Como patitos, lamentamos lo que está sucediendo en Europa Oriental. Como humanidad, somos testigos del cruento conflicto bélico entre Ucrania y Rusia. Una guerra de la cual el planeta entero está al pendiente, puesto que nos encontramos ante un eventual inicio de una Guerra Mundial. Estos patitos no apoyan a ningún bando, puesto que abogan por la paz. Nunca debemos olvidar que en una guerra no hay ganadores, y que las principales víctimas son los inocentes. Es un conflicto bélico que enluta a Europa y el mundo, puesto que trae al presente los horrendos conflictos bélicos del siglo XX y que ya parecían darse por superados.

Nuestro saludo va para toda latinoamérica, para quienes ven con horror, angustia y ansiedad cómo la humanidad se aproxima un poco más al precipicio. Son buenos días para abrazar a quienes queremos, para amar y perdonar, para atrevernos, intentar y probar. Son tiempos de valorar la vida y lo que realmente importa en ella.

Son días cada vez más duros para nuestra generación, la cual recién está saliendo de una pandemia mundial. Es literalmente una lluvia sobre mojado. Como dirían los memes, ya no queremos vivir más momentos históricos. Esperamos que con este capítulo tengan un pequeño oasis en medio de la lluvia de información de todo tipo. Es importante distraerse de las malas noticias puesto que desde este rincón del mundo no podemos hacer nada más.

Esperamos que nuestra región (y en particular nuestro país) no sea arrastrado ante un conflicto que amenaza con volverse global. En todo caso, nosotros como patitos nos comprometemos a continuar con nuestra publicación semanal de este fic, con el propósito de regalarles un momento de distracción en días tan oscuros.

Un abrazo patotástico, y mucho ánimo.

PD: los quiero mucho.


Amor Prohibido - Capítulo 88

—¿Es verdad que estuviste con Yang?

Durante la cena todo el mundo estaba en su mundo mientras estaban instalados en la cocina. El señor Swart se preguntaba desde cuándo había tanta gente en la mesa. Cada uno de los hijos de Yin conversaban animosamente entre ellos, con Pablo y con su madre. Lucio intentaba pasar desapercibido comiendo rápidamente. Lina y Roger se preguntaban silenciosamente si la presencia de Yin era un fantasma o no. Jobeaux, Marcelo, Yanette, Freddy y Kraggler no se encontraban en el lugar. La perrita esperó silenciosamente el instante en que Yin quedase libre de atención para acercarse a ella con la excusa de servir el postre.

Yin se quedó observándola congelada sin reacción alguna. Era la primera vez en diecisiete años que le dirigía la palabra. Tan solo eso era chocante para la coneja. La pregunta simplemente coronaba el momento. Su mirada de pocos amigos mostraba un ceño fruncido cada vez más marcado. ¿Era real lo que estaba viviendo? Aquellos días de encierro primero en el hospital y luego en prisión le regalaron el suficiente aislamiento como para dejar de creer que su más oscuro secreto era tema de conversación a nivel mundial.

Poco a poco los comensales centraron su mirada en ambas chicas. El transcurso del silencio de Yin incrementaba la tensión. Lina apretó los puños en la medida en que el tiempo desgastaba su paciencia. ¿Esa era su respuesta? ¿El silencio? No solo era la traición de una amiga que le robaba su novio. Era su cuñada que manchaba aquella traición con el incesto. ¡Incluso la culpaba de no haberle dicho que se trataba de su primo! Esto no parecía tener sentido aparente, pero se sentía una estúpida al haber caído tan bajo como Yin. Lo peor era que su corazón aún le recordaba que le quedaba un vestigio de amor por el conejo. ¿Por qué? ¿Por qué se fue con ella? ¿Por qué prefirió a su propia hermana gemela antes que ella? ¿Por qué aún sentía eso por el conejo?

La boca de Yin se trabó, su voz la abandonó, y su mente se congeló. Su corazón era una bomba hidráulica. Jamás imaginó que llegaría el día en que tendría que rendir cuentas a Lina. Nunca imaginó que aquel juicio iba a ser tan potente para ella. Ni siquiera el tribunal inquisidor podría mermar su entereza, pero frente a la mirada de Lina le costaba luchar. Había sido su gran amiga de infancia y adolescencia. Ella la había conocido tanto a ella como a su hermano. Sí, ella había conocido a Yang como su hermano. Eso que la congelaba… ¿era culpa? Sus decisiones habían dejado heridos. Hoy los heridos venían por revancha.

Lo que no se esperaba llegó con dolor en su mejilla. Lina no se controló. El silencio agotó su paciencia. Lanzó una rápida y fuerte cachetada con su palma derecha, que fue a dar a la mejilla izquierda de la coneja. El golpe se escuchó en cada rincón de la cocina. El golpe impactó a todos los presentes, quienes observaban perplejos la escena. Yin giró la cabeza producto del golpe cerrando los ojos. Su mente enturbiada no le permitió reacción alguna. Lina apretó los labios mientras le regalaba una mirada asesina.

—¿Acaso te comieron la lengua los ratones? ¡Responde! —le gritó prácticamente encima.

Esto obligó a la coneja a retomar el contacto visual. Su grito fue un remezón que le permitió escapar del congelamiento. Esta vez su mirada era decidida, enfrentando los ojos iracundos de la perrita. Lentamente, acercó su mano hacia su mejilla golpeada, acariciando su pómulo con suavidad. Los demás presentes se habían olvidado hasta de respirar.

—Es verdad —sentenció finalmente—. Estuve con Yang.

El impacto y la ira se multiplicaron en la mente nublada de la perrita, quien apretó los puños en un afán de evitar regalarle una nueva golpiza, al menos no sin antes interrogarla todo lo que apeteciera.

—Yang no es mi hermano —volvió a sentenciar Yin.

Sus palabras golpearon con aún más intensidad el ambiente que su frase anterior. Un grito ahogado salió de la boca de Pablo, Yenny, Jack y Yuri. La mente de Jacob funcionaba a mil por hora. Jimmy observaba con atención.

El golpe desconcertante llevó a la perrita al límite de la incredulidad. Lanzó una larga risotada frente a la incoherencia con que ella consideraba su respuesta. Su risa provocó un eco constante alrededor de la habitación, mientras que el resto la oía con desazón.

—¿A sí? No me digas —respondió con sarcasmo—. Es lo más absurdo que has dicho en tu vida.

—Yang no es mi hermano —insistió Yin manteniéndose firme en su postura.

—¡No digas tonterías! —insistió Lina comenzando a sentirse mosqueada por la insistencia—. ¡Se criaron juntos! ¡Son idénticos! ¿Cómo demonios pretendes que creamos esta idiotez?

—No me interesa lo que pienses —Yin se puso de pie con determinación, algo que tomó por sorpresa a la perrita—. Al único que le debo una explicación es al juez. ¡Vámonos Pablo! Tenemos un caso que preparar.

El felino casi se atragantó con el aire tras la repentina mención en esta discusión. El ademán insistente de Yin le ratificó que su nombre había sido mencionado. Torpemente, se puso de pie arrastrando la silla con un chirrido que quebró la tensión de la habitación. Lina no reaccionó en todo el proceso. Vio cómo Yin y Pablo abandonaban silenciosamente la cocina, a vista y paciencia de todos los demás. Los hermanos Chad se miraron entre ellos. Era la primera vez que oían que sus padres no eran hermanos, luego de meses aguantando la persecución precisamente por lo contrario. Aquella afirmación opuesta solo traía confusión a los ya perturbados niños.

—¡¿Es en serio?! ¡¿En serio ahora te vas a decantar por esta alternativa?!

Jacob fue uno de los primeros en retirarse de la mesa con un mal sabor de boca. En su mente repasaba todo el proceso que debió vivir para tan solo aceptar una de las verdades que más le había costado tragar en toda su vida. Cerró la puerta del cuarto de golpe mientras concluía que todo había sido en vano. Miró al techo de su habitación y comenzó a recriminarle.

—¡Eres estúpidamente brillante, Martita! —siguió su perorata molesto.

El silencio fue su única respuesta.

—¡Ah! Ahora te callas, ¿no? —insistió cruzándose de brazos—. Sé que nosotros no somos más que unas ratas de laboratorio para tí. ¿Entonces qué quieres de nosotros? ¿Qué quieres de mí? —alegó alzando el puño.

El silencio fue su única respuesta.

—Vamos a ver si sigues callada —amenazó tomando el lápiz que le habían regalado. Comenzó a dibujar círculos en el aire con la intención de crear un portal. Todos sus intentos fueron en vano. La frustración lo empujaba a insistir con su labor con mayor ahínco. Frunció el ceño decidido mientras aumentaba la cantidad de círculos dibujados. Ningún portal fue abierto. Lo único que consiguió fue dolor en su brazo.

Frustrado, lanzó el lápiz al suelo y se tiró sobre la cama. Cerró los ojos con fuerza mientras dejaba que su mente funcionara libremente.

«Era de mi padre».

De un salto, el conejo se abalanzó hacia el lápiz que había tirado. Vio impreso su nombre en uno de sus costados. Arqueó una ceja mientras tocaba con sus dedos el relieve de las letras. Si era un regalo de su padre, ¿por qué tenía su nombre impreso? ¿El padre de Martita lo conocía de algún modo?

Miró hacia el techo exigiendo respuestas que jamás le llegarían.

Cuando comenzaba a cuestionar la veracidad de los hechos, oyó que alguien llamaba a la puerta con un par de golpes.

—¿Puedo pasar? —distinguió la voz de su abuela.

De un salto, el chico retrocedió a su cama, guardando el lápiz en su mesita de noche.

—¡Sí! ¡Puedes entrar! —respondió mientras su mente desechaba toda teoría.

Vio a su abuela ingresar con serenidad en su mirada. Aunque aún no se sentía cómodo junto a ella, podía notar el esfuerzo que hacía la anciana por acercarse particularmente a él. Al resto de sus hermanos los trataba con desprecio o indiferencia delante suyo. A pesar de aquello, no debía confiarse de las apariencias, puesto que a él también lo trataba con indiferencia frente a sus hermanos. Aún no encontraba respuesta al por qué del cambio de actitud con él. Era todo muy sospechoso.

—Jacob, ¿cómo estás? —la anciana tenía una constante lucha cuestionando por qué había perdido el desprecio en particular con el chico. Una teoría que tenía en mente era que le recordaba mucho a ella misma cuando tenía su edad. Una contrariedad que apenas podía soportar, pero qué era lo suficientemente llevadero con ayuda del cariño que le estaba agarrando.

—Muy bien, gracias —respondió con la amabilidad suficiente para mantener la fiesta en paz.

—Te oí gritar hace un rato —continuó Yanette cerrando la puerta y aproximándose al chico. Intentó iniciar una conversación mientras buscaba borrar la incomodidad que nuevamente se cernía entre ambos.

—A veces pienso en voz alta —se disculpó el conejo.

—Parecías molesto —insistió la anciana.

—No es nada grave —Jacob desvió la vista.

Yanette aprovechó el momento de sentarse sobre la cama junto a Jacob. Sentía al conejo como un niño más, como cualquiera con los que se había topado en su vida. No notaba ninguna señal extraña que le indicase que se trataba de algo maligno. Su procedencia podría ser perfectamente ocultada si no era mencionada. Esa sensación funcionaba como un bálsamo contra el dolor que le dejaron sus hijos al sorprenderla con el incesto en contra de su voluntad. No le gustaba sentirse a gusto con su nieto, pero no podía evitarlo.

—Tu madre regresó a casa —Yanette rompió el silencio, atrayendo la atención de su nieto.

El conejito afirmó con la cabeza en silencio sin saber qué decir ante aquella expresión.

—¿Está todo bien? —el tono maternal con que salieron aquellas palabras tomaron por sorpresa al conejo, quien se volteó para corroborar lo que había oído.

—Este… —balbuceó con la cabeza aún más embotada de lo normal.

—Sé que no soy la persona más indicada a quién le contarías tus problemas —aceptó la anciana—, pero a fin de cuentas tú eres mi nieto, y…

—¿Ya no somos hijos del pecado? —la interrumpió Jacob decidido a por respuestas.

—No, no —se apresuró a responder—. Te ofrezco una disculpa por eso.

—¿Qué cambió? —insistió el conejo.

—¡Cielos! Eres igual que Yuri —se quejó la anciana.

—¿Hablaste con Yuri? —Jacob no pudo evitar que su voz sonara alarmada.

—No, digo sí… —los nervios de la anciana le indicaban que su conversación no estaba resultando como quería.

Los había tratado demasiado mal como para pretender buscar alguna clase de enmienda. Rebuscaba en sus neuronas la respuesta ideal que le ayudara a romper esa barrera de desconfianza que ella misma había creado. Su ansiedad solo la alejaba de aquella respuesta idónea, si es que existía.

Mientras tanto, Yin y Pablo se habían tomado el despacho del señor Swart. A la coneja poco y nada le importaba a quien terminase por molestar tras este atraco. Solo quería un lugar tranquilo y medianamente profesional en donde preparar el caso más importante de su vida.

—¿Qué pretendes, Yin? —le recriminó el felino asustado—. ¿Cómo se supone que vamos a demostrar que tú y Yang no son hermanos?

Yin paseaba por la habitación ignorando los comentarios de su amigo. Paseaba su vista entre el escritorio de madera vieja y el estante cargado de libros polvorientos. El papel tapiz verde con patrones de plantas era una buena distracción mientras intentaba armar el puzle.

—Nunca han detenido a Yang, ¿verdad? —preguntó sin despegar la vista de las cortinas de terciopelo verde oscuro.

—Sí —contestó Pablo.

—¿Y tienen su ADN? —volvió a preguntar.

—Sí —respondió el felino—. Además, es cuestión de tiempo para que atrapen a Yang. ¿Sabías tú que el presidente ofreció una recompensa de tres trillones de dólares? ¡Tres trillones!

—¿Tres trillones? —Yin se volteó hacia el felino con incredulidad.

—¡Tres trillones! —afirmó Pablo.

—Eso es absurdo —sentenció Yin regresando a su paseo.

—Bueno, la gente eligió a Donald Trump nuevamente —el felino se cruzó de brazos con frustración.

Yin seguía con su paseo con las manos en la espalda. Intentaba concentrar todos sus poderes abogadescos para resolver este entuerto. En su mente lo tenía casi todo armado. Solo le faltaba ese maldito pequeño detalle.

—Sé que la captura de Yang es inminente —habló Yin—. Pero, ¿qué pasaría si capturasen a alguien que no es Yang? Alguien que no tenga su ADN. Así, al compararlo con mi ADN, comprueban que no tenemos parentesco y salimos inocentes de este caso.

—¿Hablas de… falsificar ADN? —cuestionó el felino incrédulo.

—Algo así —afirmó la coneja volteandose hacia él.

—¿Y qué harán con el ADN que ya tienen? —cuestionó Pablo.

—Sabes bien que ese tipo de evidencia puede expirar —respondió Yin.

—¿Y cómo lo harías? —insistió el felino exaltado.

En su paseo, Yin se acercó a una fotografía familiar de un metro de largo por metro y medio de ancho en donde aparecía Lina junto a su padre.

—Si eventualmente encontráramos a alguien que fuera capaz de crear un disfraz perfecto de Yang al punto de convencer a los jueces y al personal médico —le explicó volteada hacia el retrato—, podríamos hacerlo pasar por él y él entregaría de su ADN para demostrar exactamente lo opuesto a lo que buscan.

—Pero… ¿dónde encontraríamos a alguien así? —insistió Pablo con desesperación agarrándose la cabeza con ambas manos.

—Necesitaremos un milagro —sentenció Yin volteando hacia el felino.

En ese momento, algo rompió el vidrio de la ventana del despacho, y un bulto negro entró rodando hasta los pies de la coneja. Ambos observaron con impresión lo que fuera que hubiera entrado, atentos a cualquier movimiento en falso.

—¡¿Carl?! —exclamó Yin con un grito que le ardió en la garganta.

Tras extenderse el bulto, la coneja se encontró cara a cara con la cucaracha. El aludido se encontraba mareado tras tantas vueltas que tuvo que dar con el propósito de entrar por la ventana. No lo pensó mucho. Simplemente escogió una de las pocas ventanas con la luz encendida que estuvieran en el primer piso. Agradeció al destino que directamente se hubiera topado con Yin.

El verla fue un golpe a lo más profundo de su ser. Había transcurrido una eternidad desde la última vez que la había visto. Fue toda una aventura en que debió confrontarse cara a cara con la idea de que dentro de él surgiera el amor por Yin. Era un algo que Ella Mental se lo restregó más de una vez. Desafío que daba por ganado hasta que volvió a encontrarse con sus ojos. Aquel primer beso que le regaló apenas despertó como Yang regresó fresco como si hubiera ocurrido ayer. El choque mental le impidió apenas moverse, aumentando la preocupación de la coneja.

—¿Estás bien? —le preguntó con preocupación mientras le tomaba el pulso en el cuello.

—Sí, sí —se sentó de improviso mientras despegaba la vista de la coneja. El dolor de cabeza era intenso y el mareo le impedía ponerse de pie.

—¿Q-qué? —balbuceó Pablo absorto presenciando la escena.

Yin se hincó a su lado atenta a cualquier detalle de la cucaracha. Aún no se podía creer lo que estaba ocurriendo. Lo ocurrido había sido demasiado repentino. Carl agitó la cabeza en la medida en que se iba recuperando. Cansancio, mareo y un poco de dolor era lo único que le quedaba.

—¡Pablo! ¡Trae un poco de agua! ¡Y algo para el dolor! —le ordenó al felino sin despegar la vista de la cucaracha.

—¡No! ¡Estoy bien! —interrumpió su andar alzando su palma—. Solo necesito… —poco a poco se fue poniendo de pie. Le temblaban las piernas, pero era algo que estaba dispuesto a enfrentar con tal de no aumentar el alboroto.

Yin se levantó junto a él, atenta a sujetarlo ante el primer intento de caída. Carl se topó nuevamente con sus ojos azules. Si no fuera por su piel oscura, su sonrojo habría sido evidente. Intentó concentrarse con todas sus fuerzas en la misión que lo había arrastrado hasta allí, pero le fue difícil.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Yin.

La cucaracha se remitió a afirmar con la cabeza.

Yin tomó la silla que había tras el escritorio y se la acercó a la cucaracha.

—¿Qué te pasó? —le preguntó mientras lo ayudaba a sentarse.

¿Por dónde empezar? Tenía que encontrar el punto más importante para contarle a Yin antes de que cualquier otra cosa terminase por interrumpirlos.

—El Amnesialeto —respondió mientras sentía que el cansancio se apoderaba de él—. Sé en dónde está.

Yin no pudo evitar lanzar un grito ahogado. A este punto de la historia prácticamente se había olvidado de la posibilidad de contar con el Amnesialeto. Ante la poca fe que le tenía a Carl y el tiempo que demoraba, imaginaba en el mejor de los casos que se había escapado para no volver nunca más.

—¡¿Cómo que sabes en dónde está el Amnesialeto?! —exclamó la coneja nerviosa aferrándose del brazo—. ¿En dónde está? ¿Por qué no lo tiene aún?

—Está más cerca de lo que crees —Carl se aferró con fuerza de los brazos de la silla antes de ponerse de pie con un impulso.

Salió del despacho abriendo la puerta de par en par y dando grandes zancadas. Aquella maniobra tomó por sorpresa a Yin y Pablo, quienes no imaginaron que Carl sacaría fuerzas de reserva. La cucaracha intentó caminar rápido, dejando atrás a la coneja que lo desconcentraba. No tenía tiempo para confusiones mentales hasta entregarle a Yin el ansiado Amnesialeto en la mano. Sabía que estaba en esa casona. En alguno de sus cuartos debía encontrarse. Buscarlo, aunque difícil, era más fácil que buscarlo en todo el planeta. Solo era cuestión de paciencia.

Abrió de golpe la primera puerta. Era una habitación con una cama sencilla y unos cuantos muebles más. La cama parecía deshecha, como si alguien pernoctara allí, pero por lo pronto el lugar se encontraba vacío.

Mientras Carl probaba suerte en una segunda habitación, Yin se detuvo frente a la puerta abierta.

—¿En dónde se encontrará Yenny? —se preguntó a sí misma.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por otro golpe. Carl probaba suerte en una segunda puerta. Sonrío al encontrarse con el lugar en donde sentía que la presencia del Amnesialeto era más fuerte que nunca.

Pablo y Yin ingresaron siguiendo a la cucaracha. Se encontraron a Jacob y Yanette conversando sentados sobre la cama.


Ahora noticias importantes: este es el último capítulo del fanfiction en estrenarse un domingo. A partir de la próxima semana, Amor Prohibido irá los días lunes. Fue una decisión interna para darle mayor protagonismo a «El tiempo de Wanda» que sí o sí va los domingos. Este cambio comenzará a partir de mañana, lunes 7 de marzo, con el Capítulo 89. Esto como compensación por no haber publicado el domingo pasado. Me disculpo por esa falta, y espero que hayan disfrutado de este capítulo y disfruten el de mañana. Acabo de terminarlo, y de verdad es potente. ¡Hasta mañana!