Amor Prohibido - Capítulo 86 (Amor Poliamoroso - Capítulo 10)
—¿En dónde está Jacob?
Yin dio un paso más hacia el grupo. Traía una mirada descarnadamente seria, los músculos tensos y los puños apretados. Le regaló un rápido vistazo a todo el grupo, a la espera de la menor señal que pudiera responder a su pregunta. Desde que Lucio le había confesado que sus hijos habían muerto, mantenía la tensión a flor de piel. Era una tensión que no mermó ante la presencia de sus cuatro hijos restantes. No iba a descansar hasta tenerlos a todos reunidos.
—¿Acaso nadie me va a responder? —insistió esta vez claramente molesta.
—¡Mami! —Yuri se adelantó al grupo dirigiéndose a su madre—. Marcelo dijo que Jacob está en una ciudad extraña dirigida por un patito de hule —lo acusó apuntando al caballo con su índice.
—Al parecer está en otra dimensión o algo —se adelantó Marcelo tras aclararse la garganta y aproximarse a Yin—. Está anotado en su diario de vida.
El caballo le extendió el cuaderno con la página abierta en donde se encontraba escrita la profecía. Yin la recibió junto con el lápiz con el cual fue escrita. El lápiz con luces regalo de Yuri jamás se separó del cuaderno forrado regalo de Jimmy.
Yin aprovechó de revisar lo escrito por su hijo y ponerse al día. Jacob era muy conciso y directo a la hora de relatar los hechos. Su hijo contaba sus vivencias desde poco antes de la explosión hasta su desaparición. Sus miedos, sus vivencias, sus problemas, su soledad. Era como estar presente entre sus hijos pero sin estar físicamente. ¿Por qué tuvo que sufrir tanto? ¿Por qué no pudo continuar con su vida normal, tal y como la tenía hasta hace poco? ¿Por qué tuvo que cargar junto a sus hermanos el peso de su amor con Yang? ¿Por qué tuvo que ser descubierta? ¿Por qué esparcir tanto dolor por un amor prohibido?
«¡Tú! ¡Guerrero Woo Foo! ¿Eres el elegido?»
Cargada por el coraje y la frustración, Yin apuñaló la libreta con el lápiz. En ese momento, un ruido atronador se escuchó por todo el entorno. Todos se cubrieron los oídos tras el retumbar, y más de alguno cayó al suelo producto de la vibración del sonido. Al mismo tiempo, comenzó a temblar cada vez más fuerte. Los retratos de las paredes comenzaron a mecerse mientras que desde la cocina se comenzaba a escuchar los platos rotos. El terror invadió los nervios de los presentes, quienes no comprendían lo que estaba pasando.
Desde la libreta atravesada emergió una luz enceguecedora. La luz ardía tanto que se vio en la obligación de alejar sus manos. La luz siguió flotando en su sitio, brillando cada vez con más intensidad. La tierra comenzó a quebrajarse producto del temblor, y varios más cayeron al suelo. Marcelo, Pablo y Yanette eran los únicos que aún seguían de pie, observando en todas direcciones alguna pista que explicara lo que estaba ocurriendo.
La luz creció hasta tener un radio de aproximadamente un metro. Yin se encontraba en el suelo, cubriéndose los ojos con su brazo. Poco a poco se fue acostumbrando a la luz, hasta ser capaz de ver directo a la fuente sin quedar ciega. Poco a poco se puso de pie, adaptándose al baile de la tierra. Algo en su interior le decía que dentro de esa luz hallaría la respuesta respecto de la ubicación de su hijo. No podía pensar en otra cosa que no fuera en Jacob. Su Jacob. El conejito que había pasado tantas penurias junto a sus hermanos. Quien codo a codo con su familia se encontraba bebiendo de esa copa amarga. Quien le había presentado una rápida mirada a aquellos días que vivieron separados de ella. Quien había sido separado de sus hermanos producto de un destino que no entendía, y que no estaba dispuesta a aceptar.
Yin dio un paso tras otro. La energía emanada de la luz la empujaba hacia atrás con una fuerza invisible. Los cielos se cubrieron y comenzaron a lanzar fuertes rayos alrededor. De la nada, se estaba forjando una terrible tormenta. Los truenos resonaban incluso al interior de los corazones de todos, robándose todo el valor que yacía dentro.
—¿Qué está pasando? —gritó Yenny desde el suelo intentando hacerse oír por sobre los truenos.
—¡Qué demonios! —exclamó Marcelo sinceramente asustado.
—¡Los aliens vinieron a conquistarnos! —exclamó Pablo aleteando desde el suelo.
—¡No tengas miedo! —arrastrándose, Yuri se acercó a Jimmy y lo abrazó con fuerza. El conejito ni siquiera se percató de la acción de su hermana. Se encontraba hipnotizado observando la luz. Frente a sus ojos tomaba formas increíbles, como si de una nube se tratara. Pasaba de una paleta de helados a una avioneta. Todo sumado a una mezcla de luces solo percibida por su retina.
Jack y Roger intentaron ponerse de pie, consiguiéndolo ambos a duras penas. Marcelo, al igual que Jimmy, se encontraba concentrado en aquella luz. Intentaba descifrar qué estaba sucediendo. Lucio había dado un salto hacia atrás, y observaba todo atrincherado tras un arbusto. Jobeaux, Lina, Freddy y Kraggler se encontraban en el suelo observando la escena con los ojos y la boca totalmente abiertos. Kraggler en particular intentaba gritar, pero la voz no le salía.
Marcelo fue el único que logró observar cómo Yin se acercaba peligrosamente hacia la luz. Intentó detenerla, pero la fuerza invisible que rodeaba el ambiente se hizo más densa. Sintió que cada segundo transcurrido le era más difícil moverse. La fuerza los empujó a todos como si se tratara de un fuerte viento. Voló las hojas del arbusto de Lucio, dejando al felino totalmente descubierto. Kraggler y Pablo comenzaron a rodar producto de la fuerza. Las piernas de Yanette comenzaron a temblar, poniendo a prueba su fuerza. La anciana no se dejó vencer. Un pedazo compacto de tierra salió volando, golpeando a Jack justo en la entrepierna. Producto del dolor, el conejo cayó de rodillas completamente adolorido.
—¡Yin! ¡No! —gritó Marcelo en un nuevo intento por detenerla.
Pablo se percató de la situación al por fin ver hacia la luz sin enceguecerse. Jobeaux lo imitó colocándose de pie. Fue como intentar levantarse con una tonelada de peso repartido en todo su cuerpo. Hizo hasta lo imposible con tal de avanzar. Yin en tanto entró poco a poco hacia la luz mientras el mundo parecía caerse a pedazos.
Pronto, la coneja desapareció de este mundo.
El apocalipsis se había extendido por todo el mundo conocido. Desde el Hospital General, Carl se encontraba en la habitación de Yang junto con Ella y Bob cuando fueron sorprendidos por la tormenta y el terremoto. El conejo se encontraba sedado sobre la cama sin enterarse de nada.
—¡¿Estás demente?! —alegaba Ella—. ¡¿Cómo se te ocurre que lo vamos a liberar?!
—¡¿Que no te das cuenta?! —respondió Carl exasperado—. ¡Es una trampa! ¿De dónde demonios te van a sacar un trillón de dólares para regalarte una recompensa. ¡Es absurdo!
—A mi me gusta el patito Donald —intervino Bob.
—¿Ves? —agregó Ella—. Hasta Bob me apoya en esto.
—Ni el Producto Interno Bruto de todos los países del mundo en cien años alcanzan a cubrir un trillón de dólares —replicó la cucaracha—. No solo no te van a dar nada, sino además tendrás en la conciencia la traición tras entregar a alguien.
—A mí no me interesa entregar a Yang —alegó Ella.
—Aún así no recibirás el dinero —insistió Carl con el ceño fruncido.
Sin esperar respuesta de la tigresa, Carl se aproximó a la cama de Yang. Los rayos y centellas continuaban afuera, a su vez que el terremoto seguía su curso. Todo el mundo corría despavorido mientras buscaban cómo salvar sus vidas. La cucaracha pensaba ocupar este momento como ventaja para fugarse con Yang. No le interesaban las causas de todo este torbellino. Solo sabía que la oportunidad le caía como anillo al dedo. Una vez al lado de la cama del enfermo, lo observó detalladamente. Se encontraba sucio, desaliñado, delgado. Su mente intentaba dilucidar la forma de llevárselo de allí. Pensaba llevarlo donde Richard, hogar en donde supuestamente se albergaba también Mónica. No la había visto desde hace demasiado tiempo, y ahora más que nunca la necesitaba.
Intentó levantarlo de la cama mientras pensaba en los pros y contras de llevarlo con magia, cuando de un tirón Ella lo agarró del hombro obligándolo a soltarlo.
—¡No lo muevas! —le advirtió seriamente—. Podrías dañar lo que le queda de cerebro.
—¿A sí? —alegó molesto—. ¿Qué propones?
Con un ademán, le pidió a Bob que se acercara.
—Tú, sujétalo firme —le ordenó a Bob—. No deje que se mueva hasta que lo ordene.
—Sí señora, señor —aceptó erguido sacando pecho con una venia militar.
—Y tú —agregó dirigiéndose a Carl—, vigila la entrada. Que nadie se aproxime a detenernos. Cualquier cosa puede incluso matarlos de ser necesario.
—¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó extrañado.
—Voy a curarlo —respondió.
De inmediato todos se colocaron en sus posiciones. Carl se quedó cerca de la puerta observando el pasillo. A esta altura prácticamente todo el edificio había sido evacuado. Ella le explicó a Bob para que ni siquiera el movimiento telúrico impidiera que Yang se moviera. La bola gigante sujetó al conejo de ambos brazos. A esta altura todos se habían acostumbrado al temblor que ya ostentaba el récord de duración.
Carl se volteó hacia el interior y pudo verla. Ella juntó sus manos cerrando sus ojos con fuerza. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y comenzó a levitar. Comprendió de inmediato lo que estaba sucediendo. Ella había entrado en la mente del conejo.
Los nervios aparecieron a flor de piel. ¡¿Es que estaba loca?! A él le tomó horas sanar medianamente a Yang con la misma técnica. ¡No era momento para repetirla! Primero había que encontrar un lugar seguro, y luego hacer lo que quisieran con el conejo. Nervioso, regresó a su vigilancia mientras llamaba con su mente a Mónica. Ahora más que nunca la necesitaba.
—Listo.
Carl se volteó, y vio a Ella sonriendo en el suelo. Entre sus manos tenía algo que parecía ser de papel o cartulina muy delgada. La tigresa sonreía triunfante.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Carl confundido.
—Esto era lo que estorbaba —respondió la tigresa poniéndose de pie.
—¿Qué es? —con curiosidad, Carl se acercó hacia ella, quien le extendió lo que tenía entre sus manos.
—Al parecer alguien intervino en su mente —respondió enfatizando en la palabra «alguien»—, y dejó un pésimo trabajo.
Carl en tanto, se encontraba inspeccionando el objeto. Parecía ser un portarretrato de cartulina en cuyo interior mostraba la fotografía de un médico castor. La cucaracha recordaba perfectamente aquella imágen.
—Suéltalo —Ella Mental se volteó hacia Bob y le ordenó que liberase a Yang.
—Reconozco a este sujeto —intervino Carl absorto—. Es el médico que le hizo la vasectomía a Yang.
—Es un falso recuerdo —respondió la tigresa tajante—. Es algo que le colocaron en la mente pero que en realidad nunca ocurrió.
—¡¿Cómo?! —exclamó impresionado. En ese momento recordó aquella ocasión en la que Yin le comentó que llevó a Yang al médico, confirmando la inexistencia de la vasectomía. Ahora todo comenzaba a tener sentido.
—Por lo que me estoy dando cuenta, hubo alguna clase de espectro que atacó a Yang, y luego tú quisiste arreglarlo, pero como no tienes idea de cómo arreglar la mente de alguien, terminaste por arruinarlo más que por arreglarlo —comentó la tigresa.
—¿C-como lo s-sabes? —cuestionó Carl abismado.
—Intuición femenina —Ella sonrió triunfante cruzándose de brazos.
—¿En serio? —Carl la observó con una ceja arqueada.
—¡Dah! Puedo leer mentes —aclaró la tigresa en tono burlesco—. Aunque ahora entiendo ese terror que tienes a que el hijo de Yin sea tuyo —agregó con seriedad.
—¡Es que no puede ser mío! —exclamó desesperado—. ¡Yo no tengo nada que ver con esto!
—Si no tuviste relaciones sexuales con ella es evidente que no —contestó Ella—, aunque si tienes miedo es porque sí tuviste relaciones con ella, y la probabilidad de que ese hijo que espera sea tuyo es lo que te está matando.
—¡No es mío! —gritó con todas sus fuerzas.
—No lo sabrás hasta que nazca —lo enfrentó Ella con la tranquilidad de saber que lo tenía atrapado.
La lucha de miradas no se hizo esperar. El temblor continuaba como un lento vaivén. Bob los observaba sin comprender en lo que estaba metido.
—¿Qué?
Ambos interrumpieron su lucha de mirada para voltearse hacia el origen de la voz. Yang los observaba completamente despierto. Se había reincorporado en la cama levantándose con un codo. Los observaba absorto, extrañado, confundido, impresionado.
El peso del terror recayó sobre Carl, quien veía que la mirada inquisidora atravesaba su consciencia y le regalaba una paliza como las de antaño.
—¿Qué dijiste? —insistió Yang claramente molesto.
—Este… yo… —la cucaracha no podía controlarse. Le temblaban las manos. Su conciencia le recriminaba el no haber sido más enérgico aquella noche en rechazarla. Estrujaba su corazón por alguna vez haber sentido algo por Yin. Ante esa mirada que lentamente se transformaba en iracunda, prefería huir de ahí. Arrancar, escapar, dejar todo tal cual estaba. Carl nunca estuvo aquí.
—No hay tiempo —intervino Ella con voz autoritaria—. Debemos sacarte de aquí a un lugar más seguro. En estos momentos tu cabeza vale tres trillones de dólares. Espero que valgas lo suficiente como para rechazar una recompensa trillonaria.
Sin esperar reacción alguna por parte del conejo, Ella se volteó hacia Carl.
—¡Bien! ¡Haz lo tuyo! —le ordenó.
—¿Qué? —la cucaracha se encontraba claramente confundida.
—Tienes el lugar a donde llevarnos —le explicó con impaciencia—. ¿Podrías teletransportarnos hasta allí?
Ante la nula respuesta por parte de la cucaracha, agregó:
—Después ajustas cuentas con Yang. ¡Vámonos ya!
Como pudo, Carl logró escapar de su impresión. Se acercó poco a poco a la cama, en donde ya se encontraban los tres reunidos. El temblor había cesado, pero nadie en la habitación se preocupaba de esto ahora. Con un tronar de dedos por parte de Carl, los cuatro desaparecieron de allí.
Mientras tanto, en la casona de los Swart, todos se encontraban reunidos en torno a la extraña luz mientras el apocalipsis amenazaba con desatarse justo ahora. Marcelo había llegado a duras penas junto a aquella luz, solo para que la fuerza invisible que alejaba todo lo que tocaba lo empujara hacia atrás. Con esto de paso empujó a todos los demás, quienes terminaron rodando varios metros hacia atrás.
Segundos más tarde, Marcelo pudo notar que alguien salía desde la fuente de luz. Por más que lo intentó, no pudo acercarse ni siquiera un centímetro hacia el lugar. Poco a poco, los demás fueron notando lo mismo que el caballo. Ese desconocido cayó de golpe al suelo, mostrando una sombra oscura que contrastaba con la fuerte luz.
—¡Jacob! —se oyó el grito de Yenny. La sombra se arrastró poco a poco, hasta que pudo ser reconocida por todos los presentes.
Marcelo, quien era el que más había logrado acercarse al centro, se encargó de luchar nuevamente contra la fuerza invisible, esta vez para recoger al conejo. Pronto, vio que Pablo le estaba ganando. Al ver que Jacob no se veía afectado por la fuerza invisible, el felino concluyó que dicha fuerza no hacía efecto si se arrastraba por el suelo. Probó suerte, y comprobó que era verdad. Fue así como le fue mucho más fácil acercarse a socorrer al conejo.
Ante esto, Marcelo lo imitó para seguirlo. Otros como Yenny, Jack, Yanette, Feddy y Jobeaux lo imitaron.
—¿Estás bien? —le preguntó Pablo al conejo al oído una vez lo había alcanzado.
Oyó que respiraba con agitación. Su pelaje estaba húmedo producto del sudor. Se aferró a él dispuesto a traerlo de regreso. Al voltearse, notó que los demás venían. En ese instante escuchó una fuerte explosión proveniente de la fuente de luz. Como un acto reflejo, el felino cubrió al conejo con su cuerpo como una forma de protegerlo. De paso se tapó los oídos y los ojos para evitar perder sus sentidos producto de la explosíón.
El felino sólo destapó sus oídos y ojos cuando sintió que lo empujaban. Al abrir sus ojos lo primero que vio fue el día tan soleado como antes de todo lo ocurrido. De hecho, todo le parecía un mal sueño. Algo demasiado difícil de creer a pesar de haberlo vivido en carne propia. Quien lo había empujado era Marcelo, quien se había hincado al lado del conejo para revisarlo. Todos los demás presentes se reunieron en torno a ellos, regalándole un poco de sombra.
—¡Jacob! —oyó el grito de Yin.
—¡Mamá! —exclamó Jacob poniéndose de pie de un salto.
Ambos salieron corriendo para reunirse en medio del jardín en un apretado abrazo. La mano derecha de Yin sangraba efusivamente, pero era lo menos importante. Después de tanto tiempo, tantas peripecias, tantos problemas, tanto drama, finalmente ambos logran aferrarse en el más fuerte y emotivo abrazo de todos.
Yuri salió corriendo al encuentro de su madre. El resto de los hermanos la siguieron. El abrazo madre e hijo que solo compartía con Jacob ahora era grupal. Las lágrimas no se hicieron esperar. Todos los hijos abrazaron a su madre con todas sus fuerzas, dispuestos a no soltarse nunca más de ella. Al resto no le quedó otra que ser testigos de aquel encuentro. Podía sonar agridulce, o ser de un sabor nuevo e indescriptible, pero las reuniones familiares se respetan debido a la emoción generada.
El resto del día pasó volando. Jacob se encargó de ponerlos al corriente de todo lo ocurrido. En resumidas cuentas, un portal brillante se abrió en su diario de vida llevándolo a un lugar llamado Anasatero. Allí vivió desopilantes aventuras y conoció a gente muy extraña. También se topó con sus padres, pero allí habían decidido no aplicar el incesto. El resto escuchó su historia, pero poco y nada le creyeron. Todos, inconscientemente, pensaban desde que se había vuelto loco hasta que usaba aquella historia como coartada de algo más. Uno a uno le fue restando importancia a la historia hasta que el conejo notó esa impresión. Ofuscado por la reacción, decidió pasar el resto del día en soledad.
Nunca más se supo de la libreta regalo de Jimmy ni del lápiz regalo de Yuri.
Durante el atardecer, Jacob se encontraba paseando por un camino rodeado de árboles. Se instaló sobre una cerca de madera, desde donde pudo observar un inmenso prado cubierto por los rayos de los soles al despedirse. Era un escenario majestuoso, impresionante, emotivo. Para él, quien había vivido en pocas horas tantas emociones, era una invitación al relajo y a la meditación. Pensaba en las palabras dichas por un pato de hule y una chica muy extraña. Su vida era solo un simple universo, que junto con otros universos en otras dimensiones, era controlado por alguien a quien no le tenía mucha confianza.
—Hola.
El conejo se volteó al oír la voz, encontrándose con lo menos imaginable.
—¡Martita! —exclamó al verme.
Efectivamente, tras un portal que tenía la forma de un agujero de gusano con tonalidades oscuras, me encontraba yo. Lo saludé con la mano mientras los nervios me carcomían por dentro. La verdad no lo traté muy bien la última vez que nos vimos, por lo que quería arreglar las cosas con él.
—¡Vinimos a verte! —detrás mío apareció el patito de goma, el cual de un salto cruzó el portal hacia el exterior.
—De paso vine a ofrecerte una disculpa —agregué jugueteando con mis dedos—. Con eso de la otra dimensión, lo de que te voy a matar y todo eso. ¡Uf! Se me pasó la mano un poquito —solté una risa nerviosa—. La verdad solo quería demostrarte que lo que te decía sobre el Patoverso y esas cosas eran verdad. No quiero que termines enojado conmigo ni nada de eso.
En el intertanto, di un paso hacia adelante, pisando el universo de Jacob. Apenas mis dos pies pisaron tierra firme, sentí olor a quemado, seguido de un dolor intenso. Al mirar hacia abajo, mis piernas literalmente estaban en llamas. Tras un grito de terror, de un salto regresé al portal mientras soplaba las llamas intentando apagarlas.
—¿Qué rayos le pasa? —cuestionó el conejo extrañado.
—Martita no puede entrar a ningún universo que no esté etiquetado como comedia —le respondió el pato—. Es una medida de seguridad.
—¿Y por qué tú sí puedes? —volvió a interrogar Jacob.
—Porque soy jefe —contestó con orgullo.
Cuando finalmente pude apagar las llamas, me asomé a través del portal, y los vi a ambos conversar.
—Solo recuerda siempre quién eres —el pato le decía con seriedad—. Eres Jacob Julius Chad, Maestro del Espacio. Tienes el poder de viajar al instante a cualquier dimensión existente en distintas realidades. Puedes cruzar universos dentro y fuera del Patoverso. Solo tienes que entrenarlos y no meternos en problemas. ¿De acuerdo?
El conejo quedó absorto en la explicación. En ese instante llamé su atención.
—¡Hey! —le dije.
Ambos se voltearon hacia mí.
—Te tengo un par de regalos —le sonreí.
Acto seguido ambos se aproximaron hacia el portal.
—Ten —le acerqué una pequeña bolsita de terciopelo color azul marino. El conejo la abrió de inmediato, encontrándose con una especie de medallón ovalado con un signo de interrogación estampado.
—¿Es el Amnesialeto? —se apresuró en contestar.
—En algunos días más, Carl Garamond llegará a esta granja —le expliqué con seriedad—. Apenas lo veas, se lo entregas. Él sabrá qué hacer con esto.
Ambos nos miramos a los ojos. El chico parecía no tener una pizca de resentimiento en mi contra. Al contrario, tenía un nuevo brillo en su mirada.
—Está bien —aceptó guardando el amuleto en la bolsita para luego guardar todo en el bolsillo de sus pantalones.
—Tengo otro regalo, y esta vez es tuyo —le dije sacando algo de mi bolsillo.
Al recibirlo, el conejo se topó con un lápiz grafito. No era un lápiz cualquiera. Era triangular y rojo. El grafito era más grueso de lo usual. Tenía su nombre completo estampado con letras doradas en uno de sus lados. Lo observó con cuidado, sin poder comprender nada.
—Dibuja algo —lo animé—. En el aire.
El conejo observó hacia un costado, visualizando una mesa con la mente. Con el lápiz, dibujó su contorno tal y como se lo imaginaba. En la medida en que lo hacía, una gruesa línea color gris oscuro quedaba como rastro tras el paso de la punta en el aire. Una vez conectadas todas las líneas, se pudo apreciar el diseño de una mesa sencilla. Al instante, la mesa se convirtió en una mesa real, la cual cayó al suelo y quedó tirada como una mesa ordinaria. Jacob quedó impresionado al ver el resultado de su dibujo.
—Era de mi padre —le expliqué atrayendo su atención—. Quizás te pueda facilitar las cosas. Sirve para materializar todo lo que dibujes. Puedes, por ejemplo abrir portales, entre otras cosas.
—Este… —impresionado, el conejo regresó su vista a su nuevo regalo, sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
—Espero que pueda servir de disculpas —agregué con una sonrisa nerviosa.
—¡Bien! Es momento de irnos —intervino el pato—. Jacob —se dirigió al chico—, el Patoverso necesita a alguien experto en cruzar universos. Sé que tú serás una leyenda.
Jacob se nos quedó observando al tiempo en que el pato regresaba al portal. Sujetó con fuerza su lápiz mientras nos observaba con decisión.
—¡Una cosa más! —acoté—. Dile a Yenny que sumerja su carta bajo el agua.
—¿Qué? —cuestionó extrañado.
—Ella sabrá de lo que hablo —le sonreí.
Antes de que pudiera reaccionar, el pato inició la despedida.
—Bueno, espero que nos volvamos a ver algún día —le dijo despidiéndose con su alita—. ¡Y espero verte grande y fuerte!
—¡No se precupen! —exclamó de regreso—. ¡Ah Martita! —me dijo—. ¡Me debes la revancha! —el conejo me sonrió. Pude ver en su mirada que todo está perdonado.
—¡Te prometo que la tendrás! —le sonreí de vuelta.
El portal se cerró sin dejar el menor rastro de su existencia. Solo la mesa tirada y sus regalos quedaron de evidencia de lo ocurrido.
El año pasado por esta hora estaba de vacaciones. Ahora que no lo estoy, aprovecho de desearles un feliz San Valentín. Si caen en la Friendzone, recuerden que también es el día de la amistad, así que también pueden celebrar. Si les toca peinar la coneja, ¡Aprovechen el bug! Si no, siempre se pueden encontrar excusas para disfrutar del día.
Con amor, patito.
PD: También este capítulo es el fin de «Amor Poliamoroso». ¿Qué les pareció esta dinámica? Comenten en los comentarios.
