Amor Prohibido - Capítulo 83 (Amor Poliamoroso - Capítulo 2)
—Déjenme ver si entendí. Ustedes vienen del futuro, ¿no?
Carl, junto con Ella, Bob, y los tres hermanos Chad del futuro se habían instalado en un local de comida rápida que encontraron junto a la carretera. Habían tomado una mesa junto a la ventana, sentados tres y tres frente a frente. Cada uno tenía un vaso de café de máquina que se habían servido apenas ingresaron. La cucaracha interrogaba a los tres conejos frente a él. Se encontraba realmente interesado, y las razones no le faltaban. Jimmy había crecido más que sus hermanos, hasta encontrarse media cabeza por sobre Yuri. La cara de Jacob había ensanchado un poco y daba la ilusión de ser cuadrada a pesar de que realmente era redonda. El rostro de Yuri se había estilizado, viéndose más adulta en comparación con la pequeña conejita que todos conocemos.
—Así es —afirmó Yuri asintiendo con la cabeza.
—¿Y están aquí por esa piedra? —volvió a preguntar Carl apuntando hacia el trío.
—¿Por Jennifer? ¡Sí! —respondió Yuri.
—Ese tal Denis Trevor es muy peligroso —agregó Jacob entrecruzando los dedos de ambas manos y regalándole una mirada de absoluta seriedad—. Con un poder como el de Jennifer sería prácticamente invencible, y nuestro futuro no existiría.
—Un momento —intervino Ella—. ¿Jennifer?
—Es nuestra hermanita —contestó Yuri—. Cuando murió, el poder Woo Foo liberado fue tan grande que era imposible que se hubiera desvanecido en el cosmos. Así que se petrificó en esta piedra —agregó sacando de entre su capucha la piedra brillante.
Al instante todo se convirtió en un brillo enceguecedor, borrando absolutamente todo lo que había en el entorno.
—¡Guarda eso! ¿Quieres? —replicó Jimmy molesto mientras empujaba el brazo de su hermana para que volviera a esconder la piedra.
En ese instante todo regresó a la normalidad. Jacob notó que todos los presentes se habían cubierto los ojos, escondiéndolos de la luz brillante. Tras unos cuantos segundos poco a poco todos recuperaron la vista. Todos los ajenos a la mesa regresaron a sus quehaceres habituales. Solo los tres personajes sentados frente a ellos se les quedaron viendo con impresión.
—¡Brilla! —exclamó Bob con emoción.
—No lo entiendo —agregó Carl confundido—. ¿Me están diciendo que…?
—De los gemelos que mamá esperaba en este presente, uno murió —le explicó Jacob con seriedad—. Era la niña. Se llamaba Jennifer.
—¿Qué? —la sorpresa golpeó a un Carl que se aferró a su vaso con café. No pudo evitar imaginar cuánto habría sufrido o estaría sufriendo Yin ante la pérdida de uno de sus hijos. Fue una rápida y dolorosa estocada en lo más profundo de su corazón.
—Pero al menos Yerko está bien —intervino Yuri al ver el rostro apesadumbrado de la cucaracha.
—¿Yerko? —cuestionó Ella Mental.
—Ajá —respondió Yuri—. Es nuestro hermanito. Tiene como diez años.
—¡Un momento! —exclamó la tigresa molestamente confundida cerrando sus ojos con fuerza y levantando ambas palmas—. Me están diciendo que esos gemelos de los que hablan… ¿también son hijos de Yin y Yang?
—Sí —contestó Yuri sin miramientos.
—¿En serio?
—Ajá —secundó Jimmy.
La tigresa, aún incrédula de lo que estaba escuchando, golpeó la mesa con ambas palmas y se volteó hacia Carl y Bob. Tenía la boca abierta y una mirada que albergaba la más absoluta incredulidad. Bob le devolvió una sonrisa ingenua, mientras Carl alzó una ceja.
—Estamos hablando de los mismos conejos que son hermanos gemelos, ¿verdad? —volvió a preguntar la tigresa.
—Eh… supongo —contestó Carl extrañado.
—¿Yin está embarazada ahora? —volvió a preguntar.
—Eh… ¿sí? —la cucaracha no entendía el punto al que pretendía llegar.
—O sea… hasta hace poco que ellos dos están… —comentó con lentitud girándose hacia los tres conejos frente a ella.
—¡Por favor Ella! —la interrumpió Carl—. Lo dices como si fuera lo más extraño del mundo.
—¡Oh claro! —contestó la tigresa con sarcasmo—. El sexo entre hermanos gemelos es lo más normal del mundo. Tanto así que los están persiguiendo en cada rincón del planeta.
La cucaracha no le contestó. Desvió la mirada hacia el frente mientras bebía de su vaso.
—Bueno, Yerko tiene un par de hermosos ojos verdes —comentó Yuri.
El comentario tomó de sorpresa a Carl, quien inmediatamente escupió el café que se estaba por tragar.
—O tal vez no fue tan así —Ella sonrió complacida frente a la nueva teoría.
—¡Ya había quedado claro todo esto! —gritó la cucaracha defendiéndose mientras su rostro se volvía cada vez más verde—. Marcelo vio energía Woo Foo muy poderosa en el vientre de Yin, concordando con esa teoría que se pilló. ¡Eso demuestra que ambos gemelos son hijos de Yin y Yang! ¡Yo no tengo nada que ver en eso!
Carl respiraba con agitación mientras el silencio regresaba a la mesa. Cinco pares de ojos lo observaban con sorpresa ante su repentina reacción.
—Ella dijo que tenía los ojos verdes, no que tú fueras el padre —le aclaró Jacob.
—¡A menos que…! —exclamó Yuri sorprendida tapándose la boca con sus manos.
El silencio regresó a la mesa. El peso de la sobrerreacción y de la vergüenza cayeron sobre la cucaracha, quien comenzó a ponerse roja.
—A quien le quepa el poncho, que se lo ponga —comentó Ella con ironía antes de regresar a su café.
Yin llevaba varios días en la cárcel. Era un cuarto pequeño pero cómodo. Tenía una cama blanda, un pequeño cuartito con un inodoro, una ducha y un lavamanos, una ventana con barrotes, y una pequeña mesita de noche. Casi todos los días venía el doctor a visitarla. Era un hurón con mirada enojada. Sin duda era por la clase de aberración que la consideraba. Fueron las exigencias de Pablo, quien por cada visita le preguntaba por su comodidad.
A ella poco y nada le interesaba su propio bienestar. Cada vez que veía al felino le preguntaba por sus hijos. Él iba de vez en cuando a la granja en donde se encontraban los hermanos Chad. El resto de la información la recibía por parte de Marcelo y Jobeaux. Afortunadamente, los chicos parecían encontrarse bien. Tenían cuartos propios, cuatro comidas al día, medios de comunicación, kilómetros de naturaleza, aire puro, y aislamiento de la sociedad. Con comentarios de esa naturaleza, lograba tranquilizarla. Ella jamás preguntó por Yang ni por su propia situación legal. El caso literalmente se encontraba entrampado. Al parecer no habría movimiento a menos que apareciera una nueva pista.
A la coneja le alegraban las visitas de su amigo. Hacía varios años que no veía a Pablo Él se convertía en la salvación de aquellos días de silencio y soledad. Era el nexo con sus hijos, la distracción de sus pesares, la razón de su esperanza. Cuando se instalaban en la sala de visitas, terminaban conversando por horas, rememorando anécdotas del pasado.
—Te quiero hacer una pregunta —saltó repentinamente Yin una tarde.
—¡Claro! Las que tú digas —respondió Pablo con una sonrisa.
—¿Nunca te importó que mi esposo fuera…? —lanzó su pregunta, cayendo en la sorpresa de no ser capaz de finalizarla.
La sonrisa quedó petrificada. El felino actuaba por inercia, sin quedarse a reflexionar de los porqués. La idea del incesto cayó sobre su cabeza inmediatamente. El verla a ella frente a sí, seguida de aquellas ideas le provocaba un cortocircuito difícil de creer. Eran resultados que no podía lanzar sin herirla, y era lo que menos quería.
—La verdad no lo había pensado —confesó rascándose la barbilla. Tras un suspiro, prosiguió—. Cuando pasó todo esto, yo en lo único que me preocupé es en tu bienestar. Siempre lo he hecho —sonrió.
—Pablo —balbuceó Yin sin darse cuenta.
—Así que supongo que nunca me importó todo eso del… incesto —continuó nervioso—. ¡Claro! No significa que esté de acuerdo con generalizarlo y que ahora todos tengan relaciones con sus familiares —farfulló aún más nervioso—, a menos claro, que tú sí estés de acuerdo. En ese caso, si decides armar un frente a favor del incesto, te puedo acompañar a protestar al congreso…
—¡Pablo! —alegó Yin.
—Lo siento, lo siento —los nervios se encontraban bailando sobre su psiquis.
Afortunadamente, el silencio ayudó a diluir cualquier altercado que pudiera haberse forjado entre ambos.
—¿Te puedo preguntar algo? —Pablo intentó sonar seguro.
—Sí, dime —Yin intentó entregarle confianza con su voz.
—¿Por qué? —preguntó.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué decidiste formar una familia con tu hermano?
El silencio regresó mientras Yin buscaba recuperar la respiración bajo su alero. La mirada de Pablo era acompañada por una débil sonrisa. Aquella pregunta no sería respondida ante cualquiera. No era fácil responder, y ni siquiera se le había pasado por la cabeza ensayar una respuesta.
¿Por qué?
—Porque lo amaba —respondió con sencillez cruzándose de brazos.
—¿Y cómo supiste que lo amabas? —continuó Pablo—. Digo, eran hermanos…
—Lo sé, lo sé —lo interrumpió molesta—, y no creo que sea algo que tú entenderías. Eres hijo único.
—Está bien. Lo siento —respondió agachando la mirada. Sabía cuándo estaba apretando demasiado.
Los días en la granja de los Swart se sucedían con un sopor digno de una húmeda y calurosa tarde de verano. Cada uno de los chicos comenzó a forjar alguna rutina que le permitiera olvidar el presente. Yenny había caído en un rompecabezas irresoluto. Un misterio envuelto en un sobre blanco. Apenas lo había abierto aquella noche, se encontró con un naipe completamente blanco. El reverso parecía emular a un naipe inglés, pero el anverso estaba perfectamente blanco. Al verlo por primera vez, se albergó una emoción en su interior tan grande que la llevó al séptimo cielo. Una alegría, una paz interior, una felicidad inexplicable. Lastimosamente, aquella inexplicable alegría se desvaneció con los días. Solo se quedó con la carta en sus manos y con un enorme signo de interrogación en su mente.
A Yenny le gustaba pasearse por el jardín trasero durante las tardes mientras los soles se ocultaban en el horizonte. La combinación del verde clorofila junto con los colores de tantas flores que poco a poco se iban cerrando armaban un paisaje de ensueño que no podía evitar que le recordara al jardín de las almas perdidas. Entre sus manos tenía la dichosa carta. No la dejaba a un lado ni por casualidad. Usualmente la traía en los bolsillos de sus pantalones, decidida a jamás alejarse de esta hasta descubrir su misterio. Durante sus paseos meditaba acerca de su significado. La observaba detenidamente, esperando a que tras el blanco de su anverso presentara alguna clase de pista. Aquella misma mañana le había preguntado a Pablo. Sospechaba que aquel guardián del jardín de las almas perdidas que ahora se las daba de abogado tenía algo que ver en todo esto. Simplemente negó todo. Negó conocer qué le había pasado a Lina, de dónde habría sacado aquel naipe, y ni mucho menos sabía cuál era su significado.
Pensar en que el felino mentía era una pérdida de tiempo. Mientras caminaba, mejor se centraba en qué podía significar ese naipe. Lina tampoco le había dado respuestas. No había salido de su punto de partida. No tenía la menor idea de su significado.
—Yenny.
La coneja se volteó ante aquella voz. Se encontró con Jack. El conejo se encontraba con unos pantalones cortos de algodón, una camiseta sudada y una toalla amarilla colgando de su cuello.
—¡Jack! —exclamó sorprendida—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a verte —sonrió—. Vienes todos los días hasta acá.
—Me gusta el lugar —la coneja desvió la mirada mientras guardaba la carta en su bolsillo.
—¿Qué es eso? —le preguntó su hermano notando el movimiento.
Yenny suspiró y decidió mostrarle lo que ocultaba.
—Es esta carta que me dió la señorita Swart cuando se recuperó —le informó mostrándole el naipe.
Jack se acercó y lo tomó. Lo observó detenidamente un par de segundos antes de devolverlo.
—Parece de esas cartas que usas cuando se te pierde una carta en una baraja —le explicó.
—¿Cómo? —la chica arqueó una ceja.
—Cuando pierdes una carta en tu baraja de naipe inglés, utilizas una de estas cartas en blanco, la dibujas, y así tu baraja ya no está incompleta —le explicó—. Es por eso que varias barajas de naipes inglés vienen con dos de estas cartas.
Yenny la volvió a observar con detención bajo esta nueva lupa. Con lentitud, volvió a guardarla en su bolsillo.
—No —respondió—. Es más que eso.
—¿Cómo lo sabes? —cuestionó su hermano.
—Una corazonada —zanjó Yenny.
El silencio los envolvió en una capa de una leve brisa que movió en una débil danza las hojas cercanas. Un suave y cálido silencio roto por un carraspeo.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Yenny.
—Vine para preguntarte cómo te has tomado todo esto —respondió el chico con la mirada clavada en una piedrita que había en el suelo.
—¿A qué te refieres? —le preguntó ella.
Jack apretó los puños escondidos en los bolsillos de sus pantalones. No quería ser más específico.
—El Maestro Jobeaux me pidió que te preguntara cómo te has sentido luego de lo que te pasó con tu aura —farfulló incómodo intentando levantar la vista para terminar clavándosela en una nube al fondo.
—¿No podría haber venido él personalmente para preguntarme? —Yenny arqueó una ceja.
—No. Está ocupado —respondió estoico.
El silencio lo obligó a centrar su vista en la cara de ella. Yenny le sonreía con picardía.
—Esa pregunta viene de tí, ¿no? —lo atrapó.
La sorpresa y el terror se apoderaron del rostro del conejo, quien tras abrir la boca, no encontró palabras con las que defenderse.
—Pues me siento bien, gracias —Yenny le sonrió—. No he sentido debilidad ni he notado un brillo de ningún color escapar de mi cuerpo.
—Me refiero a que —se apresuró a responder con pesar. Luego, se detuvo solo, para respirar hondo y reformular su pregunta—... Desde que supimos lo de nuestros padres, literalmente todo se nos puso de cabeza. Lo de la escuela, que nuestros padres tuvieran que escapar, lo de nuestros amigos, que el mundo nos odie, que no podamos regresar a casa, que tengamos que quedarnos aquí, que ni siquiera sepamos qué va a pasar con nosotros…
La desesperación poco a poco se tomaba la voz del chico, hasta que se detuvo en seco. Un par de lágrimas escaparon de sus ojos, dejando claros surcos sobre su rostro.
—Jack —balbuceó su hermana sorprendida.
Él tenía razón. Pensar en todo eso era abrumador. Por eso ella intentaba rehuir de aquel tema. Lamentablemente, era una carga tan pesada y tan real como las lágrimas que caían de los ojos de su hermano. Era una carga que debía arrastrar todos y cada uno de ellos. La incertidumbre era lo peor. Sentía que sus padres los habían abandonado. Ellos, solos, por su cuenta, no tenían futuro. No tenían esperanza. Cuando los sollozos se hicieron sonoros, ella se apresuró a abrazarlo. Jack había explotado en llanto.
—Ya, tranquilo —le susurró mientras intentaba contenerlo—. Te prometo que saldremos de esta —agregó mientras lidiaba con sus propias emociones para evitar largarse a llorar.
—¿Por qué tenía que pasarnos esto a nosotros? —masculló Jack a duras penas. La calidez del abrazo soltó todos sus amarres, y ahora no podía dejar de llorar.
Ella lo abrazó con más fuerza. Su pregunta era totalmente válida, y más de alguna vez había visitado su cabeza. La vida no era justa. Simplemente no había una explicación que lo justificara. Simplemente les tocó a ellos. Ellos debían lidiar con su propia existencia. Ella, al ser la mayor, debía cuidarlos. Era una carga que se le hacía demasiado grande, pero no podía evitarla. Una amargura anudó su garganta, dificultando su tranquilidad.
—¿Han visto a Jacob?
En el momento preciso apareció Yuri de entre los matorrales interrumpiendo el momento. La conejita se le veía con varias hojas de distintas plantas enganchadas entre sus orejas y su ropa. En el momento de su interrupción, ambos terminaron el abrazo y la observaron con una mezcla de sorpresa y miedo. Jack se apresuró en secarse sus lágrimas con el dorso de sus manos con la premura de un asesino intentando ocultar a su víctima.
—¿Estás bien? —la curiosidad de Yuri reemplazó su preocupación por Jacob.
—Sí, sí. Estoy bien —masculló Jack apresurándose en su hazaña.
—¿Buscabas a Jacob? —intervino Yenny intentando cambiar de tema.
—Sí —contestó tras un suspiro—. No lo he visto en todo el día. No apareció en la mañana para el desayuno ni para el almuerzo.
—Él debe estar por ahí. Ya aparecerá —le contestó su hermana con una sonrisa tranquilizadora.
—¡Eso me han dicho todos durante todo el día! —replicó molesta—. ¡Les digo que Jacob ni siquiera está en la granja!
—Debe estar por ahí —insistió Jack cruzándose de brazos.
—Mira, ya es hora de cenar —intervino Yenny—. Vamos a la casona, y si no aparece, lo buscamos, ¿te parece?
Ante la falta de réplicas y de ideas alternativas, Yuri no tuvo más remedio que hacerles caso y regresar a la casona.
—Ya busqué en el granero y el invernadero y no encontré nada —apenas entraron por la cocina, oyeron a Freddy hablar con una muy seria señora Yanette.
—En los cultivos de trigo no se encuentra —secundó Roger.
—Ya bajé al pueblo. Tampoco está —apareció Kraggler con su juventud activada.
—¡Cómo es que no está en ninguna parte! —les gritó la anciana molesta.
—Acabo de revisar en la casona —Lina ingresó a la cocina—. No está en ningún lado.
—Debe haber algún lugar por donde buscar —Yanette se paseaba con nerviosismo.
—Revisé el jardín trasero y delantero —intervino Yuri—. No hay rastros de Jacob.
—¡No se lo puede haber tragado la tierra! —alegó la anciana volteándose hacia la pequeña. En ese momento se topó con Yenny y Jack—. ¡Con que al fin aparecen! —les recriminó—. Espero que no se les pegue las malas costumbres incestuosas de sus padres mientras estén en esta granja —agregó con el ceño fruncido y las manos en la cintura.
—Eso no fue gracioso —respondió Yenny igual de molesta cruzándose de brazos.
—¡Entonces me hizo caso! —intervino Yuri con alegría salvando el momento—. ¡Usted sí cree que Jacob está desaparecido!
En ese instante Jobeaux ingresó a la cocina con tranquilidad, ignorando completamente el momento. Silbaba relajado mientras tomaba asiento en la mesa.
—¿Y bien? ¿Qué hay de cenar? —preguntó.
Cargada con furia, Yanette se aproximó al goblin, dando un fuerte golpe sobre la mesa a un costado de su puesto.
—Usa tu Woo Foo para saber dónde está Jacob —le ordenó.
—¿Por qué no usas el tuyo? —le preguntó sin mirarla—. Sé que tu sabes…
No alcanzó a terminar. Yanette lo agarró del cuello de su camiseta, y lo levantó, acercándolo hasta regalarle una mirada infernal a quemarropa. Un escalofrío recorrió el cuerpo completo del goblin, temiendo por su integridad.
—Te estoy pidiendo que lo hagas tú —le ordenó con una tranquilidad peligrosa.
—Está bien, está bien —aceptó nervioso—. Lo buscaré ahora.
Mientras lo regresaba de un empujón a su silla, el señor Swart aterrizaba en la cocina junto con Jimmy. La silla por poco y se caía con goblin y todo. Jobeaux se sujetó de la mesa para evitar caer al suelo. Cerró sus ojos a la vez que una tenue aura verde claro lo envolvió completamente. El silencio se hizo expectante, mientras todos los ojos se clavaban en el goblin.
—No puede ser —balbuceó sorprendido abriendo los ojos de golpe.
—¿Qué? —preguntó Yenette.
—No encuentro su aura —contestó—. No lo puedo sentir a varios kilómetros a la redonda.
—¡No puede ser! —replicó la anciana.
—Pero, no puede haberse ido tan lejos —alegó Jobeaux—. Esto significa una sola cosa —agregó poniéndose de pie.
Todos centraron su mirada en el goblin, expectantes a su respuesta.
—Su aura se apagó —continuó—. Está muerto.
