Me aburrí de actualizar los lunes. Regresamos a actualizar los domingos.


Amor Prohibido - Capítulo 95

El amanecer púrpura explotó en las pupilas de Yang, quien solo puede sentir el silencio, el vacío, la nada. Una calidez se sintió por cada poro de su cuerpo, como flotando en alguna clase de líquido impalpable. No podía sentir nada más. Ni el menor de los recuerdos podía ser rescatado de su mente. En ese instante, el conejo no tenía pasado, no tenía futuro, no tenía vida, no tenía existencia.

Se siente tan bien vivir en la nada. El tiempo no existe. ¿Habrá estado allí desde toda la eternidad? Un viento cálido peina su pelaje mientras la libertad de las aves se cuela por entre sus brazos. La felicidad está al alcance de sus palmas. No existen culpas, ni recriminaciones, ni dolor, ni pesar alguno. ¿Es este el paraíso? ¿Esto significa estar muerto? ¿Estaba realmente muerto?

¿Es este el final?

El sol amarillento apareció por entre el vacío color púrpura lanzando rayos rojizos al son de una melodía cargada de sopor. El conejo sonrió ante tan cómoda situación. No le podía importar menos su presente y su futuro. Era regresar al inicio de los tiempos. En una era en donde el universo era tan sencillo como la tranquilidad de aquel instante. Respiró hondo. El aire tenía un aroma dulzón a frutos rojos. Se sentía flotar en un ambiente cómodo.

La hipnosis del sol era tal que el conejo perdió la noción del no tiempo con su brillo. El astro parecía acercarse cada vez más, como un portal invitándolo a ser cruzado. Su brillo amarillento era un saludo a la nostalgia, a un pasado que solo puede brillar con el paso del tiempo, a un presente que solo puede tener de broche el apocalipsis. El astro parecía un gigante al lado del diminuto conejo que solo sabía que estaba allí. Los sentidos se adormecieron ante la tranquilidad sentida. La realidad se parecía cada vez más a un sueño distópico.

El sol se encontraba tan, pero tan cerca, que su brillo encegueció a Yang. Ni cubriendo sus ojos con sus brazos fue capaz de protegerse del brillo infinito. Era tal la luz que hasta había olvidado lo que era la oscuridad. A pesar de lo que se esperaba, esta luz no quemaba ni irritaba. Solo existía frente a sus pupilas ocultando todo. La nada era más concreta que nunca.

Toda una vida vivida. Nacer, crecer, vivir, morir. Los sentidos fueron testigos peculiares de tantas experiencias que hoy se pelean por copar la memoria. Una película pasó por frente a los ojos de Yang, contrastando la luz infinita que lo rodeaba. Un golpe a la nostalgia cayó directo sobre su arsenal de emociones. Entre tantos vaivenes, solo podía ver a una coneja rosada de ojos azules. Su mirada cristalina no cambiaba a pesar de la época y el momento. Podía estar feliz o enojada, triste o motivada, cansada o simplemente tranquila. Era una mirada jovial, poderosa, brillante. Su existencia completaba su alma. La emoción revivió de repente en el interior del conejo, dejándole un nudo en la garganta. Incluso creía sentir la suavidad de su pelaje, el aroma de su ser, el calor de su cuerpo. El tiempo, el espacio, la vida, podían ser una vorágine de terror y sufrimiento, pero ella siempre estaba allí, como un pilar salvavidas que siempre lo mantendría atado a la tranquilidad.

Nadó en el aire en dirección a sus ojos, atraído por una poderosa emoción. El fin justifica los medios. El amor era incontrolable, desatado en su pecho palpitante. A su vez, parecía inalcanzable. No había razón ni motivos. Solo podía pensar en alcanzarla a como diera lugar. Solo quería abrazarla. Quería sentir su corazón sincronizado con el de ella. Quería que ambos fueran un solo ser fundidos en esta locura de amor.

El abrazo se sintió tan cercano como la primera vez. Aquella noche, ambos decidieron dar el paso de no retorno. Tenían diecisiete años durante esa noche de luna en que sus ojos brillaban con luz propia. El viejo panda se encontraba en el primer piso de la academia dormitando frente al televisor encendido. Ambos se encerraron en su alcoba para consumar un amor que solo podía vivir entre las sombras. Era un acto de amor que buscaba a toda costa unir dos mitades de un alma condenadas a vivir separadas.

Ir de a poco, probando cada capa de su ser. Sentir el aroma dulce de su shampoo, la suavidad de su pelaje, la calidez de su respiración, la intensidad de sus besos. Era tanto por descubrir en un lugar en donde parecía todo descubierto.

Absolutamente nadie sospecha de las intenciones de ambos conejos. Era un sentimiento arrastrado desde hace años, y que desde el minuto en que fue destapado dio origen a aquel amor prohibido que marcó sus vidas. La experiencia fue tan avasalladora como el día en que se le declaró a su hermana. Pudo ver sus ojos temblorosos. Pudo sentir el miedo erizar cada pelo de su cuerpo. Aquella frase podía llevarlo a perderla completamente.

—Te amo como un hombre ama a una mujer.

Yang apenas tenía quince años cuando formuló aquella frase. No era poético, no era romántico, no era redundante. Era sencillo y directo. O probaba el sabor de sus labios o era mejor dejar de vivir con esa tentación. La muerte se veía menos atemorizante que el desfile de álgidos segundos le sucedieron a aquella oración. Por fortuna, los oídos de su receptora fueron los únicos que oyeron este mensaje. Era un sentimiento que no era capaz de comprender. De la nada surgió, desviándose del amor fraterno que todo el mundo esperaba que él tuviera. ¿Cuál era la diferencia en todo caso? Amor era amor, ¿no? El único amor sincero era para Yin, la única que lo había acompañado en cada etapa de su vida. Su única familia. La única que llevaba su sangre en las venas. Ella era la única que merecía ese amor.

Si es que lo aceptaba.

Las posibilidades eran casi nulas. ¿Por qué ella tendría que amar a su propio hermano? ¡Era por lo menos enfermizo! Aún así se atrevió. Los segundos transcurridos lo desgarraban por dentro, tras enfrentarse ante aquella mirada atemorizada. Le había lanzado un torbellino ostentoso. Ya no era capaz de guardar lo que sentía. Debía mostrarle lo que llevaba en su pecho.

Yang esperaba alguna clase de reacción. Risa, enojo, desconcierto. ¡Algo! Como respuesta solo consiguió silencio. Un silencio que lo destruyó por dentro. Un silencio que lo congeló con su ley del hielo. Resultó ser más doloroso de lo que imaginaba. De repente, Yin dejó de estar presente en su vida. Aún seguía ahí, de cuerpo presente, pero su presencia era inexistente. Fue una lenta agonía que se extendió por meses. A esta altura, Yang esperaba que su hermana le gritara, lo golpeara, lo insultara, lo que fuera que le demostrara que seguía allí, que le importaba su existencia. Necesitaba sentirla viva.

Podía interpretar su reacción como negativa. Por lo mismo optó por la consecuencia de esa opción: no volver a verla nunca más. Una noche abandonó el pueblo. Se alejó de absolutamente todo. Lo peor fue alejarse de Yin. El dolor le impedía parar de llorar de camino a la salida. Estaba condenado de todas formas. Callarse igual le provocaba dolor. Ya nada le importaba. Lo siguiente era irse al demonio.

El tiempo transcurrido es indefinido. ¿Fueron horas? ¿Días? ¿Años? ¿Siglos? Lejos de Yin la vida era un gris eterno y sin sentido. Lo ocurrido consigo mismo era lo que menos importaba. Su único salvavidas jamás lo iría a rescatar. Se cuestionó una y otra vez sus propios sentimientos. ¿Por qué la amaba? ¿Por qué se había enamorado de su propia hermana? ¿Cómo escogía el corazón a la indicada? ¿Acaso fue un error? ¿Cómo enmendar el camino? ¿Acaso estaba condenado a este amor? Era mejor dejarlo ir. Ella estaría mejor sin un amor incestuoso de todas formas.

—¡Yang!

Lo impensado ocurrió una tarde en que los fantasmas de la culpa carcomían su alma. Bajo la luz de la luna oyó la voz de Yin. Sin siquiera alcanzar a procesarlo, pudo sentir el calor de sus labios sobre los suyos bajo la luz de la luna. Sintió que sus brazos lo envolvían maternalmente. La sorpresa del golpe repentino lo petrificó, dejándose amar por ella. Parecía un sueño que le daba la bienvenida a la locura de amor. No podía creer que en medio de la nada finalmente se encontraría con tan ansiada ambrosía.

—No te vayas nunca de mi lado —le susurró la coneja apenas terminó el beso para luego echarse a llorar sobre su hombro.

El amor era recíproco. ¿El amor era recíproco? ¡El amor era recíproco! Era literalmente un milagro. Un regalo del mismísimo Cupido. Se aferró a ella en un abrazo como un náufrago a su tabla. Ambos lloraron esa noche desahogando un sentimiento que los asfixiaba. ¿Era posible? ¿Era tan solo posible? Ambos sentían lo mismo. Las caretas se cayeron, revelando un amor con un inmenso obstáculo. El miedo de atreverse era real, pero el primer paso había sido dado.

—Te amo —susurró Yin.

—Yo también te amo —respondió Yang con un suspiro.

Luego de eso ambos regresaron a casa. Justificaron la ausencia del conejo con una historia que involucraba una supuesta búsqueda de su madre sin resultados positivos. Con el correr de los días y de las extrañas aventuras vividas en el pueblo, este hecho pronto fue olvidado.

Lo que nunca fue olvidado fue ese sentimiento ahora descubierto por ambos. Luego de esta revelación, poco a poco fueron perdiendo la vergüenza entre ambos. Aunque en un principio solo eran miradas y tomadas de manos, poco a poco los besos en secreto se hicieron más frecuentes. Con el paso del tiempo se fueron acostumbrando a este nuevo amor.

Yin era quien se encargaba de protegerlos, ideando formas de evitar ser descubiertos. Fue relativamente sencillo considerando lo despistados que eran todos. A pesar de aquello, ambos aprendieron a ser precavidos. Fuera de su habitación intentaban mantenerse tan distantes como lo habían sido toda la vida. Cualquier muestra de cariño se reducía a las cuatro paredes de la habitación que compartían en la academia Woo Foo.

Un año le vino encima un segundo, llevándolos al baile de las olas practicado aquella noche de luna. Cuando descubrieron que los besos y abrazos los llevaban a algo más comenzaron a preocuparse. Yin le había dicho que una cosa era disfrutar de este amor, mientras que otra era traer un hijo al mundo. No era solo la edad tan corta de ambos ni la falta de recursos y experiencia, sino el problema genético que acarrearía el bebé. Como siempre, decidieron atreverse tomando las medidas de precaución necesarias.

Ningún método anticonceptivo fue capaz de detener el arribo de Yenny a sus vidas. Pasaron del miedo a la esperanza, a la alegría y a la preocupación. Esa bebé era la consumación de un amor que ardía a flor de piel, invisible ante los ojos impíos. Era el orgullo secreto de sus padres, quienes, a pesar de las dificultades, veían una luz de esperanza en su relación con este regalo divino.

El resto es historia. La muerte de su padre les significó la libertad para ambos. Se mimetizaron en el mundo con tal de vivir como un matrimonio más. Le ofrecieron una familia a su hija y a sus otros cuatro hijos más. Lucharon contra viento y marea para formar una familia y para que el amor nunca le faltara a nadie.

El corazón palpitante del conejo latía como locomotora en alta velocidad tras volver a vivir cada momento junto a ella. Era una realidad mucho más certera que cualquier casco de realidad virtual pudiera ofrecer en el mundo. No pudo evitar largarse a llorar en un acto de sensibilidad. Necesitaba este golpe para recuperar las energías perdidas por culpa de su mayor temor.

—¡Yang!

El conejo despertó de golpe como escapando de una pesadilla. Solo alcanzó a notar que se encontraba sobre una cama cuando sintió un apretado abrazo cortesía de su hermana. El desconcierto fue cubierto por aquella calidez que extrañaba tanto y que era más real que nunca. Le devolvió el abrazo sin tener palabras con las cuales saludarla.

—No te vayas nunca de mi lado —le dijo en un susurro.

Él apretó su abrazo con aún más fuerza. No quería volver a perderla, sin importar los torbellinos que amenacen su corazón. Esta vez haría las cosas bien.

¿O no?

Apenas su mirada se enfocó más allá de ella, se enfrentó a su gran miedo. Decenas de pares de ojos observaban fijamente cada movimiento muscular. En primera fila se encontraba cada uno de sus hijos. A diferencia de la última vez que su vida corrió peligro, los conejos lo observaron estáticos, olvidándose de cómo reaccionar. El vértigo aumentó al reconocer más personas entre el público. Se encontró con Roger, Kraggler, Jobeaux, Ella Mental, Indestructi Bob, Lucio, el señor Swart, ¿Lina? Un escalofrío recorrió su espinazo al toparse con su mirada. Estaba aterrada. Le daba miedo verla así. De todas las personas que lo podían apuntar con el dedo por su decisión incestuosa, su dedo inquisidor era el más aterrador. También se encontró con otros que eran desconocidos. Quien lo observaba con real asco era una coneja morada. Era tal su odio que parecía querer asesinarlo con la mirada.

—Yang, ¿estás bien? —Yin terminó su abrazó y lo miró con preocupación tras notarlo tembloroso.

—No, no. Estoy bien —balbuceó evidentemente nervioso.

La coneja siguió la mirada de su hermano. Se encontró con el público presente al voltearse, comprendiendo al instante lo que ocurría.

—Creo que está bien —les dijo tras carraspear con incomodidad—. Niños, ¿no quieren venir a saludar a su papá?

Aquella pregunta, al contrario de su propósito, aumentó la incomodidad presente en el cuarto. La coneja fue sorprendida por la nula reacción de sus hijos. Ahora que la verdad era de dominio público, ambos se podían esperar literalmente cualquier cosa. Hasta ese instante no se había detenido a meditar sobre las consecuencias de esta revelación mundial. En ese momento comenzó a sentir el peso del juicio inquisidor que ya percibía su hermano.

Jack fue el primero en reaccionar, abandonando la habitación. Simplemente se dio la media vuelta, pasando por entre la multitud hasta alcanzar la salida. Aquella acción despertó de la modorra al grupo. Fue una nueva sorpresa para Yin, quien no comprendía los motivos de su hijo. Sin darse cuenta ella tomó una de las manos de Yang. Ambos apretaron la mano del otro con fuerza, transmitiendo la tensión que caía sobre sus hombros. Era una señal silenciosa de que enfrentarían juntos este nuevo desafío. Al igual que cuando revelaron sus sentimientos. Al igual que cuando enfrentaron su primera vez. Al igual que cuando recibieron a su primera hija. Nuevamente enfrentarían las dificultades juntos.

Aquella acción recibió consecuencias. Yenny dió la media vuelta y se fue, seguida de Lina y Yanette. El resto los observó con una absorta sorpresa. La única respuesta positiva fue la sonrisa de Yuri.

—Entonces, ¿Es verdad? —Kraggler rompió el silencio formulando la pregunta que más de alguno tenía en su mente.

No hubo respuesta. A los conejos se les escaparon las palabras. Jamás imaginaron que llegaría el día en que debían asumir su secreto ya revelado.

—Es verdad —Yin reunió todo su valor para pronunciar aquellas palabras.

El grito ahogado de sus conocidos no se hizo esperar. El rostro sorprendido de Roger era estúpidamente evidente. El señor Swart negó silenciosamente con la cabeza con decepción antes de abandonar la habitación.

—Pep-pero- ¿cómo? ¿Por qué? —soltó Roger.

Era una pregunta abierta. Era difícil armar una respuesta coherente cuando los nervios te dominaban. Además, había mucha historia que procesar. Era un sentimiento que simplemente surgió inexplicablemente el que los llevó hasta donde estaban. Confrontar aquella realidad frente a quienes alguna vez fueron sus amigos no era tarea fácil. Mucho menos conseguir que lograran comprender su amor.

—Es… una larga historia —zanjó Yin.

Carl se encontraba sentado sobre las escalinatas junto a un corredor que tenía la casona. Se encontraba ocupado revisando el amnesialeto con total ahínco. Era una presión que en parte le ayudaba a agilizar la búsqueda de una respuesta ante el aparato y en parte como una manera de olvidarse que su novia estaba muerta. Ante aquella idea rondando en su cabeza, se enfrascaba con el ceño aún más fruncido en su tarea.

—Carl.

Un carraspeo sumado a la voz de Ella Mental detuvo de golpe su afán. Ante la repentina detención, la cucaracha respiró pesadamente.

—¿Estás bien? —le preguntó la tigresa con preocupación.

La cucaracha aprovechó el silencio para regresar a su tarea. Le giraba el aparato por todas partes. Presionaba cada milímetro del metal. Observaba cada detalle en busca de una pista. No iba a detenerse hasta hallarle solución al dilema.

Ella se sentó junto a él sobre las escalinatas. Podía leer su mente perturbada, envuelta en las sombras del dolor y el sufrimiento.

—Lamento lo de tu novia —lanzó la tigresa repentinamente.

Carl hizo oídos sordos ante el comentario.

—La verdad esto fue un final inesperado —comentó Ella—. El día en que llegaste a mi cabaña en Alaska jamás imaginé que terminaríamos aquí, de regreso en casa, con este sabor amargo.

Carl no le hizo el menor de los casos.

—A lo que voy es que el tiempo no tiene piedad con nadie —prosiguió—. Hoy lloras una muerte. Mañana lucharás por mantenerte con vida. Sea como sea, a la larga todo pasa. No importa si es bueno o malo. Todo dolor termina por pasar. Llegará el día en que mirarás este día y ni la sombra de este dolor cruzará por tu mente.

Parecía que la cucaracha no la había escuchado.

—Es solo cuestión de tener paciencia —prosiguió la tigresa—. Antes de que llegue ese día, pasarás por mucho. El dolor es parte de la vida, al igual que la muerte. Pero nunca olvides que al final todo pasará.

—Lo siento por no cumplir mi promesa —Carl repentinamente detuvo su tarea con el amuleto.

—No te preocupes —Ella le sonrió—. He vivido con Bob así por setenta y ocho años. No será problemas seguir así unos cuantos siglos más.

La cucaracha apretó con furia el amnesialeto entre sus manos antes de arrojarlo lejos. El amuleto cayó un par de metros hacia adelante, sobre el césped.

—¡No puedo! —gritó alterado—. ¡Este maldito aparato no funciona! —agregó apuntando hacia el amuleto—. ¡No funciona!

—¡Tranquilo! —Ella se puso de pie alejándose un par de pasos—. Esa cosa es un tanto difícil de utilizar. Sé que tiene un manual de instrucciones y que el último en tomarlo fue Ultimoose. Si quieres le hago una visita y le pregunto por el manual.

—¡Esa maldita cosa es la clave de todo! —gritó Carl sin dejar de apuntar hacia el amnesialeto—. ¡Con eso puedo revivir a Mónica! ¡Con eso puedo cumplir mi promesa! ¡Con eso puedo arreglar la vida de Yin! ¡Con eso puedo…!

De improviso su mente quedó en blanco. Carl se quedó estático, con su dedo inquisidor contra el objeto inerte. Ella lanzó un grito ahogado cargado de sorpresa. Ella, al igual que él, se había percatado de lo que había pasado por la cabeza de la cucaracha. Un hecho que, desde los albores del pasado, había llegado a atormentarlo.

Repentinamente cayó de rodillas, largandose a llorar desconsoladamente. La tigresa no sabía cómo reaccionar. Era un dolor tan personal que cualquier cosa que hiciera sería un estorbo.

Carl recordó que aún estaba enamorado de Yin.


—¡Un momento!

El patito de hule entró al salón de narración omnisciente mientras yo me encontraba trabajando tranquilamente en este capítulo.

—¡No te vas a salir con la tuya tan fácilmente! —alegó abalanzándose sobre mí. Me lanzó de la silla hacia el suelo y se instaló sobre mi estómago.

—¡¿Qué demonios te pasa?! —alegué molesta.

El patito se bajó de encima mío muy ofendido.

—Explícale a los lectores por qué jamás va a funcionar el amnesialeto.

—¿Qué? —cuestioné poniéndome de pie. Aún me encontraba confundida respecto a lo que quería el pato.

—Que por qué no funciona el amnesialeto de Carl —alegó el pato molesto—. ¡Todo es por tu culpa!

—¡Bien, bien! —alegué haciendo memoria—. Bueno, queridos lectores —agregué dirigiéndome a la cuarta pared—, verán… Ustedes saben que un fanfiction es una historia basada en una o varias obras originales. Estas obras originales entregan una semilla llamada esencia que al unirse a la potencia de un metaverso regula la dirección dentro de un universo. Claro que esa escencia puede ser muy libre, en cuyo caso se corre el riesgo de dejar de ser un fanfiction y se convierta en una historia original, entonces…

—¡Ve al grano! —me gritó el pato furioso.

—¡Está bien! ¡Está bien! —repliqué alejándome del pato un par de pasos—. Bueno, a veces la semilla de la esencia replica algunos objetos de importancia para el canon de la serie original en el universo naciente. Claro, a menos de que se trate de un universo alterno, un omegaverse, un falso fanfiction, algunos songfics y…

—¡Martita! —alegó el pato aleteando como si se tratara de un ventilador.

—¡Tranquilo! ¡A eso voy! —repliqué intentando calmarlo con un ademán—. Bueno, en el caso de Yin Yang Yo, la semilla de la esencia replica todos los objetos Woo Foo de la serie.

Automáticamente frente a nosotros se materializaron todos los objetos Woo Foo de la serie como una imágen holográfica que brillaba al ser mencionada.

—Ya saben, lo típico —proseguí con mi explicación—, el cepillo de la iluminación, el amplificador del alabin, el pañal para adultos de la perdición, el bastón de pie malo, los nudillos de la infinita paliza, el cronológicum. ¡Vaya! Sí que tenía amuletos raros esta serie.

—Y eso que no has mencionado las mallas del Maestro Yo ni la corbata y tirantes Woo Foo que curan —comentó el pato.

—¿Esa no era esa cosa que intentó usar Carl para salvar a Jimmy desde el Capítulo veinte? —comenté.

—Es cierto —aceptó el pato—. Ahora puedes hacernos el favor de ¡ir al grano! —gritó amenazando con abalanzarse encima mío nuevamente.

—¡Ta bien! ¡Ta bien! —repliqué intentando calmarlo—. Vaya genio. En fin. El objeto que nos interesa es el Amnesialeto —automáticamente la imágen holográfica de los demás objetos desapareció, quedando simplemente el del objeto mencionado—. Como existe una semilla de la esencia de Yin Yang Yo por cada fanfiction basado en esa serie, en el Patoverso existen tantos amnesialetos como universos basados en esa serie. Actualmente tenemos siete —comenté a enumerar con los dedos—: el de Feliz Navidad, el del Querida Hermana, ese gore que le dedicamos a Apple of Avalon, el del Giro de las Plumas, el Fictober, el de Polidrama y este. Creo que debería terminar el fictober algún día…

—¡Martita! —replicó el pato molesto al notar que nuevamente comenzaba a desviarme—. ¡Vé al grano!

—¡Bien! ¡Bien! —repliqué—. El punto es que tenemos siete Amnesialetos en todo el Patoverso, de los cuales dos han salido al baile.

—¿Y sabes qué ocurre cuando un objeto replicado de una semilla de esencia termina en un universo que no es el suyo? —cuestionó el pato cruzándose de alitas.

—Absolutamente nada —contesté con simpleza cruzándome de brazos.

Tras un incómodo silencio, aclaré.

—Literalmente no pasa nada —me encogí de hombros—. Por ejemplo, si las esferas del dragón de un fanfiction caen en otro fanfiction dentro o fuera de su metaverso, literalmente se convierte en un lindo pisapapeles. No sirve para nada. Es inútil.

Tras otro incómodo silencio, el pato replicó.

—¿Y qué demonios tiene que ver Dragon Ball en todo esto?

—Es un ejemplo —respondí con tranquilidad.

—Bien, te traeré de vuelta al punto —insistió el pato con el ceño fruncido—. ¿De qué universo es el Amnesialeto que Carl tiene ahora?

Iba a responder cuando caí en cuenta sobre que no había más escapatoria para extender el tema.

—¿El de Polidrama? —respondí con nerviosismo.

—¿Y Carl podrá hacer algo con ese Amnesialeto? —replicó el pato.

—¿No? —ya me veía cómo iba a terminar esto—. Pero podemos intercambiar los Amnesialetos. Que el que tiene Carl ahora regrese al universo de Polidrama y le devolvemos el de Amor Prohibido a sus manos —agregué con mayor seguridad.

—¿Y en dónde está el de Amor Prohibido?

Tras un largo silencio, finalmente lo acepté.

—¡No lo sé! —sentencié con frustración.

—¡Ya te cayó la chancla! —amenazó el pato antes de abalanzarse sobre mí y lanzarme una lluvia de picotazos.