Amor Prohibido - Capítulo 87
—¿Qué lugar es este?
Ella preguntó a Carl, mientras que los cuatro se encontraban al interior de un living. Era un lugar sencillo, con un sofá, un par de sillones, una alfombra y una mesita de centro.
—Es la casa de Richard —contestó la cucaracha.
—¿Cuál Richard? —cuestionó la tigresa aún más confundida.
—Creo que es Thompson, o algo así —contestó Carl acercándose al sofá—. Es policía.
—¡¿Qué?! —alegó Ella alarmada—. ¡¿Acaso nos quieres entregar?!
—Tranquila, es de confianza —le dijo Carl—, o al menos es de la confianza de Mónica.
La cucaracha se quedó observando el sofá. Fue ahí en donde tuvo su última conversación con Mónica. Habían pasado tantos meses y ella no había dado señales de vida. Carl tenía la vaga esperanza de poder toparse con ella precisamente en esta casa.
Mientras, Bob recorría el lugar como si se tratara de su propio hogar. Levantaba los retratos, se comía los restos de comida que quedaron sobre la mesa, destruía las telarañas que encontraba en los lugares más recónditos. Por otro lado, Yang observaba todo con curiosidad. No tenía la menor idea de qué estaba haciendo allí. Necesitaba ordenar sus ideas. La única idea que tenía en su mente en aquel instante lo empujó a voltearse hacia Carl.
—Muy bien —el conejo llamó la atención de todos—. Ahora quiero que me digan exactamente qué está pasando aquí —agregó molesto con las manos en la cintura y el ceño fruncido.
—Que tu cabeza hoy vale tres trillones de dólares —respondió Ella lanzándose sobre el sofá—. Así que agradece que renunciamos a ese premio y te estemos salvando el pellejo.
—En todo caso, ese dinero no existe —agregó Carl instalándose al lado de la tigresa—. Son estúpidas locuras de Donald Trump.
—Oye Bob, ¿encontraste algo lindo? —Ella lanzó su pregunta a su novio.
—¡Gatitos de loza! —respondió la bola regresando con sus manos llenas de pequeñas estatuas de gatitos de loza, de las cuales se venía comiendo una por una.
—¡No! ¡O sea! —Yang se paseaba confundido—. ¿Qué pasó aquí?
—¿Qué es lo último que recuerdas? —le preguntó Carl.
—Que tú decías que te habías acostado con Yin —Yang se acercó peligrosamente hacia la cucaracha con un dedo amenazante.
Carl intentó guardar toda emoción. A esta altura del partido no se sentía amedrentado por el conejo. Aunque en el fondo, su corazón latía a mil por hora. No necesitaba a un Yang amenazándolo para saber que lo que había hecho aquella vez estaba mal. A pesar de todo, y del tiempo transcurrido, aún sentía algo por Yin. Era algo que pretendía enterrar como gran parte de sus dolores y traumas del pasado.
—¿Quién? ¿Yo? —respondió Carl soltando una risa nerviosa—. ¡Qué bah! Debiste haber escuchado mal o algo así. ¿Yo? ¿Con tu hermana? ¡Es ridículo!
Fue aquella última oración la que obligó a retroceder al conejo. Los otros tres observaban con curiosidad el actuar de Yang. Bob le ofreció gatos de loza a Ella, mientras la tigresa los rechazaba con un ademán mientras no despegaba la vista del conejo.
—¿No crees que es un poco tarde para aún no asumir los hechos? —le preguntó la tigresa sin despegar la vista de Yang.
El conejo había quedado congelado sin habla ni respiración. Sobre su mente se desplegaba el hecho trascendental de que había tenido una relación con su propia hermana, de la cual había tenido cinco hijos, más uno que venía en camino. ¿O eran dos? El tema era que tenía muchos hijos, y que había sido descubierto.
Había sido descubierto. Desde los ojos de Lina cuando fue a buscar a Jimmy hasta ahora habían ocurrido tantas cosas. La leche había sido derramada. El desastre había ocurrido. No se había dado cuenta cuando comenzó a temblar. Tenía miedo. Era Yin quien se encargaba de aplastar todo ápice amenazante contra su familia. Ahora los eventos los habían superado. Yin no estaba a su lado. Él estaba solo. La esperanza se había lanzado por un precipicio. No quedaba nada más por hacer.
¿Era su culpa? ¿Fue por… Sara? Lo imaginaba como un castigo del karma por lo que había hecho. Se había alejado de su esposa desde que sus hijos se habían enterado de la verdad respecto de su parentesco. No aguantaba socializar con esa verdad a la que le tenía tanto miedo. No, nunca, lo peor, el peor castigo de su vida había sido haber nacido como hermano del amor de su vida.
—¿Estás… llorando? —Carl repentinamente interrumpió el silencio.
—¡No! —alegó Yang mientras se tocaba su rostro humedecido.
—En serio —intervino Ella—, creo que es un poco tarde para arrepentirte de lo que hiciste.
La tigresa estaba leyendo la cartilla de su consciencia. Los sollozos se hicieron más evidentes.
—¿Está arrepentido? —le preguntó Carl a Ella.
Ella no respondió. Se quedó observando a un Yang que les daba la espalda, concentrada en lo que podía percibir de su mente. Era tan clara como el sol de verano. Había una enorme tristeza, y arrepentimiento. Un Yang adolescente decidió aceptar entrar a este juego cuando los sentimientos dominaban sus decisiones. Entró en las ramas del incesto siempre y cuando las consecuencias se mantuvieran alejadas de él. Con el correr de los años, el amor se hizo más profundo en la medida en que la falta de consecuencias le daba más seguridad. Todo eso se había acabado. Todo terminó. Era el fin. Ya no había vuelta atrás. Había perdido a su familia.
—Vaya… esto se ve triste… —musitó la tigresa ante el escenario presenciado.
—Yo… necesito estar a solas —Yang se alejó de ellos rumbo a la primera habitación a la que pudo acceder.
Azotó la puerta detrás suyo. No le importó a dónde ingresó. Simplemente se sentó en el suelo recostado sobre la puerta, largandose a llorar a sus anchas. Necesitaba desahogar ese dolor de alguna forma. Era tan grande e inmenso como ahogarse en alquitrán caliente. Cada lágrima limpiaba su alma de la putrefacción de su culpa y de su cobardía. Tras tantos días añorando a su familia, por primera vez se enfrentaba cara a cara con la cruda realidad. Con pesar, él observaba este nuevo desafío como el punto final para su aventura con Yin.
—¿Y ahora qué, genio? —le preguntó Ella a la cucaracha cruzándose de brazos. Desde el living, podían escuchar los sollozos de Yang.
—Dime primero qué viste —respondió Carl sin moverse de su asiento.
—Está arrepentido —sentenció la tigresa—. Para él, que se supiera todo era lo peor que le podría pasar, y ahora todos lo sabemos. Es el fin.
—¿Qué? —cuestionó extrañado.
—Míralo por el lado bueno —Ella se volteó con una sonrisa—, seguro te dejará el camino libre para que te quedes con Yin.
—¡No digas tonterías! —la increpó molesto—. ¡No es momento para esto!
—Tienes razón —Ella se puso de pie—. Es momento de contactar a tu novia para que ayude a Bob. ¿Puedes comunicarte con ella desde aquí? ¿O esperamos a ese tal Richard?
—¡Un momento! —Carl se puso de pie a su siga—. Primero debemos encontrar el amnesialeto.
—No tengo idea de dónde está —la tigresa se cruzó de brazos—. Si tienes alguna idea de dónde está, ¡perfecto!, te ayudo. Más no puedo hacer por tí.
Carl se volteó hacia una ventana. Observó la sencilla calle que se proyectaba frente a él en conjunto con el cielo despejado. No quedaba ni el menor rastro del extraño apocalipsis vivido momentos atrás. Cerró los ojos intentando sentir algo más allá de los cinco sentidos. Ella lo observaba con curiosidad y seriedad. Indestructi Bob se encontraba detrás de ella terminando de comerse la loza en forma de gatitos.
—¿Te puedes quedar con Yang esta noche? —repentinamente, Carl se volteó hacia Ella.
—¿Qué? —la tigresa fue tomada por sorpresa. En ese instante no fue capaz de leer la mente de la cucaracha.
—Tengo una leve intuición de dónde se podría encontrar el amnesialeto —le explicó—, pero necesito ir solo. No estoy muy seguro de que realmente se encuentre allí.
—¿En serio? —preguntó intrigada—. ¿Y en dónde está?
—Eso no importa —respondió la cucaracha—. ¿Me puedes ayudar con lo que te pedí?
—Eh, bueno, está bien —aceptó aún atrapada por la sorpresa—, pero, ¿qué hago cuando llegue ese tal Richard?
—Cualquier cosa —le respondió Carl—. Es muy crédulo. Podrás engañarlo con facilidad.
Los tres aguardaron al anochecer. Yang no volvió a salir de la habitación en donde se encerró. Tampoco se le oía tan siquiera. Ella preparó una cena ligera con lo que encontró en el refrigerador. Carl esperaba a que Mónica llegara a casa. Gracias a eso, además de poder volver a verla, podría ayudar a la tigresa con lo que le había prometido. A pesar de todo y de no poseer el amnesialeto como se lo esperaba, había sido de gran ayuda. Además, él pretendía cumplir su promesa.
Lamentablemente, Mónica nunca llegó.
Carl emprendió la retirada mientras caía la noche.
En la granja de los Swart, el ambiente cambió drásticamente desde el minuto en que Yin puso un pie en el lugar. Inmediatamente la coneja fue absorbida por sus hijos mientras intentaba evitar aquellas miradas inquisidoras. Yanette por un lado, Lina por otro. Cuando se topó con la perrita, ambas se dieron un frío saludo e intentaron evitarse por el resto del día. Yin lisa y llanamente evitó a su madre. Entre que se intentaban aclarar las cosas, Pablo y Marcelo eran quienes le otorgaban la información más clara. Pablo en particular se encontraba nervioso y le recriminaba a la coneja el hecho de haberse escapado de prisión. Yuri y Jimmy no se le despegaban de su regazo abrazados uno a cada lado. Jacob se encontraba más expectante por la aventura que acababa de vivir. Jack y Yenny, aunque se encontraban felices por su regreso, sus resquemores los obligaban a mantener la distancia.
—Aún no puedo creer que Yin esté aquí —Roger se encontraba cortando leña cuando Lina llegó a su lado aprovechando un momento en que nadie la necesitaba.
—Ni que lo digas —se quejó la perrita cruzándose de brazos. Aquel sueño vívido aún se encontraba demasiado presente en su memoria.
—En serio no puedo creer lo que está pasando —Roger le regaló un hachazo al tronco frente suyo. Cuando Yin recién llegó, ambos simplemente se saludaron con una sonrisa rápida. Roger se quedó pasmado viéndola mientras otros personajes ocupaban el tiempo de la coneja.
—Pareciera como si se tratara de un fantasma —comentó Lina—, o una pesadilla —agregó con pesar.
—¿Ella sabe que ustedes dos son primas? —le preguntó Roger de improviso.
—A esta altura deben haberle dicho —contestó la perrita.
El silencio se extendió mientras Roger proseguía con su labor. Todo le parecía una mera fantasía absurda. Que era mentira que Yin y Yang hicieron cosas sucias por tantos años. ¿Lo hacían mientras aún eran amigos? ¿Era en serio? Las preguntas se acumulaban en su cabeza. Tenía enormes ganas de preguntarle a Yin aprovechando que estaba a su alcance, pero no tenía las agallas como para hacerlo.
—¿En serio ella era Yin?
Yanette había reunido a Kraggler y Fraddy en su despacho para conversar el asunto. En realidad era el despacho de Peter, pero como el anciano se la pasaba en cualquier lugar de su casa dormitando en algún sillón, casi ni utilizaba el lugar. Se lo había prestado para que se encargara de todos los aconteceres de la casona mientras él se dedicaba a vivir su vejez en paz.
La gárgola se paseaba de un lado al otro aún impresionado por el arribo de la coneja. Yanette lo seguía con la mirada desde el asiento tras el escritorio. Freddy se sentó en un sofá que había junto a un estante, de brazos y piernas cruzadas, esperando instrucciones. La araña poco y nada tenía que hacer con su vida, así que prefería esperar lo que fuera que sucediera en la casona.
—¿En serio ella es Yin Chad? —Kraggler continuaba su perorata—. ¿La hija del Maestro Yo? ¿En serio ella tuvo todos esos hijos con Yang? ¡El Maestro Yo se mataría si supiera!
—¡Ya basta! —la coneja golpeó el escritorio con su puño—. ¡Deja de decir idioteces!
Le era demasiado incómodo el discurso de Kraggler. ¿Qué diría Yo en un momento como ese? Era una pregunta válida e hiriente. No podía evitar pensar en el panda con nostalgia, alejado de todos los problemas causados por sus hijos. Le daba una rabia tremenda el tener que confrontar el cariño y el amor vivido antes del ataque de Ti y Chai con la sorpresita que hoy por hoy le daban sus hijos.
Kraggler la observó con ojos enormes, impactado por aquel atentado a su libertad de expresión.
—Entonces, ¿qué procede? —intervino Freddy.
Era una buena pregunta. Ella inicialmente intervino para reencontrarse con sus hijos. Una vez que se enteró de la verdad, se decidió por denunciar los hechos. Ahora que todo el planeta sabía los hechos y sus hijos eran perseguidos por la ley, ella se quedó a cargo de sus nietos. Sus hijos aún eran perseguidos por la ley. Una buena opción sería entregarlos, o al menos entregar a la que tenía ubicada. Así todo volvería a como era antes de que ella llegara.
—¿Y si la entregamos? —propuso finalmente.
—¡¿Cómo?! —exclamaron ambos al unísono. Freddy se puso de pie de un salto.
—Eso —explicó Yanette—. Si Yin llegó hasta acá arrancando de prisión, no pienso ser su cómplice.
—Creí que hacías esto porque te preocupaban tus nietos —replicó Freddy.
—Y no es que te importe seguir la ley al pie de la letra —secundó Kraggler.
Yanette se colocó de pie y los observó extrañada.
—¿A ustedes les importa? —preguntó.
Ambos se miraron entre sí haciéndose la misma pregunta.
—Primero quisiera convencerme de lo que está ocurriendo —respondió Kraggler.
Freddy se largó a reír. Fue una risa estridente, echándose hacia atrás mientras se aferraba a su abdomen.
—¿Y a tí qué te pasa? —le preguntó la anciana molesta.
—Me dirás que no, pero a tí sí te importan tus nietos —contestó con una sonrisa—, en especial el rubio.
—Es cierto que me agrada un poco ese chico —aceptó Yanette—, pero estoy hablando de Yin.
—¿Cómo crees que se ponga Jacob cuando veas que entregaste a su madre? —Freddy le sonrió.
—A mí no me importa —replicó molesta.
—Acabas de decir que sí —insistió Freddy.
La anciana suspiró intentando apaciguar un grito ensordecedor. Al parecer, su propuesta no fue tan recibida como se esperaba. Poco entendía la reacción de sus socios, pero tras unos segundos dándole vueltas al tema le encontró parte de la razón a Freddy.
—Hablaré con Jacob —concluyó—. Si él no está de acuerdo de lo que hicieron sus padres, Yin será entregada.
Freddy y Kraggler se quedaron mirando entre ellos sin saber qué responder.
Mientras tanto, por un corredor que daba hacia un jardín sobrecargado de plantas, se encontraba Yin conversando con Pablo. A su lado, Yuri no se alejaba de su madre.
—Entonces todo se complicó, ¿no? —Yin le decía a su abogado.
—Mejor ni hablemos de eso —respondió el felino apesadumbrado—. Esto es para un ejército de abogados de influencia mundial. Voy a terminar siendo comida de pirañas.
—De todas formas la intervención del presidente es extrema —comentó la coneja pensativa—. Sería bueno que me fuera pronto antes de arriesgar a todos los demás. A menos que te pueda ayudar en la defensa.
—¡¿Qué?! —Pablo detuvo su andar choqueado por la impresión de la propuesta. Yin se detuvo y se volteó a verlo. No pudo sonreír al verlo con la boca abierta y los ojos amenazando con escaparse de sus órbitas.
—¡¿Estás loca?! —exclamó Pablo—. ¿Acaso no te das cuenta del tamaño del problema que tenemos? —agregó estirando sus brazos para mostrarle graficar de lo que hablaba.
—Por si no lo recuerdas, yo también soy abogada —respondió Yin—, y no soy cualquier abogada.
—¡Si! —exclamó Yuri marcando la presencia en medio de la conversación—. Mamá es la mejor abogada que conozco. ¡Incluso ha salido en televisión ganando casos muy importantes! Yo creo que ustedes dos podrán solucionar absolutamente todo —agregó con una sonrisa inocente.
—¿De veras? —cuestionó el felino extrañado. Yin solo pudo regalarle una sonrisa incómoda. Sabía que esa experiencia pasada terminó dilapidada por su último acto.
—Mami, ¿entonces trabajarás con el tío Pablo en salvarte de la cárcel y que el presidente ya no te persiga? —le preguntó la niña a su madre.
—¿Tío Pablo? —preguntó Yin extrañada.
—Es que les conté eso de la universidad y que íbamos juntos y todo eso —respondió el felino rascándose la nuca con nerviosismo.
Yin no pudo menos que sonreír ante el recuerdo de días mejores. Hacía bastante tiempo que no evocaba sus memoria a esos días, los cuales fueron más llevaderos en compañía de Pablo.
—Está bien —aceptó finalmente—. Todo sea en compensación por los problemas ocasionados por culpa de mi huída.
Pablo le sonrió agradecido mientras Yuri le regalaba un fuerte abrazo.
—Oye por cierto —recordó repentinamente el felino—, nunca me dijiste por qué exactamente te fugaste de la cárcel.
—Resulta que Lucio —Yin detuvo su discurso repentinamente, dejando expectante a sus oyentes—... ¡Lucio! —agregó molesta—. ¿En dónde se metió ese cretino?
El león se encontraba en medio de las plantaciones de maíz. Caminaba en cuatro patas, acechando lo que fuera que estuviese buscando. Podía sentir un olor dulce muy especial. Le agradaban las sorpresas, especialmente si él las daba. Sus oídos giraban hacia todas direcciones en busca de más pistas de lo que estaba a punto de acechar.
—¿Nos vemos mañana en el mismo lugar? —oyó una voz femenina.
Lucio levantó la cabeza unos cuantos centímetros por sobre el sembradío para observar lo que ocurría.
—No puedo —oyó una voz masculina—. Hoy pude porque con la llegada de tu madre, le dí a Jack el día libre, pero mañana debemos regresar al entrenamiento.
A unos cuantos metros, había un agujero en medio del sembradío. En el medio se encontró a Jobeaux abrazando a Yenny. Ambos estaban acostados sobre sus propias ropas que habían colocado sobre la tierra. Lucio sonrió ante la escena.
—Ya veo —respondió la coneja jugueteando con los pelos del pecho del globlin—, ¿entonces puede ser al atardecer?
—¿No preferirías después de la cena? —el globlin le regaló un tierno beso en los labios—. Yo me estoy quedando a las afueras de la ciudad. Tú puedes decir que solo darás un paseo nocturno por los campos.
—Será lindo hacerlo bajo la luz de las estrellas —Yenny le sonrió.
Ambos siguieron abrazándose y besándose de forma cariñosa.
—Gracias por ser mi apoyo en estos momentos tan difíciles —le dijo la chica.
—Siempre estaré aquí para tí —le respondió el goblin—. Sé que han sido días muy duros para tí.
—Lo que no puedo creer es que mamá esté aquí —Yenny se reincorporó sentándose en el suelo. Lucio se ocultó entre el maíz—. Yo pensé que se terminaría pudriendo en la cárcel.
—¿Aún no se lo perdonas? —Jobeaux se sentó a su lado.
La coneja suspiró cabizbaja. De todos los hermanos Chad, ella ha sido a quién más le ha costado confrontar el parentesco de sus padres. Su corazón albergó la rabia hasta que la vida la obligó a tragársela para cuidar a sus hermanos mientras sus padres no estaban. Había sido obligada a cargar una responsabilidad que no le competía. En esos días se sentía una verdadera miseria. Era hija del pecado. Tenía razones para que el mundo le escupiera en la cara. No le importaba las consecuencias de sus actos. La vida le era tan trivial como una hoja al viento.
Al verla en ese estado, Jobeaux la abrazó por la espalda, regalándole un beso en la mejilla. El goblin no tenía la menor idea de en lo que se estaba metiendo. La oportunidad de una chica frágil y deseosa de amor estaba frente a sí, y evidentemente aprovechó. Las consecuencias eran algo que no iba a vivir si nadie lo descubría. Simplemente vivía el día a día mientras durara.
Antes de la despedida definitiva, ambos sellaron el momento con un beso. Beso enmarcado con una fotografía que Lucio sacó gracias a una minicámara que siempre portaba. Tras su acto finalizado, el león sonrió silenciosamente.
