía desde él azotando toda la habitación con la fuerza de un ventilador. Una vez dibujado el círculo, se pudo apreciar una imágen en su interior. Todos los presentes se acercaron con curiosidad y temor mientras dicha imágen se volvía cada vez más nítida. Era precisamente el lugar que Yenny y Yuri podían reconocer.

—¿Qué es eso? —preguntó Jack impresionado.

—Esto, querido amigo —contestó Pablo con orgullo—, es el Jardín de las Almas Perdidas.

Los gritos ahogados, las miradas de impresión, la curiosidad sobrecargada, invadieron el lugar. Del otro lado se podía apreciar una especie de prado, con unos cuantos árboles,un lago cercano. La pasividad del sitio atravesaba el portal y llegaba a los corazones de los presentes.

—¿Cómo hizo eso? —preguntó Jacob impresionado mientras extendía una mano para tocar la imágen.

—Ya te dije que soy el guardián del Jardín de las Almas Perdidas —respondió mientras le daba un manotazo a su mano para impedirle tocar—, y si no te quieres perder allí, será mejor que alejes tus manotas —le advirtió.

Acto seguido, tocó el borde dorado, haciendo desaparecer el portal, la imágen, la magia y el viento. La habitación regresó a su antigua monotonía, que parecía abrumadoramente aburrida luego de esta experiencia.

—Bien, ahora que tengo su atención, necesito con suma, real, urgente, necesaria, inmediata, urgencia su atención —prosiguió Pablo aprovechando el silencio.

Tras aclararse la garganta, continuó:

—Como les iba diciendo, actualmente vengo como el abogado de su madre. En nombre de ella vengo a darles una información muy…

—¿Mamá? ¿Cómo está mamá? ¿Cómo está su embarazo? —lo interrumpió Jack.

—¿Qué fue de papá? —lo secundó Jacob.

El felino quedó en blanco. En el fondo no tenía idea sobre qué tan informados estaban los chicos con respecto a los últimos acontecimientos. Observó de reojo a los señores Brown en busca de un salvavidas.

—De todos lo que usted nos ha contado le hemos hablado solo a Yenny —se adelantó el señor Brown—. Quedamos en que ella encontraría el mejor momento para decirle a los demás.

Ahora todas las miradas recayeron sobre la coneja. Ella se había quedado en un costado, al lado de la ventana. Sintió el peso de la lluvia de miradas exigiendo respuestas.

—Si me lo permiten, déjenme recapitular toda la información necesaria para entregar mi anuncio —intervino Pablo con voz solemne.

Ambos osos aceptaron afirmando con la cabeza.

—Escuchen chicos —habló tras un suspiro—. Mamá está bien. Salió anoche del hospital. Su embarazo se encuentra estable. Yo personalmente me encargué de que recibiera la atención pertinente en la cárcel…

—¿Mamá está presa? —lo interrumpió Jack con un grito desgarrador.

—Era inevitable —contestó regresando a su nerviosismo—. Con todo lo que ha pasado…

La mirada de Jack comenzó a inyectarse con furia. Esto obligó a Pablo a ser más conciso.

—¡Pero será por poco tiempo! —explicó—. Les prometo que encontraré la forma de sacarla de prisión y volverá con ustedes —finalizó su discurso con una sonrisa que buscaba ocultar sus temores.

—¿Qué fue de papá? —intervino Jacob con seriedad.

—Bueno, él —Pablo intentó recomponerse—... él consiguió otro abogado y salió de la cárcel.

—¿Qué? —Jacob arqueó una ceja.

—O al menos es la información oficial —le explicó el felino—. En realidad no tenemos mayor idea de dónde está —agregó pensativo—. De hecho, dada la forma en que sucedieron los hechos, sospecho más bien que él escapó de prisión.

Los hermanos Chad quedaron con la boca abierta de la impresión. Sin duda era un vuelco en la historia que no esperaban.

—Apenas tengamos información de su padre, se los diré —zanjó Pablo juntando sus palmas—. Ahora lo importante es hablar de ustedes. ¿Qué tan bien se llevan con su abuela?

Aquel abrupto cambio de tema torció el rostro de los conejos. Desde seriedad por parte de los mayores hasta temor por parte de los menores, el abanico de emociones reflejadas no vaticinaba nada bueno.

—Ella era agradable —intervino Yuri—, bueno, en 1952 era agradable —agregó pensativa.

—Pero no estamos en 1952 —le recordó Pablo—. Hoy es una señora mayor de unos ochenta y tantos años, y será ella quién se hará cargo de ustedes.

La impresión nuevamente se apoderó de todos. Fue una impresión que golpea los estómagos y deja sin aliento. Antes que existiera alguna reacción, Pablo intervino:

—Cuando conversamos eso con su madre, ella también se mostraba muy reacia a aceptar. Finalmente aceptó luego de saber que habían descubierto esta casa. La señora Yanette ofrece una estancia lejos de la ciudad. ¡Yo mismo fui a visitarla esta mañana! Es una casona en el campo a las afueras de un pueblo alejado de toda bulla. Es tranquilo, amplio, seguro. Allí ningún periodista los va a molestar. Además, durante la firma del contrato, nos comprometimos a que yo, Marcelo y Jobeaux íbamos a estar al tanto de todo para evitar cualquier problema con su abuela. Les aseguro que todo, absolutamente todo, va a salir bien.

El silencio aumentó la tensión del momento. Finalmente Yenny fue la primera en reaccionar.

—Eso es imposible —advirtió amenazante.

—A ver, quiero ver el contrato —advirtió la señora Brown interviniendo en la escena.

En silencio, Pablo extrajo un documento del bolsillo de su chaqueta y se lo extendió a la osa. La señora Brown extrajo un par de pequeños anteojos de marco dorado y se los colocó. Con profunda seriedad, revisó cada coma de las tres hojas que conforman el contrato. Leyó cada palabra detenidamente, en un análisis detectivesco.

—Los niños no pueden seguir aquí —prosiguió Pablo su explicación a los señores Brown—, no ahora que la prensa y el mundo sabe dónde están.

—¿Y cómo lo descubrieron? —preguntó el señor Brown aún temeroso.

—Colocaron un dispositivo de rastreo al auto que trajo a Yuri a casa anoche —le explicó—. Marcelo y Jobeaux estaban al tanto de la seguridad, pero se les pasó ese detalle.

—¡Es imposible! —Yenny nuevamente intervino con un grito—. ¡Mamá no nos puede haber dejado con esa vieja loca! —la furia se le notaba a flor de piel, acompañada con una mirada asesina.

—Era la única alternativa —rebatió el felino—. ¡Pero no se preocupen! No estarán solos con su abuela. El lugar al que vamos técnicamente es propiedad de un hermano de ella. Él está allí viviendo con su familia y sus trabajadores. ¡Son personas muy simpáticas! Además, yo, Marcelo y Jobeaux los visitaremos con frecuencia. Yo llegaré con cualquier información sobre sus padres. Además, apenas logre sacar de prisión a su mamá, ella también podrá quedarse con ustedes allí. ¡Es el mejor lugar y el más seguro en el que pueden quedarse!

Nuevamente era una explicación que no lograba convencer a la coneja. El resto de sus hermanos se encontraba meditando la noticia.

—Pues parece todo en orden —sentenció la señora Brown guardando sus anteojos y devolviéndole los papeles al abogado—. Es una tuición temporal que permanecerá mientras la madre se encuentre tras las rejas o los hijos alcancen la mayoría de edad.

El silencio daba a entender que los Brown comenzaban a aceptar la decisión tomada. Era una decisión que ponía entre las cuerdas a los conejos.

—Yo no lo entiendo —intervino Jack con nerviosismo—. ¿Por qué mamá no le cedió nuestra custodia a alguien más? Digo, estábamos bien aquí, ¿no?

—Discutimos eso —respondió Pablo con serenidad—. Aquí ya no están a salvo porque la prensa los encontró, y no conocemos a nadie más que tenga a disposición un lugar escondido y cómodo para los cinco.

Tras un nuevo silencio y miradas espantadas de los cinco, Pablo continuó con pesar:

—Lo siento, chicos, pero era la única alternativa que encontramos.

—No quiero ir con ella —fue la intervención de Jimmy.

El pequeño era quien parecía ser el más aterrado. No era tanto por lo que le pudiera hacer la anciana. Era más bien terror por la reacción de sus emociones que podía desencadenar una nueva explosión como la que acabó con su antiguo colegio y se llevó tantas vidas consigo. Él mismo se sentía como una bomba de tiempo y veía en la anciana la contraseña para hacerla estallar.

—Yo tampoco voy —se sumó Yenny decidida cruzándose de brazos—, y tampoco permitiré que se lleven a alguno de mis hermanos.

La ansiedad aumentó en el felino ahora que veía la resistencia de los niños. No quería que el momento terminara en una pelea, más ahora que sabía lo que Yenny podía hacer. Marcelo le había advertido que la mayor de los Chad era la menos poderosa y que su poder se duplicaba conforme a su edad. Sonaba algo confuso en los detalles, pero en esencia no auguraba nada bueno.

—Esperen un momento —intentó calmar las aguas—. Entiendo que ustedes no se lleven bien con su abuela, ¡pero será por poco tiempo!

—Yo tampoco voy —se decidió Jack instalándose en un sillón—. Si el planeta entero se entera de nuestro paradero, ¡perfecto! ¡Defenderemos esta casa! —agregó con una decisión agresiva.

Acto seguido algo rompió el vidrio del ventanal. Los cristales eran tan delicados que bastó un golpe en el medio para dejar media ventana sin vidrio. Esto asustó al grupo, que lo sintió como un screamer en medio de la tensión. Lo que parecía ser una piedra de unos veinte centímetros de diámetros terminó por soltar un denso y oscuro humo negro que pronto terminó por cubrir toda la habitación. El olor era apestoso y apenas dejaba respirar. Pronto, todos terminaron tosiendo en medio de la desesperación por buscar respirar.

—¡Foonado!

Con sus brazos, Jack generó un par de tornados con los cuales redireccionó todo el humo por el agujero de la ventana hacia el exterior, dejando el lugar tan limpio como antes del lanzamiento de la piedra.

Pronto, pudieron notar que las personas de afuera comenzaron a toser. El efecto no fue tan intenso debido a que se encontraban al aire libre. Lo que impresionó a todo el grupo fue que había muchas más personas que antes. Por lo menos la cantidad se había quintuplicado.

—A continuación un grupo de manifestantes se han aproximado a la casa, y podemos ver que están comenzando a lanzar proyectiles hacia el interior —explicaba la nutria periodista desde el exterior.

Las personas que se acercaban se veían agresivas. Armadas con palos, garrotes, piedras, se aproximaban a pocos centímetros de las paredes y ventanas, rodeando la casa. Un aire de claustrofobia invadió el ambiente. Jacob no dejaba de toser.

—Bueno, si quieres defender la casa, es tu momento campeón —le dijo el felino a Jack con ironía.

Jack se tomó aquel comentario como un reto. De un salto, se puso de pie, abandonando la habitación de una carrera, dejando al resto con la curiosidad sobre qué pretendía. Pronto, el conejo logró subir hasta el tejado de la casa, a un tiempo en que los invasores comenzaron a romper los vidrios del primer piso.

—¡Campo Foo!

Una cúpula celeste cielo semitransparente rodeó toda la casa, alejando a los invasores. La mayoría de los asaltantes fueron empujados varios metros hacia atrás. Un par de ellos se habían colado hacia el interior, haciendo ruido desde la cocina y el comedor.

Casi sin pensarlo, Susan y Yenny se pusieron en acción. Yenny entró a la cocina antes de que el invasor se percatara de su presencia. Cuando finalmente la vió, ella lo golpeó con una silla dejándolo inconsciente en el suelo. Susan por su parte le lanzó unos platos de una vajilla que encontró en el lugar. Un par de certeros disparos terminaron con el invasor inconsciente en el suelo.

—¡Jacob! ¿Estás bien? —mientras, la señora Brown se acercó con preocupación al conejo, quien no había dejado de toser.

Jacob tosía con constancia y cansancio. El aire comenzaba a faltarle. Era un ciclo que poco a poco lo dejaba sin aliento.

—Es-estoy-bien —balbuceó a duras penas intentando ponerse de pie, pero cuyo ataque lo empujó a caer de rodillas.

—¡Oh cielo santo! —exclamó la osa con preocupación—. ¡Braulio! ¡Debemos hacer algo!

Su asma había reaccionado ante el humo de la bomba. El chico se esforzaba de sobremanera para acabar con ese ataque de tos. No quería, por nada del mundo, por lo más sagrado de lo sagrado, terminar siendo una carga en un momento tan difícil. La falta de aire pronto debilitaría esos pensamientos. De hecho, comenzó a debilitar todo pensamiento. Pronto, terminó desvaneciéndose en medio de la habitación.

Mientras tanto en el tejado, Jack no la tenía fácil. No esperaba tener que mantener su Campo Foo por tanto tiempo. Requería de una concentración que simplemente no disponía. Por más que empujaba a los invasores con su Woo Foo, ellos eran muy insistentes. Más de una vez, por culpa de su cansancio mental, se veía obligado a apagar su Campo Foo durante un par de segundos, oportunidad para que más de uno lograra colarse al interior del hogar. Por fortuna, al interior, Yenny y Susan se encargaban de la defensa. Lamentablemente la situación se volvió más compleja. El helicóptero que pululaba por los aires se acercó demasiado al tejado, poniendo a prueba la concentración del conejo. El cansancio de la insistencia era una prueba de fuego. El momento en que lo quebraron fue cuando unas cuantas personas bajaron de un salto desde el helicóptero hasta el tejado. Pelear para defenderse de esos sujetos y mantener el Campo Foo activo simplemente le era imposible.

El final del Campo Foo significó una labor titánica para la defensa interna. Yenny no estaba preparada para la entrada tan masiva de gente, quienes fácilmente la redujeron. Por lo menos tres sujetos se le subieron encima, sujetándola de las manos, los pies y el cuello. El momento asfixiante y las miradas cargada de maldad, acompañadas de groserías de grueso calibre la atemorizaban completamente.

—¡Tomen chipote! —poco a poco los tipos terminaron inconscientes en el suelo. Yenny se reincorporó de un salto, atenta a cualquier ataque. Solo pudo ver a Yuri con el único e inigualable Chipote Chillón entre sus manos.

—¿De dónde sacaste eso? —le preguntó Yenny.

—No lo sé —la pequeña se encogió de hombros.

En eso, una nueva horda de invasores se peleaba por entrar a través de la ventana.

—Hora de patear traseros —comentó Yuri desafiante apretando con fuerza el mango de su Chipote Chillón.

Yenny apretó los puños con fuerza. La llamarada celeste nuevamente los cubrió. Sus ojos brillaron con luz propia.

Jack acabó con sus enemigos con facilidad, lanzándolos desde el tejado. Un temblor por poco y lo tiran a él también. Desde arriba pudo ver cómo los invasores comenzaron a golpear las paredes con enormes mazos de acero. Con cada golpe, iban trizando más y más las paredes. ¡Pretendían echar abajo la casa!

—Rayos —balbuceó antes de lanzarse a detenerlos.


PRIMERO: Plantaré los árboles que sean necesarios para salvar esta democracia.

SEGUNDO: Un abrazo patotástico a nuestros amigos de Perú, Ecuador y Colombia, quienes vivieron esta mañana un feroz terremoto. Esperamos que se encuentren bien.

TERCERO: La próxima semana estaré algo ocupada preparando un importante viaje por asuntos de trabajo. El viaje precisamente inicia el próximo domingo. Es muy (pero muy) probable que no pueda publicar Amor Prohibido el próximo domingo, aunque siempre es posible que me haga un tiempo y escriba algo durante la semana. Por lo mismo les pido que estén atentos a las redes sociales de la editorial. Si no publico, ya estarán al tanto de las razones. ¡Hasta la próxima!