PRIMERO: Plantaré los árboles que sea necesario para salvar esta democracia.

SEGUNDO: He aquí el poder de la procrastinación. Lo que comenzó como un «haré esto unos cinco minutos para luego seguir con mi trabajo» terminó en media tarde de escritura, prorrogando todo lo demás, y entregando este capítulo. ¿Estaré en problemas? Seguro, pero al menos tenemos este capítulo.

Ya les dije que este domingo no iba a haber episodio, pues tomen este capítulo sorpresa como una compensación. Ahora sí que no nos vemos hasta el 26 de diciembre, último domingo del año.

TERCERO: Con la llegada de los Chad a la casona de los Swart, comenzamos una nueva etapa en este fanfiction. Es una etapa muy especial, porque podría considerarla como una etapa final. Durante enero pretendo sacar adelante un especial sorpresa, y luego de eso se anunciará la recta final. Entre unos veinte y treinta capítulos más se viene el final del fanfic. ¡Ojo! Eso se traduce como en aproximadamente seis meses, así que aún tenemos bastante de Amor Prohibido.


Amor Prohibido - Capítulo 79

—Estamos llegando —anunció Yanette.

El silencio que se había cernido entre los hermanos Chad nuevamente se llenó de una jovial esperanza al divisar el final del polvoriento camino. Junto a una verja de madera pintada recientemente de blanco, se podía divisar a Roger agitando sus manotas para llamar la atención. Los cinco chicos sacaron sus cabezas a través de la ventana para ser testigos privilegiados de algo que no fuera el constante ronroneo del motor y del insípido calor que se alojaba al interior de la van.

—¡Por aquí! —gritaba el ogro mientras veía aproximarse la máquina hacia él.

El vehículo se detuvo a un costado del ogro quien abrió la puerta del copiloto.

—¡Bienvenidos! —los saludó animado—. Mi nombre es Roger y trabajo para la granja de los Swart. Me encargaron guiarlos hasta la casona. No se encuentra muy lejos de aquí. Está solo a un par de kilómetros hacia adentro. Si gustan los acompaño.

—¡Rayos! ¿De dónde te habrá sacado mi hermano? —se quejó Yanette frunciendo el ceño.

—Ayer salí de prisión —le comentó el ogro sin tapujos—. Esta mañana comencé a trabajar en la granja.

La coneja rodó los ojos molesta mientras sujetaba con firmeza el volante.

—Sé dónde queda la casona. Muchas gracias —le respondió con dureza.

—El señor Swart personalmente me pidió escoltarla hasta la casona —insistió el ogro agarrando a Freddy —quien iba de copiloto— y arrancándole de su asiento para subirse en su lugar.

—¡Hey! —se quejó la araña una vez afuera.

—Está bien —refunfuñó la anciana—. ¡Kraggler! Ábrele a Freddy para que se vaya atrás —le ordenó a la gárgola mirándola a través del espejo retrovisor.

Roger en tanto no pudo evitar voltearse hacia atrás, quedando pasmado por lo que se encontró. Eran cinco conejos de distintos colores, edades y tamaños. A pesar de sus diferencias, todos eran conejos que compartían rasgos similares y familiares. Cabezas redondas, orejas flotantes, ojos redondos y lilas. Lo observaban con una atención que le parecía tétrica. Era como copiar y pegar a Yin y Yang cinco veces. Sintió por un instante que el pellejo se le erizaba. Como pudo, volvió a voltearse hacia el frente. Le parecía una pesadilla onírica viviente. Cuando su mirada se topó con Yanette, recordó aquellas palabras que le había dicho a Lina descuidadamente. No esperaba que algo dicho casi en broma cayera como una realidad.

—¿Entonces es verdad? —se le soltó sin poder despegar su inquieta sorpresa.

—¿Qué cosa? —le preguntó la anciana.

—Que esos son los hijos de Yin y Yang.

Repentinamente, Yanette lo agarró del cuello de la camisa y lo acercó hasta quemarlo con su mirada ardiendo en furia. Una jugada que el pobre Roger ni siquiera se esperaba.

—Escúchame bien, idiota —le advirtió—: no vuelvas a repetir eso si valoras aunque sea un poco tu patética vida. ¿Me entendiste?

Nervioso, el ogro asintió con la cabeza.

Una vez que Freddy se instaló en la parte trasera de la van, el vehículo giró hacia el camino interior de la granja. Era una simple línea recta de casi dos kilómetros hasta la casona. Para Yanette era inútil que trajeran a un chaperón. Seguramente Peter lo mandó para deshacerse de él por un rato. Roger en tanto, prefirió guardar silencio. Aquella anciana era atemorizante, y los niños de atrás le causaban escalofríos. Lo que tan solo era un cuento de viejas transmitido en las noticias ahora era demasiado real. De vez en cuando se atrevía a levantar la vista al espejo retrovisor, y se encontraba con uno que otro conejo. Sus recuerdos desenterraban momentos junto a los gemelos, sin encontrar ni la menor pista que le pudiera advertir del destino que se encontraba presenciando.

—¡Miren todos! ¡Es la casona! —Yuri fue la encargada de anunciar la vista de aquella clásica casona que conocía desde 1952.

La van estacionó a pocos metros de la construcción. Roger descendió de un salto para ayudar a los pasajeros a descender del vehículo. Desde la cocina, Lina pudo oír la llegada de la van. Podía oír los murmullos de los invitados. Ella había regresado a casa, en particular a la cocina. Su excusa era ayudar a tener listo el almuerzo. La realidad era que no se sentía capaz de enfrentar este momento. Era inevitable de todas formas. Algo que le costaba asumir.

—¡Ya llegaron! —exclamó Peter con emoción—. ¡Vamos Lina! ¡Vamos a recibir a nuestros invitados!

El viejo perro se dirigía a paso lento rumbo a la entrada y con una alegría jovial. Su vida se había vuelto tan tranquila que esta batahola de cambios le venían de maravilla. Lina se vio en la obligación de adelantarle. Pronto, se encontró frente a frente con la puerta que la separaba de los invitados. Sintió que su cuerpo se congelaba. Su mente quería a toda costa impedir aquel encuentro. Si esos niños eran quienes ella sospechaba que eran, entonces ella y Yang…

El congelamiento terminó cuando abrieron la puerta empujándola desde afuera. Al primero que vio frente a frente fue a Roger.

—¡Lina es verdad! —fue lo primero que advirtió.

Antes de que ella pudiera reaccionar, él la tomó de un brazo y la arrastró hacia afuera. Al mismo tiempo, su padre había alcanzado la entrada, y poco a poco llegaba hacia el exterior. Los soles posados en lo más alto del cielo no dejaban sombra a la vista. Lina parecía ausente frente a lo que era la confirmación de sus temores.

—¡Yanette! —Peter comenzó a caminar a grandes zancadas olvidando todos sus achaques—. ¿Qué tal el viaje?

—Bien, aunque se me hizo largo el regreso —la coneja estiró su espalda una vez abajo de la van—. También tuvimos algunos problemas al sacar a los niños de la casa, pero nada que no pudiéramos arreglar.

Los conejos no dejaban de observar con curiosidad el entorno. La naturaleza y la tranquilidad se podían respirar en el aire. El verde de la clorofila era el protagonista del paisaje, presente en arbustos, plantas, árboles y plantaciones. A pesar del calor, se podía sentir la frescura proveniente de la humedad del aire. Era posible que hubiera algún lago o río cerca que pudieran disfrutar durante su estadía.

—Niños, este es Peter, su tío abuelo —Yanette atrajo la atención de sus nietos presentando al viejo perro. Su tono parecía contrariamente amable comparado con el usado contra el ogro hace un rato atrás.

—¡Hola! —los saludó animado—. Soy Peter. Estoy a cargo de toooda esta granja —agregó extendiendo sus brazos presentándoles el lugar—. Aunque soy una especie de tío abuelo, pueden decirme tío Pet.

Las miradas interrogativas no fueron disipadas del rostro de los conejos.

—Esta es mi hija, Lina —el perro le hizo un ademán a la chica para que se acercara. El terror congeló a la perrita mientras Roger la empujaba para que caminara. El rostro de los hermanos Chad cambió a una mirada de completo asombro tras reconocerla.

—¡Oiga! —alegó Yuri mirando a su abuela—. ¡Usted me dijo que no tenía relación con la señorita Lina.

—¿Acaso la conocen? —preguntó la anciana extrañada.

—Ella era la orientadora escolar en el colegio al que asistíamos —le informó Yenny.

La perrita se encontraba perdida en un recuerdo en particular. Aquel dichoso primer día. Se encontraba en la oficina del director Dankworth a la espera del inicio del año escolar. Ella era la nueva orientadora del St. George cuando de casualidad observó por la ventana. Aquella imágen quedó grabada en su memoria. Cada uno de los cinco conejos descendiendo de la van con el uniforme escolar. A sus padres despidiéndolos uno por uno. Ella, una coneja rosada de ojos celestes. Él, un conejo azul de ojos lilas. Mismos ojos que ahora se multiplicaban en esos conejos que hoy la observaban con sorpresa y curiosidad. Una mirada que ella conocía perfectamente. Una mirada que jamás podría olvidar.

—¿Se encuentra bien? —Jacob fue el primero en advertir que algo no andaba bien.

Tras aquellas palabras, Lina se desplomó en el suelo.

—¡Lina! —fue el grito de su padre quien se fue corriendo hacia donde su hija.

Roger alcanzó a sostenerla antes de que cayera completamente al suelo. Con delicadeza, la recostó sobre la tierra mientras intentaba procesar lo que estaba pasando.

—Ay no —se quejó Peter con pesar.

—Creo que estará bien —le informó Roger—. Es solo un desmayo.

—¡Llevala a su habitación! ¡Ahora! —le ordenó el perro.

No era necesario repetirlo. De un salto, el ogro se puso de pie llevando en brazos a la perrita. A grandes zancadas, se fue corriendo al interior de la casona.

—Me pregunto qué le habrá ocurrido —se cuestionó Peter rascándose la nuca.

—Quizás fue por la impresión de descubrir que ella aún sigue enamorada de su primo —fue la respuesta de Yuri. Todo el mundo se volteó hacia ella ante aquellas palabras.

—Resulta que ella tuvo una relación con papá durante su infancia y juventud —les explicó la conejita con ingenuidad—. Y según me confesó hace un tiempo, aún siente algo por papá. El problema es que acaba de descubrir que ella y papá son primos, porque ella es hija del tío Pet y él es hijo de nuestra abuela, y como nuestra abuela y el tío Pet son hermanos, entonces…

—¡Ya basta! —intervino Jack agarrándose la cabeza—. ¡Esto es muy confuso!

—Un momento —intervino Yanette pensativa—... Ella y Yang… ¿qué?

—¡Ah! ¡Ya lo recuerdo! —se aproximó Peter—. Lina sí tuvo una relación con Yang durante un tiempo.

—¿En serio? —Yanette se volteó hacia él con una mirada peligrosa.

—Déjame recordar —el perro se concentró entrecerrando los ojos y acariciando su mentón—... Creo que Lina tenía entre once o doce años cuando me habló por primera vez de ese conejo Woo Foo. Me parece que a los catorce ya lo trataba de novio o algo así. El tema es que estuvo con él durante toda su adolescencia —el perro se encogió de hombros—. De repente ese chico se fue de la ciudad y nunca más volvimos a saber de él.

—¡¿Qué?! —el grito de Yanette levantó cada pelo del pellejo del pobre perro tomado por sorpresa—. ¡¿Cómo se te ocurre dejar que tu hija saliera con su primo?!

—Espera —balbuceó Peter intentando tranquilizarse—... me estás diciendo que… —el pobrecito se veía demasiado confundido como para ser capaz de conectar ideas.

—¡Ella es tu hija! ¡Y Yang es mi hijo! —le gritó irritada—. ¡Piensa un poco por favor!

—Pero Yanette —le dijo el perro con voz culposa—. En ese tiempo no tenía idea que Yang era tu hijo. Además, según él, él no tenía madre, o no la conocía, o nadie sabía quién eras. ¿Cómo querías que adivinara? —agregó regalándole una mirada apesadumbrada.

La coneja se masajeaba las sienes molesta mientras se paseaba de un lado a otro intentando olvidar el último dolor de cabeza. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para cuidar a sus nietos, pero aquel problema del incesto era un desafío que amenazaba con superarla de tanto en tanto.

—Pero siempre le dije a Lina —se reincorporó Peter con más seguridad—: «Ten cuidado con esos Woo Foo, son muy peligrosos».

—Ahora suenas como papá —Yanette se volteó irritada.

—¡Y ahora lo entiendo! —exclamó asombrado de sus propias conclusiones—. También te lo decía a tí —agregó en tono recriminatorio aproximándose a su hermana.

—¡No metas a Yo en esto! —replicó molesta.

—¡Si le hubieras hecho caso a papá y mamá no tendrías esto! —respondió el perro señalando a los cinco conejos que trajo en la van.

—¡Una cosa no implica la otra! —gritó Yanette.

—¡Basta! ¡Basta! —intervino Kraggler interponiéndose entre ambos hermanos para evitar una pelea—. El pasado es pasado. Ya pasó y no podemos hacer nada por él. Ahora debemos centrarnos en el presente y atender a estos niños, que no deberían estarlos viendo pelear —agregó en tono conciliador.

Los hermanos Swart se voltearon hacia los conejos, quienes seguían atornillados en sus lugares, siendo testigos de la escena. Yanette suspiró con fuerza y se volteó dándole la espalda a la gárgola.

—Espero no encontrarme con más sorpresas de este estilo —advirtió.

El almuerzo fue abundante a tal punto que literalmente sobró de todo. Los conejos le informaron a los demás que era el cumpleaños de Jack, siendo la excusa perfecta para mejorar los ánimos. Entre copas, platos, asado, ensalada, música y risas, pronto quedó atrás todo lo malo. La separación de sus padres, la prisión de mamá, la casi destrucción de la casa de los Brown, e incluso la discusión entre Yanette y Peter de hace poco. De hecho ambos parecían conversar amablemente del pasado, olvidando todo roce. Los chicos poco a poco comenzaron a sentirse en confianza en aquel sitio. Parecía como si aquella casona hubiera sido su hogar de toda la vida. Más aún gracias a los comentarios de Yuri, quien realmente había estado en esa casa anteriormente.

—¡Mira! Aquí está la marca que dejé accidentalmente —Yuri le mostraba a Jack un agujero que había en la pared a la altura del suelo. Era de unos cinco centímetros de diámetro y parecía ser profundo y oscuro—. Resulta que había un escarabajo muy feo e intenté matarlo de una patada.

—Perdón, ¿cuándo me dijiste que habías venido antes? —le preguntó sujetando un sándwich de carne con tomate.

—En 1952.

—Claro —respondió con incredulidad.

En eso Freddy se acercó casualmente al par.

—Me dijeron que estabas de cumpleaños —le dijo a Jack mientras agitaba su vaso con un líquido oscuro—. ¿Cuántos cumples?

—Quince —respondió el conejo extrañado de que aquella vieja araña le dirigiera la palabra.

—¿Quince años? —se sorprendió—. ¡Vaya que eres grande! —agregó dándole un golpe en la espalda. El chico rió nervioso—. A tu edad ya tenía una novia. Era linda, y muchos me la envidiaban —agregó guiñandole un ojo.

El rostro del muchacho perdió su sonrisa tan rápido que asustó a Freddy. Una mirada lastimera se posó en el rostro del conejo, mientras la araña se preguntaba qué acababa de suceder.

—¡Oiga! —intervino Yuri molesta—. ¡No le hable de eso a Jack! ¿Qué no sabe que es un tema delicado?

—¡Perdón! ¡Perdón! —la araña retrocedió con incomodidad—. No sabía que era algo delicado.

—Por cierto —el tono de Yuri cambió a curiosidad—. Usted es Freddy Garamond, ¿no?

—Sí, ¿por? —la araña alzó una ceja.

—Por estas casualidades de la vida, ¿usted está relacionado con Carl Garamond? —lanzó su pregunta fingiendo ingenuidad.

—Este… bueno —los nervios atraparon con sus redes a la araña—... tengo un hijo llamado Carl. Debe estar… por ahí —desvió la mirada hacia un cuadro de un paisaje que había en el lugar.

Yuri lanzó un grito ahogado mientras retrocedía impresionada.

—No creo que sean los mismos —intervino Jack—. Debe ser una coincidencia.

—¡No digas eso! —le advirtió Yuri lanzándose contra él molesta—. Ya me mintieron una vez. Cuando digo que hay algo oculto, es porque hay algo oculto.

—Tranquila, tranquila. No es para tanto —intervino Freddy incómodo—. Sí, tengo por ahí un hijo llamado Carl. ¿Y eso qué? No es para tanto —se encogió de hombros para luego beber un sorbo de su bebida y terminar por escupirla.

—El vino te hace mal a esta edad, Freddy —comentó Yanette, quien justo pasaba por detrás de él.

Mientras tanto, Yenny se aproximó a Roger. El ogro se encontraba junto a la escalera que daba al segundo piso observando la habitación en silencio. Se encontraba meditando respecto a la sorpresa recibida aquel día. Jamás se imaginó recibir a los hijos de Yin y Yang. De hecho, si le preguntaran hace un par de días atrás, ni siquiera se hubiera imaginado que Yin y Yang pudieran tener hijos. ¡Qué bah! Ni siquiera pensar en tener una relación, un beso. ¡Una mirada lasciva!

—Señor Roger —con timidez, Yenny le remeció el hombro al ogro, intentando atraer su atención.

—¿Eh? ¿Qué? —el ogro se remeció en un intento por escapar de su meditación—. ¿Sucede algo? —le dijo a la coneja con una mueca resultado de un mal intento de sonrisa.

—Disculpe, quisiera saber cómo se encuentra la señorita Swart —le dijo Yenny con amabilidad.

—¿Eh? ¿Hablas de Lina?

—Exacto —Yenny asintió con la cabeza.

El ogro se rascó la cabeza procesando la petición. Estaba indeciso entre llevarla hasta la habitación para que la viera o contarle lo que sabía de su estado de salud, lo cual no era mucho. Luego de subirla hasta su habitación, la acompañó hasta que despertó. Luego de eso pidió que no la molestaran y que no quería ver a nadie.

—Está bien —le dijo—. Despertó, pero se encuentra cansada y sin apetito.

—¿Puedo ir a verla? —preguntó Yenny.

—No te recomiendo —el ogro negó con la cabeza—. Ella pidió no ver a nadie.

—Por favor —rogó la chica juntando sus manos—. De verdad me preocupa cómo está.

El ogro desde hacía mucho tiempo que no había convivido con extraños. Los presos con quienes había convivido eran prácticamente como de su familia. Fuera de ellos, toparse con su hermana, luego con Lina, su familia, y su familia extendida fue toda una sorpresa. Es por ello que toparse con esos ojos rogativos de Yenny sin duda terminaron por derretir su corazón con una facilidad que ella no encontraría en otras circunstancias.

—Por favor, no me hagas esto —le rogó en voz baja.

—Por favor —insistió con una mirada cristalina.

Sin duda era lo más bizarro que podía presenciar. Yenny parecía ser mucho más dócil que el carácter fuerte y autoritario de Yin. Además, con esos ojos que eran idénticos a los de Yang, formaban un espectáculo que no esperaba toparse ni en la más oníricas de las ensoñaciones.

—Está bien —aceptó finalmente—, acompáñame.

La sonrisa de la coneja fue el premio de consuelo para el expresidiario.

Subieron las escaleras, y en la tercera puerta a la derecha Roger se detuvo.

—¿Lina? —preguntó golpeando levemente con sus nudillos—. Sé que no querías visitas, pero Yenny insistió demasiado.

No hubo respuesta desde el interior. El ogro se volteó hacia la chica, quien lo observaba con curiosidad. Armándose de valor, Roger giró la perilla, abriendo lentamente la puerta. Esperaba encontrarla dormida al ver que no contestaba.

Ninguno de los dos estaba preparado para lo que encontraron.


¡Feliz Navidad! ¡Nos vemos el último domingo del año!