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Amor Prohibido - Capítulo 81
—¡Buenos días, amor!
Lina abrió los ojos lentamente con pereza. Se sentía tan cómoda envuelta entre sus sábanas, sus frazadas y su colchón de toda la vida. Aquel cuarto con papel tapiz púrpura y cargado de detalles lo conocía como la palma de su mano. Desde que tenía memoria, aquel había sido su espacio seguro, su rincón en el mundo, la expresión de su alma. Se desperezó estirando sus extremidades completamente. La luz solar ya alcanzaba el suelo, y las cortinas abiertas le regalaban la energía de un nuevo día.
Cuando la perrita se sentó sobre su cama, pudo verlo. Yang se encontraba en el umbral de la entrada con una bandeja entre sus manos. Traía una camisa de algodón a cuadros y jeans desgastados. Su sonrisa sincera y mirada brillante dieron de golpe en la perrita.
—Te traje el desayuno —el anunció aproximándose hacia ella.
Mientras Lina intentaba interpretar lo que estaba viviendo, el conejo se sentó a un costado de la cama, presentándole la bandeja. Traía un tazón de café con leche, tostadas con mantequilla y mermelada, un pocillo con pasas, un vaso con jugo de naranja y un pequeño florero con una flor rosa.
—La leche la ordeñamos esta mañana —le comentó con una sonrisa.
Lina no movía un músculo. No sabía por dónde comenzar a interpretar lo que estaba viviendo. ¿Era un sueño? No, era demasiado real. Incluso podía oler el barro de los bototos del conejo. Su presencia golpeaba como en los años de adolescencia.
—¿Ocurre algo? —comentó Yang con una mirada preocupada.
—Yo… no es nada —balbuceó la perrita percatándose que era capaz de moverse en esta historia.
—Te recomiendo las tostadas —continuó Yang aliviado tomando un triángulo de pan—. Tú sabes que mi debilidad son los dulces —agregó con una sonrisa inocente antes darle la primera mordida.
Lina se sentía como en una realidad virtual. Obedeciendo al conejo, acercó su mano, tomando un segundo triángulo. Al ver que podía moverse sin mayor problema, le dio un mordisco al pan.
—¡Está delicioso! —exclamó sin poder evitarlo. El pan estaba tibio y crujiente, la mantequilla suave y salada, haciendo un contraste perfecto con la dulzura de la mermelada de fresa. Era un sabor demasiado real como para ser una mera fantasía.
—Sabía que te gustaría —comentó el conejo dichoso tomando la mano libre de la perrita.
Siguieron comiendo en silencio mientras no se quitaban la mirada de encima. Si esto era un sueño, era uno demasiado bueno. Era el paraíso, el nirvana, el éxtasis. Lina se encontraba en su séptimo cielo. No le interesaban las razones, solo quería disfrutar de su conejo.
—Tienes una mancha ahí —Yang tomó una de las tantas servilletas que dejó sobre la bandeja y se aproximó a ella.
Sus rostros quedaron a centímetros uno frente al otro. Con delicadeza, él limpió la punta de la nariz de ella, manchada con mermelada. El conejo aprovechó el momento y le regaló un beso en los labios. Fue un momento inesperado para Lina, quien simplemente se dejó llevar. Comenzó con un leve roce entre los labios para luego aumentar la presión por parte del conejo. Era un beso dulce, un beso tierno, un beso avasallador. Las mariposas germinaron desde el estómago de la perrita. Se sentía volar en medio de un aroma dulce y una calidez que parecía perdida.
—Te amo —le susurró mirándola a los ojos. Aquellos ojos lilas renacieron el palpitar flotante de su corazón.
Lina apenas podía respirar de la emoción. Hubiera querido abrazar al conejo hasta convencerse de lo real de la escena, pero no podía moverse. Se sentía temblar por el golpe emocional. Quería que aquella ínfima distancia jamás aumentase. Quería respirar el aliento del conejo por el resto de su vida. Quería abrazarlo y decirle lo mucho que extrañaba esos momentos.
—No te vayas de mi lado —Lina apretó con fuerza la mano de Yang.
—Jamás me iré de tu lado —la sonrisa de Yang derritió el corazón de nuestra perrita.
Tras un par de breves segundos, el conejo se puso de pie.
—Bien, debo irme —le informó dirigiéndose hacia la salida—. Debo ir a ayudar a Yrion afuera antes que comience a alegar. Esta tarde viene Yin y ni siquiera hemos limpiado su cuarto.
—¡¿Qué?! —se le escapó a una muy confundida Lina.
—¡Argh! —alegó en el umbral de la puerta golpeándose la frente con la palma—. ¡Olvidé decírtelo! Yin viene de la gran ciudad a pasar las Fiestas de Fin de Año con nosotros. Espero que no te moleste.
—No, no, claro que no —se le escapó a la perrita casi sin pensarlo mientras notaba la culpabilidad en el conejo.
—Que bueno —le sonrió aliviado antes de abandonar la habitación.
Fueron sus propios recuerdos los que le dieron el contexto a Lina. Yrion era el hijo que ella tenía con Yang. Era un muchacho de unos dieciséis años, alto, delgado, fuerte, enérgico, amistoso, y muy trabajador. Era un perro de pelaje celeste claro con un par de largas orejas que le caían por los costados color azul. Cuando le molestaban en las labores del campo, a veces se las amarraba para atrás con una coleta, otras veces las ajustaba dentro de un sombrero de paja, otras veces las anudaba sobre su nuca con un pañuelo, pero siempre se las ingeniaba para que no le estorbaran. Tenía la mirada lila idéntica a la de sus padres. También sabía algo de Woo Foo aprendido de su abuelo. Junto a sus amigos —también del mismo pueblo—, le pateaba el trasero a villanos menores. Además era muy bueno para acarrear problemas. Al ser tan curioso, caía fácilmente en trampas tanto casuales como creadas adrede por sus enemigos. Una vez accidentalmente quemó el agua de la copa de agua del pueblo, amenazando con dejar a todo el mundo sin el vital elemento.
También se enteró que Yin se había ido sola hace dieciséis años de pueblo a estudiar derecho en la gran ciudad. Inicialmente se había ido junto con Coop como pareja para armar una vida juntos por allá, pero a los dos años ambos se separaron y tomaron caminos separados. Yin terminó sus estudios de derecho y se convirtió en una flamante abogada perteneciente a una de las firmas más emblemáticas del país. Coop en cambio se convirtió en un importante empresario que aparecía de vez en cuando por televisión. Desde entonces no se ha sabido que ella haya intentado conseguir una nueva vida —ni siquiera un novio—. Simplemente se había dedicado de lleno a su trabajo, a amasar una pequeña fortuna, y a visitar a su hermano al campo en ocasiones especiales. Las vacaciones que envolvían las fiestas de acción de gracias, Navidad y Año Nuevo parecían ideales en esta ocasión.
—¡Hola mamá! —saludó alegre Yrion apenas vio asomarse a Lina por la entrada. El chico acababa de dejar dos baldes llenos de manzanas recolectadas desde el campo. Traía una camiseta sin mangas totalmente sudada y manchada, y unos jeans rotos y sucios junto con unos bototos similares a los de su padre. Se abanicaba con su sombrero de paja mientras sus orejas se encontraban amarradas por detrás con una coleta negra.
—¡Hola! —lo saludó—. ¿Y estas manzanas?
—Las sacamos del manzanal que tenemos al sur —le comentó—. A la tarde iré al pueblo a vender algunas.
—¡Hey! ¿Por qué no me ayudas por acá? —se oyó a un Yang desde el exterior que parecía apenas poder con su peso.
—¡Voy pá! —anunció el chico saliendo al trote por la puerta trasera para luego echarse a reír.
Antes de que Lina se pusiera en marcha para descubrir lo ocurrido, vio entrar a Yang trayendo cuatro baldes de manzanas levitando con la ayuda de su magia Woo Foo. Una luz celeste brillante rodeaba los baldes, la cual se conectaba al dedo del conejo a través de un rayo celeste que usaba como una cuerda. Con cuidado, dejó los baldes sobre la mesa de la cocina, mientras Yrion entraba partiéndose de risa.
—¡Pero papá! —alegaba entre carcajadas—. ¡Creí que necesitabas ayuda!
—No entiendo por qué usas tu propia fuerza para traer tanto peso —comentó Yang sacando una de las manzanas de los baldes y regalándole un mordisco tras limpiarla con su camisa—, si para eso existe la magia Woo Foo.
—Si hiciera eso, ¿cómo podría cuidar a estos bebés? —respondió su hijo flexionando sus brazos y besando los pequeños músculos que asomaron.
—Chiwa —comentó el conejo.
En ese segundo la mesa cedió ante el peso de los baldes. Sus patas se trisaron, desparramando todo en el suelo.
Horas más tarde, los cuatro miembros de esta familia se encontraban almorzando sobre una mesa reparada. Peter, el padre de Lina, era quien llevaba la batuta en la conversación, contando una historia que probablemente nunca ocurrió.
—En mil novecientos noventa y cinco —comentaba con añoranza—, un visitante llegó a nuestro pueblo. Era un ser de piel pálida y escamosa, ojos gigantes y negros, y un par de antenas en su frente.
Peter gesticulaba con sus manos y brazos su narración con mucha expresividad, manteniendo la atención de sus oyentes.
—El tipo ese llegó hasta esta misma casa preguntando por el pueblo. Yo estaba solo ese día. Tu madre se había ido al pueblo a comprar unas cosas —agregó mirando a Lina—. Yo le indiqué el camino que debía tomar para llegar a su destino, cuando me dijo si se podía quedar aquí —el perro mayor golpeó la mesa con su dedo un par de veces con una fuerza que amenazaba con romperla nuevamente.
—Yo le dije que no, porque algo me decía que no era de fiar. Y no estaba equivocado. De la nada… ¡pum! El tipo ese sacó una de esas pistolas modernas. Y ahí fue cuando me enojé.
La narración se vio interrumpida por las carcajadas apenas aguantadas por parte de Yrion.
—¿Qué es tan gracioso, jovencito? —le preguntó con una seriedad desafiante.
—Abuelo, ¿está seguro que esa historia es real? —balbuceó el muchacho luchando por contener su risa.
—¡Por supuesto que es real! —alegó ofendido golpeando la mesa con su puño—. ¿Sabes cómo acabé a ese marciano de cuarta? —continuó amenazando al muchacho con una cuchara—. ¡De un puñetazo! ¡Pum! ¡Adiós! ¡El golpe definitivo!
La risa estalló en Yrion, siendo contagiada a sus padres. Hasta Peter cedió ante la risa al notar su actuación con la cuchara.
—Desde ese día los extraterrestres lo pensarán dos veces antes de venir a visitar este campo —concluyó el anciano.
Lina parecía totalmente inmersa en este nuevo ambiente. Prácticamente se podría decir que esa había sido su vida desde siempre, y no la anterior, que parecía más bien producto de su imaginación. Durante la tarde se entretuvieron limpiando la casa, arreglando el cuarto de invitados para recibir a Yin, atendiendo al abuelo, yendo de compras al pueblo a buscar los últimos ingredientes que les faltaban, preparando la cena, entre otros detalles.
Cuando el atardecer de los soles estaba preparando su majestuoso cuadro en el horizonte, la familia se encontraba en la entrada del campo para recibir a Yin. Junto a la verja de madera pintada de blanco, Lina se entretenía en compañía de su pareja e hijo mientras esperaban el ansiado momento.
Repentinamente, y desde la distancia, pudieron ver una silueta asomarse. Yrion no lo pensó dos veces y se fue a trote limpio en busca de su tía. Yang y Lina corrieron más atrás hasta quedar a medio camino.
—¡Tía Yin! —exclamó el perro abalanzándose sobre ella en un enorme y apretado abrazo.
La coneja apenas pudo reaccionar. Necesitó de mucha fuerza que solo su entrenamiento Woo Foo le pudo dar para evitar caer al suelo. Recibió el efusivo abrazo de su sobrino mientras que poco a poco comenzaba a sentirse realmente en casa.
—¡Yrion! ¡Qué alegría verte! —exclamó la coneja sin soltarlo.
El chico no dejaba de reírse por la alegría y la algarabía del momento.
El abrazo finalizó sólo cuando los padres del perro lograron alcanzarlos. Lina pudo verla. Llevaba exactamente el mismo traje ejecutivo que aquel primer día de clases. Aquella tan lejana primera vez en que se topó con ella desde que había abandonado su pueblo natal junto a su hermano. Los recuerdos de su otra vida regresaron, creando una grotesca mezcla de vivencias en su mente que le provocaba náuseas cerebrales.
—¡Yin!
—¡Yang!
Ambos hermanos se regalaron un apretado abrazo para el asombro y temor de Lina. El verlos tan cerca el uno al otro le causaba repelús. Imaginaba que en cualquier instante veía que la escena —aparentemente inofensiva— se transformaba en algo inapropiado. Que los besos que ahora eran en la mejilla terminaran en la boca. Que las miradas de cariño que ahora presenciaba se volvieran lujuriosas en cualquier momento. Que las manos recorrieran más allá de lo permitido, resquebrajando una realidad de la que se estaba acostumbrando. Lo peor es que una rabia inmensa saltó del fondo de sus vísceras hasta bombardear su cabeza. No podía creer cómo todavía no se abalanzaba entre ellos y los separaba a la fuerza. No entendía cómo no se lanzaba contra la coneja para ponerla en su sitio. Era su hombre. Nadie, ni siquiera su propia hermana, se lo iba a arrebatar. Había sufrido demasiado por muchos años como para dejarlo partir así como así.
—¿Estás bien?
Lina no se había dado cuenta de que la escena entre los gemelos había terminado. Yin la observaba con extrañeza.
—Disculpa —intervino Yang—. Le dije que vendrías recién esta mañana.
—¿Recién esta mañana? —le recriminó su hermana—. ¡Pero te avisé hace meses!
—¡Perdón! ¡Perdón! —se disculpó nervioso—. Es solo que se me olvidó.
—Sí —Lina por fin pudo articular palabras—... ¡Vaya sorpresa!
Finalmente ambas se pudieron dar el tan esperado abrazo. Ambas habían sido amigas desde su infancia, y al parecer los años y la historia no habían cambiado esto, al menos no la línea temporal que estaba pisando. Sería imposible seguir siendo amigas luego de lo que ambos gemelos le hicieron a ella. Había sido una traición, una puñalada por la espalda. Contradictoriamente, ese abrazo le trajo hermosos y nostálgicos recuerdos. Recuerdos de infancia, adolescencia y juventud. Recuerdos de amistad, de compañerismo, de momentos pasados y felices. Tardes juntas en el centro comercial, las visitas al dojo para hacer cualquier cosa, pasar el rato juntas. Eran momentos pasados que compartían ambas líneas temporales, lo cual reforzaba sus recuerdos. Lina sonrió genuinamente. No podía enojarse luego de sentir que Yin era la hermana que nunca tuvo.
La cena transcurrió con normalidad. Yrion parecía muy alegre por la visita de su tía. Se le notaba muy animado. La ayudó con sus maletas de regreso hasta la casona, le hablaba a mil por horas de diferentes temas, la atendía personalmente. Yin mientras, comentaba sus aventuras en la gran ciudad. Tenía anécdotas que podrían llenar libros enteros. Principalmente provenían de los casos que revisaba y de casos de colegas. Historias llenas de entramados y detalles que dejaban entrever lo compleja que es la justicia. A su sobrino le encantaban aquellas historias. Se le notaba en su mirada cargada de brillo.
Lina en tanto, con el correr de la velada, fue olvidando sus temores. Pronto, aquella idea de alguna relación más allá de la fraternal entre los conejos quedó en el olvido. Ambos interactuaban exactamente igual que cuando eran adolescentes: no tan cercanos como para pensar mal ni tan distantes como para pensar que están peleados.
La noche llegó como una pesadilla tenebrosa. Lina se enfrentó a sus propios pensamientos en medio de la soledad, el silencio y la oscuridad. Hubiera deseado tener a su Yang a su lado para evitar cualquier inseguridad. La perrita se cuestionaba el por qué su yo del pasado había elegido cuartos separados entre ella y su pareja. La asaltaron ideas nefastas que le mostraba cómo uno de los conejos se colaba al cuarto de su gemelo aprovechando el reencuentro. Su cerebro replicaba con precisión aquel momento. Comenzaban con un largo y apasionado beso en los labios en la penumbra. Sus bocas bajaban por el cuello lentamente. Sus manos recorrían todo el pelaje existente sobre sus cuerpos. Sus gemidos poco a poco los encaminaba rumbo a la excitación. Lina apretó los puños con fuerza. ¡En su casa no!
De un salto se puso de pie. Ya no podía quedarse sola con sus pensamientos. Debía cerciorarse de que eran mentiras para así matar aquellas ideas. Sigilosamente salió de su habitación. Recorrió poco a poco el pasillo. Frente a su cuarto estaba el de su hijo, y a un lado, uno frente al otro, estaba el de su pareja y el de invitados. La puerta del cuarto de invitados se encontraba entreabierta, y una luz emanaba de allí. Poco a poco, Lina se aproximó a ella. Los ruidos que provenían de allí se asemejaban demasiado a los creados por su imaginación. Abrió la puerta. No pudo evitar que rechinara. Ya nada importaba. La abrió de golpe.
Los encontró con las manos en la masa.
—¡Mamá!
Lina despertó de golpe. Tenía un sudor helado por todo su cuerpo. Su corazón latía con una fuerza que amenazaba con explotar. Su respiración le exigía más oxígeno del que podía captar. El terror de lo recientemente vivido aún estaba latente en su rostro. Estaba en su cama, en su habitación. La luz de su mesita de noche le indicaba que faltaba aún para el alba. A su lado, Yrion la acompañaba. Su mirada preocupada la devolvieron a la realidad —o a lo que podía considerar como realidad.
—Mamá, ¿estás bien? —el perro la sujetó del brazo con miedo.
—Sí, sí, creo que sí —balbuceó a duras penas.
—Te oí gritar desde mi cuarto —le explicó—. Vine de inmediato. Parece que estabas teniendo una pesadilla —agregó soltando una risa nerviosa.
—Eso creo —balbuceó nuevamente mientras un intenso dolor de cabeza comenzaba a aflorar.
—¿Qué era lo que te hacía sentir tan mal en esa pesadilla? —cuestionó su hijo ya más aliviado.
—Olvídalo —Lina desvió la mirada hacia su armario que tenía a un costado.
Tras un suspiro, Yrion le dijo.
—¿Te acuerdas de la prima Yenny?
—¿Qué? —Lina reaccionó con rapidez volteándose hacia el perro. Creía haber oído mal.
—La prima Yenny, la que vive con tía Yin en la gran ciudad —le aclaró.
A Lina se le congeló la respiración. ¿Qué rayos le estaba queriendo decir?
—Me gustaría entregarle algo —le dijo Yrion con una seriedad que terminó por confundirla aún más.
—En serio, ¿de qué me estás hablando? —insistió una Lina que comenzaba a sentirse presa del terror.
Su hijo hizo caso omiso de su pregunta. Sacó un sobre blanco desde el bolsillo trasero de su pantalón y se lo extendió.
—Es importante que se lo entregues —le dijo—. ¿Me prometes que se lo entregarás?
Su mirada no aceptaba derecho a réplica. La mente de Lina era un mar de preguntas hirviendo en un dolor de cabeza. ¿Acaso Yenny existía en esta línea temporal? ¿Era hija de Yin y Yang, al igual que en su propia línea temporal? ¿Existían el resto de sus hermanos? ¿Qué era ese sobre? ¿Cuál era la relación entre Yrion y Yenny? ¿Por qué le encomendaba a ella esta misión? ¿No sería más fácil entregarle el sobre a su tía Yin aprovechando que estaba en casa?
Yrion no le quitó la mirada de encima. Lina no podía soltar ninguna de las preguntas que tenía en su cabeza. Lentamente, se acercó a su mesita de noche, y dejó el sobre junto a la lámpara.
—Apenas la vea se lo entregaré —le prometió intentando sonreír.
Lina no podía recordar nada más a partir de este punto. Despertó en un lugar desconocido para ella. Era blanco con paredes celeste claro. Estaba sobre una cama metálica con sábanas igualmente blancas. La confusión la golpeó de lleno inicialmente. Unos pitidos de fondo le daban pistas de encontrarse en un hospital. Lo único familiar en toda la habitación era la presencia de Jobeaux. Ella volteó su mirada hacia el goblin, rogando por respuestas.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó con preocupación.
Quería hablar, pero no sabía siquiera por dónde comenzar. Notó que estaba conectada a un respirador artificial y un oxímetro en su dedo índice izquierdo. Todo era demasiado confuso.
—Cuando llegué a tu casa todo era un caos —comenzó a explicarle Jobeaux—. No entendí bien qué pasó. Dicen que Yenny y Roger te descubrieron pero no fueron capaces de explicar cómo te encontraron. Lo único que sé es que Yenny te salvó la vida.
La explicación simplemente sumó más preguntas a la perrita. La confusión le estaba comenzando a dar miedo. Era una incerteza que la colocaba sobre un castillo de naipes amenazante con derrumbarse.
—Lina —el goblin frunció el ceño—. ¿Qué rayos pasó?
Si a Roger y a Yenny les había ocurrido algo similar a lo de ella, cobraba sentido que no fueran capaces de explicar lo ocurrido. Tenía fresco en su memoria los últimos acontecimientos, que lentamente comenzaban a difuminarse en el marco de la fantasía. ¿Había sido un sueño?
Con la duda en la mente, transcurrieron los días. Recibió la visita de muchas personas, gente que incluso hacía tiempo no veía. Roger echó a correr la voz en el pueblo, atrayendo a viejos amigos tales como Vinnie y Dave. También, y como no, la visitaron su padre, Yanette y sus acompañantes, los cinco hermanos Chad, Roger, entre otros. También vinieron otras personas que no conocía, como un extraño felino y un caballo con cara de pocos amigos. Gracias a tantas visitas, pronto fue dejando atrás el trauma de aquel sueño vívido. A fin de cuentas, todo recuerdo se pudo resumir a un simple mal sabor de boca.
Cuando por fin regresó a casa, su habitación se encontraba tal y como la recordaba. Sus recuerdos se volvieron más vívidos que nunca cuando puso un pie en su interior. Ya podía imaginar a Yang entrando con la bandeja del desayuno. Su promesa de amor eterno la cargaron de una amargura que le rompió el corazón. ¿Dónde había quedado esa promesa? Lentamente, se sentó sobre la cama mientras intentaba superar el golpe.
Repentinamente, se volteó hacia su mesita de noche. El sobre blanco se encontraba intacto. La mirada y las palabras de Yrion regresaron inmediatamente a su memoria con el golpe de un meteorito.
«Prométeme que se lo entregarás».
La tentación de abrir ese sobre era inmensa. Sentía que todas las respuestas se encontraban en su interior. El deseo de saber era avasallador. Se vio incluso con sus dedos alrededor de la orilla del sobre, dispuesto a romperlo. Sus manos temblaban. Se sentía sudar. Un impulso alejó sus dedos y lanzó el sobre al otro extremo de la cama.
—¿Yenny?
Lina esperó durante gran parte del día el momento indicado para hablar con la chica. Finalmente, la encontró sola en el patio trasero admirando el atardecer.
La coneja se volteó, sorprendiéndose ante la presencia de la perrita.
—¡Señorita Swart! —exclamó.
—Tengo esto para tí —le extendió el sobre. Quería hacerlo rápido—. No me preguntes detalles al respecto porque no los sé. Solo sé que es para tí.
La sorpresa aumentó en el rostro de la coneja, quien lentamente extendió su mano para recibirlo.
—Este… ¿gracias? —respondió insegura.
Lina asintió con la cabeza, y se retiró lo más pronto que pudo. No quería saber nada más del sobre, ni de su historia, ni de nada.
Ese día se acostó temprano. Apenas cenó, se dirigió a su habitación. Simplemente tenía el cerebro fundido. No quería más guerra. Quería quedarse en su propia línea temporal mientras pudiera entenderla. Aunque echaba de menos a su Yang, la historia de Yrion, el sobre, las sospechas sobre Yin y la burda explicación de Jobeaux le provocaba migraña.
Ya se encontraba acostada y preparándose para dormir cuando escuchó que golpeaban a la puerta.
—¡Adelante! —exclamó sin pensarlo demasiado.
—¿Señorita Swart? —la puerta se abrió lentamente, dejando entrar a Yenny.
—¡¿Yenny?! —exclamó la perrita sorprendida reincorporándose sobre la cama.
Ella notó que la coneja actuaba con timidez. Sus ojos se notaban irritados, enrojecidos. Su actuar se notaba lento y tímido.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Lina extrañada.
—Solo le quería agradecer por el regalo —Yenny se sentó sobre la cama y le sonrió. Su mirada lila le recordó su encuentro con Yang cuan si fuera un deja vu.
Antes de que Lina pudiera reaccionar, la coneja la abrazó con fuerza. Era una fuerza fraternal, conciliadora, de un apoyo incondicional. Le recordaba mucho al abrazo que le regaló Yin apenas arribó a su casa. No pudo evitar sonreír ante el fugaz recuerdo.
En el momento en que le respondió el abrazo, sintió como la coneja empezaba a sollozar. Las preguntas regresaron a su mente, pero sabía que ninguna de ellas obtendría respuesta.
