Amor Prohibido - Capítulo 85 (Amor Poliamoroso - Capítulo 6)

—Psst, Yin.

En la oscuridad de su celda, Yin intentaba quedarse dormida. Estaba sobre su cama, volteada hacia la pared. A pesar de todo el tiempo que ha pernoctado en ese cuarto, le era difícil conciliar el sueño. Escuchó de inmediato cuando una voz susurraba su nombre. No movió ni un músculo a la espera de una mayor reacción. No sabía quién era, y no quería más problemas de los que ya tenía.

—Yin —volvió a oír aquella voz.

Cerró los ojos con fuerza intentando olvidarse de la voz. Quería, aunque fuera por unas horas, escapar de esa realidad a través del sueño. ¡Al diablo el idiota ese!

La coneja no pudo evadir más al desconocido. Oyó que la reja que la mantenía prisionera se abría. El rechinar del metal retumbó en medio del silencio. No pudo evitar voltearse y toparse con una enorme y atemorizante sombra.

—¡Iluminación!

Extendió su palma y una luz emergió como si de una linterna se tratase. Inmediatamente descubrió la sombra, encontrando a un Lucio que intentaba ocultar su vista de la repentina lumbrera.

—¡Hey! ¡Apaga eso! —se quejó cubriéndose el rostro.

—¿Lucio? ¿Qué haces aquí? —le preguntó Yin sorprendida.

—Necesito hablar contigo —contestó el león alejándose de la fuente luminosa.

Yin colocó la fuente luminosa —que resultó ser una bola brillante— sobre la mesita de noche. Gracias a esto, Lucio pudo descubrirse el rostro. La coneja comenzó a sentirse nerviosa al percatarse que la reja de su celda se encontraba abierta, y con la iluminación de su cuarto llamaría demasiado la atención. No quería más problemas de los que ya tenía.

—¿Qué quieres? —le preguntó intentando sonar autoritaria, a sabiendas que su situación no estaba a favor.

—Vine a sacarte de aquí —el león le sonrió.

—¿Qué? ¿Por qué? —Yin lanzó su pregunta.

—Tengo novedades desde la granja en donde dejaste a tus hijos —respondió con seriedad—. Ellos están muertos.

—¡¿Qué?! —Yin no pudo evitar exclamar a viva voz mientras se ponía de pie.

—¡Shht! ¡O nos van a descubrir! —susurró Lucio agitando sus manos pidiéndole que se volviera a sentar.

Aún aturdida, Yin nuevamente se sentó sobre su cama. El felino hizo lo suyo en la silla que había en el lugar.

—¡¿Cómo que están muertos?! —susurró Yin molesta. Creía que el león le estaba haciendo una broma de mal gusto, y estaba dispuesta a hacérsela pagar de ser así.

—Es verdad —contestó en el mismo tono—. Lo de Yanette era una trampa para apoderarse de tus hijos. Tú sabes que ella los odiaba. Los envenenó poco a poco, y uno a uno fueron cayendo. Cuando me enteré esta mañana, Jack había sido el último.

A Yin se le cayó el mundo encima. La respiración se fue reduciendo en la medida en que sus palabras la iban convenciendo. No, no quería creerle, pero, ¿de qué se podía aferrar para conseguirlo? Desde su celda no podía recibir ninguna evidencia.

—No-no-no es cierto —balbuceó intentando serenarse—. De haber sido como dices, Pablo me habría dicho.

—Pablo está coludido con esa anciana —replicó Lucio—. Si él estuviera de tu parte, ¿por qué aún no te saca de prisión? ¡Mírate! Legalmente no pueden mantenerte presa hasta demostrar el incesto con tu hermano. Necesitan ADN que no tienen. Yang lleva días desaparecido. No tiene caso mantenerte encerrada. ¿Pero crees que a tu abogado le importa eso? ¡No!

—¡No es cierto! —exclamó con mayor seguridad—. Me mantienen aquí porque pueden extraer ADN de mis hijos, y Pablo está allá afuera retrasando el proceso. Mientras, no tengo más alternativa que estar aquí.

—¿Que no tienes más alternativas? —exclamó el felino molesto apretando los puños—. ¡Tú! La abogada más fuerte, formidable y poderosa que conozco, ¿se rinde ante el sistema? ¡¿Dónde está la Yin que lucharía con su vida contra el mundo por su familia? ¡¿Dónde está tu espíritu de lucha?!

—¡Basta Lucio! —exclamó alzando la voz—. Yo sé bien lo que hago.

—¡Ah! ¿Entonces no te interesan tus hijos? Total, están muertos —respondió con indolencia.

—¡Ya callate! —le gritó en un exabrupto levantándolo con una mano desde el cuello de su camisa.

—¿No me crees? ¡Ve a comprobarlo! —le gritó apuntando hacia la reja abierta.

La tentadora libertad la tentó con libertinaje. El «todo está bajo control» que buscaba regalarle paciencia al interior de prisión se estaba derritiendo ante el calor de la salida rápida. Además, aunque poco y nada le creía a Lucio, el bichito de la duda se había impregnado en su conciencia. Sabía que Yanette odiaba a sus hijos, y que Pablo simplemente haría lo posible para intermediar en la situación. No le iba a ocultar la muerte de uno de sus hijos, pero sí alguna clase de daño.

Las alarmas sonaron en toda la cárcel mientras que el barullo se hacía más intenso. Los policías llegaron por docena hasta la celda señalada con una iluminación nunca antes vista. La celda que hasta hace poco albergaba a Yin Chad se encontraba vacía. El barullo se extendió por toda la prisión. Uniformados armados y acompañados con perros furiosos recorrían cada rincón del edificio. La vigilancia en los muros se multiplicó. Cientos de policías salieron a recorrer los alrededores. No hubo señales de vida de la prisionera.

—¿Pueden intentar mantener la calma?

Marcelo se mantenía sereno en medio del caos emocional en que se había convertido la cocina de la casona de los Swart aquella mañana. Se encontraba instalado en la mesa tomando un enorme tazón de leche fresca. Todos los demás se encontraban a su alrededor nerviosos. Jacob Chad había desaparecido. La noticia de Jobeaux informando que había muerto había aumentado la tensión y el pesar en todos.

—¡¿Cómo se supone que vamos a mantener la calma?! —alegó Yanette a su lado—. ¡Jacob podría estar muerto!

—Pero no lo está —respondió el caballo. Ante el silencio, se volteó hacia la anciana—. ¿Acaso le vas a hacer caso a este idiota? —agregó apuntando con su palma extendida hacia el goblin, quien se había instalado en el puesto del frente en la misma mesa.

—¡Oye! —alegó el aludido ofendido.

—Pero él dijo que no pudo sentir su energía Woo Foo —le dijo la anciana.

—Eso no significa que esté muerto —sentenció Marcelo—. También puede estar lejos de aquí.

—¡Ah claro! —replicó el goblin molesto—. De un momento a otro se fue a más de ciento cincuenta kilómetros de distancia.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vieron? —preguntó el caballo antes de dar un sorbo a su tazón.

—Antenoche —respondió Yuri—. Estuve todo el día de ayer preguntándole a todos en dónde estaba Jacob, y nadie me dijo nada.

—Ajá —sentenció Marcelo—. Los secuestradores tuvieron por lo menos veinticuatro horas para escapar.

—¡¿Secuestro?! —exclamó Yanette al borde del desmayo. Kraggler, quien estaba a su lado, extendió sus brazos ante la amenaza de que cayera.

—El secuestro es mejor que la muerte —sentenció Marcelo.

—¿Y en dónde podría estar? —intervino Yenny con preocupación.

—Considerando que es hijo de una relación incestuosa bullada en todo el planeta, y en donde existen muchísimos extremistas que odian su relación por el simple hecho de ser hermanos, consideraría que Jacob puede estar literalmente en cualquier parte del mundo.

Ante el discurso, el silencio congeló a todos los presentes. No solo se encontraban el resto de los hermanos Chad, Yanette y Jobeaux. Los asistentes de la anciana, Roger, Lina y su padre también se encontraban atentos en el lugar, a la espera de alguna información respecto del paradero del conejo rubio. Marcelo terminó de beber su leche.

—Eso no ayuda mucho —concluyó Yanette.

—Estaba deliciosa —respondió el caballo haciendo caso omiso a la respuesta de la anciana—. ¿Me pueden servir más?

—¡Por supuesto! —exclamó Lina tras un codazo de su padre.

Desde el interior de una alacena, sacó una enorme jarra de loza que parecía pesar mucho. A pesar de todo, y con gran maestría, le llenó el tazón con leche fresca.

—Muchas gracias —respondió el caballo antes de volver a tomar un largo y sonoro sorbo.

—¿Entonces no piensas ayudar? ¡Te llamé porque se supone que eres amigo de la familia! —alegó Yanette.

—Para buscarlo, necesito más información —sentenció Marcelo—. Con lo que sé, no tendría ni la menor idea de dónde comenzar a buscar.

—Carl ya lo habría encontrado —una voz interrumpió el momento, tomando por sorpresa a todos los presentes.

Todas las miradas se voltearon hacia un rincón de la mesa redonda. Un par de puestos a la derecha se encontraba Jimmy agitando sus patas que no alcanzaban a llegar al suelo. Lo observaba con una mirada fija que le indicaba que hablaba en serio. El menor de los Chad no hablaba mucho, ni mucho menos con tanto público. La intervención realizada parecía ser un espejismo jugado aquella mañana. Marcelo se quedó observándolo fijamente. Frunció el ceño con una mirada peligrosa. Aquellas palabras las sintió como una falta de respeto. ¿Cómo se le ocurre compararlo con el inútil de su cuñado?

—Yakko no está aquí —se defendió con un bufido antes de tragarse su rabia con la leche.

—¡Chicos! ¡Deben oír esto! —Jack se encontraba con un par de audífonos aparentemente escuchando música, desentendiéndose del mundo. En realidad se encontraba revisando las radios locales, las redes sociales, y el internet en general en busca de noticias sobre su hermano. En vez de encontrar noticias de Jacob, descubrió noticias totalmente diferentes.

Cuando captó la atención de todos, colocó el audio en altavoz y dejó su teléfono sobre la mesa. Una voz masculina y con seriedad tomó la palabra:

—Repetimos, la ex abogada acusada de un escandaloso caso de incesto, Yin Chad, se dio a la fuga en horas de esta madrugada. Desde la prisión aún se encuentran investigando la forma en que escapó. Simplemente encontraron la puerta de su prisión abierta. No encontraron rastros de su presencia en ninguno de los muros, ventanas, puertas ni cámaras de seguridad. Según el alcaide, ha sido una de las fugas más limpias jamás vistas.

Mientras tanto, Pablo Schneider se encontraba en una elegante oficina alfombrada oyendo la misma noticia por los altoparlantes. La presión de aquellas palabras lo enfurecía en silencio. Su caso se volvia cuesta arriba. ¿Por qué? En todo este tiempo le había insistido a Yin que se quedara tranquila, que era mejor esperar. ¿Por qué le hizo esto? Ahora él era el abogado del diablo. Todo el mundo daba en contra de la coneja, de su pareja, de sus hijos. Él debía contener el odio que se lanzaba tanto de manera informal como legal a través de la burocracia. No había cuero que aguantara. Ya podía vislumbrar el fin de su aguante.

Frente a él, había un escritorio ocupado por una enorme hipopótamo. Silenciosamente, ella estiraba la poca paciencia del felino mientras se limaba las uñas. Se encontraba en la secretaría de la oficina del señor Bux, jefe del bufete de abogados en donde Yin trabajaba. Ella le había ayudado desde prisión a concertar una cita para que el señor Bux validara su título. El ser descubierto sin un título validado en la tierra de la libertad crearía un nuevo clavo en el ataúd de la familia Chad.

—Disculpe —Pablo llamó la atención de la secretaria antes de que su impaciencia acabara con sus nervios.

—Ep, ep, ep —la hipopótamo lo interrumpió alzando su palma, para luego continuar con su labor.

El felino frunció el ceño. Realmente se estaba enojando.

—¿Se da cuenta? —comentó de pronto dejando a un lado su lima metálica—. ¿Cómo es posible que un par de hermanos gemelos hayan tenido hijos? ¡Eso del incesto no es de Dios! Además, conocí a la pareja. O sea, además de que la señora Chad trabajaba aquí, una tarde conocí a sus hijos y a su marido. ¡Vaya que les ha tocado duro! Esa tarde yo iba de regreso hasta aquí luego de almorzar cuando vi a la señora Chad desmayada en su auto. Junto con otras personas la llevamos en andas hasta el hospital. Venía con nosotros uno de sus hijos. Era uno rubiecito con lentes. Luego, fui testigo de cuando les dijeron que habían perdido a uno de sus hijos. ¡Terrible! Yo me hice cargo de su van, y tuvimos que ir a buscar a alguno de sus otros hijos que se habían quedado en la escuela. ¡En el día de la explosión! Si esa familia las vió negra ese día. Nosotros tuvimos que arrebatarle uno de los niños a un ladrón de niños. ¡Increíble! Yo creo que todo eso fue castigo de Dios. Una familia no puede sufrir tantas cosas en tan poco tiempo. O sea, una explosión que casi mata a sus hijos, una pérdida de un embarazo, un ladrón de niños, una anciana que los amenaza, ¿y la policía buscándolos?...

—¿Acaso no le enseñaron cuándo callarse? —la interrumpió Pablo claramente alterado. Si cada sílaba era un martillazo a su cabeza, se podrán hacer una idea de cuán molida le dejó la cabeza con su perorata.

La hipopótamo se quedó congelada observándola con un rostro exageradamente sorprendido. Sentía que habían dañado su honra y su dignidad con aquel grito. La mirada reprochable no se hizo esperar. Pablo no se arrepentía. Tenía suficiente con su preocupación como para aguantar discursos de idiotas.

—El presidente de los Estados Unidos se refirió al caso de la familia Chad —se oyó la voz del locutor radial—. Ofrece la increíble suma de tres trillones de dólares por la captura de Yin o Yang Chad, vivos o muertos. Es la recompensa más grande jamás nunca antes ofrecida tan siquiera en la historia de la humanidad…

—¡Maldita sea! —exclamó Pablo golpeándose la cara con su palma—. ¡Ahora el presidente!

Sabía que lo que hacían era totalmente desproporcionado e ilegal, pero, ¿lidiar hasta con el Gobierno? Era David contra Goliat. ¡No! Era un microbio contra la galaxia.

—¡Esperen! Tenemos noticias de último minuto —intervino el locutor—. Nos informan que en horas de esta madrugada Yang Chad fue internado en el Hospital General. Su estado de salud en estos momentos se encuentra reservado. Una escueta declaración pública por parte del hospital ha señalado que Yang se encuentra en estado grave. Recordemos que su abogado consiguió liberarlo del cargo de prisión preventiva, a cambio de arresto domiciliario, del cual se fugó hace más de un mes atrás.

—Felicidades, usted es un héroe nacional.

Una corpulenta morsa de más de dos metros de altura y un metro de anchura, envuelta en un uniforme policial color azul saludaba efusivamente a un muy confundido Carl. Él, en compañía de Ella Mental e Indestructi Bob se encontraban en el hospital a la espera de noticias sobre Yang, cuando de la nada apareció ese policía felicitando a la cucaracha. Las placas del oficial relucían aspirando a reflejar el orgullo por sus kilos de más.

—¿De qué está hablando? —respondió Carl mientras el oficial estrechaba su mano.

—Yang Chad era uno de los criminales más buscados del país —respondió el oficial—. El presidente acababa de ofrecer una cuantiosa suma por su captura. ¡Felicidades! Para los Estados Unidos y el mundo entero eres un héroe.

—¡¿Qué?! —la cucaracha apenas podía comprender lo que estaba ocurriendo.

—¡Oye! —intervino Ella molesta—. ¡No te quedes con toda la gloria! Nosotros también ayudamos.

—¡Oh! ¿En serio? —preguntó el oficial sorprendido—. Entonces sería un trillón de dólares para cada uno de ustedes.

—¿Un trillón? —Ella se sintió confundida frente al monto propuesto.

—El presidente acaba de ofrecer tres trillones de dólares por la captura de cada uno de los conejos incestuosos —le explicó el oficial—,y ustedes acaban de entregar a uno de ellos.

—¡¿Un trillón de dólares?! —exclamó la tigresa emocionada—. Eso es… —agregó contando con sus dedos.

—Un millón de millones de dólares —le explicó el oficial con una sonrisa.

Los ojos desorbitantes de la tigresa parecían dibujar un par de símbolos de dólares en sus pupilas. La boca completamente abierta comenzaba a babear al imaginar el sabor del dinero.

—Por supuesto, además tendrán toda la aclamación del mundo entero —agregó el oficial—. En unas horas más vendrá el presidente a saludarlos y a felicitarlos por su hazaña.

—Me agrada el presidente —comentó Bob con una sonrisa inocente.

—Un… trillón —Ella seguía fantaseando con la inmensa suma de dinero pronta a recibir.

Carl aún no podía digerir lo que acababa de ocurrir. Él… ¿Acababa de entregar a Yang? ¡Esas ni siquiera eran sus intenciones! Solo quería que el conejo recibiera la atención médica correspondiente. Además, la atención mediática no le sentía nada bien, y el dinero era lo que menos le importaba.

—¿Qué demonios acaba de pasar? —cuestionó la cucaracha rato después.

Los tres se encontraban solos en la sala de espera del hospital. La cucaracha sentía pesadumbre en su ser. Se sentía tan repulsivo como siempre ha sido su imágen. La traición era un pecado capital en su vida, y que nuevamente había cometido.

—¡Negocio redondo! —exclamó Ella emocionada—. Entregaste a Yang, te quedas con el dinero, pronto te quedarás con Yin. ¡Y puedes comenzar una nueva vida con ella! ¿Qué mejor?

La explicación de la tigresa era de antología. Era distante, lejana, fantasiosa. No le cuadraba para nada. La observó con una pesadumbre que por vez primera borró la sonrisa de Ella.

—¿Ocurre algo? —le preguntó con preocupación.

—No creo que las cosas funcionen así —respondió.

A eso del mediodía, Marcelo Gonzales no se había movido de la casona. Recorrió toda la vivienda en busca de alguna pista que le indicara dónde comenzar la búsqueda de Jacob. Aunque los demás pretendían aportar, sus ideas eran más bien un estorbo. Literalmente revolvió el dormitorio del chico en busca de una pista. Tras toparse con el diario de vida y leer las últimas palabras, quedó intrigado.

—Una ciudad mágica dirigida por un patito de hule —musitó.

Había recorrido varios rincones del planeta gracias a su vasta experiencia como cazador de demonios, pero jamás se había topado con una ciudad como la descrita. Se paseó por la habitación durante largo rato en busca de alguna idea. ¿Acaso era una metáfora? Por más vueltas que le daba, no era capaz de llegar a puerto.

Un barullo proveniente desde el exterior lo invitó a dejar de intentarlo. Salió de la habitación rumbo al orígen del pleito.

—¿Qué haces aquí? —una furibunda Yanette confrontó de brazos cruzados y una mirada inquisidora a un apesadumbrado Pablo.

—¿Yin está aquí? —preguntó directamente.

—No, no está aquí —contestó cortante.

—Ella va a venir aquí —afirmó Pablo—. Ella escapó de la cárcel.

—Lo sabemos —sentenció Yanette.

—¡Maldición! —en un ataque de frustración, el felino se quitó su sombrero y lo tiró al suelo, para luego comenzar a pisotearlo como si estuviera reventando el cráneo de su enemigo.

—¡Vamos! ¡Tranquilízate! —intervino Marcelo—. Si Yin viene, por lo menos estará junto a sus hijos.

—Por cierto, ¿encontraste a Jacob? —Yanette se volteó y lo interrogó con un tono irónico.

El caballo se aclaró la garganta y vociferó en voz alta.

—¿Alguien aquí sabe donde queda una ciudad mágica dirigida por un patito de hule.

Todos los de la casona se aproximaron hacia él con la interrogación en sus mentes.

—¿Alguien conoce una ciudad mágica dirigida por un patito de hule? —Marcelo repitió su pregunta en el mismo tono—. Una ciudad en donde hay animales antropomórficos, humanos y otros seres mágicos. Con un demonio poderoso proveniente desde el sur.

La mente de todos estaba en blanco.

—¿Tú? —el caballo se dirigió al felino—. ¿Has visto algo así en el jardín de las almas perdidas?

—No —contestó Pablo recogiendo su sombrero pisoteado—. Allí no hay nada parecido a lo que describes.

—Pues ahí está Jacob —sentenció—. Cuando descubramos qué clase de ciudad es esa, iremos.

—¿En dónde tienen a Jacob?

Aquella pregunta vino desde el exterior. Todo el mundo salió hacia la entrada, encontrándose la sorpresa de sus vidas.

Yin se encontraba de pie en el umbral, acompañada de Lucio.