PRIMERO: plantaré los árboles que sean necesarios para salvar esta democracia.
SEGUNDO: ¡He regresado! Lamento mucho la ausencia la semana pasada, pero ya les comenté las razones. Por lo anterior he regresado con este capítulo XL que espero puedan disfrutar.
TERCERO: Aparte de este episodio, ¡Nos queda un capítulo solamente antes de fin de año! Debido a las elecciones de segunda vuelta en Chile y su delicadeza, la editorial ha decidido no estrenar nuevo capítulo el próximo domingo 19. Es así como solo nos queda el domingo 26 de diciembre como último capítulo del año. De antemano (y con mucho adelanto) les deseamos una Feliz Navidad y nos estaremos viendo por acá el 26 (Polidrama y el Tiempo en Chillán prosiguen con normalidad, por si quieren saber de estos patitos antes de Navidad). Además, esperamos que este capítulo XL también compense nuestra ausencia la próxima semana.
Amor Prohibido - Capítulo 78
—Oye Lina.
—¿Hmm?
—¿Estás bien?
Lina y Roger se quedaron a cargo de darle la bienvenida a la van desde la entrada de la granja del señor Swart. La supuesta hermana de su padre vino acompañada de un par de sujetos, de los cuales sólo pudo reconocer al viejo Kraggler. La situación le parecía más que estrambótica a la perrita, incluso considerando las palabras de Roger. Esa idea retumbaba en su cabeza como un martirio infernal. Si la hermana de su padre era la madre de Yang, entonces ella y Yang…
Su padre, luego que la coneja y su séquito se fueran a bordo de una van plateada, les pidió a Roger y Lina que prepararan todo para la bienvenida de los nietos de la coneja. Lina sintió el aturdimiento tras aquellas palabras. No había mucha oportunidad para pensar. Entre limpiar los cuartos, preparar las camas, preparar el almuerzo, limpiar la casona, atender a los animales, y otras tareas cotidianas de la granja, se les fue la hora. Recién junto a la verja blanca de madera, bajo un enorme sauce, rodeada de toda la naturaleza, su mente logró meditar.
—¿Por qué dijiste eso? —la perrita rompió el silencio disparando contra el ogro.
—¿Qué cosa? —preguntó Roger confundido.
—Eso, de que ella se parecía a Yin y Yang.
—Bueno, es solo mi parecer —el ogro se cruzó de brazos.
—¿Tienes idea de lo que eso significa? —le advirtió Lina con un índice amenazante.
—Eh… ¿no? —respondió nervioso encogiéndose de hombros.
—¡Que Yang y yo somos…! —aunque la última palabra pasó por su cabeza, no tuvo la fuerza de pronunciarla. Aquella palabra fue el dardo que terminó por quebrar todo lo que conocía como fortaleza.
—Este… ¿Estás bien? —Roger se veía totalmente confundido por la reacción de Lina. De hecho se sentía confundido desde que puso un pie en la granja. Solo había llegado para pedir trabajo por comida para él y su hermana, y terminó esperando la visita de los nietos de una misteriosa señora que se parecía a sus antiguos amigos. Él intentaba desentenderse del asunto. Mientras pudiera comer, todo estaba bien. A pesar de aquello, no podía evitar despegar su mente de todo lo que ocurría a su alrededor.
Como respuesta, ella lo abrazó con fuerza. En un principio, la confusión congeló al ogro. La fuerza venía cargada de desesperación. La perrita comenzó a sollozar sobre su camisa a cuadros. Las preguntas se amontonaron en un aturdido ogro. Su única reacción fue devolverle el abrazo, cubriendo su cabeza con sus gruesos y escamosas manos. La presionó contra sí esperando regalarle algo de consuelo. Los sollozos se hicieron más fuertes. Lina se aferraba a él como una tabla salvavidas.
—Ya, ya. Todo estará bien —le susurraba el ogro.
Ambos se quedaron así por un largo rato. El viento les regalaba un masaje y las hojas el ruido blanco. No había señales de ningún vehículo acercándose por el camino de tierra.
La van plateada esperada en tanto, se encontraba arribando sobre la Avenida Las Petunias. A la conductora no le importó la muchedumbre allí reunida y aceleró a toda prisa rumbo a su destino. Aquellos más diestros alcanzaron a arrancar del camino de un salto digno de una película. Los más distraídos terminaron atrapados por las ruedas del vehículo con un final no tan satisfactorio. Sus gritos fueron la seña para los que rodeaban la casa de los Brown estuvieran atentos ante este inesperado arribo.
De un frenazo, Yanette detuvo la van frente a la casa. Con impresión, se acercó a la ventana del copiloto, observando el espectáculo. Sus acompañantes hicieron lo mismo desde la ventana trasera. La impresión no cabía en sí. Ojos y bocas completamente abiertos no esperaban la recibida que estaban teniendo.
Todo se podría resumir en una oración: apocalipsis zombi. Eran cientos, por no decir miles, de personas que acosaban la casa. Escalaban por las paredes, golpeaban —o entraban— por las ventanas, caminaban sobre el techo, rompían las murallas, pisaban el jardín. Literalmente estaban lloviendo personas sobre la casa gracias al helicóptero desde donde se lanzaban. Desde el tejado, ellos podían notar cómo algunos eran lanzados hacia el vacío, pero la cantidad de invasores no parecía mermar.
—¿Qué están esperando? —Yanette fue la primera en reaccionar—. ¡Vamos a ayudarlos!
La puerta de la van se descorrió y Freddy fue el primero en saltar. La araña lanzó dos cuerdas muy juntas entre ellas en dirección a la entrada del hogar. Cada una fue lanzada desde un brazo diferente. Apenas sus extremos quedaron pegados en la puerta, la araña extendió sus brazos. De inmediato, ambas cuerdas se separaron, empujando a toda persona que interrumpiera su camino. Esto permitió crear un camino directo sin obstáculos. El hedor ayudó a que nadie se atreviera a desafiar la telaraña. Freddy fortaleció el camino con más cuerdas, generando una especie de verja hecha de maloliente telaraña.
Mientras, Kraggler saltó. No tuvo que recorrer bastante para conseguir la juventud y fortaleza que necesitaba para luchar. La mayoría de los presentes eran periodistas y camarógrafos jóvenes —muchos de ellos tan solo practicantes—. Varios perdieron su juventud y vida, terminando como ancianos que apenas podían ponerse de pie. Nuestra gárgola en cambio regresó a sus años mozos y poderosos.
—¡Iré por el tejado! —anunció mientras que de un salto impulsivo voló hacia su destino.
Yanette bajó de inmediato de la van. Cubriéndose la nariz y la boca con su chaqueta, corrió a través del camino creado por la araña hasta llegar a la puerta. De una patada la derribó, ingresando al living del lugar. Allí se encontró con Jimmy, los señores Brown y Pablo en torno a quien parecía ser Jacob tirado en el suelo.
—¡Rápido! ¡Llévenselo de aquí! —fue lo primero que advirtió la coneja con alarma.
—¡Señora Yanette! —la saludó Pablo alarmado por la repentina visita—. ¡Estamos siendo atacados! —agregó con pavor.
—¡Ya lo sé! —respondió la coneja—. ¡Los niños deben subir a la van! ¡Ahora!
—¡Jacob se acaba de desmayar! —le informó el felino apuntando hacia el conejo inconsciente.
Con seriedad, la anciana se acercó a grandes zancadas hacia el conejo. Jimmy retrocedió instintivamente al notar la presencia de su abuela. Desde dos metros de distancia, la observó con pavor mientras ella se arrodillaba junto a su hermano. Pronto, sus manos comenzaron a temblar. Apretó los ojos intentando tranquilizarse. A lo que realmente le temía era a repetir la explosión. Temía asesinar a su familia en el proceso.
—Está muy mal. ¡Apenas respira! —le informó la señora Brown a su lado.
—Pablo, vé a buscar al resto de los niños —Yanette se volteó hacia el felino—. Kraggler y Freddy están afuera conteniendo a esos locos. Encargate de que cada uno esté dentro de la van. Yo me encargaré de él.
El felino asintió con nerviosismo. Se puso de pie y abandonó la habitación de un trote.
Kraggler no tuvo mayor problema en acabar con la mayor parte de los invasores. De un solo golpe, los lanzaba lo suficientemente lejos para que no regresaran. De un solo vuelo acababa con más de veinte. La libertad, el poder y la fuerza cortesía de la juventud, lo llenaban de vida. Sentía la energía y rebeldía recorrer cada célula de su cuerpo. Por cada golpe, ganaba la energía para golpear a diez más. En poco rato había vaciado el tejado de los invasores. El helicóptero lo terminó destruyendo y lanzándolo hacia quién sabe dónde. En el lugar solamente quedó un exhausto Jack. Se encontraba de rodillas en el suelo respirando agitadamente. Aquella lucha fue más que desgastante para él. Sentía que el dolor lo abrazaba y que no lo dejaría volver a moverse.
—¿Qué? ¿Ya te cansaste? —Kraggler se paró frente a él—. ¡Esto no es nada! ¡Vamos niño!
La gárgola extendió su mano para ayudarlo a ponerse de pie.
—¿Quién eres tú? —balbuceó agitado.
—Me llamo Kraggler —le sonrió—. Vamos, te sacaré de aquí.
En un último esfuerzo, el conejo levantó su brazo y estrechó su mano con la del recién llegado. Al mismo tiempo, un nuevo temblor remeció el momento. Un grupo continuaba buscando echar abajo la casa.
—Parece que esto aún no ha terminado —Kraggler le sonrió—. ¡Vamos!
Antes de que Jack pudiera procesar algo, la gárgola lo levantó entre sus brazos y se fue volando en dirección a la van.
Desde el suelo, Pablo pudo ver a la gárgola llevándose a Jack, siendo un alivio más para el felino. Él traía sujeto de cada mano a los dos menores de la familia parecía correr casi al ritmo del felino, absorbiendo la adrenalina del momento. Jimmy era quien más resistencia oponía. No quería estar adentro con su abuela, pero tampoco quería entrar a la van. El felino casi y lo arrastraba por el camino. En su entorno ya no había mucha resistencia por acercarse a ellos. En el antejardín la mayoría eran periodistas, quienes se encontraban distraídos con el vuelo de la gárgola, las acciones de los invasores, y la extraña cuerda-telaraña.
—¡Vamos Jimmy! ¡No hay tiempo que perder! —Yuri se soltó de la mano del felino para acercarse a su hermanito, quien había caído de rodillas en el suelo.
Ambos se miraron a los ojos, y la coneja pudo ver el pesar en la mirada de su hermano. Ella no era tonta. Sabía que el pequeño temía por su destino en casa de su abuela. A diferencia de ella, él solo conocía aquella aterradora anciana que amenazaba con dañarlo con la mirada.
—Jimmy, no dejaré que nada te pase —lo tomó de los hombros para llamar su atención—. Esa señora no te va tocar un solo pelo. Esta vez hablo en serio. ¡Te lo juro!
La mirada cargada de un fulgor brillante atravesó la capa protectora del corazón de Jimmy. El pequeño sabía que su hermana hablaba en serio, pero aún dudaba si realmente podía cumplir su palabra. Ella era muy despistada como para cumplir una promesa. Pero ese no era el momento para este tipo de cuestionamientos. Tenía miedo del entorno. Tenía miedo del futuro. Tenía miedo de sí mismo. Solo el silencio, el vacío, la nada, podía protegerlo de cualquier cosa que lo dañara o pudiera dañar. Lamentablemente, sus deseos no parecían hacerse realidad en el corto plazo.
El chico se puso de pie con cierta dificultad, pero su hermana lo ayudó a levantarse y lo empujó para apurar la marcha.
—¡Vamos! ¡Apúrate! —le pidió.
Mientras, en el interior de la casa, Yenny y Susan aún luchaban por evitar que más invasores se acercaran a ellos, pero era una batalla perdida. La coneja tenía una enorme herida en su cabeza. La sangre ya seca había chorreado por parte de su cara y su vestido. Eso no fue impedimento para continuar con la lucha. En el living, Yanette inspeccionaba a Jacob, con la cabeza en su regazo. Levantó un índice, formando una pequeña bola celeste cielo y muy brillante. De un momento a otro la lanzó hacia la cara de su nieto bajando el índice. La bola se esparció entre la nariz y la boca y se dividió entrando al interior del chico. Los señores Brown eran los únicos que observaban con atención lo sucedido.
—¡Ya nos tienen atrapados! —exclamó Susan entrando a la habitación.
—¡Si no salimos ahora estamos fritos! —secundó Yenny entrando junto a su amiga.
De inmediato ambas aseguraron las puertas interiores, para evitar que los invasores terminaran por atraparlos.
Al segundo en que Yenny se percató de la presencia de su abuela y de que tenía a Jacob en su regazo, su hermano se levantó de pronto. Tosió un par de veces mientras una luz celeste parpadeó desde el interior de su cabeza, notándose a través de sus pupilas, orejas, nariz y boca. La coneja no pudo reaccionar ante lo que estaba pasando, al tiempo en que su abuela se puso de pie y la observó con seriedad.
—¡Pero mira esa herida que tienes ahí! —la anciana se acercó hacia ella.
—¿Q-que ha-hace aquí? —tartamudeó en un golpe de ira y miedo.
Yanette no le hizo caso. Extendió su palma, desde donde formó un disco grueso de la misma luz celeste brillante. Lo acercó a la herida de la coneja. Aunque Yenny intentó alejarse con desconfianza, su abuela fue más rápida. Sintió un rápido alivio apenas la luz hizo contacto con la herida.
—¡No puede ser! —exclamó Susan impresionada.
—¿Qué? ¿Qué ocurre? —preguntó la coneja aturdida.
—¡Tu herida no está! —le informó su amiga.
—¿Estás mejor? —le preguntó su abuela.
La chica tocó su cabeza en el lugar de la herida, y la notó completamente limpia. Era como si nadie hubiera reventado una botella de vidrio en su cabeza. Se tocaba una y otra vez sin poder comprender lo que estaba ocurriendo.
—Jack, Jimmy y Yuri están en la van —Pablo llegó corriendo y agitado hasta la entrada del hogar.
—Perfecto —celebró Yanette—. Solo faltan ustedes dos —agregó regalándole una mirada a cada uno de sus nietos—. ¿Te encuentras bien? —la coneja se aproximó hacia un aún confundido Jacob.
—Creo que sí —respondió rascándose la nuca—. ¿Qué me pasó?
—Tuviste un ataque de asma luego de que lanzaran ese gas venenoso —le informó el señor Brown con tono preocupado.
—¡Sí! Luego de eso te pusiste a toser, te faltó el aire y te desmayaste —completó su esposa.
—¿Puedes ponerte de pie? —le preguntó Yanette hincándose a su lado.
El conejo lo intentó. Tras dar un par de pasos sintió el mareo y pareció caerse de punta, pero su abuela pudo retenerlo a tiempo desde el hombro.
—Será mejor llevarte en brazos —decidió—. Yenny, ayúdame —le ordenó volteandose hacia ella.
Casi como un acto reflejo empujado por la adrenalina del momento, ayudó a su abuela a levantar a Jacob y llevárselo rumbo a la salida. De muy cerca, Pablo las seguía ante cualquier dificultad que pudieran tener. En esos momentos, la acción era primordial. Las preguntas podían esperar.
Las miradas confusas se multiplicaron entre la muchedumbre reunida. La violencia y el peligro disminuía gracias a Kraggler, quien ya se había deshecho de todos los vándalos. Sentía como si esa rutina de ejercicio le hubiera devuelto la vida. Desde el aire pudo ver como el resto de la familia subía a la van y Freddy deshacía la telaraña. Era la señal de la misión cumplida. Volando ingresó a la van al tiempo en que los años le cayeron encima regresándolo a la ancianidad acostumbrada.
—¡Vaya aventura! —exclamó aún emocionado—. Ojalá podamos volver a repetirlo pronto.
—A este paso sin duda que sí —le respondió Freddy desde el asiento del copiloto.
Las puertas estaban cerradas. Yanette pisó el acelerador. A pesar de la violenta llegada como ejemplo, no faltó el despistado que aún continuaba en medio del camino de la van. Este grupo terminó bajo las ruedas del vehículo, el cual abandonó el sitio a gran velocidad.
El motor era la única compañía del grupo. Cada uno respiraba frenético. Los corazones latían fervorosamente. Las cabezas estaban abombadas de ideas y cuestionamientos. Habían salido de una muy grande. Aún no había palabras que les ayudase a desenredar este enredo enredado.
Las casas poco a poco fueron desapareciendo del paisaje, para dar paso a prados verdes, vacas pastando, montes con árboles, y una que otra casita pintoresca. El silencio aún seguía presente entre todos.
—Ejem, quiero aprovechar el momento de contarles una historia —Pablo fue quien interrumpió el silencio, recibiendo la mirada asesina de todo el mundo—. ¡Vamos! Necesitamos bajar las tensiones, y siempre me gusta contar esta historia en momentos como este.
—¿Qué clase de historia? —le preguntó Yanette con tono amenazante sin despegar la vista del camino.
—Sobre cómo me convertí en abogado y después lo dejé, y después lo retomé —respondió el felino.
—Creo que me contaste una vez esa historia —intervino Jack.
—¡Sí! ¡Esa misma historia! —confirmó Pablo con una sonrisa—. Supongo que se la habrás contado a tus hermanos, o ya no sería una sorpresa.
—Después pasaron tantas cosas que la olvidé —respondió el conejo un tanto nervioso.
—¡Perfecto! —se alegró el felino con una amplia sonrisa frotándose las manos—. Entonces es hora de contarles esta pequeña historia.
—¡Uh! ¡Amo las historias! —intervino Yuri con interés.
Pablo se aclaró la garganta, y comenzó.
—Verán, cuando yo era un adolescente, estaba muy lejos de querer ser abogado. En aquellos años amaba la libertad, el amor, la esperanza, el futuro, y por supuesto, el rock.
El tema «We're not gonna take it» sonaba por entre los enormes parlantes de la habitación del felino. El lugar parecía ser claustrofóbico gracias a dichos parlantes, el tocadiscos, la enorme radio con casetera, y las paredes plagadas de posters de bandas de moda. Sobre la cama, un joven Pablo tocaba con su guitarra eléctrica, siguiendo los acordes de la canción de Twisted Sister. Tenía un enorme copete sobre su cabeza peinado hacia atrás. Traía una chaqueta de cuero negra, jeans azules ajustados y zapatillas con punta brillante. Saltaba sobre la cama al ritmo del rock, imaginando que tocaba sobre un escenario frente a millones de personas. Las luces, los colores, los gritos de los fanáticos, el sonido de la guitarra amplificados por mil, la adrenalina, todo era un éxtasis de felicidad para el joven felino.
Repentinamente se hizo el silencio. A Pablo le tomó tiempo percatarse de la situación. Seguía saltando, soñando con su mundo de estrella de rock. Cuando se volteó y vio a su padre con los enchufes en la mano, también lo desenchufaron de su fantasía.
—¡Pablo! ¡Maldito vago! —le gritó con furia—. ¡No dejaré que sigas desperdiciando tu vida y viviendo a mi costa.
El padre del felino era un guepardo color oliva con manchas oscuras recubriendo todo su pelaje. Era alto y con los hombros anchos. Daba la sensación de ser grande e imponente, y con su mirada furiosa se veía atemorizante.
—Pero papá, me estaba inspirando —el chico se bajó de la cama y se acercó a su padre—. Necesito este aire para poder crear mis canciones y convertirme en estrella de rock.
—¡Tú no serás ningún vago borracho ni drogadicto! —le gritó al punto de dejar sus bigotes y copete lamidos hacia atrás—. ¡Tú vas a ser abogado!
—¿Abogado? ¡Qué aburrido! —se quejó el muchacho—. Tú sabes que eso de las oficinas y esas cosas no son lo mío. Tú sabes que si me dedico a lo que amo, lo haré tan bien que… ¡seré millonario! —agregó con una sonrisa y lanzando un rasgueo con su guitarra apagada—. ¡Vamos! Te apuesto a que te sentirás orgulloso de ser padre de una estrella de rock.
—¡Yo no sentiré orgullo por una basura como esa aunque se vistan de oro! —le gritó enfurecido—. ¡Ya te inscribí en la facultad de leyes! ¡Mañana irás a clases!
—¡¿Qué?! ¡¿Mañana?! —la impresión golpeó al muchacho tras percatarse de que esta vez era en serio.
—Sí, mañana —su padre se volteó dándole la espalda y tirando los enchufes—, y más te vale que saques tu título, porque no volverás a recibir un peso de mi parte. Prefiero quemar mi dinero a entregarte algo.
Pablo había nacido prácticamente en una cuna de oro. Toda su familia se dedicaba al derecho o las leyes, siendo desde prestigiosos abogados, jueces, guardias, políticos o cualquier labor que implicase cuello y corbata. A nuestro felino jamás le atrajeron esas cosas, quedando atrapado durante su adolescencia en el rock de los años ochenta. Es así como su afición por ser rockstart chocó con las intenciones de su familia, algo que su padre no iba a permitir.
—Pero papá, ¿estás seguro de esto? —Pablo aún insistía a pesar de que era demasiado tarde.
Le habían dado una mochila con un cuaderno y un lápiz. Le habían arrancado el copete y lo habían reemplazado por un peinado prácticamente militar. Le habían quitado su vestimenta por un terno completamente blanco. Estaba dentro del auto junto a su padre a la entrada del imponente edificio de la facultad de leyes.
—Escúchame bien —su padre le advirtió con una mirada furiosa y un dedo amenazante—, toda la vida has sido la oveja negra de la familia. Una basura de la cual me averguenzo haber concebido. Me has avergonzado a mí y a tu madre por culpa de tus estupideces. Esta es la última oportunidad de enmendar todos los errores que has cometido en tu vida. Si no vas, estudias y sacas ese título, olvídate que tienes padre, madre, hogar, familia y fortuna.
—Pero papá… —alcanzó a replicar el muchacho.
Su padre no quiso escuchar más quejas. Abrió la puerta de su hijo, y de un solo empujón lo lanzó fuera del auto. El golpe fue tan fuerte que el chico salió disparado hasta chocar de cara sobre las escalinatas de mármol que allí habían. Las palabras lanzadas fueron tan duras como el golpe recibido. Se sentía como un moribundo. Entre estudiar algo que no quería y perder el poco cariño que le tenía su familia no había mayor diferencia. Entre lo uno y lo otro, prefería quedarse tirado a la entrada de la facultad de leyes.
—Oye… ¿Estás bien?
Una dulce voz llegó hasta sus oídos, atrayendo la atención del felino. De inmediato levantó la vista. Frente al contraste del sol, pudo ver la silueta de quien parecía ser una coneja rosada.
—Sí, estoy bien —haciéndose el valiente, intentó reincorporarse. Aunque le dolía la cabeza, parecía no tener secuelas del golpe.
—Soy Yin. Este es mi primer día en la facultad —la coneja le sonrió extendiéndole su mano.
—Soy Pablo —el felino estrechó su mano y se puso de pie.
Una vez de pie al lado de ella, quedó encandilado por su belleza. Su pelaje brillante parecía emanar un aroma suave y relajante. Tenía una sonrisa nerviosa, pero sencilla y simplemente bella. Tenía unos ojos azules que brillaban con luz propia. Traía un sencillo vestido amarillo claro bajo una chaqueta de mezclilla.
—¿También es tu primer día? —le preguntó la coneja.
—Sí, sí —respondió un tanto nervioso—. Hoy comienzo a estudiar derecho.
—¡Qué bien! —exclamó ella—. Supongo que seremos compañeros.
—¡Claro! ¡Es una suerte! —balbuceó nervioso.
—A pesar de todo lo que había pasado, desde ese momento, estudiar derecho dejó de ser una alternativa tan mala —prosiguió Pablo con su relato en la van—. De hecho era por ella por quién me levantaba temprano para ir a la facultad. Por ella prestaba atención en clases. ¡Por ella estudiaba! Me costaba un montón entender, pero ella me lo explicaba con una facilidad que simplemente era maravillosa.
—¡Un momento! —intervino Yuri—. ¿Acaso te enamoraste de mamá?
—No era amor precisamente —le aclaró el felino—, pero debo admitir que su madre era muy bonita, digo, sigue siendo bonita —Pablo no pudo evitar sonrojarse—. ¡Pero! —intervino con voz segura—. Yo soy un hombre correcto, y cuando me enteré que su madre estaba casada, yo no hice absolutamente nada que pudiera arruinar ese matrimonio. ¡Al contrario! Siempre me esforcé para que ellos pudieran mantenerse unidos. De hecho una vez ella llevó a su hijita a clases. Resulta que no tenía con quien dejarla y empezó a llevarla a la universidad…
En uno de los jardines de la facultad, un bebé era el centro de atención de todos los estudiantes. Junto a Yin, se encontraba un coche donde dormía con tranquilidad una pequeña conejita lila.
—Awwwn ¡Qué es linda! —exclamaba con ternura una cotorra verde agua.
—¿Cómo se llama? —preguntó un pastor alemán.
—Se llama Yenny —contestó la madre.
—En serio es la bebita más adorable del mundo —comentó Pablo arrodillándose junto al coche—. ¡Es tan hermosa como su madre!
—Gracias —Yin le sonrió.
—Lo que me sorprendió de Yin además de su belleza y su inteligencia —Pablo contaba en la van—, era lo esforzada que era. Verán, en esos días me contaba que ella y su marido no tenían mucho dinero. Entonces Yin además de estudiar, tenía diferentes trabajos de medio tiempo. Recuerdo que trabajó de mesera, de secretaria, atendiendo en una tienda de moda, lavando autos. ¡Era increíble! ¡Una vez llegó a tener tres trabajos a la vez! Fueron días un tanto difíciles para ella…
—En serio no puedo aceptarlo.
Pablo había ido al hospital a visitar a Yin. Apenas se había enterado que se había desmayado en el lavado de autos, partió corriendo a visitarla.
—Pero Yin, no puedes seguir así —insistió—. Ten este dinero, es solo una parte de mi mesada. A mí no me hace falta, pero sé que tú lo necesitas más que yo.
El felino insistía en entregarle un sobre con mil dólares en su interior.
—No puedo aceptarlo, en serio —insistió la coneja—. Trabajaré menos, nos ajustaremos el cinturón en mi casa, pero en serio no puedo recibirlo.
—Escúchame, Yin —Pablo extendió la palma de la coneja a la fuerza, dejó el sobre y la cerró encargándose de que no se lo devolviera—, eres la mujer más admirable que jamás he conocido, y dudo que en el resto de mi vida vaya a conocer a alguien como tú. Eres inteligente, lista, astuta, esforzada, hermosa. ¡A tus veinte años ya estás casada con una hija! Eres mamá, esposa, dueña de casa, la mejor estudiante de la facultad, ya trabajas en tres lugares a la vez. ¡Es increíble de todo lo que eres capaz! Yo en tu lugar hubiera renunciado a los cinco minutos —rió nervioso—, pero tú, te mereces esta pequeña ayuda y mucho más.
—Pablo, yo… —la coneja se quedó sin palabras. En el fondo no quería terminar debiéndole favores a nadie, especialmente a su gran amigo, pero su insistencia parecía impedirle replicar.
De improviso entró un pez espada con bata, estetoscopio, mascarilla, guantes de látex, y una tabla de apuntes.
—Señora Chad —le dijo con voz gangosa—, hemos descubierto la razón de su desmayo.
Dejó su tabla de apuntes bajo su brazo izquierdo, y anunció:
—Felicidades, está embarazada.
—¡Momento! —Jacob interrumpió el relato—. ¿Acaso te enteraste del embarazo de mamá antes que papá?
—Coincidencias de la vida —el felino se encogió de hombros—. El punto es que ese día nos enteramos que el pequeño Jack venía en camino. Y fue la razón necesaria para que ella me aceptara el dinero. Ella más que nadie sabía que un nuevo bebé no sería barato —agregó guiñando un ojo.
—Fueron días muy felices —prosiguió el felino—, en donde fui testigo de cómo ese pequeño conejito fue creciendo dentro del vientre de su madre. Esa pequeña bolita peluda que hoy tenemos como este enorme adolescente alto y flacucho —agregó a modo de broma mientras despeinaba la coronilla de Jack—. De hecho hasta fui padrino de Jack.
—¡¿En serio?! —exclamaron los cinco conejos al unísono.
—¿Y cómo fue eso? Si no somos religiosos —argumentó Jacob.
—Fue algo simbólico —contestó el felino—. De hecho me invitaron a su casa, y ahí conocí a Yang. No fue algo del otro mundo. Él es un tipo agradable, pero nunca hubo la chispa de convertirnos en mejores amigos ni nada de eso. De todas formas me agradeció el apoyo que le daba a su mujer y a la familia en general. En esos años la pequeña Yenny ya andaba y decía sus primeras palabras.
Todas las miradas se centraron en Yenny, quien no pudo evitar sonrojarse ante la situación.
—¿Cómo es que no recuerdo nada de esto? —le preguntó intentando desviar la atención.
—Eras muy pequeña —respondió Pablo—, pero apenas veas a tu madre le preguntas —le sonrió.
—Y si eras tan buen amigo de la familia, ¿por qué te alejaste? —intervino Jacob con su pregunta.
—¡Si! —secundó Yuri—. ¿Por qué no te convertiste en nuestro tío para toda la vida?
Tras un suspiro, el felino prosiguió nostálgico.
—Cuando su madre se embarazó de Jack, se ausentó de la universidad por breve tiempo. Solo fueron uno o dos meses. El problema vino con su tercer embarazo.
El silencio dejó en mayor evidencia la seriedad del felino. Una seriedad que ocultaba una tristeza de días que prefería no recordar.
—Apenas supo de su embarazo, dejó de ir a clases —prosiguió—. Según supe, era un embarazo riesgoso, así que era lo mejor. Pasó un año sin tener noticias de ella. Un año en que realmente comencé a sentir lo que era estudiar algo que no me gustaba, a hacer algo que detestaba. Ella ya no estaba para iluminar mis días y continuar con este martirio.
Una tarde, Pablo iba circulando por un pasillo cuando casualmente oyó una conversación.
—Oye, ¿entonces Yin congeló la carrera?
—¡Sí! Parece que su hijo nació delicado.
—¡Vaya! Eso es muy triste, ¿pero como para congelar?
—Supe que está cargada de problemas, así que era lo mejor.
—¿Y crees que regrese algún día?
—Lo dudo mucho.
—Ese día sentí cómo mi corazón se rompió en mil pedazos —les contaba Pablo a los niños—. Lo primero que hice fue salir corriendo sin rumbo fijo. Llegué a la casa en donde me habían invitado la última vez. Allí ya vivía otra familia. Yin me contaba que se mudaban con su familia bien a menudo, como cada tres o seis meses. Ubicarlos en ese momento era imposible —suspiró con pesar—. En ese momento me entró la desesperación. Simplemente corrí por toda la ciudad.
A la luz del atardecer, un joven Pablo corría para gastar energías y sentir menor dolor. El correr le ayudaba a respirar, a pensar, a escapar. Llegó hasta el puerto, desde donde pudo ver un centenar de barcos de todas las formas y tamaños.
—Es en ese momento en donde decidí lo que todo hombre haría en un momento como ese: subirme de polizón a un barco.
—¡¿Qué?! —fue la interrogante de los presentes.
—Quería comenzar una nueva vida —les explicó—. Mi familia era un asco, y la única razón por la que seguía estudiando se había esfumado. ¿Qué rayos iba a seguir haciendo aquí?
—Pero, ¿a dónde fuiste? —cuestionó Jacob.
—Me metí en un contenedor que subieron en un barco mercante rumbo a India —le contó el felino—. Allí viví muchas aventuras, aprendí muchas cosas, me convertí en el guardián del jardín de las almas perdidas, y terminé mis estudios de derecho. Ahora solo me queda validarlo para ejercer aquí en América. ¡Por eso regresé! Esperaba que Yin se acordara de mí y me ayudara en el proceso, ¡pero mira en el problema en que está metida!
De improviso, la van frenó empujando a todo el mundo hacia adelante.
—Déjame ver si entendí —habló Yanette observando al grupo desde el espejo retrovisor—, técnicamente no puedes ejercer como abogado aquí, ¿verdad?
—Bueno, técnicamente no —respondió con tranquilidad—, pero es solo cosa de un par de firmas y mi título quedará convalidado.
Pablo apenas se dio cuenta cuando terminó siendo lanzado de la van hacia el suelo. Cuando logró ponerse de pie, la van llevaba varios metros recorridos hacia adelante.
